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ASPECTOS SIMBÓLICOS MIREIA VALLS |
1. Tres noches de Mascarada. En 1759 Carlos III zarpó desde Nápoles a bordo de la nave “Real Fénix” y se dirigió hacia la península Ibérica para ser coronado como nuevo rey de España. La ciudad en la que fondeó fue Barcelona. Para recibirlo, el Ayuntamiento encargó a los Colegios de artistas y a los Gremios que organizaran un gran festejo. Las crónicas nos refieren la construcción de una arquitectura efímera para la ocasión consistente en un puente para que el monarca y todo su séquito pudiera desembarcar, así como diversos arcos de triunfo con representaciones de deidades marinas y de los trabajos del héroe fundacional de la ciudad, es decir, Hércules.
Ignasi Valls, Perspectiva escenográfica con motivo de la llegada a Barcelona de Carlos III y su esposa María Amalia de Sajonia, grabado calcográfico, Barcelona, 1759.
Delante del edificio de la Llotja de Mar se colocó un gran panel con el sistema solar y en el centro, equiparado al sol, la imagen del rey.
En este artículo querríamos poner justamente de relieve las significaciones más ocultas de aquella Máscara Real, o sea las principales u originales de las que derivan todas las demás y que son paradójicamente las que han pasado más desapercibidas, pues ya se sabe que al adentrarnos de pleno en la época moderna ha primado la interpretación histórico-política, partidista, costumbrista y anecdótica por encima de la simbólica y metahistórica que entronca con lo verdaderamente universal y espiritual.
Tengamos en cuenta que a mediados del siglo XVIII el mundo sucumbe al racionalismo, al positivismo y al cientifismo, arrinconándose la concepción tradicional de la unidad del hombre y el cosmos que hasta entonces había permitido al ser humano penetrar el conocimiento de los misterios del universo, de sí mismo y del Principio único del que todo emana, gracias a una labor ritual y al aprendizaje de una serie de conocimientos cosmogónicos y metafísicos transmitidos sin interrupción de generación en generación desde el origen de la humanidad. En Occidente, la transmisión de esa Sabiduría Perenne tomó como soporte distintas vías iniciáticas igualmente válidas, siendo los oficios una de las formas de vivenciar y realizar no sólo una actividad útil y práctica para la sociedad, sino sobre todo una acción ritual operativa de carácter intelectual y espiritual. Esto es lo primero que nos llama la atención, el valor importantísimo que aquellos artistas y artesanos atribuyeron a la mitología como reveladora de las “sublimes Verdades” y como transmisora de una historia ejemplar, modélica, apta para ser actuada por cada quien en el escenario interno de su alma; también nos ha sorprendido el hecho de que en un momento histórico en el que España era ultracatólica y todavía estaba vigente la Inquisición –con el peligro que esto acarreaba–, los Gremios decidieran recurrir a imágenes de la herencia greco-latina para diseñar esa Máscara Real, que tuvo un carácter totalmente “pagano”, destacando nada más y nada menos que Mercurio como al dios que prologaba toda la celebración, o sea la deidad transmisora de las artes y los conocimientos internos del universo, el escriba divino, el intérprete y guía del viaje iniciático, promotor de la transmutación del alma, guía y sanador, así como patrón de todas las transacciones comerciales e intercambios no sólo materiales sino también espirituales, según atestiguan todas las tradiciones de la tierra, que bajo distintos nombres se refieren a la misma entidad civilizadora y conductora. En el excelente grabado de Pasqual Pere Moles que inaugura el libro, aparece en primer término, como recién aterrizado de un vuelo vertical sobre la montaña de Montjuïc (la isla fundacional de Barcelona), el dios alado entregando un sobre cerrado a unos niños que representan a los Gremios y Colegios de artistas, los que reciben el encargo celeste de preparar la mascarada; cerca, en el suelo, el escudo de la ciudad y un fiero dragón evocando la bestia que siempre es necesario domesticar. Precede Mercurio anunciando y dirigiendo esta Real función en que concurre y se interesa, ya por ser planeta que tiene en esta capital su predominio, ya porque es el astro que particularmente influye y promueve la aplicación industriosa que caracteriza estos Colegios y Gremios; o por el ministerio que suele ejercer en los empeños de las demás deidades; y también por su notoria aptitud y expedición en cualesquiera empresa...2
