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Creo que difícilmente puede uno
adherirse a semejante punto de vista. Esto, por varias razones.
En primer lugar, me parece imposible atribuir al "antiguo centro de la tradición occidental" (es decir cristiana) el espíritu de furor y venganza que animaba las primeras comunicaciones, las referencias a Weishaupt, representante del "siglo de las luces", y al personaje por lo menos dudoso de Cagliostro. Por otra parte, apenas es concebible que unas enseñanzas emanadas de dicho centro (y esto dejando aparte el carácter particular del medio de transmisión) no hubieran estado revestidas de una forma cristiana. En fin, un modo de intervención así, en rigor concebible en un medio en el que no hubiesen subsistido formas de iniciación específicamente cristianas, no lo es ya en absoluto cuando se sabe que esas formas de iniciación todavía subsistían, y que, por lo menos para una de ellas, el "material" simbólico y ritual que ha conservado, da a pensar que no careció de relaciones con Lo que, precisamente, había animado, en otro tiempo, a la Orden del Temple. Uno ha de buscar entonces otras explicaciones. La primera que viene a la mente es la misma que Guénon da para la mayoría de casos de este tipo: a saber, que las comunicaciones reflejan las ideas del médium y los participantes. Es muy cierto que en general las primeras comunicaciones correspondían a las ideas de los primeros evocadores, todos los cuales conocían el tema de la venganza templaria y consideraban a Cagliostro como un gran Maestro ignorado (cf. la obra de Marc Haven Le Maître Inconnu). Todos conocían –y Guénon también– a Fabre d'Olivet y Saint-Yves d'Alveydre. En fin, en una segunda fase, Guénon –quien ciertamente tenía ya en esa época conocimientos en materia de tradición hindú– habría logrado imponer al médium su pensamiento. Esto con la condición, desde luego, de que no se hubiera tratado simplemente de una puesta en escena y de que las comunicaciones fueran obtenidas efectivamente por escritura automática y no simplemente redactadas del modo habitual. Sólo que en este caso sería difícil de comprender que Guénon, estando justamente en posesión de algunos de esos conocimientos, hubiese tomado o parecido tomar, al menos por un tiempo, la cosa en serio. Puede considerarse otra hipótesis, también a la luz de lo que Guénon ha escrito, relativa a los casos en que las comunicaciones son influenciadas a distancia por seres humanos totalmente "encarnados" y desconocidos para los experimentadores. La lectura de El error espirita deja la impresión de que Guénon debía tener un conocimiento "técnico" de este tipo de cosas y puede considerarse sin inverosimilitud que Guénon haya provocado él mismo el primer fenómeno al cual, en apariencia, parecía extraño ya que no estaba presente en la primera sesión. En este caso, habría sugerido algo que él debía saber sería bien recibido por los primeros evocadores, puesto que correspondería a sus mismas ideas. A continuación, habría conducido progresivamente a sus seguidores a vías más ortodoxas o, por lo menos, lo habría intentado, aparentemente sin gran éxito, lo que le habría llevado a disolver el grupo. Se debe observar no obstante que unas ideas que nos chocan profundamente, como la de la venganza templaria contra la Iglesia y la monarquía, no eran juzgadas de la misma manera por el Guénon-Palingenius de los años 1908-1909, un Guénon que consideraba a las religiones "desviaciones" (y no adaptaciones) de la tradición y que, en particular, era hostil a la Iglesia. Más tarde, en 1929, en Autorité spirituelle et Pouvoir temporel, arrojaría sobre Philippe-le-Bel la responsabilidad total del drama templario y exoneraría al Papado, pero veinte años antes con seguridad no pensaba así. Como ha notado Chacornac (pgs. 54-55), parece que fue el contacto con el Islam lo que condujo a Guénon a una concepción más justa de la religión. Si se retiene por un instante la hipótesis que acabo de considerar, puede uno preguntarse qué habría podido incitar a Guénon a provocar la formación de una organización que hay que calificar como pseudoiniciática, después de sus experiencias en las formaciones papusianas. No me parece improbable que hubiera intentado drenar por este medio un cierto número de individualidades de valor intelectual no despreciable que se habían extraviado en las organizaciones ocultistas, tales como Barlet, Sédir, Marc