ALGUNOS RECUERDOS SOBRE RENE GUENON 
Y ETUDES TRADITIONNELLES (3)
("Documento confidencial inédito")
He dicho que me encontraba mal preparado. Y aquí debo disipar una ilusión por lo común bastante extendida: tras frecuentar a Guénon durante 18 meses, yo no había aprendido nada más que lo que se hallaba en sus libros. Gonzague Truc ha dicho de Guénon, muy justamente, que su discurso no era más que su obra hablada. Hay que precisar: su obra ya estaba publicada en el momento en que hablaba. No quiero decir que no fuera nada, desde luego: su presencia, su palabra, añadían a la obra escrita una fuerza de penetración incomparable. Su presencia, sus silencios, aún más que su palabra. Pero si bien en su proximidad uno se beneficiaba de una mejor comprensión de lo que había escrito, no se aprendía nada "nuevo". Y entonces, en 1929-30, faltaba mucho que aprender. 

Recuerdo que en el momento de la partida de Guénon para Egipto, sus obras publicadas eran las siguientes: la Introducción, El Teosofismo, El Error Espirita, Oriente y Occidente, El Esoterismo de Dante, El Rey del Mundo, La Crisis, Autoridad Espiritual, San Bernardo, El Hombre y su Devenir. 

Era mucho, sin duda, pero a pesar de todo faltaba algo esencial, faltaba la "revelación" más "inédita": los artículos que constituyeron posteriormente Apreciaciones sobre la Iniciación no comenzaron a aparecer más que en octubre de 1932. 

Entonces no teníamos la menor idea de tres nociones que hoy nos parecen fundamentales: 

– necesidad de la iniciación 

– necesidad de los ritos 

– necesidad de un exoterismo. 

De esto, Guénon, tanto ante mí como ante Tamos, no dijo nunca ni una palabra. Observo, al pasar, que tampoco hablaba nunca ni del Islam ni de la Masonería. 

Sin duda, las palabras "iniciados" e "iniciación" aparecen desde luego en El Error Espirita y en El Esoterismo de Dante, pero su sentido queda muy impreciso. Tan impreciso que, aludiendo en El Error Espirita a influencias muy sospechosas, Guénon escribía que hay iniciados de muchas clases. 

Sin duda, se mencionan los ritos en una nota de El Hombre y su Devenir, pero de tal manera que se estaría tentado de considerarlos como cosa bien secundaria si es que no despreciable. 

En cuanto a la necesidad del exoterismo, la cuestión, como todos saben, no se abordó más que en 1947, a petición mía. 

Aquí, debe ocurrírseles una pregunta a los "guenonianos" de 1963: ¿cómo se representaban ustedes las condiciones de una realización espiritual? 

Puedo decir que, para Tamos, como para mí y algunos otros, las cosas se presentaban así: 

En primer lugar, teníamos la noción de una de las condiciones de la iniciación, la que Guénon llamará "cualificación" y que nosotros nos atribuíamos generosamente. Pensábamos que algunos individuos tienen, de nacimiento, una disposición natural que se manifiesta por una falta de interés por las cosas de este mundo, por una necesidad de espiritualidad, por un deseo de acercarse a Dios, por un deseo de conocimiento también, que les distingue de la muchedumbre de los creyentes que, por medio de los sacramentos y las buenas obras, entienden asegurarse una protección en este mundo y un destino póstumo favorable. 

Teníamos también la noción de otra condición: la del esfuerzo personal, bajo un doble aspecto negativo y positivo. Negativo en el sentido que nos esforzábamos en el desapego y llevábamos, hasta donde es posible cuando se vive en este mundo, una vida ascética. Positivo en el sentido que consagrábamos todos nuestros esfuerzos al estudio de los textos tradicionales, a la reflexión, a la meditación. 

Y añadíamos otra noción, que no aparecería en Guénon, la de la "gracia". Pues nunca pensamos que pudieran obtenerse resultados por el solo esfuerzo de los individuos. Estos esfuerzos no podían representar más que una "llamada" y una preparación a las que podía responder el don gratuito de la iluminación. La oración no estaba de ninguna manera excluida de nuestra existencia, pero la participación íntegra en una forma tradicional determinada no nos parecía imperativa. Esta participación que no podíamos dejar de constatar en los místicos nos parecía como un método menos "intelectual' que el nuestro. En cierta manera, ¡éramos tradicionalistas sin tradición, ni religiosa ni iniciática! 