Y eso es lo que eran los designados para ejecutar la labor primeramente constructiva y posteriormente gráfica de esa obra, que se editó posteriormente en la imprenta de Thomás Piferrer –radicada en la plaza del Ángel de la ciudad–, unos verdaderos artistas. Francesc Tramulles diseñó y trazó los dibujos del libro entregado a Carlos III en 1764, es decir, cinco años después de los festejos, con la colaboración de uno de sus alumnos, Pasqual Pere Moles, que grabó las letras capitales y tres de las grandes láminas. Tramulles era un reputado pintor, miembro del Colegio de Pintores de Barcelona donde obtuvo el grado de maestro, lo que le permitió abrir taller propio y tener aprendices y discípulos bajo su tutela; fue también académico de la Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid y el fundador de la que sería la primera escuela pública de artes y oficios de Barcelona, llamada posteriormente Llotja. Por otra parte es de destacar su labor como escenógrafo en el teatro de la Santa Creu de Barcelona, el más importante de la ciudad en aquella época, donde trabajó en los decorados de óperas como Sirue el rey de Persia, Il mondo de la Luna, Il Demofonte, Didone abandonata y Emira, todas ellas con un componente marcadamente mitológico y “pagano”, lo que nos presenta a un artista con unos intereses amplios y que abarcan diversas artes plásticas movilizadas en espectáculos completos, como es el caso del de la ópera.
Por circunstancias que escapan a nuestro entendimiento, uno de esos volúmenes vino al encuentro de un miembro del CES de Barcelona, lo que nos pareció altamente significativo. No pudimos dejar de prestarle atención y estudiarlo esmeradamente, tanto por su valor documental como sobre todo por el simbólico. Nos atrajo principalmente el poder evocador de las imágenes fijadas en esos grabados, y luego el texto que los acompañaba, lo que poco a poco fue poniendo al descubierto un recorrido arquetípico sobre una geografía concreta, que iba remontando desde la tierra hacia el mundo de la Utopía, a ese lugar fuera de cualquier coordenada en el que las ideas se expresan con todo su potencial transmutador y liberador. Lo abrimos, con asombro, y nos dejamos conducir por su discurso oculto, aquél que quizás pocos podrán o querrán ver y que sin embargo sigue ahí, cohabitando con las diversas opiniones, interpretaciones, críticas e incluso el desprestigio inducido por todos aquellos que no se ubican en un punto de vista simbólico, es decir, iniciático y tradicional.
En el primer grabado aparece la personificación de Barcelona rendida a los pies de su Majestad la Reina, entregándole una tela en la que figuran varias deidades: Neptuno, Hermes, Júpiter y el hijo de éste, Hércules. Pensemos en lo que cada uno simboliza y saquemos nuestras propias conclusiones. Al fondo, sobresale el pequeño faro de la ciudad y un mar repleto de veleros, o sea un foco de luz que guía a las naves viajeras. Las dos mujeres están rodeadas de herramientas de los distintos oficios y del escudo de Barcelona, los atributos de Hércules y un dragón domesticado que se mantiene vigilante; tres niños contemplan la tela desplegada y uno de ellos levanta la mano hacia el retrato del Monarca, en suspensión sobre una nube, rodeado de dos genios alados y una Fama. Dama Ciudad, que se lleva la mano al corazón y mira hacia lo alto, confía en la labor de sus artistas para elevarse al mundo de los dioses y para que el influjo de éstos descienda sobre la tierra, uniendo así lo de arriba con lo de abajo.
