La
estética no es, como se ha pretendido a veces, una ciencia aparte; no
forma en realidad más que una parte de la psicología e incluso
una parte de importancia bastante secundaria. Como su nombre indica, se relaciona
esencialmente con la psicología de la sensibilidad, de la que constituye
simplemente un capítulo especial: comprende, según la división
más generalmente admitida, dos teorías principales, la teoría
de lo bello y la del arte.
Nos limitaremos aquí a algunas indicaciones muy sucintas sobre cada
uno de estos dos puntos.
Parece bastante difícil definir lo bello en sí mismo y quizás
igual no hay motivo para buscar tal definición, ya que su concepción
es eminentemente relativa y variable. Preguntarse qué es lo bello en sí,
es una cuestión que en el fondo parece no tener sentido: todo lo que se
puede decir, en suma, es que se da el nombre de bello a lo que produce un cierto
sentimiento especial, que se llama el sentimiento de admiración y que
por otra parte puede revestir formas múltiples.
Pero no hay motivo para hablar, como algunos han hecho, de un supuesto sentido
estético, ya que se trata aquí, en realidad, de un sentimiento
y no de una sensación: éste es un ejemplo de la confusión
a la que puede dar lugar el término sensibilidad y que hemos señalado
anteriormente.
Importa señalar que si uno se atiene a la definición que acabamos
de indicar, no podrá decirse bello a nada de manera absoluta, pues lo
que produce el sentimiento de admiración en ciertas personas puede no
producirlo en otras e incluso este sentimiento podrá en una misma persona
producirse o no según las circunstancias. Así, este sentimiento,
como todos los demás hechos emotivos, estará sometido, en cierta
medida al menos, a las variaciones del estado fisiológico; estará igualmente
condicionado por la edad, el temperamento, el carácter, las aptitudes
o las tendencias naturales de cada uno, y en fin por la educación, que
parece tener aquí una
influencia considerable.
La concepción de lo bello, en sus rasgos principales y dejando de lado
las diferencias individuales, puede presentar un cierto carácter colectivo;
pero entonces varía no solamente según las razas y los pueblos,
sino también para cada pueblo, según las épocas. Por consiguiente,
lo que se considera bello en una cierta época, ya no lo será en
otra.
Hay que señalar el papel que la imitación puede jugar en un caso
semejante, papel que vuelve a encontrarse por otra parte en la mayoría
de los hechos sociales y por el cual se explica también, en parte al menos,
esa influencia de la educación a la que hemos hecho alusión. Se
ve pues que los factores del sentimiento estético son extremadamente complejos
y múltiples, y se ve también, al mismo tiempo, que no es posible
hablar de una regla de lo bello, al menos si se quisiera entenderla en el sentido
de una regla única,
exclusiva.
Sin duda podrán formularse reglas que sean aplicables a ciertos tipos
de belleza, pero nunca se tendrá el derecho a decir que esos tipos de
belleza sean los únicos posibles, e incluso nociones como las de orden,
simetría, proporción, mediante las que algunas veces se ha querido
definir lo bello, no convienen indistintamente a todo lo que es susceptible de
provocar el sentimiento de admiración.
El arte puede ser definido como la expresión o la representación
de lo bello: su fin es pues procurar al hombre un cierto placer, al cual se puede
llamar placer estético, y que acompaña siempre al sentimiento de
admiración. Para mayor precisión, se da a menudo el nombre de Bellas
Artes a las que se proponen esta meta, con el fin de distinguirlas de algunas
otras que tienen fines diferentes, especialmente de utilidad; hemos indicado
ya esta distinción en otra parte, pero la mayoría de las veces
cuando se habla del arte sin epíteto, se lo entiende en el sentido estético
que acabamos de definir.
Los sentimientos estéticos están ligados principalmente a las sensaciones
que nos son dadas mediante la vista y el oído. Así, se divide a
las Bellas Artes en dos grupos: las artes de la vista o artes plásticas
(arquitectura, escultura, pintura), que emplean las formas y los colores, y las
artes del oído o artes fonéticas (música, poesía,
literatura), que emplean los sonidos, ya sea los musicales, ya sea las palabras
de una lengua.
