SYMBOLOS
Revista internacional de
Arte - Cultura - Gnosis
 

SOBRE LAS GENEALOGÍAS MÍTICAS II
LA IDEA DE OCCIDENTE

Retomamos el estudio sobre las genealogías míticas, si bien en esta ocasión nos referiremos más particularmente a las de los pueblos occidentales, es decir, a las integradas en su tradición y cultura. Para ello hemos de comenzar exponiendo algunas ideas sobre lo que representa el Occidente desde un punto de vista simbólico, ámbito común de todas esas sagas.

Como ya expresamos en la nota anterior, para el pensamiento tradicional la trama entera del Cosmos constituye un lenguaje, un código simbólico aprehensible por la inteligencia, capaz de revelar o nombrar, en su conjunto o en cada una de sus partes, una realidad oculta de la que participa, la realidad de lo Sagrado. Las genealogías míticas participan de la labor de transmisión de este Conocimiento; su función es la de promover rupturas de nivel abriendo nuevos espacios en la interioridad de la conciencia que permitan la reminiscencia de los arquetipos. Expresadas bajo diversas formas –los nombres varían, pero no la esencia de lo nombrado– revelan una Sabiduría que vincula a los pueblos con “su realidad oculta”, con el misterio de su auténtico ser, con su origen y destino.

Si nos ubicamos en un encuadre espacio-temporal como el de las coordenadas en que se desarrolla la existencia humana, este código simbólico o lenguaje universal toma como referencia cualitativa del espacio los cuatros puntos cardinales: norte, sur, este y oeste, que según la cosmogonía tradicional son los cuatro pilares en que se sustenta el cielo, siendo cada uno de ellos un reflejo irradiado del Principio que ha generado el Cosmos, o sea el mundo inteligible que como un todo ordenado se rige por leyes universales basadas en el número y la armonía. Recordemos que si los tres primeros números simbolizan los principios ontológicos, el número 4 signa toda la Creación y es el inicio del desarrollo de la manifestación.

Por lo que respecta al tiempo, su manifestación siempre cíclica admite también una división cuaternaria, tal la de las cuatro edades de la humanidad terrestre, las cuatro fases de la vida humana o las cuatro estaciones del año. Volviendo al espacio, éste se halla delimitado en su extensión por los cuatro puntos cardinales, cada uno de los cuales simboliza una cualidad irradiada de la luz intelectual o central; es por ello que igualmente se hallan en relación con los cuatro planos de la realidad, los cuatro elementos, los cuatro arcángeles, los cuatros evangelistas, y en suma, con toda división cuaternaria que a su nivel participe de la misma energía simbolizada por cada una de esas direcciones.

El tiempo y el espacio están íntimamente relacionados, no se manifiestan el uno sin el otro y juntos conforman el movimiento, si bien hay que tener en cuenta que el segundo tiene un carácter receptivo con respecto al primero, cuya potencia coagula y también solidifica. Por ello, cuando nos referimos al término “occidental”, no sólo tiene que ver con un lugar determinado, sino también con la cualidad del tiempo que esta designación expresa. El occidente señala, pues, una de las cuatro direcciones del espacio, el oeste, el lugar por donde se pone el sol; y en relación al tiempo y sus ciclos está vinculado con el atardecer en el periodo del día y con el equinoccio de otoño si se trata del curso anual del sol sobre la eclíptica, símbolos todos ellos que señalan el inicio de la última fase del ciclo, la que describe el tránsito nocturno del sol desde el ocaso hasta la medianoche. Para el pensamiento tradicional, este viaje se halla recogido en el mito del recorrido del astro rey por el inframundo, donde se resuelve la épica batalla entre la luz y las tinieblas, siendo el periodo en el que han de agotarse todas las posibilidades de manifestación hasta la consecución del ciclo, retornando todo a un estado de indiferenciación primordial que ha de ser la matriz de un nuevo mundo. Tras el paso por la “oscuridad occidental” y la detención en el punto de la medianoche, la rueda del mundo habrá dejado de girar y el tiempo se habrá absorbido en la Realidad de su centro inmutable. En este instante, todo es en la simultaneidad del presente, sin dualidad, ni oposición. La gran batalla en la que está implicado todo el Cosmos, como imagen de la tensión entre las dos corrientes de energía cósmica, habrá cesado, y el Ser, simbolizado por el sol,1 se habrá reintegrado a su Unidad principial. Por analogía, el héroe arquetípico inmerso en esta lucha, ha de salir victorioso, identificándose con el sol mismo, para alcanzar su origen y destino, lo que se corresponde también con el proceso de transmutación alquímica2 en el que el iniciado se entrega para reconocer la realidad única que trasciende toda manifestación, proceso descrito como la obtención del oro filosofal, cuyo símbolo es, nuevamente, el sol.