De este modo se inaugura esta mascarada que tuvo lugar en una ciudad determinada, dispuesta para hacer vivir a todos los participantes un acontecimiento extraordinario que los habría de arrancar de la cruda, monótona y no siempre agradable realidad cotidiana, dándoles la oportunidad de escuchar los sones emanados de la Musa de la Historia, la protagonista del tercer grabado, 3 que está sentada al lado de la personificación de la Representación, comunicándole el sentido de toda esta celebración. Clío, “la que canta la gloria de los hombres y la celebración de los dioses”, tiene el gran Libro de la Vida abierto sobre su regazo, el que recoge esa “corriente de agua fresca que emana de la palabra”, tal cual el río que discurre junto a ella, recordando que “la Historia es una proyección del Sí mismo y existe en el corazón del iniciado. En ese corazón en el que no hay ni antes ni después”, solamente un “ahora reiterado”,4 que es actuado por aquel ser humano que se presta a representar la tragicomedia cósmica. De ahí la presencia de la Representación, rodeada de instrumentos musicales y disfraces, y una máscara, que puede ser la de cualquier personaje, o la de todos los que deben ser interpretados por los actores-iniciados del gran teatro del mundo. La cabeza de Orfeo y su lira siguen cantando los Himnos Órficos, esas invocaciones a todos los dioses, y el mito de este poeta-teúrgo antiquísimo llegado de la Tracia a tierras de Grecia cuyas enseñanzas son asimiladas posteriormente por Platón, entre otros autores clásicos, introduce en este grabado la presencia del prototipo del iniciado dispuesto a encantar y dejarse encantar por la música de las esferas. Cupido y el Celo vuelan sobre las dos mujeres, elevando el pensamiento hacia el mundo de las ideas, de las energías del cosmos que día tras día son recordadas, invocadas, cantadas y actuadas por los que se suman conscientemente al rito reiterado de una creación inacabada.
Damos vuelta a la página y comparece de nuevo Mercurio, montado ahora a caballo y acompañado de sus 4 Genios y una graciosa y bulliciosa comitiva, señoreando él en medio de la danza ecuestre, portando su ostentoso caduceo, mientras los Genios muestran en alto una esfera terrestre, otra celeste, herramientas agrícolas y un mástil y un timón de velero. Comienza el viaje que unirá el cielo con la tierra y viceversa; los aparejos, las herramientas y los vehículos están preparados y dispuestos para ser entregados a los artistas y artesanos. Dos pajes en sendos extremos de la escena marcan los límites del evento y vigilan las esquinas, mientras unos vientos favorables y unas auras apacibles bailan alegremente; más retirados, cerca de un mar en el que se levanta una gran ola, los vientos furiosos y las tempestades se mantienen contenidos por una atmósfera benéfica que impregna todo el conjunto. Mensajes de otros mundos vuelan por el invisible aire, la aparente agitación presagia un gran acontecimiento, Hermes trae buenas nuevas… Todo está preparado para recibir al Monarca, al Rey del Mundo, a ese estado interno del alma que el iniciado reconoce como la plena realización del estado humano. Por eso se dice que aquél que se conoce a sí mismo es capaz de gobernarse y gobernar al mundo, no desde el exterior, sino por una fuerza interna que poco desea ni busca acerca de glorias y victorias mundanas y sí de conquistas celestes. Investida de las alas de Hermes, el alma recupera su vuelo y se eleva verticalmente a las altas esferas del intelecto.
