SYMBOLOS

Revista internacional de
Arte - Cultura - Gnosis

LAS CULTURAS ARCAICAS
SUS DIOSES Y SUS JARDINES

LUCRECIA HERRERA

I. Mesopotamia
Cuando hablamos de Mesopotamia, y en particular de Babilonia, nos vienen a la memoria aquellas narraciones de los antiguos acerca de sus monumentales construcciones: sus ciudades, sus palacios, sus templos, los zigurats y los extraordinarios jardines —de los que poco se sabe, si no es por dichas narraciones de aquellos viajeros—, irrigados por acueductos que llevaban el agua desde sus ríos tierra adentro, a las grandes urbes y a espacios agrícolas, nutriendo y fecundando la tierra y a los hombres que encontraron su centro en esa geografía sagrada entre el Tigris y el Éufrates. Por lo que no es de sorprender que esos grandes ríos entre los cuales florecieron estos pueblos dejaran impreso, en el imaginario de sus moradores, un profundo respeto y veneración, tanto es así, que a esos cursos de agua “se les había llegado a conceder naturaleza y poderes divinos”.1 “En una época muy antigua se había llegado a considerar al Río “divino”, pues había configurado y dado vida al país en el origen de todo”.2

Personificación del río Éufrates. Mosaico de Zeugma.
Museo de Gaziantep, Turquía.
Dice una mágica invocación:

¡Tú Río divino, eres el creador de todo!
Cuando los grandes dioses excavaron tu lecho
Pusieron la prosperidad en tus orillas,
Y Éa, el rey del Apsû, en su subsuelo
Edificó su morada:
Él te recompensó con el Arrebato, con el Resplandor,
Con el Terror,
E hizo de ti un Diluvio irresistible...3

Sin embargo, explican los autores Jean Bottéro y Samuel Noah Kramer en su magnífico libro Cuando los dioses hacían de hombres. Mitología Mesopotámica,4 que con el posterior desarrollo de un panteón jerarquizado,

muchas divinidades que posiblemente fueron en un principio preponderantes, entre ellas, el Río, pasaron a estar sometidas a la autoridad de los grandes dioses que se convirtieron (...) en los últimos y verdaderos responsables de “todas las cosas”.5

Pero, ¿quiénes eran los grandes dioses? Mucho se ha escrito en siglos más recientes acerca de los dioses, de sus atributos y funciones, de sus mitos y ritos, de los templos y santuarios erigidos en las distintas ciudades donde se les rendía culto. Y es gracias a esos escritores, arqueólogos e investigadores, estudiosos de estas culturas y traductores de la escritura cuneiforme que tenemos noticia de sus mitos e invocaciones, de sus cantos y ritos mágicos y teúrgicos, de sus dioses y su cosmogonía, su pensamiento y su visión sagrada del mundo. Y si bien muchos de estos escritos más recientes toman formas de ver propias del mundo moderno y profano, algunos aún guardan una visión simbólica de las cosas, y si penetramos en ellos con otra lectura de la realidad, profunda y sintética, podemos reconocer y percibir en esos escritos un legado inestimable.

Invoquemos pues a los dioses, que sean ellos nuestros guías, la luz que inspire nuestros trabajos y abran las brechas que conducen a la mansión Celeste, al Jardín del Paraíso y a la Tierra de los Bienaventurados.

Antiquísimos conocimientos patrimonio de la Tradición Unánime fueron revelados a los sabios egipcios, persas y caldeos. Ellos se valieron de la mitología y el rito, del estudio de la armonía musical, de los astros, de la matemática y geometría sagradas, y de diversos vehículos iniciáticos que permiten acceder a los Misterios, para recrear la Filosofía Perenne diseñando y construyendo un corpus de ideas que ha sido el germen del pensamiento metafísico de Occidente conocido con el nombre de Tradición Hermética, rama occidental de la Tradición Primordial. Hermes Trismegisto, el Tres Veces Grande, da nombre a esta tradición.6

Retrato de Hermes Trismegisto.
Colección de grabados de retratos, núm. 22/33.
Biblioteca de la Universidad de Leipzig.

Reza la Tabla Esmeraldina atribuida al “Tres Veces Grande”, Hermes Trismegisto:

En verdad, ciertamente y sin duda: Lo de abajo es igual a lo de arriba, y lo de arriba, igual a lo de abajo, para obrar los milagros de una cosa.7

Advierte Mireia Valls en su artículo Los dioses de Sumer:8

Los dioses son los dioses, ya sea en Sumer o en Egipto, en Grecia o Roma, entre los celtas o los escandinavos, en las culturas precolombinas, los pueblos de Asia, de África u Oceanía. Son siempre los mismos, aunque varíen sus nombres y sus aventuras se narren con imágenes adaptadas a idiosincrasias y geografías. Siendo universales, adoptan diferentes disfraces y máscaras, pero tras ellos se esconden idénticas ideas-fuerza, capaces de erigir el Cosmos y regenerarlo constantemente.9

Antes de extendernos en el panteón propio de las culturas de Mesopotamia, podríamos sintetizar estas ideas o energías en el Árbol de Vida Sefirótico, válido para toda creación, que procediendo de la Cábala hebrea se expresa por medio de 10 sefiroth, esferas o “numeraciones” —númenes—, que a manera de una escala descendente del 1 al 10 se van desplegando, revelando los aspectos, atributos o estados del Ser Universal, Uno y Único, a través de cuatro planos o mundos que ordenan y rigen el cosmos.


Árbol de la Vida Sefirótico.

Sin embargo, “más allá” del Ser, de la Unidad Misma, está Ein Sof, Sin Fin, el Misterio Absoluto, oculto en su Infinitud en el Silencio y la Oscuridad de su No-Ser, de donde todo viene a Ser. Pero dice la Cábala que en su Infinitud y Misteriosa Posibilidad de Todo, se retira a su Oscuridad contrayéndose en el seno de su No-Ser, dejando al descubierto un punto de luz, nacido de Su Pensamiento, hecho majestuoso y misterioso, por medio del cual El Infinito, sin límites, se revela a través de 10 sefiroth de Sabiduría, marcando los límites de la Posibilidad Universal, es decir del Ser.

