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Capítulo XIX |
Al decir que la abstracción voluntaria es un análisis hecho con la intención de síntesis ulteriores, hemos querido indicar sobre todo el punto de partida que esta operación suministra a la generalización. En efecto, la formación psicológica de una idea general a partir de ideas de los seres particulares supone que se hace abstracción de las diferencias que estos seres presentan entre sí para no guardar más que su semejanza. Es necesario pues considerar, aparte de los seres en los cuales nos vienen dadas, ciertos caracteres que les son comunes, y el conjunto de estos caracteres estará comprendido en la idea general. En otras palabras, estos caracteres comunes serán contemplados como pertenecientes en propiedad a un género, del que formarán parte todos los seres que presenten estos mismos caracteres, y las diferencias individuales que existen entre estos seres serán entonces consideradas como accidentales con respecto a los caracteres genéricos. Si la abstracción es esencialmente análisis, la generalización es esencialmente síntesis, puesto que permite incluir en una misma idea un número indefinido de seres particulares. Añadamos que si la abstracción es el punto de partida necesario de la generalización, en tanto que operación psicológica, no habría que deducir de esto que una idea general sea lo mismo que una idea abstracta, puesto que, como hemos dicho, la idea abstracta es propiamente la idea de una cualidad contemplada aisladamente de su sujeto, mientras que la idea del género no es en modo alguno la idea de una cualidad: el género es por el contrario el sujeto de las cualidades que son comunes a todos los seres que forman parte de este género. Por consiguiente, el paso de la consideración de que se trate a la consideración del sujeto general, constituye en realidad una operación inversa de la abstracción, operación que en este caso es el paso previo de la consideración de los seres particulares a la de su cualidad común. La relación inversa que existe entre estas dos operaciones sucesivas es la misma que la que existe de manera general entre el análisis y la síntesis. Esto muestra ya la insuficiencia de las definiciones que se dan la mayoría de las veces de la idea general, pero necesitamos todavía insistir sobre este punto para desechar todas las confusiones que complican con demasiada frecuencia la cuestión de la generalización. Para precisar nuestro pensamiento a propósito de esto, diremos primero que la idea general debe ser concebida como si fuese verdaderamente una idea y no una imagen o una representación. Es necesario pues distinguirla de lo que se puede llamar una imagen compuesta, que no es más que una representación más o menos vaga empleada como sustituto de un número indefinido de representaciones particulares a las cuales se asemeja más o menos por completo. En muchos casos tal representación compuesta corresponde en la imaginación a una idea general, pero ésta, en tanto que idea, permanece esencialmente distinta; con mayor razón, no podría confundirse con una palabra o un gesto, el cual puede, para la imaginación, reemplazar más o menos por completo a esta representación compuesta. Ciertos psicólogos, y en particular Taine, distinguen dos tipos de ideas generales, de las cuales unas serían modelos, como las ideas de los objetos matemáticos, mientras que las otras serían simples copias, esta segunda categoría comprendería todas las ideas generales de las cosas naturales. En cuanto a los objetos matemáticos, es exacto que toda figura geométrica, por ejemplo, está construida según una cierta idea general, que puede por consiguiente ser considerada como el modelo de esta figura, si bien ella misma no es un figura. Pero en lo que se refiere a las otras ideas generales, no se puede de ninguna manera decir que sean copias de cosas particulares, ya que tales copias no pueden evidentemente ser más que imágenes y no ideas: semejante concepción no se aplica pues más que a las imágenes compuestas, a las que se confunde equivocadamente con las ideas generales. Muchos psicólogos han pensado que la generalización podía explicarse completamente por la asociación, pero esta opinión es exagerada; en realidad, la asociación por semejanza explica en parte la formación de la imagen compuesta, pero no permite ir más lejos. Sin duda el papel de la asociación es evidente en el recuerdo de una representación pasada mediante una representación nueva que le es parcialmente semejante; en el recuerdo mediante una nueva representación de la imagen compuesta ya formada, e inversamente mediante la imagen compuesta de diversas representaciones pasadas que se le asemejan; en la evocación mediante una palabra o mediante un gesto de todas estas representaciones; finalmente en la evocación mediante estas representaciones del pensamiento de la palabra o del gesto. Pero en la propia formación de la imagen compuesta hay ya más que una simple asociación, hay un fenómeno de fusión, o sea de síntesis, que requiere una actividad