DE UN 'DOCUMENTO CONFIDENCIAL INEDITO' (y de las 'aporías' de su 'autor')
ANTONELLO BALESTRIERI
IV (final)

Habría varias otras observaciones para hacer, tan importantes como las últimas que hemos formulado, sobre los argumentos de índole doctrinal del "Documento confidencial inédito"; sin embargo, nos parece que seguir machacando sobre esto, luego de cuanto ha sido dicho, terminaría por tediar al lector, por eso nos reservamos la oportunidad de exponerlas quizá en un futuro, en el caso que se nos presente la ocasión y tengamos la posibilidad de hacerlo. De cualquier modo, antes de concluir con un juicio final sobre este "memorial" (juicio final que constituirá la parte V de nuestro estudio), todavía nos resta tratar en esta sección una última cuestión de carácter un poco particular; se trata de un argumento que ocupa un lugar de gran relevancia en el "Documento", y es aquel constituido por la "respuesta" del "autor" a un acontecimiento que tuvo lugar hacia 1933-34: la decisión de uno de los lectores de la obra de René Guénon de trasladarse a Africa del Norte para buscar allí lo que era tan problemático de obtener en Occidente, la iniciación, y su regreso a Europa luego de un segundo viaje con la autorización de transmitirla a otros, que –naturalmente– participaran de la tradición correspondiente. El "autor", habla de esto en los siguientes términos: 

"Guénon se mostró muy contento de que ahora hubiera una posibilidad de vinculación iniciática para los occidentales sin que tuviesen que dejar Europa y me rogó informar de esta posibilidad a los lectores con los cuales yo estaba en contacto [...]. Lo hice, como dijo ya no sé quién, 'por mi propia voluntad y muy a disgusto'. Por mi propia voluntad, al menos en apariencia, ya que no existía ninguna coacción física. Para ser consecuente conmigo mismo, sin duda hubiera debido negarme a desempeñar este papel, puesto que yo no tenía la íntima convicción de que la islamización fuera cosa deseable para unos europeos" [cursiva nuestra]. 

El "autor" no tiene presente aquí, sea cual fuere el comprensible estado de turbación que puede provocar el sentir acercarse a uno la necesidad de afrontar decisiones graves como aquellas trazadas por la obra de René Guénon, lo que este último decía en Oriente y Occidente (págs. 154-155 ed. it.): 

"Si todavía existieran, en Occidente, individualidades, incluso aisladas, que hubieran conservado intacto el depósito de la tradición puramente intelectual que debió existir en el medievo, todo sería mucho más simple; pero es incumbencia de estas individualidades afirmar su propia existencia y mostrar sus propias credenciales y, mientras no lo hayan hecho, no es a nosotros a quienes toca resolver la cuestión. A falta de esta eventualidad, por desgracia bastante improbable, tan sólo lo que podríamos llamar una asimilación de segundo grado de las doctrinas orientales podría suscitar los primeros elementos de la futura élite; queremos decir que la iniciativa debería salir de individualidades que se hubieran desarrollado por la comprensión de estas doctrinas, mas sin tener vínculos demasiado directos con el Oriente, y guardando por el contrario contacto con todo aquello que todavía pueda quedar de válido en la civilización occidental, y especialmente con los vestigios de espíritu tradicional que han podido mantenerse, a despecho de la mentalidad moderna, principalmente bajo la forma religiosa. Con esto no queremos decir que un tal contacto deba necesariamente ser interrumpido por aquellos cuya intelectualidad se ha vuelto completamente oriental, menos aún cuando, en resumidas cuentas, ellos son esencialmente representantes del espíritu tradicional; pero, su situación es demasiado particular para que no se vean obligados a observar una muy severa reserva, sobre todo hasta que no se recurra expresamente a su colaboración; así como los orientales de nacimiento, ellos deben mantenerse a la expectativa, y todo lo que pueden hacer de más que estos últimos es presentar las doctrinas con una forma más apropiada al Occidente, y destacar las posibilidades de reconciliación que se derivarían de la comprensión de las mismas; ellos, repetimos, deben contentarse con ser los intermediarios cuya sola presencia acredita que toda esperanza de entendimiento no está irremediablemente perdida" [cursivas nuestras]. 

