Si
lo deseamos podemos dudar de que Pitágoras tenía un muslo
de oro y podía oír la música de las esferas. Pero
contrariamente a nuestros temas anteriores, Hermes Trismegisto, Zoroastro
y Orfeo, no podemos cuestionar su existencia. Nació a principios
del siglo sexto a. C. en la isla Egea de Samos; pasó años
en Egipto y Caldea, y la última parte de su vida en Crotona en la
costa del sur de Italia. Aquí tenía su familia y fundó
una escuela de filosofía, muriendo a una edad avanzada.
Con la llegada de Pitágoras, aquello que es místico
y misterioso en Orfeo se acerca más a la realidad concreta, y el
Colegio Invisible comienza a tomar forma. La lira de Orfeo, que encantaba
todo desde las piedras hasta los dioses, se convirtió en las manos
de Pitágoras en un instrumento científico utilizado para
actuar sobre las emociones humanas.
En tanto que Orfeo, si alguna vez existió, tocaba
en un estado mántico e inspirado, Pitágoras sabía
exactamente qué efecto psicológico tenía cada forma
musical. Podía ajustar la dosis a la necesidad del paciente, tal
como en la anécdota del joven enfurecido que se tranquilizó
cuando Pitágoras le pidió al músico que cambiara el
modo musical en el que estaba tocando. A sus propios alumnos, les prescribió
música que podía ayudarles en su vida ascética y sus
estudios.
Mientras que Orfeo era un poeta, Pitágoras fue
un intelectual y experimentador. No sólo utilizó la música,
sino estaba interesado en como ésta funcionaba e hizo experimentos
para descubrirlo. Como lo hicieran los científicos más tarde,
él expresó sus descubrimientos en fórmulas matemáticas,
como es el caso del teorema geométrico aún conocido con su
nombre, y la fórmula musical 12 : 9 : 8 : 6 que define las consonancias
primarias. Al menos, sus discípulos asumieron que estos descubrimientos
eran del propio Pitágoras. Es mucho más probable que Pitágoras
los haya refinado a partir de lo que había aprendido durante sus
largos períodos de residencia en el extranjero, de los sabios de
Memfis y Babilonia. Tales cosas habían sido conocidas en esas civilizaciones
por cientos de años: sólo eran nuevas para los griegos.
El genio de Pitágoras consistió en hacer
una síntesis del conocimiento científico que había
aprendido fuera de su patria con la religión órfica mistérica
local, y sobre esta combinación fundar la primera escuela filosófica
en Europa. Filosofía, literalmente, "amor por la sabiduría",
es un término que incluye tanto el corazón como la cabeza,
implicando con ello que uno solo de estos no es suficiente. Para las religiones
mistéricas, el amor sí lo era. En el culto órfico
tomó la forma de una empatía con toda la creación;
la de el culto a los dioses, especialmente Apolo; y la aspiración
a que después de la muerte uno podría escapar a la atadura
de la tierra y unirse a los dioses en su propio reino. Todo esto fue transferido
a la comunidad pitagórica. Eran vegetarianos, porque rehusaban dañar
a las criaturas animales. Practicaban la filantropía privada y pública,
involucrándose en la política por el interés de la
comunidad. Eran devotos de Apolo, y creían en una vida después
de la muerte cuyas condiciones dependían de la conducta presente.
Karl von Eckhartshausen, Zahlenlehre der Natur
(La teoría de los números naturales) Leipzig 1794
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Lo que hizo de los pitagóricos una escuela y no solo
una confraternidad religiosa fue que también cultivaban su intelecto.
Escuchaban las disertaciones con una paciencia y pasividad que nos asombra
-los neófitos debían escuchar a Pitágoras detrás
de una cortina, y guardar silencio por cinco años antes de ni siquiera
poder hacer una pregunta. Aprendían matemáticas, astronomía,
y la ciencia del monocordio. Se trataba de un tipo de sabiduría
que sólo podía ser cultivada por aquéllos que estaban
enamorados de ella: cualquiera que no lo estuviera se aburriría
insoportablemente. Como resultado, los pitagóricos no sólo
tenían experiencias espirituales: las comprendían, pasando
las destilaciones del corazón a través del filtro del intelecto.
