La Escuela de Atenas, Rafael, 1511
La Escuela de Atenas, Rafael. 1510-11. Vaticano

ANALES DEL COLEGIO INVISIBLE
JOSCELYN GODWIN
 
V
La Tradición Platónica
Uno espera que la visión de un cosmos ordenado en jerarquías y unido por amor esté cerca de la realidad de las cosas. En la revista Lapis Nº 3, David Fideler ha descrito la mecánica espiritual de tal universo, y su celebración en el arte del Renacimiento.* Esta visión es la esencia de la tradición platónica. Como veremos, provee tanto de una estructura metafísica para la filosofía, como de pautas para una vida cívica y personal.

La metafísica platónica toma como premisa la existencia de un "mundo de Formas" que es la matriz de donde surge el mundo material. Estas Formas, lejos de ser imaginarias, son más reales de lo que la mayoría de las personas toman equivocadamente por la realidad. Podríamos llamarles arquetipos: se trata de cosas como la Unidad, la Justicia, la Bondad y la Belleza, que se ven débilmente reflejadas en lo que conocemos de estas cualidades.

Conforme se desarrolló la tradición platónica, las Formas fueron identificadas con los dioses y diosas de la religión pagana. Para los neoplatónicos, los seres personales que adora la gente son en realidad las Formas hacia las cuales sienten un parentesco natural. Entre estos y la materia se extiende una cadena de seres intermedios -semidioses, démones, etc.- que también participan en sus Formas causales y tienen un papel en el gobierno del mundo. El cosmos entero es una jerarquía, suspendida de modo piramidal del Uno y sus emanaciones arquetípicas.

¿Cómo sabemos esto? Otro principio platónico es que lo semejante es conocido por lo semejante. Para conocer la materia hay que tener un cuerpo físico. Para conocer las cosas inmateriales, hay que tener un alma. Para conocer las Formas, hay que tener un intelecto superior que sea semejante a ellas. Así, el individuo es un microcosmos del todo.

Pero en la mayoría de nosotros estos órganos de Conocimiento no están totalmente desarrollados. La mayor parte de lo que conocemos nos viene a través de los sentidos y es distorsionado por nuestras opiniones, así que sólo tenemos una vaga noción de lo que es. El conocimiento superior y más exacto empieza con la mente, y continúa hasta el punto de tener una percepción directa de las Formas a través del intelecto impersonal. Quien emprende este viaje de desarrollo personal es un filósofo: "un amante de la Sabiduría".

El Mito de la Caverna de Platón (República, Libro 7) describe lo que sucede a las personas que tienen éxito en el desarrollo de estos grados superiores de percepción. Los seres humanos se parecen a los prisioneros en una cueva, forzados a sentarse y mirar un muro. Detrás de ellos, están los operadores del sistema de la cueva, que utilizan la luz de un fuego y figuras recortables para proyectar un juego de sombras sobre la pared, que los prisioneros ven con apasionado interés, ya que es todo lo que conocen. Es tal cual una función cinematográfica. De pronto, un prisionero se las arregla para voltear a ver, y ve para su sorpresa que el juego de sombras no es de verdad, sino creado por los operadores. Tal vez hasta logre escabullirse entre ellos y descubrir las gradas que le conducen al exterior, donde se encuentra encantado de estar en un mundo infinitamente más maravilloso que el que ha conocido. Aquí se encuentra con los originales del juego de sobras: personas reales, árboles, montañas, estrellas, etc. en toda su gloriosa forma y color. El filósofo, -pues eso es lo que ahora es- siente compasión por sus viejos amigos, aún encadenados en la caverna, y arde por disipar su ilusión. Regresa para contarles su descubrimiento. Pero lejos de darle la bienvenida, saltar y escapar al mundo real, reciben su informe con incredulidad, burla y odio. No pueden soportar que alguien pretenda saber más que ellos.

Así lo descubrió Sócrates, maestro de Platón, cuando un jurado ateniense lo condenó a morir envenenado con la cicuta en 399 a. C.; y la filósofa Hipatia, cuando San Cirilo, obispo de Alejandría, incitó a una turba a desmembrarla en 415. Estos mártires marcan el ocaso y la larga decadencia de la tradición original platónica. Cuando la academia de Platón fue clausurada por el Emperador Justiniano en 529 había durado más que cualquier institución educativa conocida. Los últimos filósofos de la Academia Ateniense encontraron refugio en la corte de Persia. De allí en adelante la tradición platónica llevó una existencia subterránea. Aunque en su forma original, el platonismo es incompatible con cualquiera de las tres religiones abrahámicas, sagaces adaptadores tuvieron éxito aportando elementos de ella a cada una, dando origen a la cábala, a la teosofía cristiana, y al sufismo. Este estado de cosas es responsable del término "Colegio Invisible", cuyos lapsos ocasionales en la visibilidad nos aparecen como otros tantos descensos dentro de la caverna, de parte de una escasa pero ininterrumpida cadena de filósofos.

