SYMBOLOS
Revista internacional de
Arte - Cultura - Gnosis
 

SOBRE LAS GENEALOGÍAS MÍTICAS III
LA ATLÁNTIDA

Esta nota corresponde a la tercera entrega de una serie de tres escritos, cuyos dos anteriores están publicados en SYMBOLOS nº 60:  SOBRE LAS GENEALOGÍAS MÍTICAS I y  SOBRE LAS GENEALOGÍAS MÍTICAS II. LA IDEA DE OCCIDENTE.

Como ya se ha visto en la nota anterior, la idea de Occidente nos ha llevado al límite del mundo conocido, ubicándonos ante el misterio que se halla simbolizado por la inmensidad del Océano. La gran nodriza, la Luna, promueve el flujo y reflujo de las mareas, en un doble movimiento entre el olvido y el recuerdo de una Memoria arquetípica capaz de ritmar al ser con el hálito vital, que no es sino el movimiento de sístole y diástole del corazón del Mundo, manifestando esta danza contrapuntística la doble espiral de las dos corrientes de energía cósmicas que a través de su unión y alteridad manifiestan indefinidos ciclos interrelacionados, acompasados por el diapasón divino.


Frans Francken II, Neptuno y Anfitrite, s. XVII. Museo del Prado, Madrid.

El mito o pensamiento utópico permite la navegación por las regiones ignotas y arquetípicas de la geografía interna del Alma universal. Para penetrar en su significado es necesario abandonar cualquier condicionamiento adquirido o idea preconcebida, tratando de hacer coincidir “los antiguos relatos” con conceptos que se hallan limitados por nuestra mentalidad, pero que de pronto pueden abrirse a su auténtica dimensión y profundidad. Comenzamos la navegación adentrándonos en la cosmovisión griega donde acontece el recuerdo mítico de la antigua civilización, estrechamente relacionada con el Occidente, que hemos conocido como la Atlante.

Este mito es narrado por el divino Platón en dos de sus diálogos, el Timeo y el Critias, ambos posteriores en cuanto a su redacción a otro, la República, conformando los tres una unidad de pensamiento. Es en este último donde nos describe un modelo ideal de Estado basado en el reconocimiento del Orden celeste, que será la base de todas las narraciones utópicas de siglos posteriores. En este sentido, gracias a Proclo, veremos que hay una vinculación directa de los tres diálogos platónicos, que se sirven del mito para describir una cosmogonía arquetípica.

Afirmamos bajo la autoridad de este último autor citado –director de la academia platónica de Atenas en el siglo V de nuestra era, quien escribiera un comentario al Timeo de Platón, y también por el testimonio posterior de M. Ficino, quien refundaría esta misma academia durante el Renacimiento en Florencia, siendo traductor del Critias en 1485–, que la isla Atlántida existió y es real. En cuanto a su ubicación es algo obvio, tal como indicaría A. Kichner, que se hallaba en el océano al que dio nombre, el Atlántico, el que constituía para la visión clásica el mar exterior.

Nos dice Proclo en su comentario al Timeo o “De la Naturaleza”:

Así pues, que existió una isla así y de estas características lo ponen de manifiesto los historiadores que han hablado de las cosas del mar exterior. Pues había en sus tiempos siete islas en aquel piélago, consagradas a Perséfone, y otras tres muy grandes, una consagrada a Plutón, otra a Ammón y otra, en medio de estas dos, a Posidón, de unos mil estadios de extensión. Los que la habitaban guardaban el recuerdo de sus antepasados1 sobre la Atlántida como una isla verdaderamente inmensa, que realmente había existido allí, la cual, consagrada también ella misma a Posidón, había gobernado durante muchos períodos de tiempo a todas las demás islas del mar Atlántico. Esto lo escribió Marcelo en sus Etiópicas. (Proclo, in Ti. I, 177, 10. Traducción de Marcos Martínez Hernández, 1992.)2


Anónimo, Cabeza de Oceáno, s. II d.C.
Museo del Prado, Madrid.

Dejémonos conducir por el mito como guía, pues es capaz de despertar la inteligencia o intuición intelectual a través de imágenes que producen rupturas de nivel en la conciencia, al transmitirnos una enseñanza de carácter universal que excede el ámbito de la razón. Cabe decir, además, que el mito es una evocación de lo más esencial del alma, que es así imantada o encantada, posibilitándole otras lecturas de la realidad más cercanas al mundo de las ideas o de los arquetipos en que se basa la Cosmogonía tradicional. En este sentido, es de nuevo Proclo quién nos da las claves para entender el mito de la Atlántida narrado en los diálogos de Platón:

Con relación a lo existente, la disposición del universo está expuesta al comienzo de forma acertada por medio de imágenes, en la parte central se cuenta toda la creación del universo, mientras que al final se entrelazan las partes y el término de la obra del demiurgo con todos los elementos. El resumen de la República y el relato de la Atlántida representan la teoría del universo por medio de imágenes.

