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MIREIA VALLS |
Los dioses son los dioses, ya sea en Sumer o en Egipto, en Grecia o Roma, entre los celtas o los escandinavos, en las culturas precolombinas, los pueblos de Asia, de Africa u Oceanía. Son siempre los mismos, aunque varíen sus nombres y sus aventuras se narren con imágenes adaptadas a idiosincrasias y geografías. Siendo universales, adoptan diferentes disfraces y máscaras, pero tras ellos se esconden idénticas ideas-fuerza, capaces de erigir el Cosmos y regenerarlo constantemente. No hay tradición que no los reconozca como las energías invisibles que median entre el Principio supremo y las concreciones materiales de todos los seres y las cosas. Estas emanaciones, que se despliegan siguiendo un orden dirigido por la Inteligencia y la Sabiduría, conforman una red de relaciones a distintos planos de la Realidad, aventuras que son las narradas por los mitos de todos los pueblos y culturas. Los sumerios no son una excepción. Su panteón es casi inabarcable, tal la cantidad de entidades invisibles de distinta categoría que habitan cada minúscula porción del Universo. Desde las tríadas principales de deidades, pasando por las astrológicas, las del inframundo y las que gobiernan sobre cada actividad u oficio, además de las entidades psíquicas inferiores, los demonios, ya sean benéficos o maléficos. Por eso, mucho tienen que revelarnos ahora, en estos tiempos en que el Kali Yuga se cierra. Y teniendo en cuenta que Sumer fue la civilización que tuvo su esplendor al inicio de esta edad oscura, ir al encuentro de sus dioses en este momento es algo así como recuperar la memoria del origen. De su mano, invocándolos y viviendo en nuestro interior sus hazañas, vamos remontando una escala que nos conduce a un “lugar” misterioso en el que todo lo manifestado es reabsorbido. Sabemos el nombre de muchas de las deidades del panteón sumerio, conocemos sus atributos, sus funciones, las ciudades que fundaron y que les rendían culto, los templos que se levantaron para darles albergue y celebrar los ritos y el nombre específico de cada santuario. Nos han llegado también muchas de las gestas mitológicas que protagonizaron, sus apareamientos, descendencia, así como los diferentes nombres que adoptaron en las culturas que los asimilaron, esto es entre los acadios, los babilonios y los asirios. Mucho se ha escrito sobre todo ello, muchos datos recabados por arqueólogos, lingüistas, historiadores y traductores. Informaciones valiosas, eruditas, pero casi siempre marcadas por los prejuicios del hombre moderno que lo analiza todo desde unos parámetros económicos, políticos, sociales y utilitaristas, totalmente profanos, desacralizados y distantes, que nada tienen que ver con los valores de aquellos antepasados inmersos en un mundo simbólico y trascendente. Todo se lo debemos a los dioses, hasta nuestra creación, la de los seres humanos capaces de conocerlos, de descubrirlos como las potencias o energías que conforman el macro y microcosmos, o sea el Universo. Y si algo percibimos a bote pronto de los dioses sumerios es que son, –al igual que en todas las tradiciones de la tierra– los intermediarios entre el aspecto más alto de la deidad y su concreción material; unos instrumentos al servicio del Principio Supremo sometidos a enormes labores, nada menos que las del alzamiento y mantenimiento de la arquitectura cósmica, en permanente movimiento y regeneración. Los encontramos copando cada región del Mundo, cada ámbito del Ser Universal, de modo que cada dios y diosa son un aspecto de este Ser único y tienen una función asignada, una labor invisible pero real e imprescindible, necesaria para que esto que se llama Manifestación sea hasta sus últimas consecuencias. Otra cosa que percibimos es su cercanía a todo lo tocante con lo humano; se diría que dioses y hombre son íntimos, se reconocen mutuamente, dialogan todo el tiempo y su interpenetración es tal que los dioses viven la vida de los seres humanos y éstos la de los dioses. Y con asombro, los descubrimos aquí, a nuestra vera, en nuestra alma. Otra cosa que llama la atención: el despliegue teogónico sumerio está exento de moral, los dioses se relacionan sin juicios ni prejuicios sobre lo que está bien o lo que está mal, pues quien los dirige es la Sabiduría con su aliada la Inteligencia, cuyos valores no funcionan por sí o por no, sino que se profieren desde la unidad que está por encima de cualquier dualidad. La vida de los dioses sumerios tiene, además, muchos bises teatrales, tragicómicos; se diría que están en una representación permanente de la que nosotros no somos sólo espectadores, sino copartícipes de todas sus aventuras y desventuras. ¿Tendrán algo que revelarnos, ahora, a nosotros, estas deidades arcanas tan alejadas en el tiempo y en el espacio pero tan próximas a la vez? El propio rito de este escrito lo irá develando. El caos Las palabras siempre son insuficientes (porque limitan al nombrar) para referirse a lo anterior al Origen, a aquel ámbito del No Ser en el que nada está diferenciado y es lo más parecido a un Océano infinito. El mito Enuma Elis o Poema de la Creación Babilónico, basado totalmente en los saberes de los sumerios, comienza su relato refiriéndose a una inmensidad acuosa en la que nada había, y sin explicar cómo, se nombra a un aspecto masculino, Apsû, que sería la masa de las aguas dulces, y su pareja femenina Tiamat, las aguas saladas. De la mezcla de estas aguas surgen unas primeras entidades, Lahmu y Lahamu, y luego Anshar (“totalidad de los elementos superiores”) y Kishar (“totalidad de los elementos inferiores”); de esta última pareja nacerá An o Anu.
An o Anu, a la cabeza de los dioses An –que en sumerio significa “Cielo estrellado”– es también el “Elevado”, el “Dios Supremo”, “Padre de los dioses“, “Rey de los dioses” y de él se dice que una vez aparecido, permanece siempre reposando en su santuario, el Eanna o “Casa del Cielo”. No es el dios creador, o sea el demiurgo, sino el Principio inmutable. Es, además, el Monarca del Universo al que gobierna sin moverse de su estrado. No se conocen representaciones plásticas de él, sin embargo se lo equipara al Toro, animal fecundo y de un extraordinario vigor y fuerza. El toro bravo y potente, que mira de frente, acaba de clavar su mirada en la tuya y profiriendo un mugido penetrante, dice: “Yo soy Tú”. No deja de ser significativo que la civilización sumeria postdiluviana se desarrolla durante el periodo de la era zodiacal de Tauro que va desde el 4.450 hasta el 2290 a.C.
An es, pues, el símbolo del Principio, la primera determinación que contiene en estado potencial todo lo que ha de ser. Es el Ser replegado en sí mismo, el que concibe en su Pensamiento lo que ha de manifestarse como esto o lo otro, y por tanto, el que conoce el nombre de cada una de sus emanaciones, encargadas de la ejecución de su proyecto cósmico. Así se habla de An en un mito sumerio:
De alguna manera, con estas palabras se expresa la idea de un ámbito en el que nada está todavía distinguido; un “lugar” no espacial ni sometido al tiempo, distinto del cielo por estar más allá de él, o en todo caso en su clave de bóveda, donde se empiezan a concebir e idear los primeros lineamientos cosmogenésicos. Sin embargo, allí nada ha venido a la existencia todavía. Es la potencialidad en estado puro. Entonces, a partir de ese Principio –An– se produce la primera polarización y la aparición de un principio femenino, iniciándose las cópulas de las dos corrientes cósmicas por ellos simbolizadas que se repetirán a distintos niveles para ir dando vida a los mundos y seres del cosmos. Las imágenes de estas primeras hierogamias sagradas protagonizadas por An y sus consortes son tremendamente potentes. He aquí la de su unión con Ki, la Tierra:
Pero esto no ha hecho más que comenzar, An lo tiene todo bien pensado y necesita proveerse de ayudantes para ejecutar el plan divino. De hecho, todas las estrellas del firmamento conformarán su ejército.