Puede comprenderse así que si bien el artículo de Marquès-Rivière sobre "Le danger des plans magiques" me había inquietado un poco por sus "puntos" anti-orientales, la recomendación de una vía mística me parecía una cosa totalmente natural, tanto más siendo que Rivière daba cuenta de la "protección" que asegura el hecho de estar "enmarcado" en una organización como la Iglesia, lo que parecía capaz de constituir una prevención contra las desviaciones y divagaciones a las que están expuestos los místicos independientes (tipo Sédir segunda época). 

Si el artículo sobre "Le danger des plans magiques" me había costado, de parte de Guénon, unos reproches que yo comprendía en cierta medida, pero en cierta medida solamente, su indignación ante la publicación de La trahison spirituelle de la Franc-Maçonnerie me resultó totalmente incomprensible. Y ¿cómo hubiera podido ser de otra manera? Tanto según yo como según Tamos, si había una organización animada por un espíritu antitradicional y con una actividad antitradicional, esa era la Masonería. Hay que observar además que lo que el mismo Guénon había dicho hasta entonces no era como para que tuviéramos una idea favorable de ella. En El Teosofismo, los masones y los Ritos masónicos (sin duda los "irregulares", pero ¿cómo habríamos podido diferenciarlos?) de los que se trata están vinculados con organizaciones ocultistas o con la Sociedad Teosófica; en El Error Espirita se alude a la alta masonería alemana del siglo XVIII como dedicada a las evocaciones mágicas, y los artículos de la "Sphinx" en France Anti-maçonnique, por la misma época, dan la impresión de un horroroso hervidero de charlatanes y hechiceros. Sin duda las alusiones a algunos grados escoceses en El Esoterismo de Dante los presentan bajo una luz más favorable, aunque permiten pensar que los autores de estos grados lo sacaron todo de lo que pudieron conocer del hermetismo. Y, en cualquier caso, esto no cambiaba nada con respecto a la acción real de la Masonería latina contemporánea a la que atacaba Marquès-Rivière. 

Tamos se proponía hacer una recensión evidentemente favorable del libro de Marquès-Rivière. Advertido Guénon, nos hizo saber su deseo formal de que nos abstuviéramos de cualquier incursión en el dominio masónico pues sólo él estaba en condiciones de tratar cuestiones de este orden. Tamos cedió ante ese "ultimátum" y como no era posible que Guénon publicara en la revista una reseña demasiado desfavorable sobre el libro de un autor que, algunos meses antes, se contaba entre nuestros colaboradores, el libro de Rivière pasó en silencio. Sin embargo Tamos y yo no quedamos convencidos. 

Cierto, Guénon tenía mil veces razón cuando decía ser el único de los colaboradores que podía tratar de la Masonería, quizá era el único hombre en el mundo que podía hacerlo públicamente. Pero se equivocaba cien veces al irritarse y tratarnos como si estuviéramos afectados por un incomprensible partidismo. Mientras no se ha definido la transmisión iniciática como la condición sine qua non de una realización espiritual íntegra, y mientras no se ha –si no demostrado– por lo menos afirmado que la Masonería contemporánea todavía detenta esa transmisión, ¿acaso se puede pedir a alguien que admita que a despecho de la acción antitradicional de los masones, la Masonería debe de ser defendida ante y contra Todo? Pues bien, lo anterior Guénon no lo haría más que dieciocho meses después. 

Este primer conflicto entre Guénon y Tamos muy pronto fue seguido por otro relacionado con una cuestión de un orden más general. Con ocasión de una obra bastante vulgar, Les problèmes de la vie mystique de Roger Bastide, Tamos había escrito un artículo del que se desprendía que, aun distinguiendo entre formas inferiores y superiores de la mística, identificaba vía mística con realización espiritual. En esto, sólo seguía un uso común a todos los autores occidentales que han tratado sobre los grados de la vida espiritual. 

Guénon protestó de nuevo y, para puntualizar las cosas, escribió un artículo: "Magia y misticismo" que hoy constituye el capítulo II de Apreciaciones sobre la Iniciación. Este texto que puede comprenderse hoy, incorporado en una obra en la que está precedido por el capítulo "Vía iniciática y vía mística" y seguido por otros desarrollos, no se podía comprender, aislado, de la misma manera. 

Ignorando tranquilamente las distinciones usuales entre las diferentes formas de la mística, Guénon asimilaba lo que él llamaba el "misticismo", y eso englobando bajo este término a todos los místicos, a una búsqueda de "fenómenos" que respondía a una aspiración similar a la de los aficionados a la magia. 

