Nota
El lector advertirá el uso frecuente de la primera persona del singular a lo largo de este trabajo, cosa que el que suscribe no suele hacer en sus redacciones y además le cuesta no poco. Pero no ha encontrado mejor forma de expresar fresca y precisamente lo que quiere decir en estas líneas, que bien pudieran ser vistas como una declaración de amor y que verdaderamente lo son.
*
* *
Hace 10 años contribuí al volumen “Celebraciones” de la revista SYMBOLOS (nº doble 29-30) con un artículo titulado “Guénon en la obra de Federico González” que comenzaba así:
“La obra de Federico González es una memoria viva de la Tradición de Occidente. Dicha obra, que festejamos con alegría junto con los demás colaboradores de SYMBOLOS en este volumen dedicado a las celebraciones, constituye un vasto magisterio que ha utilizado múltiples vehículos y formas para transmitir la doctrina tradicional de una manera cabal y comprensible por los hombres y las mujeres de nuestros días, al objeto de que éstos reconozcamos la convocatoria interna e indelegable a una aventura teúrgica bajo los auspicios de la bóveda celeste en pos de nuestra verdadera identidad, la cual se encuentra más allá, mucho más allá del yo aparente que vive confinado en la cárcel de papel de lo socialmente convenido, previsible y chato, y también del Cosmos. Como el mercurio, que se adapta a la forma del continente que lo envuelve conservando su calidad de plata viva, y con la agilidad propia del mensajero alado, Federico ha recorrido durante más de treinta años muchos lugares de Europa y de América para anunciar a quien ha querido escucharle, de maneras muy variadas en su formato (conferencias, cursos, artículos, libros, programas radiofónicos, entrevistas televisadas, webs, etc.) y unánimes en su contenido, que en lo más íntimo de esta nuestra civilización, cada vez más semejante a un cuerpo sin alma cuyo rostro se está quedando congelado con un rictus horrible, aún late viva la Tradición Hermética; que esta rama del gran tronco de la Tradición Unánime es una enseñanza doctrinal revelada por la deidad en su faceta intermediaria e instructora de los seres humanos (Thot-Hermes-Mercurio en el ámbito mediterráneo) y ha sido codificada de una manera especialmente apta para la naturaleza individual de quienes hemos venido al ser en las orillas del Mare Nostrum y allende las columnas de Hércules durante el Kali Yuga; que cabe penetrar dicha enseñanza, a la que la Antigüedad grecorromana llamó Misterios, por medio de los símbolos revelados que constituyen su lenguaje; y que es posible la iniciación efectiva en los Misterios, esto es, realizar (=hacer real) el Conocimiento transitando por todos los estados del Ser hasta la liberación de toda determinación cosmológica y ontológica en el camino de vuelta al Absoluto del que nada emana más que ilusoriamente.
La obra de Federico González no es una ‘obra de autor’. Federico se ha constituido en un cilindro hueco a través del cual fluye lo que la deidad revela permanentemente sin añadir nada de orden individual ni detraer lo más mínimo de lo recibido. El hálito insonoro que se vierte en el interior de una flauta produce, al circular por su interior, un sonido, una nota afinada en una tonalidad que es reconocida por el oído humano y por medio de la cual se puede concebir en el pensamiento la idea musical y también la del silencio que contiene a todas las notas en potencia. De igual modo, el magisterio oral y escrito de Federico es una expresión concreta y colorida de la Tradición Hermética que se ofrece como soporte de meditación para ser atravesado y viajar con el pensamiento hasta la región etérea en que las letras arquetípicas son acuñadas, y aun más allá. No hay texto de Federico o exposición oral suya que no hayamos experimentado, conforme al propósito del autor, como un trampolín hacia lo alto, puesto que toda su obra constituye, en verdad, una crónica de lo divino transcrita por un testigo de excepción que nos invita permanentemente a sumarnos a la contemplación sin intermediarios de la Maravilla de las Maravillas. De esta manera, reivindicar que un escrito o una charla ‘es de Federico González’ no tiene nada que ver con una acotación académica de que el tema en cuestión está tratado bajo una óptica individual particular, sino todo lo contrario. No hay individualidad en la enseñanza impartida por Federico, sino transmisión cristalina de todo lo recibido y experimentado al unísono por todos aquellos que se han sumado a la cadena áurea gracias a la cual ha llegado hasta nuestros días la memoria de lo que verdaderamente somos y el recuerdo de que, por encima de todo, no-somos. De este modo, Federico cita y remite en sus trabajos a quienes como él han sido transmisores fidedignos de la Tradición y de la doctrina metafísica, no como el ensayista que enuncia por razones de ortodoxia compositiva los préstamos literarios efectuados sino como el maestro verdadero que se afana en poner todos los soportes de conocimiento posibles al alcance del discípulo que ha emprendido su viaje bajo las estrellas.”