Olam ha Atsiluth es el plano más alto, el de las Emanaciones Divinas, verdaderamente inmanifestadas e increadas, de donde las Ideas arquetípicas irán modelando el universo en una escala descendente a partir de una Triunidad de principios: Kether, Corona, Principio de la Luz infinita, no manifestada, increada, la primera determinación del Ser, la Unidad, que reflejándose en Hokhmah, Sabiduría, el Sonido primordial, el Verbo espermático que emite el “Hágase la Luz”, fecunda a Binah, la Inteligencia Creadora y Reveladora, la Gran Madre y Matriz universal. Luego, se produce una segunda tríada receptáculo de la anterior, llamada Olam ha Beriyah, el plano de la Creación, prototípico, configurado por Hesed, Misericordia, Gracia y Amor; Gueburah o Din, Rigor y Juicio, y Tifereth, Belleza, corazón del cosmos y del hombre, receptáculo de la luz inteligible, cuyas energías descienden al plano de las Formaciones, Olam ha Yetsirah, constituido por otra tríada descendente, Netsah, Victoria; Hod, Gloria, y Yesod, Fundamento, donde se producen los mundos manifestados. Estos dos planos, el de la Creación, Beriyah, y el de las Formaciones, Yetsirah, conforman el mundo intermediario, el Alma del Mundo y del hombre, dividido por la “superficie de las aguas”, el Firmamento, que separa las “aguas superiores”, vinculadas al elemento aéreo y sutil “el aire”, el psiquismo superior y los estados superiores del Ser, de las “aguas inferiores” relacionadas propiamente con el elemento líquido, “el agua” y el psiquismo inferior. Finalmente, el último plano, Olam ha Asiyah, constituido solamente por la sefirah Malkhuth, el Reino, morada de la Shekinah, la Inmanencia divina u Omnipresencia real en el mundo, donde concretan en la materia todas las energías invisibles del Árbol de la Vida, único plano visible y perceptible a los sentidos.

Este modelo es pues un mandala, un juego de símbolos, un intermediario sintético entre nosotros y lo desconocido, a través de una serie de espíritus, o deidades, que se articulan jalonando un camino mágico evolutivo, que todos los pueblos del mundo han conocido, que constituía el fundamento de su cultura, y al que guardaban como su más preciado secreto.10

Con este mapa del cosmos en mente, podemos ubicarnos y transitar por esos planos y mundos, de ida y vuelta, conducidos y guiados por el dios civilizador e instructor divino, Hermes, —o cualquiera sea el nombre que adopte esta deidad en las diversas culturas—, conociendo y vivenciando así nuestra alma el ascenso escalonado por los distintos estados de la consciencia del Ser.


Árbol de la Vida dividido en 4 planos o mundos, tres columnas y los 4 elementos.

Debemos señalar que para los sumerios el Universo, propiamente dicho, está dividido en Cielo, Tierra, el Aire y el Agua, —elementos igualmente vinculados a los cuatro planos del Árbol de la Vida sefirótico—, creado por una Triunidad de dioses o principios organizados jerárquicamente, y relacionados así mismo, con los cuatro elementos o planos que ellos rigen.

Pero, ¿quién es aquel dios llamado Éa por los acadios y Enki por los sumerios, rey del Absû, a quien se invoca en el poema citado más arriba? En el libro de Jean Bottéro y Samuel Noah Kramer, Cuando los dioses hacían de hombres. Mitología Mesopotámica, se le describe así:

Enki/Éa es quizá (...), en tanto que inventor y difusor de todas las técnicas, dios del conocimiento especializado, de la sutileza y de la astucia, la divinidad que con más frecuencia interviene, y de una manera más activa, en todo el conjunto de la mitología mesopotámica y, en particular, en todos aquellos mitos que tienen que ver con la resolución de los problemas y crisis con que se enfrenta la sociedad divina.11

Dios Éa/Enki en el centro y su consejero Isimud (circa 2300 a. C.).
Detalle de sello de Adda. Museo Británico, Londres.

Esta deidad, por otra parte colmada de recursos, es uno de los grandes dioses de la principal Tríada Sumeria. Mas oigamos lo que nos dice Mireia Valls en su artículo titulado Los dioses de Sumer respecto a esos tres principales dioses del panteón Sumerio expresados jerárquicamente así: An/Anu, el padre y más alto de ellos, es “el Rey del cielo que gobierna el Universo sin moverse de su estrado”.12 Nacido del Caos Primordial o el Océano infinito,

An es, pues, el símbolo del Principio, la primera determinación que contiene en estado potencial todo lo que ha de ser. Es el Ser replegado en sí mismo, el que concibe en su Pensamiento lo que ha de manifestarse como esto o lo otro, y por tanto, el que conoce el nombre de cada una de sus emanaciones, encargadas de la ejecución de su proyecto cósmico.13

Luego, Enlil su hijo, “es el rey del cielo y la tierra, encargado de gobernar el mundo intermediario, de allí su epíteto “Señor del Aire”.14 Es, pues, según la cosmogonía Sumeria:

El Señor, decidido a producir lo que fuese de utilidad. / El Señor, cuyas decisiones son inconmensurables, / Enlil, que hace germinar de la tierra la simiente del ‘país’, / Imaginó separar el cielo de la Tierra, / Imaginó separar la Tierra del Cielo.15

Y así lo hizo. Fue Enlil el que separó el Cielo y la Tierra, y por esto

Enlil, a menudo llamado “La Gran Montaña” y “Rey de las Tierras Lejanas”, (...) es rey, supremo señor, padre y creador esplendoroso, al que se le describe como “tormenta furiosa” y “toro salvaje”. Su centro de culto más importante era el templo de E-kur (la “Casa Montaña”) en Nippur. Su esposa es Ninlil, también llamada “madre” con la que tiene varios hijos.16

En la cumbre de esa montaña vive Enlil con su esposa, “casi tocando el cielo de An, pero mirando siempre hacia los mundos inferiores, asegurando así el funcionamiento de la gran máquina del mundo”.17

