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La de Albania constituye otra de esas denominaciones topográficas que, hasta finales de la Edad Media, pudieron serle aplicadas a diversos lugares y que de ninguna manera debiéramos tomar como inexactitudes respecto a la situación geográfica de la Albania moderna, sino que, a la inversa e igual que ocurre con las primitivas Siria y Etiopía, debe ser este uno de esos nombres orientados a designar antes bien la situación de un Centro Espiritual, esto es, de una Tierra Sagrada, que un área sociopolítica determinada en el sentido moderno de la expresión. De ello parece ser prueba suficiente, por ejemplo, un curioso pasaje del Libro de las Maravillas del mundo, un texto del siglo XIII firmado por el anónimo caballero Juan de Mandevilla, en el cual se consigna la siguiente noticia:
A primera vista puede sorprender aquí, efectivamente, que una región denominada Albania no sólo diste de encontrarse en la zona balcánica, sino que, incluso, se ubique en latitudes francamente alejadas de ella, esto es, mucho más septentrionales y orientales, aledañas al territorio antiguamente habitado por los escitas, lindando el Mar Caspio, en inmediaciones del país de las Amazonas y contiguo a las regiones de Hircania y Bactria, situadas estas en el norte de la antigua Persia. Tales sorpresas no fueron ajenas a más de un comentador. Así, la profesora Mercedes Rodríguez Témperley, responsable de la excelente edición crítica del manuscrito aragonés del libro de Mandevilla que ahora nos ocupa, despliega en un anexo al final del volumen un valioso cuadro destinado a dar cuenta de los "Topónimos y sus correspondencias modernas" [2005: 241]. Respecto de Albania cita a Malcolm Letts [1953], quien, a pesar de la evidencia, parece que juzga geográficamente congruentes ambas Albanias, la medieval y la moderna. Contrariamente, Christiane Deluz [2000] considera a la Albania de Mandevilla un "país situado en Asia de forma imprecisa por la geografía medieval". Veremos que estas aparentes imprecisiones no son tales. En primer lugar, vale la pena remarcar que, etimológicamente, la palabra Albania no puede sino provenir del adjetivo latino 'albus', "blanco", como asimismo de los verbos 'albeo' y 'albico', "blanquear", o 'albesco', "ponerse blanco", de donde tenemos 'alba', con significado de "perla blanca", 'albatus', "vestido de blanco", 'albidus' o 'albulus', "blanquecino", 'albitudo', "blancura". Con lo que, al serle aplicada esta expresión a tal o cual área geográfica, no puede sino estar designándola con el nombre de 'Tierra Blanca'. Ahora bien, para cualquiera medianamente versado en los modos propios de la Geografía Sagrada, tal denominación enseguida habrá de despertarle sugestivas connotaciones. Y, en efecto, esta manera de bautizar un lugar no puede ser sino equivalente a otras toponimias de sobra conocidas pero que, parejamente, han provocado numerosas equivocaciones y extravíos en las mentalidades profanas, tales como las dos citadas en un principio, y que no puede sino referirse a Centros Espirituales de variada situación y datación imprecisa. En este sentido, la expresión "Tierra Blanca" vendría a equivaler a las de "Tierra de los Vivos", "Tierra Santa", "Tierra de la Luz", "Tierra de los Bienaventurados", "Tierra del Sol" y otras semejantes, las cuales ha sido aplicadas indistintamente a otros tantos sitios que, por el motivo que fuere, han venido a representar sendas recreaciones del Centro Espiritual Supremo, sede de la Tradición Primordial para el presente ciclo de humanidad, en distintos momentos del desarrollo de dicho ciclo. Sobre la base de "albus" encontramos, además del caso evidente de Albania, la designación de Alba Longa, la ciudad madre de Roma construida en la falda del Monte Albano por Ascanio, hijo de Eneas, y donde se honraba a Juno bajo el epíteto de Albana. Los propios romanos saquearon y destruyeron Alba Longa en tiempos del rey Tulio Hostilio aunque, según se dice, las piedras de Alba llegaron a ser muy apreciadas por ellos, al punto tal de haber servido de fundamento a la construcción del Capitolio. Incluso los mismos romanos denominaron Alba a varios parajes, tal el caso de Albici, en la actual Marsella; Albis, al río Elba, en Germania; Albula, originariamente al Tíber; Albunea a una fuente y Albuna (o Albuno) a un bosque cercanos a Tívoli, donde se honraba a la ninfa Albunea, décima sibila. Albiona se llamaba un campo sagrado ubicado en la margen opuesta del Tíber y donde, no casualmente, se sacrificaba una becerra blanca. Incluso Alburno era una antigua divinidad de Lucania que habitaba en el monte del mismo nombre. Esto por no citar patronímicos como Albinovanus y Albinus o el nombre de varón Albucius. Al presente conserva el nombre de Albano una ciudad ubicada al sudeste de Roma erigida a orillas del lago homónimo, el cual se encuentra en el cráter de un antiguo volcán extinguido. 