En efecto, si prestamos atención a la unión y a la cantidad de elementos del universo, diremos que la República, que Sócrates resume, es una imagen de la unión que se extiende por todo y se muestra como un fin, mientras que la guerra de los atlantes contra los atenienses, que cuenta Critias, es una imagen de la división y especialmente de la oposición entre dos elementos análogos. (Proclo, in Ti. I, 4, 6.)

En el Timeo aparece por primera vez la narración de la historia que Solón, uno de los siete sabios de Grecia, había conocido por boca de los sacerdotes egipcios, y que éste a su vez había contado a Critias, cuyo bisnieto es el que transmite a Sócrates estos hechos acontecidos en un pasado remoto en el que los antiguos atenienses, para defender su civilización, tuvieron que enfrentarse a un imperio allende las columnas de Hercules, el de los atlantes; y es en el Critias donde se describe con mayor detalle el origen de este pueblo ubicado en la isla Atlántida. Leemos en Critias:

Recordemos ante todo que han transcurrido más de nueve mil años desde la guerra, que se cuenta, se suscitó entre los pueblos que habitan a este lado de las columnas de Hércules y los de la otra parte. Es preciso que os exponga esta guerra desde el principio hasta el fin. De una parte, estaba esta ciudad que tenía el mando y sostuvo victoriosamente la guerra hasta su terminación. Del otro lado estaban los reyes de la isla Atlántida; hemos dicho ya que esta isla era antes mayor que la Libia y el Asia, pero que, sumergida hoy día por los temblores de tierra en el fondo del mar, no es más que un légamo impenetrable que constituye un obstáculo a los navegantes y no permite atravesar aquella parte de los mares. Los diferentes pueblos bárbaros, y los pueblos griegos de aquellos tiempos irán apareciendo sucesivamente en el curso de mi relato a medida que la ocasión lo exigirá. Mas primero tengo que haceros conocer a los atenienses y al enemigo que tenían que combatir, sus fuerzas respectivas y sus gobiernos.3

Detengámonos en esta cita para resaltar algunos de los datos del mito narrado por Platón que no encajan y no son aceptados por los planteamientos lineales de la “historia” tal y como es concebida hoy en día, pues al desconocer la teoría de los ciclos cósmicos y la idea del tiempo circular, su relato consiste en una sucesión de acontecimientos que se siguen unos a otros hasta la actualidad, entre los que no tienen cabida, por supuesto, ciertos hechos y geografías “inverosímiles” como son los compilados por Platón.

El primero de ellos es la referencia a unas fechas que coinciden con las consignadas por otras fuentes de carácter tradicional, relacionadas todas ellas con la época en la que se produjo un diluvio de alcance universal. Los testimonios antiguos de este acontecimiento son numerosos y se hallan recogidos en distintas culturas a uno y otro lado del Atlántico. El diluvio se trata de un cataclismo cíclico en el que por intervención directa de la deidad se regenera el mundo de los hombres y cambia la faz de la tierra.4

Otro de los datos a destacar del texto es la disposición, magnitud y ubicación de la isla Atlántida, que reitera en su constitución un modelo arquetípico basado en el número y la armonía, continente al que los contemporáneos sólo ven como una fábula, pues al no haberse encontrado ningún rastro de su existencia, se la niega de plano.

Y finalmente, el tercer hecho que nos interesa señalar es que la destrucción de aquella gran isla impedirá la navegación y la exploración del océano durante un largo periodo de tiempo, de tal manera que no será hasta el s. XV que se surcarán de nuevo sus aguas, al menos por parte de los navegantes del Viejo mundo, dando inicio entonces a lo que los historiadores llaman la Edad Moderna; esto significó el franquear de nuevo las Columnas de Hércules, que como una puerta o linde que separa el mar exterior del mar interior, habían marcado durante milenios, desde la destrucción de la Atlántida, un límite que no se podía traspasar.

La referencia temporal de 9000 años con la que comienza el diálogo del Critias constituye uno de esos primeros estorbos para la historia oficialista, al no encajar con su datación cronológica el que en esa época existiera una gran civilización, ya que para la oficialidad ese período corresponde al paleolítico tardío en el que el ser humano era, todo lo más, un cavernícola.

Sin embargo, cabe anotar que para el pensamiento tradicional el tiempo es concebido como cíclico, fruto de la acción regenerativa de la Inteligencia creadora, siendo el sucesivo o lineal considerado, desde este punto de vista, como el reflejo en el plano horizontal de una serie de hechos y acontecimientos que no tiene significado por sí mismos y sólo son las expresiones, en la periferia de la rueda, de realidades más profundas. El 9 –y por tanto 9000– es el número cíclico por excelencia y es representado en geometría por la figura de la circunferencia, la cual no podría tener existencia si no fuera por su punto central, simbolizado por el 1; aritméticamente hablando, si sumamos 9 + 1 = 10,5 que es el símbolo de la totalidad.


Planisferio de Bianchini. Imperio Romano, 175 d. C- 225 d. C.
Museo del Louvre, París.