Robert Fludd, “De Solis ortu & origine”
en Utriusque Cosmi Maioris ..., Oppenhemim, 1618.

En la tierra es la hora del crepúsculo, cuando el sol cae por el horizonte ocultando su luz y las tinieblas cubren el mundo hasta que la oscuridad, la noche, reina en todas partes; permanecen empero los astros para guiar al navegante en el recorrido por la inmensidad celeste: la luz de Venus como estrella vespertina –Héspero que auspiciará al héroe en el viaje–, y los demás planetas y constelaciones fijas. Un peregrinaje a la búsqueda del Conocimiento, cuya morada simbólica reside en las Pléyades; y la estrella Polar señalando siempre el norte o eje inmutable en torno al cual se efectúa la revolución de todas las cosas, el motor inmóvil que da realidad a todo lo que existe.

Por todo lo dicho, al referirnos a las genealogías míticas de los pueblos occidentales, necesariamente su expresión pertenece a aquello que designa el Occidente, no sólo espacial y temporalmente como hemos visto, si no también respecto al ciclo completo de esta humanidad. En este sentido, señala su última parte que según los textos tradicionales es la edad oscura o Edad de Hierro en la que el hombre se halla cada vez más sumido en las tinieblas de la ignorancia y prácticamente ha olvidado el recuerdo de su origen celeste,3 alejándose así de su verdadera naturaleza, lo que viene sucediendo de forma más acentuada y acelerada conforme avanza el ciclo. Es éste un momento terminal en el que al ser humano dotado de libre albedrío se le presenta la imperiosa necesidad de elegir entre la ignorancia y el olvido de Sí mismo, o el Conocimiento, que las genealogías míticas describen como la vía del héroe;4 si opta por ésta, el iniciado se someterá a un proceso de transmutación interna que le permitirá renacer a otras realidades, “aligerando” el alma para llegar totalmente liviano al punto central en el que el sol se detiene y se hace presente la unidad del Ser y la salida a lo supracósmico por el eje axial o polar.


Emblema de Basilio Valentín.

La degradación de este último periodo de la humanidad no sólo afecta al hombre como individuo sino más bien a toda su cultura –en este caso la Occidental que en los últimos siglos se ha extendido al mundo entero–, sumida en una decadencia que anuncia ya un fin próximo. Pertenecer a ella condiciona nuestra mentalidad, nuestra forma de ver y entender el mundo. El estado del hombre actual, educado en “las tinieblas de la ignorancia”, niega su realidad espiritual lo que le impide acceder al Conocimiento, pero pese a ello y aunque la iniciación permanezca oculta y secreta para la gran mayoría de los hombres, es una realidad alojada en lo más íntimo del ser, en su centro o corazón, una posibilidad siempre presente por pertenecer a un ámbito suprahumano. Si se reconoce que hay una clave o llave de la auténtica Sabiduría, es decir, si se establece el vínculo con la Tradición de la que toda cultura ha emanado y en la que se fundamenta, es posible realizar el viaje de retorno hacia el origen, el proceso por el que el ser se reconoce a sí mismo. Al hablar de cultura Occidental –que a pesar de su degradación también tiene un origen sagrado, si no no tendría razón de ser–, nos estamos refiriendo a la depositaria de una Tradición que es la rama occidental de la Tradición Primordial, o sea la Tradición Hermética. Ésta es la propia por ser occidentales, vital por guardar en su seno el hálito de su esencia, el conocimiento de la Cosmogonía y lo que ésta simboliza, la realidad de lo sagrado, y por ello y por razones cíclicas constituye un verdadero presente, revelándose como la posibilidad siempre renovada de acceder al Conocimiento.

