SYMBOLOS
Revista internacional de 
Arte - Cultura - Gnosis
 
 
 [RENE GUENON]
PSICOLOGIA

Capítulo XXVII
NOCIONES DE ESTETICA: LO BELLO Y EL ARTE
(resumen mecanografiado)

La estética no es, como se ha pretendido a veces, una ciencia aparte; no forma en realidad más que una parte de la psicología e incluso una parte de importancia bastante secundaria. Como su nombre indica, se relaciona esencialmente con la psicología de la sensibilidad, de la que constituye simplemente un capítulo especial: comprende, según la división más generalmente admitida, dos teorías principales, la teoría de lo bello y la del arte.

Nos limitaremos aquí a algunas indicaciones muy sucintas sobre cada uno de estos dos puntos.

Parece bastante difícil definir lo bello en sí mismo y quizás igual no hay motivo para buscar tal definición, ya que su concepción es eminentemente relativa y variable. Preguntarse qué es lo bello en sí, es una cuestión que en el fondo parece no tener sentido: todo lo que se puede decir, en suma, es que se da el nombre de bello a lo que produce un cierto sentimiento especial, que se llama el sentimiento de admiración y que por otra parte puede revestir formas múltiples.

Pero no hay motivo para hablar, como algunos han hecho, de un supuesto sentido estético, ya que se trata aquí, en realidad, de un sentimiento y no de una sensación: éste es un ejemplo de la confusión a la que puede dar lugar el término sensibilidad y que hemos señalado anteriormente.

Importa señalar que si uno se atiene a la definición que acabamos de indicar, no podrá decirse bello a nada de manera absoluta, pues lo que produce el sentimiento de admiración en ciertas personas puede no producirlo en otras e incluso este sentimiento podrá en una misma persona producirse o no según las circunstancias. Así, este sentimiento, como todos los demás hechos emotivos, estará sometido, en cierta medida al menos, a las variaciones del estado fisiológico; estará igualmente condicionado por la edad, el temperamento, el carácter, las aptitudes o las tendencias naturales de cada uno, y en fin por la educación, que parece tener aquí una influencia considerable.

La concepción de lo bello, en sus rasgos principales y dejando de lado las diferencias individuales, puede presentar un cierto carácter colectivo; pero entonces varía no solamente según las razas y los pueblos, sino también para cada pueblo, según las épocas. Por consiguiente, lo que se considera bello en una cierta época, ya no lo será en otra.

Hay que señalar el papel que la imitación puede jugar en un caso semejante, papel que vuelve a encontrarse por otra parte en la mayoría de los hechos sociales y por el cual se explica también, en parte al menos, esa influencia de la educación a la que hemos hecho alusión. Se ve pues que los factores del sentimiento estético son extremadamente complejos y múltiples, y se ve también, al mismo tiempo, que no es posible hablar de una regla de lo bello, al menos si se quisiera entenderla en el sentido de una regla única, exclusiva.

Sin duda podrán formularse reglas que sean aplicables a ciertos tipos de belleza, pero nunca se tendrá el derecho a decir que esos tipos de belleza sean los únicos posibles, e incluso nociones como las de orden, simetría, proporción, mediante las que algunas veces se ha querido definir lo bello, no convienen indistintamente a todo lo que es susceptible de provocar el sentimiento de admiración.

El arte puede ser definido como la expresión o la representación de lo bello: su fin es pues procurar al hombre un cierto placer, al cual se puede llamar placer estético, y que acompaña siempre al sentimiento de admiración. Para mayor precisión, se da a menudo el nombre de Bellas Artes a las que se proponen esta meta, con el fin de distinguirlas de algunas otras que tienen fines diferentes, especialmente de utilidad; hemos indicado ya esta distinción en otra parte, pero la mayoría de las veces cuando se habla del arte sin epíteto, se lo entiende en el sentido estético que acabamos de definir.

Los sentimientos estéticos están ligados principalmente a las sensaciones que nos son dadas mediante la vista y el oído. Así, se divide a las Bellas Artes en dos grupos: las artes de la vista o artes plásticas (arquitectura, escultura, pintura), que emplean las formas y los colores, y las artes del oído o artes fonéticas (música, poesía, literatura), que emplean los sonidos, ya sea los musicales, ya sea las palabras de una lengua.