El perro ladrador anuncia la llegada de Cupido en el siguiente grabado; Eros, uno de los dioses primordiales surgidos al mismo tiempo que Gea y Urano, el promotor de todas las uniones y alianzas humanas y suprahumanas comparece como un niño al que sigue una ordenada comitiva: pastores Idálicos, Ninfas Acidalias, Tracios y Ninfas de Venus ¿qué novedades traéis de tan lejanas tierras y tiempos tan pretéritos? Vuestros rostros graves y las miradas al cielo guardan enseñanzas antiquísimas que han llegado a nuestros días merced a la larga cadena de transmisión que conforma esta comitiva: soldados espartanos y espartanas, luchadores natos, ancestros de nuestra cultura junto con los fusileros de montaña, o sea aquellos componentes del ejército regular de Cataluña que os toman como modelo; y detrás nada menos que la Hidra de Lerna cabalgada por Hércules que la sujeta pues sabe del inmenso poder de esta fiera para reproducir sus cabezas y dificultar la salida victoriosa del héroe que fundó Barcelona cuando regresó de recoger las manzanas del Jardín de las Hespérides, allá en la mítica Atlántida, continente del que los occidentales heredamos muchos de sus conocimientos depositados en la civilización del Antiguo Egipto y que luego sus sabios transmitieron por toda la cuenca del Mediterráneo. Aquí estáis también representados, capitaneados por Hespero a caballo, el hermano de Atlas y padre de Hesperis, que unida a su tío Atlas, el más conocido rey de la Atlántida, alumbró a las Hespérides, en número de siete, las jóvenes doncellas convertidas en estrellas conservadoras simbólicas de una Sabiduría Perenne que se transmite de ciclo en ciclo cósmico sin alterar su esencia. Por eso, tras Hespero sigue la larga comitiva de los Hesperios Astronómicos, sosteniendo toda suerte de instrumentos para observar el cielo, para escrutar sus revoluciones, los módulos y proporciones que se expresan a través del movimiento de los astros, que revelan unas leyes invariables y presentan al dios Tiempo como la imagen móvil de la eternidad. Cerrando la comitiva, hombres y mujeres personificando los meses lunares y sus mutaciones, los astros y las estrellas portan antorchas luminosas que difunden la luz por el firmamento y la derraman sobre la tierra, recordando que la astronomía es una de las ciencias o artes liberales que transmite a los hombres las claves para descifrar el código con el que está signado el Cosmos entero. Perdido en el horizonte, sobre un puente, se erige la estatua de un ser gigantesco, de espaldas a todo el desfile y con una mano levantada señalando hacia arriba. ¿Quién contempla hoy en día el firmamento no como algo ajeno a nuestra vida sino como el depositario de las claves del Universo y del pequeño cosmos que somos todos y cada uno de nosotros?
¡Mucha atención! Tres carros majestuosos irrumpen con Eolo, Marte y Venus y Cinthia. Eolo, el Señor de los vientos que vivía sobre la isla flotante de Eolia tenía seis hijos y seis hijas desposados entre sí, y se dice que Zeus le otorgó el poder de controlar las corrientes de aire, apresándolas o liberándolas a su antojo. Estos flujos invisibles desatan tan pronto tempestades que arrasan lo que encuentran a su paso, como suaves brisas benéficas portadoras de mensajes y diversidad de gérmenes. A veces facilitan los viajes y otras los malogran, o interrumpen, por lo que siempre se debe estar atento a escuchar por dónde te lleva la corriente; decidir si hay que dejarse fluir, luchar o detenerse, y en todo caso siempre jugar a conjugar los opuestos, tal cual la conjunción que Venus y Marte simboliza. El Amor y la Guerra parten de un punto superior del que emana su aparente polarización y la alianza de estas dos deidades mantiene el delicado equilibrio de las tensas fuerzas universales. Tras los dos amantes, la casta Cinthia –cuyo nombre en griego es el gentilicio de Kynthos que significa “Del monte Kynthos, diosa de la Luna”– cierra este primer grupo de carros celestes. El astro de los crecimientos y decrecimientos, el más cercano a la tierra, el que signa los flujos y reflujos de las aguas e ilumina en medio de la negra noche, abre su puerta a una esfera más alta del firmamento, dando paso a aquella deidad que anuncia la llegada de su hermano gemelo, es decir, Apolo.
El paso de la oscuridad de la noche al derroche de luz del día viene anunciado por la Aurora; y aquí llega ella, como una lozana amazona, precediendo al sol y trayendo consigo los colores y las luces, las cuatro estaciones y los 12 signos del zodíaco, las Musas y los Vates a los que las cantoras de la Cosmogonía inspiran, amenizado todo el conjunto por el baile circular de las Tres Gracias y por Anfión, Arión y Lino, tres personajes míticos vinculados de algún modo con Apolo por ser cantores, músicos, inventores del ritmo y la melodía, e incluso del tercero se dice que fijó definitivamente los caracteres del alfabeto fenicio.