Los Anunna, los grandes dioses del cielo hijos de An (que después lo acabarán siendo del infierno), en número variable –a veces se dice que llegan hasta cincuenta–, ya están dispuestos a participar en la labor de construcción, pero necesitan “alimentarse”:
Gracias a la nutrición propiciada por estas diosas prosigue el despliegue. En cuanto aparezcan en escena Enlil y Enki, podrá ejecutarse y completarse el divino proyecto, mientras que An seguirá en su trono, imperturbable, “durmiendo”. ¿Será toda la existencia fruto de sus sueños? An está siempre envuelto en el misterio. Lo suyo es no actuar; esto lo deja para su descendencia. Por eso,
O sea, que lo rodea una corte completa y perfectamente jerarquizada, a cuya cabeza siempre figura él, el Rey, poseedor de todos los me que luego legará a sus hijos para que los pongan en práctica en todos los ámbitos del Universo; y cuando haya sido creado el ser humano, entonces la realeza detentada por An descenderá del cielo, y el rey terrestre operará como símbolo del celeste. Según apunta Mircea Eliade, An:
No podemos dejar de ver una estrecha relación entre la función de este dios-rey y la de Manu, o sea el “Rey del Mundo” de la tradición hindú, entendiendo que éste es:
Función que como veremos más adelante se vehiculará a través de tres entidades denominadas en el hinduismo Brahâtmâ, Mahâtmâ y Mahângâ, muy análogas a las de la terna formada por An, Enlil y Enki, lo cual da indicios de una posible vinculación directa de la tradición sumeria a la Tradición Primordial, igual como sucede con la hindú, además de que haya podido recibir también el influjo de otras ramas secundarias de esa Tradición Unánime –como por ejemplo la Atlante–, pues algunos de los mitos sobre los orígenes de los sumerios narran la llegada por mar de un fabuloso ser, U.an.na, luego llamado Oannés por los babilonios, que les transmitió todos los saberes y conocimientos, y que más tarde otros seis seres análogos también arribaron, pero sólo para “aclarar todas aquellas cosas que Oannés había dicho de manera muy sumaria”, según relata el sabio Beroso en su libro Babyloniaka, del que por desgracia se han conservado muy pocos fragmentos. Desde luego, estos siete hombres-pez son los Siete Sabios –en sumerio apkallu– que acompañan a Manu a lo largo de todo el ciclo cósmico, transmitiendo la Sabiduría Perenne y vehiculando la Ley o Dharma que lo rige. Pero ahora, invocamos con el fragmento de este himno al que está en la cúspide del Universo y de nuestro fuero interno, para que se despierte en nosotros este altísimo estado de la conciencia.
Y continúa este canto de alabanza al dios más elevado, en cuyo honor se erigió aquí en la tierra, en la ciudad de Uruk, un templo para que pudiera morar entre nosotros.
Enlil, divinidad del viento y del huracán Enlil es hijo de An y de él se dice que separó a sus progenitores, hasta entonces siempre unidos, de manera que An se ubicó en lo alto y la Tierra (o Ki) fue llevada por su hijo hacia abajo. Enlil ocupó el espacio intermedio, la atmósfera, de ahí su epíteto de “Señor del Aire”, atribuyéndosele los fenómenos meteorológicos. Por eso se le conoce también como ûmu, “tempestad” y dado que gobierna igualmente las aguas, fue el causante del diluvio universal, enorme catástrofe que acabó con una humanidad corrompida y ruidosa que molestaba el descanso de este dios y de su padre An. Por lo que decidió desencadenar una devastadora inundación que aterrorizó a los mismísimos dioses, y de la que sólo salió un humano a flote en una pequeña barquichuela.11 Éste es el impetuoso Enlil, que tan pronto está distribuyendo los poderes divinos que sustentan el cosmos, como se transforma en un torbellino capaz de arrasar con todo lo creado –de ahí su otro epíteto, alim, “el poderoso”– gesto que paradójicamente opera profundas purificaciones y regeneraciones. En este sentido, Enlil es un dios no sólo destructor, sino también transformador. Se narra que vive junto a su esposa Ninlil o Ningalla en la cima de la Gran Montaña o Kurgal. Y en la tierra, en las ciudades de Nippur y de Lagash, se le levantaron templos denominados Ekur, “Casa de la Montaña”. Enlil hereda las funciones de su progenitor An y deviene el Rey del cielo y de la tierra; se encarga de determinar los destinos de todos los seres e igualmente de la aplicación de la ley. Y al recibir los me o poderes divinos de An, tiene el cometido de distribuirlos por todo el cosmos. Se han encontrado diversas tablillas en las que se le dedican himnos y también varios relatos míticos de los que es protagonista. Dos de ellos son especialmente significativos, pues refiriéndose a un mismo hecho –su unión con la joven Ninlil– en uno predominan ideas cosmogenésicas desempeñadas por esta pareja, y en el otro cuestiones vinculadas al formalismo de la relación y a las funciones que adquiere la esposa al unirse al Rey del cielo y de la tierra. En ambos casos, empero, se utiliza un lenguaje de gran impacto, con imágenes brillantes en escenarios tan cercanos que uno pensaría que son de aquellas tierras fecundas ubicadas entre el Éufrates y el Tigris, aunque en realidad acontecen en el mundo de los dioses, en los planos invisibles donde se prefiguran los dos ríos y los cañaverales, las montañas del norte y la temible puerta del infierno, las ciudades y los templos. Todo está en el cielo antes de descender aquí abajo y materializarse, y los sumerios esto lo sabían muy bien. En el mito que Bottéro y Kramer titulan Enlil y Ninlil, el dios queda prendado de una joven que desobedece los consejos de su madre:
La doncella, sin embargo, se sumerge en las aguas del río, el dios-rey la ve, la asalta y la posee dejándola encinta del que será Sin-Asinbabbar [el dios Luna, “el de brillante aparición”], una deidad celeste de gran importancia en el panteón sumerio que estudiaremos un poco más adelante. Este coito clandestino no ha pasado desapercibido en el cielo y,
Él deja de inmediato el cielo e inicia el descenso que lo llevará hasta la mismísima puerta del infierno, donde adoptará la apariencia de su portero para poseer de nuevo a Ninlil, que lo ha seguido en su carrera descendente, y de esa unión la joven recibe la semilla que engendrará a Nergal-Meslamtaèa (el soberano del infierno). Enlil sigue huyendo y se encuentra más adelante con “el hombre del Río Infernal devorador de personas”, intercambia su identidad con la de él y cuando llega otra vez Ninlil, el dios la vuelve a engañar.
De esta relación furtiva, Ninlil queda embarazada de Ninazu (el patrón del gran templo, del santuario de Énegi), para, en el siguiente y cuarto encuentro, suplantando Enlil al Barquero Infernal, inseminar a la joven que dará a luz a Enbilulu (el encargado de los cursos de agua sobre la tierra). Con este mito de las hierogamias impulsivas y camufladas de Enlil con Ninlil y de las ubicaciones de los hijos que nacerán, uno en el cielo, el otro en el infierno, el tercero en un templo sobre la tierra y el cuarto en el agua, se revela que este dios tiene encomendada la labor de conformar el mundo intermediario entre lo más alto del cielo habitado por An y lo más profundo del inframundo, colocando a cada uno de sus descendientes a lo largo de esta escalera cósmica; así, como quien relata un cuento, ya tenemos el Universo en marcha, y los elementos circulando, alimentados por la quintaesencia… El segundo relato mítico, que los estudiosos contemporáneos han titulado El matrimonio de Sud, cambia el tono y se vuelve formal y más poético. Eso tienen estos escritos sumerios, algunos son directos y sin ornamento, otros delicados y más elaborados.
