VISION HUMANA DEL UNIVERSO

NARCISO LUE *
 

El título puede llamar a engaño, pues no se trata de la visión de los astronautas cuando giran alrededor del planeta y un poco más cerca de las estrellas que cualquier otro mortal. Aunque en alguna medida sí que podría ser, pero no de modo absoluto, pues de lo que se trata aquí es, aparte de la visión física captada por los sentidos, de la visión metafísica captada por la inteligencia. Dos maneras de “ver” la Creación toda o al menos, hasta donde los sentidos pueden llegar a “ver” o hasta donde la inteligencia sea capaz de llegar. Como quiera que se explique, hay una visión física y una visión metafísica; es decir, una que se puede comprobar en el laboratorio o en investigaciones de campo, en definitiva, comprobaciones igualmente físicas, y por otro lado, demostraciones meramente intelectuales o si se quiere, nada menos que intelectuales.

Las ciencias naturales que se ocupan de diferentes aspectos de la Naturaleza y de los astros que están más allá de la atmósfera, nos demuestran aspectos concretos de objetos concretos y que en ciertas ciencias producen efectos concretos cuando entran en conflicto, accesión o interacción; podríamos decir que son conocimientos humanos pues, en cierto sentido “están al alcance de la mano” porque son por lo general objetos corpóreos caracterizados por lo denso. Las cuestiones intelectuales, en cambio, son conocimientos tras-humanos porque escapan del dominio de lo corpóreo, carecen de densidad y no pueden ser conocidos sino por la mente, dicho en sentido muy general.

El dominio de la Naturaleza por el hombre es cada vez mayor y es al mismo tiempo un hecho indiscutible. El hombre domina la Naturaleza en tan alto grado que puede incluso, llegar a destruirla, lo que según parece está logrando con eficacia. El dominio de lo incorpóreo es asunto muy distinto. Para dominar y destruir la Naturaleza no precisa de conocimientos especiales: basta con encender una cerilla en un monte reseco por la sequía y desvastar miles de kilómetros cuadrados de esa Naturaleza que parece no quejarse de los abusos que contra ella se cometen. Para llegar al conocimiento y destrucción del pensamiento humano no basta con ser un hombre; hay que ser algo más: un hombre culto.

Esta palabra, tan denostada por el uso caprichoso e interesado que de ella se ha hecho en la última centuria, utilizada en su sentido más estricto no es más que una manera de ser del ejercicio de las aptitudes intelectuales de las que todos estamos dotados, y que según la voluntad de cada cual, se las deja estar o se las “cultiva”. El que ha cultivado será un hombre cultivador o culto (dos palabras con la misma raíz); el que no, será un ignorante. No es correcto pensar que el hombre culto está por encima del inculto o ignorante; pensarlo siquiera, es ignorancia y pedantería. Lo que hace de un hombre un ser valioso es su bondad, humildad y decencia moral y eso, hay que insistir en ello, no se consigue con cultura sino con una disposición espiritual que no todos la tienen, del mismo modo que no todos disponen para su provecho del mismo grado cultural.

Al culto le resulta más fácil comprender ciertas cosas y sobre todo, alejarse de lo denso para asumir con el espíritu experiencias nuevas que nada tienen que ver con el tamaño y peso de las cosas, porque los objetos sutiles que manejan los cultos no ocupan un lugar en el espacio ni son mensurables; y además, son a-temporales. Una hortaliza con el tiempo (poco), se pudre y se extingue como tal; una idea, un pensamiento, un objeto sutil en definitiva, ni se pudre ni se extingue, sino en la medida que se lo almacene en el olvido. Pero recordado, vuelve “a la vida”, por así decirlo. La hortaliza vuelve pero no como tal, sino como una idea o una representación mental de lo que fue antes de marchitarse y corrompida, desaparecer. Lo que vuelve es su recuerdo pero ella misma, como tal hortaliza, no vuelve.

Cuando el hombre piensa, ¿se puede decir que sus pensamientos forman parte de la Creación como un nogal o un pez, o sólo de él mismo? La pregunta parece inteligente aunque en realidad, por poco que reflexionemos nos percataremos de que todo lo que está en la Creación es el universo donde se manifiesta lo denso y lo sutil; no olvidar que también está en la Creación lo no-manifestado, en un ámbito de indiferenciación completa. Hecha esta aclaración que se nos antojó necesaria, llegamos al nudo de esta cuestión, a la que podríamos enunciar de la manera siguiente: ¿es posible que el Universo tenga una realidad distinta que la que el hombre es capaz de captar, o la realidad es Única para todos los estados del Ser, y de posible conocimiento idéntico para la totalidad de tales estados?

