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Las Artes de la Imaginación
¿Cómo
haría usted para construir una catedral en una sociedad sin papel
y ampliamente ignorante? Los arquitectos modernos, desde luego, dibujan
diagramas a escala y trabajan cada detalle en papel que luego sirve para
transmitir sus intenciones al constructor. Pero en tiempos antiguos toda
la planificación, desde la ingeniería básica hasta
los motivos decorativos, tenía que hacerse internamente, en la mente
del arquitecto. El "secreto masón" del arquitecto de la antigüedad
era que estaba entrenado para construir un edificio entero en su imaginación,
para que una vez empezado el trabajo en el sitio, él pudiera dar
instrucciones en cada punto. Al referirse al patrón guardado en
su memoria, el arquitecto podía decirle a sus obreros cómo
debía estar cortada y colocada cada piedra.
Una investigación inédita de la Dra. Marsha
Keith Schuchard, ha revelado las asombrosas conexiones de los arquitectos
de la antigüedad con dos sistemas de trabajo mental, la meditación
Cabalística y el Arte de la Memoria. En retrospectiva, tiene perfecto
sentido que los arquitectos de la antigüedad hayan desarrollado la
técnica de la imaginación activa mucho más lejos que
nada de lo que seamos capaces hoy. También, dado que los antiguos
arquitectos, desde Stonehenge hasta Chartres, se ocupaban primordialmente
de construcciones sagradas, es seguro que sus imaginaciones estaban llenas
de mitos y símbolos religiosos. La construcción mental de
templos e iglesias era inseparable de la meditación en el significado
de esos mitos, mientras que el esfuerzo intenso de la imaginación
podía fácilmente pasar a ser una experiencia visionaria.
Los siglos doce y trece que vieron el surgimiento de las
catedrales en el occidente cristiano también fueron años
dorados para cabalistas y sufís. La práctica de la imaginación
activa es la esencia de la Cábala, en la cual el manejo mental de
letras, números, y formas geométricas en dos y tres dimensiones
supuestamente lleva a la comprensión del plan creativo de Dios.
Este entendimiento puede eventualmente llevar al cabalista a la convicción
de conocer a Dios. Las mismas técnicas eran practicadas por los
sufís, como se ha mencionado en el segundo artículo de esta
serie
("Zoroastro").
El Arte de la Memoria, conocido por los antiguos, estaba
relacionado con estas prácticas meditativas, pero era específicamente
arquitectónico: su técnica básica era imaginar una
construcción, en la cual las imágenes simbólicas de
las cosas a recordar serían puestas consecutivamente en las paredes
y en las habitaciones. En la Edad Media del cristianismo occidental fueron
los judíos y los islámicos, a menudo viviendo pacíficamente
a la par, quienes cultivaron tales técnicas y las artes a ellas
asociadas: las matemáticas, la arquitectura y la ingeniería.
Estas pasaron, con el tiempo, al mundo cristiano y vinieron a formar parte
de las enseñanzas secretas de las guildas de masones, cuyas imágenes
delatan sus orígenes por estar sacadas exclusivamente del Viejo
Testamento.
La tradición esotérica occidental ha enfatizado
siempre el uso de la imaginación como el medio primordial de acceso
a los mundos superiores. Todas las escuelas esotéricas, hasta donde
yo sé, instruyen a sus alumnos en la visualización e imaginación
creativa. Los sentidos internos pueden ser fortalecidos, tal como los músculos
de un atleta o la destreza de un músico es desarrollada a través
del entrenamiento. El tiempo, el esfuerzo y la dedicación que se
requieren son comparables, en los tres casos, al igual que la necesidad
de una disposición genética.
Aquí, nuestro interés es en ambos usos de
la imaginación: el esotérico como vehículo para entrar
en los mundos internos, y el exotérico, para la educación
y el adoctrinamiento. Hay varias maneras de estimular la imaginación,
incluyendo el ayuno, la privación de sueño y una amplia serie
de drogas. La meta, es superar su usual imprecisión y aspecto borroso
y lograr un grado de claridad y realidad que rivalice con el estado de
vigilia.
