SYMBOLOS

Revista internacional de
Arte - Cultura - Gnosis

ALGUNAS “PELÍCULAS”
DEL FIN DE CICLO

MIREIA VALLS


Fotograma de Metrópolis (1927) de Fritz Lang.
El gran teatro del mundo

Son varios los autores tradicionales que equiparan el Mundo, o sea la Manifestación Universal, a un inmenso escenario donde se ponen en juego las indefinidas posibilidades de ser, creando así el espejismo de la gran ilusión cósmica en permanente actualización. Una dramatización ideada por un dramaturgo que de este modo se conoce a través de su auto-revelación y se redime de ella al concluir la función.

…el teatro es una imagen del mundo: uno y otro son propiamente una representación, ya que el mundo mismo, que no existe más que como una consecuencia y una expresión del Principio, del que depende esencialmente en todo lo que es, puede ser considerado como simbolizando a su manera el orden principial, y este carácter simbólico le confiere, por lo demás, un valor superior a lo que es en sí mismo, puesto que es por eso por lo que participa de un grado de realidad más alto.1

Lo mismo puede decirse del verdadero teatro, que es sagrado y simbólico por encima de todo, o sea una dramatización multidimensional de algo que lo trasciende pero que está inmanente en cada escena de la representación. Se comprenderá entonces que en el escenario no aparecen solamente los seres humanos con sus cosas, dimes y diretes así como el reino animal, vegetal o mineral en sus indefinidas y multifacéticas posibilidades, sino que igualmente se harán presentes los mundos invisibles, tanto los infrahumanos como los suprahumanos; es decir, los estados inferiores del ser y los superiores, las energías más densas y tenebrosas y su contrapartida luminosa y etérea simbolizada por los dioses y las diosas, incluyendo las gestas de los semidioses, héroes y heroínas que coparán hasta el último rincón de la caja escénica gracias a la intervención del gran mediador y cohesionador, el lenguaje –lingüístico y/o numérico–, ya se exprese éste a través de la palabra o del ritmo numérico en la música, la danza, el canto y todo aquello hecho con arte, o sea con arreglo a las leyes cósmicas inmutables. Esto hace del teatro un “espacio” donde se escenifica la cosmogonía al completo, adquiriendo por ello la dimensión de un rito operativo, creativo y revolucionario que repite el gesto del origen y permite volver a él mediante un proceso de transmutación vivido por todas las entidades integradas en la función.

El mundo entero es un gran teatro donde se produce la ilusión de la existencia de los personajes, por eso su emulación es una forma indicadísima de la labor iniciática donde se conjugan la memorización de los textos (una forma del Arte de la Memoria) junto con la comprensión del personaje y lo que éste dice, su situación y movimiento en el espacio teatral, el tono de la voz, sus gestos, etc., a lo que debe agregarse los ensayos, el estreno y la suma que resulta de todo ello que abre en la conciencia mundos siempre renovados que mantienen perennemente vírgenes a quienes se prestan para ello y que mueren y nacen con cada personaje, al que actualizan de modo permanente en la representación.2

Siendo esto así, no es de extrañar que en todos los pueblos y culturas del mundo los ritos iniciáticos se revistan de este ropaje teatral. Son auténticas escenificaciones de los mitos cosmogónicos y de las ingentes labores de los seres humanos por reconquistar su estado edénico anterior a la caída; o sea la posibilidad del retorno al punto principial del que todo emana y al que todo retorna cumpliendo la ley cíclica de la manifestación, a través de una serie de pruebas que comienzan con la muerte ritual al estado profano simultánea al nacimiento del neófito a la auténtica realidad del Ser, gracias a la recepción de la influencia espiritual vehiculada por los símbolos y los relatos míticos encarnados propiamente en el rito iniciático y en el larguísimo viaje que le sigue por todos los estados del alma; viaje signado por constantes disoluciones y coagulaciones acontecidas en el interior de la conciencia y provocadas por la “actuación” de ese guión teatral diseñado por el Autor oculto tras los velos del lenguaje simbólico.

Este diseño arquetípico se repite aquí y allá, en tiempos pretéritos y ahora mismo. Solamente por citar algunos casos, recordemos la teatralidad de los ritos dionisíacos de la antigua Grecia así como los de los misterios de Eleusis y los Órficos; las iniciaciones de Mitra, las de los cabiros en Samotracia, las iniciaciones caballerescas y las de todos los oficios de la Edad Media, llegando a la Masonería, cuyos ritos han perdurado hasta nuestros días. Todos ellos constituyen auténticas dramatizaciones del orden cósmico y del proceso iniciático. Y si miramos hacia otras culturas, igualmente los encontramos en el hain de los indios Onas, o en los ritos de los Chortís de Cuba, en los de los Sioux o los Hopi, etc., etc.

No es nuestra intención detenernos aquí en el estudio de dichas “dramaturgias simbólicas”. Remitimos al interesado a la bibliografía sugerida en nota.3 Sí destacar, empero, que a medida que ha ido avanzando este ciclo cósmico y la mentalidad del ser humano se ha ido alejando de su Principio y de la visión sagrada de él mismo y de todo cuanto lo rodea, dichos ritos iniciáticos se han ido ocultando, algunos han desaparecido y otros han sido tachados de antiguallas y cada vez más incomprendidos, despreciados, perseguidos, si no negados. Algunos vienen sufriendo la invasión de lo profano y se han ido desviando, degenerando e invirtiendo al punto de ser utilizados por las filas de la antitradición y la contratradición como soporte para cumplir su función disolutiva. Pero unos pocos han logrado persistir en distintos lugares del mundo como el tesoro más preciado, expresado bajo tal o cual forma externa pero guardando y transmitiendo un conocimiento de orden esotérico. Se ha dicho que la iniciación perdurará hasta el final de los tiempos, y los iniciados tienen un papel que actuar en este gran libreto teatral.

Otra cosa es la enorme desviación e inversión hacia la que está derivando la casi totalidad de la presente humanidad, absolutamente desacralizada; desbarajuste que, sin embargo, no podía quedar fuera de las últimas escenas de la “función” de esta edad sombría muy cercana a su conclusión. Nada hay fuera de este Universo, porque no hay dos universos. Por lo tanto, hasta la negación del Ser debe expresarse sobre el escenario, tal cual acontece ahora, en estos momentos del siglo XXI abiertos descarnadamente al más absoluto desconcierto y desorden manejado por esas fuerzas de la antitradición y la contratradición tan nítidamente descritas por René Guénon en su libro El reino de la cantidad y los signos de los tiempos; obra de obligada lectura para quién quiera comprender porqué el mundo ha llegado a esta situación crítica. Las claves de ello se encuentran en la doctrina de los ciclos cósmicos, formulada de maneras análogas por todas las tradiciones antiguas y sólo negada por la civilización occidental, que se ha acabado por imponer a escala planetaria como una enfermedad pandémica.

Guénon describe así los pasos de la antitradición, previos al advenimiento de la contratradición:

Sea como fuere, era preciso, en primer lugar, reducir el individuo a sí mismo y, como ya hemos explicado, ésta fue la obra fundamental del racionalismo que le niega al ser toda facultad de orden trascendente; (…) además el “humanismo” del Renacimiento no era en sí más que el precursor directo del racionalismo propiamente dicho, ya que al decir “humanismo” se afirma la pretensión de reducirlo todo a unos elementos puramente humanos y por lo tanto (…) la exclusión de todo cuanto pertenece al orden supraindividual.

Posteriormente, era necesario desviar la atención del individuo hacia las cosas exteriores y sensibles, con el fin de encerrarle, digámoslo así, no sólo en el ámbito humano, sino mediante una limitación mucho más angosta, únicamente en el ámbito corpóreo; éste es el punto de partida de toda la ciencia moderna que, al adoptar continuamente esta dirección, debía hacer de esta limitación algo cada vez más efectivo. La constitución de las teorías científicas o filosóficas, valga la expresión, también tuvo que proceder de forma gradual; de manera que (…) el mecanicismo preparó directamente el camino del materialismo que, de forma hasta cierto punto irremediable, se iba a encargar de señalar la completa reducción del horizonte mental al mero ámbito corpóreo, considerado en lo sucesivo como la única “realidad”, quedando así mismo despojado de todo cuanto no podía ser considerado como puramente “material”. (…) A partir de entonces se había cruzado, con toda propiedad, el umbral del “reino de la cantidad”: la ciencia profana, que siempre había sido mecanicista a partir de Descartes, y que, desde la segunda mitad del siglo XVIII iba a hacerse más específicamente materialista, se convertía en sus sucesivas teorías, en un cuerpo cada vez más exclusivamente cuantitativo, al tiempo que, al ir penetrando el materialismo en la mentalidad general, llegaba a determinar en ella esa actitud, independiente de toda afirmación teórica, pero tanto más difundida y convertida en una especie de “instinto” que hemos denominado el “materialismo práctico”, actitud que todavía debía quedar reforzada por las aplicaciones industriales de la ciencia cuantitativa cuyo efecto era el de atar de forma cada vez más completa a los hombres a las meras realizaciones “materiales”. El hombre “mecanizaba” todas las cosas y finalmente se “mecanizaba” a sí mismo, cayendo gradualmente en el estado de las falsas “unidades” numéricas extraviadas en el seno de la uniformidad y la indistinción de la “masa”, es decir, en definitiva, en la multiplicidad; ciertamente, éste es el triunfo más completo que se puede imaginar de la cantidad sobre la cualidad.4

El siguiente eslabón descendente, en el que ya vivimos, tiene que ver con la disolución:

Tras haber cerrado el mundo corpóreo de la forma más completa posible, era preciso, al mismo tiempo que se impedía el restablecimiento de toda comunicación con los ámbitos superiores, abrirlo por abajo con el fin de introducir en él las fuerzas disolventes y destructivas del ámbito sutil inferior; por lo tanto, podríamos decir que los elementos constitutivos de esta segunda parte o fase a la que acabamos de aludir son el “desencadenamiento” de tales fuerzas y su puesta en acción para consumar la desviación de nuestro mundo y llevarle de manera efectiva hacia la disolución final.5

Como va describiendo René Guénon, a esta situación se ha llegado de forma paulatina desde finales del Renacimiento, contribuyendo a ello tanto el racionalismo como el positivismo, el materialismo y el mecanicismo, además de otros movimientos como son el intuicionismo bergsoniano, el psicoanálisis y el naturalismo en sus múltiples expresiones así como el neo-espiritualismo y otros movimientos que ahora veremos, todo lo cual ha desembocado en esta acción disolutiva encabezada por las fuerzas contratradicionales y contrainiciáticas, las cuales constituyen una subversión de todos los principios y valores tradicionales aunque los imiten de forma invertida para captar con sus engaños, falsedades y mentiras a la humanidad entera.

