En el artículo
anterior ("La Teología Negativa") mencioné algunos de los
problemas causados por las personas que creen que saben algo sobre Dios:
personas, no como Dionisio el Areopagita, Juan Escoto Erígena, o
Meister Eckhart, que insistieron en que Dios es indescriptible, sino los
'teólogos positivistas' tan propensos a argumentar entre sí.
Tal vez el problema viene realmente por el hecho de usar palabras, tan
inadecuadas para este propósito ya que ellas reflejan la construcción
gramatical y las limitaciones de la conciencia racional del lado izquierdo
del cerebro. Este ensayo mira en la dirección opuesta, al único
legado de la Edad Media que casi todos pueden aplaudir: las catedrales
góticas.
Si usted ha viajado alguna vez a una de las ciudades de
Europa que tienen una gran catedral tendrá la experiencia de haber
visto primero la catedral, desde lejos, antes de que aparezca la villa.
Ella empequeñece cualquier otra contribución humana al paisaje,
y el contraste era aún mayor en la época en que se construyó.
Las torres y agujas señalan al cielo como un símbolo de la
aspiración hacia Dios. Pero también podrían ser vistas
como pararrayos, atrayendo las influencias celestiales desde el éter
a la tierra. En ambos sentidos, la catedral, con su gran tamaño
y altura supernatural, da la impresión de aparecer en algún
lugar entre el cielo y la tierra.
En términos cuantitativos, las catedrales góticas
son tan asombrosas como las Pirámides. Sólo en Francia, durante
noventa años, desde 1180 a 1270, se vió la construcción
de 80 catedrales y casi 500 abadías. La economía entera del
país estaba dominada por ello. La única comparación
hoy día sería con la carrera armamentista, por la cual la
gente de los países tercermundistas sacrifican tanto. Pero una catedral
también producía dinero, atrayendo mercaderes a ferias en
los días de fiesta de la Iglesia, y a las hordas de peregrinos seducidos
por las reliquias. En vez de ser el silencioso santuario, o la trampa turística
de hoy, rebosaba de verdadera vida, sirviendo de bazar, escuela, corte
de justicia, intercambio de labores, y aún de dormitorio.
Pero aquí estamos interesados en el aspecto cualitativo,
y en las catedrales góticas como testimonio de la sabiduría
oculta que ha sido transmitida a través de los siglos. Semejante
proyecto requiere el esfuerzo de toda la comunidad, pero el concepto original
no se crea por medio de un debate democrático, ni tampoco su diseño.
Requieren de un conocimiento especializado y un poder de la imaginación
creativa que a veces llamamos "genio".
¿Cuál era el propósito último
de una catedral gótica? Era un vehículo finamente ajustado
para conducir las almas al cielo. Los que lo concibieron, y los que lo
utilizaron, consideraban mucho más importante el mundo invisible
que el mundo de los sentidos. Sin este conjunto de prioridades, nunca hubieran
invertido tanta energía en el culto de las reliquias, la costumbre
del peregrinaje, y las donaciones generosas para las causas sagradas. La
catedral era para ellos una recompensa temporal a su devoción. Dominando
el mundo material, física y económicamente, como los rascacielos-cañones
de Wall Street, ofrecía también (a diferencia de estos) un
goce anticipado de las alegrías de los Cielos.
Dionisio el Areopagita, el platónico cristiano
que fundó la escuela de la "teología negativa", también
era un metafísico de la luz. Aunque Dios en sí es una obscuridad
tres veces desconocida, cuando manifiesta un universo la primera aparición
es la luz divina. Los primeros capítulos del Génesis y el
evangelio de San Juan son explícitos con respecto a esto. Para Dionisio,
la luz que conocemos en la tierra es el eco sensible más claro de
esa primera creación. El rayo divino resplandece desde el Padre
y fluye hasta nosotros llenándonos con la memoria de las cosas de
arriba y guiándonos de vuelta a la unidad con Dios.
Hoy día, las catedrales góticas pueden parecer
obscuras, iluminadas solamente por sus vitrales. Pero en comparación
con el estilo románico anterior, estaban inundadas de luz. Esto
se lo podemos agradecer a Suger, abad de Saint-Denis, quien reconstruyó
su propia abadía a mediados del sigo XII mientras se encontraba
arrebatado por la mística de la luz de Dionisio, con lo cual dio
inicio al estilo gótico. La intención de Suger era llenar
la construcción con la substancia más divina que existe.
El escribió: "Brillantemente reluce aquello que multiplica el esplendor;
y brillante es el trabajo noble a través del cual resplandece la
nueva luz"- esto último también aludiendo a Cristo, la Luz
del Mundo.
