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Acabamos de ver qué de lagunas, resultantes de otros tantos arraigados prejuicios típicos de la mentalidad occidental, salpicaban la comprensión del "autor" sobre la obra ya escrita por R. Guénon (que se ilusionaba de "poseer", según sus mismas palabras) mientras éste todavía se hallaba en Francia; sobre la "iniciación" se puede decir lo mismo, puesto que claros indicios de esta idea comenzaban a aparecer en los capítulos XXIV y XXVII de El Simbolismo de la Cruz, sacado a la luz desde Egipto en 1931. Pero si perplejidades y lagunas acosaban al "autor" sobre todos estos temas (cosa perfectamente comprensible) ¿por qué no aprovechar de la ocasión de la presencia física de Guénon (o de la oportunidad de cartearse con él por vía de algún modo "privilegiada") para plantearle preguntas destinadas a aclarar sus dudas "aunque más no fuera en privado", para obtener la luz que necesitaba, preguntas que la obra escrita pública de Guénon estaba entre otras cosas dedicada precisamente a suscitar? Ahora bien, de las frases del "autor" anteriormente referidas se puede ver en cambio cuál sería su "estado de ánimo" a la sazón de la redacción de su texto: posible amargura por algunos acontecimientos poco positivos del pasado ocasionados por malentendidos, ¡mas sin el menor asomo de percepción que no era a René Guénon a quien se debían imputar las causas, sino a sí mismo!. Y esto, teniendo en cuenta que los tiempos y las ocasiones para eventuales esclarecimientos explícitos no pueden ser determinados por quien se halla en un estado de necesidad (tal como era evidentemente el caso del "autor"), sino que sólo podrá fijarlos quien está en condición de otorgar tales esclarecimientos, cuando repute que existen en el solicitante las condiciones favorables y oportunas (y una de las más esenciales es ciertamente un grado suficiente de actividad...). Esta es una de las razones por lo cual en esta "Rivista" siempre se ha pensado (diciéndolo repetidamente), que es sumamente inoportuno, y a veces hasta nocivo, que sean citadas indiscriminadamente, erga omnes, cartas de René Guénon que estaban dirigidas a una sola persona y se adaptaban por lo tanto exclusivamente a su caso y su situación particular; a menos que no se considere justificada esa enseñanza colectiva contra la cual René Guénon, desde un punto de vista tradicional, siempre se pronunció duramente, ¡en particular cuando se presentara en forma de... "instrucción obligatoria"!. Trataremos de explicarnos mejor: siguiendo la lógica del "autor" en estos parágrafos debería concluirse que a partir de 1951, tras la desaparición física de R. Guénon, los que leyeran su obra, ya "cumplida", deberían por lo mismo poseer el conocimiento efectivo de la misma, lo que es –nos parece– completamente absurdo si se entiende por "conocimiento" aquello a lo cual Guénon se ha referido siempre; y las observaciones del "Documento" que hemos citado no hacen más que confirmar entonces la impropiedad desde el punto de vista tradicional del nivel en el que se situaba el "autor" para aproximarse a la obra de René Guénon en su integridad, y por lo tanto a su misma función. Como se ha visto, el asunto que acabamos de tratar, más que concernir cuestiones doctrinales –que, por decirlo así, tan sólo toca de refilón negativamente, poniendo de relieve ciertas carencias del todo naturales del "autor" en este campo– tiene relación con sus debilidades de comportamiento ante la función intelectual de René Guénon; del mismo tenor será también aquello de lo que vamos a discurrir ahora y que, como antes, supone en el "autor" un fondo de presunción, fondo que se halla por igual en el origen de ambos argumentos. Para afrontarlo nos veremos inducidos a retornar sobre una cuestión que ya hemos tocado en las secciones II y III de este estudio: aquella de la Ordre du Temple Rénové, respecto a la cual, una de las desatinadas conjeturas "adelantadas" por el "autor" sobre el origen de su constitución consistía en proponer que el mismo Guénon habría "provocado el primer fenómeno al cual, aparentemente, parecía extraño, ya que no estaba presente en la primera sesión"; como en su momento hemos reportado proseguía diciendo: "Si se retiene por un instante la hipótesis que acabo de considerar, puede uno preguntarse qué habría podido incitar a Guénon a provocar la formación de una organización que hay que calificar como pseudo-iniciática, después de sus experiencias en las agrupaciones de Papus". Habiéndose dado