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Capítulo XVII |
De manera general, se entiende por signo toda imagen sensible o puramente mental que está ligada, o bien naturalmente o bien en virtud de una convención más o menos expresa, a una idea o a algo que no cae bajo los sentidos. El estudio de los signos desde el punto de vista psicológico se vincula pues bastante íntimamente al de la asociación y de la imaginación. Los hechos psicológicos tienden generalmente a expresarse exteriormente mediante hechos corporales, los cuales son como una traducción sensible de aquellos: estos hechos corporales pueden pues ser interpretados como signos de hechos psicológicos a los cuales corresponden. Se dice habitualmente que estos signos son de dos tipos, naturales y artificiales: los signos naturales son sobre todo la expresión exterior de los estados afectivos, los signos artificiales o convencionales se vinculan más bien a las operaciones de orden intelectual. Si podemos aceptar esta distinción en cierta medida, no habría sin embargo que exagerar su importancia, ya que en primer lugar, los propios signos naturales no pueden ser comprendidos independientemente de toda experiencia, y un signo que ha empezado por ser puramente natural puede después modificarse y adquirir un carácter más o menos convencional; en segundo lugar, los signos que contemplamos como artificiales deben tener un fundamento natural, ya que no hay ninguna convención que sea completamente arbitraria. Es evidente que no se haría nunca una convención cualquiera si no se tuviese razón alguna para hacerla, ¡y para hacer tal convención determinada más bien que otra! No podemos concebir el lenguaje, como hacía Berkeley, como un conjunto de signos puramente arbitrarios, ni decir, como hacía Reid, que la relación del signo con la cosa significada es una relación fortuita, lo cual supondría un azar. Resulta de todo esto que la diferenciación entre los signos naturales y los signos artificiales no es más que una diferencia de grado y no de naturaleza, por consiguiente, la transición de unos a otros puede ser insensible. Se entiende por lenguaje un conjunto de signos más o menos artificiales o convencionales, del que los hombres se sirven para la comunicación de los hechos psicológicos: debemos distinguir el lenguaje oral y el lenguaje escrito, el cual es en cierta manera una fijación de la palabra. Hay que juntar al lenguaje oral el lenguaje de los gestos y de las actitudes, que es un acompañamiento importante de aquel y que puede incluso algunas veces reemplazarlo, como por ejemplo entre los sordomudos; este lenguaje de los gestos puede ser simplemente mímico, y expresa entonces acciones o sentimientos, o puede ser propiamente simbólico y expresar ideas como hacen los otros modos de lenguaje. La palabra se compone de sonidos articulados que tienen un sentido definido y que son lo que llamamos las palabras. Las diferentes formas de la palabra, o sea las lenguas, pueden reducirse a tres tipos principales: las lenguas monosilábicas, en las que cada sílaba expresa una idea, y en las que las diversas combinaciones y modificaciones de ideas se expresan mediante el orden en el cual las palabras se yuxtaponen; las lenguas aglutinantes, compuestas de raíces de las cuales unas expresan las ideas principales y otras las ideas accesorias, estás últimas juntándose a cada una de las primeras para expresar las modificaciones de la idea principal correspondiente mediante una o varias ideas accesorias; las lenguas flexionales, compuestas de palabras que cada una expresa una idea principal modificada por una idea accesoria, la terminación de la palabra corresponde aquí a la idea accesoria, que varía para representar las diversas modificaciones de las cuales la idea principal es susceptible. Existen lenguas que pertenecen a cada uno de estos tres tipos, pero en lo que respecta a la teoría según la cual estos mismos tipos corresponderían a otras tantas fases por las cuales una misma lengua podría pasar sucesivamente en el curso de su desarrollo, no hay que ver aquí más que una hipótesis completamente gratuita que ningún hecho histórico justifica, y que todas las constataciones que podemos hacer sobre las lenguas que nos son conocidas la contradicen. La escritura es ante todo simbólica o ideográfica; cada carácter representa entonces directamente la cosa o la idea que debe expresar. El único defecto de este modo de escritura es su gran complicación, ya que es necesario un signo distinto que corresponda a cada palabra de la lengua hablada. La necesidad de simplificación es