Todos los ciclos son análogos, reiteran un gesto prototípico cuyo símbolo más claro y universal es la rueda, expresión de la irradiación del Principio en el seno de la creación, la cual conlleva un paulatino alejamiento del centro que la ha originado. Al considerar el tiempo como cíclico, los indefinidos puntos de la circunferencia son aprehendidos como la expresión temporal del punto central inmóvil.

René Guénon daría a conocer, o más bien, recordaría al Occidente moderno la Ciencia de los Ciclos, basándose en la tradición hindú, según la cual un ciclo humano completo de existencia es denominado Manvántara, el cual a su vez se subdivide en cuatro yugas, o subciclos, que simbolizan el descenso cíclico, lo que conlleva una paulatina degeneración claramente expresada por los nombres que la tradición griega les atribuiría: Edad de Oro, Plata, Bronce y Hierro.

La Edad de Oro constituye un tiempo mítico, realmente un no-tiempo, donde el hombre identificado con su origen habitaba el Paraíso, residencia del Espíritu y de la Tradición Primordial. Debido a la marcha descendente del ciclo, se produce un alejamiento del Principio, lo que es visto como la caída escalonada de la unidad que se va desdoblando aparentemente en una multiplicidad indefinida; es a esto a lo que se refiere la imagen bíblica de la expulsión del Paraíso. A partir de este momento, la Tradición Primordial y Única dará lugar, al adaptarse a la mentalidad e idiosincrasia de los distintos pueblos y civilizaciones, a diversas “tradiciones secundarias” que constituyen diferentes vías de transmisión de la Sabiduría una y única a lo largo del tiempo hasta la actualidad.


Gilliam van der Gouwen, después Gerard Hoet (I),
Schepping van de wereld, 1728. Rijksmuseum, Amsterdam.

Con respecto a la tradición atlante, a la que se refieren los diálogos de Platón y que es el tema que venimos tratando, citamos a continuación un fragmento del artículo de René Guénon, “Lugar de la tradición atlante en el Manvántara”:

Todo esto está de acuerdo con la situación geográfica de los centros tradicionales, ligada ella misma tanto con las características propias de estos, como con su lugar respectivo en el periodo cíclico, pues todo se vincula aquí mucho más estrechamente de lo que podrían suponer aquéllos que ignoran las leyes de ciertas correspondencias. Hiperbórea corresponde evidentemente al Norte, y la Atlántida al Occidente. (…)

Por otra parte, situándose esta última en una región que corresponde a la tarde en el ciclo diurno, ha de considerársela como perteneciente a una de las últimas divisiones del ciclo de la actual humanidad terrestre, luego como relativamente reciente; y, de hecho, sin intentar dar unas precisiones que serían difícilmente justificables, puede decirse que pertenece con seguridad a la segunda mitad del Manvántara actual. (…)

En la cita anterior, el autor destaca la idea de que el Centro espiritual depositario de las verdades eternas está siempre presente. Y si en el origen del ciclo de existencia de esta humanidad terrestre ese Centro tenía una ubicación hiperbórea –lugar de residencia de la Tradición Primordial o Unánime–, con la caída y el descenso cíclico fue trasladándose a distintas geografías en las que tradiciones secundarias surgidas de ese tronco único siguieron efectuado la transmisión de la Ciencia Sagrada hasta llegar a nuestros días. En este sentido, la “ubicación” de la Tradición Primordial es “polar” y vertical, se relaciona con el norte y con el punto de la media noche, y en el año, con el solsticio de invierno, que los antiguos conocían como la puerta de los dioses. La tradición atlante, secundaria, o mejor receptiva con respecto a la anterior y de la que depende jerárquicamente hablando, aparece en un momento avanzado del descenso cíclico y su ubicación es occidental, siendo la tarde y el equinoccio de otoño las referencias temporales que le corresponden. La transposición del Centro espiritual de una a otra en un momento determinado, guarda relación con la necesidad de adaptarse a las condiciones aparejadas al descenso cíclico, asegurando de este modo que la esencia de la doctrina se siguiera transmitiendo y permaneciera inafectada ante los cambios inherentes al devenir. Esto se tradujo, por ejemplo, en que la designación de Libra –la balanza celeste, “Tula”en sánscrito–6 que en los tiempos primordiales correspondía a la Osa Mayor, pasó a designar el signo zodiacal que todavía hoy lleva ese nombre. Con ello se está expresando la idea de la transposición de un nombre que designaba una constelación polar, vinculada a la Tradición Primordial y el Centro Supremo, a una constelación zodiacal, relacionada con la tarde, el otoño y el oeste, la que pasaría ahora a ser el receptáculo de la esencia de la tradición. Igualmente, en cierto momento del descenso cíclico, se produjo el traslado de la morada simbólica de los siete Rishis –que según la tradición hindú guardan el conocimiento íntegro de la Tradición de edad en edad–, desde la misma Osa Mayor a las Pléyades, ambas constelaciones formadas por siete estrellas. Advirtamos que con estas transferencias no es la Tradición la que cambia –en esencia es siempre única e inmutable–, sino el punto de vista del observador, si se nos permite utilizar esta expresión referida no a la individualidad sino a un estado de conciencia del ser. Así, ubicado en una posición polar, se identifica con el eje vertical o axial y desde la inmutabilidad del centro participa de la simultaneidad del eterno presente. En cambio, en la orientación “equinoccial”, el eje se halla inclinado con respecto a la eclíptica zodiacal, dando lugar a la rueda de los ciclos; en este plano es el recorrido diario del sol el que, señalando las cuatro direcciones, ordena el espacio delimitándolo, por lo que el ser situado en este punto de vista se encuentra condicionado por las coordenadas espacio-temporales e inmerso en la rueda del devenir surge en él la necesidad de retornar desde la periferia al centro de la rueda, al Sí mismo.7