Haven, el propio Genty, y que el aspecto "fenómenos" y el aspecto "condecoraciones" no hubiesen sido, en su mente, más que el cebo y el adorno exterior de un "grupo de estudios" análogo a aquellos cuya formación consideraba más tarde en Oriente y Occidente. Por otra parte, al no excluirse ambos aspectos, ¿no se puede pensar que la formación de un grupo dependiente de él, unido a él por compromisos solemnes, hubiera constituido a su alrededor una zona de protección psíquica que le habría permitido resistir mejor los ataques de la contrainiciación de los cuales se dirá objeto durante toda su carrera? De hecho, de una manera algo diferente, sí formó, más tarde, una red de lazos psíquicos con algunos de los que le eran más devotos. Varias veces tuve oportunidad de constatar la inquietud aparentemente excesiva que mostraba ante un retraso del correo de algunos días, en una época en que el intercambio de nuestras cartas tenía lugar de 2 a 3 veces por semana. Si ocurría que cualquier circunstancia le hiciese perder el barco a una de mis cartas, luego fue el avión, yo estaba seguro de recibir una inquieta carta del Cairo. Lo que me impide aceptar sin reservas la idea de que el asunto de la "Orden del Temple" había sido provocado por Guénon, es el interés que dedicó a un asunto que, veinte años después, se presentó de una manera bastante análoga y en el que con seguridad no tuvo nada que ver. Me refiero al asunto del "Oráculo de fuerza astral", al cual Chacornac dedica las páginas 90 a 92 de su libro. Quien lo desee puede leerlo allí. Lo que quiero decir, es que se encuentra –o vuelve a encontrarse– en Guénon, en 1928-1929, esa idea de que un Centro espiritual y más especialmente "el antiguo centro reencontrado de la tradición occidental", podía, a falta de otras vías, manifestarse en este caso mediante procedimientos más o menos análogos a los del espiritismo o la magia. Curiosa coincidencia: aunque el "Oráculo" no haya dado que hablar hasta 1928-29, el depositario del "secreto" pretendía haberlo recibido en Italia en 1908, es decir en la misma época de las manifestaciones de la "Orden del Temple". ¿Es esta "coincidencia" la que incitó a Guénon a interesarse en esta nueva historia? Si es así, habría que renunciar a atribuirle la iniciativa de la anterior. ¿Debe pensarse entonces que en el París de 1908, hubo al principio intervención de una influencia verdaderamente exterior al grupo entero? Pienso que sin duda puede descartarse la idea de que pudiera tratarse de una influencia procedente de una continuación regular y no desviada de la Orden del Temple. No descartaría, por el contrario, la posibilidad de unas intervenciones de "residuos psíquicos" resultantes de la descomposición del "cadáver" del Temple abolido, o incluso de una línea desviada del Temple que, entre otras cosas, habría inspirado la "tradición de venganza" de la que los altos grados escoceses se han hecho eco. Desde esta perspectiva, la disolución de la pseudo orden habrá correspondido en Guénon a la toma de conciencia de la verdadera naturaleza de las influencias en juego. Es igualmente por medio de Patrice Genty que conocí la colaboración de Guénon en France Anti-Maçonnique, pues Guénon nunca hablaba de lo que había publicado bajo seudónimo. Me había dado Nºs de Regnabit, pero no me había soltado palabra de la "Sphinx", ni de "Palingenius" (a decir verdad, cuando le conocí, yo ya había leído La Gnose y le había identificado). De hecho, la colaboración de Guénon en F. A-M es, en su orden, casi tan enigmática como el asunto de la "Orden del Temple". Porque si bien de manera anónima pero cierta, antes de firmar "Le Sphinx", Guénon había comenzado a dar a la F. A-M una verdadera colaboración a partir de Julio de 1913, es desde 1910 (y tal vez desde 1909 pero no puedo afirmarlo al no tener ya los textos en mis manos) que utiliza F. A-M como "tribuna" para responder a sus adversarios ocultistas mientras que tiene a su disposición La Gnose, es obispo gnóstico y firma como tal, y, al mismo tiempo, "Soberano Gran Comendador" de la "Orden del Temple". Cierto, se trata entonces de "cartas abiertas" dirigidas a la dirección de la revista, de "puntualizaciones" y no de artículos, pero me parece que esto supone una gran complacencia de parte de la dirección de la F. A-M. Hasta se entera uno, por una de estas "cartas", de que el director, Sr. de la Rive, se interesaba particularmente