1 Otro ejemplo notable y para nada ajeno es el de Albión, de quien, se dice, fue primer rey de Gran Bretaña, a la que dio su nombre y en donde introdujo la astrología y el arte de construir naves. Hecho este harto singular, ya que también al titán Atlas, rey de una famosa isla situada, igualmente, en el extremo occidental del mundo, se lo tenía por introductor de la astronomía. Este vocablo 'Albión' fue, asimismo, usado por los romanos para referirse, precisamente, al actual territorio de Gran Bretaña y, con posterioridad, liga su raíz latina a otra de origen celta a fin de transformar esa designación en otra similar aunque, probablemente, de alcances mucho más primordiales: Avalon (de Awwallach, 'manzano'), dada a una isla (o grupo de islas) ubicadas en el extremo Occidente y de innegable carácter sagrado 1bis. Igualmente, en las Islas Británicas, más precisamente en la región de Escocia, encontramos que en épocas pretéritas se le daba el nombre de Albany (o Albania) a la totalidad de ese país y, luego, solo a un ducado de su porción septentrional. De allí, además, que a los hijos de los reyes de Escocia se les diera el título nobiliario de 'Duques de Albany'. También a propósito de Britania, no podemos dejar de mencionar que, precisamente, Albano, un soldado del ejército de Diocleciano muerto en el 286 (o 303), es el mártir más antiguo de Inglaterra; en las cercanías de su tumba se construyó el monasterio de San Albano del que, a su vez, tomó el nombre la moderna ciudad de Saint Alban. Dato curioso: la festividad de este santo se celebra el 22 de junio, precisamente la fecha del solsticio estival en el hemisferio norte, hecho que liga a este santo y a su nombre con innegables significaciones solares. En efecto, el color blanco es el más parece convenirle a esa fecha, que en el ciclo anual corresponde al máximo de intensidad solar, es decir, al máximo de luminosidad. Contrariamente, el negro se aviene más al solsticio invernal, cuando se produce el nacimiento del sol desde el seno de unas tinieblas en apariencia triunfantes. Como sea, campean en estas cuestiones antiquísimas simbologías de sesgo cosmogónico que no viene al caso desarrollar aquí. Ahora bien, y ya que principiamos esta lista con la mención de Alba Longa y su emplazamiento a lo largo del Monte Albán, tampoco podemos dejar de omitir ahora distintos patronímicos derivados de tal denominación: Montalbán, Montalbano, como así también un hecho relacionado y harto curioso: Monte Albán nombra a una ciudad precolombina cuyos orígenes se remontan, según la ciencia oficial, a unos cuatro mil años atrás. Situada a unos diez kilómetros de Ciudad Oaxaca de Juárez, este complejo, presumiblemente de origen olmeca y posterior desarrollo zapoteca, constituye una de las localizaciones arqueológicas más descollantes del área de México. Según la tradición, el lugar recibió ese nombre ya desde el siglo XVI porque las tierras pertenecían a un caballero español de nombre Montalbán. En verdad, lo menos que puede decirse de la explicación sobre la que descansa la latinización del nombre, es que parece pecar de un evidente exceso de casualidad, máxime cuando las primitivas designaciones de la ciudad, derivadas de la antigua lengua zapoteca, nombraban 'Sahandevul' al lugar, que significa "Al Pie del Cielo", o 'Dani Baá', "Montaña Sagrada"; nombres, por lo demás, completamente acordes a un Centro Espiritual de tal relevancia. La denominación de Monte Albán representa, en sí misma, un caso notabilísimo de la trasposición de la que un mismo simbolismo puede ser objeto en el contexto del pasaje de una cultura a otra y, además, una prueba palpable de que los evangelizadores españoles, todavía en los inicios de la modernidad, no habían roto totalmente los lazos con la Tradición Única, sabiendo a qué atenerse toda vez que se topaban con manifestaciones incontrovertibles de la misma. Asimismo, y en cuanto a las vinculaciones