LA  CONTEMPLACION Y EL EXTASIS

NARCISO LUE *
 

Es de reconocer que el tema solamente preocupa a quienes están impregnados de Ciencia Tradicional y la Teología Católica. El interés, dicho sea de paso, está animado por el propósito de descubrir hasta dónde este grado de espiritualidad es común en doctrinas sagradas con dispar apariencia. Y la cuestión reside en saber si el yoghi oriental tiene su dídimo en el místico occidental. O si solamente tienen aspectos formalmente semejantes, sin identidad alguna en lo sustancial.

La contemplación, tal como la entienden los hindúes, no deja de sembrar asombro entre quienes no la experimentan ni tienen siquiera una somera idea de lo que pueda ser. La primera impresión es que se trata de algo misterioso y practicado por seres que poseen un especial pneuma. Ni siquiera parece ser algo que se pueda aprender, cuando en realidad es una actividad espiritual ligada a la contemplación directa como la entiende la metafísica no-dual del hinduismo, que requiere un alto grado de iniciación. En Brahma-Sūtras se encuentran detalladas las técnicas de la meditación; de cómo ha de llevarse a cabo, cuáles son las diferentes meditaciones, la importancia de la sílaba OM, la diferencia entre los que meditan en el Dios manifestado, y los que meditan en lo Absoluto inmanifestado y demás cuestiones relacionadas con la meditación como camino para entrar en el ámbito de la contemplación unitiva con el Absoluto.

Siguiendo un artículo de René Guénon publicado en Etudes Traditionnelles, junio de 1947; recopilado en Initiation et Réalisation Spirituelle, cap. XVI, nos encontramos con una dicotomía que va estampada en el título del mencionado cap. XVI: Contemplación directa y contemplación por reflejo, donde se dedica a establecer la diferencia clara (para él) entre ambos tipos de espiritualidad, bien entendido que se trata de la metafísica y la religiosa. Hacemos notar que la primera vez que Guénon llega a esta conclusión es en 1921, en su obra Introducción general al estudio de las doctrinas hindúes.

Brevemente recordaremos las etapas que para lograr tal resultado espiritual, según este autor, son las apropiadas y comunes a todas las tradiciones orientales. La primera consiste en una extensión indefinida de la individualidad, en que sin embargo aún no existe abandono del ámbito de lo humano; se trata de una modalidad corporal nacida del orden sensible. En esta etapa se produce el desarrollo de todas las posibilidades que están virtualmente contenidas en la individualidad humana y por el desarrollo de tales posibilidades es que se establece la comunicación con los estados superiores; con estas palabras no cabe duda que se refiere a la metafísica del Ser en cuanto tal. Una segunda etapa posibilita el acceso a los estados supra-individuales aunque bajo ciertos condicionamientos. Pese a ello, se ha producido ya un abandono del mundo de las formas y se entra de lleno en la indiferenciación y otros estados informales; ha de decirse, sin embargo, que esta modalidad informal donde ya no caben las distinciones, no constituye un nuevo estado porque sigue perteneciendo al orden de lo manifestado. La tercera etapa es la consumación del camino de preparación a cargo de las dos etapas anteriores. El fin supremo de este nuevo estado es el de la “Liberación” considerada en relación a los estados condicionados porque en efecto, está totalmente despegado de todo condicionamiento, forma y contingencia. Recibe también el nombre de “Unión”, respecto del Principio Absoluto, de donde “Liberación” y “Unión” son dos aspectos de un mismo principio (René Guénon, La metafísica oriental, pp. 30 y ss., ed. Olañeta, Palma de Mallorca 1998).

Los grados de iniciación que acabamos de recordar llevan a un estado superior del ser humano donde se confunden o identifican conocimiento y “estado edénico” que es propio de los yoghi, bien entendido que “conocimiento” está aquí usado con reservas pues, el conocer implica la dualidad sujeto-objeto, sin posibilidad alguna de identificación del conocimiento con lo conocido. Aristóteles explica que “Respecto a los seres inmateriales, lo que es pensado no tiene una existencia diferente de quien lo piensa; hay con ellos identidad, y el pensamiento es uno con lo que es pensado”. Y antes ya se expresó así: “La inteligencia se piensa a sí misma, puesto que es lo más excelente que hay, y el pensamiento es el pensamiento del pensamiento” (Aristóteles, Metafísica, XII, 9).

