Revista internacional de Arte - Cultura - Gnosis |
LAS CULTURAS ARCAICAS LUCRECIA HERRERA |
Prólogo Para ubicar lo que ha quedado grabado en la memoria de los hombres nos sumergiremos en el corazón de las antiguas culturas de las que se tiene conocimiento, es decir, en su pensamiento, su visión del mundo, su cosmogonía, sus dioses y su cultura, de donde el nacimiento del cultivo de las Ciencias y las Artes Sagradas de la antigüedad manifiestas no sólo en la escritura, la pintura, la arquitectura, las ciencias de los números, la aritmética, la música y la geometría sagrada, la astrología-astronomía, la magia y la teúrgia, sino también en la naturaleza entera —pues todo en una cultura tradicional es simbólico—, reflejada en maravillosos jardines como imagen de un orden arquetípico y sagrado, el Jardín del Paraíso, primer habitáculo del hombre, al que ha intentado volver (...) y lo ha conseguido comiendo del Árbol de la Vida en virtud de las iniciaciones que le han procurado los héroes civilizadores y los salvadores y la gracia del espíritu que sopla donde quiere, y sólo donde quiere. La vuelta al Paraíso es pues un arquetipo de la llegada feliz a la utopía, a lo que este término verdaderamente significa. Más profundamente es la restitución al Ser primordial, al mítico andrógino esférico de Platón, o sea al arquetipo universal.1 |
Relieve en piedra del Árbol Sagrado, prototipo del Árbol de la Vida proveniente del trono del palacio de Ashurnasirpal II en Nimrud 870-860 a. C., Museo Británico. Londres |
Ideas que han dado lugar al florecimiento, apogeo y eventual decaimiento de las grandes civilizaciones en perfecta analogía con los ciclos y ritmos cósmicos y los de todo ser viviente. Y aunque es evidente que hoy día todo, o casi todo, se ha olvidado acerca del verdadero saber, la Ciencia Sagrada transmitida a lo largo de los tiempos por entidades divinas —de las cuales Hermes es su excelso representante— para instruir a los hombres en las verdades eternas y recordarles su auténtica identidad sacándoles de su ignorancia y de su estado salvaje, justamente, dicha Ciencia no ha muerto. Este Conocimiento atemporal se ha ido ocultando a través del tiempo a causa del alejamiento y el olvido que ha sufrido el hombre de su Origen divino y sagrado, dadas las mismas leyes cíclicas que rigen el orden cósmico. Por alguna razón misteriosa —el destino tal vez—, nos ha tocado vivir en este fin de ciclo, en esta última edad, el Kali Yuga que está a punto de tocar a su fin, donde el hombre se halla totalmente caído, sumido en el olvido e ignorancia de quién es. Por lo que no se extrañe el lector que para hablar de los jardines de la antigüedad comencemos por el principio, por el Origen, y por recuperar la Memoria de quiénes somos, a través del recuerdo del mito y de los dioses creadores, conocimiento éste que ha sido la base a partir de la cual los pueblos han conformado su vida, sus creencias y su cultura. Los primeros jardines de los que tenemos noticia y que están registrados por la Historia son los del Antiguo Egipto —cuna de la Tradición Hermética—, vinculados estrechamente con su río sagrado, el Nilo, “río que estructuró la civilización egipcia y cuyos orígenes misteriosos estaban en el cielo”.2 Corría de sur a norte y era una imagen de Osiris, el “rey del mundo”; geografía fundamental en los mitos y ritos, la vida y visión sagrada de esta gran cultura. |
Osiris como imagen del río Nilo. Hieratic Book of the Dead of Padiamenet Dinastía XXII. Museo Británico. Londres |
Y por otra parte, están los jardines de Mesopotamia, más antiguos, —semillero de las antiguas tradiciones Sumeria-Acadia, Babilónica, Asiria y Caldea—, región ubicada entre los ríos Tigris y Éufrates, a cuya vera se encontraban las arcaicas ciudades de Eridu, Uruk, Nippur, Lagash, Sippar, Ur, entre otras, y la legendaria Babilonia —del término acadio Bav-ilim que significa “Puerta de Dios”—. |
Detalle del Tigris y el Éufrates del mosaico de la iglesia de Paphlagonia Hadrianoupolis Eskipazar, Turquía, s. VI |