Los monjes irlandeses medievales fueron de los primeros
y más entusiastas exploradores del reino visionario, el cual experimentaron
de un modo semi-cristianizado aún en deuda con las tradiciones paganas
de su tierra. Era "otro mundo" bien definido, con sus propias marcas (landmarks)
y habitantes, incluyendo a las hadas y duendes, que encontraron su rincón
en la cosmología cristiana como ángeles caídos. Usualmente
se llega al Otro Mundo después de un viaje imaginario por mar hacia
el Occidente. Está tan lleno de aventuras como la misma Irlanda,
pero más lleno de santidad, en tanto que el viajero a menudo se
encuentra con espíritus no caídos viviendo en jardines edénicos
donde celebran una liturgia de canto y danza sagrada. Todo en ese mundo
es más cristalino, las frutas más deliciosas, las bestias
y los pájaros más mansos y dotados de la palabra.
Naturalmente los viajes irlandeses pasan hoy por fantasía-ficción,
como sucede con la culminación de todos los "viajes del alma" medievales:
la Divina Comedia de Dante. La erudición racional no conoce
ningún intermedio entre hecho y ficción, y ya que esas islas
occidentales, y mucho menos el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso,
no existen, lo que allí sucede tiene que haber sido inventado. Pero
los eruditos racionales ignoran típicamente el funcionamiento de
la mente creativa. No conocen esos éxtasis en donde el poeta contempla
"formas más reales que el hombre viviente" que luego trata de captar
en verso. Si los conocieran, las llamarían alucinaciones.
El entrenamiento de los Cabalistas y Sufís, sujeto
como lo estaba a sus convicciones religiosas y a las enseñanzas
de sus libros sagrados, conducía al viajero imaginativo a encontrar
un mundo con una topografía y población definidas. Obviamente,
las versiones judía y musulmana diferían, salvo tal vez en
la misma cúspide donde los ángeles y sus cielos daban indicios
de la presencia de Yahveh, o Allah. Pero cada una era consecuente. El propósito
de visitar esas regiones por medio de la meditación era la purificación
del alma a través de la experiencia de los mundos superiores, no
la indulgencia en la Disneylandia astral, familiar a los consumidores de
alucinógenos. Los devotos esperaban encontrarse con la confirmación
de su fe, la cual, en su mayor parte, recibían debidamente. Si sus
relatos eran copiados y circulaban, era para alentar a otros y fortalecer
toda la trama. Sólo irrumpía la torpeza cuando la sublimidad
de la experiencia hacía a los viajeros insubordinados al dogma exotérico
y al bajar a la tierra emitían opiniones heréticas. Por semejante
arrebato fueron ejecutados los sufís Al-Hallaj y Sohrawardi.
Desde luego, Dante no describe un cosmos judío
o musulmán, sino uno basado en una doctrina cristiana y especialmente
escolástica, y muy colorido, especialmente en el Infierno, por
su propia programación personal y política. Su narración
es tan circunstancial, tan vívida, detallada y poéticamente
memorable, que por siglos ha alimentado la imaginación de sus compatriotas.
Leer a Dante o cualquier otro trabajo sobre la imaginación visionaria,
es compartir de modo pasivo esa experiencia, que es todo lo que la mayor
parte de nosotros puede esperar o aun desear. Pero no hay que menospreciar
el poder de estos trabajos de la imaginación. Sus imágenes
míticas y símbolos se alojan en nuestras propias almas y
pueblan el mundo interior de nuestros sueños. En la gran mayoría
de los casos, son más fuertes que las personalidades que invaden
y adoctrinan. El cristiano medieval que vivía su vida envuelto en
los relatos, los cantos, la poesía y las imágenes visuales
de la fe cristiana no podía ser otra cosa que un cristiano. Como
tampoco podía el musulmán medieval ser otra cosa que un musulmán.
