ANALES DEL COLEGIO INVISIBLE
JOSCELYN GODWIN
VIII 
La Teología Negativa
La Edad Media no conoció ninguna escuela iniciática pública como aquellas que habían florecido en la Antigüedad. Las hermandades pitagóricas y órficas, la Academia platónica, los cultos mistéricos Herméticos y el Mitraico -todos habían desaparecido de Europa junto con el Imperio Romano. Su visión del hombre como un microcosmos, reflejando en miniatura todo el universo y su origen, y su propuesta de un camino por medio del cual él podía hacerse divino, estaban casi perdidas. La nueva religión oficial de la Cristiandad apenas podía tolerar semejantes ideas, aún entre su propia élite intelectual. El poder de la Iglesia descansaba en la divinidad de un solo hombre, Jesucristo, y en un camino hacia la salvación para el resto: aquél de la obediencia. 

A pesar de esto, a veces todavía podemos vislumbrar, como una cadena de oro medio enterrada, el legado de una tradición teosófica Cristiana muy diferente de la corriente principal. Su energía parece haberse derivado de la experiencia mística, considerada e interpretada a la luz de la filosofía neoplatónica. Lo que caracteriza esta tradición es que no afirma nada sobre Dios, más bien niega la posibilidad de la afirmación. Es la antítesis del tipo de aserción que comienza: "Así dice el Señor". Resultó muy naturalmente del neoplatonismo, cuando un escritor griego no identificado, conocido como Dionisio el Areopagita, reinterpretó los vuelos más altos del misticismo pagano a la luz de la nueva religión. 

Dionisio estaba bien consciente de los peligros del monoteísmo exotérico. Deploraba a aquellos "que describían la Causa Primera trascendental de todo por las características derivadas del más bajo orden de los seres." Sus mejores esfuerzos para describirla como corresponde toman la forma de paradojas, o de enunciados de lo que no es ("la teología negativa"). Habla de ello como de lo que eclipsa toda brillantez con la intensidad de su Obscuridad; como aquello que incluye todos los atributos del universo, pues es la Causa Universal de todo, mas no posee ninguno, ya que los trasciende a todos. 

Las palabras de los teólogos tienden a ser secas, pero aquí brotan de una experiencia directa que es, paradójicamente, la no experiencia, porque no hay un sí mismo separado que lo experimente. Dionisio dice en otra paradoja, expresándose igual que Plotino: "A través de la inactividad de todos sus poderes de razonamiento, el místico se une mediante su más alta facultad a Aquello que es totalmente incognoscible; así, conociendo nada, él conoce Aquello que está más allá de su conocimiento." 

Estas cosas, dice Dionisio, no deben ser reveladas a los no iniciados. De hecho fueron divulgadas y sirvieron de inspiración a toda la tradición mística cristiana. 

Además de su Teología Mística, de donde están tomadas estas citas, Dionisio escribió un tratado Sobre las Jerarquías Celestes que es el fundamento de toda ciencia angélica cristiana.  

Su logro fue hacer que los principios de la teología neoplatónica fueran aceptables para el monoteísmo. Reclasificó las jerarquías de los dioses y daimones como las Nueve Ordenes Angélicas, y las hizo concordar con la tradición judía y con la Biblia. Así, la jerarquía de los poderes secundarios que gobiernan el cosmos se salvó de extinguirse en el imaginal de la Edad Media. 

El doble logro de Dionisio lo hace padre del esoterismo cristiano. Primero, él enseña que el Absoluto es indescriptible y totalmente trascendente, mas de alguna manera accesible y presente en el hombre. Esta es la máxima justificación para todo esfuerzo espiritual. Luego completa el resto de la jerarquía cósmica, poblando los cielos y las esferas con seres invisibles. Estos se vuelven la base de la magia ceremonial, la filosofía astrológica, una reavivada cosmología Hermética, y por lo tanto de las ciencias ocultas en Europa. 

Dionisio era desconocido en el mundo occidental hasta el siglo nueve cuando el monje irlandés, Juan Escoto Erígena tradujo sus obras al latín. Erígena desarrolló luego los principios del teósofo anónimo en una concepción grandiosa del universo y del destino humano. Platónico por naturaleza, no vio ninguna diferencia entre la verdadera religión y la verdadera filosofía, ya que la totalidad concebible del universo -el objeto de especulación filosófica- es inseparable de Dios. Lo que uno podría llamar "la teología positiva" de Erígena concierne a la Naturaleza, vista como Dios en el proceso de revelarse. Gracias a esto, los humanos también son capaces de convertirse en Dios o Hijos de Dios. Lo que es más, al final, todos ellos serán redimidos, conjuntamente con todos los animales y aún los diablos. Esta doctrina bondadosa de Erígena estaba en total contraste con el eterno Infierno, preferido, o temido, por creyentes ortodoxos. 