Sócrates dio a conocer a Platón y a otros jóvenes atenienses la noción subversiva de cuestionar creencias y opiniones aceptadas. Usaba una indagatoria racional, no tanto para llegar a la verdad -eso sería pedir demasiado- como para disipar la ilusión. Enseñó a sus estudiantes, y forzó a sus oponentes, a admitir su ignorancia, como preludio necesario para la adquisición del conocimiento. Este es el resultado del famoso "método Socrático". Pero cuando Sócrates quería hacer una exposición positiva de sus propias convicciones, no usaba la dialéctica sino el mito. El mito es un relato que personifica una verdad superior utilizando símbolos para inflamar la imaginación y despertar la memoria. Todo aprendizaje, para Sócrates y Platón, es simplemente el recuerdo de lo que nuestras almas alguna vez supieron, pero han olvidado. Todos venimos aquí desde afuera de la caverna.

Una filosofía práctica sigue inmediatamente a este sistema. Su principio debe ser la separación del alma del mundo material y su reinstalación en su propio dominio. Pero nadie se embarcaría en este difícil y frustrante viaje si no es inducido a él por un irresistible deseo. El elemento erótico es una parte esencial de la educación platónica: tal como el amante es atraído a lo amado, así el alma es atraída a las Formas de la Belleza y el Bien. El deseo carnal es el primer paso en la escalera de ascenso a través de un cosmos saturado de deseo en cada una de sus partes. Cada ser en él, empezando por el Uno, emana el siguiente estado de ser, amándolo como su propio hijo y siendo amado a su vez. Pero una jerarquía sin amor se vuelve tiranía, ya sea en la persona, la familia o el estado.

Así llegamos a la irritante cuestión de la política platónica. Platón y Sócrates tienen una mala prensa en estos días a causa de sus opiniones antidemocráticas. Al menos podemos entender por qué no podían pensar de otra manera. Su última realidad consistía en el Uno y sus Formas emanadas (o dioses) que dan existencia y configuración a todo lo demás en la larga cadena descendente del ser. Ellos pensaban que la sociedad humana debía ser un espejo de esto. Debe haber un Uno -el monarca- y debe haber Formas- las leyes y sus ejecutores. Pero si la jerarquía política ha de funcionar, el monarca debe emular la sabiduría del modelo, la sociedad debe estar tan ordenada como las estrellas en su curso y los niveles de la sociedad deben estar unidos por amor. ¿Ha sucedido esto alguna vez?

No con claridad. Una razón es que la prescripción necesaria nunca se ha seguido: que los reyes deben ser filósofos, y los filósofos, en consecuencia, deben ser reyes. Platón trató de preparar a Dionisio, futuro rey de Siracusa en Sicilia, para ese papel, y fracasó cuando el joven escapó a su control moral. El imperio Romano fue más afortunado con sus emperadores filósofos Adrián, Marco Aurelio y Julián. Pero un imperio es una entidad demasiado grande para una reforma platónica; la escala apropiada es aquella de la ciudad-estado. En la Florencia del siglo XV, Cósimo de Medici y su familia se convirtieron gradualmente de banqueros en filósofos bajo la tutela de Gemistos Plethon y Marsilio Ficino, con magníficos resultados para las artes, pero poca ventaja para el pueblo.

En Weimar, donde Johann Wolfgang von Goethe llegó a ser consejero y amigo del duque Carlos Gustavo (quien gobernó de 1775 a 1828) uno puede decir justamente que un filósofo estaba manejando si no es que gobernando el estado. Este y otros "absolutismos iluminados" del siglo XVIII y principios del XIX se acercaron al ideal platónico como ninguno hasta entonces. Pero nunca lo suficientemente cerca.

La política platónica es antidemocrática porque al igual que el orden cósmico, es regida desde arriba y no de abajo para beneficio de todos. El verdadero conocimiento pertenece al filósofo, no a las personas que nunca han estado fuera de la caverna y que aún están esclavizados a sus sentidos y opiniones. Sólo el filósofo puede saber qué es mejor para el cuerpo político pues sólo él ha visto las cosas tal como son.

