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I El Mito de la primera mujer alquimista. María la Hebrea (y 3) |
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Anónimo.
Federico González. Noche
de Brujas. Con la realización del estado de Hombre Verdadero, se emprende el viaje vertical por las sublimes esferas del Alma superior.
Llegados al centro del estado humano, y abierta totalmente la mirada interior, o el ojo del corazón, se produce el enderezamiento definitivo, el paso de la horizontal a la vertical, o de la orientación solar a la polar, posibilitándose la universalización del ser y la fusión final con la luz increada del Principio.
Y la Tabla de Esmeralda agrega:
Y María continúa:
Sacrificada la conciencia de lo propiamente humano, trascendida la prisión de la forma, de la mente racional y de los límites impuestos por el tiempo y del espacio, se nace a la posibilidad de concebir otras realidades más interiores y elevadas, universales, una "región" poblada de energías informales, llámeseles seres invisibles, o dioses y diosas que viven gestas titánicas en un no-tiempo o tiempo mítico que no transcurre y es siempre ahora, donde todo resulta mucho más tenue pero real, etéreo pero auténtico; el mundo de las ideas que se sintetizan en la Clemencia o Misericordia –energía expansiva, generadora, fecunda, creadora, benéfica, luminosa y activa–, el Rigor –de carácter contractivo, restrictivo, riguroso, pasivo oscuro y negativo– y la corriente que las conjuga, el Esplendor o la Belleza, energía neutra y armonizadora. Recurrimos a los textos sagrados revelados para insinuar este ámbito del Ser, pues su lenguaje poético es el más idóneo para evocar lo poco que en palabras puede de él ser expresado:
Esto ya no es cometido de hombre, y apenas sería necesario repetir que no es con las facultades sensoriales o mentales que se puede experimentar dicho Conocimiento, sino en tanto que en la interioridad del ser humano se alberga la esencia supraindividual y eterna, el Espíritu único del universo, inmanente en toda su creación y simultáneamente trascendente, y el verdadero y único artífice de la Gnosis. Quien haya experimentado la certeza de esta realidad, nada teme ya, ni encuentra ningún obstáculo para saltar hacia estos cielos más interiores y cercanos al Origen; sabemos que el único que podría continuar aferrándose a lo ilusorio es el yo pequeño, que por miedo o soberbia seguiría autocomplaciéndose en su insignificancia; pero el alquimista ya no le otorga ningún crédito, sino que decididamente va plus ultra. Por eso dice también el Poimandrés:
Lo que se vivifica es de una proporción mucho más grande que lo conocido hasta el momento, supera todo lo que pudiera ser imaginado, trasciende cualquier elucubración, es de otro orden. Urge vaciar de nuevo la copa en este cielo interior (Mundo que la Cábala conoce como el de la Creación) para que el Intelecto o Pensamiento divino lo ilumine y colme con sus bienes; se asiste a la transformación, que como dice la palabra va más allá de la forma y es la plenitud de las posibilidades de la creación aprehendidas como un todo que es uno.
Son éstos los estados del Alma superior, mas despojados de cualquier cosa de la que pudiera decirse que es algo; un ámbito que se vive en el eterno presente. Las indefinidas posibilidades de manifestación del siempre Uno se multiplican en este plano de la Creación cual ideas que se expanden y se contraen, se generan y limitan, se atraen y repelen, inspiran y expiran, como si de las dos fases indisociables de una única respiración cósmica se tratara.
La Cosmización culmina con las Nupcias de las dos Luminarias, del Sol y la Luna, arquetipos de lo masculino y lo femenino respectivamente, cuya hierogamia es símbolo de la resolución final de toda dualidad –por más elevada y sutil que sea– en su unidad esencial, tal como refleja también este nuevo texto de María:
El mito bíblico refleja también la posibilidad de trascender toda dualidad cósmica a través de la simbólica de la muerte de los tres hermanos y la simultánea resurrección al ámbito de lo supracósmico. En el camino, ya muy próximos a la Tierra Prometida, muere María en Cadés, al lado de una roca, y es enterrada antes de llegar a Canaán.
La muerte es aquí el símbolo del último desprendimiento, y aún así el pueblo vuelve de nuevo a rebelarse y se queja de haber dejado atrás la seguridad de Egipto: hasta el último instante acecha el peligro de aferrarse a "algo", pero la atracción del Principio vence toda resistencia. Agarrarse es limitarse y creer que hay "otro" que "uno", cuando en realidad, lo que se adquiere con la plena efectivización de la Iniciación es la posibilidad de conquistar la Inmortalidad y la conciencia de Unidad. Entonces,
Saciado del Agua de la Vida, por el caudal imperecedero de la Sabiduría, y aligerado de toda carga, el pueblo, el adepto, el Ser, completa su viaje, su realización integral. Un tramo más adelante muere Aarón en la cima de un montículo.
Cae el último velo, el que separa-une la Creación con su Principio. Tras cuarenta años de errancia por el desierto y habiendo consumado todos los matrimonios del Alma, muere Moisés en Moab, sin poder acceder a Canaán, pero oteándolo a lo lejos. Las dos energías complementarias equilibradas en su centro (la muerte a la dualidad simbolizada por la defunción de sus hermanos) pueden ser traspasadas.