Enlil consigue en este caso a la doncella enviando a su mensajero Nuska ante Nanibgal, la diosa-madre de la joven, a la que agasaja con todo tipo de presentes, por lo que ésta acaba dando su conformidad al matrimonio:
Llega el momento de las nupcias y la hermana de Enlil, Aruru, acompaña a la novia:
Y a continuación, el dios la inviste como patrona de las que van a dar a luz y de las comadronas y deviene también la diosa de la agricultura, del “grano que hace nacer la vida en Sumer”. Además, le asigna “el arte del escriba, las tablillas adornadas con signos, el cálamo, las planchas de tablillas, la contabilidad, el cálculo, la cuerda de agrimensura, los jalones de agrimensura, el cordón de medir, el establecimiento de mojones y la planificación de los canales y los diques”. De esta forma, entre él y su esposa, ejercen como dioses-soberanos del “espacio” que media entre el misterioso y elevadísimo habitáculo de An y la superficie de la tierra. Mucho más podría decirse de este dios equiparado a la Montaña Sagrada, un accidente geográfico que por su forma triangular y elevada simboliza la unión del cielo y de la tierra; también la verdad que se hace visible para todos y en cuyas entrañas se guardan los secretos de la generación de otros dioses. Visualicemos ahora esta montaña, majestuosa, en cuya cumbre vive él con su mujer-diosa, casi tocando el cielo de An, pero mirando siempre hacia los mundos inferiores, asegurando así el funcionamiento de la gran máquina del mundo. La de la montaña es también una idea gestada primero en el cielo, pues ya sabemos que Sumer era un territorio llano. Por eso se levantaron zigurats a modo de símbolos de la Montaña cósmica, y esos templos piramidales fueron el habitáculo de los dioses entre los hombres. Sólo queremos destacar para finalizar, el poder de la palabra de Enlil, Verbo espermático que crea el Alma del Mundo:
Enki, el amigo de los hombres Irrumpe ahora en este escenario el tercer dios de la principal tríada sumeria, Enki, el “Señor de la Tierra o del Fundamento”, en el sentido de que las aguas dulces almacenadas en el seno de la madre tierra son el sustento de toda vida. Las funciones atribuidas a cada uno de los integrantes de esta terna principal que Enki completa nos evocan directamente las tres funciones supremas que según la tradición hindú ejercen Brahâtmâ, Mahâtmâ y Mahângâ, siendo el primero “el soporte de las almas en el espíritu de Dios”, el segundo el “representante del alma universal” y el tercero el “símbolo de la organización material del cosmos”, relacionados respectivamente con el mundo principal no manifestado, el mundo de la manifestación sutil o psíquica y el mundo de la manifestación corporal. En este sentido, recordemos que An es el Rey del cielo que gobierna el Universo sin moverse de su estrado; Enlil es el Rey del cielo y de la tierra o sea que legisla el mundo intermediario, y Enki es el soberano del Fundamento, de la tierra firme que se asienta sobre las aguas, todo lo cual nos parece muy afín a las funciones de los tres principios hindúes que acabamos de nombrar, pues Brahâtmâ:
En consonancia, pues, con su labor organizadora y de sustento, Enki es jovial, rápido, habilidoso y muy cercano a los seres humanos. El lugar donde reside es el Eabzu, o sea la “Casa del Abzu”, siendo el Abzu el gran reservorio de agua dulce subterránea. Se lo considera el dios de la sabiduría y de la magia y las ciudades en las que se lo veneró fueron Eridu, Kish, Umma y Lagash. Justamente en Eridu, Enki se construye un templo para bajar a vivir en la tierra, denominado Eengurra, “Casa de las dulces aguas”, y lo hace tras previa consulta al oráculo:
Y en este otro fragmento puede observarse como este mismo dios es el que transmite las artes teúrgicas a los hombres, en este caso al sabio rey Enmerkar:
Enki idea y colabora directamente en la creación del ser humano y vela siempre por él, pero también participa en la actividad ordenadora del cosmos. Es una deidad activa y actuante, ejecutiva, muy ingeniosa y además inventora y difusora de todas las técnicas. También es astuto, hábil y penetrante, mediando siempre en los conflictos y encontrando soluciones. ¿No estaremos en presencia del Hermes sumerio? ¡Son tantas las similitudes con el mensajero de los dioses greco-romanos y todas sus atribuciones! Además, tiene gran capacidad organizativa, de ahí que sea el depositario de todos los me que le otorga Enlil, o sea de los valores culturales y civilizadores que con mesura irá distribuyendo aquí y allá.
Por eso, cuando Enki asigna los poderes y éstos se ponen en práctica, se incrementa por todas partes la abundancia y la opulencia. Todo esto sigue aconteciendo en el mundo de los dioses, pero es tan verdadera la máxima hermética cuando afirma que “lo de arriba es como lo de abajo y lo de abajo es como lo de arriba” que Sumer –centro del mundo concebido primero en el cielo– deviene el habitáculo de las deidades en la tierra y es la proyección de ese orden celeste sobre una geografía concreta. Siempre sorprende que las aventuras en las que Enki está implicado sucedan en lugares identificables del próximo oriente, a la vera de esos dos grandes ríos que transportan el agua de vida; aguas que él mismo hace fecundas y a través de las cuales navega con su barca distribuyendo la riqueza por doquier. O sea que dicha geografía es el gran cuerpo en el que coagulan todas las energías vitales transmitidas por Enlil e ideadas por An.
Enki recorre constantemente su amado territorio, ya sea para ir a rendir pleitesía a Enlil y jurarle fidelidad, recibiendo de él todas las bendiciones, o bien para visitar con su barca cada porción de las llanuras, los cañaverales y las marismas, inseminándolas, lo que se relata con imágenes vibrantes como éstas pertenecientes a una tablilla que narra el extraordinario viaje del dios:
Tras esta excitante fecundación de los dos cursos de agua –símbolo, para aquella cultura, del agua de la vida y de la Sabiduría– Enki toca con su mano izquierda la tierra y ésta se torna riquísima, y con la derecha empuña su vara y pronuncia las palabras mágicas para que se mezclen las aguas de ambos caudales, conjunción que hará rezumar todo de prosperidad. Gestos teúrgicos cuya más alta significación alude a la permanente y necesaria conjunción de los opuestos de la que surgirá la vida en todas sus expresiones. Enki sigue navegando con su barca por el río y entonces
Y continúa asignando funciones; a Enbilulu lo nombra encargado de los ríos, a Enkimdu –el patrono de las acequias y los levantamientos de tierra–, lo hace responsable de la agricultura; Ashnan será la encargada de los cereales y Kulla de los ladrillos moldeados; Musdamma es el gran albañil; Sakan, el rey de la montaña, es el responsable de la vida pastoril e Inanna difundirá el amor por las calles; por su parte, Dumuzi, el amante de la diosa, dirigirá el pastoreo. Después Enki establece el catastro y marca el suelo con estacas, para pasar a otorgar funciones a diversas diosas: a Uttu el arte de la tejeduría, a Ninmug la artesanía de la madera y el metal, Nintu es la comadrona del mundo, Ninisinna se convierte en la hieródula de An, Nisaba recibe la regla de medir, establece las fronteras, marca los límites y se convierte en la secretaria del país…y más y más hasta que no queda región ni labor gobernada por una deidad.