Que la Tradición adopte en su manifestación un simbolismo marcadamente equinoccial, lo que equivale a decir solar, está también relacionado con la función que detentará la casta guerrera a partir de este momento como guardiana del Centro, sede del poder espiritual. Platón, en su diálogo de la República, señalaba ya la importancia de los guerreros, los cuales detentaban el poder temporal en su estado ideal, siendo su función la consecución de la paz en el ámbito exterior, facilitando a los hombres de Conocimiento la contemplación de la Verdad. Es por ello que fundamentalmente son considerados protectores de los centros espirituales, labor gracias a la cual se garantiza la transmisión y la enseñanza de la Ciencia Sagrada

En un momento del ciclo de esta humanidad se produjo una revuelta, que ha de verse como una desviación de algunos seres humanos respecto de su naturaleza esencial y de los atributos que le son inherentes. Para los celtas, esta revuelta es representada por la lucha entre el oso/a y el jabalí, animales que identifican respectivamente a los kshatriyas, la casta guerrera, y a la casta sacerdotal o los brahmanes. Rebelión que muchos estudiosos como René Guénon sitúan en el período de vigencia de la tradición atlante.8 A partir de aquel momento, muchos integrantes de la casta guerrera se pervirtieron, y en lugar de garantizar la protección del centro sagrado, intentaron usurpar el poder espiritual que correspondía a los brahmanes. Perversión que se iría acentuando progresivamente con la caída producida por el descenso cíclico, hasta la inversión total del estado primordial y el olvido del hombre de su razón de ser, de su origen divino. Sólo algunos pocos de la casta guerrera, cada vez menos, comprendieron su subordinación al poder espiritual y la función de guardianes del centro que les correspondía. Esta degradación, en el caso de los atlantes, desembocó en el fin de su tradición. Su lucha con los atenienses representó, sin embargo, la posibilidad de un enderezamiento, pues la victoria de estos últimos sobre los atlantes marcaría el inicio de un nuevo ciclo, en el que dentro de la floreciente tradición griega algunos de los integrantes de la casta guerrera, no todos, restituirían su función de protectores del Centro.

Proclo, además, expresará estas ideas agregando algo bien interesante:

Por medio de la analogía de los divinos con los hombres, (Platón) nos presenta esta guerra en lugar de la creación del universo, pues coge a los atenienses en lugar de Atenea y los dioses olímpicos, y a los atlantes en lugar de los Titanes y Gigantes. (Proclo, in Ti. I, 172, 155.)

La contienda entre los atlantes y los atenienses tiene su arquetipo en la lucha entre los Titanes y los Olímpicos. La victoria de estos últimos, de los dioses Olímpicos, supone el paso de una edad más primordial a otra más caída del ciclo cósmico, o sea el fin de la regencia de Cronos y su exilio al mar exterior u Oceáno y el inicio de un nuevo periodo regido por los dioses Olímpicos con Zeus al frente, lo que supone una restauración del orden celeste que proyectando su reflejo en el orden terrestre, da paso a una nueva edad de la humanidad.

Según el Timeo de Platón, la contienda entre los atlantes y los atenienses representa el fin de aquella tradición corrompida que se ha dejado vencer por las tinieblas y la posibilidad de un enderezamiento espiritual encabezado por los griegos, que con Atenea al frente, se someten a la luz de la Inteligencia dando comienzo a un nuevo ciclo, dentro ya de lo que podríamos llamar el último cuadrante de esta humanidad. Los atlantes, debido al olvido de su origen celeste, encarnaron al término de su existencia la misma energía descendente, disolutiva y oscura atribuida a los Titanes al final de su regencia, mientras que los atenienses, bajo la égida de Atenea, simbolizan la energía luminosa y ascendente que ha de restaurar el orden celeste a través de la guerra, dando lugar a un tiempo regenerado, dentro ya de esta Edad de Hierro que ahora toca a su fin. Periodo que como veremos más adelante está encabezado en el mito por las hazañas del héroe que los griegos conocieron como Heracles, el cual, en uno de sus últimos trabajos tuvo que ir a buscar las manzanas de oro del jardín de las Hespérides, vergel situado en lo más occidental del mundo, antes de que se produjera el cataclismo que engulló aquellas islas. Este héroe actúa, por tanto, como correa de transmisión entre la Atlántida y la cultura que contribuyó a erigir.