La primera cuestión que plantea Guénon es que existiendo contemplación en el orden metafísico y en el orden místico, es preciso averiguar si entre ambas existe identidad o al menos semejanza. Si nos atenemos al título del artículo del citado autor, ya tenemos la respuesta anticipada. El yoghi contempla directamente mientras que el místico cristiano lo hace de un modo reflejo, y pone como ejemplo el sol, que puede ser observado directamente o reflejado en el agua. En ambos casos se tratará de la visión del sol, aunque visto de manera diferente. La una, verdadera; la otra, secundaria.

De hecho, el señor Guénon niega a los místicos la posibilidad de despegarse de las contingencias del estado individual incluso, a los que él denomina como “místicos superiores” que son los capaces de interiorizar más y aún así, les niega la posibilidad que, sin embargo, otorga a los yoghi, simplemente porque considera que en la actividad mística interviene el factor religioso, por lo cual exige de toda necesidad la dualidad sujeto-objeto. Ha de sumarse otro argumento, según este autor, para establecer la distinción entre ambas: la contemplación es la más intensa de las actividades del ser humano, incluso por encima de las exteriores, mientras que la contemplación del místico no es activa buscando lo sagrado, sino pasiva. El místico cristiano “se deja penetrar” por lo sagrado, asumiendo una actitud pasiva que está lejos de la actitud activa de la contemplación hindú. Nos preguntamos si a un religioso no le está permitido fundirse con lo Absoluto que es tanto como residir en el “Corazón de Dios” mediante un acto de Conciencia Pura.

No acabamos de entender en qué se basa concretamente el señor Guénon para afirmar en el párrafo final de ese cap. XVI de su Contemplación directa y contemplación por reflejo, que existiendo grados en la realización iniciática, la cristiana se detiene en los tramos secundarios sin llegar a la consumación de la contemplación de la divinidad. No es rechazable ab-initio la suposición de que los místicos cristianos pueden, si se lo proponen, superando grados de iniciación, intentar un “vuelo” místico hacia lo Absoluto. No todo ha de ser sentimentalismo religioso, pura psicología y raciocinio especulativo. Tal vez todo el problema resida en el hecho de que el místico cristiano está afectado por un espíritu religioso que cultivándolo, pudiera privarle de la aptitud de desligarse de las contingencias de la manifestación, mientras que el yoghi, carente de religión y envuelto en una espiritualidad que trasciende lo individual, no está perturbado por experiencias psicológicas, que son propias de la psiquis obrante en la manifestación. Y a punto tal es así, que Shankara enseña que “Los actos virtuosos tienen como resultado el éxito exterior según su ejecución. Pero el conocimiento del Absoluto está libre de estos resultados y no depende de alguna clase de ejecución. Además, un acto virtuoso, sobre el que hay que investigar, es una cosa que todavía tiene que ser terminada, y no está presente en el momento de conocerla. Luego, cuando aparezca, dependerá del esfuerzo humano. Sin embargo, el Absoluto sobre el que se va a investigar aquí es una realidad preexistente, y no depende del esfuerzo humano, porque es una Presencia eterna” (Brahma-Sūtras, con los comentarios advaita de Sánkara, ed. Trotta, Madrid 2000).

Qué decir tiene que la virtud concebida como hecho de una realidad manifestada no puede afectar para nada la búsqueda de lo Absoluto, que se identifica con el Ser. De esta manera se elimina toda limitación en el “conocimiento” de lo Absoluto y a la vez queda fuera del proceso de búsqueda el contenido psicológico del acceso a la virtud. No obstante, si por el camino de la virtud llega el místico cristiano a la unión con Dios, se parece mucho al camino en que por el desapego, el yoghi se une a lo Absoluto. A fin de cuentas, en el hinduismo la virtud es un camino para emprender la fusión con lo Absoluto (Jaimini Sūtra, I, 11, 1).

Está claro que el “amor a Dios” tiene un carácter eminentemente sentimental y todo resultado ha de estar teñido de inseguridad por la ausencia de una certeza comprobable intelectualmente; no obstante, bien que puede un místico cristiano, si se lo propone, seguir los pasos que lo lleven al resultado cierto que produce la intuición intelectual, o mejor aún la “vivencia” apropiada para acceder al conocimiento de los principios metafísicos o al menos, a concebirlos hasta donde cada mente pueda según su aptitud. Negarle a un místico esa posibilidad es pretender que los principios de la Tradición Primordial son patrimonio de unos pocos seres humanos orientales.

