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(A propósito de Juan 1, 43-51) |
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Con
el mero objeto de desarrollar sólo algunas de las múltiples
posibilidades contenidas en “El árbol invertido”,
inestimable estudio de Ananda K. Coomaraswamy publicado por primera
vez en 1938 y que la revista SYMBOLOS
ha traducido recientemente1, nos proponemos en la presente nota
ejemplificar los variados
contornos que, desde una perspectiva estrictamente tradicional,
puede revestir el simbolismo del árbol cósmico. Para
ello, y a fin de inaugurar nuestro sobrio recorrido, partiremos de
un episodio por demás enigmático situado al comienzo
del cuarto Evangelio. Aquél en el cual Jesús, luego de
haber sido bautizado por Juan, emigra hacia Galilea seguido de sus
tres primeros discípulos2:
Lo que más llama la atención en este relato es, primero, la actitud variable de Natanael quien, de un momento a otro, cambia de manera radical su opinión respecto de Jesús sin que medie en apariencia ningún motivo de peso. Pero, en segunda instancia, sorprende todavía más la presunta causa de tal cambio, contenida en las enigmáticas palabras proferidas por el segundo:
El hecho de que en esta frase se encuentre cifrada una significación de sentido sin duda más profundo que el mero acontecimiento circunstancial al que parece estar orientada y que una lectura apresurada podría hacer prevalecer a secas, estaría dado en que, ante el repentino reconocimiento por parte de Natanael de Jesús como Rabbí, Hijo de Dios y Rey de Israel, momentos después de haber expresado que de Nazaret nada bueno podía venir, el propio Jesús parece reflexionar acerca del valor de la misma:
Esta especulación ensayada por Jesús –podríase inferir hoy que de neto corte ‘metalingüístico’–, acerca del efecto producido por una fórmula expresiva sobre los vaivenes en la credulidad del receptor al cual va dirigida, pareciera no dejar lugar a dudas sobre la importancia e, inclusive, el valor propiamente iniciático que la misma por fuerza ha de encerrar. Ello no sólo vendría a ilustrar el tan mentado, y por cierto notorio, carácter metafísico del cuarto Evangelio, sino también las cualidades intelectuales de algunos de los primeros seguidores de Cristo, desarrolladas al punto de poder comprender usos simbólicos del lenguaje de raigambre propiamente esotérica como el que nos ocupa. Hecho este que, además, bien valdría en lo que incumbe a aventar la tan extendida creencia que hace de los apóstoles personas del común. Muy por el contrario, el citado incidente permitiría vislumbrar, por lo menos, cómo aquéllos no se debieron encontrar desprovistos de algún tipo de preparación en lo atinente a los modos que la Ciencia Sagrada suele adoptar para transmitir sus verdades. No obstante, y como adelantamos en un principio, nos centraremos por ahora únicamente en el simbolismo del árbol que Jesús utiliza quizá para convencer a Natanael y que este último parece descifrar sin dificultad. De tal modo, si tenemos que la figuración del árbol representa en su conjunto la totalidad de la Existencia Universal, por separado la copa prefigurará los aspectos manifestados de dicha existencia, las raíces los estados no manifestados y, en última instancia, el Principio mismo que sustenta toda manifestación, mientras que el tronco representará el eje –axis mundi– por intermedio del cual se comunican entre sí y con el Principio aquella indefinidad de estados del Ser en primer término aludidos. Ahora bien, resulta inmediatamente comprensible que, puestas así las cosas, estar situado ‘debajo de la higuera’ equivale a estar emplazado cerca de la raíz o, en términos metafísicos, lejos de la manifestación, es decir, en una situación de inmediatez al Principio. Y la capacidad de Jesús de ‘poder ver’ (o acaso sería más acertado expresar ‘poder recordar’) a su interlocutor en esa ‘posición’, implicaría la posesión de un conocimiento que, por decir lo menos, trasciende el grado de existencia donde se desarrolla el dominio propiamente humano. El símbolo del árbol como representación del eje del mundo o, hablando con propiedad, de los mundos, y, por ende, el conjunto de la manifestación universal, podría rastrearse sin excesiva dificultad en tradiciones diversas y entre sí distantes en el tiempo y en el espacio, pero que, en vista de las innegables similitudes en lo que atañe a su contenido último, exigirían la ineludible postulación de un origen común. A este respecto, el metafísico francés René Guénon ha señalado la filiación de la figura de la higuera en particular con el pensamiento hindú en El hombre y su devenir según el Vedanta, uno de sus libros fundamentales4. Asimismo, se explaya en otra parte mucho más detenidamente acerca de los sentidos opuestos a los que las distintas figuraciones del árbol pueden aparecer ligadas, ya sea que se refieran