en. el Dalai Lama. Hago memoria de que Guénon, en ese entonces y hasta 1916, es masón activo en la Gran Logia de Francia. Resumamos: cuando Guénon está en relaciones, que se perciben amistosas, con el Sr. de la Rive, el cual pone su revista a su disposición, Guénon es obispo gnóstico y jefe de una Orden del Temple; cuando empieza a colaborar regularmente en ella es masón regular y musulmán. Que fue musulmán: el Sr. de la Rive lo ignoró sin duda; que fue masón, ciertamente lo supo; que formó parte de una Orden del Temple y fue obispo gnóstico, lo supo igualmente, sin que pueda dudarse de ello. Entonces, cuando se piensa que F. A-M era una revista –más bien un periódico– ultra-católico, que tenía como fin combatir todos los ocultismos y todas las sociedades secretas, leído en los presbiterios y las sacristías, se queda uno perplejo. Ante tales artículos de la "Sphinx", los suscriptores debían estarlo también. Sin duda aún lo hubiesen estado más si la guerra de 1914 no hubiera interrumpido la publicación de la F. A-M, pues, tras la muerte del Sr. de la Rive, acaecida en mayo o junio, era Guénon quien iba a dirigir la revista de acuerdo con. ¡la viuda, dicho sea sin juego de palabras! Sin duda Guénon dirá más tarde a una amiga católica, Mme. Denis-Boulet, a propósito de la Iglesia gnóstica, que había entrado en ese medio para destruirlo (de hecho, tras su paso, ésta no hizo sino declinar) y podría pensarse que, desde ese momento, había acuerdo entre él y ciertos medios católicos. Pero la explicación no vale para la Orden del Temple; tampoco concuerda con los propios escritos de Guénon en la época considerada. La conexión Guénon-de la Rive tuvo sin duda como intermediario al canónigo Gombault, profesor del Instituto Católico, originario de Blois, y a quien Guénon debe su conocimiento del tomismo, y también buena parte de sus informaciones sobre el espiritismo, las casas encantadas, los fenómenos de hechicería. Pero esto no hace más que desplazar el problema que entonces es el de las relaciones Guénon-Gombault. Sea como sea, gracias a Gombault primero, y después, mucho más completamente gracias al Sr. de la Rive, Guénon pudo consultar toda una documentación sobre el affaire Léo Taxil-Dr. Bataille (Mémoires d'une Palladiste y Le Diable au XIXe siècle) y se convenció de que, lejos de ser simplemente una broma de mal gusto, las pretendidas revelaciones sobre el luciferismo en la Masonería representaban una muy seria, y muy grave manifestación de la contrainiciación. Es innegable que las "revelaciones" Taxil-Bataille hicieron lo suficiente para fijar en la mente de muchos católicos la idea de que la Masonería es esencialmente satánica, que no solamente es a-religiosa o anti-religiosa, sino más bien una contra-Iglesia con "sacramentos infernales". Por otra parte, la confesión del engaño por parte de Taxil arrojó el ridículo sobre numerosos miembros del bajo y alto clero que habían garantizado dichas revelaciones, y esto fue explotado como prueba de la estupidez y credulidad de los católicos (Puede leerse un buen resumen del asunto al comienzo del 1er capítulo del libro de Serge Hutin: Les Francs-Maçons). El Sr. de la Rive había estado mezclado de cerca en este asunto. Habiendo confiado primero en Taxil, como su amigo el abad de Bessonies y muchos otros, fue uno de los primeros en sospechar y contribuyó, mediante una auténtica investigación policial, a acorralarlo para que confesara sus mentiras (1897). Lo que resultaba del dossier reunido por el Sr. de la Rive y facilitado a Guénon (quien, por otra parte, lo heredó) es que Taxil y Bataille habían sido simples ejecutantes a quienes unos personajes que quedaban entre bastidores habían proporcionado tanto la inspiración como el nervio de guerra –y que, éstos, sí eran auténticos satanizantes. El personaje principal en el plano "intelectual" y "operativo" habría sido un cierto Le Chartier, poseedor (¿o autor?) de una especie de ritual de "cábala negra", titulado Gennaith Mengog (?) atribuido a un tal rabbí Eliezer. Hasta donde he podido entender, este ritual era a base de magia sexual fundamentada en una cierta interpretación del simbolismo cabalístico. Desorientados por las confesiones de Léo Taxil y vueltos más prudentes, los campeones católicos del anti-masonismo, en los años que siguieron, llevaron el combate casi exclusivamente al terreno político y filosófico-social, abandonando las "diablerías". Pero quedó