Puesto que el arte es la representación de lo bello, debe necesariamente
variar con esto: cada arte podrá pues tomar formas completamente diferentes
según las razas, los pueblos y las épocas, y será muy difícil
asignar al arte unos caracteres generales. La mayoría de las teorías
que se ha tratado de formular al respecto, tienen el defecto de ser muy estrechas
y de no poderse aplicar a todos los casos.
Así, se ha cuestionado a veces si el arte debía de tener como fin
la imitación fiel de la naturaleza: esta imitación puede sin duda
ser una fuente del placer estético, pero no es su condición suficiente,
ni siquiera necesaria, y por otra parte no se ve cómo ciertas artes, la
música por ejemplo, podrían imitar a la naturaleza, fuera de
algunos casos muy especiales.
Se ha pretendido también que el arte consiste esencialmente en la expresión
de ciertos sentimientos o de ciertas ideas: en lo que respecta a los sentimientos,
esto es cierto a veces pero no siempre. El arte se propone provocar sentimientos,
pero estos sentimientos pueden tener causas que no son ellas mismas de orden
sentimental: hemos visto en particular sentimientos que se juntan con la mayoría
de las sensaciones y no hay que olvidar que el arte es ante todo una representación
de cosas sensibles, lo que no quiere decir que estas cosas sensibles deban
ser necesariamente tales como las que la naturaleza nos presenta.
En cuanto a la expresión de las ideas, es cierto que ella existe a veces
en el arte, pero puede dudarse de que sea un elemento esencial de éste
y hasta de que se la deba contemplar como formando parte integrante del arte
como tal, puesto que el fin es exclusivamente de orden emotivo y no de orden
intelectual.
El placer estético es independiente de las ideas que puedan asociarse
con tales o cuales sentimientos o con la representación que hace nacer
esos sentimientos. Así, si se emplea el arte para expresar ideas, es que
ya no se contempla el arte por sí mismo, sino que se le contempla solamente
como un medio, con vistas a un fin que le es extraño, pues el arte, en
tanto que arte, no se propone instruir sino únicamente agradar. En otras
palabras, el arte puede presentar un carácter simbólico, pero entonces
el simbolismo será un elemento que se añadirá al arte propiamente
dicho, que de alguna manera se le superpondrá aun permaneciendo siempre
de otro orden que el arte mismo, y lo que lo muestra bien, es que la importancia
de este elemento simbólico está, podría decirse, en razón
inversa del interés que se concede al arte puro, ya que puede verse aquí la
señal
de una preponderancia de la intelectualidad con respecto a la emotividad.
Un punto sobre el que hay que insistir, para desechar una confusión que
se presenta demasiado a menudo, es que la concepción de lo bello no puede
tener ninguna relación con la de lo verdadero: esto resulta inmediatamente
del carácter relativo que hemos reconocido a lo bello; mientras que sería
absurdo hablar de tal relatividad con respecto a lo verdadero. Lo que es verdadero
debe serlo necesariamente para todos los hombres e independientemente de las
circunstancias.
Lo que explica la confusión de la que hablamos, es la mentalidad propia
de ciertos pueblos, de los griegos especialmente, que eran sobre todo artistas
y en quienes la emotividad predominaba sobre la intelectualidad, hasta el punto
de introducir consideraciones de orden estético incluso en las especulaciones
científicas y filosóficas, mientras que la inversa no se produjo
y que el arte griego es ciertamente uno de los menos simbólicos
que existen.
Podemos, en cambio, admitir una cierta analogía entre la concepción
del bien y la de lo bello, ya que ambas son relativas y variables y ambas tienen
una base esencialmente sentimental.
Psicológicamente, el sentimiento de admiración y el de aprobación
son dos fenómenos, que, sin ser reducibles uno al otro, se asemejan sin
embargo más de lo que se asemejan a cualquier otro fenómeno en
el orden emotivo.
Pero no hacemos más que indicar aquí estas analogías, sobre
las cuales tendremos ocasión de volver cuando tratemos de la moral, donde
encontraremos por otra parte consideraciones que completarán lo que hemos
dicho sobre la psicología
de los sentimientos.
Traducción:
Miguel Angel Aguirre |