SYMBOLOS
Revista internacional de 
Arte - Cultura - Gnosis
Apolo, Júpiter, Mercurio, Palas, Pegaso y las Musas.
Tritonius y Celtes, Melopoiae. Augsburgo 1507

EL COSMOS Y SU MATRIZ (1)
MARC GARCIA

El hombre ha nacido y ha sido creado
para contemplar
el principio de la naturaleza universal,
y la función de la sabiduría es precisamente
la de poseer y contemplar
la inteligencia manifestada en las realidades.
Perictione (madre de Platón)

En el capítulo XIV del Bhagavad Gîtâ, Krishna, el octavo avatâra de Vishnu, transmite al príncipe Arjuna la siguiente enseñanza:1

Todavía voy a exponerte la suprema y excelsa ciencia de las ciencias, conociendo la cual todos los Munis pasan de este mundo a la eterna bienaventuranza. Los que han adquirido esta ciencia llegan a obtener una condición semejante a la mía; ya no renacen ni aun en una nueva creación (emanación), ni son perturbados en la disolución (del mundo). El gran Brahmâ2 es mi útero; en él deposito mi germen; de él procede el nacimiento de todos los seres, ¡oh descendiente de Bharata! Brahmâ es, ¡oh hijo de Kunti!, la gran matriz de los seres, que se engendran en todos los úteros. Yo soy el padre que da el semen.

La matriz femenina es en su vacuidad, y por encima de todo, un símbolo de la inmanifestada y absolutamente ilimitada Posibilidad Universal en cuyo seno infinito son determinadas las indefinidas posibilidades de ser y de existir. Dicho 'Principio impersonal', Brahma o No-Ser, contiene a Îshwara, el Ser o la 'Personalidad Divina', "la más alta de las relatividades, la primera de todas las determinaciones"3, y se refleja en Brahmâ, el Principio Cósmico a que se refiere la anterior cita del Bhagavad Gîtâ. "Brahmâ es Îshwara como principio productor de los seres manifestados; se le llama así porque se considera como el reflejo directo, en el orden de la manifestación, de Brahma, el Principio supremo (…). Los otros dos aspectos constitutivos de la Trimûrti, que son complementarios uno de otro, son Vishnu, que es Îshwara como principio animador y conservador de los seres, y Shiva, que es Îshwara como principio, no destructor como se dice por lo común, sino más exactamente transformador; éstas son pues 'funciones universales' y no entidades separadas y más o menos individualizadas".4, 5

Los tres principios de la Trimûrti o "triple manifestación", pues, 'son' Îshwara, e Îshwara 'es' Brahma –o más propiamente, Îshwara 'es en' Brahma– ya que entre el Ser y el No-Ser, que comprende a lo inmanifestado más allá del Ser y que "contiene en principio al propio Ser",6 no hay dualidad. De este modo, es posible acceder a la conciencia de unidad del Ser y a la disolución de cualquier distintividad en el No-Ser –la meta suprema de toda iniciación– por vías diversas, y en particular, por la 'vía de Vishnu' o la 'vía de Shiva': "Cada uno, para colocarse, como lo indicamos, en el punto de vista que se adapta mejor a sus propias posibilidades, podrá naturalmente acordar la preponderancia a una u otra de estas funciones, y sobre todo, en razón de su simetría por lo menos aparente, de las dos funciones complementarias de Vishnu y de Shiva: de aquí, la distinción del 'vishnuismo' y del 'shivaísmo', que no son 'sectas' como lo entienden los occidentales, sino sólo vías de realización diferentes, por lo demás igualmente legítimas y ortodoxas. Sin embargo, conviene agregar que el shivaísmo, que está menos difundido que el vishnuismo y da menos importancia a los ritos exteriores, es al mismo tiempo más elevado en un sentido y conduce más directamente a la realización metafísica pura: esto se comprende sin esfuerzo, por la naturaleza misma del principio al cual da la preponderancia, porque la 'transformación', que debe entenderse aquí en el sentido rigurosamente etimológico, es el paso 'al más allá de la forma', que no aparece como una destrucción sino desde el punto de vista especial y contingente de la manifestación; es el paso de lo manifestado a lo no manifestado, por el cual se opera el retorno a la inmutabilidad eterna del Principio supremo, fuera del cual, por lo demás, nada podría existir sino en modo ilusorio".7

En relación con esto, las vías forjadas en el seno de la tradición propia de Occidente –la Tradición Hermética– se apoyan en la simbólica de las artes o ciencias de las transmutaciones y transformaciones que se operan en el universo para transmitir el Conocimiento. Las mutaciones dentro de una modalidad de la existencia y los tránsitos más allá de la forma se operan en espacios o ámbitos cualificados que, por su función, son análogos al claustro materno y revelan, al igual que éste, la Suprema Fuente de lo manifestado y de lo no manifestado. Así, en cada arte hermética hallamos símbolos que reflejan, en el plano cosmológico, la realidad inefable de la Matriz principial o Posibilidad Universal y que pueden conducir, a quien penetra su significado por medio de la visión interna o contemplación intelectual y se empapa de él, al estado de conciencia del No-Ser, el absoluto Principio de los Principios.