En el actual estado de cosas, a pesar de que todavía no se puede afirmar que la subversión sea completa, ya existen signos manifiestos de ello en todo cuanto presenta el carácter de “falsificación” o de “parodia” al que hemos hecho alusión en diferentes ocasiones y sobre el cual tendremos que volver después con más detenimiento. De momento, nos limitaremos a señalar a este respecto que tal carácter constituye por sí mismo un índice altamente significativo del origen real de lo que está afectado por él y, en consecuencia, de la propia desviación moderna cuya naturaleza verdaderamente “satánica” contribuye a poner en evidencia; en efecto, esta última palabra se aplica en rigor a todo cuanto supone negación e inversión del orden y no puede caber la menor duda que ésta es la causa de lo que podremos ver a nuestro alrededor; ¿es acaso el mundo moderno en definitiva diferente de la negación pura y simple de toda verdad tradicional? Mas, al mismo tiempo, tal espíritu de negación es también, hasta cierto punto por necesidad, el espíritu de la mentira; adopta todos los disfraces, incluso los más inesperados, para no ser reconocido e incluso para hacerse pasar por todo lo contrario, con lo que resulta plenamente manifiesta la falsificación; no hay mejor ocasión que ésta para recordar que “Satán imita a Dios” y también que “se transfigura en ángel de luz”. En el fondo, ello viene a significar que, a su manera, es decir, alterándolo y falsificándolo de modo que siempre pueda servir para sus fines, imita aquello mismo a lo que desea oponerse: por lo tanto, se las arreglará para que el desorden adopte la apariencia de un orden falso, disimulará la negación de todo principio con la afirmación de unos principios falsos y así sucesivamente.6

Habría que estar ciego para no advertir que estamos inmersos de lleno en esta fase de la “película”, pero ciertamente la ceguera está muy extendida. ¿Quién o quiénes se están encargando de abrir las grietas por abajo para dejar que penetren esas fuerzas subversivas? ¿De qué medios se valen? ¿Cuáles son sus jugadas y estrategias? ¿Cómo se disfrazan? ¿Es posible no caer en sus trampas y engaños?

Las máscaras del adversario

“¿Qué somos los hombres y las mujeres sino actores y actrices de una obra titulada Cosmogonía, compuesta y dirigida por un Dios Desconocido (al que nunca se ve en la sala)?” Mediadores del Innombrable, cumpliendo cada quien con el papel que le tocó en suerte representar. Sin desconocer ciertas formas de actuar, que cuadran con aquellas energías tendentes a la multiplicidad y la disolución, encarnadas en una turba de energúmenos disfrazados para la ocasión, que no son sino espejos en los que se reflejan nuestras miserias, “los asesinos de la verdad, (…) monstruos a sueldo de nuestros peores instintos”.7

Desde que Guénon escribiera en 1945 la obra que venimos citando, el descenso del ciclo se ha acelerado estrepitosamente y esos agentes de la contratradición están ya campando a sus anchas por el mundo entero, apoyándose fundamentalmente en los avances tecnológicos tan ultra-desarrollados en la actualidad. Sin embargo, antes de entrar de lleno en este tema, nos gustaría traer a escena dos movimientos mal llamados filosóficos –pues nada tienen de amor a la sabiduría, sino más bien todo lo contrario, de ahí que los consideremos agentes de la labor subversiva– que además de todos los enumerados por Guénon anteriormente, han contribuido a acrecentar la inversión a la que estamos aludiendo. Por un lado, comparece el denominado “Cosmismo” y por el otro, el “Transhumanismo”, antecedente del llamado “Posthumanismo”. Movimientos surgidos con unas décadas de diferencia pero con propósitos análogos, el primero se formula en Rusia a finales del siglo XIX y el segundo en EEUU a mediados del XX. Y aunque suene a chiste, estos “ismos” cuentan con la ayuda inestimable de la literatura y el cine de ciencia ficción para ir sugestionando al personal acerca de la necesidad de conquistar espacios físicos y materiales más allá de la Tierra donde poder seguir viviendo felizmente y la creencia en una evolución de la humanidad hacia una especie más perfecta a la que habrá que rendirse. Aunque parezca mentira, todo este batiburrillo ha jugado un papel clave para el pleno establecimiento de la contratradición.

En el interesante estudio de Boris Groys titulado Cosmismo ruso. Tecnologías de la inmortalidad antes y después de la revolución de octubre, se dan ciertas claves para comprender las “ideologías” del filósofo cristiano y futurólogo ruso Nikolái F. Fiódorov. Citaremos algunos fragmentos de la introducción de ese libro que, a la luz de todo lo enunciado anteriormente por Guénon, nos permitirán reconocer, en todo el grupo de “pensadores” que se adscribieron a las filas del Cosmismo y sus epígonos, una concepción que reduce de facto el ser humano a su corporalidad, y les induce a postular sin vergüenza que la inmortalidad del cuerpo –y por tanto del hombre– es factible, con el apoyo, eso sí, de la todopoderosa técnica.

“¡Inmortalidad para todos!”, “¡Nuestra tarea es la resurrección de los muertos!”, “¡La sociedad comunista debe ser también interplanetaria!”. Aquí tenemos algunas consignas que sintetizan el programa de acción que nucleó a fines del siglo XIX y principios del siglo XX a un movimiento heterogéneo integrado por anarquistas radicales, activistas revolucionarios, poetas afines a lo oculto, filósofos, novelistas utópicos, científicos y pioneros de la astronáutica. Se trataba de un círculo de autores rusos para los que todos males como la desigualdad, la injusticia y el sufrimiento, tenían su raíz en un problema mayor: la muerte, un lujo innecesario que se podría evitar mediante el mejoramiento tecnológico de la naturaleza. Según los principios cosmistas, los seres humanos debían dejar atrás sus diferencias y organizar sus esfuerzos detrás de este objetivo común, al que seguiría uno no menos ambicioso: la interplanetariedad. Una vez superados los límites temporales de la vida, estaríamos listos para romper nuestras ataduras espaciales y diseminar la revolución por todo el universo.8

Bastaría con conocer mínimamente los fundamentos del auténtico pensamiento y doctrina tradicionales para darse cuenta de los múltiples errores de esas formulaciones, empezando por la total negación que hacen del espíritu, al que ni siquiera mencionan, y llegando incluso a obviar con descaro al alma. Cómo podría vivir el cuerpo sin el alma que la anima y ésta sin el espíritu que es su origen, nos preguntamos. A lo que sigue la falacia de que el cuerpo puede devenir inmortal, cuando únicamente es inmortal lo que nunca ha nacido y en consecuencia jamás morirá, o sea, que la inmortalidad corresponde al espíritu que es el estado totalmente incondicionado, y también al alma, si es que ésta logra retornar de nuevo a él. Por otra parte, lo que se prolonga en el tiempo nada tiene que ver con lo eterno, pues tiempo y eternidad se corresponden con estados o planos distintos del ser; lo manifestado puede perpetuarse en el tiempo a través de la regeneración, mas lo eterno, que está más allá de las coordenadas espacio-temporales, no admite en sí diferenciación alguna, ni generación, ni muerte, ni prolongaciones, ya que jamás ha salido de su mismidad y se ubica en el instante siempre presente.

Pero sigamos aportando algunas citas más para que el lector vaya discerniendo las múltiples inversiones y mentiras de las formulaciones del Cosmismo acerca de la pretendida y absurda “inmortalidad” corporal, para colmo con la ayuda de la técnica, como si con medios mecánicos y electrónicos se pudiera conseguir un ser más “perfecto” que no pereciera nunca, el cual seguiría de todos modos sin ser inmortal; como mucho, alcanzaría una cierta perpetuación en el tiempo. Otro error garrafal éste, el de atribuir la perfección a algo manifestado, cuando la Perfección corresponde solamente al Uno que es Todo.