De ella podemos leer en la Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha:

Las verdades eternas, conocidas unánimemente y expresadas por sabios de todos los tiempos y lugares, se plasmaron en Occidente en el pensamiento de culturas estrechamente interrelacionadas que en distintos momentos florecieron en regiones ubicadas entre Oriente Medio y Europa, durante esta cuarta y última parte del ciclo, a la que se ha llamado Kali Yuga o Edad de Hierro, y que siempre se vinculó con el Oeste.

Antiquísimos conocimientos patrimonio de la Tradición Unánime fueron revelados a los sabios egipcios, persas y caldeos. Ellos se valieron de la mitología y el rito, del estudio de la armonía musical, de los astros, de la matemática y geometría sagradas, y de diversos vehículos iniciáticos que permiten acceder a los Misterios, para recrear la Filosofía Perenne diseñando y construyendo un corpus de ideas que ha sido el germen del pensamiento metafísico de Occidente conocido con el nombre de Tradición Hermética, rama occidental de la Tradición Primordial. Hermes Trismegisto, el Tres Veces Grande, da nombre a esta tradición. En verdad, Hermes es el nombre griego de un ser arquetípico invisible que todos los pueblos conocieron y que fue nombrado de distintas maneras. Se trata de un espíritu intermediario entre los dioses y los hombres, de una deidad instructora y educadora, de un curandero divino que revela sus mensajes a todo verdadero iniciado: el que ha pasado por la muerte y la ha vencido.


Broche en forma de Caduceo.
C. Giulianu, British Museum, Londres.

Insistiremos una vez más en la idea de que con el descenso cíclico fue necesario la adaptación de la Tradición Primordial a los diferentes periodos, y que en esta última fase correspondiente al Occidente5 cuyos orígenes son muy anteriores a los tiempos históricos:

El Conocimiento se replegó en el interior de sí mismo, en el corazón de la montaña, es decir, en la caverna, un lugar que por su situación está oculto y protegido.

Por tal motivo el mundo “supra-terrestre” devino, en cierto modo, el “mundo subterráneo”. Se hizo invisible. Se ocultó, pero no desapareció. La oquedad oscura de la caverna sustituyó a la luminosidad de la cúspide de la montaña. La Verdad, que en los primeros tiempos era manifestada a los cuatro vientos y estaba en boca de todos, se convirtió en un secreto sólo percibido en lo más interno. La caverna (como el huevo) es también un símbolo del cosmos, un “Centro del Mundo” al igual que la montaña. Pero así como en ésta se manifiesta en todo su desarrollo y amplitud, a la vista de todos, en la caverna el Centro se mantiene invisible, virtual y potencial.6

El ocultamiento de la luz, que es el del Conocimiento, en este último periodo da una especial importancia al simbolismo de la caverna, análogo al del corazón. Un lugar interno, escondido y a cubierto, donde se producen las iniciaciones, es decir, donde se establece la comunicación con los estados superiores del Ser, esto es con los dioses, comunicación que no sería posible sin la labor de transmisión del heraldo de los dioses, del dios Hermes quien además, en su aspecto nocturno, realiza la función de psicopompo o guía de las almas en su viaje subterráneo o post-mortem, que es también el del iniciado.

A modo de testimonio de las ideas expresadas, nos detendremos en ciertos aspectos de los mitos de la cultura clásica, más particularmente de la griega, cuyas genealogías míticas sean quizás, exceptuando las hindúes, las más extensas y ricas en cuanto a su simbolismo, ya que:

Su mitología, las historias de sus dioses y sus héroes y heroínas, han informado el alma de Occidente y alimentado las imágenes de nuestra cultura, y todo ello aun cuando la “estética” haya ocultado el símbolo e incluso se hayan invertido los auténticos valores que ellos encarnaban.7


Placa de terracota con betilo, Templo de Apollo Palatinus, Roma.