Esta representación a primera vista tan curiosa del ‘árbol invertido’, queda acabadamente plasmada en un pasaje de la Divina Comedia que, en relación a todo lo dicho anteriormente, encuentra así una explicación mucho más satisfactoria y profunda que la que meramente lo restringiría al dominio individual y contingente de la creación literaria, factor que, en estas cuestiones, importa bien poco, si es que importa algo:
En efecto, ya sea a través de su representación invertida o bien recta, la significación simbólica del árbol encierra profundas valencias metafísicas y cósmicas y, de común asociada a eventos míticos de profunda trascendencia, puede ser registrada en numerosas expresiones correspondientes, como recién expusimos, a culturas ubicables en situación manifiestamente diversa. En lo que específicamente concierne a la tradición de la antigüedad clásica, no podemos dejar de referirnos, verbigracia, al mito del nacimiento de Apolo y su hermana gemela Ártemis, el cual tiene lugar no casualmente debajo de una palmera:
Si bien las distintas variantes del relato concerniente al nacimiento de Apolo y su hermana gemela Ártemis son de neta tradición hiperbórea, esto es, polar, también se hacía referencia en la antigüedad a una isla, o conjunto de islas, situadas en el extremo Occidente, a las que no resultará extraño encontrar asociadas al simbolismo del jardín cercado conteniendo un árbol sagrado en su centro. Tal el caso del mito del Jardín de las Hespérides, las doncellas de la tarde hijas de Atlante, quienes custodiaban un manzano propiedad de Hera que daba frutos de oro. Lo destacable del punto, a nuestros fines, radica en la íntima ligazón de dicho árbol con la figura del titán Atlante: recordemos que cuando Heracles, para cumplir con su undécimo trabajo, debe ir a recoger esos frutos, finalmente no es él mismo quien lo hace sino el propio titán, al cual el héroe releva momentáneamente de su tarea de soportar sobre sus hombros la bóveda celeste. Ahora bien: la rol de sostén desempeñado por Atlante (la raíz de su nombre, derivada del verbo atlhtew, aludiría a quien “soporta lo insoportable”), no deberá resultar para nada ajeno a la figuración del árbol sagrado en tanto eje que conecta los distintos mundos y, por ello, como desempeñando una función ordenadora de ‘separador’ y ‘sostén’ entre y de los mismos, respectivamente. Aquí se comprueba, entonces, que el sentido de la representación del árbol en tanto axis mundi no puede hallarse muy alejado del de la montaña. Por poner un ejemplo intrínsecamente relacionado: Heródoto, quien por todos los medios intenta racionalizar la materia mítica de la que no pocas veces se sirve, equipara a Atlante con el monte de Atlas, ubicado en el confín oeste de la Libia antigua, y nombra a los habitantes de esas regiones “atlantes” (IV, 184, 3). Además informa que ellos denominan a dicha montaña “columna del cielo”, calificación a estas alturas para nada sorprendente8. Volviendo al árbol sagrado de las Hespérides, hay que agregar que estas doncellas, en un inicio encargadas de su custodia, comenzaron en cierto momento a robar sus frutos. Entonces la diosa encomendó su guarda a la serpiente Ladón, quien para ello se enroscó alrededor del tronco. De esta serpiente se ha dicho, además, que “hablaba con varias lenguas”. Según acota Robert Graves, otras versiones del mito explican que fue el propio Atlante quien, ante un oráculo de Temis sobre el futuro robo de las manzanas por parte de un hijo de Zeus, había impuesto la guarda de Ladón y construido un muro formidable alrededor del vergel, previa expulsión de todos los extranjeros. Esta segunda versión pareciera reforzar aún más el hecho de que incluso al intrépido Heracles le estaba vedada la entrada al jardín: en efecto, mata a la serpiente atravesándola con una flecha por encima del muro y es Atlante el encargado de entrar y recoger los frutos. |
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NOTAS | |