Esto pasaba de castaño a oscuro. Y esta vez, éramos nosotros –quiero decir Tamos y yo y Tamos más que yo– quienes nos veíamos conducidos –no sin visos de razón– a acusar a Guénon de partidismo. No quiero entrar aquí en una discusión sobre la postura de Guénon ante el misticismo, proponiéndome dedicarle a esto un estudio especial, pero ya puede comprenderse el deplorable efecto de este artículo en unos lectores cristianos. Para nosotros, que conocíamos su actitud con respecto al libro de Marquès-Rivière, este marcado desprecio por lo que considerábamos los grados más elevados de la condición cristiana, unido a una defensa más o menos implícita de la Masonería anticristiana, difícilmente podía aparecer de otra manera que como un signo de básica hostilidad contra el Cristianismo, por lo menos contra el Cristianismo post-medieval. No faltaban indicios, en el resto de la obra de Guénon, que pudieran hacer pensar que su obra tendía, si no a "islamizar" Europa como debía proclamarlo más tarde uno de sus admiradores. provisionales, sí a "orientalizar Occidente". Las páginas relacionadas con el posible papel de la Iglesia en una restauración tradicional aparecían entonces como precauciones oratorias o que reflejaban una postura ahora superada. Poco después, con ocasión de la publicación de El Simbolismo de la Cruz, nos enteramos de que Guénon era musulmán desde 1911, lo que, muy ciertamente, bien pocas personas sabían entonces, incluso entre las que, como Patrice Genty, conocían a Guénon desde hacía más de veinte años. 

No hace falta que diga cuánto iba a reforzar esta noticia la desconfianza de Tamos y cuánto debía inquietarme. O más bien sí, hace falta decirlo, pues los que han descubierto a Guénon hace diez o quince años puede que tengan alguna dificultad para ponerse en nuestro lugar. Cierto, nosotros no poníamos en duda las nociones de Tradición primordial, de Revelación primitiva, admitíamos que las tradiciones de la antigüedad clásica, como también el Celtismo habían conservado todas su depósito más o menos completo; admitíamos que aún sucedía lo mismo con el Hinduismo y el Taoísmo; admitíamos muy bien que estas últimas Tradiciones, en tal o cual dominio del conocimiento habían conservado más que el Cristianismo e inversamente (por mi parte, añadía al Hinduismo y el Taoísmo, el Judaísmo, al que Tamos parece haber considerado como perimido desde la llegada del Cristianismo; por otra parte él profesaba, con respecto a la Cábala, una desconfianza procedente de un antisemitismo más o menos consciente). Pero el Islam, del que no sabíamos otra cosa que lo que entonces sabía un francés medio, nos parecía, si no una herejía que tomaba cosas del Judaísmo y del Cristianismo, por lo menos como un Cristianismo disminuido por la negación de la divinidad de Cristo. No hay que olvidar que nuestra convicción de la existencia de una tradición primordial procedía principalmente del estudio de los trabajos eruditos cristianos (católicos y protestantes) de los cuales he mencionado algunos al comienzo de estas memorias. Ahora bien, estos eruditos tomaban sus elementos de concordancia entre el cristianismo y las demás tradiciones de todas las religiones del Antiguo e incluso del Nuevo Mundo. salvo del Islam que, a los ojos de estos eruditos, no podía ser sino una herejía más extendida que las otras. 

A partir de ese momento, Tamos estimó que ya no podía colaborar con Guénon. En tanto que redactor jefe del Voile d'Isis, se sentía más o menos responsable de lo que publicaba Guénon. Otras cosas, de importancia secundaria, como las polémicas con Paul Le Cour y la R.I.S.S., le daban dentera a Tamos, que no veía su razón de ser, e indisponían al temeroso Chacornac. Un día encontré a este último muy irritado contra Guénon y dispuesto a renunciar a su colaboración, para no perder la de Tamos quien estimaba la coexistencia imposible. Advertí entonces a Chacornac que, si la revista se separaba de Guénon, yo me retiraría, pues, a pesar de mi amistad y respeto por Tamos, su aporte no me parecía que pudiera compararse con la obra de Guénon y mi desacuerdo con este último sobre ciertas cuestiones no me impedía constatar el carácter único e irreemplazable de su aporte doctrinal. Por otra parte, habría que contar con la retirada de dos colaboradores "guenonianos" que habían hecho su aparición a lo largo de 1930-31, René Allar y André Préau. Este último sobre todo estaba demasiado vinculado a Guénon como para quedarse allí donde Guénon ya no estuviera. Comprendí que Tamos había contado con que yo seguiría con él y se proponía completar los Nos con reimpresiones de textos herméticos y "místicos" (especialmente de Boehme y su escuela). Pero yo no me dejaba convencer: el "gancho" de Guénon (cualquiera que fuese su exacta naturaleza) era demasiado fuerte. Chacornac cedió y Tamos resignó sus funciones después de haber publicado hasta diciembre de 1931 una importante serie de artículos que me hicieron lamentar el cese de su colaboración regular. Todavía entregó algunos artículos de tanto en tanto, y luego se abstuvo completamente si se deja aparte su traducción parcial del libro de Tilak, The Artic Home in the Vedas. A partir de ese momento la dirección efectiva de la revista recayó por completo sobre mí. 

