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CELEBRACIONES A LOS DIOSES SEGÚN EL ESCRITO MARÍA CORREA |
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Se vio, se comprobó, muchas fueron las dificultades que hubo que superar, variados los motivos del impulso creador que llevaron a la escritura a muchos cronistas, alimentados por la deidad que inspira a los escribas. Se atesoró en letra –voz que hace de puente sobre el tiempo que corre–, por la generosa acción de aquellos escritores, otra forma diferente de vivir la concepción de la vida y la muerte, otros nombres para llamar al Eterno y sus múltiples manifestaciones; lo mismo, sí, lo mismo de ahora y de siempre expresado de otra manera.
Doce libros, miles de paginas con un mensaje que se registró en tres lenguas, la castellana, el latín y la náhuatl, revelando por boca de los sabios nativos una historia arquetípica y su realización en las culturas con las que el fraile franciscano Bernardino de Sahagún se topó y convivió durante los largos años que pasó y entregó a la Nueva España, donde se estableció hasta que le llegó el final de sus días. Es todo un mundo lo que nos presenta este escritor en su magna obra, abarcando el más mínimo detalle al punto de que pudiera decirse que casi se percibe el sabor de los frutos, de las tortillas de maíz y toda otra elaborada comida que describe; la fragancia de las flores, del incienso, el olor de la sangre o incluso el de la hedionda podredumbre de un pellejo humano portado sobre la piel por una veintena de días. Se respira el polvo de las barridas diarias, inclusive se puede sentir el ritmo de sus bailes, oír la música de los diferentes instrumentos, los cantos o el silencio respetado en alguna fiesta; el parloteo de todo tipo de comerciante, el ir y venir en los templos, en la milpa, en los lagos, ríos, montes y en las casas. Toda la inmensa variedad y uso de la flora y la fauna, la vistosidad del arte del tejido, sus coloridos huipiles o los bellos aderezos de ricos plumajes de toda ave. Y contemplar a cada quien cumpliendo, a su manera, su función. Una obra monumental que relata todo, o casi todo, tal como se estaba dando o actuando por aquellos seres que los españoles encontraron en arribando y penetrando este mundo nuevo para ellos. |
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Y no solo esto queda reflejado extraordinariamente en su tratado, sino que también queda impresa la gesta de aquellos europeos que se atrevieron a recorrer unas tierras extrañas y lejanas en las que muchos no dudaron en entregar su vida para un cometido que consideraban sagrado, pues aunque muchos de aquellos viajeros acudieran motivados por las riquezas de aquellos lares –como se constata en la parte que dedica este autor a la conquista de México–, otros, como nuestro fraile, estaban convencidos de ser los restauradores del orden en un mundo perdido. Equivocados o no, este encuentro de dos mundos, la explosión que ello supuso en ambos y todo lo que se sucedió, está amparado por la ley divina de los ciclos y ritmos universales.
Sahagún, desconociendo el auténtico significado de toda la simbólica indígena –heredada por esas culturas y comprendida al nivel que fuere en el momento de la llegada de los españoles–, manifiesta la clara intención –idéntica a la de muchos de los conquistadores– de imponer su religión como única opción verdadera, y niega cualquier validez de las formas de concebir la deidad en las tierras de la Nueva España; formas que en variadas ocasiones califica de endiabladas, por decir lo menos. Sin embargo, señalaremos que de alguna manera en ese mismo intento –muy probablemente sin pretenderlo–, da un paso y deja constancia de otro tipo de opciones que pueden darse en el camino para acceder al Conocimiento, por lo que su escrito llega a nuestros días brindando la maravillosa sorpresa de encontrarnos a la diosa Sabiduría bajo otros velos, los que alimentaron a muchas generaciones de esos pueblos americanos, y aún hoy calladamente se muestran –además de en la escritura– en el arte constructivo y de todo otro tipo generado y legado por aquellos “indios”. Él mismo, nada más comenzar su obra, en el primer libro, presenta el panteón náhuatl y deja ver una identidad en la esencia de toda auténtica tradición, escribiendo las similitudes que encontraba entre esos dioses y los de la tradición greco-latina. Así, vio en Huitzilopochtli a otro Hércules, en Tezcatlipoca a Júpiter, de Chicomecoatl dice que es otra diosa Ceres, Chalchiuhtli Icue otra Juno, Tlazultéutl otra Venus, Xiuhtecuhtli otro Vulcano, Tezcatzóncatl, dice que es otro Baco.2 Debido a lo amplio de esta obra, nos centraremos básicamente en algunos aspectos acerca de cómo se festejaba a los dioses, los nombres con los que se los conocían y su culto en aquellas tierras de la Nueva España, corriendo el siglo XVI. |