Domenico Tintoretto,
La Prosperidad o la Virtud ahuyentando los Males,
s. XVI. Museo del Prado, Madrid.

Pero volviendo a la Atlántida, tal como se nos narra en el Critias, su cultura también tuvo un origen divino. La isla se hallaba consagrada a Poseidón,9 dios del mar cuyos dominios corresponden al mundo intermediario, estando por ello vinculado con las aguas superiores e inferiores, es decir con la psiqué, ámbito en el que se produce el movimiento en cuanto tal y por tanto las coagulaciones y disoluciones inherentes a todo proceso cíclico. A través de su unión con una mortal, Clito, engendrará el linaje real que gobernará la Atlántida y…

Durante muchas generaciones, mientras conservaron alguna cosa de la naturaleza del dios de donde habían procedido, obedecieron los habitantes de la Atlántida las leyes que habían recibido y honoraron el principio divino que constituía su parentesco. Pensaban conforme a la verdad y muy generosamente, mostrándose llenos de moderación y sabiduría en todas las circunstancias lo mismo que en sus recíprocas relaciones. Por esto miraban con desprecio todo lo que no era virtud, daban poca importancia a los bienes presentes y llevaban como una pesada carga natural el oro, las riquezas y las ventajas de la fortuna. Lejos de dejarse embriagar por los placeres, de abdicar el gobierno de sí mismos en manos de la fortuna y de convertirse en juguetes de las pasiones y del error, sabían comprender que todos los otros bienes se incrementan por la virtud, y que, al contrario, cuando se los persigue con demasiado celo y ardor, perecen, y con ellos la virtud. Todo el tiempo que los habitantes de la Atlántida razonaron así y conservaron la naturaleza divina de la que habían participado, todo les salió a medida de sus deseos, como ya hemos dicho. Pero cuando la esencia divina se fue debilitando en ellos por su continua mezcla con la naturaleza mortal, cuando la humanidad se les impuso, entonces, impotentes para sobrellevar la prosperidad presente, degeneraron.

Los que supieron ver comprendieron que se habían vuelto malos y que habían perdido el más preciado de los bienes; y aquellos que eran incapaces de ver lo que hace la vida feliz, juzgaron que habían llegado a la cumbre de la virtud y de la dicha en el tiempo que habían estado poseídos de la loca pasión de acrecentar sus riquezas y su poderío. (…) El dios de dioses Zeus, que reina por medio de las leyes, puesto que puede ver tales cosas, se dio cuenta de que una estirpe buena estaba dispuesta de manera indigna y decidió aplicarles un castigo para que se hicieran más ordenados y alcanzaran la prudencia. Reunió a todos los dioses en su mansión más importante, la que, instalada en el centro del universo, tiene vista a todo lo que participa de la generación, y tras reunirlos, dijo...

Hasta que …

Tras la guerra se produjo el diluvio. Posteriormente, tras un violento terremoto y diluvio extraordinario, en un día y una noche terribles, la clase guerrera vuestra se hundió toda a la vez bajo la tierra y la isla de Atlántida desapareció de la misma manera, hundiéndose en el mar. Por ello, aún ahora el océano es allí intransitable e inescrutable, porque lo impide la arcilla que produjo la isla asentada en ese lugar y que se encuentra a muy poca profundidad.10

El mito de la Atlántida y la guerra de esta civilización con la ateniense no narra solamente un acontecimiento ocurrido en un pasado remoto, sino que es el recuerdo de la batalla cósmica que está ocurriendo ahora mismo, no sólo a nivel macrocósmico sino en la propia alma, donde dos corrientes aparentemente opuestas se atraen y rechazan en el mundo intermediario generando todo un juego de relaciones que constituye el desarrollo de todo ciclo, cuyo escenario es el mundo material o hylico. Desde este punto de vista, toda existencia es contingente y transitoria, pero también es un símbolo que induce al pensamiento a la búsqueda de la verdadera identidad, a través de la reminiscencia del origen, de la esencia única inmutable e ilimitada y no condicionada por la rueda del devenir. La función del símbolo y del mito, a través de su poder actuante, es la de ser despertadores de la Conciencia por intermedio de la Memoria.


Francisco Bayeu y Subías, El Olimpo. Batalla de los gigantes, 1767-1768. Museo del Prado, Madrid.

Como ya hemos dicho, la derrota de los atlantes supuso el ocaso de su civilización y su posterior destrucción y aniquilamiento, si bien su recuerdo se halla presente aún hoy en día gracias a que cuando una cultura va a desaparecer, se produce una transmisión espiritual del núcleo esencial de su tradición a otra que toma el relevo, en este caso la griega, la que constituyó el germen del nuevo ciclo.

Somos herederos, en gran parte, de la tradición atlante. Muchos de sus saberes fueron asimilados por los pueblos que tomaron su relevo, y también reconocemos en su ocaso numerosos puntos de contacto con la situación que vivimos ahora. Algo muy actual se hace presente y hasta resulta profético en el mito de la isla Atlántida y su fin: la inversión generalizada del orden celeste debido a la ignorancia y la soberbia que está petrificando el mundo; todo conocimiento verdadero parece haber sido olvidado, lo que supone que el vínculo con el origen o centro se halla oculto para la gran mayoría de los hombres y el fin de este ciclo, como ha sido anunciado por todas las tradiciones, es ya inminente.

