SYMBOLOS
Revista internacional de 
Arte - Cultura - Gnosis
 
 
  [RENE GUENON]
PSICOLOGIA

Capítulo V
CLASIFICACION DE LOS HECHOS PSICOLOGICOS
(resumen mecanografiado)

Las facultades

Cuando hablamos de facultades en psicología no entendemos por ello poderes del alma, que explicarían los hechos mentales.

La cuestión de la existencia real de semejantes poderes y el estudio de su verdadera naturaleza sobrepasaría en efecto el dominio de la psicología, de la que debemos subrayar aquí el carácter relativo.

Si empleamos el término facultad, es únicamente para distinguir los conjuntos de hechos mentales irreducibles unos a otros, aunque estos conjuntos no estén nunca completamente separados.

Parece que no hay más que tres facultades: la inteligencia, en su sentido más amplio, la emoción o sensibilidad y la voluntad, esta es la división más generalmente admitida.

Para darse cuenta de esto basta comparar los diferentes hechos mentales que nos son conocidos por la conciencia.

Habrá siempre ciertas relaciones, una cierta comunidad de naturaleza entre dos ideas por diferentes que sean, y lo mismo entre dos sentimientos. Pero en cambio, las ideas y los sentimientos forman dos grupos irreducibles; los hechos que se refieren a la voluntad aparecen igualmente como irreducibles a los anteriores.

Se ha buscado sin embargo algunas veces hacer una reducción entre estos diferentes grupos; es necesario pues mostrar con más detalle que no hay menos de tres facultades, o sea que ninguna de las tres que hemos enumerado es reducible a una de las otras dos.

Se ha tratado de hacer una sola clase de los hechos intelectuales y de los hechos emotivos pretextando que son hechos pasivos, mientras que los hechos volitivos serían esencialmente activos; pero esta distinción en muy vaga e implica incluso verdaderas confusiones. Ante todo, la pasividad tiene como señal la reacción, opuesta a la acción espontánea, pero la reacción que presenta siempre ciertos caracteres propios de la naturaleza del ser es también acción.

Por otra parte, podemos preguntarnos si existe, también en el dominio de los hechos volitivos, muchas acciones que sean completamente espontáneas, independientes de toda influencia exterior y que no sean pasivas bajo algún concepto.

Sin duda la voluntad parece ser lo que hay de más activo en nosotros, mientras que el sentimiento es lo que hay de más pasivo, aunque a veces juega también un papel activo, por ejemplo cuando sirve de móvil a nuestra conducta.

En cuanto a la inteligencia, es seguramente un error no considerarla como activa en un grado más o menos elevado y esto hasta en las funciones más simples de la adquisición del conocimiento, como la percepción, donde la mente aporta siempre algo de sí misma.

Se podrá, si se quiere, distinguir en la inteligencia un lado más bien activo y un lado más bien pasivo, pero esto no es en suma más que una cuestión de grado y no de naturaleza, al menos en tanto que nos limitemos al único punto de vista bajo el cual nos sea posible contemplar la inteligencia en psicología.

Para reunir la inteligencia y la emotividad se señala el papel jugado por la creencia, que es sentimiento, en el juicio, considerado como el acto intelectual más esencial, pero se podría igualmente señalar en sentido inverso que en el hecho de la afirmación, que acaba el juicio, entra la voluntad. Esto no prueba por otra parte nada más que esta verdad incontestable, que las diferentes categorías de hechos psicológicos se mezclan más o menos y reaccionan unos sobre otros, lo cual no es una razón suficiente para querer confundirlos.

En realidad, pensar, sentir, querer, son tres formas de la actividad de la mente: esta actividad puede tener grados, pero es siempre actividad, y lo que se dice pasivo en la mente puede devenir activo al más alto grado en ciertas circunstancias.