Se recorrieron y vivificaron en toda su amplitud, profundidad y altura todas las energías cósmicas simbolizadas por las 7 sefiroth, lo que es análogo a decir que se completó la cosmización o deificación, y reunido todo lo aparentemente disperso en el Uno, la Tierra Prometida (que es un estado de la conciencia) queda sólo a un paso; más darlo es realizar el último sacrificio: el del Cosmos. Luego –aunque no es luego pues todo tiempo ha sido abolido y reabsorbido en la Eternidad– un salto al vacío, y la tan anhelada fusión con el Ser en sí mismo (Mundo o plano de Atsiluth o de las Emanaciones), expresión del ámbito supracósmico de la Metafísica, la Suprema Identidad, el Elixir de Inmortalidad y el Silencio de lo que No es. El Vaso de Hermes
Anónimo. Conversación
del Rey Calid y del Filósofo Morien
Dicen unánimemente los adeptos y operantes del Arte que el Vaso es el más grande secreto de la Obra alquímica, y tras esta afirmación no se esconde ninguna especie de ocultismo, secretismo o recelo ante un pretendido poder pequeño y particular. María también lo atestigua:
Ninguna de las altas enseñanzas doctrinales de la Alquimia será cabalmente comprendida mientras el ser humano continúe encasillado y retenido en la preprogramación impresa por nuestra sociedad desacralizada; pero si por un toque sutil del dios Hermes, o por un rotundo garrotazo, o como dice María
el hombre despierta a la unidad del Cosmos así como a la no dualidad entre éste y su Principio, todo deviene de pronto mucho más simple, verdadero, y se presiente que el secreto del Vaso lo es por su propia naturaleza, ya que no consiste sino en el misterio del Ser Universal visto como el supremo receptáculo sagrado. En el origen atemporal que es coetáneo al instante siempre presente se signa el mayor Sacrificio, el del Infinito o de la Nada metafísica que por un gesto enteramente misterioso y como saliendo aparentemente de su mismidad, concibe, gesta y alumbra al Ser, vertiendo en su concavidad indefinidas posibilidades, y haciendo de él como el latido del No Ser, o su respiración, el cuenco que acoge el soplo, o la sangre, que al circular y ponerse en movimiento por todos los senderos de este gran organismo da vida a la sinfonía universal. Y acaso también pudiera decirse que el Ser es el símbolo de la faz "visible" de la absolutamente inmanifestada y oculta Realidad metafísica del No Ser. Los sabios de todo tiempo y lugar han penetrado y se han fusionado con estas altas realidades espirituales, por ello Morien dice:
María, llamada también la Profetisa, nos ha repetido incansablemente a lo largo de todo este periplo que conoce internamente el dictado del compás divino y el Principio inmutable que traza el círculo del Mundo, porque ella misma, arquetipo de la Mujer o de lo Femenino, se ha hecho copa vacía receptora de los efluvios celestes emanados del Uno sin segundo. María es el ánima, el puente, la escala y también, según la simbólica alquímica de los cuatro elementos, el agua y el aire entre la tierra y el fuego, y la esencia que los sintetiza, el éter en el corazón, la quintaesencia hermética, simbolizada por esa planta de cinco flores que germina en la cima de la montaña entre los humos recogidos por dos copas, una invertida respecto de la otra. En este grabado tan simple en apariencia atribuido a la maestra, se esconde la más alta enseñanza que pudiera ser transmitida, pues veladamente proclama que:
En los "Sellos de los Filósofos" la divisa de María proclama:
Por eso también en su tratado, a la pregunta de Aros:
ella responde:
Este fuego está directamente vinculado con la labor secreta del Espíritu que se alberga en el Centro del Mundo análogo al corazón del hombre y al Vaso de Hermes, la deidad receptora y emisaria del mensaje perenne. Espíritu, además, que es la verdadera Identidad de Todo, y que siendo absolutamente misterioso e insondable es, paradójicamente, lo único con lo que uno aspira a fusionarse.
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Anónimo. |
El Pequeño Jardín de Rosas de María la Profeta y el Rey Aros traducido al alemán por Fr. Basilio Valentino. 1768 |
Una estrella en Alejandría. Hypatia (370-415 d. J. C.). |
NOTAS | |
48 | María la judía. Diálogo de María y Aros, op. cit., pág. 33. |
49 | Op. cit. pág. 33. |
50 | Op. cit. pág. 35. |
51 | Hermes Trismegisto. Poimandrés, cap. XI, 19-20. |
52 | Ibid. cap. XI, 21. |
53 | N. Flamel. El deseo deseado. Op. cit., pág. 23. |
54 | Op. cit. pág. 28-29. |
55 | Cita extraída del siguiente libro: Nuria Solsona. Mujeres científicas de todos los tiempos. Talasa ediciones. Madrid, 1997, pág. 37. |
56 | Números 20, 1-3. |
57 | Números 20, 9-11. |
58 | Números 20, 27. |
59 | Deuteronomio 34, 1-7. |
60 | María la judía. Diálogo de María y Aros, op. cit., pág. 39 |
61 | Anónimo. Conversación del Rey Calid, op. cit.7, pág. 57 |
62 | Federico González y colaboradores. Revista SYMBOLOS N 25-26, op. cit., pág. 378. |
63 | María la judía. Diálogo de María y Aros, op. cit., pág. 37. |
64 | Anónimo. Conversación del Rey Calid, op. cit., pág. 54. |
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