Este dios tan prolífico se unirá con su consorte Ninki llamada también Ninmah y tendrá otros amores, procreando aquí y allá, incluso con su madre, su hija, su nieta y su bisnieta. Adulterios e incestos con los que dará vida a diosas, a plantas y a vegetales e incluso a seres deformes, de ahí que toda esta prodigalidad haga ver en él al Zeus sumerio, además de como ya hemos sugerido, a Hermes. Uno de los acontecimientos más extraordinarios en los que colabora es el de la creación del ser humano –lo que está relatado en el Poema de Atrahasis y en otras tablillas encontradas en diferentes ciudades–, con el fin de aliviar el cansancio de los dioses por sus arduos trabajos constructivos. Realmente, erigir un Universo es tarea harto compleja y laboriosa, y llega un momento en el que los dioses se rebelan y piden unos sustitutos. Una de las narraciones es ésta:
Hay otras versiones en las que el hombre es creado también con barro –la materia prima que simboliza su aspecto meramente humano–, mezclado con la sangre de dos deidades sacrificadas (incorporándose con este gesto la parte divina); e incluso en otro mito se relata que todos los dioses escupen sobre la arcilla que se ha amasado previamente con la carne y la sangre del dios We, recibiendo de este modo el hombre la chispa divina que le permitirá recordar su origen celeste. Enki siempre es el artífice, pero no sólo piensa el prototipo del ser humano, sino que una vez creado, vela constantemente por él e incluso cuando el dios Enlil decide enviar el gran diluvio porque los hombres cada vez son más numerosos y molestan sobremanera a los dioses con su bulla, Enki se las ingenia para comunicar a través de una pared –“creyendo” que no hay nadie al otro lado y sin contravenir, por tanto, el juramento que ha hecho a Enlil de no revelar a nadie la decisión de barrer a la humanidad– al más sabio de todos ellos, al rey Ziusudra, la hecatombe que se avecina y todo lo que debe hacer para salvar la esencia del genero humano y de la vida terrestre. Así es la naturaleza de Enki, generosa y protectora de lo que ha venido a manifestarse, pues sabe que el Universo entero es el símbolo de una realidad que lo trasciende. Vida que como ya hemos apuntado más arriba incluye el abanico de todas las posibilidades de ser, incluso la manifestación de deformidades y anomalías, de las que nos dice Federico González Frías en su Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos:
En este sentido, existe un mito en el que Ninmah reta a Enki después que éste ha creado al ser humano diciéndole que ella será siempre capaz de procurar un destino bueno o malo a todos los hombres. Enki, haciendo gala de su gran apertura, deja entonces que se introduzcan carencias e imperfecciones en la existencia, pero le responde que él siempre tendrá los medios “para compensar el desequilibrio que se pueda producir”, de manera que cada vez que Ninmah alumbra a humanos con distintas deficiencias, Enki les encuentra una ocupación compensatoria en la que ser brillantes. Por ejemplo:
En cambio, cuando le toca el turno a Enki y éste crea un ser totalmente atrofiado, un umul, que es
… a éste, Ninmah es incapaz de encontrarle una ocupación, ni siquiera sabe cómo arreglárselas para que subsista. Debido a esa prepotencia de la diosa, han irrumpido las penurias, las dificultades y las calamidades en la existencia. Sin embargo, todo está incluido en el concierto cósmico, hasta lo imposible tiene su lugar y su razón de ser, de ahí que finalmente Enki vuelva a intervenir:
Pueda, pues, el ser humano llegar a desentrañar el sentido sacro de la imposibilidad con la que se topa tantas veces en su vida y ponerla a su favor para que se produzcan aperturas en la conciencia y llegue así a liberarse de todo lo que represente una dualidad, encontrando el sendero de la Unidad del Ser. Las siguientes palabras de un sabio alejado en el tiempo de esta afrenta entre Enki y Ninmah aportan una luz sobre el tema:
Por eso, a este dios tan cercano y benévolo, paciente, dúctil y también contradictorio y a veces un tanto tramposo, se le cantan muchos himnos con inspiradas palabras, que ahora reiteramos con fe y confianza, pues bien haríamos en voltear la mirada hacia él, que mucho ama al género humano y que está predispuesto a protegerlo ante cualquier eventualidad, revelándole las artes y las técnicas con las que poder deificarse:
La tríada astrológica: Nanna-Zu’en, Utu e Inanna Junto a esta primera tríada principal de dioses que han participado en el levantamiento del armazón cósmico y que se lo han repartido según su jerarquía en tres grandes regiones, a saber, lo más alto del cielo, el mundo atmosférico intermediario y la tierra sustentada sobre el mundo de las aguas dulces subterráneas, encontramos ahora a una segunda tríada astrológica simbolizada por la Luna, el Sol y Venus, que son denominados respectivamente en sumerio Nanna –también Zu’en–, Utu e Inanna, los que tendrán la función de marcar los ritmos y pautas de esa arquitectura, dotándola de movimiento e instaurando el tiempo, tanto el cíclico y recurrente como el cronológico.
Los grandes dioses decidieron así su aparición y les asignaron sus dominios:
El primero en importancia fue Nanna o Zu’en, el dios asociado a la Luna, hijo de Enlil o de An según otras versiones, llamado también Ashimbabbar cuando se correspondía con la Luna nueva. Su habitáculo era el Ekishnugal, la “Casa de la gran luz” y aquí en la tierra se le veneró en Ur, Uruk y en Lagash. Con su esposa Ningal, “La Gran Señora”, tuvo a Utu (Sol) y a Inanna (Venus), aunque otras genealogías hacen de esta última hija de Enki. La diosa Ningal, esposa de Nanna. Nanna regía sobre los ganados y su fecundidad:
Con sus ritmos y ciclos, ora crecientes, ora decrecientes, establecía módulos y ordenaba el tiempo en semanas y meses –tal como ahora lo sigue haciendo– y con sus eclipses anunciaba acontecimientos funestos, que influían en la vida de todos los seres y acontecimientos de la tierra. Así lo atestigua este himno que se le dedica bajo el nombre de Sin, que es el que adoptó posteriormente en las culturas semíticas de la zona, donde se ve, además, que es el dios de la adivinación, al que todos consultan:
En otro mito también se narra un tremendo eclipse de Nanna provocado por siete demonios malvados creados nada menos que por An y donde de nuevo Enki, “el poderoso guía de los dioses”, agudiza su ingenio para rescatar a Sin, que se halla turbado en su sede como un ser apático, lo que ha desencadenado una gran desolación y muerte por toda la tierra. Para ello, Enki pide ayuda a su hijo Asarluhi, dándole estas indicaciones acerca de los ritos mágicos que debe realizar en el templo de Nanna:
Y a modo de exorcismo final, Asarluhi debe formular estas palabras:
A través de estos y otros mitos protagonizados por los dioses, podemos conocer el poder que le concedían a la palabra y la gran cantidad de fórmulas, ensalmos y conjuros con los que daban la vida o la quitaban, creaban y mantenían en orden a todas las entidades que pueblan el universo, tanto las benéficas como las maléficas. Y ahora, entonamos este bello canto a esta primera deidad astrológica:
El dios Nanna con sus atributos. Curiosamente, Utu es hijo de Nanna, o sea que el Sol ocupa un rango inferior a la Luna en la cultura sumeria. Es apodado también Babbar, “Resplandor”, siendo su habitáculo el Ebabbar, la “Casa del Resplandor”, y además de ser el dios dador de la vida, es también una entidad guerrera que vela por la justicia y el orden, promulgando leyes y castigos.
Como no podría ser de otra manera, sus funciones le son asignadas por Enki –que le antecede en el orden jerárquico del universo– con estas palabras:
Desde luego que Utu tiene también un estrecho vínculo con el inframundo, pues lo recorre secretamente cada noche, y consecuentemente, una indiscutible relación con el mundo de los muertos. Más adelante, en las culturas acadias y babilónicas, será ensalzado y ocupará un lugar central en su teogonía, conociéndoselo como Samash. El dios Utu en su barca. Y llegamos así al encuentro con la tercera deidad astrológica, en este caso la diosa asociada al planeta Venus –Inanna, hija de Nanna o de Enki– cuyo culto e importancia se extendió por toda Mesopotamia, adoptando los nombres de Ishtar, Astaré, Aserah, etc. Ella conjuga en su seno el vínculo amoroso y el odio furibundo, de ahí que sea la patrona del amor y de la guerra y de todas las luchas en general, así como también de la fecundidad que sigue a las uniones. Empero, los amores con su amante Dumuzi no son muy afortunados… paradojas que son las propias del discurso cosmogónico. Se han encontrado muchos himnos que la invocan, quizás sea la deidad que reúna una mitología más completa, permitiéndonos conocer muchas ideas relacionadas con la iniciación en los misterios del amor y de la muerte, así como la valiosísima relación de todos los me o poderes divinos que aparecen enumerados en uno de esos relatos. Justamente este mito comienza con el viaje de Inanna al templo de Enki, quien la recibe y la agasaja con un gran banquete; mientras festejan, comiendo y bebiendo alegremente vino y cerveza –y cuando Enki ya se encuentra un tanto ebrio–, éste empieza a legar todos los atributos divinos a la diosa, que los recibe en silencio y los sube a su barca celeste para llevárselos a Uruk. El listado es ciertamente una síntesis de las ideas imprescindibles para la instauración de la civilización, abarcando desde las funciones sacerdotales, reales y guerreras hasta las artesanales, así como las referentes a todas las ciencias y las técnicas y a otros aspectos esenciales de la doctrina tradicional.42 Cuando Enki despierta de su sopor y se da cuenta de lo que acaba de hacer intenta recuperar de nuevo los me enviando todo tipo de entidades tremendas contra Inanna, como los Enkum, los Cincuenta Gigantes de Éridu, los Cincuenta Lahamu de Engur, los Grandes peces y finalmente los Guardias de Uruk, pero ninguno de ellos logran hacerse con el contenido de la barca, gracias a la intercesión de la criada de Inanna, que al no haber tocado nunca el agua con su mano ni su pie, protege de este modo a su ama y su bajel. Ianna llega así a su ciudad, que prosperará bajo la dirección de estos poderes. Finalmente, Enki acepta su gesto de transmisión, dando con ello idea de cómo se legan las ideas ordenadoras de una deidad a otra, de una ciudad a otra que toma así el relevo de la anterior manteniendo siempre viva una misma esencia imperecedera. La Reina del Cielo en su santuario con su sirvienta. ¡Y a saber por qué estaremos nosotros ahora recuperando todos estos saberes, sacándolos a la luz y recogiéndolos en estas páginas, en esta pequeña arca que también estamos construyendo y llenando de ideas arquetípicas! Hay otra serie de mitos que relatan la relación de Inanna y Dumuzi, su enamoramiento, la boda, los adulterios del pastor, el descenso de Inanna a los Infiernos, su retorno, el trágico final de Dumuzi y su condena a permanecer la mitad del año en el inframundo y la otra mitad sobre la tierra. Constituyen tanto compendios del arte amatoria como expresiones de ritos purificadores y regeneradores en los que se destaca la simbólica de la hierogamia sagrada, repetida en los templos de Mesopotamia con motivo de la celebración del Año Nuevo, donde esos esponsales divinos eran escenificados por una hieródula sagrada en el papel de Inanna y el rey como el dios al que se une. Ritos que regeneraban el tiempo y el espacio, sacralizándolo y aportando fecundidad y unión entre todos los planos del Ser Universal. Mas dejémonos arrebatar por la narración de dichos cortejos tan vívidamente evocados en los mitos:
La doncella se prepara y toma sus baños rituales:
Imagen guerrera de Inanna. El novio ya se acerca y ella se dirige a sus amigas empleando términos de una gran carga erótica, como es muy habitual en las relaciones de los dioses mesopotámicos, en las que el sexo no es tabú, sino la clara expresión del necesario y permanente encuentro y desencuentro de las dos corrientes cósmicas, la positiva y la negativa, abocadas a uniones y repulsiones expresadas sin tapujos:
Llega el día de la boda. Inanna se viste ritualmente, se peina, se enjoya, se coloca piedras preciosas y metales en puntos significativos del cuerpo: las de lapislázuli para adornar su pecho y su moño, cuentas ovoides para sus nalgas, brillantes gemas para su cabeza, cintas de oro para el cabello; cogió también la piedra llamada “la que cubre la Casa principesca” y la clavó en su nariz, pendientes de oro en sus orejas y colgantes de bronce en los lóbulos; puso unos adornos de madera de ciprés y boj entorno al ombligo en el cual había pinchado un bonito anillo en forma de paloma; tomó una cadenilla y la situó alrededor de sus caderas, y puso una brillante piedra de alabastro en su muslo; y en la vulva, incrustó una joyita en forma de negro sauce. Y así ataviada, en “el ombligo el cielo”, en el aposento que Enlil tenía en el Eanna de Uruk, el en (Señor) la encontró. En el Eanna, el pastor de Enlil, Dumuzi, la halló y la diosa comenzó entonces a cantar y a danzar.
