La
imaginación combinatoria, a la que se llama también algunas
veces imaginación constructiva, no es una facultad completamente
diferente de aquellas que hemos estudiado hasta ahora: la función
de combinación no podría comprenderse sin la función
de conservación, la cual la hace posible suministrándole
todos los elementos sobre los cuales se ejercerá su actividad. Esta
imaginación es pues esencialmente a base de memoria, y de aquí resulta
que no puede llamársele verdaderamente creadora, que esta denominación
debe desecharse como totalmente impropia; la imaginación no produce
nada que sea absolutamente nuevo, y los descubrimientos más inesperados,
las invenciones más notables, son siempre combinaciones de cosas
ya conocidas: lo que es nuevo, es la ordenación de los elementos,
pero no los elementos en sí mismos los cuales preexisten necesariamente
en tanto que recuerdos. Si fuese de otro modo, no vemos cómo sería
posible el descubrimiento, fuera de toda comparación con lo que
es conocido, y, en todo caso, sería ciertamente imposible dar cuenta
de ello, puesto que no tendría relación con todo lo que el
lenguaje está hecho para expresar. Por otra parte, si se examinan
por ejemplo las ficciones de los escritores más imaginativos, se
constata sin esfuerzo que se basan siempre en los datos de la experiencia
sensible; un caso particularmente sorprendente a propósito de esto
es el de las descripciones de habitantes de otros planetas, que están
siempre compuestas mediante elementos tomados a los seres terrestres, y
modificados únicamente
en su orden o en sus proporciones.
Si se debe negar a la imaginación el poder creador, esto no quiere decir
que haya que negarle todo poder, lo cual sería una exageración
manifiesta; pero es necesario sin embargo hacer aún otras reservas sobre
su originalidad. Se dice a menudo que hay que distinguir dos cosas en las operaciones
de la imaginación: la materia, es decir los recuerdos sobre los que opera,
y la forma, es decir las modificaciones que hace seguir a estos recuerdos. Esto
es justo, pero conviene añadir que la materia depende completamente de
la memoria, y principalmente de la memoria de las imágenes o imaginación
reproductora, aunque las ideas puedan también jugar un papel en las construcciones
imaginativas; no existe pues sino la forma que pertenece en propiedad a la imaginación
combinatoria, lo que equivale a decir que se confunde con ella: en otras palabras,
es la memoria la que es aquí la materia con relación a la imaginación
que es la forma. Además, en cuanto a esta forma, las leyes de la imaginación
no son leyes especiales; no sólo preexisten todos los elementos del descubrimiento
o de la invención, sino que también las leyes según las
cuales ellos se combinan para llegar a este descubrimiento o a esta invención
son las mismas que las de la memoria, es decir que son sobre todo, en el fondo,
las de la asociación. Es fácil comprender que esto sea así,
ya que toda concepción científica o artística consiste esencialmente
en el descubrimiento de una conveniencia o de una armonía entre diversos
elementos; ella tiene pues por base, lo más a menudo, una asociación
por semejanza: armonía y similitud, en efecto, son términos en
parte sinónimos. Esto es tan cierto que, aun cuando la armonía
de que se trata no haya sido primero sugerida por la asociación por semejanza,
un juicio sobre dicha armonía, es decir un juicio de semejanza, no deja
de jugar finalmente un papel decisivo en el descubrimiento. Sin embargo, hay
casos en los que, en lugar de la asociación por semejanza, es la asociación
por contigüidad o hasta el recuerdo espontáneo el que sirve de punto
de partida para las combinaciones de la imaginación: tal es especialmente
el caso del ensueño, pero esto es precisamente por lo que éste
raramente llega a resultados interesantes. Por lo demás, hay también
armonías y semejanzas de valores muy diversos: son las mismas leyes las
que explican, por una parte, el descubrimiento de una teoría científica,
y la producción de una obra de arte, y, por otra, el hallazgo de un simple
