SYMBOLOS
Revista internacional de 
Arte - Cultura - Gnosis
 
 
  [RENE GUENON]
PSICOLOGIA

Capítulo XXVIII
LA VOLUNTAD
(resumen mecanografiado)

Hemos señalado ya las principales diferencias que existen entre el deseo y la voluntad: se puede desear lo imposible, no se quiere más que lo posible; se puede tener al mismo tiempo varios deseos diferentes e incluso contradictorios, no se tiene más que una sola voluntad; finalmente el deseo es eminentemente impulsivo, mientras que la voluntad es siempre más o menos reflexiva.

Todo esto prueba suficientemente que hay ahí dos cosas esencialmente diferentes y nos permite descartar desde ahora la teoría de Condillac, según la cual la voluntad no sería más que un deseo predominante. Señalaremos también que al simple deseo no se junta la idea de la responsabilidad que se junta a la voluntad: esta idea no prueba por sí misma que la libertad exista, sino únicamente que se cree en la libertad, y si la libertad se prueba por otra parte, ella permitirá distinguir todavía más claramente la voluntad de cualquier otro impulso.

Sin embargo, aun distinguiendo la voluntad, del deseo, es necesario reconocer que la mayoría de las veces hay deseos que solicitan a la voluntad y que ésta, a su vez, puede suscitar deseos que no teníamos antes; pero aunque estos dos órdenes de hechos se acompañen de ordinario, reaccionen uno sobre otro y se asemejen en cierta medida, no hay que confundirlos, e, incluso si se puede desear querer y querer desear, esto prueba también que son verdaderamente diferentes.

Es poco discutible que la voluntad exista también en los animales, pero es más difícil distinguirla del deseo en éstos que en el hombre, y ello depende sobre todo, al parecer, de que el sentimiento predomina en éstos sobre la inteligencia.

En efecto, hay en el hecho voluntario, tal como se presenta en el hombre, cierto lado intelectual que es inseparable del hecho y que está constituido por un juicio que se puede formular así: "¡Tal cosa será!". Esto es un juicio puesto que es una afirmación, pero es un juicio de un carácter bastante especial: es en cierta manera un decreto de existencia.

Se divide ordinariamente el acto voluntario en cuatro fases: concepción, deliberación, determinación, ejecución.

Además de que esta división es bastante artificial, es inútil hacer intervenir aquí una teoría de la concepción de los actos, que debe ser devuelta por entero a la psicología de la inteligencia y del sentimiento. En cuanto a la última fase, o sea a la ejecución, no hay tampoco motivo para hablar especialmente de ella, ya que la ejecución del acto no es esencialmente diferente en el caso en que este acto ha sido querido que en aquellos en los que ha sido simplemente deseado. Por lo demás, es asunto de los fisiólogos buscar una explicación de cómo se realiza el acto voluntario: no han llegado todavía a ello, como tampoco han llegado a determinar la existencia de un centro nervioso que corresponda especialmente a la voluntad.

No se puede siquiera decir, como se ha hecho algunas veces, que el comienzo de la ejecución es lo que distingue la voluntad propiamente dicha de la simple veleidad, ya que, en primer lugar, la ejecución puede no solamente empezar sino también tener lugar completamente sin que haya habido voluntad, si hay simplemente deseo; en segundo lugar, se puede haber querido realmente, pero cesar de querer antes de que el acto haya recibido un comienzo de ejecución.

No queda pues por contemplar especialmente más que la deliberación y la determinación, que son las dos partes verdaderamente esenciales del acto voluntario. Pero es necesario también observar que estas dos partes son bastante difíciles de distinguir: en todo caso, no se puede nunca separarlas, ya que cuando se pronuncia que tal cosa será, lo cual es propiamente la determinación, este juicio debe ser la consecuencia inmediata de otro juicio, a saber que esta cosa es preferible.

En realidad, la determinación hace cuerpo con la deliberación: es inseparable de ésta, y se podría decir que es como el último momento y la conclusión de ésta. Observemos inmediatamente que de aquí resulta que es durante la deliberación que deberá situarse, si hay motivo para admitirlo, la intervención de la libertad.

Por lo que se refiere a la deliberación, se trata de saber cómo podemos dudar, por ejemplo, entre dos acciones diferentes: a cada acción corresponden motivos, o sea ideas o razones, que militan a favor de una de las dos acciones y contra la otra, y móviles, o sea sentimientos o deseos, que nos empujan hacia una acción y nos desvían de la otra. Sucedería lo mismo si dudásemos no ya entre dos acciones, sino entre la realización de una acción y su no realización.

Ante todo, la deliberación aparece como una lucha entre móviles y motivos, pero es necesario observar que no hay móviles por un lado y motivos por el otro: hay, al contrario, generalmente a la vez móviles y motivos obrando en cada sentido.

Al comienzo, la deliberación es sobre todo, en la mayoría de los casos, una lucha entre deseos, o sea que los móviles juegan aquí el papel principal, pero después, por efecto de la reflexión, estos móviles devienen en cierto modo motivos, o al menos se sustituyen por motivos correspondientes, porque la reflexión nos hace descubrir ideas que justifican nuestros deseos o razones de desear tal o cual cosa, y esto es entonces lo que constituye la verdadera deliberación. Por último, móviles nuevos se juntan en nosotros, para reforzarlos, a los motivos que concebimos y que comparamos entre sí.

La deliberación aparece así como si fuese sobre todo una lucha de ideas, pero de ideas que están armadas de sentimiento, y es necesario que sea así, ya que, a decir verdad, no podría haber lucha entre ideas puras.

Esto se puede comparar con lo que hemos dicho a propósito de la creencia, en la que hay que contemplar igualmente una lucha entre las ideas y que es también un hecho de orden sobre todo sentimental.

Si se contempla así la deliberación, la libertad, si existe, deberá ser concebida como un poder que se ejerce sobre esta deliberación y que interviene con la intención de conducirla a su término, el cual es propiamente la determinación.

Importa observar que este poder puede explicarse de otro modo que por el deseo, ya que es independiente en sí de la fuerza de las tendencias, y hay que considerarlo como si fuese esencialmente un poder de inhibición, o sea que consiste en fijar la atención sobre una idea e impedir el curso de ideas en tal o cual dirección.

Mientras que la propia fuerza de las ideas es la que nos determina, si somos nosotros mismos, en razón de este poder, los autores de su fuerza, podemos decir que somos nosotros mismos quienes nos determinamos así, y esto es suficiente para que seamos libres.

Por otra parte, si tenemos este poder sobre las ideas que intervienen como motivos en la deliberación, lo tenemos también, aunque quizás no tan completo, sobre los sentimientos, o sea sobre los móviles.

Sin duda, deseos o aversiones pueden facilitar la inhibición en muchos casos, pero la inhibición misma es un hecho que no se asemeja en nada al deseo, y gracias a ella son posibles psicológicamente la voluntad y la libertad.

Unicamente, es necesario observar esto: lo que encontramos aquí no es nada más que la indicación de una posibilidad de la libertad y en modo alguno una prueba de su existencia.

Lo que lo muestra, es que ciertos deterministas admiten una voluntad distinta del deseo, fundándose precisamente para ello en un análisis de la inhibición parecido al que acabamos de indicar.

Hemos visto pues simplemente que la libertad es posible y nada más; por lo que se refiere a la cuestión de su existencia efectiva, la examinaremos en el capítulo siguiente. 

Traducción: Miguel Angel Aguirre
 
Capítulo XXIX
LA LIBERTAD
 
Presentación
René Guénon
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