una corriente cuyos fieles aseguraban que la verdadera mentira de Léo Taxil estaba constituida por sus declaraciones de 1897 las cuales había hecho para salvar su vida amenazada por los masones (se pregunta uno por qué éstos, a quienes se consideraba acostumbrados al crimen, habrían esperado doce años para matar a su adversario), a menos que no hubiese sido "comprado" por ellos. Y en 1912, un sacerdote muy rico y ciertamente de muy buena fe, el abate Jouin, cura de la iglesia de Saint-Augustin en París, fundaba una revista, la Revue Internationale des Sociétés Secrètes, (R.I.S.S.) para reanudar el "buen combate". El verdadero director era un personaje llamado Charles Nicoullaud (probablemente exmasón y autor de un tratado de astrología bajo el seudónimo de Fomalhaut) quien, según Guénon, era un contrainiciado del mismo tipo que Le Chartier al que he aludido más arriba. Un segundo personaje de la misma calaña, Guillebert des Essars, asistiría a Nicoullaud, y después le sucedería en el papel de director efectivo. Colaboraba otro sacerdote, el padre Paul Boulin, quien, bajo el seudónimo de Roger Duguet, publicaría en sus últimos años un curioso libro: Autour de la Tiare, que era un poco una "autocrítica". En 1930, aparecía otro colaborador que firmaba G. Mariani (teniente de navío Bouillier). gran amigo de Pierre Mariel. Al morir el padre Jouin algunos años antes de la segunda guerra mundial, le sucede otro sacerdote, el P. Raymond Dulac, ciertamente más sabio en materia de derecho canónico y de historia de la Iglesia que en materia de Masonería y ocultismo. En la actualidad es uno de los colaboradores habituales de La Pensée Catholique. Desde los primeros artículos de Guénon ("Le Sphinx") en la F. A-M, estallaron virulentas polémicas entre él y diversos colaboradores de la R.I.S.S., y, de una y otra parte, se lanzaban la acusación de ser unos "antimasones muy extraños". Y, sobre este punto al menos, ¡todo el mundo decía la verdad! En cualquier caso, si "Le Sphinx" era desde luego un antimasón bien extraño, como sabemos, algunos de los colaboradores del P. Jouin eran católicos bien extraños también. Al mismo tiempo que describía la iniciación masónica (ha publicado un libro con ese título) como esencialmente satánica, Charles Nicoullaud publicaba novelas pseudo-místicas (Zoé, la théosophe à Lourdes y otra cuyo título he olvidado) animadas por el anticlericalismo más violento y en las que aparecían religiosos "poseídos". En 1929, el grupo de la R.I.S.S. hacía que cobrara actualidad el affaire Taxil, publicando, bajo el título L'Elue du Dragon, las pretendidas memorias de una "masona luciferina" de finales del siglo XIX convertida al final de su vida y retirada a un convento, cuyo nombre nunca ha sido revelado –y con razón. Durante un cuarto de siglo, la R.I.S.S. publicó incansablemente "revelaciones" tendientes a probar que la Masonería universal se entregaba a la magia negra y a las peores bajezas sexuales, ya fuera atribuyendo a la Masonería teorías o prácticas que únicamente eran asunto de ciertos grupúsculos ocultistas, ya inventándolas pura y simplemente. Pero, al mismo tiempo, se denunciaba como masones o "cómplices" de la Masonería, a sacerdotes, religiosos (sobre todo jesuitas) y prelados de todo rango, hasta el punto de que hubiera podido creerse que el arzobispado de París, por ejemplo, bajo el gobierno del cardenal Verdier, ¡era una simple sucursal de la calle Cadet! El padre Jouin, que nunca había tenido la cabeza muy sólida y que, con la edad, había devenido totalmente delicuescente (cuando lo vi, en 1930, estaba ya muy fatigado), cubría con su nombre esos disparates. Y sin duda debió a su edad y estado el no ser suspendido. Pero más curioso es que la revista no fuera prohibida y solamente objeto de advertencias de la Semana Religiosa de París. ¿Tenía altos protectores en la Curia? Como podía esperarse, su antisemitismo era también de una clase muy particular. Es cierto que de cuando en cuando se denunciaban las fechorías de la alta finanza judía, pero se daba prueba de mucha indulgencia para con esos judíos emancipados convertidos en magnates de la banca, la industria y el comercio. Los judíos que eran objeto de todas las execraciones, eran los judíos practicantes y sobre todo los cabalistas quienes, por su interpretación materialista (sic) de la Biblia, eran los grandes agentes de la perversión intelectual del mundo cristiano y