¿Cómo operar sobre un ambiente, digamos, sin tener un punto de apoyo?. Bien es verdad que la actitud del "autor" frente a estos argumentos era –nos parece evidente también en este caso– más exotérica que esotérica, si pudo escribir (pág. 37 de nuestra "impresión"): 

"La diligencia con la cual [Guénon] acogía la ocasión de dirigir a sus lectores hacia el Islam era significativa. Le recordé lo que había escrito en Oriente y Occidente y en La crisis del mundo moderno, en relación con la élite, que debía seguir siendo occidental y no recibir sino indirectamente la influencia de Oriente, y además, en relación con el papel de la Iglesia católica en el curso de un 'enderezamiento' occidental. Fue entonces cuando me respondió: 'No podía dejar de tener en cuenta en mis libros todas la posibilidades, pero jamás me hice ilusiones al respecto. Por otra parte, desde que los escribí, ciertas puertas se han cerrado definitivamente, y lo que yo he hecho, contribuyó en cierta medida a que esto sucediera'. Esto mismo, lo ha escrito a muchos otros. Teniendo en cuenta la autoridad que yo atribuía a Guénon, era normal que me encontrase quebrantado, aunque no sintiera ninguna veleidad de emprender yo mismo el camino indicado. Quedé quebrantado, he dicho, pero en realidad, sobre este punto, nunca he confiado plenamente en él [la cursiva es nuestra]. 

Según creo, me hice violencia por dos razones: la primera, es que no podía tomar en cuenta una ruptura con Guénon, la cual hubiera resultado necesariamente de mi negativa a acceder a un deseo –¿o he de decir: a una voluntad?– formulado tan claramente. La segunda, es que me sentía inclinado a atribuir una cierta indignidad a mi abstención ante la posibilidad inmediata que se me ofrecía de obtener la iniciación; pensaba tener menos coraje que otros, que mi aspiración espiritual era débil, que no era capaz de ir más allá de ciertos apegos sentimentales y que tenía temor de afrontar ciertas dificultades prácticas, un trastorno de la existencia, etc... Y si ese no era mi camino ¿con qué derecho hubiera podido decidir que tampoco lo era para los otros?" 

Obstáculos psíquicos y materiales que no son incomprensibles, mas ¿por qué entregar el recuerdo a un "Documento" escrito, aun cuando "confidencial", sino para disculparse ante alguien cuyo "juicio" se teme y a quien se pide perdón? Alguien que, si el "autor" hubiera estado más lúcido, debería haber pensado que era en cambio la causa misma de todas sus angustias "vitales" y que al contrario había sentido, poco antes, ¡el impulso desatinado de "defender" de la "venganza templaria"!. Por otra parte, si hemos considerado oportuno retomar de algún modo extensivamente estas argumentaciones, las que constituyen aquí como un "diario" personal del "autor", a primera vista capaz de conmover a algún lector excesivamente sensible, es justamente a causa de que tales argumentaciones han sido –oportunamente despersonalizadas– recogidas y astutamente desarrolladas por Arché incluso valiéndose de imágenes, como hemos puesto en evidencia en el tercero de nuestros artículos sobre las "Nuove tecniche di attacco all'opera di René Guénon"; y quienes entonces se hubieran asombrado ante nuestras advertencias acerca de las "técnicas psicológicas" aplicadas en este sentido por la revista "Charis", podrán comprobar ahora que no eran para nada exageradas y corresponden –al contrario– a un "estudio" que, tal como ha ocurrido respecto de otros puntos, los ambientes de que hablábamos deben haber llevado a cabo, acaso con algún retardo, ¡asimismo sobre este pasaje específico del "Documento"!. 