Puesto que el arte es la representación de lo bello, debe necesariamente variar con esto: cada arte podrá pues tomar formas completamente diferentes según las razas, los pueblos y las épocas, y será muy difícil asignar al arte unos caracteres generales. La mayoría de las teorías que se ha tratado de formular al respecto, tienen el defecto de ser muy estrechas y de no poderse aplicar a todos los casos.

Así, se ha cuestionado a veces si el arte debía de tener como fin la imitación fiel de la naturaleza: esta imitación puede sin duda ser una fuente del placer estético, pero no es su condición suficiente, ni siquiera necesaria, y por otra parte no se ve cómo ciertas artes, la música por ejemplo, podrían imitar a la naturaleza, fuera de algunos casos muy especiales.

Se ha pretendido también que el arte consiste esencialmente en la expresión de ciertos sentimientos o de ciertas ideas: en lo que respecta a los sentimientos, esto es cierto a veces pero no siempre. El arte se propone provocar sentimientos, pero estos sentimientos pueden tener causas que no son ellas mismas de orden sentimental: hemos visto en particular sentimientos que se juntan con la mayoría de las sensaciones y no hay que olvidar que el arte es ante todo una representación de cosas sensibles, lo que no quiere decir que estas cosas sensibles deban ser necesariamente tales como las que la naturaleza nos presenta.

En cuanto a la expresión de las ideas, es cierto que ella existe a veces en el arte, pero puede dudarse de que sea un elemento esencial de éste y hasta de que se la deba contemplar como formando parte integrante del arte como tal, puesto que el fin es exclusivamente de orden emotivo y no de orden intelectual.

El placer estético es independiente de las ideas que puedan asociarse con tales o cuales sentimientos o con la representación que hace nacer esos sentimientos. Así, si se emplea el arte para expresar ideas, es que ya no se contempla el arte por sí mismo, sino que se le contempla solamente como un medio, con vistas a un fin que le es extraño, pues el arte, en tanto que arte, no se propone instruir sino únicamente agradar. En otras palabras, el arte puede presentar un carácter simbólico, pero entonces el simbolismo será un elemento que se añadirá al arte propiamente dicho, que de alguna manera se le superpondrá aun permaneciendo siempre de otro orden que el arte mismo, y lo que lo muestra bien, es que la importancia de este elemento simbólico está, podría decirse, en razón inversa del interés que se concede al arte puro, ya que puede verse aquí la señal de una preponderancia de la intelectualidad con respecto a la emotividad.

Un punto sobre el que hay que insistir, para desechar una confusión que se presenta demasiado a menudo, es que la concepción de lo bello no puede tener ninguna relación con la de lo verdadero: esto resulta inmediatamente del carácter relativo que hemos reconocido a lo bello; mientras que sería absurdo hablar de tal relatividad con respecto a lo verdadero. Lo que es verdadero debe serlo necesariamente para todos los hombres e independientemente de las circunstancias.

Lo que explica la confusión de la que hablamos, es la mentalidad propia de ciertos pueblos, de los griegos especialmente, que eran sobre todo artistas y en quienes la emotividad predominaba sobre la intelectualidad, hasta el punto de introducir consideraciones de orden estético incluso en las especulaciones científicas y filosóficas, mientras que la inversa no se produjo y que el arte griego es ciertamente uno de los menos simbólicos que existen.

Podemos, en cambio, admitir una cierta analogía entre la concepción del bien y la de lo bello, ya que ambas son relativas y variables y ambas tienen una base esencialmente sentimental.

Psicológicamente, el sentimiento de admiración y el de aprobación son dos fenómenos, que, sin ser reducibles uno al otro, se asemejan sin embargo más de lo que se asemejan a cualquier otro fenómeno en el orden emotivo.

Pero no hacemos más que indicar aquí estas analogías, sobre las cuales tendremos ocasión de volver cuando tratemos de la moral, donde encontraremos por otra parte consideraciones que completarán lo que hemos dicho sobre la psicología de los sentimientos.

Traducción: Miguel Angel Aguirre

  
Capítulo XXVIII
LA VOLUNTAD

Presentación
René Guénon
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