tendían a establecer su dominio sobre el mundo entero. No hay duda, desgraciadamente, de que, durante un cuarto de siglo, fieles, sacerdotes, prelados, entre los mejor intencionados –si no entre los más instruidos y perspicaces– han tomado todo esto como cosa segura. Sé que muchos admiradores de Guénon han expresado en distintas épocas su sorpresa y su lamento por verle dedicar tanto tiempo y darles tanta importancia a unas polémicas con publicaciones aparentemente tan poco serias y de difusión tan limitada como la R.I.S.S. y Atlantis de Paul Le Cour. Puedo afirmar que por lo menos en lo que se refiere a la primera, Guénon la consideraba como un "nido de brujos" y como una manifestación de un grupo que continuaba ese culto al "dios de la cabeza de asno" al que alude en su artículo sobre Sheth. Fue en casa de Guénon donde me encontré por primera vez con un muchacho pocos años mayor que yo, que más adelante haría que se hablara de él de distintas maneras: Jean Marquès-Rivière. Eso era en el momento en que éste, al igual que Guénon, se interesaba por el "Oráculo de fuerza astral" al que ya me he referido. Por lo demás, la obra de Zam Bothiva Asia Mysteriosa, que reproducía cierto número de comunicaciones obtenidas por medio de ese método, se publicó con un prefacio de Marquès-Rivière (ya se sabe que Guénon, que igualmente había redactado uno, lo retiró en el momento de enviar la obra a la imprenta). Marquès-Rivière dio algunos artículos al Voile d'Isis renovado y tuve entonces ocasión de frecuentarlo un poco. Estuvo más tiempo en relación con Tamos y, en lo que va a seguir, referiré a la vez lo que sé por el propio Rivière y lo que supe, después, por Tamos. Marquès-Rivière se había interesado muy joven por el Budismo, hacia la edad de 13 años. Esta precocidad tan especial y su rostro que recordaba a los del Asia Central, le hacían decir agradablemente ¡que una de sus abuelas había debido cometer una "falta" con un amarillo! Naturalmente, había frecuentado la Sociedad Teosófica y la Asociación de Amigos del Budismo. Hacia 1925, una delegación tibetana vino a París para no sé que asunto político y contaba con varios lamas entre sus miembros. Rivière, no sé en qué circunstancia, tuvo la posibilidad de conocer a uno de ellos quien le dio algunas enseñanzas y le confirió un angkur. No sé cómo traducir esta palabra. Como Guénon ha subrayado justamente, no hay, en el Hinduismo y el Lamaísmo, una distinción entre exoterismo y esoterismo, comparable a la que existe en el Cristianismo y el Islam. Sería inexacto traducir angkur por "iniciación" en el sentido guenoniano de la palabra. Un angkur confiere el poder de practicar ciertos ritos, de utilizar ciertos mantras o yantras. Hay una multiplicidad de ellos, los cuales se confieren sucesivamente y varían según los "linajes". Tal Maestro puede dar tales angkurs y no otros. Marquès-Rivière, que había estudiado el sánscrito y el tibetano, publicó en 1928-29 una serie de artículos sobre el Budismo en general y el Budismo tántrico en particular, en la Revue Théosophique: artículos que Guénon consideraba, en conjunto, notables. Después, sin interrupción, publicó dos "novelas": A l'ombre des monastères tibétains y Vers Bénarès. Digo "novelas", aunque ambas obras contenían numerosas nociones exactas sobre el Lamaísmo y el Hinduismo, porque había una parte de fabulación tanto en la una como en la otra. La primera se presentaba como una especie de autobiografía, mientras que el autor todavía no había puesto el pie en Asia. Había también silenciosos plagios de publicaciones conocidas solamente por un público limitado (por ejemplo de una "correspondencia de Extremo Oriente" publicada en la revista La Voie hacia 1905), pero aquéllos que hubieran podido juzgar severamente tales procedimientos en dominio semejante, tendían a tratarlo con indulgencia porque se sabía muy bien que Rivière contaba con el dinero que le reportaran los libros para ir "realmente" a la India y al Tíbet. Igualmente, podía interpretarse como concesión a los gustos del gran público la parte concedida a los "fenómenos". No obstante, Guénon me confió que él no consideraba a Rivière totalmente "estabilizado" y que podían producirse en él cambios inesperados. No se equivocaba. La "crisis" sobrevendría durante 1930, cuando Guénon ya estaba en Egipto. Ya se sabe que éste era director entonces, en las Editions Véga, de la colección l'Anneau d'Or en la que