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Mucho se revela en este tratado de Bernardino sobre la manera de concebir la presencia de la deidad por estos nativos. Lo cierto es que el culto y la devoción a los dioses regulaba todas sus existencias, aunque también parece que la realización de la Verdad más allá de las formas había caído en aquellos tiempos para la mayoría de estos aborígenes bajo una inmensa capa teñida de superstición y quizás pocos de ellos comprendían ya el auténtico valor de este culto a lo divino. Por lo que fue fundamental la labor de esos escribas que –como de una mano divina más que de la suya propia–, salvaguardaron lo que quedaba de aquellos símbolos, mitos y ritos de la tradición de unas culturas en declive. Se dice que muchas procedían de la mítica Tula, de la que escribe Sahagún:
… porque por sus pinturas antiguas hay noticia que aquella famosa ciudad, que se llamó Tulla, hará 1000 años, o muy cerca de los que fue destruida, y antes que se edificase los que la edificaron estuvieron muchos poblados en Tullantzinco (…) Esta célebre y gran ciudad de Tulla, muy rica y de gente muy sabia y muy esforzada tuvo la adversa fortuna de Troya. Los Chololtecas, que son los que de allá se escaparon han tenido la sucesión de los romanos, y como los romanos edificaron el Capitolio para su fortaleza, así los chololanos edificaron a mano aquel promontorio que está junto a Cholula que es como una sierra, o un gran monte, y está todo lleno de minas o cuevas por dentro. Muchos años después los mexicanos edificaron la ciudad de México que es otra Venecia. (…) Hay grandes señales de las antiguallas de sus gentes como hoy día parece en Tulla y en Tullanzico y en un edificio llamado Xuchicalco que está en los términos de Quauhnaoac, y casi en toda esta tierra hay señales y rastro de edificios y alhajas antiquísimas… |
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Más adelante en sus escritos, Sahagún dedicará un largo capítulo en el que expone el alto grado de conocimiento de aquellos ancestros y de su arribada a estas tierras pasando las aguas. Relatará extensamente lo que guardaban sus mitos sobre esta venida, aunque previamente nos regala unas líneas:
Y a continuación:
Y
Ya que nuestro pensamiento navega de la mano de la mente, vamos a pasearlo un poquito por unos ritos que llaman y celebran la llegada o manifestación de la deidad en sus diferentes aspectos; una evocación para atraer lo celeste a nuestro mundo y poder vivirlo, o lo que es lo mismo, una participación en el mundo divino haciendo en la tierra como se hace en los cielos, lo que se expresaba en las fiestas de aquellos indígenas. Veamos pues a aquellos “reverenciadores de sus dioses” celebrándolos, ya que aunque quizás fueran llevados entonces por un interés más mundano que espiritual, se guiaban por una estructura basada en los arquetipos que conformaron sus culturas, la que permite recuperar, en cualquier punto del ciclo, la posibilidad de conectar y percibir la unidad de los mundos.
Es el reconocimiento de la eternidad penetrando entre las rupturas que brinda el ser del Tiempo en sus ciclos manifestados, lo que determina cuándo celebrar a los diferentes aspectos de la deidad. Dos eran los calendarios que regían el cómputo de los ciclos, conforme a los cuales sacralizaban los ritmos de la vida. La mayoría de las fiestas se hacían de acuerdo a los ritmos señalados por el ciclo anual, algunas otras eran bianuales, y las había también cada cuatro años y de ocho en ocho, así como otra celebración tenía lugar cada 52 años. La duración de cada una era variable, extendiéndose en los días y en las noches de cada mes. Del primero de estos cómputos anuales, escribe Bernardino que constaba de 365 días divididos en 18 meses de 20 días, y otros cinco días –“seys de cuatro en cuatro años”– que llamaban Nemontemi, lo que quiere decir días baldíos.