Son varios los relatos de este magno acontecimiento, al que sigue la ida de los esposos a su nuevo hogar y el juramento que toma Inanna a Dumuzi de no volver a fijar su mirada sobre ninguna otra doncella. Sin embargo, parece ser que ni los dioses están curados de tentaciones, y Dumuzi acaba siendo infiel a su esposa, que enterada del adulterio, arroja a la esclava al exterior de la muralla de la ciudad por el matacán. No contenta con la muerte de su contrincante, sale en busca de su esposo, el cual había tenido un sueño premonitorio de su propia muerte que le es interpretado por su hermana Geshtinanna. Ésta le aconseja que se oculte primero entre la hierba y luego entre las plantas pequeñas y entre los arbustos, pero demonios furibundos y terribles acaban encontrándolo en una profunda grieta; el pastor escapa gracias a la intercesión de Utu, y tras una serie de peripecias vuelve a casa de su hermana y se esconde en el redil donde finalmente los demonios dan con él y le quitan la vida. Interrumpimos en este punto el mito para prestar atención a lo que está haciendo mientras tanto Inanna, que si bien por venganza deseaba la muerte de Dumuzi, por otro lado lo llorará con amargura cuando lo vea muerto, aunque le viene muy bien su defunción porque así ella podrá liberarse del Infierno al que ha decidido descender. Desde luego que esta trama poco difiere de muchas de las correrías de los seres humanos. ¿Será que los dioses están sometidos igualmente a los embates de las pasiones, de los odios, las venganzas y traiciones? ¿Qué es, entonces, lo que los hace distintos de los seres humanos? Pues aquí los vemos peleando, festejando, comiendo, trabajando incansablemente, haciendo el amor, viajando del cielo a la tierra y viceversa, y también bebiendo a troche y moche, acicalándose, dialogando, muriendo y resucitando. O sea, que de alguna manera parecen dirigidos igualmente por unos hilos invisibles que los mantienen en perpetuo movimiento, alimentando con sus acciones la Rueda de la existencia. Y es tanta su actividad en esos planos invisibles que acaban agotados y por eso deciden crear al ser humano, para que coadyuve en la obra creacional y la complete hasta sus más concretas manifestaciones, cosa que ellos, por ser invisibles, no pueden nunca llegar a materializar. Éste es el punto que los distingue de los seres humanos; y la grandeza del hombre, habitar el mundo de la concreción material, pero simultáneamente poder vivenciar todos esos planos invisibles en su conciencia. Es notorio que todos los dioses trabajan; todos menos uno que permanece siempre inmóvil, inafectado por este devenir de mundos y dioses, demonios y seres humanos… En él estará, pues, la clave de tanto trajín y también la de la posibilidad de salirse de él… pero no nos precipitemos. Volvamos a Inanna, que no contenta con ser la Reina del Cielo decidió un día presentarse en los dominios de su hermana Ereshkigal –la temible diosa del Infierno que acababa de perder a su esposo Nergal–, habiendo dado primero todo tipo de instrucciones a su asistenta por si acaso no regresaba de su descenso, pues
Cuando llegó a las puertas del palacio de Ganzir, llamó para que le abriesen la puerta. El portero la interrogó y después de conocer su identidad fue a consultar a su Señora, que le dio la venia para que Inanna accediera a sus dominios, pero con la condición de someterse sin ninguna objeción a sus leyes. Inanna se ve obligada, ante cada una de las siete puertas del Infierno, a despojarse de todos sus abalorios y vestimentas, desde la corona, el cetro, las joyas, el tapa senos, etc., hasta que
Ya en presencia de su hermana, ésta le lanza una mirada fulminante e Inanna cae muerta. La diosa ha conocido los misterios de la vida, del amor y de la muerte a la que ha llegado despojada de todo, completamente desnuda y sola. Ha unido con su recorrido descendente lo más elevado del cielo con lo más profundo del inframundo, y es a través de su historia ejemplar –análoga al viaje iniciático que posibilita al ser humano conocer y recorrer en sí todos los estados del ser–, que nos revelará las pistas de su resurrección y la posibilidad de invertir el sentido de ese viaje, volviéndolo ahora un ascenso desde este punto más bajo hasta el punto inmóvil de la cúspide del cielo. Inanna remontará contracorriente la escala de los mundos, hasta ser finalmente exaltada junto a An. Su retorno a la vida se produce por intermediación de la magia de Enki, el cual forma dos seres –Kurgarru, a quien le entrega el “Alimento de la Vida” y Kalaturru a quien le da el “Agua de la Vida”– con la porquería que le quedó en las uñas tras la creación del ser humano. Ambos seres descienden a los dominios de Ereshkigal, y después de restablecer a la temible y sanguinaria diosa que se encontraba enferma, le piden a cambio de su curación el cadáver de Inanna que pendía de un clavo sobre el que derramarán sus dones, devolviéndola a la vida. Pero al dirigirse hacia la salida del Infierno, los Anunna exclamaron:
Y aquí es donde entra de nuevo en escena Dumuzi, que como ya sabemos ha muerto y será el escogido por la diosa para entregarlo a cambio de su liberación, quedando el dios obligado a permanecer en los Infiernos la mitad el año, y la otra mitad su hermana Geshtinanna. Vemos así como ciertos dioses no pueden escapar a sus destinos, obligados a seguir alimentando la rueda de las mutaciones, tal el caso de estos dos hermanos, que simbolizan el constante perecer y renacer de los años y de otros ciclos mayores. Adorador en el interior del santuario de Inanna, flanqueado por dos seres alados con bolsito. Sin embargo, el destino para Inanna es otro, mucho más elevado, pues ella logra sustraerse del encadenamiento de la Existencia y trazar la ruta, con su exaltación final, de la única salida totalmente liberadora, que es la restitución de la Androginia original y la vivencia del estado de Unidad. Todo este tramo final queda recogido en un mito babilónico en el que An o Anu eleva a la diosa hasta la cúspide más alta del cielo, a petición de todos los otros dioses:
Así se hace. Inanna, victoriosa en el amor y en la guerra, ha logrado atravesar todas las puertas y velos sutiles del universo –análogos a los estados de la conciencia del ser– gracias a su constante y aguerrida lucha, a su intrepidez y bravura, conjugando siempre las atractivas artes amatorias con las más encarnizadas peleas. Así es también cómo se producen las luchas en el interior del alma que desea retornar a su Origen. La culminación es de nuevo una conjunción, una cópula entre la diosa y su Principio (simbolizado en este caso por An). Reunión gloriosa que es narrada de este modo en su mito de exaltación:
Y para terminar, An la inviste Soberana del Universo, le entrega su templo con su cámara más secreta, el cetro y le pone la tiara sobre la cabeza:
Inanna exaltada como Reina del Universo. Anu y Antum ocupan desde este momento la cúspide del universo. De dos, con su matrimonio, han hecho uno. Este Uno es la clave para liberarse de las historias recurrentes, de todos los amores y de las indefinidas luchas.54 Todo el tiempo, circular y cronológico, es reabsorbido en este punto. El espacio ha desaparecido, ya no media nada entre el uno y la otra, pues se ha realizado la Unidad indiferenciada. Gracias a la historia ejemplar de Inanna sabemos que hay una salida olvidada de esta Rueda de la Existencia y un salto allende la Cadena de los Mundos. La tiara con la que es coronada Inanna, que es la misma que la de Anu, indica dominio sobre los tres mundos que conforman el Universo, y a la vez, entrega a lo que está más allá de él. Acerca de lo que hay por encima de esa tiara real, los sumerios no nos hablaron. Quizás no se han hallado las tablillas que lo hagan, o quizás nunca lo hicieron por la propia naturaleza inexpresable de lo que está más allá del Cosmos. Nergal, Ereshkigal y las catervas de demonios En el polo opuesto de esta pareja suprema nos encontramos con otra, la conformada por el dios Nergal y su esposa Ereshkigal. Estos son los reyes del inframundo, aquel lugar del que nadie regresa, o casi nadie, pues ya hemos visto que Inanna sí lo consiguió. El infierno, también llamado el Más Allá, es un lugar lúgubre y polvoriento,
En una tablilla se relata el sueño de un príncipe asirio que ha tenido una visión de la jerarquía de entidades que rigen y guardan este ámbito. Pongámonos a temblar, pues de estas prisiones pocos escapan.