En su base, el proyecto de la tarea común consistía en la creación de las condiciones tecnológicas, sociales y políticas que permitieran resucitar –por medios tecnológicos– a todos los seres humanos que alguna vez vivieron en la Tierra. Fiódorov no creía en la inmortalidad del alma y no estaba dispuesto a esperar pasivamente una segunda venida de Cristo. A pesar de su lenguaje un poco arcaico, Fiódorov fue un hijo de su tiempo, el fin del siglo XIX. En consecuencia, Fiódorov no creía en el alma, sino en el cuerpo. Para él, la existencia física y material era la única forma posible de existencia. Y Fiódorov creía inquebrantablemente en la técnica: en cuanto todo ser es material, es asequible a toda manipulación con ayuda de la tecnología. Y creía, sobre todo, en la organización social. En su opinión, todo lo que se necesitaba para consagrarse a la tarea de la resurrección artificial era simplemente tomar la decisión correspondiente. Como se dice, si se define el objetivo los medios se encuentran solos. (…)

De esta manera, el problema de la inmortalidad se trasladaba de las manos de Dios a las manos de la sociedad o, incluso, del Estado. (…)9

A lo que sigue comentando Groys en su libro, publicado en 2021, que incluye traducciones inéditas de textos de varios de los autores alineados con las aberrantes tesis del Cosmismo:

El socialismo debe establecerse no solo en el espacio, sino también en el tiempo, con la ayuda de la tecnología que permita transformar el tiempo en eternidad. Esto permitirá además cumplir la promesa de fraternidad hecha, pero no cumplida, por la revolución burguesa junto con las promesas de libertad e igualdad. Por eso Fiódorov llama “no fraternal” al progreso burgués, y considera que en su lugar debe cumplirse la fraternidad de todos los vivos, pero, antes que nada, la deuda universal para con nuestros ancestros muertos. (…)

Todos los seres humanos que vivieron alguna vez deben levantarse de entre los muertos en calidad de obras de arte y ser puestos en museos para su preservación. La tecnología en su totalidad debe convertirse en una tecnología del arte. Y el Estado debe convertirse en el museo de la población. Precisamente, como la administración de un museo se responsabiliza no solo por la colección en su conjunto, sino también por la preservación de cada ejemplar por separado y garantiza su restauración si se ve amenazado por la destrucción, el Estado debe responsabilizarse por la resurrección y la vida eterna de todos los seres humanos. El Estado ya no puede permitir que los seres humanos mueran de muerte natural y que los muertos descansen en paz en sus tumbas. El Estado está obligado a dominar los límites de la muerte. El biopoder debe ser total. (…)

Apenas el ser humano se vuelva radicalmente contemporáneo –es decir, apenas se empiece a concebir como un cuerpo entre cuerpos, como una cosa entre cosas– debe aceptar que la tecnología estatal empiece a tratarlo correspondientemente. Sin embargo, para esta aceptación hay un requisito esencial: el objetivo claramente explicitado de este nuevo poder debe ser la vida eterna en la Tierra para todos los seres humanos.10

Si tal cosa fuera posible, que metafísicamente no lo es, nunca se trataría de la inmortalidad y de la vida eterna como ya dijimos, sino de una esclavitud sin precedentes y de una prisión sin escapatoria. ¡Qué horror, la humanidad de todos los tiempos y lugares atrapada simultáneamente en sus cuerpos aquí en la Tierra, donde a ciencia cierta la hundiría! Por eso el siguiente “invento” fue abogar por la conquista del espacio y la colonización de otros planetas de nuestra galaxia o de algunas remotas que quizás ya ni existan, expandiendo así dicha tortura a otros lugares físicos. Van a continuación algunos de los postulados de los “biocosmistas”, inspirados en el Cosmismo de Fiódorov:

En su Primer Manifiesto de 1922, los representantes del grupo de los biocosmistas-inmortalistas, que tenían sus raíces en el anarquismo ruso, escribían: “Consideramos esencial y real para el individuo sus derechos a la existencia (inmortalidad, resurrección y rejuvenecimiento) y a la libertad de trasladarse en el cosmos”. (…)

La inmortalidad es el objetivo supremo de cada individuo. Por eso, el individuo siempre será fiel a la sociedad si esta hace de la inmortalidad su objetivo. Al mismo tiempo, solo una sociedad total podrá brindarles a sus ciudadanos la posibilidad de vivir no solo fuera de los límites del tiempo, sino también de los límites del espacio: la sociedad comunista de inmortales será también “interplanetaria”, es decir, ocupará para sí todo el espacio cósmico.11

Pero no acaba aquí el delirio, pues

para Muraviov, el ser humano no era más que un compuesto específico de elementos químicos, lo mismo que cualquier otra cosa en el mundo. Por eso, Muraviov esperaba que en el futuro se eliminasen las diferencias de género y se crease un método puramente artificial y no sexual de producción de seres humanos. Con lo cual la gente del futuro estaría liberada del sentimiento de culpa frente a sus antepasados muertos: le deberían su existencia al mismo Estado organizado tecnológicamente que garantizaría y sustentaría su vida, su inmortalidad. (…)12

Y agrega Groys en su introducción:

Es posible que estos proyectos biopolíticos hayan sido utópicos,13 por cuanto no estaban basados en un conocimiento real de los procesos biológicos; pero al mismo tiempo, como suele ocurrir, contribuyeron al desarrollo de programas puramente científicos y técnicos. En la década de 1920, hubo bastantes programas de ese tipo, inspirados por proyectos biopolíticos radicales. De los más interesantes e influyentes fueron, sin duda, las investigaciones en el campo de la industria de construcción de cohetes dirigida por Konstantín Tsiolkovski. Su objetivo era la elaboración de un transporte para trasladar a los antepasados resurrectos a otros planetas; ese fue el comienzo de la historia de lo que a la postre sería la cosmonáutica soviética. (…)14

Todo lo cual ya estaba preparando las bases de la supuesta y pretendida “evolución” de la humanidad hacia una “especie superior”, “más que humana”, que es a lo que se aferrarán los transhumanistas de los años 50 en adelante, como tendremos oportunidad de ver en breve. Pero para acabar con los rusos, se diría que Tsiolkovski tenía unas opiniones más próximas a la de los incipientes fascismos europeos que a la de los cosmistas:

En este sentido, Tsiolkovski se refiere con bastante escepticismo a la supervivencia de la humanidad como especie. Consideraba incluso que los “seres superiores” estaban obligados de hecho a eliminar a los “seres inferiores” como los jardineros desmalezan sus huertos; y no excluía las posibilidades de que la humanidad fuesen “seres inferiores”.15

En medio de todo este tembladeral de despropósitos nos merecemos un buen descanso. ¿Qué tal si vamos a ver una película? Disculpen la mofa, pero, ¡cómo no tomarse todo este desvarío de ignorancia un poco a broma! Recordemos que estamos asistiendo al gran acontecimiento teatral del fin de un ciclo, interpretado simultáneamente en distintos planos y con escenas aparentemente disímiles aunque todas concurran en un desenlace único, signado por la instauración a nivel global de la grosería, la falsedad, la impostura y finalmente la inversión de todos los valores e ideas tradicionales, lo que va a conducir al fin de esta humanidad, prolegómeno de una regeneración total y del inicio de un nuevo ciclo cósmico. Así es que un break no nos caerá nada mal.

Ya apuntaba Guénon que para que la falsificación de la contratradición se fuera imponiendo en la mentalidad humana era necesario sugestionarla a muchos niveles, inventando por un lado pseudo-ritos laicos y cívicos para sustituir a los religiosos e iniciáticos, cada vez más desacreditados, si no negados, pero imitados inversamente para lograr cohesionar a la “masa” con vínculos de orden exclusivamente individual e incluso infrahumano. Por otro lado estarían

…las extravagancias de un supuesto “naturalismo” que, a pesar de su nombre, no resulta menos artificial, por no decir “antinatural”, que las inútiles complicaciones de la existencia contra las que pretende reaccionar mediante una ridícula comedia, cuyo verdadero propósito no es otro que el de hacer creer que el “estado natural” se confunde con la animalidad. ¡Incluso el propio reposo del ser humano ha terminado por verse amenazado de desnaturalización en virtud de la idea, contradictoria en sí misma, pero muy conforme con el “igualitarismo” democrático, de una organización del ocio!16

Dicha “organización del ocio” busca esa sugestión colectiva a la que hemos aludido y la uniformización creciente disfrazada de la más rica pluralidad, para lo cual se han movilizado desde mediados del siglo pasado suculentos negocios, como por ejemplo el del turismo de masas con el que pasárselo a lo grande en cualquier punto del planeta, viajando por tierra, mar y aire, destruyendo y contaminando todo para facilitar que la turba que se desplaza de aquí para allá siga haciendo lo de siempre pero en otro lugar. También el negocio de la moda en todos los sentidos: vestuario, alimentación, salud, conductas, usos y costumbres, formas de hablar y de comunicarse. Todo está mediatizado por esos “creadores” que deciden lo que se llevará en los campos ya mencionados y en el de la literatura, la música, el supuesto arte, la construcción de edificios, su decoración interior, etc., etc., o sea una permanente generación de tendencias a la que tanto contribuyen actualmente los influencers multiplicados como setas en todos los medios. Y como no, el mundo del espectáculo, dícese cine, teatro, música, danza, parques temáticos, juegos de roles, e infinidad de deportes que van moldeando las maneras de ser y pensar, o no pensar, que es lo más grave. Y no nos olvidemos de comprar, comprar y comprar, consumir sin descanso porque siempre habrá esa última novedad que aún no se posee, con lo cual toda esta “organización del ocio” provoca un stress tal que uno desea volver a la rutina de su trabajo, lo que en el fondo es pasar de una prisión a otra peor. Todo ello con el agravante de que esta agitación por la agitación se retroalimenta generando todo tipo de trastornos, desde la angustia o depresión pasando por la apatía o la hiperactividad, por lo que el alma está cada vez más acongojada, oprimida o excitada y retenida en esos bajos fondos de la vida tan peligrosos. Consecuentemente, sin entrever ni siquiera imaginar una salida por arriba, se la ha predispuesto cada vez más a buscarla por abajo.