juego de palabras, y esto basta para hacer ver qué diferencia puede haber
entre los diversos resultados de la asociación por semejanza. Esta diferencia
tiene en parte como causa la diferencia misma de los elementos de todo tipo que
son recordados por la asociación; pero, en todo caso, no hay que olvidar
que es el juego de la memoria, tanto o incluso más que las sensaciones
actuales, el que explica la aparición en la consciencia, en el momento
deseado, de los elementos cuya fusión tendrá un resultado más
o menos interesante. Cuando se plantea la teoría de la invención,
se olvida demasiado a menudo:
1º la fusión que se ha operado entre los diversos elementos asociados,
y que implica la asociación en sí misma;
2º el papel que puede ser desempeñado en la invención por
elementos a priori, es decir por ideas propiamente dichas;
3º la influencia de la asociación que interviene para modificar estos últimos
elementos y ligarles imágenes
de origen sensible;
4º en fin, el papel jugado por el juicio al término del proceso mental
del que resulta la invención o el descubrimiento. Lo que se denomina el
gusto en el arte y la sagacidad intelectual en la ciencia, es en suma la aptitud
de preferir ciertos géneros de asociación de ideas o de imágenes
a otros; por lo que se refiere al arte, el sentimiento juega por otra parte un
papel preponderante, como lo veremos a propósito de la estética.
La fecundidad de la imaginación depende sobre todo de la aptitud a la
disociación o al análisis; para poder combinar de otra manera los
elementos que han sido dados en la experiencia, primero es necesario haber separado
aquellos de estos elementos que han sido dados juntos; además, el análisis
permite descubrir semejanzas sutiles y que habían escapado hasta ese momento.
Una vez hecho el análisis, la síntesis o la fusión de los
elementos se opera frecuentemente como por sí misma; sin embargo, no es
así en todos los casos, ya que hay espíritus muy analistas que
no son en modo alguno aptos para la síntesis. Evidentemente es la atención
la que hace posibles estos análisis y estas síntesis de que hablamos
aquí, y, por otra parte, hemos considerado anteriormente al análisis
y la síntesis, de una manera general, como los poderes esenciales y constitutivos
de la propia consciencia; la consciencia atenta es la consciencia que mejor hace
y con más éxito lo que ella ya hacía naturalmente y espontáneamente.
Se ve aún mejor, mediante esta última observación, que la
facultad de inventar no es una facultad nueva y especial, que sería poseída
exclusivamente por algunos hombres; es únicamente, como cualquier otra
facultad, susceptible de un desarrollo mayor o menor. Por otra parte, todo el
mundo hace más o menos descubrimientos, e, incluso si estos no tienen
un gran interés, esto no cambia su carácter ni las leyes según
las cuales operan; podría decirse incluso que comprender algo, es siempre,
en un sentido, volver a inventar con la ayuda de un maestro o de un libro. Se
puede aún ir más allá: la imaginación, al no ser
una facultad racional, pero vincularse al orden de las facultades sensibles,
no debe ser absolutamente propia del hombre; de hecho, la invención existe
en el animal, en el cual es únicamente mucho más restringida y
más limitada, como deben serlo también las disociaciones y las
asociaciones que lleva a cabo. Unicamente, en el hombre, interviene la reflexión
racional para aportar a la imaginación elementos de otro orden, los cuales,
uniéndose a aquellos que son sacados de la experiencia sensible, multiplican
casi indefinidamente las posibilidades de estos; y así la imaginación
encuentra cosas que son verdaderamente nuevas en tanto que construcciones, y
que tienen a veces un gran valor y un gran alcance, porque hacen pensar en otras
muchas que son capaces de alumbrar; pero esto es todo, y no existe en ello evidentemente
ninguna creación, como tampoco la hay en las combinaciones químicas,
que presentan también propiedades nuevas, a menudo completamente diferentes
de las de los elementos
que las componen.
