SYMBOLOS
Revista internacional de 
Arte - Cultura - Gnosis
 

 RENE GUENON
PSICOLOGIA

Capítulo XVI
LA IMAGINACION COMBINATORIA
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(de los manuscritos originales, en los que constituye el XVII)

La imaginación combinatoria, a la que se llama también algunas veces imaginación constructiva, no es una facultad completamente diferente de aquellas que hemos estudiado hasta ahora: la función de combinación no podría comprenderse sin la función de conservación, la cual la hace posible suministrándole todos los elementos sobre los cuales se ejercerá su actividad. Esta imaginación es pues esencialmente a base de memoria, y de aquí resulta que no puede llamársele verdaderamente creadora, que esta denominación debe desecharse como totalmente impropia; la imaginación no produce nada que sea absolutamente nuevo, y los descubrimientos más inesperados, las invenciones más notables, son siempre combinaciones de cosas ya conocidas: lo que es nuevo, es la ordenación de los elementos, pero no los elementos en sí mismos los cuales preexisten necesariamente en tanto que recuerdos. Si fuese de otro modo, no vemos cómo sería posible el descubrimiento, fuera de toda comparación con lo que es conocido, y, en todo caso, sería ciertamente imposible dar cuenta de ello, puesto que no tendría relación con todo lo que el lenguaje está hecho para expresar. Por otra parte, si se examinan por ejemplo las ficciones de los escritores más imaginativos, se constata sin esfuerzo que se basan siempre en los datos de la experiencia sensible; un caso particularmente sorprendente a propósito de esto es el de las descripciones de habitantes de otros planetas, que están siempre compuestas mediante elementos tomados a los seres terrestres, y modificados únicamente en su orden o en sus proporciones.

Si se debe negar a la imaginación el poder creador, esto no quiere decir que haya que negarle todo poder, lo cual sería una exageración manifiesta; pero es necesario sin embargo hacer aún otras reservas sobre su originalidad. Se dice a menudo que hay que distinguir dos cosas en las operaciones de la imaginación: la materia, es decir los recuerdos sobre los que opera, y la forma, es decir las modificaciones que hace seguir a estos recuerdos. Esto es justo, pero conviene añadir que la materia depende completamente de la memoria, y principalmente de la memoria de las imágenes o imaginación reproductora, aunque las ideas puedan también jugar un papel en las construcciones imaginativas; no existe pues sino la forma que pertenece en propiedad a la imaginación combinatoria, lo que equivale a decir que se confunde con ella: en otras palabras, es la memoria la que es aquí la materia con relación a la imaginación que es la forma. Además, en cuanto a esta forma, las leyes de la imaginación no son leyes especiales; no sólo preexisten todos los elementos del descubrimiento o de la invención, sino que también las leyes según las cuales ellos se combinan para llegar a este descubrimiento o a esta invención son las mismas que las de la memoria, es decir que son sobre todo, en el fondo, las de la asociación. Es fácil comprender que esto sea así, ya que toda concepción científica o artística consiste esencialmente en el descubrimiento de una conveniencia o de una armonía entre diversos elementos; ella tiene pues por base, lo más a menudo, una asociación por semejanza: armonía y similitud, en efecto, son términos en parte sinónimos. Esto es tan cierto que, aun cuando la armonía de que se trata no haya sido primero sugerida por la asociación por semejanza, un juicio sobre dicha armonía, es decir un juicio de semejanza, no deja de jugar finalmente un papel decisivo en el descubrimiento. Sin embargo, hay casos en los que, en lugar de la asociación por semejanza, es la asociación por contigüidad o hasta el recuerdo espontáneo el que sirve de punto de partida para las combinaciones de la imaginación: tal es especialmente el caso del ensueño, pero esto es precisamente por lo que éste raramente llega a resultados interesantes. Por lo demás, hay también armonías y semejanzas de valores muy diversos: son las mismas leyes las que explican, por una parte, el descubrimiento de una teoría científica, y la producción de una obra de arte, y, por otra, el hallazgo de un simple juego de palabras, y esto basta para hacer ver qué diferencia puede haber entre los diversos resultados de la asociación por semejanza. Esta diferencia tiene en parte como causa la diferencia misma de los elementos de todo tipo que son recordados por la asociación; pero, en todo caso, no hay que olvidar que es el juego de la memoria, tanto o incluso más que las sensaciones actuales, el que explica la aparición en la consciencia, en el momento deseado, de los elementos cuya fusión tendrá un resultado más o menos interesante. Cuando se plantea la teoría de la invención, se olvida demasiado a menudo:

1º la fusión que se ha operado entre los diversos elementos asociados, y que implica la asociación en sí misma;

2º el papel que puede ser desempeñado en la invención por elementos a priori, es decir por ideas propiamente dichas;

3º la influencia de la asociación que interviene para modificar estos últimos elementos y ligarles imágenes de origen sensible;

4º en fin, el papel jugado por el juicio al término del proceso mental del que resulta la invención o el descubrimiento. Lo que se denomina el gusto en el arte y la sagacidad intelectual en la ciencia, es en suma la aptitud de preferir ciertos géneros de asociación de ideas o de imágenes a otros; por lo que se refiere al arte, el sentimiento juega por otra parte un papel preponderante, como lo veremos a propósito de la estética.

La fecundidad de la imaginación depende sobre todo de la aptitud a la disociación o al análisis; para poder combinar de otra manera los elementos que han sido dados en la experiencia, primero es necesario haber separado aquellos de estos elementos que han sido dados juntos; además, el análisis permite descubrir semejanzas sutiles y que habían escapado hasta ese momento. Una vez hecho el análisis, la síntesis o la fusión de los elementos se opera frecuentemente como por sí misma; sin embargo, no es así en todos los casos, ya que hay espíritus muy analistas que no son en modo alguno aptos para la síntesis. Evidentemente es la atención la que hace posibles estos análisis y estas síntesis de que hablamos aquí, y, por otra parte, hemos considerado anteriormente al análisis y la síntesis, de una manera general, como los poderes esenciales y constitutivos de la propia consciencia; la consciencia atenta es la consciencia que mejor hace y con más éxito lo que ella ya hacía naturalmente y espontáneamente. Se ve aún mejor, mediante esta última observación, que la facultad de inventar no es una facultad nueva y especial, que sería poseída exclusivamente por algunos hombres; es únicamente, como cualquier otra facultad, susceptible de un desarrollo mayor o menor. Por otra parte, todo el mundo hace más o menos descubrimientos, e, incluso si estos no tienen un gran interés, esto no cambia su carácter ni las leyes según las cuales operan; podría decirse incluso que comprender algo, es siempre, en un sentido, volver a inventar con la ayuda de un maestro o de un libro. Se puede aún ir más allá: la imaginación, al no ser una facultad racional, pero vincularse al orden de las facultades sensibles, no debe ser absolutamente propia del hombre; de hecho, la invención existe en el animal, en el cual es únicamente mucho más restringida y más limitada, como deben serlo también las disociaciones y las asociaciones que lleva a cabo. Unicamente, en el hombre, interviene la reflexión racional para aportar a la imaginación elementos de otro orden, los cuales, uniéndose a aquellos que son sacados de la experiencia sensible, multiplican casi indefinidamente las posibilidades de estos; y así la imaginación encuentra cosas que son verdaderamente nuevas en tanto que construcciones, y que tienen a veces un gran valor y un gran alcance, porque hacen pensar en otras muchas que son capaces de alumbrar; pero esto es todo, y no existe en ello evidentemente ninguna creación, como tampoco la hay en las combinaciones químicas, que presentan también propiedades nuevas, a menudo completamente diferentes de las de los elementos que las componen.