Pero nos disponíamos a visionar una película. Podría ser por ejemplo una de aquellas de ciencia ficción que se vienen produciendo desde hace décadas.17 El cine, uno de esos espacios de ocio, ha puesto su granito de arena en toda esta labor contratradicional, sugestionando con creaciones infantiloides, pero para nada inofensivas, la mentalidad de un ser humano que al desconocer completamente las posibilidades de orden suprahumano o espirituales latentes en su interioridad, ha necesitado cada vez más mirar fuera de la Tierra y de sí mismo para encontrar alguna salida a la cárcel psicosomática en la que malvive. Y dado que la imaginación es muy poderosa –anticipándose muchas veces a lo que posteriormente se concretará con la ayuda de los avances de la ciencia moderna–, se han venido produciendo un sin fin de films sobre la búsqueda de vida más allá de la Tierra, la conquista de otros planetas porque la existencia en el nuestro ya se hacía insoportable, el arribo a remotas galaxias con super naves espaciales, el encuentro con seres alienígenas que nos confrontan o que simplemente ya nos están dirigiendo sin que nos enteremos, lo que desencadena luchas interplanetarias o galácticas increíbles, etc., etc. Recordemos, por ejemplo, 2001: Una Odisea del Espacio (1968); Solaris (1972); La Guerra de las Galaxias (1977); Stalker (1979); Matrix (1999); Interstellar (2014); Marte (2015) o la reciente Dune (2021) y un larguísimo etc. El ansia y la necesidad de conquistar los cielos interiores que ya se ignoran completamente o se niegan de plano, se ha proyectado en una huida literal y material hacia adelante y hacia afuera, como si hubiera un más allá ideal en el que alcanzar la plenitud y recuperar la armonía perdida. Y por supuesto, ninguna de estas películas logra salir del discurso del bien contrapuesto al mal, o sea de la dualidad irresoluble, que es la del “yo y el otro”, la permanente trampa del adversario que se irá acentuando más y más a medida que nos acerquemos a la disolución final.18

Por otra parte, en todos estos films los dioses y los héroes míticos prácticamente han desaparecido y han sido suplantados ya sea por alienígenas o por superhombres con poderes especiales, véase Superman (1978), a veces híbridos con animales como Spiderman (2002) o con máquinas o chips electrónicos, los cíborgs de Robocop (1987), Terminator (1984) etc., que en ocasiones se erigen como los salvadores de una humanidad a la deriva y a un paso de su extinción. En otros casos más siniestros, la máquina o la simbiosis del hombre con la máquina o con los dispositivos electrónicos, genera un “ser superior” que se pone en contra de su creador y busca aniquilarlo haciendo uso de la violencia más espeluznante. Aunque también se da la posibilidad de la atracción entre un humano y una producción robótica o simplemente virtual, como la voz que seduce al protagonista de Her (2013) y los amores entre androides y humanos en Blade Runner (1982), Ex machina (2014) o I’m your man (2021). Claros ejemplos de que el poder de la imaginación y la fantasía se ha anticipado muchas veces a lo que hoy en día vemos se está experimentando con la IA aplicada a la robótica, la nanotecnología, la ingeniería militar o la biomédica y muchos otros campos. En este último caso, la investigación genética y su manipulación para conseguir “mejorar” las limitaciones del ser humano seguido de su empleo perverso para “seleccionar” a los mejor dotados en detrimento de los invalidados es otra temática archiexplotada en el séptimo arte, véase, por ejemplo, Gattaca (1997); o bien la experimentación con fármacos y drogas que potencian facultades dormidas, haciendo trascender los límites de la corporalidad Unlimited (2011)– para quedar entonces atrapados entre residuos psíquicos –los bajos fondos del universo–, otras de las potentísimas armas del adversario para encadenar al ser humano y sumirlo en el caos más absoluto. O sea, que una vez logrado el encierro en su corporalidad y haber creado una dura coraza que no le permite advertir la luz de sus estados superiores, se abren entonces con toda facilidad los estados de conciencia inferiores, infrahumanos, que se irán apoderando de la totalidad del ser humano que los acoge, consciente o inconscientemente. Gran parte del cine de terror no hace sino dar cuenta de esta invasión de residuos psíquicos cósmicos, energías altamente peligrosas que en manos de ignorantes o de individuos con ciertos poderes y pretendidas capacidades para atraerlas, manejarlas y profitar de ellas, serán las que concurrirán a la disolución final con la que se cerrará el ciclo de la presente humanidad. Del cine de terror nada mencionaremos; mejor prevenirse de todos esos desperdicios de los que Guénon nos dice:

las fuerzas sutiles inferiores a las que se recurre en esta segunda fase pueden ser verdaderamente calificadas de “subversivas” desde todos los puntos de vista; y también hemos podido aplicar anteriormente la palabra “subversión” a la utilización al revés de todo lo que resta de las antiguas tradiciones que el espíritu ha abandonado;19 por lo demás, siempre se trata de casos similares, pues tales vestigios corrompidos caen necesariamente, en tales condiciones, dentro de las regiones inferiores del ámbito sutil. Vamos a dar otro ejemplo particularmente explicativo de la obra de subversión que supone la inversión intencionada del sentido legítimo y normal de los símbolos tradicionales.20

Sobre esta última cuestión, basta con ver algunas películas acerca de la Segunda Guerra Mundial para constatar la fuerza que adquirió el uso invertido de diversos símbolos tradicionales primordiales, como el de la esvástica, para sugestionar a multitudes, poseídas entonces por el fanatismo, el odio y los estados más inferiores de su ser, y totalmente predispuestas a cometer las más abyectas atrocidades.

Como vemos, el cine y sus múltiples producciones es un espejo acerca de lo que le está sucediendo a esta humanidad arrastrada cada vez más por las fuerzas disociativas del adversario, que hace un uso descarado de las artes del encantamiento, pero en sentido totalmente inverso. Y para muestra, démonos un baño de ilusionismo y magia fenoménica con los cientos de films que abordan esta temática con el apoyo de miles de efectos especiales que a la vista de los espectadores resultan auténticos milagros. Tema muy delicado éste de la magia, que usada con fines subversivos, puede desencadenar esas fuerzas altamente destructivas ya mencionadas y arrastrar hacia los cenagales más profundos de los que ya no es posible zafarse.

En fin, quizás este break nos haya aturdido más que relajado, o sorprendido, aunque también pudiera ser que nos haya abierto los ojos. Así son las jugadas en este inmenso escenario de películas simultáneas actuadas por las “super estrellas”, que ahora nos conducirán hacia la siguiente movida, el Transhumanismo, que parece alimentar y querer poner en práctica todos esos cuentos diabólicos de la ciencia ficción. El artículo que le dedica la Wikipedia, seguramente redactado por personas afines al asunto, dice:

El transhumanismo (abreviado como H+ o h+) es un movimiento cultural e intelectual internacional que tiene como objetivo final transformar la condición humana mediante el desarrollo y fabricación de tecnologías ampliamente disponibles, que mejoren las capacidades humanas, tanto a nivel físico como psicológico o intelectual. Los pensadores transhumanistas estudian los posibles beneficios y peligros de las nuevas tecnologías que podrían superar las limitaciones humanas fundamentales, como también la tecno-ética adecuada a la hora de desarrollar y usar esas tecnologías. Estos especulan sosteniendo que los seres humanos pueden llegar a ser capaces de transformarse en seres con extensas capacidades, merecedores de la etiqueta “posthumano”. (…)

El significado contemporáneo del término transhumanismo fue forjado por uno de los primeros profesores de futurología, Fereidoun M. Esfandiary, conocido como FM-2030, que pensó en “los nuevos conceptos del humano” en La Nueva Escuela alrededor de 1960, cuando comenzó a identificar a las personas que adoptan tecnologías, estilos de vida y visiones del mundo transicionales a “posthumanas” y “transhumanas”. Esta hipótesis se sostendría en los trabajos del filósofo estadounidense Max More, quien empezaría a articular los principios del transhumanismo como una filosofía futurista en 1990, y a organizar en California un grupo intelectual que desde ese entonces creció en lo que hoy se llama el movimiento internacional transhumanista.21

Para hacernos más idea de las pretensiones de este movimiento, podemos leer en el artículo citado:

Declaración de principios en 1999 de la Asociación Mundial Transhumanista:

1. En el futuro, la humanidad cambiará de forma radical por causa de la tecnología. Prevemos la viabilidad de rediseñar la condición humana, incluyendo parámetros tales como lo inevitable del envejecimiento, las limitaciones de los intelectos humanos y artificiales, la psicología indeseable, el sufrimiento, y nuestro confinamiento al planeta Tierra.

2. La investigación sistemática debe enfocarse en entender esos desarrollos venideros y sus consecuencias a largo plazo.

3. Los transhumanistas creemos que siendo generalmente receptivos y aceptando las nuevas tecnologías, tendremos una mayor probabilidad de utilizarlas para nuestro provecho que si intentamos condenarlas o prohibirlas.

4. Los transhumanistas defienden el derecho moral de aquellos que deseen utilizar la tecnología para ampliar sus capacidades mentales y físicas y para mejorar su control sobre sus propias vidas. Buscamos crecimiento personal más allá de nuestras actuales limitaciones biológicas.

5. De cara al futuro, es obligatorio tener en cuenta la posibilidad de un progreso tecnológico dramático. Sería trágico si no se materializaran los potenciales beneficios a causa de una tecnofobia injustificada y prohibiciones innecesarias. Por otra parte, también sería trágico que se extinguiera la vida inteligente a causa de algún desastre o guerra ocasionados por las tecnologías avanzadas.

6. Necesitamos crear foros donde la gente pueda debatir racionalmente qué debe hacerse, y un orden social en el que las decisiones serias puedan llevarse a cabo.

7. El transhumanismo defiende el bienestar de toda conciencia (sea en intelectos artificiales, humanos, animales no humanos, o posibles especies extraterrestres) y abarca muchos principios del humanismo laico moderno. El transhumanismo no apoya a ningún grupo o plataforma política determinada.22

Es obvio que todo esto ha venido para instalarse; ya estamos viviendo en nuestro día a día la irrupción de la tecnología y los algoritmos que pretenden gobernarnos a una velocidad que va por delante de cualquiera de las disquisiciones y “buenas intenciones” acerca de sus usos “adecuados”. El negocio es el negocio, y los intereses de los más ricos del mundo son aumentar sus arcas y comenzar desde ahora mismo esa selección de los “mejores humanos” que, debidamente manipulados genéticamente, recompuestos con microchips y/o dispositivos mecánicos e infiltrados con vaya usted a saber qué tipo de venenos, sean los prototipos de esa supuesta nueva especie posthumana.