La retirada de Tamos nos hizo perder cierto número de lectores que se habían vinculado a él más que a Guénon y que, sin duda, se perdieron para la causa tradicional, al orientalizarse la revista cada vez más y no aportar por así decir más artículos que trataran directamente de la tradición cristiana. Este "orientalismo" casi exclusivo sería un gran obstáculo para su difusión posterior y creo que esto es lamentable. 

No puedo dejar de pensar que buena parte de los desacuerdos se hubieran podido evitar si Guénon se hubiese explicado más pronto sobre ciertos temas, aunque fuera en privado y a título confidencial si es que estimaba que aún no había llegado el momento de su divulgación, especialmente sobre la cuestión de la iniciación que presidía –y explicaba– todo el resto. La concepción de la iniciación, tal como después la expuso, explicaba su actitud con respecto a la Masonería, su propia recepción en el Islam y, en cierta medida, su posición respecto al misticismo. Pero, esto, solamente en cierta medida, pues la posición de Guénon continúa pareciéndome indefendible, al menos en cuanto a la forma. Con el propósito de un apaciguamiento, Tamos había publicado una nota en la cual justificaba su terminología y decía: "Estamos de acuerdo en el fondo". La Sra. Denis-Boulet tiene totalmente razón sobre este punto cuando escribe: "Pero eso no es verdad, porque entonces era Guénon quien hubiese debido decirlo". 

No obstante hay que decir que Guénon pensaba primeramente no dejar Francia más que por tres meses y es probable que si hubiese vuelto al cabo de este tiempo las cuestiones se hubiesen podido debatir de viva voz entre él, Tamos y yo. 

Pero las cosas habían transcurrido de distinta manera. Al cabo de tres meses, la Sra. Dina había regresado a Francia, dejando que Guénon continuase en Egipto el trabajo emprendido, el cual había resultado exigir más tiempo del que al principio se había pensado. Al cabo de poco tiempo, nos enteramos de que la Sra. Dina acababa de casarse con un tal Ernest Britt, a quien había conocido en casa del Dr. Rouhier, director comercial de las Ediciones Véga. Britt era un viudo de una sesentena de años, con varios hijos de su primer matrimonio. Pertenecía a un grupo de ocultistas de tipo "científico" que comprendía entre otros a Oswald Wirth, Pierre Vincent (Piobb, autor de El Secreto de Nostradamus y de un Formulario de Alta Magia), Francis Warrain y el Dr. Rouhier, todos muy hostiles a Guénon. Pasaron todavía algunos meses y Guénon dejó de recibir noticias de la Sra. Dina y muy pronto de recibir los importes previstos. A instancias de su marido, la Sra. Dina cedió la editorial al Dr. Rouhier quien hizo saber a Guénon que no proseguiría la colección proyectada y se limitaría a publicar Los estados múltiples del Ser. 

Guénon nos hizo saber entonces que se quedaría en Egipto hasta nueva orden. Más tarde, me enteré de que estaba casi sin recursos y de que ni siquiera hubiera tenido los medios de pagar su retorno a Francia. Este motivo nunca me ha parecido decisivo pues él tenía amigos que no se habrían negado a facilitar su vuelta si se hubiese explicado francamente en ese sentido. No fue sino dos años más tarde que, por intervención mía, la situación de Guénon se volvió menos difícil. 

Hace un momento he mencionado a René Allar y André Préau que fueron los primeros "guenonianos" de estricta observancia que vinieron a reforzar el equipo del nuevo Voile d'Isis. Los frecuenté mucho entre 1931 y 1936-37, pero nuestras relaciones siempre quedaron estrictamente en el plano intelectual; nunca hubo intimidad entre nosotros y, en consecuencia, sé pocas cosas respecto a ellos. René Allar, de nacionalidad belga, era, de profesión, corrector de imprenta; André Préau era un funcionario francés destinado en la Comisión de reparaciones en Alemania. Unicamente este último había conocido personalmente a Guénon durante sus temporadas en Francia. Regresó definitivamente al país a finales de 1930. Nunca supe cómo habían conocido Allar y Préau la obra de Guénon. Cuando los conocí, uno y otro se habían puesto a estudiar el sánscrito y Préau tenía nociones de chino. Su conocimiento del inglés les permitía aprovechar los trabajos de los orientalistas ingleses, muy importantes en lo que se refiere a la tradición hindú (trabajos de Arthur Avalon, traducción de los Brahma-sutras, etc..). Préau, que poseía un perfecto conocimiento del alemán, pudo beneficiarse también de las traducciones alemanas de textos taoístas. Uno y otro pudieron así dar al Voile d'Isis traducciones y estudios notables sobre las tradiciones de la India y China. 