Y sin embargo, todo ello es circunstancial respecto al Ser, en cuanto éste puede ser considerado como el Bien y la Verdad sirviéndonos del lenguaje platónico. Su centro inmutable e inviolable representa una realidad única en el ahora que no se ve afectada por las contingencias y tribulaciones del mundo, y siendo éste nuestro destino y origen es hacia allí a donde dirigimos la mirada, hacia lo más alto, el Cielo. Y es en la bóveda celeste donde se manifiesta su Voluntad a través de las luminarias cuyos efluvios guían al hombre por el camino celeste.

La Atlántida fue destruida, pero no el vínculo con la esencia de su Tradición, íntimamente ligada a la idea de Occidente. A través de las genealogías míticas han llegado a nosotros los númenes –bajo designación griega– asociados a esa civilización, lo cual nos permite ir reconociendo un hilo transmisor del Conocimiento hasta nuestros días.

Hay una misma raíz compartida entre el nombre del océano Atlántico y el del primer rey de la mítica isla y su homólogo, el titán Atlas. Éste, según las fuentes, era hijo de Jápeto y la oceánide Climene, o de Urano y, por lo tanto, hermano de Cronos. Se dice que participó junto con otros Titanes en la lucha de los Gigantes y los Dioses por lo que fue condenado por Zeus a sostener sobre sus hombros la bóveda celeste, prefigurando así el eje en torno al cual giran las estrellas. Es por ello custodio de las constelaciones de la Osa, que es como decir que es guardián del centro espiritual.


Atlas.

A éste se le atribuye numerosa prole, descendencia que está estrechamente ligada al destino de Occidente. Mencionaremos entre otras, a las Pléyades; una de ellas es Maya, la madre del dios Hermes que dará nombre a la tradición viva de Occidente, la Hermética. De su unión con Pléyone nacen las Híades; a las Hespérides tiene con Hespéride, una de las horas relacionada con el atardecer o el ocaso, en cuyo jardín se hallan los frutos del árbol solar.

Las Pléyades o Atlántidas han sido conocidas con variadas denominaciones: “las muchachas”, “las jóvenes” o “las siete cabritas”. Como ya señalamos más arriba, estas estrellas pasaron a ser ser la morada simbólica del centro espiritual a partir de un momento determinado del ciclo, y por ello para muchos astrónomos de la antigüedad constituían el símbolo del centro del universo. La Tradición, capaz de adaptarse a los distintos momentos cíclicos, permanece inmutable como guía y timón al que asirse. Esto lo decimos porque según los autores clásicos, la aparición de las Pléyades antes del amanecer marcaba la temporada de iniciar la navegación en el Mediterráneo (mayo), mientras que su ocaso, inmediatamente posterior a la puesta de sol, señalaba el momento de quedarse en tierra, pues empezaban a soplar los vientos del norte (noviembre).

Muy cercanas a ellas, al punto de que en ocasiones se integraban en un mismo grupo, están las Híades, “las que traen las lluvias”, un grupo de estrellas entre las Pléyades y Orión, en el signo zodiacal de Tauro, que sobresalen por haber sido las nodrizas de Dioniso, deidad cuya naturaleza esencial sintetiza la paradoja del Ser y el No Ser, y los misterios de la Iniciación.

Las Hespérides son las “Ninfas del Ocaso”. De ellas nos dice Federico González en el Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos:

Para alivio nuestro, los occidentales, las Hespérides habitaban un lejano jardín por estos lares (al otro lado del ilustre Océano). Hijas de la Noche su preciosa voz nos consuela de ser los creadores y ejecutores de este atardecer brumoso del fin de ciclo, arrastrando al entero mundo a nuestra zaga.

Sin embargo en ese jardín había un árbol (eje del mundo) con manzanas (genérico de todos los frutos, como la rosa de todas las flores) de oro, símbolo del centro alquímico y del sol. Para llegar allí el héroe Heracles-Hércules mató al dragón y liberó a las mujeres: Ésperes, Egle y Eritis. El premio fueron las manzanas espirituales del árbol conquistando así el nivel solar de su onceavo trabajo.

Con la vía trazada en el Cielo por los descendientes de Atlas trataremos de seguir el camino del héroe –cuyo arquetipo es el hijo de Zeus, Hércules-Heracles– en busca de la Verdad y el Conocimiento. Éste hará de puente entre la obsoleta tradición atlante y la emergente griega, lo que está simbolizado en algunos de sus doce trabajos y en su posterior función civilizadora. Hazaña, la de levantar un nuevo mundo, que conlleva una dura lucha interna del alma, un peregrinaje jalonado de errores, rectificaciones y logros a través del cual y gracias a la conjugación del amor y el rigor, el héroe puede alcanzar su auténtico destino.