Algunos teóricos, como Raymond Kurzweil, piensan que el ritmo de la innovación tecnológica se está acelerando y que en los próximos 50 años se puede producir no solo radicales avances tecnológicos, pero, posiblemente, una singularidad tecnológica,23 que puede cambiar fundamentalmente la naturaleza de los seres humanos. Los transhumanistas que prevén este cambio tecnológico masivo en general sostienen que es deseable. Aunque algunos también tienen que ver con los posibles peligros del cambio tecnológico extremadamente rápido y proponen opciones para asegurar que la tecnología avanzada sea utilizada de manera responsable. Por ejemplo, Bostrom ha escrito mucho sobre el riesgo existencial para el bienestar futuro de la humanidad, incluyendo los riesgos que podrían ser creados por las tecnologías emergentes.24

Pero para otros será la panacea:

El filósofo transhumanista David Pearce cree y promueve la idea de que existe un fuerte imperativo ético para que los humanos trabajen hacia la abolición del sufrimiento en toda la vida sensible. Su manifiesto The Hedonistic Imperative describe cómo las tecnologías como la ingeniería genética, la nanotecnología, la farmacología y la neurocirugía podrían converger para eliminar todas las formas de experiencias desagradables entre los animales humanos y no humanos, reemplazando el sufrimiento con gradientes de bienestar, un proyecto al que se refiere como “ingeniería del paraíso”.25

Llegando al colmo de la aberración y la confusión:

Martine Rothblatt, fundadora de United Therapeutics, afirmó que “la vida tiene un propósito; la muerte es opcional; Dios es tecnológico; el amor es esencial”.26

Y se quedan tan tranquilos. No contentos con haber “matado” a Dios hace algunos siglos, ahora, como plenipotenciarios amos del universo, nos vemos con el derecho de tomarle el relevo y devenir los demiurgos de nuestra propia “creación”:27 la de un supuesto ser superior, simbiosis de humano y tecnología avanzada, con un super-cerebro intervenido que lo “conocerá” todo y al que habremos de rendirnos y adorar. ¿No es esto la idolatría de un monstruo? Una cosa surgida en el laboratorio, artificial, fruto de la manipulación, sin alma ni verdadera inteligencia, configurada por la suma de informaciones sesgadas, tendenciosas y limitadas al nivel rasante, grosero y material con el añadido de supuestas emociones y sentimientos que no dejan de ser el producto de algoritmos; por lo tanto, un ignorante del espíritu y que pretenderá imitarlo inversamente, haciéndonos creer que es omnipresente y omnipotente. ¿Es tal el grado de subversión que, emulando el gesto original de la deidad que ha puesto al ser humano en el lugar central del Universo y le ha otorgado la potestad de nombrarlo todo, ubicaremos ahora a estos engendros en el centro de nuestras existencias para que sean como Dios? Y, ¿nos entregaremos sumisos en manos de esta aberración?

En esta tesitura no nos hace falta recurrir al cine porque la película se está escenificando en este mismo instante y todos somos protagonistas del film. El espectáculo del fin de ciclo se actúa en tablados simultáneos, el más amplio de los cuales corresponde al de la concreción material. En los mundos invisibles son escasos los actores que juegan algún papel, aunque éste es muy necesario. Y al grueso de la humanidad le toca actuar el triste rol del olvido y la ignorancia más extrema, hasta llegar al punto final de la negación de todo lo que pertenece al orden espiritual. Para ello, además de lo que venimos narrando, se han inventado unos medios al alcance de todos los seres humanos con los que se va inoculando el veneno antitradicional que conduce al reino de la contratradición. El que, gracias a la tecnología, ha logrado afianzarse.28

Fijémonos en los dispositivos electrónicos de distintos formatos, desde los que agarramos con la mano y ya casi no soltamos ni para dormir, hasta las pantallas que caben en los bolsos o las que reposan sobre los escritorios: se han convertido en unos infiltrados en nuestras vidas, especialmente el teléfono móvil, del que nos atreveríamos a decir que apenas si queda algún ser humano que no disponga de uno de estos artefactos. Dichos ingenios se postulan como las herramientas de la hiper-conectividad y de la hiper-información –gracias a las múltiples aplicaciones que les podemos instalar–, cuando en realidad son también los instrumentos del hiper-control: por ellos se “sabe” cómo nos llamamos, dónde vivimos, dónde trabajamos, por dónde nos movemos, cuáles son nuestros gustos, intereses y aficiones; se conocen nuestras cuentas bancarias, lo que compramos, nuestras enfermedades, con quién hablamos y el contenido de nuestras conversaciones. Son mediadores entre cada individuo y super-cerebros electrónicos que almacenan millones de datos –el “big data”–, capaces de responder a toda pregunta y de ponernos en contacto con cualquier otro individuo, grupo, entidad, institución, empresa, etc., creando la ilusión de una comunicación sin límites. Desde su irrupción masiva a nivel mundial se han ido convirtiendo en “imprescindibles”, atándonos a lo que nos ofrecen y encerrándonos en una especie de burbuja que tras el disfraz de la inter-conectividad, paradójicamente, nos mantiene bien aislados. Son potentísimas drogas electrónicas que actúan a nivel psicológico, generando mucha dependencia, alimentando deseos que nunca se sacian, o sea un consumismo constante de lo que fuere, con la subsiguiente ansiedad o síndrome de abstinencia cuando se nos acaba la batería que los alimenta o los olvidamos en casa, despertando además inseguridades y miedos, o todo lo contrario, exacerbaciones del ego; también apatía, pues nos acostumbran a no tener que pensar, ni apenas decidir, con lo que poco a poco van anulando lo que queda de humano en nuestra individualidad y nos van arrastrando hacia una especie de desconcierto y desconcentración permanente que está facilitando la invasión de todo tipo de residuos psíquicos, no solamente humanos, sino también los procedentes de los bajos fondos cósmicos. Con estas teóricas “puertas” al mundo entero, accedemos a “buscadores” (Google es el que está a la cabeza) que aportan cantidades ingentes de información de cualquier cosa, sin poder distinguir ya la verdadera de la falsa ni saber si la ha generado un ser humano, una IA o un bot. Con esos dispositivos podemos también adentrarnos en la maraña de las llamadas “redes sociales”, como Facebook, Instagram, TikTok, Telegram, X y alguna más, en las que cualquiera puede decir, escribir o mostrar con imágenes o videos lo que se le pasa por la cabeza buscando el aplauso de la multitud; mensajes que los directores de tales empresas han decidido, en aras de la libertad de expresión, dejar de pasar por el filtro de los moderadores de contenidos (muchos de ellos con graves secuelas psicológicas por las barbaridades que les ha tocado ver a diario) y dar rienda suelta a millones de naderías, cuando no aberraciones de distinta índole.

Como decíamos, ya no hace falta ver películas. Ahora cualquiera es el protagonista de su guión que puede compartir en este mismo momento y llegar a los confines de la Tierra si es que su mensaje logra hacerse viral, generando una especie de contagio que se extiende instantáneamente. Los teléfonos celulares son nuestra agenda, nuestro gestor, nuestro meteorólogo, nuestro médico, nuestro billetero, nuestro asesor de ocio, de trabajo, de viajes… o sea que se cumplió el objetivo de conseguir un instrumento para tener bien atada a toda la humanidad y sumisa ante eventuales mensajes enviados masivamente.29 Los efectos de la propaganda de los sistemas totalitarios están siendo superados por estos medios que van inyectando consignas de todo tipo sin control y con unas posibilidades de manipulación, mentira y engaño como nunca se han conocido. Por lo que nos atreveríamos a decir que serán el medio más idóneo para que, en el momento de la instauración definitiva del reino de la contratradición, sirvan de correa de transmisión a la gran parodia protagonizada por el adversario.

Por otra parte, la creciente investigación y puesta en práctica de la IA en todos los ámbitos de la vida también está contribuyendo a reducir de forma vertiginosa lo que queda del potencial del ser humano para trasladárselo a la “diosa técnica”, haciendo que sea ella la que piense por nosotros, hable, escriba, cuente, cante y componga música, genere videos, pinte, diagnostique, opere, aconseje, etc., tanto a nivel particular como grupal, estatal o global. Es apabullante la aparición diaria de aplicaciones de la IA promovidas por las grandes empresas de hi-tech, no sólo occidentales sino también de oriente –China, Japón, India, Corea, Taiwan, etc.–, en una carrera desenfrenada por hacer crecer las arcas de un negocio que beneficia a unos pocos y que se ha instalado en nuestra cotidianidad sin apenas regulaciones ni contando con nuestro beneplácito. Sencillamente nos lo imponen. Por poner un ejemplo tonto, ¿nos hemos fijado cómo, en las múltiples gestiones de todo tipo que nos obligan a realizar por vía telemática o por teléfono, ya no aparecen seres humanos que nos atiendan sino mensajes de “bots” o voces de IA de lo más “humanizado” que nos hacen ir de aquí para allá sin conseguir muchas veces solucionar el problema y dejándonos tirados sin otra posibilidad que comenzar de nuevo el bucle y repetirlo hasta la extenuación? Todo en aras de hacernos la vida más sencilla, ¡gran mentira! Y claro, esta instalación a gran escala de la IA comporta la necesidad de generar macro-computadoras y discos duros cada vez de mayor capacidad, guardados en naves inmensas en medio de lugares inhóspitos que almacenan millones y millones de datos sobre particularidades fútiles, pero también elementos muy tóxicos y disolventes procedentes de los bajos fondos del universo.30 Más que “centros de conocimiento” diríamos que son grandes basureros, reflejo de aquello en lo que se ha convertido el ser humano actual. Además, dichos almacenes consumen unas cantidades de energía tan desmesuradas que están obligando a producir cada vez más y más electricidad, chupándole al ya exhausto planeta que habitamos los pocos recursos que le quedan. Por otra parte, es precisamente con estos datos con los que se programan los sistemas de simulación del razonamiento, la comunicación y el comportamiento humano; sistemas artificiales, sin cuerpo y sin alma, una auténtica impostura. De nuevo nos surgen preguntas, ¿a qué dedicaremos el día los humanos si con estos sistemas se fabricarán todo tipo de artefactos para sustituir nuestras labores? ¿No hará falta que trabajemos? ¿Quién nos pagará el sueldo o la pensión? ¿Aprovecharemos el tiempo libre en actividades que nos reditúen beneficios como seres humanos? ¿O nos pasaremos el día enganchados a las pantallas para atrofiarnos cada vez más?