Partiremos del santuario griego de Delfos, considerado el centro espiritual de lo que la cultura griega denominaba oikoumene, la tierra habitable. En el centro del santuario se encontraba el Omphalos, el ombligo del mundo, y los límites de la tierra se hallaban circunscritos por el Océano,8 “un vórtex natural, de un más allá en el que no existen espacio y tiempo tal como vulgarmente se conocen, o pasado y futuro, ni perpetua movilidad. Vamos hacia lo utópico y valiosísimo, para llegar a asumir la paradoja cotidiana de vivir la inmovilidad mediante el movimiento”.9

Si la tierra habitable, la oikoumene, constituía el orden de lo inteligible para el mundo griego, cruzar ese vórtex que la rodeaba suponía adentrarse en lo desconocido. Al realizar un movimiento centrífugo desde aquel centro, eso representaría la irradiación a la periferia y el paso a las tinieblas exteriores o Tártaro; en un sentido inverso, o sea con un movimiento centrípeto, se retornaría al eje vertical que atraviesa el centro de la tierra; penetrando en su interior se accedería a un dominio al que los antiguos denominaron los Campos Elíseos o la Isla de los Bienaventurados. Ambos “lugares” tienen una estrecha relación geográfica con Occidente. Además, según una expresión de los poetas clásicos, en el occidente el sol se sumerge en el océano, expresando que éste es el límite que da paso a otro plano o mundo, el reino de la noche.10


Sebastiano Conca, La visión de Eneas en los Campos Elíseos, c.1735-40.

La descripción de una geografía terrestre arquetípica se equipara a la geografía interna del alma; el occidente es entonces la oscuridad que preludia la transformación del ser que hallándose en una encrucijada11 de dos direcciones, a de elegir entre un camino u otro. Uno lo dirige hacia el olvido del sí mismo –cuya imagen es la caída en un abismo insondable, el de las tinieblas exteriores–, el otro es el de retorno a su origen. Este último caso, los poetas lo expresan como un viaje subterráneo hacia el centro de la tierra, o sea hacia el centro del Ser. Dicho viaje comienza en la caverna; para acceder a ella es necesario la guía de la Tradición. En este ejemplo que ofrecemos son las palabras de la Sibila de Cumas las que guían al héroe troyano Eneas12 cuando se adentra en el antro:

–Éste es el sitio en que el camino se divide en dos partes: la de la derecha, que se dirige al palacio del poderoso Plutón, es la senda que nos llevará a los Campos Elíseos; la de la izquierda conduce al impío Tártaro, donde los malos sufren castigo.13

Virgilio nos dice que el camino a los Campos Elíseos es el que conduce a los dominios de Plutón. Platón nos proporciona algunas claves de lo que ello significa; en relación al nombre del dios explica que “procede de que es el que da la riqueza, ‘ploutos’, porque ella sale del seno de la tierra. El otro nombre de este dios ‘Aidees’, según opinión de la mayor parte de los hombres, expresa lo invisible…”;14 y más adelante añade que “… no hay fundamento para temerle tanto. El motivo de este temor es que, una vez muerto el hombre, baja a sus estancias sin esperanza de volver; así es como el alma, abandonando el cuerpo, se traslada cerca de este dios”. Y casi al final del fragmento, tras señalar que se acompaña de los hombres liberados del yugo de lo material, lo relaciona con el conocimiento y con las riquezas que de este se desprenden: “… El poder que este dios tiene de conocer ‘eidenai’ todo lo que es bello, es el que ha inclinado al legislador a llamarle ‘Aidees’”.

¿No es Hades el sol que invisible a los ojos de los hombres en su tránsito por el interior de la tierra es regente del mundo subterráneo, posibilitando la regeneración del alma del mundo?15

Los Campos Elíseos o Isla de los Bienaventurados son ese centro de la tierra, residencia de los ancestros donde se actualiza el tiempo mítico de los comienzos o la Edad de Oro regida por Cronos, deidad a la que algunas tradiciones atribuyen el reinado sobre esta isla, y aunque no es un ámbito propiamente celeste –no es la morada de los dioses como el Olimpo–, existe una correspondencia análoga respecto a lo que hablábamos de la montaña y la caverna. Se trata, pues, de una instancia de la memoria interna del alma del mundo, donde se guarda el germen de las generaciones futuras.