Y, finalmente, Éa/Enki: “Señor de la Tierra o del Fundamento, en el sentido de que las aguas dulces almacenadas en el seno de la madre tierra son el sustento de toda vida”.18

Por tanto, fija así, el lugar donde reside,

el Eabzu, o sea la “Casa del Abzu”, siendo el Abzu el gran reservorio de agua dulce subterránea. Se lo considera el dios de la sabiduría y de la magia... y las ciudades en las que se lo veneró fueron Eridu, Kish, Umma y Lagash. Justamente en Eridu, Enki se construye un templo para bajar a vivir en la tierra, denominado Eengurra, “Casa de las dulces aguas”...19

Dios Éa/Enki sentado en su trono en el Apsu
sosteniendo una copa, acompañado de dos
figuras mitad hombres y mitad pez.
Nasiriyah, sur de Iraq,
2004-1595 a. C.
Iraq Museum, Bagdad.
Dotado de gran inteligencia,
Enki idea y colabora directamente en la creación del ser humano y vela siempre por él, pero también participa en la actividad ordenadora del cosmos. Es una deidad activa y actuante, ejecutiva, muy ingeniosa y además inventora y difusora de todas las técnicas. También es astuto, hábil y penetrante, mediando siempre en los conflictos y encontrando soluciones. ¿No estaremos en presencia del Hermes sumerio? ¡Son tantas las similitudes con el mensajero de los dioses greco-romano y todas sus atribuciones! Además, tiene gran capacidad organizativa, de ahí que sea el depositario de todos los me que le otorga Enlil, o sea de los valores culturales y civilizadores que con mesura irá distribuyendo aquí y allá.20

Una vez consolidadas sus funciones, Enki “recorre su amado territorio, ya sea para ir a rendir pleitesía a Enlil y jurarle fidelidad, recibiendo de él todas las bendiciones, o bien para visitar con su barca cada porción de las llanuras, los cañaverales y las marismas, inseminándolas...”,21 permanentemente. Entonces,

… el venerable Enki centró su atención en el Éufrates,
Se instala a sus pies, como un toro impaciente,
Alza su pene, eyacula
Y llena el río de agua brillante 
(…)
El Tigris, enseguida, se sometió a él
Como un toro impaciente,
Que, con su pene levantado,
Produce “el regalo de bodas”.
Como un uro gigante a punto de saltar
Hizo disfrutar al Tigris,
Y el agua que así producía era brillante,
Suave y embriagadora,
¡El grano que producía con ella era denso y alimenticio!22

Río Éufrates y río Tigris. Mosaicos de Qsar, época romana, Libia.

Y luego de esta fecundación de los dos afluentes de agua,

—símbolo, para aquella cultura, del agua de la vida y de la Sabiduría— Enki toca con su mano izquierda la tierra y ésta se torna riquísima, y con la derecha empuña su vara y pronuncia las palabras mágicas para que se mezclen las aguas de ambos caudales, conjunción que hará rezumar todo de prosperidad. Gestos teúrgicos cuya más alta significación alude a la permanente y necesaria conjunción de los opuestos de la que surgirá la vida en todas sus expresiones.23

Pero veamos, no siempre es fácil conjugar los opuestos, unión necesaria para que la creación sea y se genere la vida. Narra el mito que fueron los “obreros divinos”, los Igigu, —que debían ser siete, análogos a las siete sefiroth de construcción cósmica según el Árbol de la Vida Sefirótico—, quienes mantenían abiertos los cursos de agua para vivificar la Tierra entre los dos grandes ríos, el Tigris y el Éufrates. Sin embargo, estos ríos, cíclicamente, se desbordaban “cubriendo toda esa planicie (en sumerio: “edin”, de donde la palabra Edén, en hebreo), destruyéndolo todo para la regeneración de la Vida en ese espacio sagrado o Jardín Primigenio considerado centro del mundo”.24 Y sigue diciendo el mito que esos “obreros divinos”, los Igigu, en un momento dado se rebelan contra los grandes dioses, debido a los extenuantes trabajos de construcción cósmica sujeta a la conservación, destrucción y transformación cíclica propia de todo orden creacional a los que se ven sometidos. Para resolver esta crisis, Enki idea la creación de unos sustitutos con el fin de que los “obreros divinos” puedan descansar, ingeniándose así la creación del hombre, dotándolo de doble naturaleza: divina y humana. Es por esto que Enki vela siempre por el ser humano, conservando de esta forma el orden y el equilibrio en la creación, resolviendo, además, la “crisis con la que se enfrenta la sociedad divina” por dicha rebelión.


Los dioses combaten entre sí. Impresión moderna
de un sello cilíndrico de lápislázuli. Período Acadio.

Pues bien, de momento dejemos el mundo de los dioses y sus “revueltas”, los planos invisibles donde todo va tomando forma antes de descender y concretarse en el mundo de los hombres, incluida esta crisis, y veamos como esos “valores culturales y civilizadores” que con mesura Enki va distribuyendo “aquí y allá”, se van plasmando en el espacio y el tiempo humanos.

Recordemos que,

La cultura (cuya raíz y origen es sagrada), es una intermediaria entre el hombre y la deidad. Y es desde este punto de vista y no desde la vanidad erudita, el enciclopedismo encasillador, o la literalidad mnemotécnica, que ella es iluminadora y un vehículo especialmente apto para el Conocimiento. Sin la esencia de la Cultura, que es el auténtico saber, todo el resto del aparato cultural es sólo letra muerta.25

*
*    *

Con el paso del tiempo y el florecimiento de las nuevas culturas que conocieron su apogeo en Mesopotamia, dice Federico Lara Peinado en su estudio preliminar al libro Himnos babilónicos26 que,

en razón del prestigio alcanzado por Babilonia y Assur respectivamente, sus divinidades locales, de oscuros orígenes, quedaron elevadas a categoría de dioses nacionales, pasando a ocupar la cúspide de sus panteones y, por tanto, a asumir el contenido religioso de las divinidades más significativas.27

Suplantando, por tanto, a las antiguas divinidades de Sumer por otras nuevas con las que se identificaban plenamente. Y es así que ahora, Marduk —divinidad relacionada con la ciudad de Eridu, centro de culto de Éa/Enki, titular del Apsu—, recibe esas cualidades mágicas,

ocupando el rango de señor y dador de vida, y dios principal en el mito cosmogónico del Enuma elish o Poema de la Creación, en donde aparece luchando victoriosamente contra Tiamat, la fuerza caótica primigenia, alcanzando así la titularidad divina indiscutible con el visto bueno de los dioses.28

Representación de la lucha entre Marduk, dios de la luz, y Tiamat, las fuerzas del caos,
narrado en el mito de Enuma elish. Dibujo de L. Gruner. ‘Monuments of Nineveh,
Second Series’ plate 5, Londres, J. Murray, 1853.