de un género especial que pertenece en propiedad a la conciencia. Por otra parte, no hay que perder de vista que la imagen compuesta, tanto como la palabra o el gesto, no es más que un signo de la idea general, según la definición de los signos que hemos dado anteriormente. Por lo tanto, la asociación explica la agregación del signo a la idea, pero nada más, y, a decir verdad, es el paso de la idea al signo, el único que tiene originalmente un sentido, y no el paso inverso del signo a la idea, ya que el signo sin una idea preexistente no significaría nada. Esta cuestión es en el fondo la misma que la de las relaciones del pensamiento y del lenguaje: la imagen compuesta no es más que una expresión mental de la idea general, como la palabra o el gesto no es sino una expresión sensible de ésta, y estas dos expresiones diferentes presuponen igualmente la propia idea general. Así, no únicamente la imagen mental o verbal no es necesaria para formar el concepto, como se pretende bastante a menudo, sino que también no puede de ninguna manera servir para formarlo, puesto que si no tiene otro papel más que ser un signo del concepto, esto supone que ese concepto existe ya en la conciencia. Esto nos lleva a precisar otro punto: en la inteligencia humana la imagen compuesta no tiene razón de ser más que como signo de la idea general, no es sino una traducción de ésta en el orden de la imaginación, o una expresión más o menos imperfecta e inadecuada, como lo es toda expresión. Pero pretender que en ningún caso una imagen compuesta pueda formarse de otra manera sino para servir de signo a una idea general sería ir demasiado lejos: así, parece cierto que se forma imágenes compuestas entre los animales, pero no estamos autorizados a deducir de esto que generalicen, propiamente hablando, tanto más cuanto que es muy posible que la generalización sea una operación de orden estrictamente racional, por lo tanto particular del hombre. Si esto es así, el animal no debe tener la noción de género, y la imagen compuesta debe existir en su conciencia de otra manera que en la nuestra, sin estar constituida como signo y sin corresponder a ninguna idea general verdadera. Este es un ejemplo que muestra con bastante claridad lo que hay que desconfiar de las conclusiones demasiado precipitadas a las que podría conducir el estudio de la psicología comparada si de la constatación de ciertas semejanzas superficiales entre le hombre y el animal quisiéramos deducir semejanzas más profundas, que permanecen puramente hipotéticas. Estas semejanzas pueden ser muy reales cuando no se trata más que de facultades sensibles, y por facultades sensibles no entendemos únicamente la sensación, sino también la memoria y la imaginación; pero estas semejanzas devienen mucho más dudosas para las otras facultades. Como hemos señalado, hay sin duda que reconocer en el animal una cierta facultad de abstracción; pero si la abstracción no lleva en él a los mismos resultados que en el hombre, es quizás porque le falta la facultad de generalización, que puede ser contemplada bajo muchos aspectos como complementaria de la abstracción. Volvamos a la idea general tal como existe en la inteligencia humana: la generalización es propiamente la adquisición de las ideas generales y esta operación supone psicológicamente abstracciones previas. Pero estas abstracciones no son sino condiciones de la generalización, no son el fundamento de ésta ya que la adquisición de toda idea general supone también evidentemente, por otro lado, la noción de género, que es de otro orden, al presentar un carácter propiamente racional, y que no podría ser el producto de ninguna abstracción. Cuando la idea general, basada en esta noción de género y constituida mediante el proceso psicológico de abstracciones que hemos indicado, existe en la conciencia, podrá crearse expresamente una imagen compuesta para servirle de signo, o, quizás, en ciertos casos podrá serle asociada una imagen compuesta ya, formada independientemente de manera un tanto vaga, y devenir igualmente el signo de ella. Esto supone en todos los casos la noción de signo como tal, y podemos preguntarnos si ésta es también una noción de orden puramente racional; es posible que el animal tenga alguna idea del signo, pero esta idea debe ser muy diferente a la nuestra, y lo que es cierto, sin ir más al fondo de la cuestión, es que el hombre hace un uso de esta idea que le es completamente especial. El hecho del lenguaje es una prueba suficiente de este uso racional de la idea de signo, sea cual sea la naturaleza de esta idea en sí misma. Otra cosa que importa observar es que la idea de género no es en modo alguno la idea de una colectividad: la colectividad no es nada más que una reunión de individuos, es en cierta manera la suma aritmética de estos individuos, y por consiguiente depende de su número y varía con éste. Al contrario el género es esencialmente independiente del número de los individuos en quienes sus caracteres pueden estar realizados, ya que su noción es la de una naturaleza indivisible