como explicación la intención "no inverosímil", en Guénon, de "haber intentado tamizar por este medio un cierto número de individualidades de valor intelectual no despreciable que se habían extraviado en las organizaciones ocultistas" agrega, como sucesiva suposición artificiosa, que "el aspecto 'fenómenos' y el aspecto 'condecoraciones' [podían igualmente] no ser otra cosa en su pensamiento, que el anzuelo y el paramento exterior de un 'grupo de estudios' análogo a aquéllos cuya formación consideraba más tarde en Oriente y Occidente". Dejando de lado la mezquindad casi increíble de esta segunda "suposición",9 aquí nos interesa poner de relieve la continuación de este "razonamiento", que dice así: "Por otra parte, ya que los dos aspectos no se excluyen, ¿no se podría pensar que la formación de un grupo que le fuera dependiente, ligado a él por un compromiso solemne, hubiera constituido a su alrededor una zona de protección psíquica que le habría permitido resistir mejor los ataques de aquella contrainiciación de la que se dirá víctima durante toda su carrera? En efecto, de una manera algo diferente, él formó, más tarde, una red de vínculos psíquicos con algunos de los que le eran más devotos. Varias veces tuve oportunidad de constatar la inquietud aparentemente excesiva que mostraba ante un retraso del correo de algunos días, en una época en que el intercambio de nuestras cartas tenía lugar de 2 a 3 veces por semana. Si ocurría que cualquier circunstancia le hiciese perder el barco a una de mis cartas, luego fue el avión, podía estar seguro de que recibiría una carta alarmada desde El Cairo". Hemos hablado antes de "mezquindad"; en esta circunstancia se añade además una desdeñosa (y reluctante) superficialidad, y una plena inconsciencia de las fuerzas hostiles que se apiñaban alrededor de René Guénon, aun provenientes de aquellas partes menos perceptibles por la mentalidad "común", y que tendían a oponerse al tipo de "trabajo" que él estaba ejecutando con indomable energía y constancia; ¡es evidente que quien jamás se ha expuesto a ese tipo de peligros, nunca podrá ser hecho blanco de ataques de los que ni siquiera sospecha la existencia ni la naturaleza!. En una de sus últimas cartas (10-10-1950), Guénon, aludiendo con sumo tino a este tipo de cosas, por cierto bien distantes de la experiencia de la "vida ordinaria", dirá al destinatario de la misma, quien probablemente se sorprendía de algunas de sus reacciones escritas: "Si lamentablemente no puedo pasar en silencio sin más ni más [ciertos ataques] es porque, en realidad, no soy yo quien se encuentra en su punto de mira, lo que importaría bien poco, sino aquello que bien o mal [!] me toca representar; únicamente por esta razón me veo obligado a responder tal como lo hago, y esta especie de defensa, así como muchas otras cosas, forma parte de mi trabajo, que nada tiene que ver con el trabajo de un 'hombre de letras'. Es verdad que algunos de los personajes que usted menciona pueden parecer algo insignificantes de por sí, pero no se puede decir lo mismo de aquello que los empuja, la mayor parte del tiempo inadvertidamente; puesto que usted habla de iniciativas satánicas, puedo asegurarle que, en orden a esto, he visto cosas poco comunes. Siempre me sorprende ver cuán poca gente [en cuyo número por cierto no cabe el 'autor', por lo menos a partir de un cierto momento...] comprende las verdaderas razones que tengo para obrar de uno u otro modo, y me atribuye fácilmente aquellas que circulan en el mundo profano y son lo más discordes posible de mí desde cualquier punto de vista. He aquí lo que pienso a este propósito; evidentemente la serenidad nada tiene que ver con todo esto...". Y cuando con extremada imprudencia (e impudicia) el "autor" habla de "una zona de protección psíquica que le habría permitido [a Guénon] resistir mejor los ataques de la contrainiciación", bastará para desmentirlo recordarle que el 11-11-1933 René Guénon escribía en otra de sus cartas que "Las discordias y los recelos entre Reyor y Préau, [lo] estaban literalmente matando". Si nos hemos dilatado tal vez demasiado, al parecer de algunos, sobre un argumento que resulta espinoso por no ser fácilmente concebible para ciertas personas (cuya posición es la de quien se halla cómodamente sentado tras un escritorio, ahora dotado de "computer"), ello se debe exclusivamente a que las frases del "Documento" que hemos citado han ciertamente (como se puede constatar dando una hojeada a la colección de "estudios" publicada "en honor" de Guénon en el año del centenario de su nacimiento) contribuido no poco a difundir entre los lectores la imagen –radical y voluntariamente falsa– de un "obsédé", que es también el término con el cual el "autor", en la segunda parte de su vida, tachaba a René Guénon. Volvamos ahora, tras estas cuestiones casi exclusivamente relacionadas con el "comportamiento", a un punto del "Documento" que se mantiene en un campo más puramente doctrinal, aun cuando no excluya por completo aquel otro que originó las observaciones precedentes. En la pág. 23 de nuestra "impresión", el "autor" asevera algo que concuerda perfectamente con cuanto apuntábamos al comienzo de esta IV sección de nuestro estudio: "Introducimos [ahora] otra noción que no aparecerá en Guénon, la de la 'gracia'. [Y esto] ya que nosotros ["el autor" se refiere aquí a sí mismo y a G. Thomas] nunca pensamos que pudieran obtenerse resultados por el solo esfuerzo de los individuos. Tales esfuerzos no podían representar más que una 'llamada' y una preparación a las que podía responder el don gratuito de la iluminación. La oración no estaba de ninguna manera excluida de nuestra existencia, pero la participación íntegra en una forma tradicional determinada no nos parecía imperativa [?!]. Esta participación, que no podíamos dejar de constatar en los místicos, nos parecía como un método menos 'intelectual' que el nuestro. En cierta manera, ¡éramos tradicionalistas sin tradición, ni religiosa ni iniciática!". A este pasaje, como mínimo sorprendente, atinente a la noción de "gracia" que no se hallaría en Guénon, se le puede enseguida oponer que, hablando del influjo que puede ejercer un serio trabajo personal de profundización en la doctrina y de rectificación y unificación de las propias "potencias" individuales según técnicas tradicionales ortodoxas, René Guénon dice (en Oriente y Occidente, pág. 158 ed. it.): "Por defectuosos e incompletos que sean los recursos de que se dispone, hace falta no obstante comenzar por llevarlos a la práctica como quiera que sea, de lo contrario jamás se logrará alcanzar otros más perfectos; y agregaremos que la menor cosa realizada en conformidad armónica con el orden de los principios conlleva virtualmente en sí posibilidades cuya expansión es capaz de determinar las consecuencias más prodigiosas, y esto en todos los dominios, a medida que sus repercusiones se vayan extendiendo según su repartición jerárquica y en progresión indefinida" [cursiva nuestra]. Nos parece que esta explicación clara y precisa, y lo más "técnica" posible, sobre la "colaboración" por parte de los principios que una acción tradicionalmente bien dispuesta10 puede provocar a fin de lograr modificaciones en sí mismo y consecuentemente en el ambiente, no podría convenir mejor a la noción de "gracia" que el "autor" saca del lenguaje particular de la forma tradicional a la que estaba exclusivamente acostumbrado. Empero, darse cuenta que se trata de lo mismo supone el estar en condiciones de ir más allá de las palabras para captar su espíritu y no hallarse en cambio atado a ellas de manera indisoluble; en otros términos, se requiere la aptitud de entender más allá de la letra, cosa que, al menos en este caso, evidentemente el "autor" no era capaz de hacer, de resultas de lo cual llega a interpretar la proposición de Guénon, en el caso específico, como la aserción más o menos encubierta de una autonomía del hombre individual con relación a los principios trascendentes. Lo que, sin pensar de echar mano de innecesarios "documentos probatorios", se admitirá que es exactamente todo lo contrario de cualquier concepción manifestada por René Guénon en toda su obra. Otro pasaje de Oriente y Occidente que se presta para ser leído según la clave que estamos evidenciando, se halla en la pág. 179, pero esta vez muestra la "ayuda" superior que en el lenguaje occidental se indica con el término "gracia" como más aplicada al orden de las ideas que al de la acción y como teniendo lugar por mediación de otros seres; aquí también, todavía, para comprenderlo correctamente hace falta saber transponer en términos metafísicos lo que la doctrina exotérica afirma en términos "teológicos": "En cuanto a la cuestión de la antigüedad de las ideas, cuando se la considera exclusivamente desde el punto de vista histórico, tampoco reviste un interés capital; tan sólo cuando se la relaciona con la idea de tradición esta cuestión cobra otro aspecto, completamente distinto, pero entonces, si se alcanza a comprender