La realidad física captada por el ser humano no tiene, en principio, por qué ser idéntica a la que capta un elefante o una hormiga, siquiera por la relación espacio-tiempo de cada uno de estos estados del Ser. Todo esto, suponiendo que la captación fuera intelectual en alguna medida pues, si no lo es (lo más probable), los animales según sea su especie tendrán, seguramente, diferentes concepciones de una realidad donde desarrollan sus vidas, conforme el ejercicio natural de su instinto. Algún grado de estructura y de organización han de tener como para que en muchos casos, no pocas especies se comuniquen con el ser humano, y el ejemplo más elocuente es el de los llamados “animales de compañía”, aunque la comunicación se limite a la relación mandato-obediencia.

Así las cosas, se puede ir perfilando la idea de que el ser humano tiene una concepción de la realidad fundada en la captación que de ella llevan a cabo sus sentidos: este árbol, esta casa, esta mujer, esta mesa... Luego sobreviene el proceso mental por el que opera el método gnoseológico, obteniendo imágenes y logrando mediante sucesivas abstracciones acumular en la conciencia una serie bastante crecida de conceptos, especialmente los que se utiliza para hablar. Porque el idioma no es más que una reunión de numerosos conceptos que en gramática operan como sustantivos, los que junto a verbos, adjetivos y adverbios, permiten a los seres humanos entenderse entre sí, y a veces con los animales aunque no fuera más que por la forma de emitir los fonemas.

El pensamiento encaminado a conocer objetos inmateriales es algo que está en el hombre y por ende, en la Creación. Forma parte de “su universo”, y puesto que ocupa un lugar privilegiado en la Creación, todo lo que está en ella integra la porción de realidad captada por el hombre. De tal manera que podríamos decir que la realidad es para el ser humano lo que el ser humano es capaz de captar como tal realidad en su medio que es el espacio bastante grande de su entorno; y su entorno es en estos tiempos gracias a la técnica, todo el planeta. Escapado de la gravedad, ha llegado a visitar satélites y planetas, a viajar por el espacio y llegará hasta donde sus aptitudes intelectuales se lo permitan. Todo eso es la realidad para el hombre. Es decir, una captación singular del estado humano que es uno de los tantos que conforman la multiplicidad del Ser.

Esta captación puede que esté acertada o no; eso nunca lo podremos saber porque carecemos de la posibilidad de captar la realidad de cualquiera de las especies de otros estados del Ser que no sea el estado humano. ¿Imaginar?, lo que queramos; ¿certezas?, ninguna. Con todo, esta realidad comprobable científicamente (física, química, biología, medicina si se la puede aceptar como ciencia, mineralogía, metalurgia...), y demás ciencias particulares, es la realidad comprobable para el hombre. Lo que de ello excede, ya no es una ciencia natural o física en el sentido griego del vocablo, porque ese más allá es el ámbito que ocupa la metafísica, que como su nombre lo indica, es algo que está más allá de la física. También está en la Creación, pero de manera distinta y por ello mismo, ni sus argumentos son válidos para todos, ni a todos interesa tanto como saber cultivar granos para que sepan mejor o preparar los piensos de manera que las ubres puedan dar más leche diariamente. Una de las razones por las cuales la técnica es venerada y la metafísica repudiada y hasta escarnecida radica en el hecho de que la primera otorga calidad de vida, es palpable y se la puede comprar cuando sale de la fábrica; la metafísica, ni otorga calidad de vida (es la manera en que lo contempla quien la desconoce), tampoco se puede decir que otorgue confort, exige un esfuerzo intelectual que el aire acondicionado no lo exige ni la televisión, y lo peor: que ni da dinero, ni proporciona la forma de obtenerlo, ni sirve para establecer una relación con otra persona, salvo alguna que en alguna parte esté leyendo y comprendiendo el pensamiento extenso de la cultura tradicional. Vista así, que es como la ve la mayoría de la gente, no puede ser más negativa la metafísica.

En cuanto a los que piensan y se interesan por las cosas pensables, ya tenemos cubierta una verdad: el hombre es capaz de conocer la realidad... al menos, “su” realidad, la realidad de su estado dentro de la multiplicidad de estados del Ser. A los que se mantienen disfrutando del aire acondicionado en el salón de su hogar no les importa otra cosa, ni siquiera se preguntan si su concepción de la realidad es la verdadera realidad o sólo el modo en que ellos la captan. Y entramos a las viejas discusiones acerca de los problemas mitad metafísicos, mitad gnoseológicos. Aquí no vamos a reproducirlos, tan sólo daremos una identificación vinculada al tema que nos ocupa.