El uno estaba tan convencido de un cielo de santos y ángeles cantando,
como el otro de un jardín del Paraíso lleno de núbiles
vírgenes. Cada uno estaba verdaderamente dispuesto a arriesgar su
vida peleando contra el otro.
Pocos siglos después de Dante, Ignacio de Loyola,
fundador de la Compañía de Jesús, desarrolló
un sofisticado método de imaginación activa que sirvió
exactamente para el propósito de adoctrinación. Sus ejercicios
espirituales estaban destinados a ser la base de la educación jesuita,
especialmente para aquellos que se unían a la Orden, pero también
en versiones modificadas para niños y laicos. La parte central de
los ejercicios era la imaginación de episodios de los evangelios,
que debían ser evocados internamente con la mayor realidad y detalle
como fuera posible. No sólo había que despertar los sentidos
internos sino las emociones, para que los sufrimientos de Jesús,
los gozos y los pesares de María, etc., se convirtieran en los del
espectador. Tal poder tiene la imaginación que, en casos excepcionales,
a través de algún proceso psicofísico inexplicable
por la ciencia médica, aparecía un estigma en el cuerpo del
devoto.
La confianza que tenían los jesuitas en el efecto
formativo de la imaginación también los llevó a convertirse
en pioneros en las artes del teatro y la arquitectura teatral, las que
mientras cautivaban y divertían, imprimían las imágenes
deseadas en los sentidos internos y el alma. No es de extrañar que
fuera Athanasius Kircher, un jesuita, quien encabezara el desarrollo de
la lámpara mágica y el que describiera las primeras imágenes
de luz en movimiento. ¡Qué podría haber hecho con el
cine!
En el siglo dieciocho ocurrió una de las irrupciones
más fenomenales en el mundo de la imaginación: la de Emmanuel
Swedenborg, científico y estadista distinguido. Cuando joven, Swedenborg
había estudiado las prácticas cabalísticas en la comunidad
judía de Londres y había penetrado algunos de los secretos
de la respiración controlada y el yoga sexual, como nosotros hoy
podríamos llamarlo. Esto sentó la base para que pudiera penetrar
en 1744, a la edad de 56 años, en los cielos e infiernos del universo.
Pasó el resto de su larga vida escribiendo tratados teológicos
basados en sus visiones. Sus interminables crónicas acerca de conversaciones
con los espíritus son a menudo cómicas –y él era bien
consciente de ello; sin embargo, no hay ninguna sugerencia de que la experiencia
fuera imaginaria o meramente alegórica. Swedenborg humildemente
aceptó su rol como portador de una nueva revelación de Dios
para la humanidad y como fundador de una Nueva Iglesia para una nueva era.
¿Qué más puede hacer un visionario,
una vez que se ha entregado, en cuerpo y alma, al poder de la imaginación?
No puede poner en duda que el mundo celeste que le ha sido revelado con
tan palpable realidad pudiera no ser el artículo genuino.
El comienzo del siglo diecinueve vio un desarrollo más
allá en la exploración del mundo imaginal. Los seguidores
de Anton Mesmer descubrieron que la gente, por lo general las mujeres,
a la que se había puesto bajo trance hipnótico, podía
a veces describir lugares no de esta tierra, y contestar preguntas acerca
de cosas que nunca conocieron en estado de vigilia. Algunos, como Swedenborg
y Dante, habían podido conversar con espíritus fallecidos,
y por lo tanto describir el mundo que supuestamente nos espera a todos
después de la muerte. No importa que los "espíritus" fueran
frecuentemente descubiertos en disparates y mentiras (como Swedenborg ya
había notado), o que los diversos relatos de otros mundos fueran
contradictorios: los médiums decían lo que sus oyentes estaban
ansiosos de oír.