existentes entre el color blanco, la luminosidad y distintas representaciones del Eje del Mundo inseparables de toda geografía sagrada –tales como la montaña, el árbol o el rayo, de las que ya nos hemos ocupado parcialmente en otro lugar [2009]–, acotemos ahora solamente, a título de ejemplo, que los componentes fónicos de Albus (y, por ende, de Albania: /alb/) son los mismos que los de Alborg (o Albordi), el nombre que los antiguos persas daban a la montaña sagrada. Montaña que era el fundamento de toda la tierra, a la cual rodeaba y, a la vez, se encontraba en su mismo centro, sobre cuya cima descansaba el sol y la luna principiaba su curso circular, siendo, en verdad, otra de las múltiples figuraciones del eje del mundo. Y es que, efectivamente, la designación de que aquí se trata no puede sino estar nombrando un 'Centro del Mundo', si bien que de carácter secundario e instaurado a 'imagen y semejanza' del Centro Supremo de localización polar. Las relaciones entre todo Centro del Mundo y las figuraciones simbólicas ligadas al Axis Mundi, va de suyo que por fuerza son congruentes:
Sobre estos particulares, resulta imposible no subrayar ahora el vínculo inmediato existente entre la Albania asiática y la cordillera del Cáucaso. Tanto, que otra denominación del lugar que nos ocupa es, precisamente, la de Albania caucásica. Fue René Guénon quien en un breve escrito [1988: 98, n. 3] señaló los nexos existentes entre el vocablo 'Cáucaso' y la designación de la Montaña Sagrada, de situación polar, por parte de la tradición árabe. La asimilación entre Qaf-qasiyah y Qaf –apunta Guénon–, si bien no debiera ser tomada literalmente en el sentido geográfico actual, resulta sugerente en cuanto a que "el nombre de 'Cáucaso' se aplicó antiguamente a diversas montañas situadas en muy diferentes regiones", hecho este que permite suponer que "bien puede haber sido originariamente uno de las designaciones de la Montaña sagrada", de la que "los otros Cáucasos serían solamente entonces otras tantas 'localizaciones' secundarias". En consecuencia –agreguemos nosotros– nada de extraño tendría que una de las tierras adyacentes a unas montañas llamadas Cáucaso lleven, a su vez, el nombre de Albania, conviniendo así la primera denominación a la Montaña Sagrada de efectiva situación polar en tanto Axis Mundi y, la segunda, a la Tierra Santa a ella aledaña, sede de la Tradición Primordial al comienzo del ciclo o de alguna de sus adaptaciones secundarias en determinado momento del desarrollo mismo. A estas precisiones se les podrían adjuntar otras no menos sugerentes. Por ejemplo, las que ligan el nombre árabe de la montaña sagrada con las denominaciones de al-kaukab o al-kokas (con el significado de 'la estrella'), o también Al-Kaukab al Shamaliyy, esto es, 'La Estrella del Norte'; nombres todos con que los antiguos astrónomos árabes designaban a la actual Kochab o Kocab, la estrella beta de la constelación de la Osa Menor que, en ciertos períodos históricos y en relación al movimiento precesional, estuvo, está y estará llamada a revestir un carácter simbólico superlativo en tanto y en cuanto constituye una de las Estrellas Polares para el hemisferio norte a lo largo de un ciclo de humanidad. Así, y si nos remontamos a etapas precedentes y no perdemos de vista la precesión de los equinoccios, Al-Kaukab puede ser considerada como figurando a uno de los Siete Rishis del Satya-Yuga y, por eso, ligada a la Edad de Oro de nuestro presente Manvántara. Ello evidencia dos cosas: el simbolismo netamente polar asociado a la montaña en cuestión y la primordialidad de tal simbolismo. Que la primordialidad del nombre 'Cáucaso' se corresponda con el de 'Albania' pareciera estar atestiguado, también, por la tradición griega. Así, contamos con un mito donde Cáucaso (o Caucas) era un pastor escita que apacentaba sus rebaños en el monte Nifate, donde fue muerto por Crono (el regente de la Edad de Oro) cuando, después de la Gigantomaquia, este dios, huyendo de las amenazas de su hijo Zeus, buscaba refugio en esa montaña. Para honrar al pastor, el propio Zeus hizo que posteriormente el monte tomara su nombre. Lo notable del caso reside en que se trata del mismo promontorio donde, algo después, Prometeo será encadenado en castigo por su falta. A estas alturas, no sorprenderá demasiado que el nombre original de la montaña en cuestión –Nifate–, provenga del griego nijas, 'nieve', o nijoeis, 'cubierto de nieve', con lo cual, también por aquí arribamos a connotaciones que tienen que ver con la blancura.2 La relación fónica antes sugerida entre Albania y Alborg, la montaña sagrada de la tradición persa, se refuerza así, justamente, en relación al Cáucaso, toda vez que otra etimología plausible para este nombre la liga a los vocablos del antiguo persa 'Koh' y 'Kaf', esto es, "montaña blanca", siendo que el nombre que estos pueblos le daban a esta cordillera es 'Kohkfsp', del que, no está demás aclararlo, Caspio es una variante. 