Pasa, por tanto, Marduk a ser considerado un dios civilizador y libertador, protector del hombre, y “titular de la magia y de la curación, y fijador de los destinos, los cuales se determinaban anualmente en un complejo ritual”,29 haciéndose con las cualidades de otras divinidades, exaltado a dios principal. Razón por la que

Esta exaltación a dios principal, que coincidió cuando Babilonia hubo conquistado la supremacía política, motivó también que fuese considerado el Señor de los dioses desde el principio, tomando así el nombre de Bel (“el Señor”), título que había recaído hasta aquel momento bien en Anu, bien en Enlil, venerado con tal nombre en Nippur. Marduk recibió culto sobre todo en Babilonia.30

En la antigüedad, las grandes ciudades fueron siempre erigidas a las orillas de ciertos ríos sagrados, “venas y arterias de la tierra”,31 por donde corre “el agua de vida” haciendo posible la existencia de la vida. Allí, o muy cerca de esos cursos de agua, se habían asentado casi todas las ciudades y centros sagrados de culto en Mesopotamia: Nippur, Eridu, Lagash, Uruk, Ur, y la legendaria Babilonia, imagen, por excelencia, de la ciudad celeste para las culturas mesopotámicas.


Descripción de la ciudad de Babilonia según
Athanasius Kircher en su libro Turris Babel, 1679.

De esta célebre y sagrada ciudad relata Heródoto lo siguiente:

La Asiria tiene muchas y grandes ciudades, pero de todas ellas la más famosa y fuerte era Babilonia, donde existía la corte y los palacios reales después que Nino [Nínive] fue destruida. Situada en una gran llanura, viene a formar un cuadrado, cuyos lados tienen cada uno de frente ciento veinte estadios, de suerte que el ámbito de toda ella es de cuatrocientos ochenta. Sus obras de fortificación y ornato son las más perfectas de cuantas ciudades conocemos.32

Sus ciudades, como también sus palacios y templos estaban construidos acorde a su numerología y geometría sagrada. El número cuatro, equivalente al cuadrado en geometría, era fundamental en la construcción de sus ciudades, ya que esta figura de cuatro lados iguales, símbolo en el plano de la Tierra, transmite la idea de orden y equilibrio en el espacio.

En las civilizaciones tradicionales la figura del cuadrado era sagrada —como su complementaria el círculo— por ser un símbolo transmisor y receptor de las energías-fuerza de lo desconocido, a las que manifiesta, siendo el depositario de una carga mágica poderosa, susceptible de ser transformada y utilizada para diversos fines rituales y cosmológicos.33

Narra Heródoto que a esta monumental y sagrada ciudad, Babilonia, la rodeaba un foso profundo, ancho y lleno de agua, (que hacían de ella una especie de isla), y unas murallas de ladrillo cocidos en grandes hornos, cubiertos de una argamasa de betún caliente, muy anchas y altas, y en el recinto de los muros habían “cien puertas de bronce, con sus quicios y umbrales del mismo metal”.34 Y sigue describiendo este gran historiador la extraordinaria urbe que tiene ante sus ojos.

La ciudad está dividida en dos partes por el río Éufrates, que pasa por medio de ella. Este río, grande, profundo y rápido, baja de las Armenias y va a desembocar en el mar Erithreo. La muralla, por entrambas partes, haciendo un recodo llega a dar con el río y desde allí empieza una pared hecha de ladrillos cocidos, la cual va siguiendo por la ciudad adentro las orillas del río. La ciudad, llena de casas de tres y cuatro pisos, está cortada con unas calles rectas, así las que corren a lo largo como las transversales que cruzan por ellas, van a parar al río. Cada una de estas últimas tiene una puerta de bronce en la cerca que se extiende por los márgenes del Éufrates; de manera que son tantas las puertas que van a dar al río, cuantos son los barrios entre calle y calle.35

Babilonia era de las más perfectas, ordenadas y bellas ciudades de cuantas él conocía, totalmente cuadrada, acorde a un plano de base donde las verticales se entrecruzaban con las horizontales en forma de cruz, “el cuaternario, que sirve de fundamento para las leyes del tiempo y el espacio”,36 ordenando la ciudad y la vida de sus habitantes. Sus campos eran ricos en granos gracias al agua de sus ríos que mantenían la prosperidad de sus tierras y de sus cultivos.

En la campiña (...) llueve poco, y únicamente lo que basta para que el trigo nazca y se arraigue. Las tierras se riegan con el agua del río, pero no con inundaciones periódicas como en Egipto, sino a fuerza de brazos y norias. Porque toda la región de Babilonia, del mismo modo que la de Egipto, está cortada con varias acequias, siendo navegable la mayor; la cual se dirige hacia el Solsticio de invierno y tomada del Éufrates, llega al río Tigris, en cuyas orillas está Nino [Nínive].