Es obvio que a través del desfile de todas estas deidades se está presentando al amplisímo campo de la mitología y de las artes liberales como el depositario de las enseñanzas cosmogónicas, ocupando un lugar principal la astronomía, la música y la aritmética. Apolo, el que gobierna el carro de las nueve Musas, el que tañe la lira que le ha regalado Hermes, el que conoce las íntimas proporciones que regulan los ciclos cósmicos, las eras, los tiempos, las circunstancias y hasta los acontecimientos concretos, los módulos de todas las construcciones geométricas, ya sean arquitecturas, jardines, partituras, objetos, etc., comparece ahora con su carro dorado inundando toda la escena con su luz y su brillo y señalando el eje directo que une la tierra, la luna, él mismo y la estrella Polar. Su padre Júpiter le sucede acompañado de Juno y las aves que los simbolizan, o sea el águila y el pavo real respectivamente, la pareja olímpica por excelencia, mas dos deidades muy antiguas, preolímpicas, que son Astrea y Temis, las que remontan a un tiempo más primordial de esta humanidad. La primera, hija de Júpiter y la propia Temis, es diosa de la justicia y símbolo de la virtud que regía en la Edad de Oro, y fue transformada posteriormente en la constelación de Virgo. Temis, a su vez, es hija de Gea y Urano, diosa del orden y la justicia y se habla de sus dones proféticos. Al fondo de la escena, otro carro rebosante de flores y frutos, transporta a tres diosas de la vegetación que son Vetumno, Pomona y Flora. Cada una tiene sus atribuciones y ejemplifica un aspecto del alma del mundo, visto como un inmenso vergel en el que florecen todas las posibilidades, las que sometidas a la rueda de las mutaciones y revoluciones testifican la vida de un cosmos vivo, significativo y revelador de un Misterio subyacente en cualquiera de sus rincones o comarcas.
Al mismo tiempo que un círculo, estos mitos van dibujando también una escala ascendente, tal cual la escala del Conocimiento que remonta hacia la cúspide. Arriba, la cima del Olimpo está habitada por Zeus, su amado Ganímedes, y todos los dioses Olímpicos y los seres que a través de un proceso de transmutación se han deificado. El mito narra que siendo Ganímedes el joven más hermoso de la Tierra, los dioses le eligieron para llevar la copa dorada de su néctar y le concedieron el don de la eterna juventud. Zeus lo deseaba y lo raptó, transformado en águila, para convertirlo en su copero personal en el Olimpo. Ello suponía el desplazamiento de Hebe, diosa de la juventud e hija de Hera, y ésta, ofendida, quiso avergonzar a Zeus por su amor a un joven. Pero el dios, enfurecido con su esposa, glorificó a Ganímedes elevándolo al cielo donde ahora luce como la constelación de Acuario.5La idea de una cadena de transmisión compuesta por todos los dioses entreverados con semidioses, héroes, personajes míticos, habitantes de regiones significativas en diferentes momentos de la historia, y hombres y mujeres abiertos a la aprehensión de todas estas energías actuantes, vivas en el interior de sus conciencias, se hace claramente patente en este grabado en el que desfilan las Constelaciones, Atlas sosteniendo el mundo, la diosa Iris, jardineros de Flora y sus Ninfas, serranos y Melias, Silenos viejos y Hamadríades, Sátiros y Ninfas de Diana, Acteón y cazadores, segadores y segadoras, Sículos y Ninfas de Ceres, Baco y sus Bacantes y Cíclopes de Vulcano. Como vemos, la escena está cada vez más copada, hasta el más remoto rincón del universo visible e invisible es habítaculo de energías nombrables, de ideas-fuerza vivas y actuantes.