La gran interrogante acerca de lo que se experimenta en
la imaginación activa atañe a su objetividad. Los sufís
de Persia, principalmente Sohrawardi entre ellos, afirmaron que el mundo
de Hurqalya al que accedían interiormente era en verdad un
mundo objetivo, pero sin un substrato material. Por lo tanto, otros siguiendo
la misma práctica se encontraban en los mismos lugares, tan ciertamente
como dos viajeros a Bagdad estarían de acuerdo en que habían
visitado la misma ciudad. El mismo principio se aplica a la práctica
cabalística aunque ahí la experiencia tiende a ser más
matemáticamente abstracta.
Una posibilidad que no suele ser tenida en cuenta es que
estos filósofos-místicos han encontrado efectivamente una
salida de la Caverna de Platón al Mundo Real (ver el quinto artículo
de esta serie, "La
Tradición Platónica"). En la filosofía platónica
éste es definitivamente un mundo objetivo más real que el
material. ¿Pero cómo explicamos las diferencias impresionantes
entre lo que allí se encuentra dependiendo de cuál sea la
religión del filósofo? Mientras que el filósofo de
Platón se encontraba con los dioses griegos, el sufí encuentra
ángeles y "maestros que han ascendido". Los cabalistas pueden explorar,
órgano por órgano y pelo por pelo, el cuerpo macrocósmico
de su Dios. Los cristianos como Dante y Swedenborg probablemente vean el
Infierno, como también el Cielo, y así sucesivamente. Las
diferencias son suficientes para que el agnóstico moderno no-viajero
se vuelva completamente escéptico acerca de la objetividad del Otro
Mundo.
Esto es como si cada religión, y aún cada
secta, fuera una especie de club exclusivo. Las mentes de los miembros
están llenas, desde la niñez, con cierto conjunto de ideas
y símbolos que estructuran su mundo imaginativo, su filosofía
y sus expectativas de vida después de la muerte. Las catedrales
e iglesias medievales eran depositarias de esas imágenes y símbolos,
y medios de adoctrinamiento en el mejor sentido; pues cuando hay consenso
imaginal en una sociedad, la discordia se reduce al mínimo. Cuando
esas personas poco comunes, dotadas y entrenadas para las prácticas
esotéricas se embarcaban en sus meditaciones, era dentro de ese
mismo consenso. Ellos veían, oían, sentían y olían
un ambiente que pudo haber sido nuevo y lleno de maravillas y sorpresas,
pero estaba aún controlado por su fe y expectativas. Sólo
cuando el místico iba más allá de los sentidos internos
estaba liberado de lo que había aprendido a través de los
sentidos externos. Entonces, como todos los estudiantes de misticismo saben,
las descripciones se vuelven inseguras: el místico no puede encontrar
palabras para la experiencia. Todo es luz y unidad y paradojas donde la
mente racional no tiene en qué apoyarse.
Puesto que la mayoría de nosotros (y yo me incluyo
enfáticamente) no somos expertos en viajar en el mundo interno de
lo imaginal, colgamos en las paredes de los palacios de nuestra imaginación
cuadros que otros nos han dado. Si somos afortunados, nuestros padres habrán
empezado el proceso contándonos historias y dándonos libros
con láminas que llenaron nuestras imaginaciones con imágenes
arquetípicas de bestias parlantes, héroes y heroínas,
lugares lejanos, comedia y tragedia. Tal vez ellos también nos criaron
en una de las tradiciones religiosas ricas en imágenes. Podemos
haber dejado sus dogmas atrás mientras crecíamos, pero su
mitología es un fondo del cual nunca dejaremos de extraer cosas.
Si fuimos desafortunados, nuestros padres nos aparcaron
frente a la televisión. Y esa es la medida del abismo entre el mundo
imaginal de los pobres e ignorantes campesinos medievales y los campesinos
de hoy.
Traducción:
L. H.
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