La matriz de la palabra

Entre las siete artes liberales legadas por la antigüedad clásica, el Trivium o triple vía de la palabra constituye su frontispicio. Como dice el tratado hermético Introducción a la Ciencia Sagrada en el acápite dedicado a las Artes Liberales, "con las tres primeras se aprendía a pensar y razonar debidamente por medio del conocimiento y significado de la lengua (Gramática), la coherencia lógica de la misma (Dialéctica), y finalmente, por su aplicación al discurso y la palabra (Retórica), verdaderos soportes y vehículos todos ellos del pensamiento. Sólo a través del trivium, de las palabras, voces y nombres de las cosas, podía accederse a las ciencias del quadrivium".8

La Gramática (del griego grammatike) es el arte (tekhne) de la letra (gramma). Uno y otro, letra y arte, son revelados al hombre por la deidad, según atestiguan todas las tradiciones,9 y esta revelación se produce fuera del tiempo, en el seno del Principio,10 en el centro del Ser, o lo que es análogo, en el corazón del hombre, matriz en que se recibe, concibe y gesta todo lo Revelado. La audición de una letra o de cualquier otro sonido es un rito que simboliza la fecundación interior del ser individual por la sinfonía de las Musas, y el oído como órgano físico es el símbolo del órgano interior que percibe la vibración cósmica –la Música de las Esferas– desatada por la pronunciación del Verbo divino en un eterno presente. "La verdadera audición se refiere a la identidad con la vibración sonora del plano sutil, increado, pero tan real que constituye el origen de lo audible, lo cual es sólo un símbolo o imagen de la auténtica percepción intelectual, equiparable a la audición metafísica, originada por esa entidad o diosa llamada Inteligencia, capaz de seleccionar valores por nuestro intermedio y presentarse ante la Sophia universal. Saber es escuchar la música cósmica, obtener una respuesta que se ordena igualmente en cada quien a fin de acceder a la audición metafísica".11

La estructura del oído evoca el aspecto lunar y receptivo de esa audición interior. Los pabellones auditivos son laberintos exteriores que canalizan el sonido hacia el oído medio, donde la vibración del tímpano –verdadera 'piel de tambor' cuyo retumbar induce la percepción auditiva– excita una cadena de huesecillos (que reciben nombres tan sugestivos como martillo, yunque, lenticular y estribo) la oscilación de los cuales traslada el impulso acústico al llamado laberinto óseo, estructura de forma acaracolada que alberga el oído interno y desde donde se transmite el sonido, por medio de células nerviosas, al cerebro. En esta 'cadena de transmisión', cada elemento juega un papel preciso e insustituible. Además, para que sus eslabones puedan cumplir su función justamente y la audición se produzca con alta fidelidad, éstos habrán de estar libres de cualquier adherencia, pues sólo de esa manera podrán vibrar conforme a la frecuencia del sonido emitido. Así, la cera que el oído segrega a modo de protección, acumulada en exceso, puede bloquear el conducto de la audición y debe ser eliminada con asiduidad para que su función benéfica no llegue a abotargar la percepción acústica. Del mismo modo, para que la intuición intelectual despierte y pueda ser fecundada por el Rayo divino, debe ser removido cuanto de superabundante y ajeno la encubra.

Pero por otra parte, la forma de las orejas –como la de los riñones y la de los pies– es análoga a la de un embrión12 y ello sugiere que hay también un carácter generativo y masculino en la audición.13 El Conocimiento es recibido y es proferido simultáneamente, y ello sucede en un seno que por esta razón es femenino (con respecto al Principio Supremo) y masculino (con respecto a la manifestación) al mismo tiempo, como la Luna, que es iluminada por el Sol y a la vez, y por ello, es un Sol de la Noche.14 Lo yin contiene a lo yang, y por tanto, también 'es' yang; y lo yang, conteniendo a lo yin, 'es' por ello mismo yin. El Niño de Oro andrógino nace al mismo tiempo que su madre y su padre y mueren a la existencia ilusoria de su dualidad en el mundo sublunar.

La Dialéctica (del griego dialektike), o arte (tekhne) de la argumentación y el discurso lógico (dialektos), se teje en el seno de la mente puesta al servicio del pensamiento. Recibido el símbolo por medio de la audición, el pensamiento lo asume y lo proyecta para que la voz lo emita.