Ahora, se abre paso a tres extraordinarias carrozas que son más bien fragmentos de una geografía simbólica dispuesta a ser conquistada. Entra primero Diana, sentada en un trono agreste, tal como es esta diosa, una virgen que caza solitaria por los montes acompañada de sus perros guardianes y armada con lanza y carcaj; le sigue Ceres aposentada en un campo de espigas que crecen a los pies de una montaña, que en realidad es un volcán escupiendo fuego y piedras. Y detrás un carruaje, o mejor una gruta que se desplaza sobre ruedas, en cuyo interior Vulcano y sus herreros realizan trabajos de forja, mientras dos personajes lejanos, en el corazón de la escena, dialogan quizás acerca de todo lo que estas deidades están simbolizando en su itineraio interno. Los Misterios de Eleusis en los que se revivía el drama de la diosa Demeter/Ceres y su hija Perséfone/Proserpina vinculado con los ciclos agrarios, análogos a los que va recreando el iniciado en su viaje de conocimiento, todavía no están totalmente olvidados. Ni tampoco se ha perdido la idea de la transmutación de la materia por la acción del fuego; sigue, pues, vigente el recuerdo de un fuego oculto en el interior de la tierra que “cuece” los metales y es el responsable de la obtención de un oro fino cuando se ha logrado limpiar todas las impurezas. Sí, la alquimia vegetal y mineral, en definitiva la simbólica del proceso alquímico, está presente en esta lámina haciéndonos ver que esa ciencia de las transmutaciones es conocida por el artista que trabaja sobre su alma y la pone en consonancia con el alma del mundo, para así, conquistándola, entregarla purificada al Espíritu.
Nueva vuelta de página. Sobre un paisaje reconocible y a la vez fantástico, con la montaña de Montjuïc al fondo, el mar y un fragmento de la ciudad amurallada y en un primer plano las ruinas de unas construcciones clásicas con una gran estatua de Hércules mostrando la clava, se presenta a caballo el dios Jano, el bifronte, el que abre y cierra las dos puertas del año en los solsticios de invierno y verano y que era el patrón de los Collegia Fabrorum romanos, es decir de aquellas agrupaciones de artesanos, –geómetras y constructores– que durante siglos transmitieron a sus adeptos los secretos del oficio. En esos colegios tienen su origen las asociaciones gremiales de la Edad Media, sobre todo las que estaban relacionadas con el arte de la construcción y todas sus derivaciones. Justamente sus continuadores fueron los que prepararon la mascarada que estamos recorriendo y no porque sí en este grabado comparecen algunos de sus representantes mostrando los pendones con las herramientas propias de su arte y los santos patronos, y el producto de sus labores: instrumentos musicales, finos tejidos, cerámicas, armas de guerra, etc. Detrás de ellos las Vestales, las vírgenes que guardan el fuego del hogar siempre prendido acompañadas de ancianos sacerdotes conocedores de los designios divinos, de los ritos sagrados con los que el cosmos se vivifica, de las enseñanzas imperecederas de una cosmogonía que se mantiene inalterable. Y más personajes mitológicos, Faunos persiguiendo a las Dríadas, esas ninfas de los robles que se dice custodiaban el Árbol de las Hespérides y las manzanas de oro que contenía, o sea que se trata de seres que habitaron la mítica Atlántida. Entre las más conocidas está Eurídice, la esposa de Orfeo, la cual sucumbe en el rescate cuando éste mira atrás para ver si su amada le sigue. El cortejo de estas entidades del mundo intermediario, símbolo de las múltiples facetas que puede revestir el alma, sigue con la presencia de Silvanos y Náyades y con Alciones y Nereidas. Abundando en su estudio podemos ir reconociendo todas las transformaciones o metamorfosis que va experimentando el iniciado en su viaje de retorno al Origen, a la Morada del Eterno, donde finalmente ya no hay distinción entre esto o lo otro, ni acepción de persona, ni atributo… Mas alcanzar ese estado de conciencia supone recorrer el larguísimo viaje de Conocimiento que esta mascarada va poniendo al descubierto, aunque de un modo encubierto.