Por lo que a la luz de la tradición, la jugada del desarrollo de los diferentes tipos de IA (los sistemas que piensan como humanos, los sistemas que actúan como humanos, los sistemas que piensan racionalmente, los sistemas que actúan racionalmente, la IA generativa, la IA fuerte, la IA explicable, la IA amigable, la IA multimodal, la IA cuántica y todas las que están camino de inventarse) es maestra; propiciarán la entrega de esta humanidad –por convencimiento, por comodidad, por imposición o simplemente por ignorancia– en manos de este gran monstruo tecnológico que se presenta como el summum de la inteligencia, cuando de verdadera inteligencia nada tiene, pero sí un inmenso poder de sugestión sobre la especie de masa amorfa en la que se está convirtiendo la humanidad, predispuesta a seguir pollinamente las consignas del gran farsante, cabecilla de la contratradición, que tiene todos los números de presentarse como uno de estos engendros amorfos, siendo la amorfidad una de las características por las que podrá ser reconocido.31

Sin embargo, las cosas no son tan simples y no se puede atribuir solamente a la IA y los lobbies que la manejan esta deriva; habría que agregarle el sin gobierno de los gobiernos actuales, con unos dirigentes, si no locos, sí unos auténticos corruptos, ególatras ignorantes y mentirosos que se saltan la ley y la moral (lo último que queda para mantener un cierto orden social), disfrazados de lo que más les conviene para defender exclusivamente sus intereses contrapuestos a los de los “otros”, que por supuesto son siempre sus enemigos –seres inferiores y despreciables–, extendiendo de este modo la confrontación, el odio, la violencia, el caos y la confusión por todos los rincones. ¿No es alucinante que el mismísimo presidente de los EEUU haya difundido una imagen creada con IA por el canal oficial de la Casa Blanca donde aparece vestido de Papa y amenazando con el dedo índice? Y de nuevo no pasa nada, porque parece que es más infalible que el Papa. Por no hablar también de las guerras, ya sea comerciales, con armas convencionales o con sistemas de IA sofisticados que contribuyen a desestabilizar, generar miedo, terror y extender hambrunas cada vez por más lugares del planeta. Esta semana leíamos que hay más de 50 conflictos bélicos en el mundo, a los que hay que añadir la gran farsa de la “sostenibilidad ambiental”, epígrafe tras el cual se esconden prósperos negocios que nada tienen de sostenibles y que están dilapidando salvajemente los recursos de nuestro planeta y contaminándolo con toneladas de desperdicios. El reino de la farsa y la mentira, que es el del adversario, está muy instalado en nuestra cotidianidad. Y cuando el ser humano, que como ya dijimos acabó con Dios hace unos siglos, acabe consigo mismo diluyéndose en una masa amorfa, se habrá consumado la obra del gran impostor.

Efectivamente, tal imperio de la “contratradición” coincide exactamente con lo que ha sido designado como el “reino del Anticristo”: éste, sea cual fuere la forma en que se conciba, es en cualquier caso el que habrá de concretar y sintetizar en sí todos los poderes de la “contrainiciación” para esta obra definitiva, y ello tanto si se concibe como un individuo o como una colectividad; en cierto sentido, es a la vez lo uno y lo otro, pues debe existir una colectividad que sea la “exteriorización” de la organización “contrainiciática” saliendo por fin a la luz, y también un personaje que, colocado a la cabeza de esa colectividad, será su expresión más completa y la encarnación de todo cuanto ella represente, aunque sólo sea a título de “soporte” de todas las influencias maléficas que, tras concentrarlas en sí mismo, habrá de proyectar sobre el mundo. Es evidente que se tratará de un impostor (éste es el sentido de la palabra dajjâl con que suele designársele en árabe), ya que su reino no será más que la “gran parodia” por excelencia, la imitación caricaturesca y “satánica” de todo cuanto es verdaderamente tradicional y espiritual; no obstante estará hecho, por decirlo así, de tal manera que le resultaría verdaderamente imposible dejar de desempeñar este papel. Ciertamente ya no se tratará del “reino de la cantidad” que no era en definitiva más que el objetivo final de la “antitradición”; por el contrario, so pretexto de una falsa “restauración espiritual”, será una especie de reintroducción de la cualidad en todas las cosas; si bien se tratará de una cualidad en la que el valor legítimo y normal será interpretado de forma invertida; tras el igualitarismo de nuestros días habrá de nuevo una jerarquía afirmada de manera visible, pero se tratará de una jerarquía invertida, es decir, en rigor, de una “contrajerarquía” cuyo vértice será ocupado por el ser que, en realidad, habrá de tocar más de cerca que cualquier otro el propio fondo de los “abismos infernales”.32

Dicho ser, nos sigue advirtiendo Guénon, será la viva imagen de la falsedad y la mentira, una caricatura y simulacro, algo muy grotesco, motivo por el cual los que aún tienen capacidad de “ver con el ojo del corazón” lo podrán identificar y desapegarse de inmediato de sus garras; lo fundamental es mantenerse vigilantes y no dejar que se nos cuele ninguna de esas influencias subversivas, que paradójicamente residen también en nuestro interior; mas apelando a la inteligencia, la valentía y la sabiduría las podemos mantener acogotadas y con nuestro pie en su cuello, allí abajo, en el lugar que les corresponde y sin que vengan a poner trabas a quienes todavía reconocemos filones abiertos hacia los mundos superiores, que son los de las ideas y de los arquetipos en su estado puro. Y continua el metafísico francés, que tanto nos esclarece:

Por añadidura, lo falso también es necesariamente lo “artificial” y, a este respecto, la contratradición no podrá, a pesar de todo, dejar de poseer este carácter “mecánico” inherente a todas las producciones del mundo moderno, la última de las cuales será ella misma; precisando más aún podemos decir que habrá en ella algo comparable al automatismo de esos “cadáveres psíquicos” a los que hemos aludido anteriormente, de manera que estará hecha, como ellos, de residuos artificial y momentáneamente animados, lo que explica igualmente que nada duradero puede haber en ella; este amasijo de residuos galvanizados, valga la expresión, por una voluntad infernal es lo que tal vez pueda dar una idea más clara de algo que ha alcanzado los propios confines tras los que comienza la disolución.33

No nos aventuramos a predecir nada, sólo alentar a estar bien despiertos y seguir reconociendo la luz de la Inteligencia. La luz artificial alimenta a esa bestia tecnológica presuntamente indestructible que sin embargo puede irse al traste en cinco segundos. Acabamos de vivir en la Península Ibérica un “cero de potencia eléctrica”, o sea un apagón total. Hemos podido darnos cuenta por un día –pues al siguiente parece que todo ya se ha olvidado– de la fragilidad de un mundo que se sustenta en la luz producida artificialmente, esto es, en la energía eléctrica que alimenta todos esos artefactos y engendros artificiales en manos de los cuales hemos depositado nuestras acciones cotidianas más simples, haciendo que nuestra vida se sustente en toda esta artificiosidad.

Por último, recordar que en estos momentos tan faltos de verdadera espiritualidad hay que andarse con mucho ojo con lo que Guénon denominó el neo-espiritualismo, es decir, un conjunto de movimientos heterogéneos agrupados bajo dicha denominación cada vez más proliferantes en nuestros días, a cual más estrafalario y sincrético, en permanente disputa y lucha entre sí aunque en sus filas prodiguen siempre una fraternidad universal. Toda esta amalgama pretende erigir una “nueva espiritualidad” absolutamente materializada y psíquico-fenoménica, que no busca sino el bienestar de la individualidad, apoyándose en la utilización invertida de los símbolos y los ritos auténticamente tradicionales y en una creencia ciega en el progreso y en la evolución hacia una humanidad más perfecta, reconociendo por supuesto el inmenso valor de los avances tecnológicos y científicos, en constante cambio, lo que les obliga a replantearse a cada paso sus postulados y actuaciones, con lo que se mueven siempre en el campo de lo relativo. Todas estas agrupaciones, escuelas y movimientos esparcidos por el mundo entero y muy presentes también en las redes sociales para conseguir captar más acólitos, confunden totalmente lo de orden espiritual (que desconocen por completo) con lo psíquico, y son por tanto el sustrato idóneo para que las fuerzas sutiles más inferiores y subversivas que andan desbocadas, se cuelen en sus filas y se apoderen tanto de los que las manejan como de sus seguidores, infiltrados muchos de ellos en ámbitos de poder y con influencias a gran escala. Además, y esto es lo más terrible, al no reconocer un principio superior en el que todo está unificado, se mueven siempre en las aguas del dualismo, por lo que jamás podrán salir del mundo de la ilusión.

Esta ilusión hunde sus raíces en el error dualista del que ya hemos hablado; el dualismo, en una forma u otra, es la doctrina que forzosamente deben profesar todos aquellos cuyo horizonte se detiene en ciertos límites, aunque éstos sean los del mundo manifestado, y que, al no poder resolver la dualidad que desde el interior de tales límites perciben en todas las cosas, refiriéndola a un principio superior, llegan a convencerse de que posee un carácter irreductible, lo que les obliga a negar la Unidad suprema, comportándose consecuentemente como si no existiera. Esta es la razón de que hayamos podido decir que los representantes de la “contratradición” terminan por ser víctimas de su propio papel y que su ilusión es, sin lugar a dudas, la peor de todas puesto que, en definitiva, es la única mediante la cual un ser no sólo llega a extraviarse con mayor o menor gravedad, sino que puede perderse sin remedio; no obstante, es obvio que si no tuviese esta ilusión, no desempeñaría una función que, a pesar de todo, debe ser realizada como todas las demás para el cumplimiento del plan divino en este mundo.34