Y ahora viene la visión del rey del inframundo:
Imagen de Nergal, dios del inframundo. Como ya sabemos, del Infierno sólo pudo salir airosa Inanna, no sin antes haber muerto y resucitado gracias a las artes de Enki. Nergal también podrá bajar y subir por esta escala cósmica, pero sólo hasta que sella su definitivo pacto con la diosa Ereshkigal, momento desde el que permanecerá atado a ese mundo inferior por siempre más. De este modo queda perfectamente trazado el eje que conecta lo más profundo del inframundo con la cúspide del cielo y los regentes de cada uno de estos dos extremos. Existen dos tablillas que relatan el mito de la relación protagonizada por los soberanos del Infierno; son de época posterior a los sumerios, pero cabe pensar que inspiradas directamente por su panteón, en el que no podían faltar los soberanos del Más Allá. De los dos relatos, el más antiguo nos presenta a la reina Ereshkigal instalada en sus dominios y sin posibilidad de poder subir al cielo para participar del ágape mensual que celebran todos los dioses. Por eso, envía siempre a su visir a recoger la parte que le corresponde del banquete. Al llegar al cielo, todos los dioses se ponen de pie para recibirlo, todos excepto uno que lo ignora, Nergal. Informada la reina de esta afrenta, se siente totalmente ofendida y envía de nuevo a su mensajero para que le traiga a ese dios insolente, y así poder darle muerte. El visir sube de nuevo y no es capaz de reconocerlo porque Nergal, a instancias de Enki, se ha rasurado la cabeza para camuflarse. Y así sucede durante un tiempo, hasta que Nergal, temeroso de que finalmente lo identifique y aconsejado igualmente por Enki, decide bajar al infierno con catorce guardianes y enfrentarse con violencia a la temible diosa. Así lo hace, y con la ayuda de esos aguerridos acompañantes toma posesión de las catorce puertas del infierno y logra rebajar a Ereshkigal, quien le suplica clemencia cuando el dios está a punto de darle muerte. ¡Y vaya cosa sorprendente que le ofrece la diosa!
Estos sumerios lo explicaban todo con relatos aparentemente sencillos –pero profundos en conocimientos– copados de grandes luchas, ingenio y estrategia e indisolubles conjunciones que catapultaban a otros estados. Lo hemos visto con todas las bodas entre dioses: después del enlace, la nueva reina o rey divinos adquieren atributos y funciones que no poseían, lo que viene a ser un símbolo de las constantes transmutaciones, las propias de este organismo vivo que es el universo, que se alimenta, muere y regenera a través de dichas operaciones acaecidas en el interior de sí mismo, produciendo ya sea materializaciones o sublimaciones, fermentaciones y exaltaciones. Eso son las gestas de los dioses, tránsitos a través de los estados múltiples del Ser, y ellos, el símbolo de cada uno de esos estados, los que sólo pueden concretarse si el ser humano los encarna. Hay, entonces, deidades que representan los estados superiores y más altos, y otras los inferiores. Y en el justo medio, el hombre religando lo de arriba con lo de abajo en su corazón y conociendo todas estas posibilidades, o sea identificándose con ellas, dándoles vida, de ahí que en un himno se hable que los sumerios podían “parir a los dioses” y actuar todas sus gestas. Nergal y un demonio león castigan a un pecador. Pero volvamos al segundo relato de los soberanos del Infierno que comienza del mismo modo que el anterior, o sea, con esa afrenta por el menosprecio de Nergal hacia el visir de Ereshkigal y la exigencia de la diosa de traer ante su presencia al desvergonzado. En este caso, el valiente dios decide bajar al Infierno sin demora y pedir perdón a la diosa, eso sí, siguiendo los consejos que le da Enki de no aceptar el trono que se le ofrecerá nomás llegar, ni la comida ni la bebida, ni mucho menos que se deje seducir por la reina; sin embargo Nergal sucumbe a los encantos de la diosa y duerme con ella seis noches, mas antes de que se cumpla la séptima, “plazo de máxima permanencia provisional”, le pide poder retornar al cielo con la promesa de que volverá.59 Empero el dios incumple su palabra y Ereshkigal envía a su visir para buscarlo, pero no da con él, pues en esta ocasión no solamente es calvo sino que además se ha vuelto bizco y patituerto. Finalmente, Enki le da nuevas instrucciones a Nergal para descender ante Ereshkigal y el desenlace es éste:
Conforman esta corte infernal, además de dichos soberanos, un conjunto de demonios malvados enviados también por An, en número indefinido, pero con siete cabecillas llamados los Utukku,
Estas son algunas de sus fechorías:
Empero, no todos son malignos, sino que algunos eran benéficos, tal el caso de Karibu, Shedu o Lamassu, aunque generalmente sus intenciones eran más bien destructivas y mortíferas. Según explica Lara Peinado:
Malditos todos ellos. Malditas estas entidades de orden psíquico que no hacen más que entorpecer y poner trabas tanto a dioses como a seres humanos; por eso mejor no darles bola y mantenerlos a raya, aunque alguna vez gracias a su intervención se producen fuertes sacudidas que provocan muertes, purificaciones y resurrecciones; nos hacen reconocer el error, la estupidez y las flaquezas, y aprovechando su poderosa energía, podemos salir volando a otras esferas que ellos nunca jamás alcanzarán. Porqué, ¿dónde es que no llega ni la enfermedad, ni el miedo, ni la muerte? ¿Quién lo sabe? Pues quien lo descubra, no se lo revele a estos malditos empozoñadores que se alimentan de sudores y sufrimientos y del veneno de las excrecencias psíquicas. Para ellos tal comida. Y como decía un viejo conocido: nosotros, “vivimos de arriba”. Otras deidades secundarias Ya hemos visto que en este grandioso escenario han comparecido otras deidades que acompañan a las principales, como son las esposas de An, Enlil y Enki; también otras diosas, las protectoras de los ganados, de los cereales, las que custodian la escritura, las asistentas en los partos y la crianza, la diosa del mar, la sanadora… conformando entre todos unas cortes con pajes, visires, guerreros, jardineros, médicos, cocineros, etc. A destacar los igigi, deidades excavadoras de los canales que dan curso a las aguas y permiten la vida en las ciudades y la fertilidad de los campos y pastizales; siendo primero terrestres, son ascendidos posteriormente al cielo. Por otra parte, el nombre genérico con el que se conoce a los hijos de An es el de Anunna. Se dice que llegaron a ser cincuenta. No se sabe porqué motivo algunos de ellos pasaron de ser celestes a vivir en el inframundo y a ejercer como jueces de este ámbito. Es imposible conocer a todas las deidades sumerias, que además cambiaban de nombres en las distintas ciudades, aunque sus funciones fuesen las mismas. Esto da idea de un mundo orgánico, donde las energías cósmicas están vivas y son actuantes a través de los seres humanas que las recrean. Los dioses necesitan de nosotros para que todo el flujo de energías que ellos simbolizan acabe concretándose en la tierra, y nosotros los necesitamos para que se abran esos espacios de la conciencia sutiles, invisibles y cada vez más elevados y universales que duermen en el fondo de nuestra alma. Hemos tenido oportunidad de asistir a las asambleas que convocan constantemente para plantear y resolver los innumerables problemas y conflictos que comporta crear y mantener el movimiento del universo; hemos escrutado sus pensamientos, conocido sus decisiones, tanto las constructivas como las destructivas; hemos asistido a la creación del género humano y a su intento de exterminio.64 Nos hemos enamorado con ellos, amado, peleado, hemos bajado a los bajos fondos y nos hemos muerto de miedo. Nos hemos quedado desnudos, sin nada. Y conociendo sus miserias, envidias, confrontaciones, ansias de poder, su incansable capacidad de generación y combate, hemos reconocido el tejido de nuestra alma humana y más que humana. Por eso, toda la existencia de los sumerios era una escenificación reiterada de las aventuras divinas. A través de estos ritos llevados a cabo por los sacerdotes, reyes, artesanos, campesinos y otros componentes del entramado social de sus ciudades, atraían las energías celestes a su cotidianidad, que transmutadas al ser aprehendidas, tenían el poder de elevar el pensamiento de todos los participantes a su fuente original. En definitiva, una magia y teúrgia permanente que es la propia respiración del Ser Universal.