y que no es susceptible de más o de menos. El género es pues otra cosa que la simple reunión de individuos que poseen ciertos caracteres en común; es la naturaleza misma que es común a todos estos individuos y que se expresa en cada uno de ellos mediante estos caracteres genéricos que presentan todos y a los cuales se juntan, en lo que a las diferencias entre ellos se refiere, otros caracteres que son propiamente individuales; no podemos tratar completamente aquí la cuestión de las relaciones de lo individual y de lo general, ya que haría falta para ello recurrir a consideraciones que se saldrían del dominio psicológico. La generalización es ante todo espontánea: el niño tiene la mayoría de las veces una tendencia natural a generalizar e incluso a generalizar de una manera que no está siempre justificada. Habría que observar que hay mentes que se ven más llevadas que otras a la generalización: son las mentes cuya tendencia es sobre todo sintética, mientras que otras mentes tienen una tendencia que es sobre todo analítica. Análisis y síntesis son, como hemos dicho, dos poderes que son inherentes a toda conciencia, pero las diferentes conciencias individuales manifiestan muy desigualmente estos dos poderes simétricos o más bien complementarios. De espontánea que era al comienzo, la generalización deviene bastante rápidamente reflejada, y la reflexión a su vez deviene en el hombre un hábito que llega a poseer como tal una cierta espontaneidad: se puede decir que la generalización espontánea es involuntaria, mientras que la generalización reflejada es voluntaria. Es sobre todo la atención la que permite pasar de una a otra. Se les llama también, algunas veces, generalización pasiva y generalización activa, pero estos términos son demasiado equívocos como para que su uso pueda ser recomendado. La cuestión del modo de existencia de las ideas generales ha motivado, desde la Antigüedad, numerosas discusiones. Esta cuestión [...] especialmente por Platón y Aristóteles, que la han resuelto de manera muy diferente e incluso opuesta hasta cierto punto; la misma oposición se manifestó bajo formas diversas en la Edad Media en lo que se ha llamado, bastante impropiamente, la disputa de los universales. Unicamente importa observar que no es en el terreno psicológico donde se ha planteado primero esta cuestión; era en principio de orden puramente metafísico: se trataba en efecto de saber si las ideas generales no tienen existencia real más que en nosotros, o si tienen, al contrario, en sí mismas una existencia independiente de nuestra concepción. La primera de estas dos opiniones es la del nominalismo, entendido en su sentido más general, la segunda es la del realismo; se ha querido vincular la primera de estas dos doctrinas con Aristóteles y la segunda con Platón, aunque Aristóteles no sea nominalista en el sentido más restringido y más ordinario de esta palabra, y aunque, por otra parte, todo realismo no se inspira necesariamente en la teoría platónica de las ideas. No insistiremos aquí sobre este aspecto de la cuestión, puesto que no tiene nada de psicológico, pero sobre este punto se ha introducido una confusión que es bueno disipar. Se dice habitualmente que la cuestión de las ideas generales ha sido resuelta diferentemente en la Edad Media por tres escuelas, de las cuales cada una comprende subdivisiones que corresponden a estas divergencias más o menos importantes. Estas tres escuelas serían la escuela realista, la escuela nominalista y finalmente la escuela conceptualista, que habría tomado una posición intermediaria entre las otras dos e intentado una especie de conciliación entre sus soluciones opuestas; en realidad, se confunde así dos cuestiones completamente distintas y que no son del mismo orden. Sobre la cuestión metafísica que hemos indicado, no hay motivo para contemplar más que la oposición del realismo y del nominalismo, pero después, para los nominalistas la cuestión se ha trasladado a otro terreno, dando nacimiento a una nueva oposición, esta vez entre los nominalistas en el sentido ordinario de este término y los conceptualistas, quienes desde el punto de vista metafísico eran igualmente nominalistas. La oposición entre nominalismo y conceptualismo no lleva sino sobre la cuestión, contemplada desde el punto de vista psicológico: no se trata entonces más que saber cuál es el modo de existencia de las ideas generales en nosotros. Para los conceptualistas,
la idea general es un concepto elaborado por la mente, y tiene
como tal una existencia psíquica real independiente de toda
expresión; al contrario para los nominalistas, las ideas
generales no son sino palabras y nada más, sólo el
nombre es general. Todo lo que hemos dicho hasta aquí basta para desechar esta doctrina y para dar la razón al conceptualismo, desde el punto de vista psicológico; en cuanto al lado metafísico de la cuestión, por supuesto su solución queda enteramente fuera de las consideraciones que hemos expuesto aquí. Traducción:
Miguel Angel Aguirre
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