3 Así las cosas, no resulta para nada impropio el que se conociera como 'Tierra Blanca', ya desde la antigüedad, a una región asiática situada en el lado norte de la cordillera caucásica y sobre las costas occidentales del Mar Caspio. Pero las cosas pueden devenir aún más enrevesadas. Según otra tradición, los habitantes de la Albania asiática eran originarios del territorio de Alba, en el Lacio, y fueron conducidos a esas regiones orientales por Hércules, cuando regresaba de su décimo trabajo, después de la derrota de Gerión y el robo de su ganado. Otra tradición habla, asimismo, de unos albaneses vecinos de Armenia que decían descender de los tesalienses compañeros de Jasón en la expedición de los Argonautas cuando, en busca del vellocino de oro, navegaron hacia los confines orientales del Mar Negro. Lo destacable de ambos relatos es el dato de la procedencia occidental de los albanos asiáticos. Es evidente, por lo demás, que muy poco es lo que se sabe de las migraciones de pueblos durante la antigüedad más remota. Pero resulta sugestivo ligar el topónimo en cuestión con la localización de un Centro Espiritual situado originariamente en el extremo Occidente, centro al que, sin ambages, podríamos denominar 'Atlántico', existiendo entre ambos ciertas ligazones de claras aristas solares. En primer lugar, el viaje de Hércules en busca de los bueyes rojos de Gerión no parece presentar muchas dudas en cuanto a que, simbólicamente, figura el traslado de un Centro Espiritual y la tradición a él ligada (presumiblemente vinculada, dada el perfil del héroe, a un culto de sesgo solar) desde el extremo occidental del mundo hacia las regiones del levante. Recordemos, a propósito de esto, que el ganado en general posee una significación simbólica atinente a la luz en numerosos mitos indoeuropeos, equiparándose la 'suelta del ganado' al acto cosmogónico de la creación. Volviendo puntualmente a Hércules y su décimo viaje, un relato secundario cuenta que al regreso, en la región del Ródano, el héroe se enfrentó a dos gigantes, hijos de Poseidón. El nombre de ellos: Albión y Bergión. Presumiblemente, y a causa de la vinculación mítica entre Poseidón y la Atlántida, se haya identificado a este Albión con el citado primer rey británico, con lo que se reforzaría todavía más el paralelo Albión / Atlas. Sugestivamente, las rutas seguidas por Hércules para retornar a Grecia de sus dos trabajos en el extremo Occidente, esto es, el décimo y el undécimo, en los cuales debía 'robar' un objeto sagrado –los bueyes rojos de Gerión y las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides, respectivamente– y trasladarlos a Micenas, distan de responder a una lógica geográfica coherente. Haciendo la salvedad acerca de los reparos que hay que tener cuando de geografía sagrada se trata, en el primero de ambos retornos parte del Promontorio Sagrado, el lugar más occidental del mundo en las actuales costas portuguesas, pasa por la colonia fenicia de Abdera, atraviesa España, los Pirineos, visita la Galia, Liguria, traspasa los Alpes, recorre Etruria y la totalidad de la costa tirrena hasta Sicilia, hacia donde cruza y desde donde desanda su camino por el lado de la costa oriental de la península, hasta que, en la entrada del Golfo Adriático, la diosa Hera envía un tábano que dispersa el ganado de Gerión a través de Tracia y hasta las planicies escitas, por donde el semidiós lo persigue y desde donde, finalmente, puede retornar a Corinto. A lo largo de ese extraño periplo, Hércules realiza las hazañas propias de todo héroe: funda ciudades y templos, instaura cultos –a Zeus y a sí mismo–, libera pueblos, derrota monstruos y gigantes y, sobre todo, engendra epónimos, tal como veremos ocurrirá en Escitia. Otro tanto acontece con la ruta seguida luego de realizado el undécimo trabajo. En este caso, el regreso a Grecia no sigue el camino europeo a través de la