Todo esto no significa que consideremos que las dificultades del "autor" en este sentido hayan sido padecidas sobremanera por él o que no sean reales; lo que queremos decir, y ya habíamos apuntado entonces de manera general, es que el hecho de retomar, exaltándolas, tales dificultades, corresponde a una voluntad bien determinada de inclinarse a favor de las mismas, usando de su admonición como un espantajo contra el ir tomando cuerpo de ciertas decisiones personales lógicamente derivadas de la lectura de los escritos de René Guénon; tales decisiones empero –(y aquí reside la confusión del "autor" y de quienes piensan como él, comenzando por el personaje de que se trata aquí, como resulta del "Documento")– no pueden atañer sino a casos totalmente excepcionales (como el mismo Guénon dice sin medias tintas en su obra), y ni por asomo a una generalidad de destinatarios occidentales. Conviene subrayar todavía que el mismo "autor" incurría en esta confusión, lo que no hace sino confirmar que su mentalidad, siendo desde este punto de vista bastante corriente, no era en suma la de alguien que pudiera realmente formar parte de estos casos excepcionales.12 

En efecto el trabajo que la entera obra de René Guénon invita a llevar a cabo no es ni por asomo, como hemos visto que piensa el "autor" (y que dirá literalmente más adelante), un trabajo que se pueda configurar como la sustitución de una forma tradicional por otra –para una colectividad de destinatarios– en una determinada área geográfica, sino un trabajo de asimilación personal –confiado, por definición, a los pocos que comprenden la necesidad del mismo– de los principios universales sobre los que no puede dejar de estar fundada cualquier forma tradicional; hablar de "islamización" así como hace el "autor", aun cuando el instrumento técnico para este trabajo sea de hecho el Islam en sus dos aspectos, el esotérico y el exotérico, ya manifiesta una visión limitativa, y constituye la prueba de una comprensión inadecuada de la doctrina que René Guénon ha expuesto en todos sus elementos. Pensando y obrando de este modo parcial –en todos los sentidos de la palabra– inevitablemente se provocan reacciones contrapuestas al mismo trabajo que se trata de emprender (Guénon lo dirá expresamente en Oriente y Occidente; obsérvese como expone las cosas en este libro [parte II, cap. II], la cita será extensa, pero la consideramos necesaria, en vista de la desproporción existente entre los temores del "autor" y la entidad del objetivo propuesto por Guénon): "[...] Una civilización anárquica o sea sin principios, he aquí lo que en fin de cuentas es la civilización occidental actual, y esto mismo es lo que expresamos cuando, en otros términos, decimos de ella que, contrariamente a las civilizaciones orientales, no es una civilización tradicional. 

Lo que nosotros llamamos una civilización tradicional, es una civilización que se funda sobre principios auténticos, es decir donde la esfera intelectual domina a todas las otras, de la cual todo procede directa o indirectamente y, ya se trate de ciencias o de instituciones sociales, no se trata en definitiva, más que de aplicaciones contingentes, secundarias y subordinadas, de las verdades puramente intelectuales. Así, vuelta a la tradición o vuelta a los principios, no es realmente sino una sola cosa; pero evidentemente es menester comenzar por restaurar el conocimiento de los principios, allí donde éste se ha perdido, antes de pensar en aplicarlos; no podría hablarse de reconstituir una civilización tradicional en su conjunto sin poseer primero las nociones fundamentales que deberían dirigirla. Querer proceder de otro modo, significaría introducir más confusión allí donde se pretende hacerla desaparecer y constituiría la prueba manifiesta de una incomprensión fundamental de la esencia de la tradición [...] [la cursiva es nuestra]. 

Si nos vemos en la necesidad de insistir sobre cosas tan evidentes, ello se debe al estado de la mentalidad moderna y al hecho de que, en particular, bien sabemos cuán difícil es conseguir que ésta no trastorne las relaciones normales. Aún las personas mejor intencionadas, si participan en alguna medida de esta mentalidad, incluso a su pesar y declarándose sus adversarios, podrían sentirse fácilmente tentados de comenzar por el final, aunque más no fuera que por dejarse llevar por ese singular vértigo de la velocidad que se ha adueñado de todo el Occidente, o por el deseo de llegar enseguida a esos resultados visibles y tangibles que son todo para los modernos, talmente su entendimiento, a fuerza de inclinarse hacia las cosas exteriores, se ha vuelto incapaz de captar cualquier otra cosa. Por eso es que repetimos tan frecuentemente, aun a riesgo de parecer aburridos, que ante todo hay que ponerse en el plano de la intelectualidad pura, y que jamás se hará nada válido si no se comienza de este modo; todo aquello que se relaciona con dicho plano, aunque no sea evidente, trae consecuencias decididamente más formidables que todo lo que procede exclusivamente del orden contingente [la cursiva es nuestra]; tal vez esto sea difícil de concebir para quien no esté familiarizado con estas cosas, pero eso no quita que lo que afirmamos sea la pura verdad [...]. 