Este es, pues, el guión que le toca interpretar a la contratradición: el del cierre de este ciclo cósmico, nada menos que el del manvantara número 7 de los 14 que componen un kalpa, según la terminología hindú de la doctrina de los ciclos cósmicos. El cuándo y el cómo del fin de la función nadie lo conoce. Los textos sagrados de muchas de las tradiciones de la tierra profetizan una gran tribulación final en la que parecerá imponerse momentáneamente el reino del adversario. Las películas apocalípticas acerca de esta temática también vienen sucediéndose desde hace décadas, anunciando grandes catástrofes naturales, guerras atómicas devastadoras, caídas de meteoritos sobre nuestro planeta, pestes y enfermedades exterminadoras, resurrecciones de despojos psíquicos que siembran el terror, invasiones de extraterrestres o cíborgs que querrán acabar con los humanos e imponerse con violencia, etc., etc. De nuevo la fantasía y la imaginación han presentado escenarios tremendos copados solamente por aquello que conoce el ser humano actual: su individualidad psico-física y los estados inferiores del ser, o sea, los infrahumanos, que son los que campan a sus anchas al haber cerrado las puertas a los estados superiores con el concurso de todo lo que hemos venido explicando hasta ahora. Citaremos solamente Apocalypse now (1979), película escalofriante que retrata muy bien la idea de que el infierno está aquí, en aquellos seres humanos que lo encarnan. Pero es tanta la ceguera, que aunque se intuya el fin que se avecina, lo único que se le ocurre a esta humanidad es recomendar un kit de supervivencia para tres días (una buena tomadura de pelo) o, para quien disponga de más recursos, construirse búnkeres bajo tierra con todo tipo de lujos en los que poder sobrevivir hasta que pasen las catástrofes. También hay otras iniciativas, tal el almacén mundial de semillas de Svalbard (conocido popularmente como la “cámara del fin del mundo” a prueba de bombas, terremotos y erupciones volcánicas) y la tan de moda criogenización de cadáveres o de óvulos y semen, perfectamente congelados para que puedan ser los progenitores o habitantes del nuevo mundo. Y nos preguntamos: ¿cómo se conservarán a bajas temperaturas si se va la luz o se consumen las super-baterías? Bueno, quizás ya tienen previsto enviarlo todo al espacio en cohetes, juntamente con los “elegidos” posthumanos, hasta estaciones espaciales o bases en otros planetas, para regresar cuando haya pasado este mal momento. Y así se van sumando despropósitos y delirios mientras aumenta la agitación, la confusión y el caos.

El estreno de un nuevo ciclo

Nada puede oponerse al espíritu. El reino del adversario, que pretenderá emularlo de forma invertida erigiéndose como el jefe de una jerarquía al revés, tendrá los días contados. La gran ilusión se esfumará.

Así pues, si se pretende alcanzar la realidad del orden más profundo, puede afirmarse con todo rigor que el “fin de un mundo” no es nunca ni podrá ser jamás algo diferente del final de una ilusión.35

Sobre el estreno del nuevo ciclo, se guarda silencio. Es una primicia no desvelada hasta que llegue su inauguración.

Estábamos escribiendo estas líneas cuando ha muerto el Papa Francisco. Como representante del exoterismo cristiano, dejó escritas unas palabras que quisiéramos citar, pues a su nivel dan pistas de hacia dónde debiera dirigir la mirada el ser humano, al menos para realizarse plenamente como tal y aspirar a la salvación del alma, que es lo que persigue la religión:

En el tiempo de la inteligencia artificial no podemos olvidar que para salvar lo humano hacen falta la poesía y el amor. Lo que ningún algoritmo podrá albergar será, por ejemplo, ese momento de la infancia que se recuerda con ternura y que, aunque pasen los años, sigue ocurriendo en cada rincón del planeta. (…) Todo se unifica en el corazón, que puede ser la sede del amor con la totalidad de sus componentes espirituales, anímicos y también físicos. En definitiva, si allí reina el amor una persona alcanza su identidad de modo pleno y luminoso, porque cada ser humano ha sido creado ante todo para el amor, está hecho en sus fibras más íntimas para amar y ser amado. (…) Ante el Corazón de Cristo, pido al Señor que una vez más tenga compasión de esta tierra herida, que él quiso habitar como uno de nosotros. Que derrame los tesoros de su luz y de su amor, para que nuestro mundo que sobrevive entre las guerras, los desequilibrios socioeconómicos, el consumismo y el uso antihumano de la tecnología, pueda recuperar lo más importante y necesario: el corazón.36

Es también en el corazón donde se produce la iniciación, el despertar a la visión de la Unidad y la vivencia simultánea de todos los mundos, seres y cosas desde este punto de vista de la unidad del Ser universal, y aún más, de la No Dualidad entre el Ser y el No ser. Aquí, en el corazón, la iniciación pasa de ser virtual a efectiva. En lo más íntimo y secreto de esta caverna se produce la anamnesis y la metanoia, la identidad entre el ser que conoce y el objeto conocido por el conocimiento mismo. Corazón, centro del Ser, centro del Mundo, lugar de recepción de la influencia espiritual, sede del espíritu inmortal, de la verdad y de la luz. La luz de la inteligencia es la única y verdadera guía en estos momentos de extrema oscuridad intelectual-espiritual. De hecho, no hay nada más extraordinario que descubrirse, saberse, un cuerpo de luz inmaterial, al decir de los cabalistas, o como escribía Marsilio Ficino:

También la verdad es ella misma una luz interior y la luz una verdad que se despliega hacia el exterior.37

En una carta que el mismo filósofo renacentista dirige a su amigo Michele Mercati, pone en boca de la deidad:

Ámame solamente a mi, oh alma, solamente a la luz infinita. Te digo que ames a la luz, a mí, infinitamente; así brillarás y te deleitarás infinitamente.38

También es bien lúcido cuando este poeta escribe:

¿Qué es la luz en Dios? La inmensa exuberancia de su bondad y su verdad. ¿Qué es en los ángeles? La certeza de la inteligencia que emana de Dios y la alegría desbordante de su voluntad. ¿Qué es en los cuerpos celestes? La abundancia de la vida en los ángeles, el despliegue de la potencia en el cielo. La risa del cielo. ¿Qué es en el fuego? Una fuerza vital inducida por los cuerpos celestes, una propagación eficaz. La gracia descendida del cielo en lo que está privado de sentido. La alegría del espíritu y la fuerza de los sentidos en lo que está dotado de sentido. En fin, la efusión de la íntima fecundidad en todas las cosas, y por todas partes, la imagen de la bondad y la verdad divinas.39

Y en nuestros días, nos recuerda Federico González:

La luz está siempre presente; sólo nos separa de ella un abismo psicológico de incomprensión; sin embargo ella es permanente a pesar de todas las negativas pues es imposible alterar un orden en el que nuestra acción es parte de un juego de sombras. La luz no se perturba, sigue impertérrita y fija ya que ella no es una superestructura mental inventada, propiedad de los hombres.40

Elegimos dejar por hartazgo y saturación toda esta gran farsa ilusoria y colocarnos “a la luz y al calor de la pasión contenida, de la atención concentrada, de la reiteración ritual sucesiva”41 en la cámara más secreta del ser, en el corazón, iluminado desde dentro por una tenue luz dorada que se va absorbiendo en el negro del Silencio y la Paz profunda. No podríamos imaginar un final más liberador.