costa septentrional del Mediterráneo, sino que se orienta a lo largo de su costa meridional, esto es, Mauritania, Libia, Egipto y, pasando por la isla de Rodas –la isla consagrada a Helios, el sol– hacia el territorio asiático, a fin de culminar, precisamente, en el Cáucaso, donde se procede a la liberación de Prometeo. Evidentemente, tanto el décimo como el undécimo trabajos representan versiones míticas de sendas migraciones, una por la costa norte del Mediterráneo, otra por la costa sur, desde un Centro Sagrado situado en el Oeste y hacia el Este. Dichas migraciones equivalen al traslado de una tradición, cifrada en objetos especialísimos tales como el ganado rojo de Gerión y las manzanas doradas de las Hespérides, objetos, además y como dijimos, de innegable significación luminosa y solar. Dichas migraciones, bastante difíciles de fechar con aproximación, deben figurar las que se produjeron luego del hundimiento de la Atlántida, ya que esa 'Isla Roja', Eritía o Eriteya, situada en medio del Océano donde el sol se pone al final del día, no puede ser otra que la mítica isla desaparecida bajo el mar. Recordemos, también a este respecto, que las Hespérides, las ninfas de la tarde, eran hijas de Atlas y, como tales, llamadas, Atlantíades, por lo que su mítico jardín no puede ser otra cosa que una figuración (ya extrañada por el tiempo) nacida del recuerdo de la magnífica isla-continente. Más allá de todas estas cuestiones puntuales, bastante difíciles de reconstruir hoy en día, una cosa parece incontrovertible y digna de remarcar: los dos viajes de Hércules desde el extremo occidente, tanto el que sigue la ruta europea cuanto el que opta por la africana, parecen converger en un mismo punto oriental: el Cáucaso o sus inmediaciones septentrionales, esto es, Escitia. En lo tocante a este último aspecto, los vínculos de Hércules con la región de Escitia debían ser bastante conocidos en la Antigüedad; a propósito de ello, por ejemplo, resultan invalorables los testimonios que aporta Herodoto [IV, 8-10]. Según el historiador de Halicarnaso, Hércules arriba, en pos del ganado, a una región del territorio escita –que a la sazón aún se hallaba deshabitado– llamada Hilea, es decir, "boscosa", donde, en el interior de una caverna, se topa con una deidad biforme, mitad mujer mitad serpiente, en la cual engendra tres hijos: Agatirso, Gelono y Escita, descendiendo de ellos los diferentes pueblos de la región. La divinidad ofidiana a la que Hércules se une (vale decir, la tradición local con la que se mixtura la de origen occidental traída procedente desde más allá de las Columnas de Hércules), ha sido identificada con la diosa escita Tabiti, que los griegos identificaban con Hestia [IV, 59]. No obstante, otros han argüido, presumiblemente con más razón, que "este ser biforme representa quizá a la diosa suprema de la civilización cimeria; una 'señora de las fieras', cuya cola de serpiente expresaba su carácter ctónico (…)" [Cf. SCHRADER, 2000: n. 33 a HERÓDOTO, IV]. Los rasgos 'asúricos' de esta deidad, sea cual haya sido, nos permiten entrever, al menos, su evidente 'primordialidad' en relación a Hércules. Y ello, ciertamente, no puede ser ajeno en primera instancia a los cimerios, tenidos por ser quienes previamente habían habitado Escitia. La precedencia de la deidad ofidiana debiera también ser vinculada a la de la tradición que encarnaba, siendo como parece ser, en efecto, que su encuentro con Hércules puede ser interpretado a manera de la convergencia y fusión de dos corrientes tradicionales, septentrional la una, occidental la otra. Como sea, los misteriosos cimerios deben haber jugado un rol preponderante en todo esto. A propósito, no es mucho lo que acá diremos de este pueblo ya que nos desviaríamos de nuestro tema, pero no queremos dejar de apuntar que estos cimerios no son otros que el pueblo de Gomer, primogénito de Japhet, el cual, según el Génesis judeocristiano, se afincó, luego del Diluvio, precisamente en las regiones extremo-septentrionales del mundo. Y no por nada es el país de los Cimerios, precisamente, el que Odiseo rebasa luego de la primera partida de la isla de Circe a fin de cumplir su visita al 'otro mundo', situado por Homero en el extremo norte, más allá de los confines del océano, allí donde el sol jamás alumbra. Alusiones evidentes todas ellas a los territorios circumpolares si no directamente polares… ¡Qué lejos se halla todo esto de