Ciudad de Nínive. Athanasius Kircher
en su libro Turris Babel, 1679.
Esta es la mejor tierra del mundo que nosotros conocemos para la producción de granos; bien es verdad que no puede disputar la preferencia en cuanto a los árboles, como la higuera, la vid y el olivo. Pero en los frutos de Ceres es tan abundante y feraz, que da siempre doscientos por uno; y en las cosechas extraordinarias suele llegar a trescientos.37

Por otra parte,

No hacen uso alguno del aceite de olivo, sirviéndose del que sacan de las alegrías. Están llenos de campos de palmas, que en todas partes nacen, y con el fruto que las más de ellas producen se proporcionan pan, vino y miel.38

Ubicamos a los historiadores que describieron con todo detalle, y asombro, los extraordinarios Jardines Colgantes que vieron, o más probablemente, oyeron hablar por otros, aunque, ¿quién sabe verdaderamente?, porque algunos dicen una cosa y otros otra, si bien coinciden en que fueron construidos en terrazas sobrepuestas, acorde a su numerología sagrada, a la orilla del río Éufrates, y que su “aspecto era el de un teatro”. Realidad o ficción, la descripción de estos jardines “Colgantes” de Babilonia —sobre los que hablaremos más adelante—, según Diodoro de Sicilia, no dejaban de sorprender, como tampoco la existencia de la enorme piedra que la legendaria reina Semíramis, esposa de Nino, “hizo cortar de las montañas de Armenia, e hizo llevar hasta la orilla del río Éufrates donde la hizo subir a una barca; sobre ésta la llevó a favor de la corriente hasta Babilonia y la hizo erigir junto a la calle más ilustre, y su contemplación provocaba la maravilla de los viandantes. A esta piedra por su forma, algunos le dan el nombre de obelisco y se la suele contar entre las siete maravillas del mundo”.39


Semíramis. Les Sept Merveilles du monde, c. 1639-40,
(aguafuerte y grabado). Claude Vignon, (1593-1670).
Metropolitan Museum of Art, Nueva York, USA.

No debe extrañarnos que esta reina llamada Semíramis, —nombre que según Diodoro significa “paloma” en lengua siria—, dotada de gran belleza e inteligencia, identificada también con Sammuramat, reina de Asiria, inmersa como estaba en la idea de levantar una espléndida ciudad superior a Nínive, colocara esa piedra en el centro de la ciudad, símbolo de la unión del cielo y la tierra, pues bien sabía que esa piedra llamada obelisco,

es una imagen del Eje del Mundo, como el poste sacrificial, el monte (es decir, la pirámide), el árbol sagrado y todo aquello que subraye la verticalidad, y por lo tanto el centro.40

Simbolismo bien importante para toda cultura tradicional como lo es el cuadrado y el círculo, aunque este último es superior, “considerado una figura perfecta (...), ya que todos los puntos de la circunferencia están a la misma distancia del centro”.41 Recordemos que el círculo representa el cielo y el cuadrado la tierra. Y es por eso que las construcciones de los zigurats, sus templos, eran “escalonados de modo espiral”, análogos a la pirámide y la montaña cósmica, cuya cúspide toca el cielo, habitáculo de los dioses. Mientras que la estructura de la ciudad era cuadrada, la de los templos era redonda.


Templo construido por Semíramis en Babilonia
(Arx Semiramidis) con el obelisco en el centro.
Athanasius Kircher en su libro Turris Babel, 1679.

En la firme intención que tenía Semíramis de sobrepasar el prestigio del rey Nino, mandó seleccionar a los mejores arquitectos y artesanos del mundo conocido reuniendo a millares de hombres de todo su reino para llevar a término su obra. Hizo construir dos palacios en la propia orilla del río, “uno que daba al levante y el otro al poniente”. En el interior de éste último hizo levantar tres circuitos; en el primero de ellos estaban “grabadas figuras de animales de todas las especies que, por la destreza técnica con que fueron empleados los colores, imitaban la realidad”. En el segundo circuito estaba representada una “compleja cacería de todo tipo de animales salvajes, cuyo tamaño real era de más de cuatro codos. En medio de ellos estaba representada Semíramis lanzando desde un caballo un venablo contra una pantera, y junto a ella su marido Nino golpeando de cerca, a un león con su lanza”.42


Semíramis y Nino. Athanasius Kircher. Turris Babel, 1679.

Estas representaciones pictóricas en las que aparecen los reyes cazando o luchando contra animales salvajes, leones y panteras, montados en sus carros, a caballo o cuerpo a cuerpo, solían encontrarse en los palacios como recordatorio de la fuerza y poderío Asirio; pero esas cacerías de leones, privilegio de la realeza, ya desde Sumer, tenían un carácter mágico-ritual, como veremos más abajo.

Y ahora, hagamos una pausa en nuestro relato y oigamos lo que narra Diodoro de Sicilia acerca de la leyenda del origen y nacimiento de “la más ilustre de las mujeres de las que habla la tradición”, Semíramis, que dotada de gran inteligencia y valor, poseía todas las demás cualidades parejas a su belleza.

En Siria se encuentra la ciudad de Ascalón, y no lejos de ésta un lago de gran tamaño y profundidad lleno de peces. A orillas de éste se encuentra un recinto consagrado a una divinidad ilustre, a la que los sirios llaman Decreto; ésta tiene el rostro de mujer, pero todo el resto del cuerpo de pez por las siguientes causas.
Los más documentados de los habitantes del lugar refieren la siguiente tradición mítica: Afrodita, que había tenido un tropiezo con la diosa antes mencionada, le hizo concebir un amor apasionado por un joven hermoso que se contaba entre sus adoradores; Decreto se unió al sirio y dio a luz a una niña, pero, avergonzada por sus faltas, eliminó al joven y expuso a la criatura en unos lugares desiertos y rocosos; en cuanto a sí misma, se arrojó al lago, movida por la vergüenza y la pena, y cambió la forma de su cuerpo en la de un pez, razón por la cual los sirios, hasta nuestros tiempos, se abstienen de este animal y honran a los peces como dioses.

