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Capítulo XXIII |
En los capítulos que preceden hemos indicado cuáles son las funciones que pertenecen propiamente a la facultad a la que damos el nombre de razón. Estas funciones consisten primero en la formación de los conceptos, entendiendo por ello las ideas generales contempladas desde el punto de vista psicológico (o sea dejando de lado la cuestión de saber lo que corresponde a estas ideas generales fuera de nuestra concepción), después en la elaboración del juicio, al menos bajo la forma que reviste especialmente en la inteligencia humana, y finalmente en la del razonamiento: es necesario pues comparar siempre lo que se refiere al concepto, al juicio y al razonamiento. La parte de la psicología que concierne a las facultades intelectuales se detiene en el estudio de la razón, pero no habría que decir por esto, como se hace muy a menudo, que la razón constituye la función más alta de la inteligencia, lo cual es tanto más injustificado cuanto que su propio nombre, que significa etimológicamente relación, como hemos dicho, muestra claramente que se trata de una noción que debe ser esencialmente relativa. Sin embargo este error está tan extendido en toda la filosofía moderna como para que sea necesario aportar a propósito de esto algunas precisiones. Recordaremos primero que la razón es la facultad por la cual el hombre se define, o sea la que marca no su superioridad sino simplemente su diferencia con relación a los otros seres. Esta observación es importante porque no es posible comparar seres diferentes, y por consiguiente no es posible hablar de su superioridad o de su inferioridad relativa más que desde el punto de vista de lo que hay de común entre ellos, y no desde el punto de vista de lo que pertenece a unos con exclusión de los otros. Una comparación para ser válida no puede referirse a diferencias de naturaleza, sino únicamente a las diferencias de grado de las que es susceptible una misma naturaleza, común a los seres que contemplamos. El hecho de que la razón sea propiamente una diferencia y no una superioridad puede servir para mostrar que ella no debe ser lo que hay de más elevado en la inteligencia, pero indica al mismo tiempo lo que ha podido hacer que naciera esta ilusión, ya que es bastante natural, si no lógico, contemplar como una especie de privilegio aquello de lo que se tiene la posesión exclusiva: solo que esto no es más que un argumento de orden sentimental que no es posible tener en cuenta si se opone a la verdad. La razón, según lo que hemos dicho, nos permite elevarnos del conocimiento de lo particular, que nos es dado por las facultades sensibles, al de lo general, que constituye el objeto de la ciencia en el sentido propio de esta palabra. Es pues mediante la razón que nos son conocidas especialmente esas relaciones generales cuya expresión constituye las leyes científicas, y se puede decir que el conocimiento es propiamente el dominio de la razón, mientras que el conocimiento vulgar, que se limita a la simple constatación empírica de los hechos particulares, depende casi exclusivamente de las facultades del orden sensible. Pero, como hemos indicado al distinguir los diferentes grados del conocimiento, más allá del conocimiento científico, que es de orden racional, hay el conocimiento metafísico, cuyo objeto no es ya lo general, sino lo universal. Por lo tanto, la razón, en el sentido más propio, alcanza lo general, no lo universal. Del conocimiento metafísico puede decirse que no es irracional, sino que es supra-racional; esto supone que hay en la inteligencia una facultad, distinta de la razón, que es lo que se llama más propiamente intelecto, y cuyo objeto es el conocimiento inmediato de los principios primeros. Este conocimiento se realiza mediante lo que podemos llamar la intuición intelectual, pero a condición de precisar bien que esta intuición supra-racional debe ser distinguida de la intuición en el sentido en que la entienden ciertos filósofos modernos, al ser esta última infra-racional, de orden sentimental. Hemos distinguido así la razón y el intelecto en el sentido más preciso de estos dos términos, definiendo lo que constituye sus objetos y sus dominios respectivos. Lo que es necesario recordar sobre todo es que la razón se aplica a la consideración de los géneros, yendo hasta lo que llamamos las categorías, que son los géneros supremos, los más generales, mientras que lo universal sobrepasa a todos los géneros, incluidas las categorías. No insistiremos sobre estas categorías de las que Aristóteles ha dado una enumeración; Kant ha querido establecer una lista de categorías que difiere, en ciertos aspectos, de la de Aristóteles, y a la cual se le puede reprochar ser un poco arbitraria. Un estudio detallado de las categorías depende más bien de la lógica que de la psicología; hay únicamente una observación que hacer: Kant vincula las categorías a lo que llama el entendimiento, y sitúa la razón por encima del entendimiento, invirtiendo el sentido de estos dos términos, el que tenían siempre antes que él, ya que el entendimiento es máscorrientemente sinónimo de lo que llamamos intelecto puro. Hemos dicho que el conocimiento puramente intelectual (principios primeros) es un conocimiento inmediato: como tal, no debe en sí mismo ser susceptible de error. Aristóteles ha podido decir que nada es más verdadero que el intelecto; el error no puede introducirse más que en la expresión de las verdades intelectuales, porque en el entendimiento humano ella se efectúa de modo racional, el conocimiento discursivo, o sea mediato, que traduce bajo las formas de encadenamientos sucesivos lo que en los principios primeros es el objeto de una percepción espontánea. El estudio del lenguaje permite darse cuenta de este modo de operación de la razón. Podríamos preguntarnos ahora por qué hemos dicho que el estudio psicológico de la inteligencia se detiene en la razón, y por qué este estudio no comprende al intelecto propiamente dicho. Esto es porque el intelecto, en razón de su carácter transcendental, no puede estar comprendido en los fenómenos mentales, objetos por definición de la psicología: escapa al orden fenoménico como consecuencia de su universalidad, y, por otra parte, esta universalidad hace que el intelecto puro deba existir en todos los seres, al menos virtualmente, mientras que la razón es particular del hombre. Entre los principios y los hechos hay la misma oposición que entre lo universal y lo individual. El intelecto y sus operaciones son del orden de los principios, que son el objeto de la metafísica exclusivamente; por lo tanto es desde el punto de vista de la metafísica y también de la teoría del conocimiento que es importante exigir la distinción fundamental de razón e intelecto. Por el mismo motivo devolveremos a la metafísica y parcialmente a la lógica el estudio de los principios del conocimiento. Los principios en tanto que son principios pertenecen al intelecto, y lejos de depender de la razón condicionan el ejercicio de esta facultad. Traducción:
Miguel Angel Aguirre
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