* | G. G. Ferreira nació en la ciudad de Banfield, Provincia de Buenos Aires (Argentina), lugar en el que actualmente reside. Ha publicado diversos trabajos de crítica literaria en medios nacionales y extranjeros. Ver también otros artículos suyos en nuestra página "FIN DE CICLO - Estudios de Ciclología", y en esta misma sección: "Contribuciones al estudio del origen hiperbóreo de Afrodita", "El nacimiento de Zeus", "La Tierra Blanca". |
1 | COOMARASWAMY, Ananda K.: “El árbol invertido”. SYMBOLOS: Revista Internacional de Arte, Cultura y Gnosis. |
2 | Eran ellos Andrés, el hermano de Simón Pedro, un segundo innominado y el propio Pedro [I, 37 y 42]. |
3 | La Santa Biblia –Antiguo y Nuevo Testamento–. Antigua versión de Casiodoro de Reina (1569), revisada por Cipriano de Valera (1602) y cotejada posteriormente con diversas traducciones, y con los textos hebreo y griego. Madrid, Depósito central de la Sociedad Bíblica B. y E., 1938. |
4 | En la nota 2 al capítulo V se lee:
Por otro lado, Robert Graves y Raphael Patai citan al Génesis Rabba, un midrás sobre el Libro del Génesis recopilado en Palestina en el siglo V:
Para la palmera como figuración del Árbol Cósmico, cf. infra, las referencias al mito del nacimiento de Apolo y al fragmento del Génesis guaraní. En cuanto a la higuera, acotemos que, como ocurre con todo símbolo, no se halla exenta de, según los casos, significaciones benéficas y/o maléficas. Ejemplo de las primeras constituía la creencia de los antiguos romanos de que la mítica loba había amamantado a Rómulo y Remo debajo de dicho árbol, hecho por el cual se lo consideraba sagrado; en la tradición judeo-cristiana, en cambio, usualmente se ha asociado la higuera a un árbol maldito, por ser de sus ramas que se ahorcó Judas. |
5 | Cf. “El ‘Arbol del Mundo’”. En: Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada. Trad. de Juan Valmard. Estudio Preliminar de Armando Asti Vera. Bs. As., Eudeba, 1988, p. 281. En este mismo estudio consigna también lo que sigue:
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6 | Purgatorio, XXII. |
7 | Himnos homéricos III, a Apolo 93 y 115-119. Cit. en: GRUPO TEMPE, Los dioses del Olimpo. Madrid, Alianza, 1998, p. 65, # 87. Las vinculaciones de Apolo con el Principio entendido en clave metafísica no se reducen a la representación de su nacimiento, también mediante una etimología de su nombre los pitagóricos lo equipararon a la mónada [a, ‘negación’ y polys, ‘multiplicidad’], lo que a su vez llevaría a homologar el nombre de Apolo con el término sánscrito Adwaita [‘no dualidad’], aplicado a la Unidad principial. Cf. PLUTARCO: Isis y Osiris, 10. |
8 | Especifica Heródoto:
La forma equilibradamente cónica del monte no deja de llamar la atención. Tampoco su elevadísima altura. Incluso de aquellos que viven en las inmediaciones de ese indiscutible ‘Centro del Mundo’ –los citados atlantes– dice el historiador que
Los eruditos modernos han querido ver en la primera parte de este oscuro enunciado una alusión a la dieta de los pueblos de la región. Y en efecto, los habitantes del Sahara se alimentan a base de vegetales. Para la segunda parte parecen no haber hallado explicaciones satisfactorias. Preferimos arriesgar que, si bien es harto probable que ya el propio Heródoto no comprendiera el significado último de muchas de las informaciones que recogía, este dato acerca de los atlantes alude al sesgo sagrado del lugar y de los que en él vivían. En efecto, el no comer carne suele ser un rasgo propio de las castas sacerdotales. En cuanto a no tener visiones en sueños –una clara referencia a los oráculos– puede referirse al hecho de tenerlas en forma, si puede decirse, ‘directa’, a causa de habitar en ‘Tierra Santa’, esto es, en los dominios de un Centro Espiritual. En seguida comprobaremos que otro tanto ocurre con los misteriosos Argipeos. Por lo demás, la relación de los árboles con el simbolismo del pasaje, perdura en las numerosas creencias populares relacionadas con los ‘agujeros’ de los troncos: por ejemplo, que al depositar a un enfermo en uno de esos huecos, o al pasarlo a través de él, aquél sanará. Valdría la pena, a partir de estos elementos, encarar una relectura del mito del nacimiento de Adonis, quien ‘surge’ del interior del tronco del árbol de mirra en que Esmirna, su madre, había sido transformada por Afrodita. De igual manera debiera ser interpretada la tradición del ‘martirio de Isaías’. En efecto, se dice que para escapar de la sangrienta persecución del rey Manasés, el profeta se ocultó en el tronco de un árbol hueco. Manasés, entonces, mandó talar el árbol con Isaías en su interior. |
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