René Guénon, en su obra El hombre y su devenir según el Vedanta, recoge la enseñanza de los Brahma-Sûtras acerca del manas, el "sentido interior" o facultad mental del ser individual, en estos términos:

Entre los tanmâtras y los bhûtas, y constituyendo con estos últimos el grupo de las 'producciones improductivas', hay once facultades distintas, propiamente individuales, que proceden de ahankâra y que, al mismo tiempo, participan en su totalidad de los cinco tanmâtras. De las once facultades en cuestión, diez son externas: cinco de sensación y cinco de acción; la decimoprimera, cuya naturaleza tiene a la vez elementos de unas y de las otras, es el sentido interno o facultad mental (manas), y esta última está unida directamente a la conciencia (ahankâra). A este manas debe referirse el pensamiento individual, que es de orden formal (y comprendemos aquí tanto la razón como la memoria y la imaginación) y de ningún modo es inherente al intelecto transcendente (Buddhi), cuyas atribuciones son esencialmente informales (…).

Los cinco instrumentos de sensación son: las orejas o el oído (shrotra), la piel o el tacto (twach), los ojos o la vista (chakshus), la lengua o el gusto (rasana), la nariz o el olfato (ghrâna), que son así enumerados en el orden del desarrollo de los sentidos, que es el de los elementos (bhûtas) correspondientes; pero, para exponer en detalle esta correspondencia sería necesario tratar completamente las condiciones de la existencia corporal, cosa que no podemos hacer aquí. Los cinco instrumentos de acción son: los órganos de excreción (pâyu), los órganos generadores (upastha), las manos (pâni), los pies (pâda) y finalmente la voz o el órgano de la palabra (vâch), que se enumera en décimo lugar. El manas debe ser considerado como el decimoprimero, que comprende por su propia naturaleza una doble función, en tanto que sirve a la vez a la sensación y a la acción y, en consecuencia, participa en las propiedades de unos y otros, que de algún modo centraliza en sí mismo (…).

Allí donde se especifica un número más grande (trece) [de facultades], el término indriya se emplea en su sentido más extendido y más comprensivo, distinguiendo en el manas, a causa de la pluralidad de sus funciones, el intelecto (no en sí mismo y en el orden transcendente, sino en tanto que determinación particular en relación al individuo), la conciencia individual (ahankâra, de la cual no puede separarse el manas), y el sentido interno propiamente dicho (lo que los filósofos escolásticos llaman 'sensorium commune') (…).

Según el Sânkhya, estas facultades, con sus órganos respectivos son, al distinguir tres principios en el manas, los trece instrumentos del conocimiento en el dominio de la individualidad humana (pues la acción no tiene su fin en sí misma, sino solamente en relación con el conocimiento): tres internos y diez externos, comparables a tres centinelas y diez puertas (siendo el carácter consciente inherente a los primeros pero no a los segundos en tanto se les considera de distinta manera). Un sentido corporal percibe y un órgano de acción ejecuta (siendo uno en cierto modo una 'entrada' y el otro una 'salida': hay allí dos fases sucesivas y complementarias, de las cuales la primera es un movimiento centrípeto y la segunda un movimiento centrífugo); entre los dos, el sentido interno (manas) examina, la conciencia (ahankâra) hace la aplicación individual, es decir la asimilación de la percepción al 'yo', del cual forma parte de allí en más a título de modificación secundaria; y finalmente el intelecto puro (Buddhi) transpone a lo Universal los datos de las facultades precedentes.15

La mente es, pues, un espacio análogo a la matriz; en ella penetran unos flujos por sus puertas de entrada (los sentidos) que son asumidos en su seno y son devueltos sucesivamente tras sufrir una transmutación. Los 'frutos' de la mente pueden tener un carácter muy distinto según cual sea la cocción que se opere en el laboratorio mental. Hay sensaciones que penetran en el espacio de la mente y que, aparcadas transitoriamente en un rincón, 'rebotan' en la imaginación durante el sueño; son como los fluidos seminales o los óvulos que no intervienen en la generación y que, desvirtuados, son expulsados de la matriz por obra de la gravedad.16 Se da también el caso de las percepciones que se integran en la conciencia del yo individual y que la memoria, bibliotecaria del gabinete mental, va a buscar a la estantería correspondiente cada vez que se las evoca. Son como substancias que penetran en la matriz femenina y que se incorporan a ella vigorizándola: se transmutan en humores corporales, pero no trascienden el ámbito y la forma del receptáculo en que han sido introducidas.