Decreto, ilustre divinidad, madre de Semíramis.
Athanasius Kircher, en su obra Oedipus aegyptiacus, 1652-1654.
En las proximidades del lugar en que había sido expuesta la criatura tenían su nido un gran número de palomas, y la chiquilla, de modo sorprendente y sobrenatural, fue criada por éstas; pues unas, rodeando el cuerpo de la chiquilla con sus alas, le daban calor por todas partes, mientras que otras, cuando observaban que se ausentaban los vaqueros y los restantes pastores, traían de las granjas vecinas leche en el pico y la alimentaban dejando caer la leche gota a gota entre sus labios. Cuando la chiquilla cumplió un año y fue teniendo necesidad de una alimentación más sólida, las palomas, picoteando trozos de los quesos, le proporcionaban una alimentación suficiente. Los pastores, al regresar y ver los quesos picoteados, se quedaron admirados ante el hecho sorprendente; de modo que se pusieron al acecho, averiguaron la causa y encontraron a la chiquilla, de excepcional belleza. La llevaron al punto a la granja y se la entregaron al encargado de los rebaños reales, cuyo nombre era Simas. Éste, que no tenía hijos, crió a la chiquilla con todo esmero, poniéndole el nombre de Semíramis, tomado del que en la lengua de los sirios se da a las palomas, a las que desde aquellos tiempos todos los habitantes de Siria no han dejado de honrar como diosas.43

Semíramis alimentada por las palomas. Franc Kavčič,1800-1820. National Gallery, Eslovenia.

No deja de ser significativo que las palomas que cuidaron de la niña desde su nacimiento sean las aves consagradas a la misma Afrodita, diosa de la belleza y el amor.

Luego de un largo periplo signado por el destino, Semíramis había contraído matrimonio con Ones, un miembro del Consejo Real que ahora acompañaba al rey Nino en campaña en el asalto a la ciudad de Bactra y como este asalto se prolongaba a causa de la fortaleza de sus defensas, hizo venir a Semíramis porque la extrañaba. Y ella, dotada de las cualidades que la distinguían, aprovechó la oportunidad para mostrar “la excelencia de que estaba provista”. El rey admirado de su valentía e inteligencia y enamorado de su belleza quiso casarse con ella e intentó persuadir a Ones que se la cediera voluntariamente. Pero éste negándose a la petición del rey y por miedo a sus amenazas, entró en una especie de locura, terminando con su vida colgado de un lazo. Tras casarse con Nino, legendario rey del primer imperio de Asiria que construyó la grandiosa ciudad de Nínive a orillas del río Tigris, Semíramis gobernó a su lado por muchos años hasta la muerte de éste.44

Impresión artística de los palacios asirios en la obra “Los palacios de Nínive”,
de Sir Austen Henry Layard, 1853. Museo Británico, Londres.
Se cuenta que eran maravillosos los extensos jardines reales de Nínive, auténticos paraísos, poblados de árboles exóticos, plantas y animales traídos de lejanas regiones, donde los reyes acostumbraban a recrearse en la caza de leones, cacerías que solían tener un carácter mágico-simbólico, como dijimos más arriba.

Relieve mostrando los huertos y jardines de Nínive regados por acueductos.
Museo Británico. Por Gareth Brereton, Curador, Antigua Mesopotamia.

De estos ritos mágicos sabemos por los bellos relieves de la época del último gran rey de Asiria, Asurbanipal (669 a. C. hasta c. del 631 a. C.),  y por las tablillas de arcilla con escritura cuneiforme que, resistiendo el paso de los siglos, han registrado estos sucesos.

En ellas se informa que cuando un león entraba en alguna estancia del rey en las provincias, debía ser atrapado y llevado en barca al rey. En un relieve aparece Asurbanipal vertiendo una libación sobre los cuerpos recogidos de los leones muertos, quizás con una intención apotropaica. Ya desde Sumer fue un tema simbólico destacado entre los pueblos mesopotámicos. El héroe, y posteriormente el rey, aparece luchando contra fieras salvajes simbolizando la victoria sobre el mal y el caos. En estas cacerías rituales, el soberano como sumo sacerdote, vencía a las fuerzas del mal simbolizadas por las fieras, perpetuando así el orden cósmico y trayendo la prosperidad a sus tierras.45

Detalle de relieve mostrando a Asurbanipal vertiendo una libación sobre sus cuerpos.
Asiria, 645-640 a. C., Museo Británico. Londres.

Asociado al sol por su color y potencia, el león es imagen del poder y está vinculado al principio masculino, al fuego y a la realeza.

En la iconografía de Mesopotamia el león es un elemento fundamental, en las cacerías que se hacían especialmente para atraparlos, e igualmente domesticados habitando los palacios de reyes y señores, pero siempre presente denotando la importancia que se les otorgaba en las civilizaciones que se crearon entre los ríos Éufrates y Tigris.46

Relieve que muestra al rey Asurbanipal durante una cacería de leones procedente
de su palacio en Nínive. Asiria, 645-640 a. C., Museo Británico. Londres.

Relieve mostrando un arpista y músico tocando la lira
con un león amaestrado bajo palmeras y pinos. Asiria.
645-640 a. C., Museo Británico. Londres.

Durante el reinado de ese rey llamado en el libro de Esdras “el gran Asurbanipal” (Esd. 4, 10), Asiria conoció un gran esplendor en las artes y en toda su cultura. Educado por un escriba fue uno de los pocos reyes que sabía leer y escribir desarrollando un gran interés por la historia y la literatura. Se dice que durante su reinado amplió la biblioteca de Nínive, recopilando la memoria sagrada de estos pueblos desde la antigüedad, siendo la primera biblioteca que recogió toda la literatura disponible en escritura cuneiforme de aquel entonces donde se conservaban las versiones más completas del profundo Poema de Gilgamesh en sumerio y acadio.


Ilustración de la Biblioteca de Ashurbanipal en Nínive
por A. C. Weatherstone (1888–1929). Procedencia:
‘Hutchinson's History of the Nations’, 1915.