El otro aspecto de Dios es el negativo o indescriptible, pero para Erígena éste es también paradójicamente accesible, por el mero hecho de que todos somos divinos en nuestra íntima naturaleza. En su Homilía al prólogo del evangelio de San Juan, él dice: "Juan, por lo tanto, no era un ser humano sino más que un ser humano cuando voló por encima de sí mismo y de todas las cosas que son. Transportado por el poder inefable de la sabiduría y la más pura bondad, entró en aquello que está más allá de todas las cosas. Él no hubiera sido capaz de ascender a Dios si primero no se hubiera convertido en Dios" (capítulo 5). 

El tercer gran expositor de la teología negativa es Meister Eckhart, otro agudo lector de Dionisio. Eckhart no era un ermitaño sino un capaz administrador monástico en Bohemia y Alemania. Lejos de reservar sus enseñanzas a pocos esoteristas, las proclamó al mundo. No predicaba sus sermones en latín culto, sino en los poderosos y terrestres monosílabos de su nativa Tierra del Rin. 

El tema principal de Eckhart era la potencialidad del hombre para conocer, y de una manera ser Dios. Dijo a sus oyentes que cuando un hombre permanece en Dios, "no hay diferencia entre él y Dios; son uno." He aquí una de sus explicaciones de por qué esto es así: "Cuando Dios creó al hombre, lo guardó contra todo mal; la cadena dorada del destino, viniendo de la Trinidad hacia el poder más alto del alma y también continuando a través de sus poderes más bajos, los somete a los más altos para que ningún desorden pueda atacar ni el cuerpo ni el alma salvo que transgreda esta ley." (Meister Eckhart, ed. inglesa 1924, I, 291). 

Aquí, Meister Eckhart sugiere un análisis tripartito del ser humano, constituido por espíritu, alma y cuerpo, con el Espíritu (Geist en su alemán -como el Espíritu Santo en viejos textos ingleses) a la cabeza de la jerarquía. Tal disposición estaba presente en el platonismo, pero no era parte de la doctrina regular cristiana, que le permite al hombre sólo un alma y un cuerpo. El término spiritus en latín se utiliza para denominar al Espíritu Santo, pero de otra manera se aplica a un orden mucho más bajo de seres y substancias invisibles (nuevamente, comparar los usos de la palabra "espíritu"). Cuando se leen teorías esotéricas sobre la constitución del hombre, es importante saber cómo es que el autor está usando la palabra "espíritu": ya sea como algo más divino que el alma, o meramente como el vínculo sutil entre alma y cuerpo. 

El concepto de Eckhart del hombre compuesto de manera tripartita es también el fundamento de la alquimia espiritual, en el cual el azufre y el mercurio simbolizan respectivamente el espíritu, en el sentido más alto, y el alma. Su conjunción o "boda química", entonces, representa la unión del alma entera con su más alto principio espiritual, es decir, con la divinidad en el interior de sí, que es indistinguible del Dios que sólo puede ser descripto por negaciones. 

De estos tres teólogos, Dionisio estaba a salvo de la censura oficial porque se le creía haber sido compañero de San Pablo, así como el patrón santo de Francia. Los escritos de Erígena fueron condenados por varios concilios de la iglesia, principalmente con el motivo del panteísmo (hacer un dios del universo). Meister Eckhart fue excomulgado en 1329, poco después de su muerte, cuando no podía ya contestar a los cargos hechos en su contra: estos incluían la proclamación de los secretos de la iglesia al público. Y en realidad lo había hecho, sabiamente o no, compartiendo las certezas internas de uno "a quien Dios no ocultaba nada." 

El cristianismo siempre ha tenido problemas con sus místicos y teósofos, porque éstos no pueden evitar desviarse de la senda dispuesta para la gran masa de los fieles. Con muy raras excepciones, de las cuales Sócrates es la más famosa, este problema no surgió en las culturas politeístas. Es un síntoma de la contradicción que yace en el corazón de las religiones monoteístas. Se puede argumentar que el monoteísmo, a menudo alabado como un gran adelanto en la historia de las ideas religiosas, fue realmente un paso hacia atrás en casi todo aspecto. Esto ilustra cómo una verdad, cuando es transpuesta al nivel equivocado, puede generar un sinnúmero de falsos conceptos en la mente exotérica. 

La inteligencia sutil de los filósofos hindúes, egipcios y griegos fácilmente captó la verdad del monoteísmo: que sólo puede haber un origen último de todas las cosas. Pero el devoto común, en toda religión, no se conforta con la metafísica sino con la fe, y saca su sustento espiritual de una relación personal con un dios o diosa. Una cultura politeísta como la de la antigua Roma o la India moderna reconoce que en tal devoción hay muchas cosas respetables y permite que cada uno escoja su divinidad. Sus filósofos guardan su comprensión para sí mismos, y no interfieren en las costumbres religiosas de las personas diciendo: "Ustedes deberían derribar los ídolos de Júpiter (Shiva, Isis, etc.) y adorar el Uno inefable." 