En 1933, el equipo aumentó con Frithjof Schuon quien nos envió desde Mostaganem, en donde acababa de ser recibido en la tarîqah Alaui, un primer artículo sobre "El aspecto ternario de la tradición monoteísta", que fue seguido de un cierto número de estudios muy útiles sobre la tradición islámica tan poco conocida entonces por los lectores de Guénon. Al mismo tiempo, yo comenzaba a reimprimir los artículos y traducciones de Abdul-Hâdi publicados en otro tiempo en La Gnose y cuyo estudio, hasta entonces dejado a un lado, había acabado por interesarme en el Islam. De esta manera se encontraba constituido un equipo suficientemente "productivo" para alimentar la revista. Estimando que más bien yo tenía mucho que aprender antes que enseñar, espaciaba mi propia colaboración hasta cesarla casi por completo en los años que precedieron inmediatamente a la guerra. 

Sin embargo las ocupaciones no me faltaban. 

En primer lugar, Guénon se encontraba en Egipto imposibilitado de mantenerse personalmente al corriente de lo que se publicaba –e incluso de lo que pasaba– en los medios cuya "vigilancia" estimaba indispensable, ya fuera para tomar posición públicamente, ya para su información personal, a saber los medios ocultistas y teosofistas, antimasónicos y antisemitas. Se recibía, es cierto, en la dirección de Chacornac, cierto número de revistas, pero que estaba muy lejos de representar la totalidad de lo que aparecía. Diversas peticiones urgentes por parte de Guénon me hicieron comprender que contaba conmigo para descubrir, procurar y seleccionar para él todo lo que no se le transmitía por medio de Chacornac. Esto significaba, por una parte, la obligación de leer periódicos cotidianamente –diarios como Action Française, L'Ami du Peuple de François Coty (en el que hubo durante meses una bonita exposición de ropa sucia entre dos grupos de antimasones), de leer todos los semanarios de tendencia "fascista" como Gringoire, Je suis partout, Choc; por otra parte, que no era la más simple ni agradable, la de descubrir publicaciones más o menos confidenciales y en ocasiones hacer irse de la lengua a sus autores o editores. Así es como me vi conducido a conocer al Padre Jouin, al P. Duperron, y a frecuentar un poco la oficina pro-hitleriana de Fernand Sorlot que editó la primera y única traducción francesa de Mein Kampf. 

Estaba, además, la correspondencia y las citas con los lectores que pedían informaciones, directrices para sus lecturas, indicaciones de orden bibliográfico. Y mantenía a Guénon al corriente, hablándole de las individualidades que me parecían dignas de interés. De esto resultaba una correspondencia con Guénon que muy pronto fue bisemanal. y a veces trisemanal. 

Evidentemente yo leía todos los manuscritos enviados a la revista, con la agradable misión de devolver con unas consideraciones más o menos enrevesadas aquellos que no se podían aceptar. ¡cosa que me proporcionó muchos amigos.! Pero estaban también las discusiones con los colaboradores para la puesta a punto de sus textos, discusiones de ideas, pero también de forma. Casi todos los artículos de Schuon, de 1933 a 1939, fueron retocados, a veces reescritos en parte por Préau y por mí. No hablo de los de Patrice Genty que me llegaban generalmente ¡en forma de notas sin coordinación! Préau, felizmente, se había encargado de la "vigilancia" de las publicaciones orientalistas francesas, inglesas y alemanas. 

Durante este tiempo, Guénon estaba abrumado por la correspondencia con los numerosos lectores que le escribían por razones más o menos válidas. Respondía a todos sin distinción, incluso a los más limitados y a los extravagantes: "No me siento con derecho, me escribía un día, de no responder salvo cuando me escriben cosas absolutamente locas". Yo añadiría: ¡y quizá ni entonces! pues he visto respuestas suyas a gente completamente desorientada que también me perseguía a mí. 