Cuando hablamos de principios en general y sin ninguna otra especificación, o de verdades puramente intelectuales, nos referimos siempre y exclusivamente a la esfera de lo universal; éste es el dominio del conocimiento metafísico, que es de índole 'supraindividual' y 'suprarracional', intuitivo y no discursivo, independiente de toda relatividad [...]. 

Es en virtud de la misma universalidad de los principios que el acuerdo debe ser más fácilmente realizable, precisamente en este campo, de la manera más inmediata: los principios o se conciben o no se conciben pero, a partir del momento que se los concibe no se puede menos que estar de acuerdo. La verdad es una y se impone igualmente a todos los que la conocen, con la condición, por supuesto, que la conozcan efectivamente y con certeza; pero un conocimiento intuitivo no puede ser sino cierto. En este dominio se superan todos los puntos de vista particulares; las diferencias residen tan sólo en las formas más o menos exteriores, que no son sino una adaptación secundaria, y no en los principios, que son esencialmente 'informales'. El conocimiento de los principios es rigurosamente el mismo para todos los hombres que lo poseen, ya que las diferencias mentales sólo pueden influir sobre lo que tiene carácter individual (luego contingente) y no alcanzan el dominio metafísico puro; obviamente, cada uno expresará a su manera lo que habrá comprendido, en la medida en que podrá hacerlo, pero quien haya comprendido de veras sabrá siempre, más allá de la diversidad de las expresiones, reconocer la verdad una, de manera que esta inevitable diversidad jamás dará lugar a desacuerdos. Solamente que, para ver de este modo, a través de las múltiples formas, lo que ellas aún más que expresar velan, hay que poseer esa intelectualidad verdadera que se ha vuelto tan completamente extraña al mundo occidental [...]" [la cursiva es nuestra]. 

Con todo, difícilmente se puede desear emprender un trabajo de realización de estos principios si antes no se ha tomado conciencia de que la civilización occidental moderna es lo que es precisamente porque carece de tales principios, y –sobre todo– si no se comprende que la civilización moderna 'es como un organismo decapitado que siguiera viviendo una vida intensa y desordenada al mismo tiempo', repitiendo (mas no será inútil) la cita que hicimos poco antes; y esto porqué, en dicha civilización, "suprimida la intelectualidad pura, cada dominio contingente y particular viene considerado como independiente; se invaden el uno al otro y todo se mezcla y se confunde en un caos inextricable; las relaciones naturales resultan invertidas, lo que debería estar subordinado se declara autónomo, toda jerarquía viene abolida en nombre de la quimérica igualdad, tanto en el orden mental como en el orden social; y, como la igualdad es a pesar de todo imposible de hecho, se van creando falsas jerarquías a la cabeza de las cuales se pone no importa qué: ciencia, industria, moral, política o finanzas, a falta de la única cosa a la que pueda y deba normalmente corresponder la supremacía, es decir [...] a falta de verdaderos principios".

 
Parte V
 
NOTAS
12 Siempre a propósito de todas estas consideraciones, de seguro más aplicativas y contingentes que puramente doctrinales, mas no por eso menos importantes, creemos conveniente agregar que tras haberlas expuesto el "autor" se pregunta con alguna franqueza por qué René Guénon seguía confiando en él –aun después de su tibia reacción– como punto de referencia para la revista "Etudes Traditionnelles"; habiéndose dado dos respuestas como de costumbre conjeturales y tristemente absurdas, prorrumpe en la afirmación de que al fin y a la postre ello ocurría porque "[R. Guénon] era indiscutiblemente un hombre rutinario". 

Si bien esta increíble afirmación puede ofrecer también una explicación sobre el motivo de la elección del título del libro La Vida simple de René Guénon, que honestamente nunca habíamos entendido, apareciendo tras la descripción de sus propias tribulaciones personales no dice mucho a favor de su coherencia mental.

 
René Guénon
Home Page