Podemos ahora precisar las diferencias entre la sensación, el recuerdo y la imaginación, que hemos indicado ya a propósito del fenómeno del reconocimiento. La sensación, hemos dicho entonces, es una imagen que se distingue generalmente de las otras por un grado más alto de vivacidad, claridad y precisión; no hablamos de intensidad porque esta palabra es equívoca y puede hacer pensar en un elemento cuantitativo que no existe en los hechos mentales; nos hemos explicado suficientemente sobre esto como para no tener que insistir más. El recuerdo y la imaginación están constituidos por imágenes menos vivas, menos netas y menos precisas que la sensación, y, lo más a menudo, pero no siempre, estas lo son aún menos en el caso de la imaginación que en el del recuerdo; por supuesto, cuando hablamos aquí del recuerdo, tenemos a la vista únicamente la memoria de las imágenes, con exclusión de la memoria de las ideas, que no ha lugar evidentemente hacer entrar en una comparación que no puede llevar más que sobre diferentes tipos de imágenes. Por otra parte, en el recuerdo, todas las partes constituyentes están forzosamente ligadas entre sí, mientras que, en la imaginación, no lo están sino débilmente; es por esto que el recuerdo es difícilmente modificable, mientras que la imaginación lo es casi a voluntad. Hume ha tenido pues razón al sostener que hay, entre estos diversos fenómenos, una diferencia de grado más que una diferencia de naturaleza, al menos si se los contempla simplemente, como lo hacemos aquí, en tanto que imágenes mentales; lo que prueba que esto es así, y que son esos caracteres que hemos indicado los que permiten distinguir estas diferentes especies de imágenes mentales, son los errores de juicio que se producen frecuentemente cuando
estos mismos caracteres faltan. Así, cuando un recuerdo o una imaginación crece en nitidez y en vivacidad, esta imagen tiende a ser tomada por una sensación, o, en otras palabras, a devenir alucinatoria; en cambio, una sensación muy débil y muy vaga es a veces tomada por un recuerdo o incluso por una imaginación. Si las partes de un recuerdo están débilmente ligadas entre sí, este recuerdo es difícilmente reconocido, y, como consecuencia, se le tomará de buena gana por una simple imaginación; inversamente, entre las personas en las que las imaginaciones son muy vivas y están muy fuertemente ligadas, hay sobre todo una tendencia a tomar por recuerdos lo que no es más que el producto de su facultad imaginativa. No obstante, estos diversos errores no son inevitables en todos los casos, y, en particular, el fenómeno del reconocimiento tiene lugar forzosamente para todo recuerdo que está fuertemente ligado a algún acontecimiento que sabemos de manera cierta pertenece a nuestro pasado.

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Nos queda por decir algunas palabras del papel de la imaginación en la ciencia y en el arte; y, sobre esto, recordaremos primero que hay acción de la imaginación dondequiera que existe descubrimiento o invención alguna. Unicamente, esta acción puede naturalmente tomar formas muy diversas; es sobre todo en el dominio científico que las ideas intervienen en las asociaciones que dan a luz a las combinaciones imaginativas; en el arte, por el contrario, no hay lo más a menudo sino sentimientos e imágenes sensibles, a menos, no obstante, de que el arte tome un carácter simbólico; pero, en este último caso, no es ya propiamente hablando arte puro, como lo explicaremos en otra parte. Como quiera que sea, de todos los dominios en los que puede ejercerse la actividad humana, en ningún otro que en el de la metafísica la imaginación está absolutamente excluida, lo mismo que todo lo que depende de las demás facultades sensibles; por otra parte, no existe ninguna posibilidad de descubrimiento en el orden del conocimiento metafísico puro.