 La verdadera cuestión radica en saber si el éxtasis cristiano es un fenómeno del intelecto o de la conciencia. En el primer caso se tratará de un conocimiento de lo Absoluto y por lo tanto falaz, porque todo conocimiento implica la dualidad sujeto-objeto. La Conciencia Pura no precisa de dualidades o más bien, las rechaza. Su metafísica es no-dual, y siendo así, no hay lugar para distinciones, conceptos o definiciones. Se trata de una vivencia directa despegada de todo elemento diferenciador y contingente. La pregunta es: ¿la Liberación hindú es distinta de la residencia cristiana en el Corazón de Dios? Tratándose de una actividad estrictamente “interior” como el mismo Guénon lo reconoce, ¿cómo puede estar tan seguro que el místico se deja poseer por lo sagrado en una actitud pasiva? ¿Es descabellado pensar que el místico en estado de éxtasis busca con pasión excitada la “puerta estrecha” por donde se accede a Dios? Esto no significa negar que existe una variedad de grados del fenómeno místico, como grados tiene asimismo la actividad de la contemplación metafísica de la Ciencia Tradicional (por lo menos tres, según Guénon). En la Introducción general al estudio de las Doctrinas Hindúes, expresa René Guénon en p. 68, que “... el punto de vista religioso implica, como característica fundamental, la presencia de un elemento sentimental”.

Si como tantas veces recordamos que Platón enseñó para siempre que Descubrir al hacedor y padre de este universo es difícil, pero una vez descubierto, comunicárselo a todos es imposible (Platón en Timeo, 28-c.), no parece aceptable que Guénon asegure sin una pizca de duda que los místicos no llegan al corazón de Dios porque su contemplación parte del fenómeno religioso, y porque su actitud es pasiva y no activa en la búsqueda de lo Absoluto. Lo innegable es que del mismo modo que ciertos místicos carecerían de la aptitud necesaria para llegar al “Corazón de Dios” aunque lo intentaran, habrá espiritualistas orientales que se queden atascados en las etapas intermedias que son de tránsito, por así decirlo, y por ende, secundarias o de rango menor, sin lograr el acceso a la “Liberación” o “Unión”.

Lo que viene a sostener este autor es que el yoghi es capaz de contemplar todas las cosas “como permaneciendo en sí mismo (en su propio Sí Mismo, sin ninguna distinción de lo exterior y lo interior)”, y que “no hay ni puede haber ningún grado espiritual que sea superior al del yoghi” (René Guénon, El hombre y su devenir según el Vedântâ, p. 142 y 146, ed. C.S. Buenos Aires 1991). ¿Cómo renegar de la evidencia de que observando de cerca a un místico en pleno éxtasis y a un yoghi contemplativo, es del todo imposible negar una semejanza, al menos exterior? Guénon niega a los místicos lo que concede a los yoghi afirmando que con el misticismo jamás se logra identificación con el Principio (Párrafo penúltimo del ya mencionado cap. XVI de Initiation et Réalisation Spirituelle). Lo asegura pese a que la doctrina sagrada hindú a la que acude con reiteración, es más generosa por lo abierta y universal; ver por ejemplo: Bhagavad Gita, cap. IV-11, La Sabiduría, ed. Olañeta, Palma de Mallorca 1983, expresa: “aunque muchos son los senderos del hombre, finalmente todos llegan a Mí”.

Se podría decir que la Liberación conlleva un proceso que se inicia con el conocimiento de las escrituras para desembocar en una “Conciencia Pura”, que está en un orden distinto de la conciencia llamada “material” que se evidencia en la manifestación del estado humano. Y por ello se enseña que: “No se puede conocer a aquel que es conocedor del conocimiento” (Brihadāranyaka Upanishad, II, 4, 2). No se puede conocer a Dios, pero se puede estar en su Corazón mediante una conciencia despegada de lo material, tanto como el yogui se une con el Absoluto sin tratar de conocerlo porque es imposible, sino fusionándose con Él.

 
NOTA
* Ver aquí: LA IDENTIDAD DEL SER.  
 
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