Y concluía el artículo con este brindis final:
“Para nosotros, las obras de René Guénon y de Federico González constituyen una referencia doctrinal insustituible sin la cual jamás hubiéramos podido entrever la inmensidad del Ser Universal y del Absoluto ni concebir la posibilidad de una iniciación efectiva en los Misterios. Por razones que escapan a nuestra comprensión racional, por una gracia que agradecemos en lo más hondo, hemos sido invitados a un banquete nupcial, el de las bodas alquímicas del Azufre y el Mercurio. Felices, brindamos por su consumación y por el magisterio que nos ha guiado hasta el Templo del Amor.”
Todas estas palabras continúan teniendo pleno vigor; son expresiones vivas y veraces de vivencias de mi peregrinar por la vía misteriosa que conduce a una Liberación final más allá del Cosmos (de la que en verdad nada conozco ni puedo decir salvo que es Real, de Realidad con mayúsculas). Me adentré en este camino hace más de 20 años de la mano de los escritos de Guénon, los cuales constituyeron el andamiaje sobre el que edifiqué una primera comprensión de la Doctrina Tradicional; y descubrí a la obra de Federico –a la que estudié con posterioridad– como una voz unánime que arrojaba luz y disolvente sobre los cerrojos que habían querido echar los ‘guenoliteralistas’ en temas como la necesidad del exoterismo, la iniciación femenina y el alcance de la Tradición Hermética y los Misterios Menores. Voz que a la vez se erigía como un bastión inexpugnable frente a los ataques furibundos y babosos del schuonismo.
A esto, que es lo que yo celebraba en el artículo de hace 10 años, hoy quiero añadir una posdata como miembro de la tropa de actores llamada La Colegiata. Federico no sólo me ha ayudado a entender verdaderamente a Guénon, sino que me ha conducido a vivir el Misterio, algo que jamás hubiera podido realizar desde el ‘edificio tradicional’ que había construido a mi modo y medida –y al que sigo agradecido como vehículo de una etapa de mi vida–. Cada vez que pronuncio los parlamentos de un personaje de una obra teatral de Federico que se autoconforma en mi interior a través de sus propias palabras (que se convierten en mis propias palabras), me hago uno con él y me sumerjo en un mar de significados insondables acerca de lo que es todo esto –¿qué es todo esto?–, trascendiendo mi yo individual cuando sus densidades no joden demasiado, que hay días de todo, y entrando en otra.
Transformado por este arte teatral y teúrgico al que Federico ha convocado a todos los miembros de La Colegiata, me descubro hoy como un hombre renovado, amante de quien pacientemente me ha ido guiando como Virgilio a través de las sendas de mi psiqué para volver a nacer. O sea, para efectivizar aquella iniciación que un día entreví con la obra de Guénon. Y descubro ahora toda la obra de Federico –que me visita todas las mañanas como el Sol– con unos nuevos ojos, o mejor dicho, con el corazón. Y me digo a mi mismo que no hay palabras adecuadas para expresar la enormidad de mi amor y gratitud hacia quien, encarnando al dios Hermes, me ha sacado del pozo de los lamentos para poder vivir de lo alto.
|