No podemos terminar sin referirnos a una última divinidad, Ninurta, hijo de Enlil y considerado un gran guerrero, el prototipo del héroe triunfador. Él es protagonista de un relato épico, Lugal.le o Ninurta y las piedras, en el que lucha contra el terrible monstruo Asag que se ha apoderado de la Montaña mítica, el Kur, e incluso se enfrenta con la Montaña misma, con todas sus piedras amotinadas que van cayendo sobre el héroe; una batalla de connotaciones cósmicas e históricas, pues se refiere tanto a la guerra que Sumer mantuvo con los habitantes de las montañas del norte como a la lucha titánica contra las energías adversas que pretenden apoderarse de los lugares sagrados y erigirse como sus regentes. Ninurta sale victorioso de la gesta con la ayuda de sus extraordinarias armas y de los consejos mágicos de Enki.66 Pero nos interesa ahondar un poco más en el tema de la usurpación de poder –un peligro siempre al acecho para aquél que emprende una senda deificadora–, hecho que está muy presente en todos los mitos protagonizados por este dios-héroe. En otro de ellos, titulado El mito de Anzû, tiene que enfrentarse al espantoso pájaro Anzû, un ave creada por Enki con la misión inicial de proteger y custodiar el ámbito más sagrado del templo de Enlil que guarda los secretos de los me. Sin embargo, llega un momento en el que el pajarraco:
Ante tal fechoría el universo se paraliza, Enlil también se paraliza.68 La soberanía ha sido usurpada por un impostor. An convoca a todos los dioses y propone de entre ellos a los más aguerridos para ir a enfrentarse a la bestia. Pero ni Adad su hijo, ni Girru hijo de Annunît, ni Sara hijo de Inanna aceptan el reto por miedo. Finalmente Enki, pidiendo consejo a la Madre de los grandes dioses, señala a Ninurta como elegido. Bien instruido por su madre y por Enki, el fortísimo dios emprende la batalla, pero tras un primer intento fracasa a causa de los poderes sobrenaturales de Anzû. En una segunda ocasión, Enki le revela la táctica a seguir:
Ninurta luchando con el pájaro Anzû. Ninurta logra así vencerlo, los Poderes divinos retornan inmediatamente a su lugar y al pájaro se le corta la cabeza. El héroe regresa vencedor y se le da lo prometido, reconocimiento, gloria y omnipotencia entre los dioses y capillas levantadas en su honor por todos los lugares. Pero entonces, esa parte oscura y egótica de su alma (que es el propio pájaro Anzû que acaba de matar) comienza a engrandecerse en su interior y alimenta el deseo de acaparar para sí los Poderes que acaba de rescatar. Poco a poco va creciendo su soberbia y esas ansias irrefrenables de convertirse en el supremo soberano.
Pero Enki, que escruta los corazones y conoce las ocultas aspiraciones de Ninurta, planea una estrategia para humillarlo. Crea con un poco de barro del Abzu una tortuga que atrae al héroe hasta la entrada de su santuario, y cuando lo tiene cerca, el animal lo agarra por detrás del tobillo, lo arrastra a empujones y con sus garras va excavando una fosa en la que hace caer al altanero.
Gracias, Enki, porque acabas siempre devolviendo todo a su lugar, amigo muy cercano, guía en nuestro peregrinar. Intercede hoy por nosotros, en estos tiempos tan atribulados, manteniéndonos firmes en los conflictos que todavía nos aguardan. Infúndenos valor, paciencia y amor a cada paso, para no caer en las garras de la soberbia o de la estúpida tontera. Ábrenos el ojo del corazón, y aunque sabemos que el fin del mundo ya fue, debemos concurrir al cierre de esta función guardando en la memoria la integridad de lo que se nos ha legado, para entregarlo sin mácula en el regazo de la Gran Matriz. Apunte final Todos los dioses navegan en barcas. Todos excepto An que no la necesita, por ser el que mora en el puerto de destino. Nanna llena la suya de fastuosos regalos cuando va a visitar a Enlil a su templo de Nippur; tan grande es el bajel que cuando la proa arriba a una nueva ciudad, la popa todavía toca el puerto de la que partió. Enki, tras el ritual de purificación, se sube a su “Ibice del Apsû” que lo transportará alegremente por todo su territorio, organizándolo. Inanna carga todos los me que le entrega Enki en su barca celeste para viajar hasta Uruk y dar esplendor a su ciudad. En la barca “Salva vidas” que Enki dibuja sobre un pedazo de tierra, se subió luego de construirla el muy sabio con su mujer, su familia, parentela, artesanos y animales para protegerse del Diluvio, guardando en esa caja-cubo los gérmenes de un nuevo mundo. Sabemos de una barca invisible que ahora surca las aguas recalando en algunos puertos, donde acuden a su encuentro ciertas almas sin apenas equipaje. No esperan subir para salvarse, sino para depositar en ella lo que debe ser resguardado. ¡Ojo de no confundirla con la barca del barquero infernal! Intentará engañar a más de uno y quedarse con el botín, o embarcar a los ilusos que pretenden salvar su pellejo perentorio y se los llevará hasta el Infierno. Esta otra misteriosa barca está hecha a prueba de agua y fuego. Tiene espacio para el Rey del Mundo y sus siete acompañantes, aquellos hombres-pez que un día salieron del mar cerca de las tierras de Sumer, con un pequeño bolsito que quizás contenía todos los secretos del Universo. Ahora, estos siete sabios –los apkallu– y su Soberano no tardarán mucho en emprender el vuelo tras recoger en su bajel lo único que debe ser rescatado de este viejo mundo. Oannés con su bolsito. |
NOTAS. | |
* | Todas las imágenes de este artículo, a excepción de la última, pertenecen a sellos publicados en el Diccionario ilustrado de Jeremy Black y Antony Green: Gods, Demons and Symbols of Ancient Mesopotamia, an illustrated Dictionary, publicado por el British Museum Press, Londres, 1992. |
1 | Federico Lara Peinado, Mitos de la antigua Mesopotamia. Héroes, dioses y seres fantásticos, “El cosmos en tiempos míticos”. Dilema Editorial, Madrid, 2017. A propósito de Lahmu y Lahamu se explica en la Wikipedia: Lahmu (Lakhmu) y Lahamu (Lakhamu) son dos gigantes de Babilonia y hermanos de la mitología mesopotámica, hijos de Apsu y Tiamat; normalmente se los conoce como “los melenudos” o “barbudos”, o también como “los fangosos” y “los pensantes”. Tenían tres pares de rizos y estaban desnudos excepto por una triple faja roja, y solían ser representados como una serpiente. Se dice que representaban al suelo (lodo), o al sedimento, de ahí “los fangosos”. Quizás fueron padres de Anshar y Kishar, horizontes del cielo y la tierra. |