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Durante estos cinco días se despojaban de todo y se preparaban para ello deshaciéndose primero de las rigideces de la mente a través de una auténtica entrega dionisíaca:
De entre las celebraciones especiales que se hacían en ciclos mas espaciados, encontramos la fiesta a “nuestro padre”, el Fuego, celebrada anualmente; pero cada cuatro años estas ceremonias eran mucho mas abultadas y muchos los sacrificados, imágenes del dios. Se hacían incontables bailes, cantos, ofrendas de flores, rica pluma –mucha de quetzal–, y se vertía sangre. Elementos como papel, turquesas, semillas, tejidos, pulcre y copal eran parte del largo ritual de esta fiesta. Nos explica Bernardino que “llamaban a esta fiesta Izcalli que quiere decir crecimiento”. El texto dice que pasados diez días tornaban a componer la imagen del mismo dios Ixcosauhqui o Xiuhtecutli. En esta celebración, “hacían un fuego nuevo” con palos y ofrecían aves cazadas al dios, también peces y sabandijas de agua echándolas al fuego. Las mujeres preparaban tamales como ofrenda, daban vueltas alrededor del fuego y todo, incluso los sacrificados, entraba y salía de él. |
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Una gran fiesta en honor a Huitzilopochtli y Tlacauepan se hacía de ocho en ocho años en el mes de Panquetzaliztli, mismo mes en el que celebraban anualmente a Huitzilopochtli. Un ayuno de pan y agua se hacía durante ocho días previos a la celebración; decían que en esta fiesta bailaban todos los dioses, y ellos, disfrazados de muy variados motivos, danzaban frente a la estatua de la imagen de Txaloc. Algunos cogían ranas o culebras con la boca y las iban tragando mientras bailaban. En estas fiestas se cocían imágenes grandes de estos dioses y con danzas las llevaban al cu.5 Al amanecer “…el dios llamado Painal que era vicario de Uitzilobuchtli descendía de lo alto del cu. Traía a este dios en las manos, como en procesión, uno de los sacerdotes vestido de los ornamentos de Quetzalcoatl, (…) este mancebo, que llevaba en el hombro un cetro hecho como culebra, todo cubierto de turquesas”. Los sacrificios humanos para esta festividad se hacían en el Teutlachco, que es donde se jugaba a pelota. En un ciclo menor, celebraban a las deidades que conforman el día y la noche, y hacían un reconocimiento de las escisiones en el tiempo en horas señaladas. Se cuentan innumerables ritos en la noche y se apreciaba un cambio en los rituales en función que aconteciesen en horas diurnas o nocturnas. |
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El segundo calendario constaba de un ciclo de 260 días que llamaban año de los caracteres. Se representaba en círculo y según el mito se los legó Quetzalcoatl. Las fiestas según éste resultaban movibles respecto al cómputo de los 365 días y tenían preferencia en caso de coincidencia. En él estaba basada su astrología y los que estudiaban su arte los llama Sahagún adivinos: Estos adivinos, no se guían por los signos, ni planetas del ciclo sino por una instrucción que según ellos decían se la dejó Quetzalcoatl, la cual contiene veinte caracteres, (…) 260 días los cuales acabados tornan al principio. |
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Cada carácter tenía trece días, y todos éstos, su casa. De Quetzalcoatl dice el Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos de Federico González Frías que es:
Dieciséis son las fiestas en este calendario y no es de extrañar, pues, que la primera se celebrara en honor al Sol.