La otra dirección a la que nos hemos referido es el camino de la izquierda que según las palabras de Virgilio conduce al Tártaro. En la Teogonía de Hesíodo constituye el polo16 opuesto al Olimpo. La palabra infierno deriva de inferior, pero el concepto de Tártaro es mucho más amplio, es un punto abismal y realmente tenebroso donde se ubican las fuerzas disolutivas que pretenden negar el orden del Cosmos, simbolizado por los dioses y todas sus relaciones. Es por eso que Zeus tuvo que luchar contra los Gigantes, los Titanes y Tifón que pretendían usurpar su poder y sembrar el caos, enviándolos al Tártaro. En el plano microcósmico estas tinieblas se vinculan con el punto de vista profano que hoy en día lo consumen todo, aunque “Siempre hay una nueva posibilidad con cada nuevo amanecer”.17

Continuaremos hablando en otra oportunidad del mito de la desaparecida Atlántida como perteneciente a un Occidente arcaico cuyo legado ha sido la base de las diferentes tradiciones situadas a ambos lados del océano que heredó su nombre, el Atlántico. Y también nos referiremos a las genealogías míticas vinculadas a ese continente-isla que han ido conformando la Tradición de la que hoy en día somos herederos.

Beatriz Ramada


NOTAS.
1 “(…) Si la ‘culminación’ del sol visible ocurre al mediodía, la del ‘sol espiritual’ podrá considerarse simbólicamente como ubicada a medianoche; por eso se dice de los iniciados en los ‘grandes misterios’ de la Antigüedad que ‘contemplaban el sol a medianoche’. Desde este punto de vista la noche no representa ya la ausencia o privación de la luz, sino su estado principial de no-manifestación, que corresponde en puridad al significado profundo de las tinieblas o del color negro como símbolo de lo no-manifestado”. René Guénon, “Las puertas solsticiales”. Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada, Ed. Paidós Orientalia, Barcelona, 1995.
2 En términos alquímicos, el occidente correspondería a la fase de la “nigredo”, la primera de la obra, entendida como un estado disolutivo y de putrefacción en el que el alma comienza su transmutación interna. Lo cual puede resultar contradictorio si consideramos que tradicionalmente se ha señalado el equinoccio de primavera, coincidiendo con el paso del sol por Aries en la rueda zodiacal, como el punto de inicio en el proceso alquímico, punto diametralmente opuesto a occidente. El este es el lugar por el que nace la luz, símbolo de la Inteligencia, por cuya emanación el alma reconoce que hay una realidad sagrada que desconoce.
3 ”Ahora si quieres te contaré brevemente en otro relato, aunque sabiendo bien –y tú grábatelo en el corazón– cómo los dioses y los hombres mortales tuvieron un mismo origen”. Hesíodo, Trabajos y Días, “El mito de las Edades”. Ed. Gredos, Madrid, 2006.
4 “No es punto difícil de comprender. Esta palabra se ha modificado muy poco y demuestra que los héroes toman su origen del amor, Eros”. Platón, Crátilo o del Lenguaje. Ed. Porrúa, México, 2003.
5 La humanidad actual se encuentra en un estado terminal, cuya mentalidad, que es la de la civilización Occidental que se ha extendido por toda la Tierra, representa una total inversión de valores con respecto al origen, imponiéndose de forma hegemónica en todo el planeta.
6 Acerca de su simbolismo ver Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, Modulo I, 61 La Montaña y la Caverna https://www.introduccionalsimbolismo.com/modulo1g.htm#61
7 Federico González y col. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, Grecia. https://www.introduccionalsimbolismo.com/modulo3b.htm#11
8 Ferécides de Siros –s. VI a. C., uno de los siete sabios de Grecia– escribió una Teogonía que no ha llegado hasta nuestros días y que conocemos por fragmentos de otros autores posteriores, que dicen de Océano: “Ogenós era el nombre que Ferécides utilizaba para referirse a la masa líquida que rodea la tierra, término que estaba relacionado con el acadio uginna, anillo”.