lo que es verdaderamente la tradición, dicha cuestión se resuelve de manera inmediata, porque se sabrá que todo se hallaba implicado en principio, desde el origen, en lo que constituye la esencia misma de la doctrina, y que no hubo que hacer desde entonces otra cosa más que sacarlo de allá a través de un desarrollo que, por el fondo, si no por la forma, no podría conllevar ninguna innovación. Sin duda, una certeza de este tipo es prácticamente incomunicable; pero, si hay quien la posee, ¿por qué no podrían alcanzarla otros igualmente por su propia cuenta, sobre todo si los medios les son provistos en toda la medida en que pueden serlo?. La 'cadena de la tradición' se vuelve a anudar a veces de manera bien inesperada; y hay hombres que, creyendo haber concebido espontáneamente ciertas ideas, han recibido en cambio una ayuda que, a pesar de no haber sido conscientemente percibida, no fue por esto menos eficaz; con mayor razón una tal ayuda no puede faltar a quien se coloque expresamente en las disposiciones requeridas para obtenerla. Por supuesto, no entendemos negar aquí la posibilidad de la intuición intelectual directa, que por el contrario, nosotros consideramos absolutamente indispensable y a falta de la cual no existe concepción metafísica efectiva; pero para ello es menester hallarse preparado, y, cualesquiera que sean las facultades latentes de un individuo, dudamos que pueda desarrollarlas sólo por sus propios medios; por lo menos, se requiere que una circunstancia cualquiera le provea la ocasión de tal desarrollo. Esta circunstancia, indefinidamente variable según los casos particulares, jamás es fortuita, si no en apariencia; en realidad, ella es suscitada por una acción cuyas modalidades, aunque escapen forzosamente a toda observación exterior, pueden ser presentidas por los que comprenden que la 'posteridad espiritual' no es una palabra vana" [las cursivas son nuestras]. A propósito de lo que hemos dicho hasta ahora, y que por sí solo basta para desmentir las afirmaciones "partidistas" del "autor" sobre la materia, nos parece oportuno citar aquí algunos pasajes de La Metafísica oriental de R. Guénon que, aun cuando a primera vista no parezcan tener atingencia con la cuestión de la "gracia" tal como el "autor" pasivamente la concibe con arreglo a las formas del pensamiento exotérico occidental, resultan sin embargo apropiados, a nuestro modo de ver, para aclararla aún más. En su pág. 19 (ed. it.) viene dicho: "El intelecto trascendente, para alcanzar directamente los principios metafísicos, debe a su vez ser de orden universal; ya no se trata de una facultad individual y considerarlo tal sería contradictorio, ya que entre las posibilidades del individuo no cabe la de superar los propios límites, de desasirse de las condiciones que lo definen como individuo. La razón es una facultad propia y específicamente humana; pero aquello que está más allá de la razón es realmente 'no-humano'; esto es lo que torna posible el conocimiento metafísico, y este último, –digámoslo una vez más– no es un conocimiento humano. En otros términos, no es en cuanto hombre que el hombre puede alcanzarlo; sino a causa de que este ser, que es humano en uno de sus estados, es al mismo tiempo otra cosa y algo más que un ser humano; y es el cobrar realmente conciencia efectiva de los estados 'supraindividuales' lo que constituye el objeto de la metafísica o, mejor todavía, el mismo conocimiento metafísico. Tocamos aquí uno de los puntos más capitales, y es necesario consecuentemente insistir: si el individuo fuera un ser completo, si constituyera un sistema cerrado a la manera de la mónada de Leibnitz, el conocimiento metafísico no sería posible; irremediablemente recluso en sí mismo, tal ser no tendría recurso alguno para conocer aquello que no está contenido en el orden de existencia que le es propio. [...] Si el conocimiento puramente teórico fuera el fin último, si la metafísica debiera detenerse aquí, ya sería algo, ciertamente, pero algo del todo insuficiente. A pesar de la certeza efectiva, más fuerte aún que una certeza matemática que ya es pertinente a tal conocimiento, se trataría al fin y al cabo, aunque en un ámbito incomparablemente superior, tan sólo de lo que, en su campo inferior, terrestre y humano, es la especulación científica. No, no es esto lo que debe ser la metafísica; [...]. En cuanto a los medios de la realización metafísica, sabemos perfectamente cuál es la objeción que pueden oponer, por lo que los atañe, quienes se sienten obligados a contestar la posibilidad de tal realización. Tales medios, en efecto, deben hallarse al alcance del hombre [...]