La metafísica de los griegos, en general, es una metafísica muy próxima a los estados físicos de la manifestación; al fin de cuentas salvo los pitagóricos y Platón que se alejaron un poco del mundo sensible para reclamar la identidad de una realidad verdadera a una dimensión que no se ajusta a los parámetros de una concepción cercana a los sentidos, para el resto, oscilando entre la idea y el ente, la cuestión en Occidente se ha decantado por la realidad física pensada en grado metafísico. Otra cosa es la realidad del idealismo que, sin negarla, sitúa a esa realidad en un orden ilusorio. Es una copia de la verdadera; una copia creada por el Demiurgo siguiendo las instrucciones del Creador de todas las cosas, el gran desconocido que cuesta mucho trabajo intuitivo acceder a Él y que una vez alcanzada la meta es casi imposible trasmitir ese conocimiento a los demás, según Platón. En cuanto a Aristóteles, lo explicó sencillamente identificando el acto de conocer con lo conocido. Ambas enseñanzas griegas son un símil de los textos védicos. Lo de Platón se explica por el acto gnoseológico que no es sensitivo sino intuitivo intelectual, único modo de despegarse de las sensaciones mundanales para alcanzar otros órdenes de acceso a lo tras-humano, como lo es al Absoluto. Por su parte Aristóteles demuestra lo mismo que los textos de Brahma-Sūtras: al Absoluto sólo se accede liberándose de todos los requerimientos terrenales y con esa liberación lograr mediante la conciencia pura, la unión con Él, que no el conocimiento. En otras palabras, es lo mismo que enseñaba Aristóteles. La diferencia consiste en que los pensadores griegos no tuvieron la decisión de desarrollar tan espléndidas intuiciones intelectuales; tan sólo le dedicaron poca atención y ningún desarrollo, lamentablemente.

La idea fundamental es que no es posible conocer al Absoluto porque Él es todo el conocimiento, y el hombre carece de la aptitud apropiada para tan colosal tarea. Su condicionamiento humano lo excluye de asemejarse siquiera a lo Absoluto; puede participar de Él en la medida que en su ser se esconde porque está en todas partes y en ninguna. Es la condición existencial de su Sí Mismo, la personalidad que conocida en Occidente como alma, trasmigra a su fuente en el estado póstumo.

Y ahora nos preguntamos: ¿Acaso es esto la realidad? ¿Es la realidad lo que para Platón el ámbito de las Ideas? ¿Y es para los hindúes la realidad Absoluta que está encubierta a los hombres desde que en los primeros tiempos se inició su decadencia con pérdida de los altos grados de espiritualidad que ostentaban? ¿Tendrán razón los que reniegan de la metafísica porque son puras creaciones fantásticas de la mente? Tal vez sea parte de la realidad humana. Otra pregunta: ¿Estos conocimientos dimanan de una realidad que el hombre se propone como tarea para saber dónde está situado y para qué, o sólo responde a una necesidad de trascender buscando la explicación intelectual que le permita un descanso tranquilizador mientras recorre su camino hacia la extinción?

Los “prácticos”, sumergidos en un profundo a-gnosticismo se obstinan en restarle credibilidad a los resultados metafísicos a causa de su alto grado de improbabilidad. Ciertamente, el hombre vive inserto en una realidad tras-humana mucho más profundamente de lo que los a-gnósticos se imaginan. Despertada la conciencia del hombre mítico, se abrió paso y rápidamente la elaboración de signos representativos de las realidades físicas y de ese modo ganó espacio. Ya no era necesario dirigirse hasta un roble para expresar una idea. Se formaron los conceptos y el nogal fue suplantado por el concepto “nogal” y según las necesidades de expresión, también se sustituyó el nogal concreto con el concepto de las especies distintas del nogal. Así nacieron los conceptos principales y los secundarios o derivados. ¿Acaso el concepto árbol y el concepto nogal no son expresiones estrictamente mentales en el sentido amplio de este vocablo? ¿Cómo es posible explicar la teoría de cuerdas de la física cuántica sino por representaciones intelectuales que no tienen símil en la realidad sensible? Y, ¿por qué el hombre acepta estas concepciones y rechaza las metafísicas que tienen un más alto grado de sutileza?