las suposiciones de todos aquellos que, a toda costa, persisten en circunscribir los viajes de Odiseo al acotado ámbito del Mar Mediterráneo! En cuanto al vínculo existente entre los albaneses y los argonautas, también hay aquí algunas cosas para decir. Primero, y en lo que se relaciona estrictamente con la blancura y la luz, se debe remarcar que el término argo-nauta bien puede ser traducido por 'viajero de la luz' o, por extensión, 'portador de la luz'. Y ello porque, en cierta manera, la palabra 'argo' es el estricto equivalente griego de la latina 'albus'. Refiriéndose a este punto, Guénon [1987: 103] consigna acerca de los nombres de lugares que encierran la idea de blancura que, "entre los griegos, el nombre de la ciudad de Argos tiene el mismo significado"; y agrega en nota que si bien el nombre de la ciudad es neutro, "el mismo nombre en masculino es el de Argos", precisamente, el constructor del navío Argo, "cuyo mástil estaba hecho de roble del bosque de Dodone", vale decir, de un árbol sagrado, figuración por ende de la luz y del eje de los mundos.4 Además –continúa Guénon– Argo "puede significar igualmente 'rápido', tomando la rapidez como un atributo de la luz (y especialmente del relámpago)". Esto último también llama la atención pues el rayo, ligado íntimamente a ciertos árboles, como es el caso del roble, es un extendido símbolo del eje del mundo. Además, el vocablo "plata deriva de la misma palabra" argos, hecho para nada sorprendente en tanto la plata es "el metal blanco" que "comprende astrológicamente a la luna", siendo así que "el latín 'argentum' y el griego 'argurus' tienen idéntica raíz" [Id. 104].5 Ahora bien, retomando el sentido profundo de la expedición a la Cólquide de Jasón y los argonautas en busca del vellocino de oro, puede postularse que la misma representa, asimismo, un mito de impronta solar análogo al de Hércules más arriba mencionado, aunque de significación inversa, pues el traslado de una tradición (y de la influencia espiritual consecuente que dicho traslado conlleva) no se hizo aquí de Occidente a Oriente, como en aquel caso, sino en dirección inversa. No obstante, también se observa en este caso un elemento de evidente significación solar, el vellocino de oro, esa piel dorada de carnero (un animal ligado al sol) que pendía, también, de un roble, ello es, de un 'árbol de luz' equivalente a aquel con el que se había construido el mástil de la nave Argo. Esta segunda figuración del Árbol Sagrado sobre cuyas ramas descansa el sol, implica la consecuente presencia de un Centro del Mundo, o sea, de una sede secundaria de la Tradición, hacia la cual los griegos van y de la cual retornan con un elemento sagrado. El santuario del vellocino estaba situado (como la isla Eritía de Gerión) en uno de los extremos del mundo, aquel desde donde el sol se eleva, situado en las márgenes orientales del Mar Negro, no muy lejos del área caucásica. Todo esto permitiría conjeturar que los acontecimientos narrados en el mito de los argonautas han de haber sido, por fuerza, sensiblemente posteriores en el tiempo a la llegada de Hércules al Cáucaso. En efecto, puede postularse de tal modo la siguiente secuencia: primero, una corriente tradicional de procedencia occidental a la que, a falta de una mejor denominación, llamaremos Post-atlántica, arriba a través de Tracia, y luego de haberse diseminado a todo lo largo del litoral norte del Mar Mediterráneo, al territorio escita. En segunda instancia, otra corriente de la misma procedencia recorre el litoral africano con dirección Este, pasa por Egipto y culmina en el Cáucaso septentrional, no muy lejos de la mencionada región de Hilea. En esos puntos, ambas corrientes entroncan con otra tradición, a todas luces previa y de eventual procedencia nórdica. De esas fusiones procede el establecimiento de un Centro Espiritual que, con posterioridad, habría de irradiar nuevamente hacia el mundo mediterráneo, hecho este figurado, por ejemplo, en el mito de los argonautas, quienes 'roban' un elemento sagrado y, desde esas localizaciones, lo transportan a Grecia. |
Continuación |
NOTAS | |
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Del mismo autor hemos publicado aquí "Algunas consideraciones acerca del simbolismo arbóreo (A propósito de Juan 1, 43-51)", "El nacimiento de Zeus", así como otros artículos en la siguiente sección de la web "Fin de Ciclo - Estudios de Ciclología". |