Ornamento de oro en forma de Herakles,
Grecia, finales del s. IV-III a.C. British Museum, Londres.

Hércules,11 a través de su sacrificio, se acaba identificando con el Sol arquetípico, simbolizando con ello el hecho creacional, y dando lugar con su renacimiento a un ciclo nuevo, regenerando el espacio y el tiempo de los hombres, su cultura, su civilización, e incluso el lenguaje. Es por ello que fue considerado benefactor de los seres humanos, fundador de ciudades, padre de numerosas genealogías, siendo finalmente divinizado por Zeus padre. Nos servimos aquí de las palabras de Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, para hablar del héroe:

(…) Narrar los trabajos, hazañas y aventuras de este héroe llevaría por lo menos un volumen. Nos limitaremos a dar a los lectores algunos de los elementos de la rica simbólica de este personaje mítico, recordando que todos sus infortunios y caídas son provocados por Hera, imagen de sus impulsos destructores y descendentes, puesto que esta divinidad le maldijo por el hecho de ser hijo de su esposo Zeus (el espíritu ascendente), el que le fue infiel al procrear a Heracles fuera de su olímpico matrimonio, razón por la que el héroe humano debe ser objeto de su venganza y su nefasta influencia. Es importante recordar que el nombre Heracles significa “la gloria de Hera”. Señalaremos que todos estos “trabajos” o combates tienen el discurso de un poema continuado y se refieren a la purificación del espíritu gracias a la victoria sobre los oscuros impulsos “materiales”, es decir entre la oposición y la complementación de lo más sutil y lo más denso.12

Dejamos aquí los trabajos de Hércules para pasar a referirnos finalmente a las llamadas “Columnas de Hércules”, que ya hemos mencionado al principio del texto como uno de los datos a destacar del mito platónico. Éstas señalaban el paso al más allá, al Océano insondable, y constituían para la geografía sagrada un límite entre lo conocido y lo desconocido, las “puertas” tras las que se ponía el sol sumergiéndose en el Océano infranqueable, y que Hércules estableció zanjando el paso al “más allá” una vez acontecido el cataclismo de la Atlántida. Aquí nos detenemos, dejando para otra ocasión el tratar de ahondar en el misterio que simbolizan estas columnas que han de seguir presentes en nuestra conciencia hasta el final del presente ciclo.