La segunda –en el mismo signo– celebraban los hombres al dios Cicomesochitl, y a la diosa Sochiquetzal las mujeres. La tercera, a la diosa “que se llama Cioapipiltli porque decían que entonces descendía a la tierra”. En la cuarta “hacían gran fiesta al dios llamado Yzquitecatl que es el segundo dios del vino y no solamente a él sino a todos los dioses del vino que eran muchos”. La quinta se hacía en el signo Xochitl en honor a este signo. La sexta se celebraba “en el signo de Acatl, en la primera casa hacían gran fiesta a Quetzalcoatl, dios de los vientos (…) Se hacía en la casa donde se criaban los muchachos, en esta casa que era como un monasterio, estaba la imagen de Quetzalcoatl, (…) este día la acercaban con ricos ornamentos y ofrecían delante de ella perfumes y comida, (…) decían que éste era el signo de Quetzalcoatl”. La séptima para Tezcatlipoca, que era el gran dios; decían que éste era su signo y que “todos ellos tenían en los oratorios de sus casas las imágenes de este dios y de muchos otros”.8
Se le dedicaba también el quinto mes del otro calendario con una ceremonia de sacrificio preparada durante todo el año: Al quinto mes llamaban Toxactl, en este mes hacían fiesta y pascua a honra del principal dios llamado Tezcatlipuca y por otro nombre Titlacaoan y por otro Tautl y por otro Telpuchtli y por otro Tlamatzin (…) En esta fiesta mataban un mancebo muy acabado en disposición al cual habían criado por espacio de un año en deleites, decían que era la imagen de Tezcatlipuca y, en matando el mancebo que estaba un año criado, luego ponían otro en su lugar para criarle por espacio de un año (…) escogíanlos entre todos los cautivos, los más gentiles hombres (…) ponían gran diligencia en que fuesen los más hábiles y más bien dispuestos que se pudiese haber y sin tacha ninguna corporal (…) Enseñábanle gran diligencia, que supiese bien tañer la flauta, y para que supiese tomar, y traer las cañas de humo y las flores según se acostumbra entre los señores y palancianos, y enseñábanle a ir chupando el humo y oliendo las flores, yendo andando como se acostumbra entre los señores y en palacio (…) Cuando ya eran señalados para morir en la fiesta de este dios, por espacio de aquel año, en que ya se sabía de su muerte, todos los que le veían le tenían en gran reverencia y le hacían gran acatamiento y le adoraban besando la tierra. Y si por el buen tratamiento que le hacían engordaba, dábanle a beber agua mezclada con sal para que se parase ceceño. Luego que este mancebo era diputado para morir en la fiesta de este dios, comenzaba a andar tañendo su flauta por las calles con sus flores y su caña de humo, tenía libertad de noche y de día de andar por todo el pueblo, y andaban con él acompañándoles siempre ocho pajes ataviados a manera de palacio (…) Le ataviaban con atavíos preciosos y curiosos porque ya le tenían como en lugar de dios… |
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Sigue la cita señalando cómo le seguía toda la corte y le hacían solemnes banquetes y describe de forma muy bella cómo en cada uno de estos cinco días en cada barrio se le celebraba y dice que acabado el cuarto día le montaban en una canoa “cubierta con su toldo y con él a sus mujeres (…) navegaban hacia Tlapitzaoaian (…) donde esta un montecillo; (…) en este lugar le dejaban sus mujeres y toda la otra gente, (…) solamente le acompañaban aquellos ocho pajes que habían andado con él todo el año. Llevábanle luego a un cu que estaba orilla del camino y fuera de despoblado, distante de la ciudad una lengua o casi, llegado a las gradas del cu, él mismo se subía…”. Subía el mancebo por las gradas haciendo pedazos una flauta en cada una de ellas, en lo alto le esperaban los sátrapas que, con un cuchillo de piedra, le quitarían el corazón y con él la vida “en el taxón de piedra”, para luego ofrecérselo al sol. Siguiendo con el calendario de los caracteres, la octava fiesta era para algunas diosas Cioapipiltli, que Sahagún dice que eran como unas ninfas. Este mes se celebraba a aquellas que se ocupaban de los partos. La novena era del mal agüero y por ello se sacrificaba a malhechores. La décima era en el signo Malinalli que decían que era el de Tezcatlipoca y hacían una gran celebración con la imagen de Omacatl. La décima a Huitzilopochtli,
Iremos viendo más adelante otros aspectos de las celebraciones a este dios. Por lo que hace a esta fiesta:
De la onceava festividad, nada dice; la doceava estaba dedicada, de entre aquellas diosas Cioapipiltly, a las que dañaban a los niños y niñas. La treceava era en el signo del fuego y la celebración anual a “nuestro padre”, dios del fuego, “ofrecían mucho copal y muchas codornices. (…) Componían su imagen con muchas maneras de papeles y con muchos ornamentos ricos”. También se le honraba en sus mismas casas y se hacían convites en honor a este dios. La catorceava era para la diosa del agua y la celebraban todos los que trataban con agua, vendedores, pescadores, etc. En las celebraciones de la quinceava fiesta, Sahagún hace mención del bautismo entre los indígenas, indicando que si un niño, o niña –pues tenían diferentes ceremonias–, nacía en un mes de mal agüero, se podía equilibrar bautizándole en la casa –día– más propicia de este signo, a la salida del sol. Se celebraban estos bautizos ofreciendo comida y bebida a todos los presentes. Finalmente, la decimosexta era para las celebraciones matrimoniales.10 Ademas del tiempo en que se realizan, otro aspecto a considerar en los ritos de las fiestas son los espacios donde tienen lugar, pues éstos son una imagen perceptible de la actividad divina. Por aquellos lares se veneraba a los dioses principalmente en los templos de cada dios, los cues, cuya estructura estaba especialmente diseñada para ello. Del complejo sagrado en el que aquellos “mexicas” adoraban y daban culto a la deidad, se cuentan setenta y ocho edificios según la relación y descripción que nuestro fraile hace de cada uno de ellos, todos con funciones específicas, dedicados a los dioses o bien a oficios considerados sacros. |
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Por el gran templo de México nos pasea Sahagún con estas palabras:
Y cuenta que los altares eran redondos, había uno en todas las estancias en las que tenían imágenes de los dioses y era generalmente el lugar donde se hacían los sacrificios y las ofrendas.
Y ya que encontramos a Huitzilopochtli, dios de la guerra –del que se ha comentado su importancia–, en la torre más alta de todo el complejo de los templos, nos entretendremos brevemente en algunas de las ceremonias de las fiestas que se hacían en su honor. A “la vigilia después del medio día comenzaban muy solemne areito y velaban por toda la noche, a la media noche a los que habían de morir les arrancaban el pelo de la coronilla y al alba los llevaban al templo de Uitzilobuchtly”, donde eran sacrificados por los ministros del templo y los “desollaban”; por eso la fiesta se llamaba desollamiento y a ellos les llamaban xipeme que quiere decir “los desollados” o también tototecti que quiere decir “los muertos a honra del dios Totec”.
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Y símiles de la comunión cristiana los encontramos también en esta fiesta, pues:
También algo habitual era el festejar a los dioses, además de en los templos, haciendo gran parte del ritual en aquellos lugares o en medio de la naturaleza donde se encontraba, o mejor dicho se encuentra, más manifiestamente esa deidad celebrada: en los montes, los lagos, cerca del fuego, la milpa, etc. y en sus propias casas. El reconocimiento de la sacralidad de los espacios era una constante en su vida diaria de modo que “cuando entraban en algún lugar donde había imágenes de los ídolos, una o muchas, luego tocaban en la tierra con el dedo, y luego le llevaban a la boca, o la lengua, a esto llamaban comer tierra. Hacíanlo en reverencia de sus dioses, y todos los que salían de sus casas aunque no saliesen del pueblo volviendo a su casa hacían lo mismo”. También lo hacían por los caminos cuando pasaban por algún oratorio. Esto mismo se realizaba como juramento. En los montes se iba a celebrar la venida de los dioses Txaloques de las lluvias, los que traían el agua, un elemento vital como se sabe, y para que hubiera abundancia al llegar su tiempo se les invocaba haciendo uso de las nociones de la magia simpática que se da entre todas las potencias de la creación, un arte bien conocido y utilizado por las culturas arcaicas:
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En los lagos se hacían las celebraciones del sexto mes, Etzalqualiztli, también a honra de los Txaloques, dioses del agua, pero con ritos muy diferentes pues la invocación parece que no iba dirigida a las aguas de lluvia sino a las terrestres. Es de mencionar las referencias al número “cuatro”. Dice el texto que “cuatro días antes, los ministros de estos dioses, comenzaban a ayunar y antes de eso iban a por juncias a unas fuentes, para con ellas hacer mantas”. Se reunían diferentes categorías de sátrapas, que también diferenciaban entre los que vivían en los cues y otros que solo acudían a los oficios. Con brasas del patio del templo quemaban copal ofreciéndolo “hacia las cuatro partes del mundo”. Luego se hacían ofrendas de cuatro frutos, tomates, bolitas de masa preparada, o chiles verdes; éstos se ponían sobre las mantas de juncia que debían estar impolutas, “se hacía esto en los cuatro días que duraba el ayuno en los que también antes de la salida del sol, despertaban con el tañido de cornetas y caracoles”. Estos sátrapas desnudos se dirigían todos donde estaba el maguey cortado el día anterior y lo manchaban con sangre de las orejas y después se iban a bañar aunque hiciera mucho frío; se marchaban en procesión hacia el agua donde había cuatro casas orientadas a las cuatro esquinas del mundo y cada uno de los cuatro días ocupaban una de ellas, tras los cuales se tiraban al agua, chapoteaban y buceaban, e iban “a menear a las aves del agua”. Parece que con esto hacían una invocación a aquellos lares y deidades del agua con un lenguaje de tipo oracular o de fórmulas mágicas: “Aquellas palabras que decía el sátrapa parece que eran invocación del demonio, para hablar aquellos lenguajes de aves en el agua”. El fraile dedica un capítulo entero en náhuatl a este tipo de oraciones que recitaban en algunas ceremonias y no las traduce al castellano, pues dice:
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La casa es igualmente el hogar para los dioses, un lugar sagrado donde además de las adoraciones diarias de sus imágenes, cuando volvían de las celebraciones a la casa los incensaban, les ofrecían comida y otras veces sangre.
Otras ceremonias, como hemos dicho anteriormente, se vivían al descubierto, en los campos o en la milpa, y no solo acudían allá para los ritos de la muy venerada diosa de las mieses, sino también en otras celebraciones dada la sacralidad de ese espacio. Chicomecoatl era la diosa de los mantenimientos, proveedora de lo necesario para conservar la Vida en general: Recordemos que en el libro I, nuestro autor apunta que esta diosa es otra Ceres:12 |
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Estas fiestas eran las del cuarto mes y acababan con danzas para comenzar las fiestas del quinto en honor a Tezcatlipoca, de las que ya se ha hablado. Y es que las danzas y el canto son otra constante en todas las celebraciones.
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Los tiempos en que tocaban sus instrumentos y el tipo de música era muy específico según la ceremonia, como también lo eran los bailes, en los que se distinguía el sexo, la edad o la función de los danzarines.
En esa fiesta, que era la de Huitzilopochtli, dice Sahagún que los sátrapas danzaban en paños menores con las caras teñidas de negro y cubiertas de miel, llevando unos cetros de palma con una flor de pluma negra en la punta, y de la misma pluma se remataba la base en una bola. Explica que iban danzando al son de los que tañían el atabal y los sonajeros, sin verse los danzarines con los músicos. Una descripción en la que parece como que los que bailaban fueran escuchando una música que venía de otro mundo. Y sigue diciendo que en otra parte del patio danzaban “toda la gente del palacio, y la gente de guerra, viejos y mozos trabados de las manos y culebreando”. Entre ellos bailaban las doncellas, afeitadas y emplumados los brazos y las piernas de pluma colorada, y en la cabeza llevaban lo que hoy se conoce como “palomitas de maíz”. ¿Una bella imagen de la jerarquía de los mundos? A esta danza que hacían abrazados dice que llamaban “Tlanaca, que quiere decir abrazado, quinaoa Uitzilopuchtli, abrazan a Uitzilopuchtli. Todo esto se hacía con gran recato y honestidad”. En las calendas del octavo mes, al comenzar la fiesta, empezaban a cantar y a bailar y prendían un gran fuego, e iban saliendo de las casas cantando y siguiendo un orden preciso, con vestimentas y peinados ad hoc en los que no faltaban las conchas de mar y las plumas. Se ha visto ya en las citas previas que los atavíos de los que representaban a los dioses iban siempre ornados de plumas, así como las imágenes de los dioses y también muchos otros participantes del rito las lucían. Todo un oficio era la preparación de estos tocados de pluma.