Y así,

Diferentes centros culturales repartidos por el Imperio se dedicaron a la tarea de recogida de textos, a formar verdaderas bibliotecas y a conservar así (...) el saber del hombre.47

Dicho esto, volvamos ahora a Babilonia y a los renombrados Jardines Colgantes acerca de los cuales nos dice Federico González Frías lo siguiente, raptando al lector a otra lectura de la realidad oculta tras estas construcciones simbólicas:

7ª maravilla del mundo. Estos jardines famosos caían como cascada de terrazas superpuestas en siete alturas, construidos con respecto a su numerología sagrada, e igualmente son siete los niveles de los zigurats; es decir, un recorrido ascendente según lo marca el Árbol de la Vida cabalístico, o a la inversa, cuando las aguas descienden de arriba para bañar las costas de los hombres y ser recibidos por ellos que, en realidad, viven de los efluvios divinos.48

Estas culturas daban gran importancia al número siete, tan destacado en su simbólica, como hemos ido viendo. En un trabajo anterior relacionado con estas culturas señalábamos lo siguiente:

El número siete es mágico porque reúne en sí la cosmogonía completa, es decir la Unidad: 7 es igual a 1 + 2 + 3 + 4 + 5 + 6 + 7 = 28 = 2 + 8 = 10 = 1 + 0 = 1. En el Árbol de la Vida Sefirótico este número está relacionado con las siete sefiroth o esferas de construcción cósmica o Alma del mundo y del hombre, y con el plano o mundo intermediario y sus dioses correspondientes, [como mencionamos al comienzo de este artículo.] Número del que podríamos dar múltiples analogías pero no se trata de hacer un listado sino de señalar la importancia simbólica que tiene para estas culturas, y para muchas otras también, cuya visión del mundo estaba basada en las Ciencias y Artes relacionadas con los números (los númenes), es decir con la astrología-astronomía y los astros que recorrían el cielo en intervalos y tiempos precisos; la geometría, la aritmética y la música vinculadas a los ritmos y ciclos, proporciones y medidas que expresándose en todas las cosas, cristalizaron en su arquitectura, la construcción de sus ciudades, sus templos-palacios y jardines cuajados de símbolos numéricos como reflejo de su visión del universo.49

Se atribuía a la legendaria Semíramis aquella celebre construcción, aunque Flavio Josefo en su obra Antigüedades judías menciona que fue Nabucodonosor II “quien proyectó el susodicho jardín a petición de su esposa, oriunda de Media”. Josefo cita una descripción extraída del historiador Beroso, ya mencionado, sacerdote babilonio del dios Marduk, cuyo escrito c. 290 a. C. es la primera mención conocida de los jardines:

En este palacio erigió muros muy altos, sostenidos por pilares de piedra; y plantando lo que se llamaba un paraíso pensil, y repoblándolo con toda clase de árboles, hizo que la perspectiva se pareciera exactamente a la de un país montañoso. Esto lo hizo para complacer a su reina, porque se había criado en Media y le gustaban las zonas montañosas.50

Nabucodonosor II supervisando la construcción de los Jardines Colgantes acompañado de su consorte Amyitis.
Rene-Antoine Houasse, 1676 CE, Palacio de Versailles. Francia.

Igualmente, Diodoro de Sicilia en su Biblioteca Histórica afirma que no fue Semíramis quien los mandó construir, aunque no menciona el nombre del rey sirio a quién atribuye la construcción. Parece seguro que para la descripción de estos Jardines Colgantes de Babilonia que citamos a continuación, Diodoro se apoya en Ctesias de Cnido, historiador griego y médico que, hecho prisionero por los persas, estuvo luego al servicio del rey Artajerjes II por varios años. Refiriéndose a estas “maravillas” Diodoro relata que:

Estaban también, junto a la acrópolis, los llamados “Jardines Colgantes”, obra, no de Semíramis, sino de un rey sirio posterior que los construyó para dar gusto a una concubina; dicen que ésta, en efecto, era de raza persa, y sentía nostalgia de los prados de sus montañas, por lo que pidió al rey que imitara, mediante la diestra práctica de la jardinería, el paisaje característico de Persia. Cada lado del parque tenía una extensión de cuatro pletros; su acceso era en talud, como el de una colina, y las edificaciones se sucedían unas a otras ininterrumpidamente de modo que el aspecto era el de un teatro.
Las terrazas fueron hechas de modo que bajo cada una de ellas quedasen pasadizos de fábrica, que soportaban todo el peso del jardín y se iban levantando en el escalonamiento, elevándose poco a poco los unos sobre los otros de un modo paulatino e ininterrumpido. El pasadizo superior, cuya altura era de cincuenta codos, soportaba la superficie más elevada del parque y estaba construido a nivel del circuito de las almenas. Además los muros, construidos sin ahorrar gastos, tenían un grosor de veintidós pies, y cada uno de los pasadizos un ancho de diez. Las cubiertas estaban techadas con vigas de piedra que tenían una longitud de dieciséis pies contando con los solapos, y un ancho de cuatro. La techumbre sobre las vigas tenía primero una capa de cañas embadurnadas con gran cantidad de asfalto, después dos filas de ladrillos unidos con yeso, y recibía también como tercera cubierta una techumbre de plomo, para que la humedad de las terrazas no llegase abajo. Sobre éstas se había acumulado un espesor de tierra suficiente para las raíces de los árboles de mayor tamaño; el suelo, una vez que fue nivelado, estaba lleno de árboles de todas las especies que pudiesen, por su tamaño o por otros atractivos, seducir el espíritu de los que los contemplasen.
Los pasadizos, al recibir la luz por encontrarse los unos más elevados que los otros, contenían muchas estancias regias de todo tipo; había una que contenía perforaciones procedentes de la superficie superior y máquinas para bombear agua, mediante las cuales se elevaba una gran cantidad de agua del río sin que nadie situado en el exterior pudiere ver lo que ocurría.51

Muchos viajeros quedaron impresionados por tan maravilloso espectáculo y algunos describieron, asombrados, el tamaño de los árboles, las colosales murallas y terrazas, como también “las máquinas” para subir el agua del río hacia los parques y jardines. Aunque debemos tener en cuenta que muchos de los relatos que nos han llegado, aparte de los ya mencionados, son posteriores al apogeo de Babilonia, cuando esta ciudad ya se encontraba en decadencia y muchas de sus construcciones, en ruinas. Mas con el transcurrir del tiempo han quedado bellos y profundos textos cuajados de extraordinarias imágenes de las maravillas del mundo antiguo. Ejemplo de esto es la obra Turris Babel, entre otras, del sabio jesuita alemán Athanasius Kircher, que vivió en el siglo XVII. Incansable viajero y gran investigador, relató, entre muchas otras cosas, y siguiendo de cierta manera no desprovista de fantasía, las descripciones de Heródoto sobre la antigua ciudad de Babilona y las de Diodoro Sículo sobre los sorprendentes Jardines Colgantes.