Unos miles de años antes de la época de
Pitágoras habían existido escuelas esotéricas, tanto
en Egipto como en las culturas megalíticas. La presencia de sofisticada
geometría y aritmética en los círculos de piedra de
Bretaña y los artefactos de oro en el continente Europeo lo prueba.
Pero alrededor de la mitad del segundo milenio, una era obscura parece
haber intervenido, tal vez a causa de algún cataclismo geológico
o cósmico, dando fin a la era "prehistórica" y sus instituciones.
El renacimiento de la cultura en las regiones griegas e italianas necesitó
nuevas formas e instituciones. La escuela de Pitágoras fue una de
las primeras.
Sólo una minúscula parte de la población
estaba calificada como "filósofos" en el sentido pitagórico.
Esto es tan cierto hoy día como lo fue en el siglo sexto antes de
la Era Cristiana. Para el beneficio de estos pocos, Pitágoras formó
una escuela e impuso a sus alumnos la obligación del silencio, fundando
así la primera sociedad secreta y esotérica en la historia
europea. Lo secreto está desfavorecido en nuestro tiempo a causa
de la ficción oficial de que todo el mundo es igual y por lo tanto
con derecho a la misma información. Por eso tiene que explicarse
la reserva tradicional de tales escuelas. Desde el punto de vista de un
miembro de una escuela esotérica, el aprender es un asunto progresivo
y evolutivo, y si alguien habla prematuramente de ello, casi seguramente
daría una impresión falsa y distorsionada de aquello. En
el trabajo esotérico se pasa por muchos períodos de ilusión
y desilusión, los cuales, si se ventilasen regularmente, darían
una terrible impresión a los extraños. Además existe
una ventaja alquímica en mantener el recipiente sellado, sin dejar
salir ni entrar nada en él mientras la Obra está en proceso.
Desde el punto de vista de aquellos que no pertenecen
a la escuela, es preferible no saber nada a recibir versiones falsas y
distorsionadas de enseñanzas por neófitos parlanchines. Tal
información errónea es mala para quienes la reciben, pues
sin pasar por todo el proceso, tendrían ideas equivocadas acerca
de asuntos extremadamente importantes. Esto también puede generar
hostilidad hacia la escuela- que es lo que sucedió en el caso de
Pitágoras, donde la gente de la ciudad eventualmente la quemó
y mató a muchos miembros, tal vez hasta al mismo maestro. Los profanos
están mejor siguiendo una religión exotérica que metiéndose
en asuntos para los cuales no están capacitados.
Esta actitud es elitista, o, mejor dicho, jerárquica
y totalmente consistente con la doctrina de la metempsícosis (la
transmigración de las almas al interior de otros cuerpos) que era
uno de los pilares de la metafísica pitagórica. Tal actitud
no considera a la vida humana como asunto individual único, sino
como si fuera tan solo la cuenta de un collar. Si por el contrario todos
tienen sólo una vida es verdaderamente injusto que algunos hayan
venido al mundo con cucharas de plata en la boca, otros con desventajas
corporales, mentales, y de circunstancia. Extraños y complicados
motivos deben ser atribuidos a un dios o dioses para excusar semejante
estado de cosas. Pero la metempsícosis proporciona a sus creyentes,
tanto una causa de su presente estado, que debe buscarse en vidas anteriores,
como esperanza de ganar renacimientos más felices en el futuro.
Cada persona es un alma encarnada temporalmente, cautiva en el cuerpo que
ha merecido.
No es asunto mío defender o atacar esta filosofía,
sino sólo aclararla. Ni voy a tratar de reconciliarla con la doctrina
mencionada en el primer artículo de esta serie (ver I:
"La Tradición Hermética"), a saber, que la supervivencia
del alma individual es un fenómeno raro y logrado con mucha dificultad.