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Mucha pluma de bellos reflejos llevaba la diosa de la sal, además de flores y tejidos hermosos:
En esta fiesta se sacrificaba una mujer junto con otros esclavos, y durante la ceremonia no faltaban ofrecimientos al sol, el sonido de trompetas y caracolas, y el pulcre, “aunque no se emborrachaban. Pasado este día y venida la noche…” algunos sí se excedían con la bebida. Las flores, sí, las flores agradan a los dioses, es un hecho generalizado en todo el mundo el gesto de ofrecerles flores, incluso una musa, Thalía, trae flores. En aquella Nueva España celebraban su llegada:
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Y para la fiesta a Huitzilopochtli:
Se sabe que muchos, no, muchísimos indios eran sacrificados al cabo del año.15 La mayoría de ellos y en casi todas las fiestas –además de otros que debían cumplir requisitos específicos– eran cautivos y/o esclavos. Y aunque nos parezca por momentos crudo, cabe señalar que este rito era concebido como un regalo a los dioses, lo que incluía una entrega o reintegración a una u otra deidad, y en ciertos casos, los sacrificados se vivían como el mismo dios, por lo que para muchos de ellos esa muerte era un honor que les deparaba la vida. La sangre es el alimento de los dioses, por eso también ofrecían todos los días su propia sangre que extraían de las piernas y/o de las orejas. |
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Y numerosas son las menciones que hace Sahagún del aprecio que los dueños tenían hacía los cautivos que se iban a sacrificar. Lo vemos en la fiesta del décimo mes, un rito cargado de la simbólica axial del árbol: |
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En ésta cortaban un árbol y con cuidado lo llevaban al pueblo; cuando estaban cerca “salían las señoras y mujeres y principales a recibirle” ofreciendo cacao y flores a los que lo traían. Llegados al cu daban voces para que el pueblo se allegara a levantarlo: “juntados todos levantávanle con maromas y hecho un hoyo donde había de levantarse tiraban todos por las maromas y levantaban el árbol con gran grita”. Quedaba así por veinte días. “A la vigilia de la fiesta que se llamaba Xocotl Vetzi, tornaban a echar tierra muy poco a poco, (…) luego los sátrapas (…) componían el árbol con papeles (…) blancos y también a una estatua de hombre hecha de masa de semillas de bledos la aderezaban con papel, (…) y en los brazos ponían los papeles como alas donde estaban pintadas imágenes de gavilanes…” y subían esta imagen a lo alto del árbol. En esta fiesta quemaban vivos unos cautivos que llegaban el día previo danzando junto a sus captores, los que venían ataviados de pluma asemejando mariposas. Tras quemarlos, los sacaban y les quitaban el corazón para ofrecérselo a Xiuhtecutly, dios del fuego. Acabado el sacrificio se iban a comer y volvían para cantar y bailar en el patio del cu desde donde se dirigían a donde estaba el árbol al que algunos se subirían, el primero en llegar se hacia con los aderezos de la estatua del dios y los lanzaba abajo hacia la gente. Tras esto, tiraban de las maromas y caía el árbol, y hacían regalos y aprecios a los que habían podido treparlo, sobre todo al que llegó primero. Cuando comían la carne de los cautivos sacrificados, sus dueños se abstenían ya que desde el momento en que fueron cautivos ya eran parte de la familia.
Es común en muchas culturas antes de entrar en contacto con lo más sagrado, prepararse y realizar un acto de limpieza, de purificación, lo que generalmente se traduce en un lavado con agua. Esto es algo que igualmente hacían los indígenas de muy variadas maneras, según la ceremonia para la que se preparaban o como parte de algún rito que tuviera que ver con las aguas. |
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Que “muchas ceremonias le quedaron por decir”, escribió este fraile. Este trabajo, aunque también mucho nos ha quedado por incluir, lo cerramos agradecidos a los dioses por no dejar nunca de manifestarse y por su permanente cuidado de la raza humana, hundida hoy día en los terribles dolores que produce la ignorancia reinante en este final de ciclo que vivimos.