Pero hay también sensaciones 'fertilizantes', que hacen diana en el centro de la mente u ojal ensartado por el Rayo divino –Buddhi– y producen 'pensamientos inspirados'. Se trata de la percepción de símbolos, es decir, de cosas cualesquiera –cualquier cosa es eminentemente un símbolo– y de la comprensión inmediata de las mismas en lo que verdaderamente son y significan. El 'órgano comprensor' del símbolo no es la mente, que como parte integrante de la individualidad es incapaz de liberarse de la dualidad yo-ello (yo, en tanto que no-otro, no puedo entender mentalmente lo que las cosas son realmente, puesto que mi aparente individualidad excluye la posibilidad de la unidad esencial del Todo), sino el Intelecto puro, el órgano de conocimiento del Sí Mismo, el cual, proyectando su luz sobre el centro del ser individual,17 ilumina la mente y la fecunda, por más que la muy tonta pueda no enterarse.18 Es la fecundación de una Virgen por el Rayo de luz divina tantas veces representada en la historia de la pintura, cuyo símbolo asible es la penetración del esperma en el óvulo y la concepción de un hijo. Ese hijo es la imagen de la idea arquetípica, revelada y no inducible, principio previo a toda deducción y punto de arranque de la Dialéctica como arte sagrado.

*
*   *

La Retórica, o arte de los retores (derivado del griego rhema, palabra), es, en un cierto sentido, una función puramente expansiva y masculina llevada a cabo por un órgano de acción –el vâch de la tradición hindú, idéntico, como apunta René Guénon, al vox latino. Sin embargo, la dicción de la palabra requiere de la previa recepción de la lengua (Gramática) y de la concepción del pensamiento (Dialéctica), y es indisociable de ellas. Por otra parte, contemplando al aparato fonador (y en particular, a la caverna bucal) como la matriz de la palabra dicha –tal como el oído lo es de la palabra escuchada y la mente de la palabra pensada–, podemos advertir en sus asunciones y producciones un reflejo simbólico de las energías receptivas y generativas que, entrecruzándose, producen la manifestación cósmica en sus indefinidas posibilidades de despliegue.19 Así, para que haya dicción debe haber una aspiración previa, una recepción o asimilación (un 'hacimiento-de-sí') del hálito vital a través de la laringe; sin ello no podría haber voz. La dicción se produce en la fase del expir, pero no en cualquier circunstancia (si el aire es expulsado por la nariz, no habrá dicción), y puede revestir indefinidas modalidades: tendrá un tono u otro según cual sea la frecuencia de vibración de las cuerdas bucales; será de mayor o menor volumen en función del caudal de aire expulsado; se articulará en unos fonemas u otros según cual sea la abertura de la boca, la posición de la lengua, el grado de fricción del aire expulsado, el lugar donde dicha fricción se produce, la resonancia de unas partes u otras de la cavidad bucal20 Además, la dicción estará adecuada al pensamiento que se quiere transmitir, y por ello, se ordenará con arreglo a un código significativo, a un idioma revelado e inteligible por quien escucha,21 constituyendo de este modo un rito.


La matriz del número
Dice el capítulo 42 del Tao te King: "El Tao dio a luz al Uno, el Uno dio a luz al Dos, el Dos dio a luz al Tres, el Tres dio a luz a las innumerables cosas". Este Tao que engendra a la Unidad es el Principio Supremo absolutamente incondicionado y, por ello, inefable:

Del Tao se puede hablar, pero no del Tao eterno.
Pueden nombrarse los nombres, pero no el Nombre eterno.
Como origen de cielo-y-tierra, no tiene nombre, pero, como 'la Madre' de todas las cosas, se le puede nombrar.
Así pues, oculto desde siempre, hemos de contemplar su esencia interna.
Pero manifestándose continuamente, hemos de contemplar sus aspectos externos.
Los dos fluyen de la misma fuente, aunque tengan nombres diferentes; y a ambos se les llama misterios.
El Misterio de los misterios es la Puerta de toda esencia.22


Así, Tao, Brahma, No-Ser, etc. son símbolos del Principio Supremo, aunque no propiamente 'sus' nombres. El nombre de algo, su verdadero nombre, determina la naturaleza de ese algo,23 por lo que el Principio de los Principios, ajeno a cualquier determinación, no puede tener ninguno; pero al mismo tiempo, estando el Ser y todas sus producciones contenidos en el No-Ser, cabe decir que los nombres del Principio Supremo son todos. Todos, en tanto que todas las posibilidades de manifestación (así como las de no manifestación) están contenidas en él; y también ninguno, porque dichas posibilidades son, en su seno, pura potencialidad.24