La colaboración en Voile d'Isis era, desde luego, voluntaria para todos. Con una sola excepción: Guénon cobraba 100 frs por mes por artículo, esto hasta la guerra. En principio Paul Chacornac debía de enviarle el dinero cada tres meses, pero como siempre experimentaba dolorosos desgarramientos cuando tenía que desprenderse de la menor suma de dinero, los giros se hacían esperar. Un día recibí de Guénon una carta a la vez angustiada e irritada en la cual me pedía que interviniera inmediatamente respecto a Chacornac para que se le enviara con urgencia la suma que se le debía: "No tengo otros recursos, escribía, que mis derechos de autor y lo que me envía Chacornac, y dése cuenta de que mis gastos de correspondencia representan más del doble de lo que destino a mi alimento". 

Yo no tenía hasta entonces más que una idea muy vaga de la situación material de Guénon. Me di cuenta leyendo la carta que no se trataba únicamente de obtener de Chacornac unos pagos regulares. Al punto di parte de mis inquietudes a Préau y decidimos alertar a algunos amigos que disfrutaban de cierta holgura. Uno de ellos partió enseguida para el Cairo donde encontró a Guénon en una miserable habitación y visiblemente subalimentado. 

Nuestro amigo primero propuso a Guénon llevarle de vuelta a Francia, cosa que deseábamos todos, pero se encontró con un rechazo formal: Guénon entendía no regresar a Europa salvo, un día u otro, para un breve viaje que le permitiera arreglar ciertos asuntos. Aceptó, no sin esfuerzo, una ayuda financiera inmediata y un acuerdo para una ayuda continua: entregaría dos artículos por mes en lugar de uno, y le serían pagados por Chacornac a una tasa más elevada. No sé si supo o sospechó que en realidad el coste de los artículos sería entregado a Chacornac por los amigos. Sobrevinieron otros apoyos, seguidamente, que Guénon parece haber aceptado más a gusto porque venían de musulmanes. No obstante, si bien tuvo una existencia decente, conoció las dificultades materiales hasta su muerte. 

Antes de abordar un nuevo periodo que comienza con el retorno de Frithjof Schuon tras su segunda permanencia en Argelia, quiero decir algunas palabras de una individualidad a la vez notable y decepcionante que conocí a partir de 1931, y cuya obra desempeñó un papel no despreciable, aunque 20 años más tarde, en cierta prolongación de la obra de Guénon. Me refiero a Paul Vulliaud. 

Fue Patrice Genty quien me presentó a Vulliaud a quien conocía desde hacía ya varios años. ¿Qué representaba para Vulliaud, católico y miembro de una orden terciaria, frecuentar a Patrice Genty, alias "T Basilide" patriarca de una iglesia gnóstica, cosa que Vulliaud seguramente no ignoraba? No sé demasiado de ello. Genty mostraba por Vulliaud mucho respeto y admiración, y estas eran cosas a las que este último no era insensible. Por otro lado, a Vulliaud, que soñaba en un libro sobre el ocultismo en el siglo XIX –libro que finalmente escribió pero que no se publicó– sin duda no le molestaba recibir ciertas informaciones por medio de Genty, que había frecuentado la escuela de Papus. Es cierto que, por lo menos desde 1906 a 1940, siempre hubo canales de comunicación entre "tradicionalistas" ortodoxos y heterodoxos, y hay que decir que esas relaciones creaban una zona turbulenta en la cual no siempre era fácil distinguir quién estaba de un lado y del otro. Y creo que eso explica que los católicos, en general, hayan manifestado una desconfianza casi idéntica con respecto a unos y otros. Sin embargo, está claro que hace falta haber conocido bien en algún momento a quien sea que uno se propone combatir, y los escritos publicados no siempre bastan para ese conocimiento. Por mi parte, me he esforzado en cortar todo contacto de este tipo después de la muerte de Guénon, estimando que era vano continuar indefinidamente esta clase de combate y estando persuadido de que los peligros más serios no vienen del ocultismo o de las "pequeñas iglesias". Mi salida de E. T. ha vuelto total esta ruptura que corresponde a mis gustos a la vez que a una oportunidad. 

Cuando conocí a Vulliaud, este era un hombre de una cincuentena de años que tenía tras sí una obra considerable: dos libros de juventud: le Destin mystique, conjunto de seis estudios sobre los Padres de la Iglesia (especialmente Orígenes y Clemente de Alejandría) y sobre los misterios griegos, y L'ésotérisme de Léonard de Vinci. Lo esencial estaba representado por tres obras de su madurez: La Kabbale Juive, Le Siphra-di-Tzeniutha y Le Cantique des Cantiques d'après la Tradition Juive. 