2 | Mircea Eliade, Tratado de historia de las religiones. Ediciones Cristiandad, Madrid, 1981. |
3 | Federico Lara Peinado, Mitos de la Antigua Mesopotamia. Héroes, dioses y seres fantásticos, op. cit. |
4 | Ibíd. |
5 | Ibíd. |
6 | Ibíd. |
7 | Ibíd. |
8 | Mircea Eliade, Tratado de historia de las religiones, op. cit. |
9 | René Guénon, El Rey del Mundo. Paidós Orientalia, Barcelona, 2003. |
10 | Himno a An tomado de la entrada “Himnos Sumerios” del Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos de Federico González Frías. (Libros del Innombrable, Zaragoza 2013). |
11 | Para el tema del diluvio ver el artículo de Marc García y el de Lucrecia Herrera en este mismo número de la revista. |
12 | J. Bottéro, S. N. Kramer, Cuando los dioses hacían de hombres. Mitología Mesopotámica. Akal, Madrid, 2004. |
13 | Ibíd. |
14 | Ibíd. |
15 | Ibíd. |
16 | Ibíd. |
17 | Ibíd. |
18 | Himnos Sumerios, Estudio preliminar, traducción y notas de Federico Lara Peinado. Ed Tecnos, Madrid, 2006. |
19 | René Guénon, El Rey del Mundo, op. cit. |
20 | Federico Lara Peinado, Mitos de la Antigua Mesopotamia. Héroes, dioses y seres fantásticos, op. cit. |
21 | Ibíd. |
22 | En el libro Hermetismo y Masonería de Federico González, se dice esto acerca de la Potencia o Poder en una nota: "lo que por sí mismo es productivo”. De las Definiciones, textos atribuidos a la Academia platónica. (Platón. Diálogos VII, pág. 246. Ed. Gredos, Madrid 1992). |
23 | J. Bottéro, S. N. Kramer, Cuando los dioses hacían de hombres. Mitología Mesopotámica, op. cit. |
24 | Ibíd. |
25 | Ibíd. |
26 | Federico Lara Peinado, Mitos de la Antigua Mesopotamia. Héroes, dioses y seres fantásticos, ibíd. |
27 | Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013. |
28 | Federico Lara Peinado, Mitos de la Antigua Mesopotamia. Héroes, dioses y seres fantásticos, ibíd. |
29 | Ibíd. |
30 | Ibíd. |
31 | Nicolás de Cusa, La Visión de Dios, cap. IX. Eunsa, Navarra, 2001. |
32 | Himnos Sumerios, estudio preliminar, traducción y notas de Federico Lara Peinado, op. cit. |
33 | J. Bottéro, S. N. Kramer, Cuando los dioses hacían de hombres. Mitología Mesopotámica, ibíd. |
34 | Himnos Sumerios, estudio preliminar, traducción y notas de Federico Lara Peinado, ibíd. |
35 | Federico Lara Peinado, Mitos de la Antigua Mesopotamia. Héroes, dioses y seres fantásticos, ibíd. |
36 | Ibíd. |
37 | Ibíd. |
38 | Ibíd. |
39 | Ibíd. |
40 | J. Bottéro, S. N. Kramer, Cuando los dioses hacían de hombres. Mitología Mesopotámica, ibíd En nota, dicen estos autores: “En Mesopotamia, la ‘Gran Ciudad’ era una de las denominaciones del Infierno: Utu/Samas, el Sol, penetraba allí, misteriosamente, todas las tardes por occidente para salir, a la mañana siguiente, por oriente”. |
41 | Ibíd. |
42 | Ver el siguiente artículo titulado La barca de Inanna en el nº 7 de LETRA VIVA, http://letraviva.es/La-barca-de-Inann, así como Las aventuras de Inanna de Carlos Alcolea, en este nº 58 de la Revista SYMBOLOS. |
43 | Federico Lara Peinado, Mitos de la Antigua Mesopotamia. Héroes, dioses y seres fantásticos, ibíd. |
44 | Ibíd. |
45 | Ibíd. |
46 | Ibíd. |
47 | Ibíd. |
48 | El 7 es un número destacadísimo en muchos mitos sumerios. En el caso de los de Inanna, 7 son las puertas del infierno, 7 los atributos de los que se va despojando la diosa hasta quedar en una total desnudez, 7 los demonios que acaban con la vida de Dumuzi, etc., etc. Desde luego que este es un módulo que tiene que ver con un ciclo completo (recordemos los 7 días de la semana, los 7 planetas visibles a simple vista, los 7 metales de la alquimia), puesto que su reducción aritmosófica vuelve al origen, pues 7 = 7+6+5+4+3+2+1 = 28 = 2+8 = 10 = 1+0 = 1. Por otra parte, en la Cábala, 7 es el número de las sefiroth de construcción cósmica. |
49 | Federico Lara Peinado, Mitos de la Antigua Mesopotamia. Héroes, dioses y seres fantásticos, ibíd. |
50 | Ibíd. |
51 | Ibíd. |
52 | Ibíd. |
53 | Ibíd. |
54 | Ya se sabe que el Furor de Amor presidido por Venus (la análoga a Inanna en la tradición greco-latina), es el más alto de todos, aquél por el cual todas las dualidades se resuelven en la Unidad esencial. Ver el artículo de Carlos Alcolea, Las aventuras de Inanna, en esta entrega de la revista SYMBOLOS dedicado a Inanna-Isthar. |
55 | Federico Lara Peinado, Mitos de la Antigua Mesopotamia. Héroes, dioses y seres fantásticos, ibíd. |
56 | Ibíd. |
57 | Ibíd. |
58 | Ibíd. |
59 | De nuevo la simbólica del número siete comentada en la nota 48. |
60 | Federico Lara Peinado, Mitos de la Antigua Mesopotamia. Héroes, dioses y seres fantásticos, ibíd. |
61 | Ibíd. |
62 | Ibíd. |
63 | Ibíd. |
64 | Ver el artículo de Lucrecia Herrera en esta entrega de SYMBOLOS donde se trata el tema del diluvio, así como el de Marc García. |
65 | J. Bottéro, S. N. Kramer, Cuando los dioses hacían de hombres. Mitología Mesopotámica, ibíd. |
66 | Ver el artículo de Cristina Florez-Estrada en este mismo número de la revista SYMBOLOS. |
67 | J. Bottéro, S. N. Kramer, Cuando los dioses hacían de hombres. Mitología Mesopotámica, ibíd. |
68 | En este caso la parálisis total se produce por el delito de un usurpador que pretende arrogarse unas funciones que por naturaleza no le corresponden. Este robo produce un miedo extremo en todo el universo al advertir lo que se avecina, el gran peligro de un gobierno absolutamente invertido. Otra cosa muy distinta es la detención producida por una influencia espiritual muy potente, tal la de Manu –el Legislador Universal o Rey del Mundo–, acontecida incluso en tiempos muy recientes a los nuestros, como relata René Guénon en un pasaje muy misterioso de su libro “El Rey del Mundo”: “Saint-Yves explica que durante la celebración subterránea de los ‘misterios cósmicos’ hay momentos en que los viajeros que se encuentran en el desierto se detienen, o en que los propios animales permanecen aquietados en silencio; M. Ossendowski llega a asegurar que él mismo ha asistido a uno de tales momentos de recogimiento general”. Esta primavera del 2020, mientras escribimos estos textos, se ha producido un recogimiento mundial debido a la peste del covid 19. Se nos está dando la posibilidad para advertir simultáneamente las dos caras de esta detención. |
69 | J. Bottéro, S. N. Kramer, Cuando los dioses hacían de hombres. Mitología Mesopotámica, ibíd. |
70 | Federico Lara Peinado, Mitos de la Antigua Mesopotamia. Héroes, dioses y seres fantásticos, ibíd. |
71 | Ibíd. |
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