La iluminación gótica no era la pureza blanca
que preferimos hoy, sino los colores del arco iris que los avances en la
fabricación del vidrio habían hecho posibles. Por primera
vez en la historia, las personas pudieron experimentar en gran escala los
efectos de la luz directa a color, en oposición a la luz refleja
de las pinturas, las flores, etc. Experimentos modernos con terapia de
luz demuestran que esta exposición tiene un efecto psicofísico
definitivo. Hoy, alguien sensible que visite las catedrales casi no necesita
que se le diga esto, mucho menos personas para quienes analogías
como las de Suger estaban en el centro de su ser. ¿Cómo podrían
dejar de pensar en la Nueva Jerusalén, con sus muros compuestos
de doce diferentes piedras preciosas, iluminadas por la luz del Cordero?
Antes de que las catedrales góticas empezaran a
levantarse, el norte de Francia ya era albergue de una escuela de filosofía
espiritual única en su género, la Escuela de la Catedral
de Chartres. Eran lectores de Dionisio y Erígena, y también
de Platón y los neoplatónicos -de lo poco que se podía
encontrar de ellos antes de la afluencia de manuscritos griegos en el Renacimiento.
En el Timeo de Platón habían leído acerca de
cómo fue creado el cosmos, no a través de la luz sino por
el poder del número y la geometría. Timeo, que habla durante
la mayor parte del diálogo, era un pitagórico, y expone la
perspectiva de su escuela: que las realidades últimas de la creación
son los números matemáticos y las formas geométricas.
Los elementos y toda cosa hecha de ellos deviene a través de sus
combinaciones. Los filósofos de Chartres tenían casi tanto
respeto por el mito creacional de Platón como por el del Génesis.
Poseía la atracción de ser un sistema racional, el cual el
hombre podía tener la suerte de comprender; esto hacía de
Dios un ser racional. Además, el Libro de la Sabiduría
había dicho: "Tú has creado todas las cosas en número,
peso y medida." Así, Dios Padre era a veces representado en los
manuscritos como el Geómetra, trazando el cosmos con un compás.
El Misterio de la Trinidad, decía un maestro de Chartres, es como
un triángulo equilátero -otra imagen frecuente en manuscritos
y pinturas. Agrega ingeniosamente que la relación de Jesús
al Padre es como el primer número cuadrado, 1 x 1 = 1: permanecen
en unidad.
La geometría y el número son los primeros
principios de cualquier edificio, incluso el del cobertizo de un jardín.
Para ser construido ha de tener una forma, y debe ser medido. Las catedrales
-y esto incluye las románicas y bizantinas, no sólo las góticas-
son el esfuerzo humano supremo por imitar a Dios imponiendo la geometría
y el número en la materia. Ellas son principios matemáticos
hechos visibles, tangibles y habitables. Se puede decir lo mismo de los
templos egipcios, griegos y romanos, y en realidad de las estructuras sagradas
del mundo entero.
Hay dos aspectos fundamentales en las matemáticas
de las edificaciones sagradas. El primero es el aritmético, que
consiste en escoger un módulo (p. ej. el pie) y sus múltiplos
(p. ej. los cuadrados que componen el plano horizontal). Los constructores
de catedrales a veces escogían los números por su valor simbólico.
En la catedral de Chartres, por ejemplo, las dimensiones principales, expresadas
por las unidades de la época, corresponden a la gematría
de expresiones como "Beata Virgo Maria Mater Dei" (Bendita Virgen María,
Madre de Dios). Nadie supo de esto desde que fue determinado por el arquitecto
hasta su redescubrimiento por John James hacia 1970. Pero aquello no tiene
mayor importancia, para la mentalidad platónica, que mi ignorancia
de los finos ajustes que hacen que trabaje mi automóvil o mi computador.
La catedral 'funciona' precisamente porque está hecha así.
El segundo aspecto de las matemáticas sagradas
es la geometría, la cual utiliza las herramientas del compás
y la escuadra, mientras que la aritmética usa el ábaco. La
aritmética dicta las dimensiones, la forma geométrica; por
lo tanto es responsable de la ingeniería del edificio. ¿Se
sostendrá? Esta era la preocupación principal de los arquitectos
góticos, quienes, obedientes a la metafísica de la luz, abrieron
sus muros para abarcar siempre espacios más amplios con vidrios
de color. El arco con dos centros o arco apuntado era su más notable
recurso, y el contrafuerte su seguridad. La tracería del rosetón
era su gozo, donde desplegaban su virtuosismo en las divisiones simbólicas
del círculo.
La geometría puede transponerse hasta cierto punto
con la aritmética, es decir, a una forma determinada se le pueden
asignar dimensiones definidas. Pero en parte trasciende el número
mensurable. Uno de los problemas más fascinantes para las matemáticas
de la antigüedad era la imposibilidad de llegar a una expresión
aritmética para las cosas fáciles de dibujar, como el círculo
o la diagonal de un cuadrado, o la expansión infinita de la Sección
Aurea. Estas proporciones irracionales también tienen su lugar en
el diseño de las catedrales, y tanto más por ser tan conspicuas
en el diseño del cosmos manifestado.
