ANALES DEL COLEGIO INVISIBLE
JOSCELYN GODWIN
 
IV
Pitágoras
 Si lo deseamos podemos dudar de que Pitágoras tenía un muslo de oro y podía oír la música de las esferas. Pero contrariamente a nuestros temas anteriores, Hermes Trismegisto, Zoroastro y Orfeo, no podemos cuestionar su existencia. Nació a principios del siglo sexto a. C. en la isla Egea de Samos; pasó años en Egipto y Caldea, y la última parte de su vida en Crotona en la costa del sur de Italia. Aquí tenía su familia y fundó una escuela de filosofía, muriendo a una edad avanzada.

Con la llegada de Pitágoras, aquello que es místico y misterioso en Orfeo se acerca más a la realidad concreta, y el Colegio Invisible comienza a tomar forma. La lira de Orfeo, que encantaba todo desde las piedras hasta los dioses, se convirtió en las manos de Pitágoras en un instrumento científico utilizado para actuar sobre las emociones humanas.

En tanto que Orfeo, si alguna vez existió, tocaba en un estado mántico e inspirado, Pitágoras sabía exactamente qué efecto psicológico tenía cada forma musical. Podía ajustar la dosis a la necesidad del paciente, tal como en la anécdota del joven enfurecido que se tranquilizó cuando Pitágoras le pidió al músico que cambiara el modo musical en el que estaba tocando. A sus propios alumnos, les prescribió música que podía ayudarles en su vida ascética y sus estudios.

Mientras que Orfeo era un poeta, Pitágoras fue un intelectual y experimentador. No sólo utilizó la música, sino estaba interesado en como ésta funcionaba e hizo experimentos para descubrirlo. Como lo hicieran los científicos más tarde, él expresó sus descubrimientos en fórmulas matemáticas, como es el caso del teorema geométrico aún conocido con su nombre, y la fórmula musical 12 : 9 : 8 : 6 que define las consonancias primarias. Al menos, sus discípulos asumieron que estos descubrimientos eran del propio Pitágoras. Es mucho más probable que Pitágoras los haya refinado a partir de lo que había aprendido durante sus largos períodos de residencia en el extranjero, de los sabios de Memfis y Babilonia. Tales cosas habían sido conocidas en esas civilizaciones por cientos de años: sólo eran nuevas para los griegos.

El genio de Pitágoras consistió en hacer una síntesis del conocimiento científico que había aprendido fuera de su patria con la religión órfica mistérica local, y sobre esta combinación fundar la primera escuela filosófica en Europa. Filosofía, literalmente, "amor por la sabiduría", es un término que incluye tanto el corazón como la cabeza, implicando con ello que uno solo de estos no es suficiente. Para las religiones mistéricas, el amor sí lo era. En el culto órfico tomó la forma de una empatía con toda la creación; la de el culto a los dioses, especialmente Apolo; y la aspiración a que después de la muerte uno podría escapar a la atadura de la tierra y unirse a los dioses en su propio reino. Todo esto fue transferido a la comunidad pitagórica. Eran vegetarianos, porque rehusaban dañar a las criaturas animales. Practicaban la filantropía privada y pública, involucrándose en la política por el interés de la comunidad. Eran devotos de Apolo, y creían en una vida después de la muerte cuyas condiciones dependían de la conducta presente.

Teorís de los números naturales, 1794
Karl von Eckhartshausen, Zahlenlehre der Natur
(La teoría de los números naturales) Leipzig 1794
Lo que hizo de los pitagóricos una escuela y no solo una confraternidad religiosa fue que también cultivaban su intelecto. Escuchaban las disertaciones con una paciencia y pasividad que nos asombra -los neófitos debían escuchar a Pitágoras detrás de una cortina, y guardar silencio por cinco años antes de ni siquiera poder hacer una pregunta. Aprendían matemáticas, astronomía, y la ciencia del monocordio. Se trataba de un tipo de sabiduría que sólo podía ser cultivada por aquéllos que estaban enamorados de ella: cualquiera que no lo estuviera se aburriría insoportablemente. Como resultado, los pitagóricos no sólo tenían experiencias espirituales: las comprendían, pasando las destilaciones del corazón a través del filtro del intelecto.

Unos miles de años antes de la época de Pitágoras habían existido escuelas esotéricas, tanto en Egipto como en las culturas megalíticas. La presencia de sofisticada geometría y aritmética en los círculos de piedra de Bretaña y los artefactos de oro en el continente Europeo lo prueba. Pero alrededor de la mitad del segundo milenio, una era obscura parece haber intervenido, tal vez a causa de algún cataclismo geológico o cósmico, dando fin a la era "prehistórica" y sus instituciones. El renacimiento de la cultura en las regiones griegas e italianas necesitó nuevas formas e instituciones. La escuela de Pitágoras fue una de las primeras.

Sólo una minúscula parte de la población estaba calificada como "filósofos" en el sentido pitagórico. Esto es tan cierto hoy día como lo fue en el siglo sexto antes de la Era Cristiana. Para el beneficio de estos pocos, Pitágoras formó una escuela e impuso a sus alumnos la obligación del silencio, fundando así la primera sociedad secreta y esotérica en la historia europea. Lo secreto está desfavorecido en nuestro tiempo a causa de la ficción oficial de que todo el mundo es igual y por lo tanto con derecho a la misma información. Por eso tiene que explicarse la reserva tradicional de tales escuelas. Desde el punto de vista de un miembro de una escuela esotérica, el aprender es un asunto progresivo y evolutivo, y si alguien habla prematuramente de ello, casi seguramente daría una impresión falsa y distorsionada de aquello. En el trabajo esotérico se pasa por muchos períodos de ilusión y desilusión, los cuales, si se ventilasen regularmente, darían una terrible impresión a los extraños. Además existe una ventaja alquímica en mantener el recipiente sellado, sin dejar salir ni entrar nada en él mientras la Obra está en proceso.