debían aparecer, además de sus propias obras, traducciones de textos tradicionales y estudios sobre el esoterismo de diferentes tradiciones. Finalmente, aparte de los libros de Guénon, solamente se publicaron L'Eloge du Vin de Emile Dermenghem y el Traité des Dieux et du Monde de Salustio, traducido por Mario Meunier. Pero, al principio, se había previsto igualmente, entre otras cosas, un libro de Marquès-Rivière sobre Le Bouddhisme au Tibet que habría retomado los principales artículos aparecidos en la Revue Théosophique, completados con capítulos totalmente nuevos. Poco después de la partida de Guénon, Rivière me envió el manuscrito de su obra que yo debía repasar desde el punto de vista de la forma (Rivière era muy negligente y su estilo era más bien rebuscado); igualmente debía examinarlo desde otro punto de vista, precisando al autor qué era lo que podía parecer insuficientemente claro, etc. . Apenas había comenzado este trabajo cuando Rivière me reclamó su manuscrito y me dijo que renunciaba a publicarlo. ¿Qué había pasado? Fue por Tamos que lo supe. Rivière le había confiado que había celebrado cierto rito tántrico (en el que intervenían la sangre y el alcohol) destinado a evocar a ciertas "deidades" terribles, para obtener unos "poderes" cuya naturaleza nunca supe, y que, desde entonces, estaba permanentemente obsesionado por seres del mundo intermediario cuya presencia le resultaba sensible y de los que no llegaba a desembarazarse. Había recurrido, sin éxito, a diversas personas que tenían la reputación, fundada o no, de poseer también ciertos "poderes". Finalmente, Rivière había sido exorcizado por el P. Joseph de Tonquédec que era entonces gran exorcista de la archidiócesis de París, y había sido reintegrado al seno de la Iglesia Romana. Poco después, Marquès-Rivière entregó al Voile d'Isis un último artículo: "Le danger des plans magiques" ("El peligro de los planos mágicos") que era excelente en ciertos aspectos pero que dejaba al lector con la impresión de que la vía mística cristiana llevaba tan lejos en la realización espiritual como no importa cuál iniciación oriental, con mayor seguridad y sin exponerse a las ilusiones del mundo intermediario que a menudo se encuentran en Oriente. Una frase daba a entender discretamente (el texto original, mucho más "anti-oriental" había sido retocado por Tamos) que la introducción de las doctrinas orientales en Occidente muy bien podría ser de inspiración anticrística. Antes de su partida para Egipto, Guénon me había pedido que velara sobre lo que aparecía en la revista, pues no le parecía que Tamos tuviese una dirección doctrinal muy firme. También, cuando apareció el número con el artículo de Rivière, me reprochó que lo hubiera dejado pasar, pero yo mismo me había encontrado ante el hecho consumado: Tamos había arreglado el Nº con Chacornac sin comunicarme los textos. De hecho, nada le obligaba a ello, pero pienso que en esta ocasión quiso evitar todo riesgo de oposición por mi parte. Sucedía que la desventura de Rivière llevaba agua al molino de Tamos. Éste sin duda no cuestionaba abiertamente "la unidad e identidad fundamental de las tradiciones", sin duda que se refería con gusto a la mitología hindú igual que a las tradiciones de la antigüedad clásica, pero seguía persuadido de que el Cristianismo era la tradición más perfecta y, en todo caso, la que mejor se había conservado en toda su pureza. A sus ojos, el Hinduismo, el Taoísmo y el Lamaísmo se habían dejado extraviar por la búsqueda de los "poderes", el "orgullo intelectual" (les faltaba la famosa "humildad" cristiana) y la voluntad de poder ¡y aspiraban a "colonizar" mentalmente al inocente Occidente cristiano! En cuanto al Islam, no habría hecho falta presionarlo mucho para hacerle decir que se trataba de una herejía cristiana. Seguramente, no negaba que hubiera habido grandes espirituales en todas las tradiciones orientales, pero era una locura, para unos occidentales, ir a buscar en Oriente lo que tenían de manera más completa en el Cristianismo, en el hermetismo cristiano y en la mística cristiana entre los cuales, por otra parte, casi no hacía ninguna distinción. En cuanto a los orientales, cualquiera que fuese la riqueza de sus tradiciones, les faltaba ese coronamiento, ese cumplimiento último que es la revelación cristiana. No necesito subrayar en qué estamos de acuerdo con la posición que era la de Tamos, y en qué estamos