. Pero –dirá alguno– ¿cómo puede ser que semejantes medios puramente contingentes produzcan un efecto que los supera inmensamente, que es de un tipo completamente distinto de ese otro al cual estos pertenecen?. Haremos notar de inmediato que en efecto se trata solamente de medios accidentales, y que el resultado que estos ayudan a obtener de ningún modo puede verse como efecto suyo; dichos medios ponen al ser en las disposiciones necesarias para alcanzarlo más fácilmente, y eso es todo. Si la objeción que estamos considerando fuera válida, debería serlo también en el caso de los ritos religiosos, en el caso de los sacramentos, por ejemplo, donde la separación existente entre los medios y el fin no es menor; tal vez, algunos de los que sostienen una objeción de este género no han pensado en esto" [cursivas nuestras]. De seguro el "autor" no había reparado en esto cuando escribía su "Documento", así como no hay duda –de nuevo– que tampoco se le había ocurrido, mucho antes, recurrir a Guénon para plantearle preguntas con el objeto de aclarar sus dudas ("aunque más no fuera a título confidencial") sobre las múltiples implicaciones de un tema que no es para nada fácil.11 |
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NOTAS | |
9 | Para verificar cuán distinta fuese la idea que R. Guénon exponía en Oriente y Occidente sobre un "grupo de estudios" y esa otra que el "autor" presenta en su lugar aquí, caricaturizándola, bastará reproducirla literalmente de dicho libro (parte II, cap. III, pág. 152 ed. it.): "[...] Es obvio que, si algunas personas, en lugar de trabajar aisladamente, prefiriesen reunirse para constituir una especie de 'grupo de estudios', no veríamos en ello un peligro, ni tampoco un inconveniente, siempre que ellas estuvieran bien convencidas de que no es necesario recurrir a ese formalismo exterior al cual la mayor parte de nuestros contemporáneos atribuye tanta importancia, precisamente porque para ellos las cosas exteriores lo son todo. Todavía, incluso para formar unos simples 'grupos de estudios', cuando se quisiera hacer un trabajo realmente serio y llevarlo bastante adelante, muchas precauciones serían necesarias, ya que todo lo que sea realizado en este campo desata fuerzas insospechadas por la gente común, y, a falta de prudencia, se corre el riesgo de sufrir extrañas reacciones, por lo menos mientras no se haya alcanzado un cierto nivel [cursiva nuestra]. Por otra parte, las cuestiones de método, aquí, dependen rigurosamente de los principios; lo que quiere decir que, en este campo, ellas tienen una importancia aún más considerable que en cualquier otro, y consecuencias mucho más graves que sobre el terreno científico, donde ya están con todo bastante lejos de ser indiferentes". |
10 | Entendiendo aquí por acción más bien el verificarse en la sucesión temporal de una actividad orientada según la doctrina y para fines conformes con esta última. |
11 | Que lo que hemos estado diciendo aquí
a propósito de la "gracia", apoyándonos en numerosas citas
de la obra de René Guénon, no es fruto de una nuestra tendenciosa
y abusiva interpretación de esta última en el caso específico,
sino que corresponde realmente al espíritu en el que está
concebida, queda en fin probado por el siguiente párrafo del estudio
de Guénon sobre Saint Bernard (pág. 6-7 de la 3ª
edición, 1959):
"[...] Se trata de algo poco común, y sería seguramente insuficiente apelar a la gran capacidad del 'genio', en el sentido profano de la palabra, para explicarse una influencia semejante [la que se ejercía a través de la persona de San Bernardo]. ¿No sería mejor admitir la acción de la gracia divina que, penetrando en cierto modo toda la persona del apóstol e irradiándose al exterior por su sobreabundancia, se comunicaba a través suyo como por intermedio de un canal, según la comparación que él mismo usará más tarde aplicándola a la Santa Virgen, pero que igualmente puede aplicarse –reduciendo más o menos su alcance– a todos los santos?." [cursiva nuestra]. Como puede verse, cuando se dirigía a un público particular, René Guénon no vacilaba en servirse del lenguaje tradicional específico al cual estaba acostumbrado este público, pero lo que decía en esa oportunidad ¿no es, pues, rigurosamente equivalente a lo que explicaba con otro lenguaje en las citas que hemos traído a colación?. |
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