No es difícil responder a esta última pregunta. La respuesta es que el hombre actual ha dejado de ser el mediador entre el Cielo y la Tierra. Ese elemento de la Gran Tríada taoísta que tiene sus pies afirmados en la Tierra y los ojos puestos en el Cielo, ha sido expulsado por la tecnología y el a-gnosticismo de su propia condición para dar lugar a un ser desplazado de su esencia, un ser que carece de sitio, del sitio que como especie le corresponde en la Creación. De algún modo el hombre actual ha revivido con su actitud, el pecado de soberbia que en todas las religiones se penaliza con severos castigos. La soberbia actual radica en la creencia absoluta de que cada hombre es en sí mismo un universo total con la totalidad de las posibilidades encerradas en su “yo”, cuando en realidad de lo único de que dispone es de la totalidad de sus contingencias, que no es lo mismo ni por cerca. Es como si se le hubiera apagado la chispa que lleva dentro y que está en todas partes y en ninguna porque, en efecto, ha confundido su “yo” con su “Sí Mismo”. Ese “yo” que es la identidad con la que el ser humano se mueve socialmente, es el yo del nombre, la edad, la profesión, la de sus costumbres, sus amistades y demás evidencias personales que lo hacen ser éste y no otro ser individual. Y es precisamente la cada vez mayor identificación o diferenciación del ser lo que lo aleja de lo Absoluto.

Lo asombroso debiera ser advertir que el hombre ha perdido la fe en Dios y más aún, que ha perdido la fe en sí mismo porque ha impuesto a su conciencia certeza de que es incapaz de conocer todo lo que no se puede captar con los sentidos, o lo que es lo mismo, reconocer sin reservas que lo único cognoscible es la realidad física, porque la realidad sutil está fuera del alcance de la mente o sencillamente no existe. Sin embargo, el a-gnóstico reconoce que se puede conocer cuándo se está enamorado pues, aunque se trata de un sentimiento y por lo tanto algo sutil, es factible de conocimiento porque produce efectos en el mundo exterior. Admite la existencia de causas somáticas en las enfermedades, pero no admite las causas sutiles que le permiten aplicar logaritmos. En fin, que el hombre actual, ateo o a-gnóstico, se complace con su soberbia y ambición, pese a lo cual está siempre insatisfecho y siempre hambriento de más poder y riquezas; esta especie de hombre ha encontrado la manera de justificar su nihilismo y se enorgullece de ello.

También se debe insistir en algo que ya se ha dicho antes: que la grandeza del hombre no radica en su sabiduría sino en su bondad, humildad y decencia moral. Pues bien, para lograr encender tales virtudes con la chispa interior es menester abandonar sinceramente la ambición de bienes materiales que superen lo estrictamente necesario para sobrellevar una vida digna y modesta a la vez. Si se logra ese propósito, el espíritu estará preparado para mayores logros, y cada cual podrá llegar hasta donde sus fuerzas y aptitudes se lo permitan. En todo caso, el conocimiento es un paso adelante en el acceso a la unión con lo Absoluto, pero no es el único, ni suficiente si no va acompañado de una vida virtuosa.

En definitiva: el universo puede ser “visto” por el hombre si está dispuesto a intentarlo lejos de las tentaciones materialistas y cerca de las necesidades gnósticas, porque ese universo es el que está al alcance de las condiciones propias del estado humano. Si hay una realidad distinta, tanto sutil como densa, será la que esté al alcance de las condiciones propias de algún otro estado de la multiplicidad del Ser. Siendo esto así, nuestra unión con Dios lo será por éxtasis místico, o la contemplación del yoghi, o la conciencia pura de la intuición intelectual, y nuestro conocimiento de la realidad física, sea la verdadera o la ilusoria, en todo caso siempre será la “visión” del estado humano que es, por lo demás, el único que el hombre puede conocer más hondamente que su mera cáscara superficial. Dicho de otro modo, el único Universo posible para el conocimiento del ser humano es obligatoriamente egoísta porque aunque quisiéramos, nunca podríamos conocer otra realidad que la captada por el estado humano; los otros estados no son accesibles para nosotros, salvo en el conocimiento de sus singularidades externas incluyendo el funcionamiento de sus funciones vitales, que son, por supuesto, igualmente externas.

Si según lo afirman dogmáticamente algunas religiones el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, no puede haber otra realidad que la que capta el ser humano, pues el Universo ha sido puesto a su disposición desde el acto mismo de la creación. Sin contradecir los dogmas que dicho sea de paso integran un ámbito de conocimiento distinto al metafísico (concretamente el teológico), es lo cierto que se nos está permitido formular toda clase de preguntas, algunas de las cuales las pusimos en claro más arriba y otras que tengan el mismo sentido crítico y afanoso de respuestas lo más certeras que fuere posible obtener.

 
NOTA
* Ver aquí: LA IDENTIDAD DEL SER.  
 
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