en desacuerdo con ella, y salta a la vista que era demasiado opuesta a la de Guénon para que fuera posible una colaboración verdadera y duradera entre ambos hombres. De esto tendré que volver a hablar. Volvamos a Marquès-Rivière. Si bien había abjurado del Budismo para reconciliarse con la Iglesia, Rivière había renegado igualmente de la Masonería a la que había pertenecido al igual que a diversas agrupaciones más o menos ocultistas. Que esto fuera espontáneo por su parte o se le impusiera como obligación, lo ignoro, de cualquier manera a final de 1930 o entrado 1931, publicaba una obra violentamente antimasónica: La trahison spirituelle de la Franc-Maçonnerie. También había en ella críticas perfectamente justificadas de la mentalidad de los masones franceses modernos, de su acción social y política, de su actitud antirreligiosa. Pero el autor no distinguía entre Masonería antigua y Masonería moderna, de modo que el lector pensaba forzosamente que la Masonería era esencialmente antirreligiosa y socialmente subversiva; por otra parte, atribuía a la Masonería teorías y prácticas de grupos ocultistas y teosóficos algunos de cuyos miembros eran masones. Publicó también, antes de la guerra, una obra antimasónica en colaboración, creo, con un cierto William Henry. que no era otro que el Sr. Alec Mellor. En todo caso, ya sea solo o en colaboración con Rivière, Mellor ha publicado escritos antimasónicos bajo el seudónimo de William Henry. (Me excuso por ciertas incertidumbres, no teniendo ya a mano ninguna obra o publicación de este tipo). Les dejo a ustedes que piensen cómo recibió Guénon esas nuevas producciones de Rivière que, por el contrario, eran vistas favorablemente por Tamos quien compartía las ideas corrientes de los católicos al respecto. Debo confesar que, por mi parte, apenas pensaba de modo diferente. Por esta misma época, apareció el libro de Marquès-Rivière, Le Bouddhisme au Tibet, en el que de nuevo encontraba todo lo esencial del manuscrito que había tenido en mis manos, pero con unas modificaciones, aquí y allá, que cambiaban totalmente su sentido: los sabios lamaístas se convertían en pobres paganos que había que convertir urgentemente al Cristianismo. Al mismo tiempo, por otra parte, Matgioi publicaba un pequeño libro sobre Sta. Teresa de Lisieux en el que se decía que los pobres paganos de Asia suspiraban por la "pequeña vía" de Sta Teresa. lo que no impidió al mismo Sr. de Pouvourville, algo más tarde, cuando reeditamos la Voie Métaphysique, enviar un ejemplar, con una dedicatoria flamígera. ¡al arzobispo de París! Lo cual hacía decir a Guénon que si bien el Sr. de Pouvourville estaba todavía vivo, Matgioi había muerto hacía mucho tiempo. Pero hay que terminar con Marquès-Rivière cuya carrera aún conocería otras peripecias. Dos o tres años antes de la guerra de 1939, aparecían sucesivamente tres libros de Marquès-Rivière: L'Inde secrète et sa magie, Le Yoga tantrique hindou et tibétain, Rituel de magie tantrique. Rivière que, esta vez, había pasado varios meses en la India, había dejado nuevamente el Cristianismo y, al parecer, había descubierto en la India al gurú que le hacía falta y había sentido despertar todo su amor por Asia, pero no por la Masonería, de manera que, cuando sobrevino la ocupación alemana en 1940, su lugar ya estaba indicado en los servicios antimasónicos. Lo cual le hizo mucho bien a su "currículum". Marquès-Rivière colaboró en los Documents maçonniques, dirigidos por Bernard Fa[[caron]], fue uno de los organizadores de la exposición antimasónica, y finalmente el escenógrafo del film Forces Occultes. Rivière dejó París en dirección al este al mismo tiempo que las tropas alemanas y nunca supe lo que fue de él. Se me ha afirmado desde varios lados que se encontraba vivo mucho después del final de la guerra, pero como tan pronto se decía que se había refugiado en España o en América del Sur, como que se había encerrado en un monasterio japonés o tibetano, sigo inseguro con respecto a su suerte. Rivière fue condenado a muerte por contumacia, lo que se ha considerado generalmente como excesivo, al no haberle acusado nunca nadie de haber denunciado a quienquiera que fuese. Su actividad fue puramente literaria y documental. Anteriormente, he tenido que dedicar una gran parte a hechos de la carrera de Guénon previos a la época en la que yo lo conocí. Por otro lado, para dar una visión de conjunto del caso de