9 Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, versión web: https://www.diccionariodesimbolos.com/oceano.htm#diccionario
10 La Noche es madre de “Tánatos”, la muerte, e “Hipnos”, el sueño.
11 El simbolismo de esta encrucijada es análogo al destino del alma que en su viaje post-mortem ha de enfrentarse al juicio del legislador universal. En el Gorgias de Platón podemos leer: “(Zeus) He nombrado por jueces a tres de mis hijos: dos de Asia, Minos y Radamanto, y uno de Europa, Eaco. Cuando hayan muerto, celebrarán sus juicios en la pradería, ahí donde afluyen dos caminos, uno de los cuales conduce a las islas afortunadas y el otro al Tártaro. Radamanto juzgará a los hombres de Asia, Eaco a los de Europa; y daré a Minos la autoridad suprema para decidir en último recurso (…)”. Platón, Gorgias. Ed. Porrúa, México, 2003.
12 En la Eneida de Virgilio se narra que tras la caída de Troya, el periplo de Eneas –hijo de Venus– tiene como destino fundar un reino origen de la civilización romana. Tras una serie de acontecimientos llega por fin al Lacio y desembarcando en Cumas se dirige al elevado templo de Apolo. En su interior se halla la cueva de la profética Sibila, a la que ruega se le permita entrar en el mundo subterráneo, movido por la necesidad de hablar con su padre fallecido, Anquises. La Sibila no sólo accede, sino que le da las indicaciones necesarias para rendir tributo a la diosa de esos reinos, Proserpina, y además lo acompaña en su viaje. Al descender a los infiernos o mundo de las sombras, llegan a la encrucijada donde el camino se bifurca.
13 Virgilio, Eneida. Ed. Vergara, Barcelona, 1963.
14 Platón, Crátilo o del Lenguaje, op. cit.
15 “Zeus, Poseidón y Plutón se dividieron el imperio, según Homero refiere, después de haberlo recibido de manos de su padre. Pero en tiempo de Cronos regía entre los hombres una ley que ha subsistido siempre y subsiste aún entre los dioses, según la cual el que entre los mortales ha observado una vida justa y santa va después de su muerte a las islas afortunadas, donde goza de una felicidad perfecta al abrigo de todos los males; y, por el contrario, el que ha vivido en la injusticia y en la impiedad, va al lugar del castigo y del suplicio, llamado Tártaro”. Platón, Gorgias, op. cit.
16 “Antes de todas las cosas fue Caos; y después Gea la de amplio seno, asiento siempre sólido de todos los Inmortales que habitan las cumbres del nevado Olimpo y el Tártaro sombrío enclavado en las profundidades de la tierra espaciosa; y después Eros, el más hermoso entre los Dioses Inmortales, que rompe las fuerzas, y que de todos los Dioses y de todos los hombres domeña la inteligencia y la sabiduría en sus pechos.
Y de Caos nacieron Erebo y la negra Nix. Y de Nix, Éter y Hémero nacieron, porque los concibió ella tras de unirse de amor a Erebo. Y primero parió Gea a su igual en grandeza, al Urano estrellado, con el fin de que la cubriese por entero y fuese una morada segura para los Dioses dichosos.
(…)
Rodando nueve noches y nueve días, llegaría a la tierra en el décimo día un yunque de bronce caído del Urano; y rodando nueve noches y nueve días, llegaría al negro Tártaro en el décimo día un yunque de bronce caído de la tierra.
Un recinto de bronce lo rodea, y la noche esparce tres muros de sombra en torno a la entrada, y por encima están las raíces de la tierra y del mar estéril. Y allí, bajo la negra niebla, en ese lugar infecto, en las extremidades de la tierra inmensa, por orden de Zeus que amontona las nubes, están escondidos los Dioses Titanes. Y no tiene salida ese lugar”. Hesíodo, Teogonía. Edit. Porrúa, México, 1982
17 Federico González Frías, Tres teatro tres. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2011. Cita extraída de la obra teatral “Lunas indefinidas”, incluida en este volumen.
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