Beatriz Ramada


NOTAS
1 Con esta frase de Proclo se entiende que tras la destrucción de la isla Atlántida quedaron todavía algunas islas de tamaño menor, cuyos supervivientes emigraron a ambas orillas del océano Atlántico, lo que explicaría los numerosos mitos de diversos pueblos que hablaban de hombres llegados del mar a las tierras de ambos lados del océano.
2 Las citas de Proclo están extraídas del ensayo de José María Pérez Martel, La Atlántida en Timeo y Critias: exégesis de un mito platónico. Dialnet-LaAtlantidaEnTimeoYCritias-4276707.pdf
3 Platón, Critias o de la Atlántida. Edit. Porrúa, México, 2001.
4 Censorino, en De die natali dice: “Hay además un año al que Aristóteles llama ‘máximo’ más que ‘grande’, constituido por las revoluciones del sol, de la luna y de los cinco planetas, cuando estos astros se encuentran en el mismo signo (del zodíaco) en que estuvieron juntos antes. El invierno supremo de este gran año es el cataclismo, al que los nuestros llaman ‘diluvio’, y su verano, la ekpryrosis, esto es, el incendio del universo. En efecto el universo parece cambiarse alternativamente unas veces en fuego, otras en agua”.
5 Federico González y col., Introducción a la Ciencia Sagrada, acápite “Aritmosofía y Geometría”. https://www.introduccionalsimbolismo.com/: “Al nueve se lo considera como un número circular, ya que es el único que tiene la particularidad de que todos sus múltiplos se reducen finalmente a él mismo (ej.: 473 x 9 = 4257 = 4 + 2 + 5 + 7 = 18 = 1 + 8 = 9).  Este número (que es el cuadrado de tres) se representa en geometría con la circunferencia, a la que se asignan 360 grados (3 + 6 + 0 = 9) y que se subdivide en dos partes de 180 (1 + 8 + 0 = 9), en cuatro de 90 (9 + 0 = 9) y en 8 de 45 (4 + 5 = 9). 
Sin embargo la circunferencia no podría tener existencia alguna si no fuera por el punto central del cual sus indefinidos puntos periféricos no son sino los múltiples reflejos ilusorios a que ese punto da lugar. 
Si añadimos a la circunferencia su centro ya obtenemos el círculo (9 + 1 = 10) con el que se cierra el ciclo de los números naturales”.
6 Federico González y col., Introducción a la Ciencia Sagrada, acápite “Geografía Sagrada”. https://www.introduccionalsimbolismo.com/: “(…) El nombre originario del Centro Supremo fue el de Tula, o Thule, la ‘Balanza’, o también Siria, la ‘Tierra del Sol’, expresión que indica una transposición celeste y luminosa del espacio geográfico. Tula designa la constelación de la Osa Mayor que con sus siete estrellas –número de perfección– semeja un arca girando en torno de la estrella Polar, morada simbólica de la Gran Unidad o Arquitecto del Universo. La estrella Polar es la Cima, el Cenit de la Montaña Cósmica, Arbol o Eje del Mundo de donde parten según las direcciones del espacio, los cuatro ríos sagrados portadores del Agua de Vida Celeste”.
7 Tradicionalmente se considera que el ciclo de una humanidad se subdivide en 4 edades, y que su duración está en proporción 4/3/2/1; es decir que la primera edad, la Edad de Oro, comprende cuatro décimas partes de la duración total. Ésta contiene toda la fuerza necesaria que desde el centro/origen impulsará la rueda del devenir, hasta que por imperativos cíclicos, una vez llegada a la máxima expansión, se producirá la fuerza contractiva que hará retornar todo al origen. Al hilo de estas ideas, nos dice Federico González en su libro El Simbolismo de la Rueda (Editorial Libros del Innombrable, Zaragoza, 2016), en nota: “El movimiento centrífugo o el que va del centro a la periferia, tiene que ver, como se ha dicho, con la expansión. Este movimiento debe transponerse en el plano circular del ciclo, situándolo al norte, originando la circunferencia y correspondiendo esta energía a la mitad ascendente de la rueda del día, es decir a la que partiendo del norte, identificada con las cero horas, llega hasta el sur o mediodía. La porción descendente del ciclo (que va de sur a norte, es decir, que retorna a su punto original) está entonces relacionada con la contracción o concentración centrípeta o atardecer y noche. Algunas culturas, en distintos lugares y épocas, han dividido al ciclo de forma aparentemente diferente, lo que está en relación directa con la razón de ser de esas civilizaciones. Así, no se ubica el norte siempre arriba ni el sur obligatoriamente abajo. Tampoco el movimiento es visto, necesariamente, de izquierda a derecha –es decir, en el sentido de las agujas del reloj–, sino que se lo considera en forma retrógrada. Estos dos ejemplos pueden encontrarse en las culturas precolombinas y extremo orientales”. 
8 Ver artículo de Mireia Valls, “Cuando los dioses hablan: centros oraculares de la Tradición Hermética (2ª parte)”, https://symbolos.com/n60verano2021/2.centros-oraculares-2/0.centros-oraculares-2.htm, donde la autora hace referencia a que la rebelión de los guerreros originada en el período Atlante, sería recogida en la tradición griega a través del mito de Atalanta, cuyo nombre evoca claramente al de la isla Atlántida.
“(…) Pero volviendo al mito de Atalanta, lo que está claro es que la joven instruida y protegida de Artemisa lleva en la raíz de su nombre el de la mítica Atlántida, y ella es la que paradójicamente da la primera estocada a la fiera; por eso Meleagro le reconoce el derecho de investirse con los atributos del jabalí, con su piel y sus colmillos. Con este gesto simbólico se está significando, no la muerte o fin de los saberes sacerdotales en manos de la casta guerrera, sino su transferencia a los que son dignos de recibirla, pues el revestirse con la piel y los colmillos del animal implica la plena aceptación y asimilación de lo que esta fiera representa. Atalanta ha sido la elegida para acoger esta transmisión espiritual, mas ello despierta inmediatamente la envidia y la competencia entre todos los otros guerreros-cazadores, que se disputan el trofeo alegando falsas justificaciones y poderíos menores. De ahí en adelante, esa casta guerrera se embarcará en múltiples contiendas para acaparar cada vez más poder temporal, arrogándose el derecho de supremacía. Serán pocos los integrantes de esa casta que se mantendrán fieles a la legitimidad de su función, y en el mito queda claro que es Artemisa y sus incondicionales adeptas a quienes corresponde tan alto cometido”.
9 Tras la guerra con los Titanes los dioses Zeus, Poseidón y Hades se repartieron el Cosmos; a Zeus le correspondió los Cielos, a Hades el mundo subterráneo y a Poseidón, el mar y las corrientes de agua, el mundo intermediario.
10 Platón, Critias o de la Atlántida. Edit. Porrúa, México, 2001.
11 Los doce trabajos de Hércules nos han sido transmitidos a través de los textos griegos, pero también fueron estos autores quienes nos dieron noticia de anteriores Hércules. Diodoro de Sicilia habla de un Hércules egipcio semejante al de Tiro, que precedió en 10.000 años al Hércules griego, y Heródoto da una antigüedad de 17.000 años al Hércules Aegyptius, del que según este historiador existió un templo en Gades. Este Hércules egipcio parece fundirse con un Hércules fenicio, Melkart, del que se conoce la noticia de un templo en su honor en Gades, hoy Cádiz. Los celtas, por su parte, parecen darle la denominación de Ogmios.
12 Ver Federico González y col. Introducción a la Ciencia Sagrada, Programa Agartha, “Grecia”: https://www.introduccionalsimbolismo.com/modulo3b.htm#11
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