En el dominio de la Aritmética –ciencia que "conduce el alma hacia lo alto" y que "parece forzar al alma a servirse de la inteligencia pura para alcanzar la verdad en sí"–,25 el Cero es la idea que expresa la ausencia de cantidad, y como tal, la que simboliza el No-Ser metafísico. Se trata de una idea previa y superior al número,26, 27 anterior a las determinaciones cuantitativas y cualitativas de éste, pero que a la vez está contenida en él (e.g. 7 = 0 + 7; 11 = 0 + 11) de manera análoga a como el Principio Supremo está implícito en el Ser y en todo lo manifestado. Del cero ningún número puede ser extraído por desarrollo, esto es, por adición o multiplicación del cero consigo mismo (0 + 0 = 0; 0 x 0 = 0), así como tampoco del Principio Supremo, en tanto que No-Ser, emana producción manifestada alguna. No hay tránsito del cero al número (del No-Ser a la manifestación) sino a través de la Unidad (el Ser) o Cero afirmado:

Según la Cábala, el Absoluto, para manifestarse, se concentró en un punto infinitamente luminoso, dejando las tinieblas a su alrededor; esta luz en las tinieblas, este punto en la extensión metafísica sin límites, esta nada que lo es todo en un todo que no es nada, si se puede expresar así, es el Ser en el seno del No-Ser, la Perfección activa en la Perfección pasiva. El punto luminoso, es la Unidad, afirmación del Cero metafísico que se representa mediante la extensión ilimitada, imagen de la Posibilidad universal infinita.28

Si del Cero 'nada sale', tal como refleja la simbólica aritmética, tampoco la Unidad 'sale'29, y ello es así porque entre el Ser y el No-Ser no hay ninguna dualidad. El Infinito (No-Ser) y el Uno (Ser) no son dos principios metafísicos distintos, sino dos aspectos de una misma Posibilidad Universal.30 Asimismo, el Ser es inseparable de la manifestación producida en su seno. En palabras de Francisco Ariza:

En este sentido la expresión hermética 'Todo es Uno' indica precisamente el vínculo indivisible entre el conjunto de la Manifestación Universal (el Todo) y su Principio o Causa primera (el Uno); y a su vez la expresión 'Uno es el Todo' sugiere que la Unidad del Ser está presente en todas las cosas, y que es gracias a ello que todo existe (…).31

La Unidad es, pues, el Cero que se pare a sí mismo y la matriz del número y de todo lo manifestado, lo cual ha sido "dispuesto con medida, número y peso".32 Si la Unidad (Ser) es la matriz numérica, el Cero (No-Ser) es la absoluta vacuidad donde la posibilidad de la generación se convierte en acto por razones totalmente misteriosas. La unidad aritmética o mónada y la producción de los números a partir de ella simbolizan el origen y la creación de todo cuanto existe:

Todo ha sido organizado por la mónada, porque a todo contiene en potencia: pues incluso aunque todavía no sean actuales, contiene sin embargo seminalmente los principios que están en el interior de todos los números (…) la mónada es el comienzo, el medio y el fin de la cantidad, del tamaño y también de toda cualidad. Así como sin la mónada no hay en general ninguna composición de nada, así también sin ella no hay conocimiento de nada que fuere, pues ella es una luz pura, la que posee más imperio sobre todo en general (…). Además, la mónada se produce a sí misma y es producida de sí misma, pues es autosuficiente y no tiene a ningún poder por encima de ella y es sempiterna (…). Así pues, en pocas palabras, [los pitagóricos] consideran que es la semilla de todo, y tanto macho como hembra a la vez (…) porque se la considera padre y madre, ya que contiene los principios tanto de la materia como de la forma, del artesano como de lo que es elaborado (…). Dice Anatolio que se la llama 'matriz' y 'materia' basándose en que sin ella no hay número.33


La matriz de las formas geométricas
El punto es el análogo geométrico de la unidad aritmética. Así como la mónada es el principio de los números y simboliza, en el dominio de lo cuantitativo, la Unidad ontológica o Ser Universal, el punto lo hace en el ámbito de las formas sensibles. Los pitagóricos consideraban que la unidad no era par ni impar, ni propiamente un número, por ser anterior a todos los números y generarlos; del mismo modo, el punto es una idea que está más allá de las formas geométricas y que las produce a todas. En efecto, según Euclides una línea es una longitud sin anchura comprendida entre dos puntos, y una superficie, una forma geométrica dotada de longitud y anchura cuyos extremos son líneas;34 dado que cualquier volumen es un espacio limitado por una superficie cerrada –con lo que el volumen queda remitido a la superficie, ésta a la línea y la línea al punto–, hay que concluir que toda forma geométrica asible en la tridimensionalidad emana del punto.