Jardines Colgantes de Babilonia,
según Athanasius Kircher en su obra Turris Babel, 1679.

Indudablemente, como vemos, han quedado relatos y narraciones de muchos escritores, filósofos, sabios y poetas que vivieron en épocas muy posteriores a la existencia de estas culturas. Y aunque muchas de estas narraciones aparecen en textos recientes, las referencias allí aparecidas no concuerdan con las referencias de los libros de los autores antiguos que hemos cotejado, por lo que se ha preferido no incluirlas. En el caso de Jenofonte, sí hay una referencia en su obra Económico (IV, 20-25) donde elogia la grandeza de los reyes persas y describe los jardines colindantes a sus palacios, como “auténticos peridaisos, lugares llenos de todas las cosas bellas y buenas que puede ofrecer la tierra”,52 agregando que “el cultivo y el cuidado de la tierra no están reñidos con el cultivo y el cuidado del alma, porque la agricultura permite aprender y practicar cotidianamente la virtud”.

Llegados a este punto, inmersos en el pensamiento y el recuerdo de estas culturas entregadas “al cultivo y el cuidado del alma”, y sin dejarnos arrastrar por la corriente de este mundo, verdaderamente caído, que ha olvidado quién es, de dónde viene y a dónde va, recordar que el hombre —es decir nosotros—, es el único ser capaz de conocerlo todo, de ser todo, y de unir sus dos naturalezas, divina y humana, en su corazón, su centro donde mora la Divinidad, si quiere, y lo desea de todo corazón pues esa es su verdadera función y destino, la de recuperar su estado de Hombre Verdadero, a través del recuerdo del arquetipo, la Unidad del Ser, su auténtica Identidad.

No nos queda más que agradecer a los dioses que nos han llevado hasta aquí —alejando la modorra y el acomodo—, guías en este viaje de retorno al origen, a ese Jardín del Paraíso, que mora en el centro de todo ser.

NOTAS
1 Jean Bottéro y Samuel Noah Kramer. Cuando los Dioses hacían de Hombres. Traducción del francés de Francisco J. González García. Ed. Akal, Madrid, 2004.
2 Ibid.
3 Ibid.
4 Ibid.
5 Ibid.
6 Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha. Revista SYMBOLOS nº 25-26, Barcelona, 2003. Ver en la web: Introducción a la Ciencia Sagrada.
7 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Esmeralda”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013. Ver en la web: Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos.
8 Mireia Valls. Los dioses de Sumer. Revista SYMBOLOS Nº. 58. “Mesopotamia”. Ver: Artículo.
9 Op. cit.
10 Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, op. cit.
11 Jean Bottéro y Samuel Noah Kramer. Cuando los Dioses hacían de Hombres, ibid.
12 Mireia Valls. Los dioses de Sumer, op. cit.
13 Ibid.
14 Ibid.
15 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Cosmogonía Sumeria”, op. cit.
16 Jeremy Black and Anthony Green. Gods, Demons and Symbols of Ancient Mesopotamia, an illustrated Dictionary. Publicado por el British Museum Press, London, 1992.
17 Mireia Valls. Los dioses de Sumer, ibid.
18 Ibid.
19 Ibid.
20 Ibid.
21 Ibid.
22 Jean Bottéro y Samuel Noah Kramer. Cuando los Dioses hacían de Hombres, ibid.
23 Mireia Valls. Los dioses de Sumer, ibid.
24 Lucrecia Herrera. El Poema de Atrahasis o el muy Sabio. Revista telemática SYMBOLOS Nº 58. “Mesopotamia”. Ver en la web: Artículo.
25 Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada Programa Agartha, ibid.
26 Himnos babilónicos. Estudio preliminar, traducción y notas de Federico Lara Peinado. Ed. Tecnos, Madrid, 1990.
27 Op. cit.
28 Ibid.
29 Ibid.
30 Ibid.
31 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Río”, ibid.
32 Heródoto. Los Nueve Libros de la Historia. “Libro Primero, Clío”. Cap. CLXXVIII. Editorial Porrúa, México, 2011.
33 Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada Programa Agartha. “Cuadrados mágicos”, ibid.
34 Heródoto. Los Nueve Libros de la Historia. “Libro Primero, Clío”. Cap. CLXXIX, op. cit.
35 Heródoto. Los Nueve Libros de la Historia. “Libro Primero, Clío”. Cap. CLXXX, ibid.
36 Federico González. Tarot. El Tarot de los cabalistas, vehículo mágico. Carta “El Emperador”. Ed. Mtm editores, Barcelona, 2008. Ver en la web: El Tarot de los Cabalistas
37 Heródoto. Los Nueve Libros de la Historia. “Libro Primero, Clío”. Cap. CXCIII, ibid.
38 Ibid.
39 Diodoro de Sicilia. Biblioteca Histórica. Traducción Jesús Lens Tuero. “Libro II”. Ed. Clásicas, Madrid, 1995.
40 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Obelisco”, ibid.
41 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Círculo”, ibid.
42 Diodoro de Sicilia. Biblioteca Histórica. Traducción Jesús Lens Tuero. “Libro II”, ibid.
43 Ibid.
44 Ibid.
45 Wikipedia: Cacería de leones de Asurbanipal reinado 668-631 a. C. Ver en la web: Entrada.
46 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “León”, ibid.
47 Himnos babilónicos. Estudio preliminar, traducción y notas de Federico Lara Peinado, op. cit.
48 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Jardín”, ibid.
49 Nota extraída del artículo de Lucrecia Herrera, El Poema de Atrahasis o el muy Sabio. Revista telemática SYMBOLOS Nº 58. “Mesopotamia”, op. cit.
50 Joseph. contr. Appion. lib. 1. c. 19.—Syncel. Chron. 220.—Euseb. Præp. Evan. lib. 9.
51 Diodoro de Sicilia. Biblioteca Histórica. Traducción Jesús Lens Tuero. “Libro II”, ibid.
52 Santiago Segura Munguía. Los Jardines de la Antigüedad. Edición a cargo de Javier Torres Ripa. Universidad de Deusto, Bilbao, 2005.
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