Estudiemos ahora los valores que pueden tener los ensayos tanteados para reducir a una sola estas tres facultades. Primero, no se puede reducir el sentimiento y la voluntad a la inteligencia: Descartes y Leibniz veían en el sentimiento pensamiento confuso, pero hay que decir, es cierto, que la palabra pensamiento parece tener para ellos, sobre todo para Descartes, un sentido más extenso que habitualmente. Como quiera que sea, no se puede reducir el sentimiento a la inteligencia; sin duda es posible que los sentimientos, incluso aquellos a los que se llama placer o dolor físico, lo mismo que todos los deseos, se expliquen mediante juicios subconscientes más o menos recientes, de los cuales algunos pueden ser pasados al estado de hábito casi orgánico, pero en todo caso no hay que tomar la causa del sentimiento por su esencia. Igualmente, algunos juicios anteceden siempre a la volición, pero aunque el juicio, que se podría expresar así: "haré lo que me venga en gana", se confundiese de hecho con el propio acto volitivo, no habría menos en él dos elementos heterogéneos, y por otra parte este juicio no se asemeja en absoluto a los juicios apreciativo y afirmativo.

No se puede tampoco reducir la inteligencia y la voluntad al sentimiento. Aquellos que han pensado que se podía reducir, lo han hecho sobre todo porque parecía que la vida afectiva es aquella por la que el hombre comienza; sin duda la vida afectiva tiene una importancia mayor en la primera infancia, pero si se piensa que el niño, desde sus primeros días, hace experiencias y se instruye él mismo para interpretar estas sensaciones, esto muestra que se sirve ya de su inteligencia tanto como le es posible.

Es de temer que los partidarios de la reducción de la que hablamos confundan sentimiento y sensación; en todo caso, ¿cómo se podría sacar del sentimiento lo que no se puede sacar de la sensación, que sin embargo es ya algo intelectual, o sea todas las ideas propiamente racionales mediante las cuales se edifica la ciencia?

No se puede tampoco reducir la voluntad al sentimiento y no es cierto que la voluntad no sea más que un deseo que vence en nosotros finalmente sobre varios otros.

Sin entrar aquí en la cuestión de la libertad, que si existe no puede pertenecer más que a la voluntad exclusivamente, destacaremos los puntos siguientes: el deseo puede buscar lo imposible, no se quiere más que lo posible; se tiene a veces deseos opuestos, la voluntad tiende siempre hacia un único y mismo fin; el deseo depende en gran parte del organismo, mientras que es muy difícil explicar fisiológicamente la voluntad; finalmente el deseo es independiente de la razón, es eminentemente impulsivo, mientras que no hay voluntad sin reflexión. En una palabra, sentimiento y voluntad parecen tan diferentes bajo todos los aspectos que no se puede pensar en reducir uno de ellos al otro.

Finalmente no se puede reducir el sentimiento y la inteligencia a la voluntad: se puede mostrar la existencia de tendencias que son como las voluntades más o menos oscuras de nuestra naturaleza, pero que no tienen nada en común con esta voluntad libre que está en juego y que por otra parte no constituye en absoluto el sentimiento ni toda la inteligencia.

Añadamos que para demostrar la teoría de las tres facultades, es necesario renunciar a buscar una oposición entre el desarrollo de una de estas tres facultades y las otras dos.

No hay más de tres facultades en el sentido psicológico de esta palabra; lo que se llama la actividad no es una facultad especial, sino que es un carácter general de todas las facultades.

No tenemos que examinar la cuestión de saber si es necesario contemplar, como pensaba Aristóteles, una facultad distinta para explicar que el alma pueda mover al cuerpo, ya que esta cuestión no es competencia de la psicología.

El lenguaje no requiere una facultad propiamente hablando, ya que se puede explicarlo mediante la inteligencia y la voluntad, unidas por otra parte a ciertas condiciones orgánicas.

Finalmente, el instinto no es una facultad esencialmente distinta de la inteligencia [...] y hay que renunciar a oponerlo a ésta; es necesario al contrario considerarlo como un caso particular, una especie de inteligencia.

Traducción: Miguel Angel Aguirre
 
Capítulo VI
LAS FACULTADES INTELECTUALES
 
Presentación
René Guénon
Home Page