Para estas culturas cuyos mitos, símbolos y ritos son análogos entre sí, el centro del mundo estaba allí, en ese punto geográfico y sagrado entre esos dos ríos que descendían del Paraíso bañando y fecundando la tierra con los efluvios divinos; culturas para las cuales la creación se estaba haciendo permanentemente dadas las grandes y periódicas inundaciones producidas por los torrentes de agua que arrasaban con todo a su paso para la regeneración cíclica de la Vida. Igualmente sucedía con las crecidas anuales del río Nilo en Egipto, por lo que, tanto para unos como para los otros, la vida y la muerte estaban estrechamente entrelazadas, y su existencia, con el acontecer celeste habitáculo de los dioses con los que se identificaban plenamente. Extensos relatos y descripciones asombrosas de estos lugares nos han llegado principalmente gracias a los historiadores griegos, hebreos y latinos, y a médicos, sabios y poetas de la antigüedad, muchos “auténticos intérpretes y conocedores de la doctrina tradicional”,3 que emprendieron viaje por el mundo conocido —y el desconocido— de aquella época, no sin grandes penalidades y riesgos. Heródoto, Ctesias de Cnido, Hecateo de Mileto —uno de los más antiguos historiadores y geógrafos griegos que conoció Egipto, a sus reyes y sus costumbres, de quien habla el mismo Heródoto—; y Jenofonte, Estrabón, Diodoro de Sicilia, Flavio Josefo, Plinio el Viejo y Plutarco, quien dice que a Egipto llegaron los más ilustres griegos: Solón, Tales, Platón, Eudoxio, Pitágoras y Licurgo también, que fueron a vivir allí y “a gozar intimidad con los sacerdotes”.4 Y Beroso, el Caldeo, nacido en Babilonia en el siglo IV a. C., sacerdote, astrónomo e historiador que escribió una historia de Babilonia en griego llamada Babilonika, en la que relata la misteriosa aparición desde mar del mítico Oannes, mitad pez y mitad hombre, semidios civilizador que instruyó a los primeros moradores de Mesopotamia en las ciencias y artes sagradas; lamentablemente, muy poco ha quedado de su valiosa obra escrita. Sin olvidar tampoco a Apuleyo, natural de Madaura, África, educado en Cartago, Roma y Atenas, gran viajero, iniciado en los grandes misterios por los sacerdotes egipcios, que más tarde, en el siglo II d. C. certifica y describe en su extraordinaria obra iniciática llamada La Metamorfosis o El Asno de Oro, lo que vivió y vio en estos lugares. Y tantos otros escritores, anteriores o contemporáneos de éstos, quizá menos conocidos por nosotros, que también narraron lo que vieron de primera mano y los sucesos que se desarrollaron en el transcurrir de su tiempo. Todos, eso sí, dando fe de una historia y geografía sagradas y sacralizando el tiempo y el espacio donde se asentaron y desarrollaron estas grandes culturas guiadas por sus dioses, sus sacerdotes y reyes, levantando esplendorosas ciudades, palacios y extensos jardines o pequeños hortus, y grandes templos en honor a sus deidades donde se llevaron a cabo los ritos e iniciaciones, misterios en los cuales muchos de esos viajeros fueron iniciados. |
Heródoto por Jean-Guillaume Moitte, 1806. Relieve ubicado en la fachada oeste de La Cour Carrée del Palacio del Louvre, París |
Nos valdremos en estos trabajos de citas, muy valiosas por cierto, de varios sabios de la antigüedad, como también de aquéllos que tenemos más cerca en el tiempo, sabios y auténticas sabias, como podrá dar fe el lector, razón por la cual queremos que sean sus voces las que guíen estos trabajos, pues expresan con claridad prístina las verdades eternas, transmitiendo lo que conocieron (y conocen) y vivieron (y viven), en lo más profundo de sí mismos acerca del mito, el rito y los símbolos universales unánimes en todas las culturas a través del tiempo. Tanto las culturas que florecieron en Mesopotamia como las del Antiguo Egipto datan de muy antiguo ya que las que se desarrollaron en la planicie de Mesopotamia se las ubica entre la mitad y final de la Edad de Bronce, o Dwapara Yuga, mientras que la Egipcia —“el puente que une a esta era con las anteriores”—, se ubica en el origen del Kali-Yuga o Edad de Hierro, última Edad de las cuatro que conforman este Manvántara que está ya tocando su fin.5 |
NOTAS | |
1 | Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Paraíso”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013. Ver en la web: Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. |
2 | Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Nilo”, ibid. |
3 | Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha. Revista SYMBOLOS nº 25-26, Barcelona, 2003. Ver en la web: Programa Agartha. |
4 | Plutarco. Los misterios de Isis y Osiris. Traducción y notas, Mario Meunier. Editorial Glosa, Barcelona, 1976. |
5 | Ver artículo de Marc García, Mesopotamia en el Manvántara. Revista SYMBOLOS Telemática 58. Ver en la web: Artículo. |
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