“Al doceno mes llamaban Teutleco, quiere decir llegada de los dioses y se celebrará el último día del mes. (…) A la media noche de este día molían un poco de harina de maíz y hacían un montoncillo de ella bien redondo como un queso sobre un petate; en este montoncillo de harina veían cuando llegado todos los dioses porque aparecía una pisada de pie pequeño sobre la harina”. Cuando esto ocurría un sátrapa daba la voz “venido ha su majestad”, y todos se levantaban a tocar los caracoles y cornetas y todos llevaban ofrendas a los dioses recién llegados a los cues; los viejos bebían pulcre y decían que así lavaban los pies a los dioses. En la fiesta quemaban vivos a muchos esclavos en el fuego de un altar grande, mientras un mancebo emplumado bailaba, otro iba disfrazado de murciélago, y como en las demás celebraciones, aunque con nuevas formas, realizaban juegos, danzas y cantos hasta ya entrado el siguiente mes. |
NOTAS | |
1 | El trabajo está basado en la Historia General de las Cosas de la Nueva España, manuscrito del fraile Bernardino de Sahagún. Todas las imágenes y las citas –excepto las especialmente referenciadas– se han extraído de la version-digital perteneciente a la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos. También comentar que en todas estas citas, aunque se ha procurado mantener al máximo los nombres propios y el castellano de la forma que fueron escritas, por cuestiones prácticas y para facilitar su comprensión, se han vertido en lo posible a la forma del castellano actual. |
2 | Este libro primero se puede leer completo en la página de América Indígena perteneciente al anillo telemático de SYMBOLOS. Ver americaindigena-texto. |
3 | Federico González, El Simbolismo de la Rueda. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2016. |
4 | Federico González, El Simbolismo Precolombino. Cosmovisión de las Culturas Arcaicas. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2016. |
5 | Así llamaban al templo. |
6 | Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: Quetzalcóatl. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013. Una versión del mito está recogida asimismo en la obra de Sahagún y también en la nota de Mireia Valls: El rey-sacerdote Quetzalcóatl y la rebelión de los guerreros. |
7 | Ibíd. Entrada: Apolo-Helios. |
8 | Se recomienda leer del Diccionario de Federico González Frías ya citado, la entrada dedicada a este dios: diccionario-tezcatlipoca. |
9 | El mito de la virgen Coatlicue y nacimiento de Huitzilopochtli se puede encontrar en las páginas de este inmenso volumen que nos ha llegado gracias a la tenacidad del fraile para que su obra pudiese ver la luz, según él mismo escribe: “Todo lo sobre dicho hace al propósito de que se entienda que esta obra ha sido examinada y apurada por muchos, y en muchos años, y se han pasado muchos trabajos y desgracias hasta ponerla en el estado que agora está”. |
10 | A propósito de los bautizos, los matrimonios, símiles de la comunión y otros ritos que se describen en muchos de los códices, es curiosa, por decirlo de alguna manera, la similitud y coincidencias con el cristianismo, lo que dio origen a variadas teorías apuntadas por muchos autores. |
11 | Federico González y col., Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha. Ver en la web del anillo telemático de SYMBOLOS: programa-agartha |
12 | “La diosa Tlazoltéotl o Chicomecóatl del panteón azteca, además de poseer otros atributos es la que se hace cargo de las ‘inmundicias’ y la ‘descarga’ que produce toda confesión, como bien lo entendieron los primeros cronistas europeos”. Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: Aire, ibíd. |
13 | Federico González y col., Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, op. cit. |
14 | Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: Alas-Aves-Plumas, ibíd. |
15 | Sobre los sacrificios podemos recomendar el artículo de Roberto Castro: Los Sacrificios Humanos en las Culturas Maya y Azteca. Ver en la web: america-articulo |
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