Por otra parte, 'dibujar un punto' es algo imposible en un sentido estricto, entre otras razones porque cualquier representación gráfica de un punto en una superficie ocupa necesariamente una cierta área –si no, no sería visible– y por lo tanto posee una dimensionalidad a la que el punto es ajeno (lo que tiene dimensión puede ser geométricamente una línea, una superficie o un volumen, pero no un punto). Así, el punto es una idea informal, anterior a las formas geométricas y madre de ellas, que se refleja más en el gesto del geómetra dispuesto a trazar que en el trazado. Ese mudra o símbolo gestual es análogo a la generación del arquetipo, simultánea a su concepción, en la mente divina, concepción-generación que a su vez simboliza la primera determinación, la del Ser en el seno del No-Ser. Al igual que la unidad aritmética, el punto, que Euclides define como "lo que no tiene partes",35 es el símbolo del Ser Universal uno y único y Principio de lo manifestado, y por ello también lo es del No-Ser o Principio Supremo inefable que comprende al Ser.

Las formas geométricas, hijas del punto, expresan a éste en el plano de la concreción material. Algunas, como los cinco poliedros regulares a los que se refiere Platón en el Timeo, revelan de una manera especialmente nítida no sólo su filiación geométrica sino también su ascendencia ontológica y metafísica. De entre los cinco cuerpos platónicos, el tetraedro, el sólido regular más simple e imagen sintética de la tridimensionalidad, es una traducción geométrica del cuaternario y de la Tetraktys pitagórica, estructuras simbólicas todas ellas que revelan, al igual que la unidad aritmética y el punto, la Unidad principial. Dicha significación es la razón de ser profunda del juramento pitagórico:

Lo juro por aquel que ha transmitido a nuestra alma la Tetraktys, fuente y raíz de la naturaleza eterna.36

La forma tetraédrica, como la Tetraktys, es asimismo un símbolo de la Cosmogonía. En el espacio que alberga las indefinidas posibilidades de manifestación se determina un punto –el vértice superior del tetraedro– del que parten tres rayos que inciden en un plano de base y definen, por medio de su intersección con dicho plano, los vértices de un triángulo equilátero que refleja al punto inicial en ese plano inferior. Las aristas que unen el vértice superior y los vértices de base y éstos entre sí –seis en total– definen las superficies triangulares equiláteras –cuatro– que encierran el volumen tetraédrico. La cara inferior es análoga a las tres caras que se levantan por encima del plano de base, del mismo modo que las tres aristas de base lo son a las tres aristas que parten del vértice inicial. Todas estas cosas son así literalmente, pero también, y sobre todo, simbólicamente; significan, más allá de lo que las palabras pueden expresar, las relaciones esenciales que existen entre el Principio de lo manifestado –contenido en el Principio Supremo– y la manifestación, esto es, la naturaleza interna del Universo. Las variadas propiedades geométricas del tetraedro –poseer cuatro caras, cuatro vértices y seis aristas, tener caras triangulares equiláteras idénticas, ser una figura autopolar (los centros de las caras del tetraedro son los vértices de un tetraedro invertido), etc.– no son meras curiosidades geométricas, sino hechos que conforman una enseñanza esotérica fundamental acerca de la realidad interior del Universo y del Hombre.

Pero la forma geométrica tridimensional que revela de manera más perfecta a la Matriz del Cosmos es la esfera. En el Timeo leemos:

[El creador] Le dio [al mundo] una figura conveniente y adecuada. La figura apropiada para el ser vivo que ha de tener en sí a todos los seres vivos debería ser la que incluye todas las figuras. Por tanto, lo construyó esférico, con la misma distancia del centro a los extremos en todas partes, circular, la más perfecta y semejante a sí misma de todas las figuras, porque consideró muchísimo más bello lo semejante que lo disímil.37

A la esfera se la vincula con el número 10 en tanto que envolvente de la tríada de principios ontológicos (la Trimûrti de la tradición hindú) de todo lo que existe –los cuales reflejan en el ámbito de la cosmogonía al Ser Universal (Îshwara) determinado en el seno del No-Ser infinito (Brahma)– y de una manifestación signada por el cuaternario, lo que aritméticamente se expresa como 1 + 2 + 3 + 4 = 10. Así la esfera, que se relaciona al igual que el punto y el tetraedro con la unidad (ya que 10 = 1 + 0 = 1), y también con el cero que está implícito en la década (10 = 0 + 10), simboliza el Ser Universal y el No-Ser, aspectos determinado y absolutamente indeterminado del Principio Supremo.

Si el trazado de una figura a partir de un punto puede contemplarse como un despliegue ad extra de una forma contenida en potencia en dicho punto original, la construcción de un poliedro mediante la determinación de sus vértices en la superficie de la esfera que lo inscribe (cualquier poliedro regular puede ser construido geométricamente de este modo) es un proceso de generación ad intra en el seno de la matriz de las formas geométricas análogo a la determinación de una posibilidad de manifestación en el seno de la Posibilidad Infinita.