sobre todo la que ha debido traer de manera general la transformación de la escritura ideográfica en escritura fonética; cada carácter no representa entonces más que un sonido del lenguaje hablado. La escritura fonética puede ser silábica o alfabética; observemos a propósito de este último modo de escritura, que hay aquí algo de artificial en la descomposición de una sílaba en elementos más simples, ya que la sílaba, al ser una articulación que se pronuncia mediante una sola emisión de voz, es en realidad un elemento del lenguaje que no se puede descomponer. No abordaremos aquí la cuestión del origen del lenguaje, que no depende en modo alguno de la psicología; señalaremos únicamente, de paso, la insuficiencia de las teorías según las cuales el lenguaje habría comenzado por la interjección o la onomatopeya. La interjección no es susceptible de ningún desarrollo: sería imposible sacar de ella las otras especies de palabras. En cuanto a la onomatopeya y a la armonía imitativa, si han podido suministrar cierto número de palabras en todas las lenguas, los casos en los que son posibles forman un conjunto sumamente reducido. El único punto de vista en el que podemos situarnos de manera válida para contemplar el desarrollo del lenguaje e indicar sus leyes generales, es un punto de vista mucho más lógico que histórico: contemplándolo de esta manera, no hay motivo para hacer intervenir aquí hipótesis sobre el origen primero del lenguaje, como tampoco sobre la unidad o pluralidad original de las lenguas. Para terminar, diremos únicamente algunas palabras sobre las relaciones del lenguaje y del pensamiento: se puede decir que el lenguaje es verdaderamente un producto del pensamiento, ya que es éste el único que da significado a las palabras, las cuales sin él no serían más que sonidos vacíos. Por otra parte, la acción del pensamiento no se limita al vocabulario, que es la materia de las lenguas, sino que se ejerce igualmente sobre la sintaxis, que es su forma y cuyas leyes más generales no son en el fondo otra cosa más que una expresión de las propias leyes de la lógica. Sin el pensamiento, el lenguaje no podría evidentemente existir y no tendría ninguna razón de ser, puesto que no puede tener otro papel más que expresar el pensamiento, o sea traducirlo en signos exteriores y sensibles: de aquí resulta que el pensamiento debe en sí mismo ser independiente del lenguaje, contrariamente a lo que han pretendido ciertos filósofos, según los cuales no se pensaría sin las palabras y para quienes las ideas generales especialmente no son nada más que las palabras que las expresan y no tienen ninguna existencia real fuera de estas mismas palabras. A propósito de esta cuestión de las ideas generales, tendremos ocasión de volver sobre esta teoría a la que se llama nominalismo. Pero aun manteniendo la independencia del pensamiento, contemplado en su esencia, no hay que dejar de reconocer, a propósito del lenguaje, que éste ejerce sobre las manifestaciones del pensamiento una influencia que dista mucho de ser despreciable. El pensamiento se modifica en cierta manera para devenir expresable, y cuando se reviste de sus formas, que son las palabras y las frases, se incorpora verdaderamente. Por consiguiente, las condiciones del pensamiento formulado son distintas de las del pensamiento puro, poco más o menos de la misma manera que el cuerpo entra por una parte en el conjunto de las condiciones a las que está sometido un ser vivo. Acabamos de indicar una distinción entre el pensamiento y la idea: valdría más, en efecto, para mayor precisión, reservar el nombre de idea a lo que es verdaderamente la idea pura independiente de toda forma, y llamar pensamiento a la idea revestida de una forma, bien sea una palabra o un símbolo sensible cualquiera, o aunque sea únicamente una imagen mental. Pero no podemos insistir más sobre esta distinción, que apenas se hace en el uso corriente y que, si quisiéramos profundizarla, nos llevaría más allá del dominio de la psicología. Volviendo al lenguaje, añadiremos que no sirve únicamente para comunicar o para transmitir el pensamiento, aunque sea éste ciertamente su papel más esencial. Hay ahí también un uso interior de la palabra que tiene por efecto fijar el pensamiento, hacerlo más determinado y también aclararlo en cierta medida. Pero por grandes que sean los servicios que el lenguaje nos presta, no deben nunca hacernos perder de vista que el hombre no piensa porque habla, sino que habla, al contrario, porque piensa. Traducción:
Miguel Angel Aguirre
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