Desde el punto de vista de aquellos que no pertenecen a la escuela, es preferible no saber nada a recibir versiones falsas y distorsionadas de enseñanzas por neófitos parlanchines. Tal información errónea es mala para quienes la reciben, pues sin pasar por todo el proceso, tendrían ideas equivocadas acerca de asuntos extremadamente importantes. Esto también puede generar hostilidad hacia la escuela- que es lo que sucedió en el caso de Pitágoras, donde la gente de la ciudad eventualmente la quemó y mató a muchos miembros, tal vez hasta al mismo maestro. Los profanos están mejor siguiendo una religión exotérica que metiéndose en asuntos para los cuales no están capacitados.

Esta actitud es elitista, o, mejor dicho, jerárquica y totalmente consistente con la doctrina de la metempsícosis (la transmigración de las almas al interior de otros cuerpos) que era uno de los pilares de la metafísica pitagórica. Tal actitud no considera a la vida humana como asunto individual único, sino como si fuera tan solo la cuenta de un collar. Si por el contrario todos tienen sólo una vida es verdaderamente injusto que algunos hayan venido al mundo con cucharas de plata en la boca, otros con desventajas corporales, mentales, y de circunstancia. Extraños y complicados motivos deben ser atribuidos a un dios o dioses para excusar semejante estado de cosas. Pero la metempsícosis proporciona a sus creyentes, tanto una causa de su presente estado, que debe buscarse en vidas anteriores, como esperanza de ganar renacimientos más felices en el futuro. Cada persona es un alma encarnada temporalmente, cautiva en el cuerpo que ha merecido.

No es asunto mío defender o atacar esta filosofía, sino sólo aclararla. Ni voy a tratar de reconciliarla con la doctrina mencionada en el primer artículo de esta serie (ver I: "La Tradición Hermética"), a saber, que la supervivencia del alma individual es un fenómeno raro y logrado con mucha dificultad. De todos los temas sobre los que los más sabios esoteristas suelen tener discrepancias, el del destino del alma -si se reencarna o no en la tierra-, este es el más espinoso. Tal vez no existe una sola respuesta universal ya que diferentes almas siguen diferentes destinos.

Pitágoras, siguiendo a Orfeo, enseñó la inevitabilidad de la reencarnación, pero también que es indeseable. El símbolo órfico de la rueda cósmica a la que estamos sujetos, ofrece la esperanza de salirse de alguna forma de ella y nunca más tener que retornar a un soma-sema, un "cuerpo-tumba". Esta es toda la raison d'être de las religiones mistéricas. Las personas dan vuelta y vuelta en la rueda, de nacimiento en nacimiento, hasta que están preparadas para la iniciación que les hará posible, al menos, apuntar hacia estados más allá del humano. Pero es inútil intentar este vuelo sin antes haber desarrollado las alas de la iniciación. Este es el significado del mito de Dédalo e Icaro.

La escuela Pitagórica puede ser provechosamente comparada con otra institución iniciática contemporánea con ella, los Misterios de Eleusis. Las iniciaciones de Eleusis, lejos de requerir años de preparación y una vida ascética rígida, eran asequibles a cualquier persona de habla griega que no fuera un asesino. Había que realizar cierta serie ritual de actos, relacionados con el mito de Deméter y Perséfone. Empezaban con la procesión desde Atenas llegando a su punto culminante en la gran sala hipóstila de Eleusis. Todavía no sabemos exactamente qué sucedía allí, pero algo se veía o se presenciaba que tenía un efecto duradero. Después de esto, los iniciados sentían una nueva seguridad especialmente con respecto a la vida después de la muerte.

Los misterios de Eleusis eran semejantes al Hajj, el peregrinaje a la Mecca que todos los musulmanes deben hacer, si les es posible una vez en su vida. Existen muchos paralelos con las prácticas islámicas, como la abstinencia de comida durante la luz del día, el sacrificio de animales, la representación ritual de los sufrimientos de Deméter y Agar, respectivamente, la procesión, y el sentido de unidad con una gran multitud en el más sagrado lugar. Cada elemento contribuye a la fuerza emocional del evento, haciendo de él una experiencia que cambia la vida y fortalece la fe.

Eleusis y el Hajj eran y son exotéricos, misterios públicos que no requieren la participación de la mente racional. En contraste, las escuelas esotéricas desde la de Pitágoras en adelante requieren el cultivo activo del intelecto. Su meta no es un viaje espiritual como de montaña rusa sino una vida de constante trabajo espiritual e intelectual en el cual cada avance experiencial va acompañado por el entendimiento.

Pitágoras utilizaba las ciencias del número, -matemáticas, música, y probablemente astronomía- para afilar el intelecto del estudiante. Este tipo de estudios no pudo haber sido común en el siglo VI antes de Cristo. Finalmente tenemos que agradecerle a Pitágoras que hoy en día se lo dé por sentado. La mayor parte de las personas aprenden muchas más matemáticas en la escuela de las que jamás pondrán en uso, porque se cree que entrenan la mente de una forma útil para cualquier disciplina. La música, cuando se estudia como una ciencia y un arte provee el eslabón perdido entre la cabeza y el corazón. La astronomía, que en tiempos pasados siempre incluía la astrología, enlaza los movimientos calculados de los cuerpos celestes con el carácter humano, el comportamiento y el destino, y conecta con teorías arcaicas de la vida después de la muerte. (Vemos algo de esto en la doctrina hermética del ascenso a través de las esferas planetarias). En resumen la escuela pitagórica se propone desarrollar la participación consciente y crítica en el drama de la vida y la muerte.


  

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