NOTAS
1 René Guénon. Apercepciones sobre la iniciación. Sanz y Torres, Madrid, 2006.
2 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Teatro”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013. Integramente en versión online: Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos.
3 Como referencia recomendamos el estudio de Carlos Alcolea. Teatro Sagrado. El juego mágico de la memoria o el arte de percibir la teatralidad de la vida. Ed Libros del Innombrable, Zaragoza, 2021, donde se aborda ampliamente esta temática incluyendo una muy completa bibliografía de autores que también tratan el tema.
4 René Guénon. El reino de la cantidad y los signos de los tiempos. Paidós Orientalia, Barcelona, 1997.
5 Ibid.
6 Ibid.
7 Carlos Alcolea. Teatro Sagrado. El juego mágico de la memoria o el arte de percibir la teatralidad de la vida, op. cit.
8 Boris Groys (comp.). Cosmismo ruso. Tecnologías de la inmortalidad antes y después de la revolución de octubre. Traducción de Fulvio Franchi. Introducción de Martín Baña, Alejandro Galiano. CajaNegra editora. Colección Futuros Próximos, Buenos Aires, 2021.
9 Ibid.
10 Ibid.
11 Ibid.
12 Ibid.
13 No compartimos el sentido que el autor le está dando a la palabra utopía. Para nosotros, y según explica Federico González, la utopía sería más bien una imagen de la ciudad celeste, y por tanto, “una organización casi imposible de alcanzar por las limitaciones humanas, aunque real en otros espacios o mundos relacionados con las ideas”. Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Utopía”, op. cit.
14 Boris Groys (comp.). Cosmismo ruso. Tecnologías de la inmortalidad antes y después de la revolución de octubre, ibid.
15 Ibid.
16 René Guénon. El reino de la cantidad y los signos de los tiempos, ibid. En cuanto al naturalismo recién mencionado por el autor y las energías pretendidamente espirituales (que para nada lo son) puestas en juego por los seguidores de terapias y medicinas alternativas, yogas, meditaciones y gimnasias, dietas alimentarias y formas de vida supuestamente naturales encaminadas a alcanzar la armonía entre el cuerpo, la mente y una especie de conciencia cósmica difusa, Guénon advierte: “Con mayor motivo debemos guardarnos con extrema vigilancia (pues el enemigo al que aludimos sabe perfectamente adoptar los más insidiosos disfraces) de todo lo que induce al ser a ‘fundirse’, o con mayor exactitud diríamos a ‘confundirse’ o incluso ‘disolverse’, en una especie de conciencia cósmica que excluye toda ‘trascendencia’, es decir, toda espiritualidad efectiva; ésta es la última consecuencia de todos los errores antimetafísicos que, en su vertiente más especialmente filosófica, son designados por términos como ‘panteísmo’, ‘inmanentismo’ y ‘naturalismo’, cosas todas estrechamente relacionadas, consecuencia ante la cual muchos se echarían para atrás si verdaderamente supiesen de qué estaban hablando. Esto supone, efectivamente, tomar la espiritualidad al revés en el sentido literal, sustituyéndola por lo que constituye en rigor su inverso por conducir inevitablemente a su pérdida definitiva, siendo esta sustitución en lo que consiste el ‘satanismo’ propiamente dicho; los resultados no cambian substancialmente según que el proceso sea consciente o inconsciente y, además, no conviene olvidar que el ‘satanismo inconsciente’ de algunos, más numerosos que nunca en nuestra época de desorden generalizado en todos los ámbitos, en el fondo no es más que un instrumento en manos del ‘satanismo consciente’ profesado por los representantes de la contratradición”. Ibid. Y Guénon prosigue, puntualizando acerca del peligro de esa pretendida “fusión con la conciencia cósmica”: “En otro lugar hemos tenido ocasión de señalar el simbolismo iniciático de una ‘navegación’ que habría de realizarse a través del océano representativo del ámbito psíquico, cuya travesía debe llevarse a cabo evitando todos sus peligros para llegar a la meta; mas ¿qué decir de aquél que se arrojase en medio de este océano sin más aspiración que la de ahogarse en él? Esto es exactamente lo que significa la supuesta ‘fusión’ con una ‘conciencia cósmica’ que, en realidad, no es más que el conjunto confuso e indiferenciado de todas las influencias psíquicas, las cuales, pese a lo que algunos puedan imaginar, ciertamente nada tienen en común con las influencias espirituales, incluso si las imitan más o menos en algunas de sus manifestaciones exteriores (pues éste es el terreno en el que la ‘falsificación’ se ejerce en toda su amplitud y ésta es la razón de que tales manifestaciones ‘fenoménicas’ nunca lleguen a probar nada por sí mismas, pudiendo ser perfectamente iguales las producidas por un santo y por un brujo). Los que cometen tan fatal error olvidan o sencillamente ignoran la distinción entre las ‘Aguas superiores’ y las ‘Aguas inferiores’; en lugar de elevarse hacia el océano de arriba, se hunden en los abismos del océano de abajo; en lugar de concentrar todos los poderes para dirigirlos hacia el mundo informe, que es el único que puede ser llamado ‘espiritual’, los dispersan en la diversidad indefinidamente cambiante y huidiza de las formas de la manifestación sutil (que es lo que mejor corresponde a la concepción de la realidad bergsoniana), sin reparar en que lo que toman por plenitud de ‘vida’ no es efectivamente más que el reino de la muerte y de la disolución irreversible”. Ibid.
17 La literatura de ciencia ficción empezó a ponerse de moda a partir de los años veinte del siglo pasado, con antecedentes en la literatura fantástica, de aventuras y de terror de autores como Julio Verne, Edgar Alan Poe, Shelley y muchos otros. Según la Wikipedia: “Es un género especulativo que relata acontecimientos posibles desarrollados en un marco imaginario, cuya verosimilitud se fundamenta narrativamente en los campos de las ciencias físicas, naturales y sociales. La acción puede girar en torno a un abanico grande de posibilidades (viajes interestelares, conquista del espacio, consecuencias de una hecatombe terrestre o cósmica, evolución humana a causa de mutaciones, evolución de los robots, realidad virtual, civilizaciones alienígenas, etc.). Esta acción puede tener lugar en un tiempo pasado, presente o futuro, o, incluso, en tiempos alternativos ajenos a la realidad conocida, y tener por escenario espacios físicos (reales o imaginarios, terrestres o extraterrestres) o el espacio interno de la mente. Los personajes son igualmente diversos: a partir del patrón natural humano, recorre y explota modelos antropomórficos hasta desembocar en la creación de entidades artificiales de forma humana (robot, androide, cíborg) o en criaturas no antropomórficas”. Muchas de estas obras inspiraron posteriormente guiones cinematográficos, lo que aseguraba la difusión de este tipo de “entretenimientos” a nivel masivo.
18 “…pero el Adversario con mayúsculas, son aquellas fuerzas que impiden el Conocimiento de lo que es la verdad y el mundo en cuanto creación divina con un origen supracósmico. Este es el adversario espiritual al que el iniciado en los Antiguos Misterios debe oponerse en su recorrido ascendente”. Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Adversario”, ibid. Por lo que no debemos reconocerlo solamente fuera de nosotros, sino también habitando en nuestro interior como las múltiples máscaras que creen tener entidad en y por sí mismas, alejándonos de la visión de la Unidad, la Verdad y el Bien, o sea encerrando al ser en un dualismo sin escapatoria.
19 Y sigue advirtiendo el metafísico: “…conviene, efectivamente, hablar de ‘corrupción’ incluso en el sentido más literal de la palabra, ya que los ‘residuos’, como decíamos en un principio, son en este caso comparables a los productos de la descomposición de lo que fue un ser viviente; así pues, como toda corrupción resulta contagiosa en definitiva, tales productos de la disolución de las cosas pasadas, ejercerán, en todas las partes en las que sean ‘proyectados’, una acción particularmente disolvente y desintegradora, sobre todos si son utilizados por una voluntad claramente consciente de sus fines”. Ibid. En este sentido, esas películas de aventuras a la búsqueda de antiguas civilizaciones y de sus tesoros ocultos nada tienen de ingenuas si tenemos en cuenta lo que señala de nuevo Guénon: “De esto podría deducirse con perfecta lógica que el caso en el que se trata de centros tradicionales e iniciáticos importantes, extinguidos desde hace más o menos tiempo, en definitiva es el que mayores peligros supone, sea porque simples imprudentes provoquen reacciones violentas de los ‘conglomerados’ psíquicos que ahí subsisten, o bien, y sobre todo, porque algunos practicantes de la ‘magia negra’, según la expresión corriente, se adueñen de estos para manejarlos a su antojo y obtener resultados de conformidad con sus designios”. Ibid. Lo grave del asunto es que estas prácticas, la mayoría de ellas malintencionadas, se dan ya fuera del ámbito cinematográfico, en lo que llamamos la “vida real” y pueden desencadenar desórdenes gravísimos, pues esas energías sutiles sin el gobierno del espíritu o de una entidad espiritual que las contenga, pueden reaccionar de formas totalmente destructivas escapando al control humano. Además: “Si el ‘adversario’ (cuya naturaleza intentaremos precisar posteriormente) saca provecho de adueñarse de los lugares que fueron sede de antiguos centros espirituales, tantas veces como puede, no es únicamente a causa de las influencias psíquicas que en ellos se acumulan y que hasta cierto punto permanecen ‘disponibles’, sino también por la situación particular de esos lugares, pues resulta evidente que no fueron escogidos arbitrariamente para el papel que les fue asignado en una época u otra y por una u otra forma tradicional. La ‘geografía sagrada’, cuyo conocimiento determina tal elección, es como cualquier otra ciencia tradicional de orden contingente, susceptible de ser desviada de su uso legítimo para ser aplicada ‘al revés’”. Ibid.
20 René Guénon. El reino de la cantidad y los signos de los tiempos, ibid.
21 Wikipedia. Entrada: “Transhumanismo”. Quizás no sea coincidencia que sea también en California, y en concreto en Silicon Valley, donde se haya desarrollado e implementado el grueso de las empresas de alta tecnología que están desarrollando todos los avances en computación y en IA.
22 Ibid.
23 Sugerimos la lectura de los tres artículos de Marc García titulados “Acerca de la Inteligencia Artificial” publicados en la web “Ante el fin de los tiempos. Estudios sobre ciclología”: Ante el fin de los tiempos.
24 Wikipedia. Entrada: “Transhumanismo”, ibid.
25 Ibid.
26 Ibid.
27 Sería más acertado decir producción, porque empleando medios artificiales jamás se tratará de una auténtica creación.
28 La tecnología no es mala ni buena en sí, es el uso que le está dando el hombre lo que la convierte en el instrumento de la contratradición, pues lo que prima en todo cuanto la rodea es el ansia de negocio, poder y control así como la inyección de los más bajos instintos, y aun de lo que está por debajo de los instintos, o sea, de esas fuerzas cósmicas disolutivas y altamente destructivas. Algo de por sí muy grave, y más si tenemos en cuenta que hasta los niños la están empleando casi sin control parental. Existen ya estudios que demuestran la afectación de las capacidades cognitivas y de relación por el empleo de pantallas en niños y su adicción a las mismas.
29 Es de sobra conocida la multimillonaria inversión del hombre más rico del mundo para enviar satélites de telecomunicaciones al espacio y que queden orbitando alrededor de la Tierra (actualmente ya hay unos 6.000 activos, pero quiere llegar a más de 12.000), con el fin de que no quede ningún rincón del planeta sin cobertura de internet. Por lo que no solamente la Tierra está saturada de basura sino también el espacio que nos envuelve, repleto de artefactos en movimiento y desperdicios peligrosos que de no desintegrarse al entrar en contacto con la atmósfera, pueden caer en cualquier lugar causando graves daños, imprevisibles. Pero como no hay legislación en el espacio, el empresario (y no es el único) puede hacer lo que le plazca.
30 Lo grave es que toda esta acumulación de datos, espejo del grado de degradación de una humanidad que mira únicamente su cuerpo físico y a su psique y que ha decidido abrirse a las más abyectas energías inferiores, muchas de las cuales no sabe ni tan siquiera nombrar, constituye un negocio de lo más lucrativo. Son muchas las empresas que compran información y la venden al mejor postor, sin importarles el contenido ni los fines que se persigan con su uso.
31 Ver el artículo “La Inteligencia en la Cábala” que publicamos en el nº 66 de la Revista SYMBOLOS: texto.
32 René Guénon. El reino de la cantidad y los signos de los tiempos, ibid.
33 Ibid.
34 Ibid.
35 Ibid.
36 Papa Francisco. Encíclica Dilexit nos, 24 de octubre de 2024.
37 Marsilio Ficino. Quid sit lumen. Éditions Allia, París, 1998.
38 Marsilio Ficino. “Un diálogo teológico entre Dios y el alma”. Ver en Ivoox Las cartas de Marsilio Ficino, por el Ateneo del Agartha. Traducción de Marc García. Ir al sitio: Las cartas de Marsilio Ficino.
39 Marsilio Ficino. Quid sit lumen, op. cit.
40 Federico González. En el vientre de la ballena. Textos alquímicos. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2024. También en Ivoox: 1ª parte / 2ª parte.
41 Ibid.
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