De entrada me llevé dos sorpresas. La primera fue la de percibir en su escritorio. ¡un busto de Napoleón y una colección de soldados de plomo con uniforme del Primer Imperio! La segunda oírle decir que su verdadera vocación no era la de hebraísta y estudiante de la Cábala, sino la de pintor y escultor. Sin embargo no dijo qué "accidente" hizo de él uno de los mejores hebraístas franceses. 

Si bien era tradicional en ciertos aspectos, Vulliaud se hallaba en la vanguardia del "progreso" desde otros puntos de vista. Había pertenecido al Sillon y, tras la condenación de este movimiento, había permanecido en el campo demócrata cristiano y colaboraba en L'Aube que entonces representaba la izquierda católica. Era de esa gente que cree en los beneficios de 1789, que ven con horror 1793, como si el segundo no fuera la continuación lógica del primero, y que veneran a Bonaparte porque al poner fin a la revolución salvaguardó las "conquistas" de ésta. Su concepción de la historia era la de todos los occidentales modernos, quiero decir que era progresista. Vulliaud reconocía la existencia de la "Tradición perpetua y unánime" (por lo demás es de uno de sus artículos de los Entretiens idéalistes de donde tomé esta expresión para definir el programa de E. T.). Pero el Cristianismo era su expresión más perfecta, la forma definitiva, y constituía, a sus ojos, el motor mismo del progreso para una humanidad a la que atribuía un futuro ilimitado. 

Nada era más extraño al pensamiento de Vulliaud que la teoría de los ciclos cósmicos, nada más extraño que la idea del "fin del mundo" o incluso del "fin de un mundo" en el sentido en que Guénon lo entendía. La presencia del Apocalipsis en el canon cristiano no le preocupaba: para él no se trataba sino de un panfleto anti-romano, entendamos por ello que se refiere a acontecimientos pasados; señala el fin de una época que, tras haber visto hundirse a la nacionalidad judía verá aniquilarse la potencia de la Roma de los Césares, que no subsiste más que por la fuerza de sus ejércitos. El Reino de Dios, para Vulliaud, estaba en nuestra tierra, era para nuestra humanidad que se establecería, por el amor, la justicia social, etc. 

Evidentemente era por su obra de hebraísta que Vulliaud me interesaba y, en la época en que lo conocí, yo pensaba, como muchos de sus lectores, que era a esta obra a la que se dedicaría por completo. No era tal su intención. Él mismo me dijo que tras la publicación de su Siphra-di-Tzeniutha, un austríaco rico le había ofrecido liberarle de toda preocupación material para permitirle traducir las dos Idroth, se le pagaría una mensualidad durante tanto tiempo como fuera necesario y no se fijaría ningún plazo. "No pude aceptar, me dijo Vulliaud, porque, aunque no se me imponga ninguna condición, me sentiría moralmente obligado a no trabajar más que en esta traducción, y tengo muchos otros proyectos". Esos proyectos, eran su obra sobre los Evangelios, pero también un libro sobre Liszt, otro sobre Léon Bloy, otro sobre los ocultistas, un estudio sobre Mme. Récamier, etc.. 

Al comienzo de nuestras relaciones, Vulliaud mostró conmigo mucha benevolencia; me dio Nºs inhallables de su antigua revista Les Entretiens idéalistes y los Nºs del Mercure de France en los que había colaborado. En ellos, había de todo: tanto artículos sobre Luis XVII como sobre Bossuet, sobre Savonarola como sobre las Sociedades secretas chinas, sobre Orígenes como sobre los socialistas de 1848. Al entregarme el paquete, me dijo con visible altivez: "Soy el último de los grandes polígrafos". No era eso precisamente lo que yo buscaba. 

Naturalmente intenté obtener de Vulliaud estudios o traducciones de textos sobre la Cábala, fue en vano. Nos autorizó, en nombre de Emile Lafuma, a reproducir la correspondencia de Jean de Pauly con este último y algunos fragmentos de estudios elaborados por el traductor del Zohar. El conjunto, que reuní a continuación en un volumen, no carece de interés, pero a pesar de todo sigue siendo de menor importancia. Mientras tanto, Vulliaud había escrito, ¡Dios sabe por qué!, un estudio sobre "Spinoza según los libros de su biblioteca" que ningún editor aceptaba. Me pidió que publicara este trabajo en Voile d'Isis y que hiciera una tirada aparte de él. Ni Chacornac ni yo estábamos encantados con esa petición, al no tener el trabajo en cuestión más que una lejana relación con el programa de la revista. Pero nos dejamos convencer, habiendo prometido Vulliaud, como compensación, entregarnos unos estudios sobre la Cábala. que nunca llegaron. Solamente nos dio traducciones de los Salmos cuyas notas filológicas no están faltas de interés, pero que no representaban lo que yo había creído poder esperar del autor de La Kabbale Juive. 