Cristina de Pizán. El Camino del Largo Estudio
Continuación

NOTAS
1 Anónimo, Bhagavad Gîtâ. Ed. Edaf, Madrid, 1988, p. 134.
2 En otras traducciones, Mahat-Brahmâ. Mahat es el principio intelectual, el "Gran Principio", la primera de todas las producciones de Prakriti o polo pasivo de la manifestación. Mahat-Brahmâ es la 'causa material' del Universo.
3 A. Guri, Glosas de 'El Hombre y Su Devenir según el Vedanta'. SYMBOLOS Nº 23-24, Barcelona, 2002, p. 381.
4 R. Guénon, Introducción General al Estudio de las Doctrinas Hindúes. LC Ediciones, Buenos Aires, 1988, pp. 195-196.
5 Vishnu y Shiva, al igual que Brahmâ, en tanto que aspectos de Îshwara, no son distintos de éste y su naturaleza interior carece de sexo, ya que su única determinación es la de ser. Aunque a los tres se les figura como dioses masculinos, a cada uno se le atribuye una shakti que se representa simbólicamente bajo una forma femenina (la shakti de Brahmâ es Saraswatî, la de Vishnu es Lakshmî y la de Shiva es Pârvati). Ver R. Guénon, op. cit., p. 196. Las shaktis son las 'energías' de los aspectos divinos representados por los tres principios de la Trimûrti. El ejercicio de la función de éstos se simboliza como una cópula con la respectiva shakti.
6 R. Guénon, Los Estados Múltiples del Ser. Ed. Obelisco, Barcelona, 1987, p. 36.
7 R. Guénon, Introducción General al Estudio…, p. 196.
8 F. González et al., Introducción a la Ciencia Sagrada. SYMBOLOS N 25-26, Barcelona, 2003, pp. 243-244.
9 "Yah, Señor de las huestes, Dios viviente, Rey del Universo, Omnipotente, Todo Benevolencia y Misericordia, Supremo y Exaltado, que es Eterno, Sublime y Santísimo, ordenó (formó) y creó el Universo como treinta y dos misteriosos senderos de sabiduría, por medio de tres Sefarim, a saber: i) S'for; ii) Sippur; iii) Safer que son en Él uno y el mismo. Los treinta y dos consisten en una década surgida de la nada, y en veintidós letras fundamentales. Él dividió las veintidós consonantes en tres apartados: i) tres madres, letras fundamentales o elementos primarios; ii) siete consonantes dobles; iii) doce consonantes simples". Anónimo, Sefer Yetzirah. Ed. Edaf, Madrid, 1993, p. 23.
10 "En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe". Jn, 1, 1-3.
11 F. González, Simbolismo y Arte. Ed. Symbolos, Barcelona, 1998, p. 110.
12 Ver Annick de Souzenelle, El Simbolismo del Cuerpo Humano. Ed. Kier, Buenos Aires, 1991, p. 316.
13 Entre los animales sagrados venerados en el antiguo Egipto, la comadreja simbolizaba precisamente este doble carácter receptivo/generativo de la audición interior: "Volviendo a los egipcios, si todavía rinden culto al áspid, la comadreja, el escarabajo, es porque ven en ellos ciertas imágenes atenuadas del poder de los dioses, como la del Sol en una gota de agua. Hay muchos que creen y afirman que la comadreja concibe por el oído y pare por la boca, lo que equivale a una imagen de la generación de la palabra". Plutarco, Isis y Osiris. Ed. Obelisco, Barcelona, 1997, pp. 157-158.
14 "También llaman a Isis 'madre del mundo', adjudicándole una naturaleza macho y hembra, puesto que, fecundada y encinta por el Sol, emite a su vez y siembra en los aires los principios generadores". Plutarco, op. cit., p. 103.
15 R. Guénon, El hombre y su devenir según el Vedanta. CS Ediciones, Buenos Aires, 1990, pp. 94-100.
16 Por supuesto, nada tiene que ver esto con los 'sueños oraculares', los cuales han sido considerados como poderosos medios de revelación por los sabios de todos los tiempos. Jámblico relata que Pitágoras, "cuando sus discípulos se iban a dormir, los liberaba de las turbaciones y resonancias diurnas, purificaba su facultad intelectiva agitada como por olas, los ponía en disposición de tener sueños sosegados, agradables y además proféticos". Jámblico, Vida Pitagórica. Ed. Etnos, Madrid, 1991, p. 52.
17 "En otros términos, si se ve al 'Sí mismo' (Âtmâ) o la personalidad como el sol espiritual que brilla en el centro del ser total, Buddhi será el rayo emanado directamente de este sol, que ilumina en su integralidad al estado individual que hemos de considerar de manera más específica, relacionándolo en su totalidad con los otros estados individuales del mismo ser, o asimismo, de modo más general todavía, con todos sus estados manifestados (individuales y no individuales), y, por encima de éstos, con el centro mismo". R. Guénon, op. cit., p. 88.