1 | Sólo por citar otros ejemplos que no hacen más que demostrar lo extendido de la toponimia en cuestión: las localidades de Albacete, Alba de Tormes, Albaida, Albocácer y la isla Alborán, en España; Alba Lulia, en Rumania; el Monte Albo de Cerdeña; el río Albis, en Suiza; y, por último, las localidades de Albi y Alby, de casi idéntica grafía, con la salvedad de que la primera se halla en el mediodía francés y la segunda en el interior de Suecia. |
1bis | A continuación transcribimos lo que ya habíamos tenido ocasión de consignar en 2004, Nota 11: "En cuanto a la denominación de 'Avalón', se ha derivado dicho nombre de palabras celtas alusivas, precisamente, a los manzanos y a sus frutos (tal el caso del irlandés ablach, 'abundante en manzanos'). Sin extendernos demasiado en este punto, del cual procederá, por ejemplo, la problemática identificación de Avalón con Glastonbury, idéntica a la galesa Ynis Gutrin, Isla de Cristal, cuestión de la que oportunamente nos ocuparemos pero que ahora nos desviaría sobremanera de nuestro itinerario, consignemos solamente que en esta isla habitaba Morgana, la hermana o medio hermana del rey Arturo, y que allí mismo fue transportado el mítico rey a curarse de las heridas recibidas luego de su última batalla. Además, se dice también que su famosa espada había sido forjada en Avalón. Y el nombre de ésta, excalibur, o caliburno, resulta por aquí sugestivamente cercano a Calidón o Caledonia. Transcribimos a continuación parte de la noticia que acerca de Avalón Geoffrey de Monmouth, responsable de haber iniciado la 'fase escrita' del ciclo artúrico, anotó en las páginas de su Vita Merlini: 'La isla de los Frutos, que llaman Afortunada, / Con razón tiene este nombre, pues produce por sí sola. / No necesita de campesinos que aren sus campos: / No hay nada cultivado, excepto lo que proporciona la naturaleza. / Además de abundantes cereales, produce uvas / Y en sus bosques nacen las frutas en su desplegado brote. / El suelo, en lugar de hierba, produce de todo, y además de forma abundante. / Allí se vive cien años e incluso más'." [Cf. GUTIÉRREZ GARCÍA: 1999, 56]. Por su parte, Christophe Levalois [1987] señala que el antiguo nombre de Gran Bretaña, Albión, "tiene una estrecha relación con la mítica 'isla blanca' identificada con Hiperbórea". Y ello porque "Avalon, llamada también Aaballon, es similar a Abellio, Álbum, Alba, Albion, nacidos de la palabra latina 'Albus', 'blanco'; Avalon sería pues la 'isla blanca', la 'cuna de los arios', asimilada al polo (…)". Ello no quita que la palabra pueda vincularse asimismo con el "kimrico 'afal', 'manzana'" por lo que además sería, así, "la isla de las manzanas". Y añade: "encontraremos un eco de esto en el mito del Jardín de las Hespérides en donde están guardadas las manzanas de oro –que Hércules va a conquistar– que confieren la inmortalidad". No obstante, la identificación de Avalón con Hiperbórea no puede de ninguna manera efectuarse en términos de identidad geográfica ni mucho menos temporal, sino a manera de trasposición simbólica: indudablemente la primera denominación debe serle aplicada a un centro espiritual secundario, de situación eventualmente nororiental y correspondiente a una fase muy avanzada del ciclo humano actual, ya distante del Centro Supremo y Primordial, este sí de ubicación polar. ¿Y no hallamos, parejamente, ecos de todo ello en el relato judeocristiano de la Caída? El hecho de que la tradición se haya empeñado en identificar al fruto prohibido con una manzana da bastante que pensar acerca del lugar donde se situaba el misterioso lugar denominado Edén en el Génesis. La asimilación del Jardín de Edén, tanto como el de las Hespérides, a la isla de Avalón no puede resultar sorprendente si se tiene en cuenta que tanto la tradición judía en su conjunto, al igual que numerosos mitos griegos, poseen un incontrastable origen extremo occidental; origen para nada ajeno al de la tradición céltica. Para finalizar y teniendo en cuenta el significado de la blancura asociado al de la luminosidad: ¿sería demasiado descabellado relacionar las raíces lingüísticas de Albania y Avalon a las de Abelion, Beleno, Bela o Belis (antiguas divinidades célticas consagradas al sol, asimiladas a Apolo y honradas bajo la figura de un joven lampiño coronado de rayos y con la boca abierta en actitud de proferir oráculos)? ¿Y es casualidad que sea Belo, precisamente el sol, la deidad más