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Capítulo XXV |
[...] puede producirse contracciones musculares, que produzcan movimientos diversos que lleven a la emisión de lágrimas etc. Puede suceder que el sentimiento se produzca solamente cuando este trastorno orgánico haya resonado en el cerebro; no obstante sería seguramente exagerado decir que estamos tristes porque lloramos, ya que esta turbación fisiológica causada por la idea no se explica sino por un comienzo puramente psíquico de la emoción, y por otra parte lógicamente el contenido de las ideas que nos ponen tristes o alegres basta para explicar nuestra tristeza o nuestra alegría. Sería absurdo decir que nada en el anuncio de una mala noticia explica la tristeza que sigue. Pero lo que prueba que el estado fisiológico tiene también una parte en la producción del sentimiento es que, cuando el organismo es turbado por la enfermedad, las causas ordinarias de alegría dejan indiferentes o incluso entristecen, y pasa algo análogo para las causas ordinarias... Volvamos al comienzo psíquico de la emoción: hay sin duda necesidad de una sacudida de ciertos centros cerebrales, pero lo mismo sucede con el propio pensamiento, que no es en modo alguno la actividad cerebral, pero que se sirve del cerebro para manifestarse, y no hay nada de asombroso en que suceda lo mismo cuando este pensamiento se acompaña de emoción. Para concluir sobre este primer punto, se puede pues decir que las emociones psíquicas son el doble producto del pensamiento y del organismo. Consideremos ahora los placeres y los dolores llamados físicos: en su origen hay una modificación orgánica, que no basta para explicarlos como tampoco la impresión, fenómeno igualmente fisiológico, basta para explicar la sensación. Es necesario por otra parte observar que estos placeres y estos dolores son generalmente correlativos a estados favorables o desfavorables al cuerpo, en todo o en parte, o se producen al menos en casos análogos a estos. Se puede admitir en el ser vivo una tendencia a servirse de sus sensaciones, de una manera más o menos subconsciente, como signos de lo que hay que buscar o evitar, y estos signos son, en tanto que signos, creaciones de la inteligencia, que obedece en esto a lo que Spinoza llama la tendencia a perseverar en el ser y a acrecentarlo. Habría así en el origen de las emociones psíquicas un elemento intelectual, al menos subconsciente, cuyo producto, por otra parte, se ha fijado y grabado en cierto modo en el organismo por efecto del hábito y de la herencia, de manera que llega a ser algo análogo a una especie de instinto. Así para explicar estas emociones llamadas físicas, en necesario, como para las emociones propiamente psíquicas, tener en cuenta a la vez al organismo y a la inteligencia: estas dos especies de emociones no difieren pues esencialmente. En cuanto a la parte que toma el organismo en la producción de las emociones cuya causa primordial es de orden psíquico, basta para explicarlo preguntarse cuál es el efecto de la expresión fisiológica de la emoción. En las emociones alegres este efecto es aumentar la intensidad de la alegría; en el caso del dolor, es, al contrario, aliviarla, sustituyendo en parte el dolor consciente y reflejado por una especie de dolor maquinal, semejante al dolor llamado físico. Podemos pues ver en esto algo que en el fondo se explica también primitivamente por la inteligencia, que busca en el organismo un auxiliar para obrar y para fijar los resultados de su acción. La teoría que pretende explicar el placer simplemente por la actividad es demasiado vaga: sería un error contemplarla como equivalente a la de Aristóteles, para quien el placer proviene de la realización por un ser de su acto propio, lo cual es en realidad una manera más metafísica de expresar este acrecentamiento del ser del que habla Spinoza. No intentaremos clasificar los placeres y los dolores; existen tantos como circunstancias que puedan satisfacer o contrariar nuestras diversas tendencias y las combinaciones múltiples que ellas forman entre sí. Es interesante observar que lo doloroso y lo desagradable deben ser distinguidos ya sea en los dolores más bien psíquicos, ya sea en los dolores más bien físicos. Por lo que se refiere al placer no encontramos el equivalente de esta distinción, ya que no se puede considerar como verdaderamente útil, desde el punto de vista psicológico, la distinción de la felicidad y del placer. Traducción:
Miguel Angel Aguirre
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![]() LA SENSIBILIDAD III. LAS INCLINACIONES |
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