SYMBOLOS
Revista internacional de 
Arte - Cultura - Gnosis
 
 
  [RENE GUENON]
PSICOLOGIA

Capítulo XX
EL JUICIO
(resumen mecanografiado)

Se puede decir de manera general que el juicio es la afirmación de una relación entre dos ideas; en la proposición, que es la expresión verbal del juicio, las dos ideas de que se trata son expresadas mediante dos términos que juegan respectivamente los papeles de sujeto y de atributo, y la cópula, o sea el elemento que junta el sujeto y el atributo y que es generalmente el verbo, no es otra cosa más que la expresión de la propia relación. Pero no tenemos que insistir aquí en el estudio de la proposición y de sus términos, ya que este lado de la cuestión es exclusivamente incumbencia de la lógica.

De momento, no debemos contemplar el juicio más que desde el punto de vista puramente psicológico; respecto a esto, lo que importa no es evidentemente la proposición sino lo que el pensamiento encierra mientras que la proposición se enuncia: es ahí que se encuentra lo que podemos llamar la esencia misma del juicio, al menos en tanto que el juicio es considerado como hecho psicológico.

El juicio es un hecho mental absolutamente original, irreducible a otros fenómenos; difiere profundamente de la sensación y no se ejerce únicamente sobre la sensación o a propósito de ella, como hemos visto en el estudio de la percepción, ni sobre las imágenes suministradas por la memoria, como cuando se trata del reconocimiento, sino también sobre ideas de otro orden que el orden sensible. Por otra parte, no se puede reducir el juicio a la asociación de ideas, ni tampoco explicarlo por ésta: es posible, sin duda, que los elementos del juicio estén presentes en la mente mediante la asociación de ideas, pero una cosa es la simple yuxtaposición de las ideas y otra cosa percibir y afirmar una relación entre estas ideas. Aun cuando la idea de relación que interviene aquí como un tercer elemento fuese ella misma recordada mediante la asociación, esto no explicaría la fusión de los tres elementos: la asociación de ideas juega pues un papel en el juicio, pero no es más que un papel secundario y en cierta manera de preparación.

El juicio que se añade y que se aprovecha de ella, está constituido esencialmente por una verdadera síntesis, por un fenómeno de fusión en el que un elemento propiamente racional juega un papel preponderante.

Es tanto más natural atribuir el juicio, tal como se produce en la inteligencia humana, a la actividad racional, cuanto que se define a menudo la razón como la facultad de percibir relaciones: por otra parte la palabra ratio significa también primitivamente relación.

En lo que precede, hemos hecho comenzar la actividad racional propiamente dicha con la formación de la idea general o del concepto, en el sentido más riguroso de este término: por lo tanto, el juicio supone siempre más o menos explícitamente alguna idea general, aunque sus elementos no sean siempre conceptos sino que puedan también, en ciertos casos, ser ideas de cosas particulares e individuales.

Se ha preguntado a veces si la idea de un ser individual no era ya el producto de una generalización, en tanto que ella reúne las ideas particulares de este ser en los diversos momentos de su existencia, pero hay ahí un equívoco que implica un desconocimiento de la verdadera naturaleza de la idea general.

Todo lo que se puede decir es que la idea del ser individual supone la permanencia de este ser a través de todos los cambios a los cuales está sometido, y que son contemplados como si no lo modificaran más que de una manera enteramente accidental.

Por otra parte, ciertos psicólogos y también ciertos lógicos han pretendido que el concepto fuese en cierta manera un juicio contraído y abreviado, so pretexto de que es ya, en un sentido, un enlace de ideas; pero es seguramente abusivo dar el nombre de juicio a todo enlace de ideas cualesquiera, y además si se quiere que los elementos de un juicio sean dados en otros juicios, podemos preguntarnos qué son los elementos de estos otros juicios, y así no haremos más que diferir la dificultad indefinidamente.

De lo que acabamos de decir sobre el carácter racional del juicio no habría que deducir que los animales no juzguen de algún modo, tanto más cuanto que no podríamos hacerlo sin negarles por esto mismo la facultad de la percepción propiamente dicha, lo cual estaría evidentemente injustificado. Pero si juzgan, debe ser de otro modo distinto al nuestro, de una manera a la que no puede llamarse racional y que no implica ninguna idea general verdadera: además no hay que perder de vista que todo lo que decimos del juicio no se aplica más que al juicio tal como existe en el hombre.

Si analizamos ahora el proceso psicológico del juicio, podemos distinguir en él tres fases diferentes. La primera fase es completamente intelectual: la presentación a la conciencia de las ideas que serán los elementos del juicio es el primer momento de ella, y el segundo momento está constituido por la fusión de los elementos en cuestión. Después viene una segunda fase que es más bien de orden emotivo, y en la cual se produce la creencia de la que hablaremos más adelante: hay ahí algo de extra-intelectual, que es como una especie de inclinación de la mente. Finalmente, en la tercera fase, que lleva a la afirmación, lo que domina es un elemento debido a la acción de la voluntad, no precisamente libre y reflejada sino más bien de esta voluntad, por así decir, impersonal que está en el fondo de nuestro ser. La propia voluntad reflejada puede en ciertos casos tener aquí también una parte.

Es interesante observar esta colaboración de todas las facultades en el juicio, y la prueba de que hay motivo para distinguir estas tres fases, como acabamos de hacerlo, es que no se presentan siempre las tres juntas: tienen una cierta independencia recíproca, e incluso en la primera fase el primer momento puede tener lugar sin que siga el segundo.

A menudo la fusión entre las ideas presentadas a la conciencia no se produce o bien, si se produce, la mente no va hasta la creencia en la verdad del juicio que ella ha esbozado; otras veces, al contrario, la creencia subsiste a las razones que hemos tenido para creer, y la segunda fase se produce aun cuando no quede ninguna traza de la primera, al menos en el campo de la conciencia clara y distinta. Algunas veces también, la creencia no va hasta la afirmación; añadamos a propósito de esto que se puede tener a la vez varias especies de creencias bastante contradictorias, mientras que la afirmación sobre un punto excluye cualquier otra afirmación que la contradiga.

Esta diferencia depende del papel que juegan respectivamente el sentimiento y la voluntad en la creencia y en la afirmación, ya que se tiene a veces sentimientos contradictorios, pero no se puede nunca tener más que una sola voluntad.

Finalmente, sucede también a veces que la mente afirma sin que haya, propiamente hablando, creencia: se puede no sentir ningún tipo de inclinación o de simpatía a propósito de las verdades que no se vacila sin embargo en afirmar, y también podríamos decir que la creencia, por eso mismo que es sentimiento, no interviene cuando se trata de las verdades más puramente intelectuales.

En este último caso, comprendemos esas verdades o no las comprendemos, y si las comprendemos, esto debe bastar para arrastrar la adhesión plena y completa de la mente, o sea la afirmación, en condiciones tales que no ha lugar aquí para la creencia sino únicamente para la certeza.  

Traducción: Miguel Angel Aguirre
 
Capítulo XXI
EL RAZONAMIENTO
 
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