No así los monoteístas. Las escrituras del judaísmo, la cristiandad y el islamismo, insisten en que hay un solo Dios, y en un sentido tienen razón. Pero tal vez lo que algunos llaman Dios, no es ya más el Uno de los filósofos. Es una entidad masculina con atributos de un orden mucho más bajo, como el deseo de amor, la respuesta a oraciones, las dádivas que ofrece y la intervención en asuntos humanos. No es mejor que los dioses del Olimpo, sin embargo se supone debiera ser el origen de todo. Y al igual que actúa con encarnizada enemistad hacia los devotos de otros dioses, también lo hacen sus seguidores - ¡como si al Uno le importara! 

A medio camino de nuestro estudio hemos llegado a la línea divisoria de la historia europea. El panorama hasta ahora ha sido pagano y de aquí en adelante es cristiano. Ahí delante se extiende un milenio y medio de caza de herejes, cismas, persecuciones, inquisiciones y guerras civiles libradas en el nombre de Cristo. No puedo culparlo a él, o a la escuela esotérica que dió origen a la mitología cristiana. Sólo puedo culpar a la mentalidad "unidireccional", que resulta en la rigidez, el dogmatismo, y en la convicción de que se tiene un monopolio de la verdad. Yo culpo a este celo exclusivista, respaldado por una antología de escritos hebreos y griegos aún considerados por muchas personas como La Palabra de Dios. Cuando la causa de estos terrores no tenía una base política o económica, provenía de alguien que estaba convencido de poseer alguna verdad sobre Dios, la cual era disputada o negada por sus opositores. Pocas cosas son más peligrosas en los asuntos humanos, o tienen consecuencias tan dolorosas, como la convicción de un hombre religioso sobre su propia convicción. (Las mujeres son mucho menos censurables en este sentido). 

La convicción de Dionisio, Erígena, Eckhart y otros como ellos era de un orden enteramente diferente. Pero una vez hubieron descendido de las alturas de la contemplación metafísica, ellos tampoco pudieron evitar el uso de las imágenes, y eventualmente los dogmas, que la Iglesia y la Biblia les habían inculcado. Dionisio, por ejemplo, escribió un volumen compañero de su Jerarquía Celestial en donde defendía la jerarquía eclesiástica de los obispos, sacerdotes y diáconos en base a que reflejaba el orden de los ángeles. Erígena, a pesar de su visión unitiva de Dios y la Naturaleza, se sintió obligado a atacar la herejía arriana que sostiene que el Hijo no es igual al Padre, así como a las teologías de los judíos y paganos. Eckhart procuró extraer significados ocultos de cada frase de la Biblia, con conmovedora confianza en que sus autores estaban más divinamente inspirados que él. 

La misma relación con los escritos revelados existió en otros monoteísmos. En el mundo medieval islámico hubo místicos de no menos distinción que los cristianos, para quienes todo, aparte del Dios incognoscible, aparecía en las categorías teológicas del Corán, que expresa horror acerca de que se diga que Dios procrearía un Hijo. Y los maestros iluminados de la Kábbala, que se sentían autorizados para hablar de Ain -la plenitud indescriptible de la Nada- no creían que hubieran llegado a ello a través de la gracia de Jesucristo. 

¿Cómo podemos abordar estas llamativas diferencias en el nivel más fundamental de la fe, que tocan la mera esencia de la teología y que dividen estas tres religiones abrahámicas entre sí? Sólo en una era post-religiosa podemos empezar a contemplar una respuesta, y la respuesta que propongo no va a ser aceptable para muchos. Yo sugiero que las experiencias indescriptibles de estos místicos sean tomadas como la mejor evidencia que tenemos de la verdad central del monoteísmo: que hay una realidad detrás y más allá de todas las cosas, a la cual está misteriosamente conectado el ser humano. Pero los libros sagrados y revelados, las teologías contenciosas, las leyes, el clero, y las imágenes aptas de Dios me parecen evidencia positiva de la verdad central del politeísmo: que hay muchos seres superiores a nosotros en el universo, algunos de los cuales entran en relación con la humanidad. Dioses o diosas, ángeles y demonios, espíritus, egrégores, o extraterrestres -clasifíquenlos como ustedes quieran. El asunto es probablemente muy complejo y más allá de nuestras categorías de pensamiento. Pero son estos seres, sospecho, los responsables de haberle dado a la humanidad sus religiones y del mutuo intercambio de energía que las mantiene vivas. Traducción: L. H.

 
IX. Las Catedrales
IX: Las Catedrales
 
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