Podemos ahora precisar las diferencias entre la sensación, el recuerdo
y la imaginación, que hemos indicado ya a propósito del fenómeno
del reconocimiento. La sensación, hemos dicho entonces, es una imagen
que se distingue generalmente de las otras por un grado más alto de vivacidad,
claridad y precisión; no hablamos de intensidad porque esta palabra es
equívoca y puede hacer pensar en un elemento cuantitativo que no existe
en los hechos mentales; nos hemos explicado suficientemente sobre esto como para
no tener que insistir más. El recuerdo y la imaginación están
constituidos por imágenes menos vivas, menos netas y menos precisas que
la sensación, y, lo más a menudo, pero no siempre, estas lo son
aún menos en el caso de la imaginación que en el del recuerdo;
por supuesto, cuando hablamos aquí del recuerdo, tenemos a la vista únicamente
la memoria de las imágenes, con exclusión de la memoria de las
ideas, que no ha lugar evidentemente hacer entrar en una comparación que
no puede llevar más que sobre diferentes tipos de imágenes. Por
otra parte, en el recuerdo, todas las partes constituyentes están forzosamente
ligadas entre sí, mientras que, en la imaginación, no lo están
sino débilmente; es por esto que el recuerdo es difícilmente modificable,
mientras que la imaginación lo es casi a voluntad. Hume ha tenido pues
razón al sostener que hay, entre estos diversos fenómenos, una
diferencia de grado más que una diferencia de naturaleza, al menos si
se los contempla simplemente, como lo hacemos aquí, en tanto que imágenes
mentales; lo que prueba que esto es así, y que son esos caracteres que
hemos indicado los que permiten distinguir estas diferentes especies de imágenes
mentales, son los errores de juicio que se producen frecuentemente cuando estos
mismos caracteres faltan. Así, cuando un recuerdo o una imaginación
crece en nitidez y en vivacidad, esta imagen tiende a ser tomada por una sensación,
o, en otras palabras, a devenir alucinatoria; en cambio, una sensación
muy débil y muy vaga es a veces tomada por un recuerdo o incluso por una
imaginación. Si las partes de un recuerdo están débilmente
ligadas entre sí, este recuerdo es difícilmente reconocido, y,
como consecuencia, se le tomará de buena gana por una simple imaginación;
inversamente, entre las personas en las que las imaginaciones son muy vivas y
están muy fuertemente ligadas, hay sobre todo una tendencia a tomar por
recuerdos lo que no es más que el producto de su facultad imaginativa.
No obstante, estos diversos errores no son inevitables en todos los casos, y,
en particular, el fenómeno del reconocimiento tiene lugar forzosamente
para todo recuerdo que está fuertemente ligado a algún acontecimiento
que sabemos de manera cierta pertenece a nuestro pasado.
Nos queda por
decir algunas palabras del papel de la imaginación en
la ciencia y en el arte; y, sobre esto, recordaremos primero que hay acción
de la imaginación dondequiera que existe descubrimiento o invención
alguna. Unicamente, esta acción puede naturalmente tomar formas muy
diversas; es sobre todo en el dominio científico que las ideas intervienen
en las asociaciones que dan a luz a las combinaciones imaginativas; en el arte,
por el contrario, no hay lo más a menudo sino sentimientos e imágenes
sensibles, a menos, no obstante, de que el arte tome un carácter simbólico;
pero, en este último caso, no es ya propiamente hablando arte puro,
como lo explicaremos en otra parte. Como quiera que sea, de todos los dominios
en los que puede ejercerse la actividad humana, en ningún otro que en
el de la metafísica la imaginación está absolutamente
excluida, lo mismo que todo lo que depende de las demás facultades sensibles;
por otra parte, no existe ninguna posibilidad de descubrimiento en el orden
del conocimiento metafísico puro.