Marquès-Rivière, he tenido que anticiparme mucho. Retomo ahora mi exposición en la época de los comienzos del nuevo Voile d'Isis, es decir a principios de 1929. En lo que va a seguir, hablaré como testigo directo, de todo lo que he visto y oído yo mismo, de lo que me ha sido escrito personalmente o de lo que he tenido conocimiento por cartas dirigidas a otros pero cuyo texto original he tenido ante los ojos. No habrá pues nada de hipótesis en los hechos que relataré, solamente en la interpretación de ellos que en ocasiones me esforzaré por dar. Tal como ha relatado Paul Chacornac (págs. 93-94), Guénon conoció, a comienzos de 1929, a una rica viuda americana, la Sra. Dina, de nacimiento Marie Shillito. Esta mujer, que debía estar en los 45 años, se había casado en primeras nupcias con un ingeniero egipcio aficionado al ocultismo y la metapsiquia. Se convirtió rápidamente en una admiradora entusiasta de Guénon. Las cartas que le escribió poco después de su encuentro, aunque testimoniaban excelentes intenciones no daban a entrever una comprensión muy profunda, pero la Sra. Dina ofrecía poner toda su fortuna al servicio de la causa tradicional. Guénon, que nos comunicó este ofrecimiento, a Tamos y a mí, estaba muy tentado de aceptarlo, y nosotros no teníamos ninguna razón para rechazarlo. Esto terminó en la creación de la Librairie Véga (ubicada en la calle Madame, 15) y en la de una colección, L'anneau d'Or, que comprendería, aparte de las obras de Guénon, estudios y traducciones de textos de las diversas tradiciones. Fue entonces cuando se decidió que Guénon iría a Egipto para buscar, hacer copiar y traducir textos islámicos. A decir verdad, hacía mucho tiempo que Guénon deseaba hacer ese viaje. Ya en 1911, se había considerado un viaje a Egipto con Léon Champrenaud, pero el proyecto no tuvo continuidad. Guénon dejó pues París el 20 de Febrero de 1930 y, tras una quincena de días en el sur de Francia donde tenía un viejo amigo, el Dr. Tony Grangier, embarcó para Egipto el 5 de Marzo, en compañía de la Sra. Dina. En ese momento, parece ser que Guénon planeaba una permanencia en Egipto de alrededor de tres meses, este lapso le parecía suficiente para reunir los textos, encontrar los copistas y los traductores cuyo trabajo tendría que revisar aquí, sin perjuicio de que hiciera posteriormente otro viaje. Algunos se han preguntado, entonces y más tarde, por qué Guénon no intentó ir a la India. Evidentemente no se sabe con detalle lo que pasó entre él y la Sra. Dina, pero es muy probable que ésta, que se decía tan gran admiradora de "la bella tradición brahmánica" hubiera acompañado también a Guénon a la India si éste hubiera manifestado ese deseo y sin duda hubiera sido posible por otra parte encontrarle a este viaje un motivo análogo al del viaje a Egipto. Diez años más tarde, conviene notarlo, Guénon tendría otra ocasión de ir a la India en caso de haberlo querido y no la aprovechó. Estoy persuadido de que era a Egipto adonde quería ir o adonde sabía que debía ir, lo que no implica forzosamente que ya quisiese quedarse allí desde entonces. Lo he dicho ya: Guénon, quien me había dicho que escribiera lo más posible, me dijo además, antes de su partida, que contaba conmigo para velar, en su ausencia, porque se cumpliera el compromiso de eliminar ciertos antiguos colaboradores y que los restantes redactores no se apartasen demasiado de la línea tradicional que se desprendía de sus obras. Era esta una misión muy delicada que cumplir y para la cual yo estaba muy mal preparado. Ello muestra por otra parte hasta qué punto debía de sentirse aislado Guénon, en esa época. Misión delicada en el sentido de que yo no tenía ningún derecho a ejercer un control sobre el Director de la Revista y el Redactor en jefe, y que uno y otro tenían veinte años más que yo. Me gané bastante rápidamente a Paul Chacornac prestándole servicios a él y a la librería (revisión de sus artículos, tanto más necesaria siendo que ignora la ortografía más elemental, redacción de catálogos y publicidad para las obras de la editorial). Con respecto a Tamos, esto era más difícil. Cierto, me había dado su amistad, –y yo se la devolvía– pero se trataba de un gran señor, con un considerable bagaje en dominios en los que yo era totalmente ignorante, y que poseía además una fuerte irradiación personal. Yo no podía tratar con él de igual a igual. |
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