De todos los temas sobre los que los más sabios esoteristas suelen
tener discrepancias, el del destino del alma -si se reencarna o no en la
tierra-, este es el más espinoso. Tal vez no existe una sola respuesta
universal ya que diferentes almas siguen diferentes destinos.
Pitágoras, siguiendo a Orfeo, enseñó
la inevitabilidad de la reencarnación, pero también que es
indeseable. El símbolo órfico de la rueda cósmica
a la que estamos sujetos, ofrece la esperanza de salirse de alguna forma
de ella y nunca más tener que retornar a un soma-sema, un
"cuerpo-tumba". Esta es toda la raison d'être de las religiones
mistéricas. Las personas dan vuelta y vuelta en la rueda, de nacimiento
en nacimiento, hasta que están preparadas para la iniciación
que les hará posible, al menos, apuntar hacia estados más
allá del humano. Pero es inútil intentar este vuelo sin antes
haber desarrollado las alas de la iniciación. Este es el significado
del mito de Dédalo e Icaro.
La escuela Pitagórica puede ser provechosamente
comparada con otra institución iniciática contemporánea
con ella, los Misterios de Eleusis. Las iniciaciones de Eleusis, lejos
de requerir años de preparación y una vida ascética
rígida, eran asequibles a cualquier persona de habla griega que
no fuera un asesino. Había que realizar cierta serie ritual de actos,
relacionados con el mito de Deméter y Perséfone. Empezaban
con la procesión desde Atenas llegando a su punto culminante en
la gran sala hipóstila de Eleusis. Todavía no sabemos exactamente
qué sucedía allí, pero algo se veía o se presenciaba
que tenía un efecto duradero. Después de esto, los iniciados
sentían una nueva seguridad especialmente con respecto a la vida
después de la muerte.
Los misterios de Eleusis eran semejantes al Hajj, el peregrinaje
a la Mecca que todos los musulmanes deben hacer, si les es posible una
vez en su vida. Existen muchos paralelos con las prácticas islámicas,
como la abstinencia de comida durante la luz del día, el sacrificio
de animales, la representación ritual de los sufrimientos de Deméter
y Agar, respectivamente, la procesión, y el sentido de unidad con
una gran multitud en el más sagrado lugar. Cada elemento contribuye
a la fuerza emocional del evento, haciendo de él una experiencia
que cambia la vida y fortalece la fe.
Eleusis y el Hajj eran y son exotéricos, misterios
públicos que no requieren la participación de la mente racional.
En contraste, las escuelas esotéricas desde la de Pitágoras
en adelante requieren el cultivo activo del intelecto. Su meta no es un
viaje espiritual como de montaña rusa sino una vida de constante
trabajo espiritual e intelectual en el cual cada avance experiencial va
acompañado por el entendimiento.
Pitágoras utilizaba las ciencias del número,
-matemáticas, música, y probablemente astronomía-
para afilar el intelecto del estudiante. Este tipo de estudios no pudo
haber sido común en el siglo VI antes de Cristo. Finalmente tenemos
que agradecerle a Pitágoras que hoy en día se lo dé
por sentado. La mayor parte de las personas aprenden muchas más
matemáticas en la escuela de las que jamás pondrán
en uso, porque se cree que entrenan la mente de una forma útil para
cualquier disciplina. La música, cuando se estudia como una ciencia
y un arte provee el eslabón perdido entre la cabeza y el corazón.
La astronomía, que en tiempos pasados siempre incluía la
astrología, enlaza los movimientos calculados de los cuerpos celestes
con el carácter humano, el comportamiento y el destino, y conecta
con teorías arcaicas de la vida después de la muerte. (Vemos
algo de esto en la doctrina hermética del ascenso a través
de las esferas planetarias). En resumen la escuela pitagórica se
propone desarrollar la participación consciente y crítica
en el drama de la vida y la muerte.
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