Por lo que se refiere a la ciencia, ya se trate de un descubrimiento o
de una invención, podemos siempre distinguir dos momentos: primero, la aparición
de una idea nueva; después, la verificación del valor de esta
idea, verificación que se hará, según los casos, ya sea
por la experiencia, ya sea por el razonamiento, ya sea por la unión
de estos dos medios; ahí donde el descubrimiento lleve a elementos de
orden cuantitativo, el razonamiento revestirá especialmente la forma
de cálculo. En uno y otro de estos dos momentos, la asociación
juega evidentemente un papel importante: se trata siempre, en suma, de explicar
lo desconocido mediante lo conocido, y el pensamiento de lo que no está aún
explicado recuerda por asociación lo que puede explicarlo. En cuanto
a lo que concierne más particularmente al primer momento, que es aquel
en el que interviene la imaginación propiamente dicha, la nueva idea
es sugerida casi siempre por una asociación por semejanza, ya que, como
dice Claude Bernard, "un descubrimiento es en general una relación
imprevista". La aptitud para asir las semejanzas más sutiles y
ocultas es pues una condición especial del descubrimiento, y esta aptitud
supone en alto grado la facultad de disociación de la que ya hemos hablado.
Si se considera por ejemplo, en astronomía, el descubrimiento de la
gravitación universal por Newton, se ve que ha sido necesario, para
conseguirlo, disociar la idea de la caída de un cuerpo pesado sobre
la tierra de todos los demás hechos más o menos complejos que
le acompañan en la experiencia sensible, y, por otra parte, disociar
la idea del movimiento elíptico de los planetas en las de sus dos componentes
centrífugo y centrípeto, después asociar e incluso fusionar
la idea de la caída del cuerpo pesado con la del movimiento centrípeto.
Para tomar otro ejemplo en el que el papel de la asociación por semejanza
es muy claro, citaremos, en química, la asimilación por Lavoisier
de la formación de la herrumbre a una combustión: lo que permitió unir
ambos fenómenos, fueron las experiencias de Priestley sobre el óxido
rojo del mercurio; hubo entonces asociación de la idea de la combustión
del mercurio con la de una combustión ordinaria como la de la madera
o el carbón, después asociación del caso del mercurio
oxidado, rojo y vuelto más pesado, con el caso de la herrumbre, roja
también y más pesada que el hierro, por fin asociación
de los términos extremos, la formación de la herrumbre y la combustión
ordinaria; la fusión de estas dos ideas llevó al descubrimiento,
es decir al juicio definitivo por el que se afirma la similitud de los dos
fenómenos. Fácilmente se podrían multiplicar los ejemplos
análogos tomados de las diferentes ciencias; se constataría que
el proceso del descubrimiento, reducido a sus elementos esenciales, es, en
el fondo, en todas partes el mismo; baste, para terminar, señalar el
papel que siempre juegan aquí las ideas de orden racional como las de
género, unidad en la multiplicidad, identidad, causalidad, y otras muchas
también.
En cuanto a la producción de una obra de arte, pueden distinguirse también
en ella dos momentos que son la concepción y la ejecución; pero
no tenemos que considerar aquí más que la concepción:
esta palabra debe tomarse en el sentido amplio y un poco vago que tiene corrientemente,
y no en el sentido preciso del que hablaremos más adelante de la concepción
de las ideas en general, puesto que esta última no podría aplicarse
a las operaciones de las facultades sensibles e imaginativas. En la concepción
de la obra, se pueden distinguir también la concepción del fin
o del tema de esta obra, la de los medios propios para realizarla, y por fin
la opción y disposición de estos medios. Es en la segunda de
estas tres fases de la concepción en la que intervienen sobre todo los
elementos emotivos, los cuales, unidos a una memoria muy viva y abundante en
cuanto al género de imágenes que el artista pone en obra, serán
la fuente de lo que se llama la inspiración artística. En la
tercera fase, el gusto juega un papel preponderante, y así es requerido
por la invención artística tanto como por la admiración
de los que aprecian una forma cualquiera de arte; por otra parte, la opción
depende sobre todo de los sentimientos dominantes, y es, en suma, el conjunto
de los hábitos afectivos el que decide el juicio estético; estas últimas
consideraciones serán precisadas y completadas en el capítulo
sobre lo bello y el arte.
Traducción:
Miguel Angel Aguirre |