Por lo que se refiere a la ciencia, ya se trate de un descubrimiento o de una invención, podemos siempre distinguir dos momentos: primero, la aparición de una idea nueva; después, la verificación del valor de esta idea, verificación que se hará, según los casos, ya sea por la experiencia, ya sea por el razonamiento, ya sea por la unión de estos dos medios; ahí donde el descubrimiento lleve a elementos de orden cuantitativo, el razonamiento revestirá especialmente la forma de cálculo. En uno y otro de estos dos momentos, la asociación juega evidentemente un papel importante: se trata siempre, en suma, de explicar lo desconocido mediante lo conocido, y el pensamiento de lo que no está aún explicado recuerda por asociación lo que puede explicarlo. En cuanto a lo que concierne más particularmente al primer momento, que es aquel en el que interviene la imaginación propiamente dicha, la nueva idea es sugerida casi siempre por una asociación por semejanza, ya que, como dice Claude Bernard, "un descubrimiento es en general una relación imprevista". La aptitud para asir las semejanzas más sutiles y ocultas es pues una condición especial del descubrimiento, y esta aptitud supone en alto grado la facultad de disociación de la que ya hemos hablado. Si se considera por ejemplo, en astronomía, el descubrimiento de la gravitación universal por Newton, se ve que ha sido necesario, para conseguirlo, disociar la idea de la caída de un cuerpo pesado sobre la tierra de todos los demás hechos más o menos complejos que le acompañan en la experiencia sensible, y, por otra parte, disociar la idea del movimiento elíptico de los planetas en las de sus dos componentes centrífugo y centrípeto, después asociar e incluso fusionar la idea de la caída del cuerpo pesado con la del movimiento centrípeto. Para tomar otro ejemplo en el que el papel de la asociación por semejanza es muy claro, citaremos, en química, la asimilación por Lavoisier de la formación de la herrumbre a una combustión: lo que permitió unir ambos fenómenos, fueron las experiencias de Priestley sobre el óxido rojo del mercurio; hubo entonces asociación de la idea de la combustión del mercurio con la de una combustión ordinaria como la de la madera o el carbón, después asociación del caso del mercurio oxidado, rojo y vuelto más pesado, con el caso de la herrumbre, roja también y más pesada que el hierro, por fin asociación de los términos extremos, la formación de la herrumbre y la combustión ordinaria; la fusión de estas dos ideas llevó al descubrimiento, es decir al juicio definitivo por el que se afirma la similitud de los dos fenómenos. Fácilmente se podrían multiplicar los ejemplos análogos tomados de las diferentes ciencias; se constataría que el proceso del descubrimiento, reducido a sus elementos esenciales, es, en el fondo, en todas partes el mismo; baste, para terminar, señalar el papel que siempre juegan aquí las ideas de orden racional como las de género, unidad en la multiplicidad, identidad, causalidad, y otras muchas también.

En cuanto a la producción de una obra de arte, pueden distinguirse también en ella dos momentos que son la concepción y la ejecución; pero no tenemos que considerar aquí más que la concepción: esta palabra debe tomarse en el sentido amplio y un poco vago que tiene corrientemente, y no en el sentido preciso del que hablaremos más adelante de la concepción de las ideas en general, puesto que esta última no podría aplicarse a las operaciones de las facultades sensibles e imaginativas. En la concepción de la obra, se pueden distinguir también la concepción del fin o del tema de esta obra, la de los medios propios para realizarla, y por fin la opción y disposición de estos medios. Es en la segunda de estas tres fases de la concepción en la que intervienen sobre todo los elementos emotivos, los cuales, unidos a una memoria muy viva y abundante en cuanto al género de imágenes que el artista pone en obra, serán la fuente de lo que se llama la inspiración artística. En la tercera fase, el gusto juega un papel preponderante, y así es requerido por la invención artística tanto como por la admiración de los que aprecian una forma cualquiera de arte; por otra parte, la opción depende sobre todo de los sentimientos dominantes, y es, en suma, el conjunto de los hábitos afectivos el que decide el juicio estético; estas últimas consideraciones serán precisadas y completadas en el capítulo sobre lo bello y el arte.

Traducción: Miguel Angel Aguirre

 

NOTA
* Comparar en ventana independiente con el capítulo 16 de la edición de Archè, publicado a partir de una copia mecanografiada.

Capítulo XVII
LOS SIGNOS Y EL LENGUAJE

Presentación
René Guénon
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