De hecho, cuando conocí a Vulliaud, su obra ya estaba terminada, pero entonces no podía darme cuenta, ya que se encontraba en la plenitud de la vida. Mi decepción fue grande, pero como siempre esperaba obtener algún trabajo interesante, no rompí las relaciones hasta el día en que Vulliaud aprovechó el hecho de que nos encontrábamos solos (habitualmente iba a su casa en compañía de Genty) para hablar de Guénon y lamentarse del lugar que éste adquiría en la revista. Respondí que sólo le correspondía a él, Vulliaud, ocupar un mayor espacio que el que Guénon tenía en ella y que no era porque yo no le hubiera solicitado que nos diera trabajos que correspondieran a nuestro programa y de los cuales ciertamente era capaz. Me dijo entonces que lo que nos reprochaba era que nos atuviéramos a un programa tan "limitado" (¡en efecto, tan sólo comprendía todas las tradiciones de Oriente y Occidente!). Si fuéramos menos excluyentes, podría entregarnos cantidad de artículos interesantes. Por ejemplo, dijo alargando la mano hacia un cuaderno, acabo de terminar un estudio sobre Mme. Récamier. Al ver mi estupefacción, añadió: "también hay esoterismo en esto". No pude contenerme; bastante irrespetuosamente y bastante estúpidamente, lo confieso, –no es esta mi manera de "hacerme el ingenioso"– le dije de un tirón: "¡Sé bien que había algo cerrado en Mme. Récamier y que, como el Agarttha, era igual de inviolable, tal como Chateaubriand pudo comprobar penosamente!" Vulliaud estalló: "Ustedes no son más que una pequeña capilla cuyo ídolo es el Sr. Guénon quien les ha embrujado con sus historias de iniciación y esoterismo, un insolente que cree saberlo todo". Le respondí que me sorprendía oír hablar en ese tono de un hombre que no dejaba pasar una ocasión de citar elogiosamente los trabajos del Sr. Vulliaud. "No crea usted eso, dijo, sé lo que digo: ha hecho una reseña de mi Kabbale en una revista italiana y se ha permitido unas críticas, cuando nadie en el mundo estaba cualificado para criticar esta obra". (Más tarde, conocí la reseña que, tal como me esperaba, presentaba el libro de Vulliaud de la forma más favorable, pero señalaba algunas lagunas y lamentaba el tono del capítulo sobre la Masonería). Añadió: "Le digo que es un arribista, un charlatán y un hombre turbio". Esta vez, yo ya no tenía ganas de reír, y le pedí que se explicara sobre los dos últimos calificativos (respecto al primero, sabía, desgraciadamente, a qué atenerme sobre el arribismo de Guénon). "Y bien, me dijo, ¿es que su Rey del Mundo no es un cuento gracias al cual quiere hacerse pasar por el enviado de un centro misterioso?". Y sobre el último calificativo rehusó obstinadamente explicarse con el pretexto de. la caridad cristiana. ¿Quién hubiera dudado de que estuviera tan ampliamente provisto de esta virtud? En ese momento me levanté diciéndole que ya no teníamos nada más que decirnos. Y así fue como terminaron mis relaciones con Vulliaud. 

Di parte de mi conversación a Patrice Genty quien me dijo que Vulliaud estaba envidioso de Guénon porque éste tenía "discípulos" (lo que sólo era cierto tomando la palabra en su sentido más amplio), que, Vulliaud, no tenía ninguno y había visto en mí a uno posible. Confieso no haber comprendido nunca cómo alguien hubiera podido ser el "discípulo" de un hombre así. 

¿He de añadir que, por su parte, el bueno de Genty nunca me perdonó haberme negado a ser "obispo gnóstico" y su "coadjutor" con promesa de sucesión? 

Después de reflexionar detenidamente, creo comprender lo que quería decir Vulliaud al hablar de Guénon como de un hombre turbio. Está claro, que si no se admite que Guénon estaba encargado de una "misión" que implicaba una investigación en los diferentes medios con pretensiones tradicionales justificadas o no, su pertenencia sucesiva y a veces simultánea a los medios más opuestos puede legítimamente parecer inquietante: obispo gnóstico y masón que colabora en una revista antimasónica, musulmán que colabora en una revista para la propagación del Sagrado Corazón, etc. hay que reconocer que esto ofrecía un bello campo a la malevolencia. 

 
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