18 En la película La Marquise d'Ô, de Eric Rohmer, una mujer de la nobleza descubre que se ha quedado encinta sin saber cómo y difunde avisos por todo el país anunciando su estupor.
19 "Las veintidós letras que forman los poderes, tras haber sido designadas y establecidas por Dios, las combinó, pesó e intercambió, formando con ellas todos los seres de la existencia, y todos aquellos que serán formados en cualquier tiempo venidero". Anónimo, Sefer Yetzirah. Ed. Edaf, Madrid, 1993, p. 31.
20 "Estableció veintidós letras, o poderes, por medio de la voz, formadas por el hálito del aire, y las fijó en cinco lugares de la boca humana, a saber: i) Guturales: Alef, He, Heth, Ayin. ii) Palatales: Guimel, Iod, Kaf, Qof. iii) Linguales: Daleth, Teth, Lamed, Nun, Taw. iv) Dentales: Zayin, Shin, Samekh, Resh, Tsade. v) Labiales: Beth, Vau, Mem, Fe". Sefer Yetzirah, p. 31.
21 No hay lugar para las convenciones de lenguaje ni para los lenguajes convenidos (como el esperanto) cuando se comprende lo que un idioma es verdaderamente: un código simbólico revelado que está adaptado a la naturaleza de los seres a quienes se destina. Idioma deriva del griego idios, análogo al privatus latino, que significa 'perteneciente a un individuo'. En este sentido, Plutarco escribe: "En efecto, entre todos los bienes que son propiedad natural del hombre, ninguno tan divino como la palabra, sobre todo aquella que se dirige a los dioses, y ninguno tiene una acción tan decisiva sobre su felicidad". Plutarco, op. cit., p. 146.
22 Lao Tse, Tao te King. Ed. Edaf, Madrid, 1993, p. 17.
23 Ese es el sentido de la adopción de nombres simbólicos en las vías iniciáticas: la de conformar el nombre del adepto a su naturaleza interior.
24 Es en el ámbito del Ser, es decir, del Principio Supremo en tanto que Madre de todas las cosas, donde esas posibilidades son determinadas, y por tanto, susceptibles de ser nombradas al igual que su principio ontológico.
25 Platón, República.
26 El cero no es, en sentido estricto, un número, ya que la cantidad es una característica necesaria de todo lo que es numérico.
27 "'Al principio, antes del origen de todas las cosas, era la unidad', dicen las teogonías más elevadas de Occidente, aquellas que se esfuerzan en llegar al Ser más allá de su manifestación ternaria, y que no se detienen nunca en la apariencia universal del Binario. Sin embargo, las teogonías de Oriente y de Extremo Oriente dicen: 'Antes del principio, incluso antes de la Unidad primordial, era el Cero', ya que saben que más allá del Ser está el No-Ser, que más allá de lo manifestado está lo no-manifestado que es el principio, y que el No-Ser no es en modo alguno la Nada, sino que es al contrario la Posibilidad infinita, idéntica al Todo universal, al mismo tiempo que la Perfección absoluta y la Verdad integral". R. Guénon, Sobre los números y la notación matemática. Cuadernos de la Gnosis N 4, Ed. Symbolos, Barcelona, 1994, p. 7.
28 R. Guénon, op. cit., p. 7.
29 Ni sus producciones.
30 "Hemos indicado entonces que el Ser, o la perfección activa, Khien, no es nada realmente distinto del No-Ser, o de la Perfección pasiva, Khouen, y que esta distinción, punto de partida de toda manifestación, sólo existe en la medida en que nosotros mismos la creamos, porque no podemos concebir el No-Ser más que a través del Ser, lo no-manifestado más que a través de lo manifestado; luego la diferenciación del Absoluto en Ser y No-Ser no expresa sino el modo en que nosotros nos representamos las cosas, y nada más". R. Guénon, op. cit., p. 8.
31 F. Ariza, Masonería: Símbolos y Ritos. Ed. Symbolos, Barcelona, 2002, p. 96.
32 Sb 11, 20.
33 Anónimo, La Teología de la Aritmética. Publicado por SYMBOLOS Difusión, noviembre de 2001.
34 Euclides, Elementos, Libro I. Ed. Gredos, Madrid, pp. 189-192.
35 Euclides, op. cit., p. 189.
36 Versos de Oro, atribuidos a Pitágoras.
37 Platón, Diálogos, tomo VI. Ed. Gredos, Madrid, 1992, p. 176.

 
Sección Estudios Generales
Estudios Generales
SYMBOLOS: Arte - Cultura -Gnosis
Home Page