Afirmaciones como estas suenan hoy tremendas y vacías. Hay dos buenas razones. La primera porque vivimos 2.400 años después de Platón, en una época de cinismo y cansancio del mundo, y no se ha conocido ninguna señal de un filósofo-rey. La filosofía misma se ha ganado un mal nombre desde que degeneró del "amor por la sabiduría" en escuelas competitivas de pensamiento, y finalmente en una serie de poses intelectuales de moda. En lo que respecta a los frutos de la sabiduría superior, hemos visto suficientes personas "espiritualmente avanzadas" con evidentes pies de barro, y sabemos que ellos, también, están sujetos como el resto de nosotros al poder, el dinero, el sexo y el miedo. Imaginarlos dentro de la política es una perspectiva aterradora. Desconfiamos de los fascismos, y la república platónica con sus marciales guardianes y rígidos controles, parece fascista. La democracia nos ha convencido de que nosotros mismos sabemos lo que es mejor para el cuerpo político, y tenemos el derecho a elegir líderes que ejecuten nuestras preferencias.

Estas son algunas de las bases del rechazo instintivo al ideal político platónico -no importa que, también ellas, estén sujetas a la crítica. La segunda razón principal viene del cristianismo, que empezó por ser anti-jerárquico y socialmente nivelador. El Jesús del evangelio de Lucas por ejemplo, está siempre dando preferencia a aquéllos que se hallan en lo más bajo de la pirámide (mujeres, leprosos, los pobres, samaritanos, etc.) y prometiendo una inversión del estatus en el Reino de los Cielos. Esto está de acuerdo con la doctrina ya mencionada, esencial a la filosofía platónica: que todo hombre y mujer es un microcosmos que no sólo tiene un cuerpo sino también un alma inmortal y la potencialidad de conocer a Dios, o al Uno. Comparadas con esta herencia común, las distinciones terrestres son irrelevantes y fundamentalmente injustas. Cada cual es hijo de Dios, y por lo tanto con igual derecho a tener voz en la comunidad.

Desafortunadamente, la democracia no ha funcionado de esa forma. Todos podemos ser hijos de Dios, pero la mayor parte de estos niños son muy jóvenes y tienen mucho que aprender antes de poderles confiar, sin riesgo, los peligrosos "juguetes" del gobierno. En un momento, y con las mejores intenciones elegirán a un tirano que los mande. Esto puede que no sea obvio en occidente al menos que se comprenda que los líderes electos no representan a las personas que votaron por ellos, sino a los patrocinadores, que hacen posible a través de la propaganda que ellos sean elegidos. Los tiranos no son nuestros bien intencionados candidatos presidenciales sino las corporaciones multinacionales, los grupos de presión con sus intereses particulares, las industrias militares, legales y médicas, los banqueros y especuladores, etc. Ninguna cantidad de democracia cura a la sociedad de tumores tan firmemente enraizados.

Estos son los operadores del sistema ilusorio de la caverna hoy día. Es su interés mantenernos a la mayoría moderadamente prósperos, satisfechos y mudos. El espectáculo que se monta es en verdad una bomba demoledora y suficiente para mantener las mentes de las personas totalmente ocupadas. Bajo estas circunstancias, es tonto esperar que la caverna sea conducida según los lineamientos de la República platónica, o el Reino de los Cielos. Estos son modelos que existen en el mundo de los arquetipos, no en la tierra. Pero no se necesita ser un gran sabio o místico para haber vislumbrado el mundo de fuera de la caverna. El serbio que verdaderamente no odia a los bosnios y a los croatas ha estado allí: ha visto la Forma de su común humanidad. También la persona que apaga la televisión hastiado, rechazando las imágenes a las que son adictos sus semejantes. Algo ha avivado la memoria que, por profundamente enterrada que se encuentre, puede responder a la verdad. Sí sabemos algo de esto, y no estaríamos leyendo esta revista si no supiéramos de ello; estamos en camino hacia la libertad, y tenemos la potencialidad de llevar a otros con nosotros, uno por uno. Traducción: L. H.

NOTA
* Esta serie de artículos de J. Godwin se publica simultáneamente con SYMBOLOS en Lapis: The Inner Meaning of Contemporary Life (New York), y en la revista checa Mana. N. del E.

 
 

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