importante de los babilonios? ¿Y qué decir de Belén, evidentemente idéntico a Beleno, en tanto nombre del lugar elegido por el avatar para su manifestación? Estas relaciones, evidentemente, pueden parecer forzadas y aún descabelladas a primera vista; no lo serán tanto, en cambio, una vez que postulemos la identidad de la tradición Caldea con la Céltica, de las que poco y nada hoy, por otra parte, se conoce. Un último señalamiento: teniendo en cuenta su evidente origen hiperbóreo, algunos –como Robert Graves– han ligado la etimología de Apolo (Apollwn) a manzana (alemán 'apfel', frisón 'apel', gaélico 'ubhal', islandés 'epli', inglés 'aeppel', sueco äpple, etc.), de donde los vínculos con 'afal' y, por ende, con 'Avalon', se patentizan [Cf. N 8, in fine]. |
2 | Actualmente la tradición dice que se trata del monte Elbrus, el mayor del Cáucaso (5642 m), situado en la parte occidental de la cordillera, casi en la frontera entre Rusia y Georgia. Curiosamente el nombre antiguo era Strobilus, quizá del griego Strombós, trompo, torbellino, lo que sugeriría la idea de 'giro en torno a un punto fijo', tal como 'gira' todo estado manifestado en torno al axis mundi o 'polo de todo lo manifestado'. A lo dicho se podría agregar que los griegos consideraban al Cáucaso, justamente, como uno de los 'pilares del mundo'. |
3 | Los armenios le dan a esta cordillera el nombre de Kovkas o Kavkaset, de obvio origen persa. Los iranios le denominan El-bruz (evidente variante de Elbrus), con el significado de 'montes que forman picos'. Los georgianos, parejamente, Ial-buz o Iel-buz, con el sentido de 'crin de hielo', lo que no deja de ser una denominación alternativa plenamente conveniente para la montaña blanca. |
4 | Este dato da qué pensar, pues Dodona, donde se encontraba uno de los principales santuarios de Zeus, deriva del bíblico Dodanim, uno de los hijos de Javán, nieto de Noé e hijo, a su vez, de Japhet. Javán es el epónimo de todos los griegos y los 'hijos de Japhet' representan al conjunto de las naciones septentrionales. Algún día abordaremos en un estudio específico la espinosa cuestión de las migraciones postdiluvianas. Pero ello es algo que en este lugar ni podemos pensar en encarar. |
5 | También en el caso de Argos la toponimia es sumamente elocuente: Argentan, Argentat, Argenteull, Argenton, Argent-sur-Savidre y Argonne, son localidades francesas como Argenta lo es de Italia. Argens y Argesul, sendos ríos de Francia y Rumania, respectivamente. Argovia o Aargau, el nombre de un cantón suizo. Incluso existe en la actualidad una pequeña ciudad de Argo, sita en la margen derecha del Nilo, pasando la tercera catarata, en territorio sudanés. Ahora bien, a todos aquellos que, como es nuestro caso, consideran la imposición de los nombres algo más que un hecho fortuito, convencional o arbitrario, les proponemos la siguiente incógnita que, si bien a primera vista pueda parecer lateral, no ha de ser esencialmente extraño al tema que venimos desarrollando: ¿qué destino habrá de reservársele en el contexto del fin del ciclo a una tierra que, desde los inicios mismos de la época moderna, fue por todos denominada 'Argentina' o, lo que es igual decir, en tanto y en cuanto resultó portadora de una designación de hondo simbolismo primordial, esto es, la de Tierra Blanca o Tierra de la Luz? Constituye esta, a no dudarlo, una cuestión sumamente delicada y sobre la que, por cierto, no nos hallamos en modo alguno en condiciones de expedirnos ni arriesgar interpretaciones de ningún tipo. Pero, ¿es acaso casual que el extremo austral de Sudamérica haya sido señalado por algunos, en cierto momento, como posible sede de una nueva 'Tierra Prometida'? Si bien mucho nos cuidaremos acá de profundizar sobre las verdaderas intenciones de tal elección y, asimismo, acerca de la 'buena voluntad' de quienes así han elegido, otros datos de procedencia diametralmente opuesta parecerían coincidir, también, en cuanto al papel relevante a desempeñar por esas regiones en las postrimerías del actual ciclo. Para la significación del término argos y la valencia simbólica del color blanco en general Cf. GUÉNON, 1987: X, in fine, y las notas 12 y 13 a dicho capítulo. En cuanto al simbolismo, sólo en apariencia inverso, del color negro y su relación con la blancura, Cf. el estudio de Guénon titulado "Los 'Cabezas Negras'", incluido en 1988: 100 y ss. |
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