Hasta ahora, la catedral era calculada para ser un reflejo
de la inteligencia matemática de Dios, y un receptáculo de
su primera creación de luz. Otra cosa más era necesaria para
completar el efecto: la catedral debe ser hecha para sonar. Así
las tres facultades primarias de la mente, el ojo y el oído podían
ser todas satisfechas.
No tengo la intención de sugerir que un pequeño
grupo de músicos se sentaron a determinar qué tipo de música
podría ser apta para el nuevo estilo arquitectónico, en analogía
con los maestros masones y los platónicos cristianos que indudablemente
idearon la estructura del edificio. Pero hay una placentera sincronicidad
en el hecho de que se estaban sentando las bases para toda la futura música
europea durante este período, cuando el estilo gótico se
estaba desarrollando. Lo que distingue al arte musical europeo del resto
de la música del mundo es el grado en que se ha explorado la armonía:
el sonar simultáneo de uno o más tonos. El primer intento,
completamente exitoso, de reunir dos melodías simultáneas
fue en Nôtre-Dame de París alrededor de 1160. Por 'exitoso'
quiero decir que los compositores de Nôtre-Dame crearon un repertorio
de música armónica que se volvió popular. Se extendió
por toda Europa y sirvió de base e inspiración para los desarrollos
del nuevo siglo. Una línea clara puede trazarse desde allí
a la música que todos dan por sentada.
¿Por qué es importante la armonía?
El músico pitagórico contestará que lo es porque a
través de ella podemos percibir las proporciones con las que el
cosmos es creado. Usted puede anotar los primeros cinco números,
1 2 3 4 5: eso es aritmética. Puede construir estructuras basadas
en ellos como dimensiones: eso es geometría. Pero si usted toca
cinco cuerdas cuyos largos relativos son 1 2 3 4 y 5 ¡oye un acorde
mayor! La armonía es el número hecho audible. Algunas combinaciones
numéricas producen consonancias; otras disonancias. Y de la tensión
entre los dos tipos, surge toda nuestra música.
Algunas personas mantienen que los edificios construidos
con proporciones armónicas son acústicamente mejores que
los que no están diseñados así. La acústica
de las catedrales góticas, y también la de las innumerables
iglesias más pequeñas construidas de acuerdo a los mismos
principios, es más apropiada para la música de los períodos
antiguos, que era armónicamente simple y destinada para voces sin
acompañamiento. La música romántica instrumental (con
todo respeto por la escuela de órgano francesa) suena caótica
en ellas. La razón del éxito de la música antigua
parece que se debe a que estos edificios intensifican las armonías
naturales que están presentes en cada tono. Un simple par de voces
solas cantando una de las representaciones de la misa de Leonin, el primer
compositor de Nôtre-Dame, se cubren de un rico ramillete de armonías
que llena todo el edificio. Nada más era necesario para completar
la atmósfera intencionadamente no terrenal.
La catedral gótica era un deleite para los sentidos.
He dicho poco de cómo era también un deleite para la mente,
mientras los vitrales retrataban a miles de figuras bíblicas, cada
una con su propia historia. Tampoco he mencionado los programas esculturales
que repetían afuera del edificio los temas que los vidrios mostraban
en el interior. No he dicho nada de la misa, el misterio central de la
liturgia cristiana, con su mágica transubstanciación del
pan y el vino en el cuerpo y sangre de Cristo. Para un creyente, el milagro
de la catedral, en toda su vastedad y belleza, no era nada respecto al
milagro diario que acontecía en sus altares. Además está
el tema amado por los redescubridores modernos del gótico: la cara
femenina de la Deidad representada por la Virgen María, cuya adoración
en un santuario como el de Chartres es como un renacimiento de los cultos
a las diosas del mundo antiguo. Pero tomando todo esto en conjunto, podemos
ver cómo las semillas sembradas por pocos platónicos cristianos,
ayudados por unos cuantos expertos en arquitectura y armonía, crecieron
para convertirse en uno de los más grandes ornamentos de la civilización
que el mundo jamás ha conocido.
Si hay un Colegio Invisible trabajando para iluminar el
mundo, éste puede haber sido su mayor logro. No sólo sirvió
a la elite y a los iniciados sino a toda persona, conmoviendo a cada uno
en el nivel apropiado, desde una cierta superstición en la que casi
no podemos acreditar hoy, pasando a través de todos los grados de
armonización religiosa, hasta las alturas del misticismo devocional.
Anteriormente lo llamé un vehículo finamente ajustado para
conducir las almas al cielo. Esto es válido aún si el único
cielo que existe es aquel que hacemos en la tierra. Traducción:
L. H. |