Toca remontar la gran corriente de agua que fluye desde el carro de Alfeo, uno de los ríos de Sicilia, como hace la ninfa Aretusa cuando va al encuentro de su amado; también cruzar las grandes aguas del mar aprovechando la energía de Nereo y su esposa Doris, para arribar a las costas de un abismo, regentado por Saturno y Opis, el gobernante de la Edad de Oro y su esposa, antigua deidad romana de la fertilidad y la opulencia. Se podrá así cerrar el ciclo de estas dos noches mágicas, al igual que Saturno cerrará el de la presente humanidad inaugurando una nueva con el advenimiento del siguiente manvántara. Quizás aquellos artistas y gremios ya nada sabían de la doctrina de los ciclos cósmicos, pero las deidades que evocan en los mitos que eligieron para su mascarada, todavía guardan estas altas enseñanzas cosmogónicas. Tales, y tan claras son las señas, o auspicios del siglo de Saturno, que esperamos con el superior influxo del feliz gobierno que nos viene a fomentar por todos los caminos la Agricultura, el Comercio y todas las Artes. Acompáñale sentada baxo el mismo Pabellón (que era de rica tela de plata) la Gran Madre Opis, simbolizando aquí en particular la tierra de España, coronada de Torres en señal de las Fortalezas inexpugnables, con que está próvidamente defendida, afín que ninguna enemiga hueste turbe la preciosa paz, y medras del estado procedentes de la aplicación industriosa de sus naturales: Acoge al león cariñosa haciendo ahora más que nunca gozoso alarde de su blasón, o atributo: Lleva en la mano prodigiosa llave en demostración de hallarse pronta a abrir su seno, y dexar abastecidas en breve sus antes estériles Campiñas, de las ricas doradas mieses, y de los demás frutos que ostenta en vaticinio su cornucopia. Palas sentada en la Proa, ostentando primorosos artificios con que sutiliza los estambres, promueve la genial inclinación de estos naturales a las Artes, y manufacturas en que logra conocidas ventajas el Estado: El ancho de este carro era dos varas, y una tercia, siendo de proporción triple en el largo. Este terminaba el festejo de la Segunda Noche. 6Y así, tras evocar e invocar a los dioses celestes y los terrestres, sólo nos queda aliarnos con los marinos, los que habitan las aguas que median entre el Cuerpo y el Espíritu uno y único de donde todo surge y a dónde todo retorna en cumplimiento de las leyes que rigen la Manifestación Universal.
Es claro que para una ciudad costera como Barcelona no podía faltar la presencia de los hombres de mar, los marineros y marineras de este país, y la pescadera que ofrece los frutos de las aguas, acompañados nada más y nada menos que de los Tritones y las Sirenas, que en lugar de mujeres con colas de pez se presentan como aquellas cantoras de las que habla Platón en la República, las que revelan la música de cada una de las esferas celestes. A los hombres de oficio y entidades numinosas se juntan algunos de los compañeros de Ulises y los Argonautas, o sea aquel héroe que parte con toda una tripulación de sabios, guerreros, profetas, poetas y músicos a la búsqueda del Vellocino de Oro, y también hacia la guerra de Troya y cuyo regreso a su isla natal Ítaca representa la odisea del iniciado que sale al encuentro del centro supremo, residencia del Principio espiritual, regresando luego a su hogar, cerrando un círculo y dando así cumplimiento a un Destino acorde con la Providencia. No falta en medio de este repertorio, Portuno, el dios de las puertas, de las llaves que las abren y de los puertos, los puntos de detención y receso en la larga travesía hasta el arribo al último abrigo, que en realidad es un estado de la conciencia en el que se abandona la nave, el vehículo, el símbolo y el mito porque ya es todo reposo, paz y unidad. Acuden también a la cita los vates, las sacerdotisas y algunos niños que con su alma virgen e inocente reciben todas estas enseñanzas y las siguen recordando, recreando, mediante el rito despojado que ha quedado reflejado en estos fastos, pretéritos y al mismo tiempo actuales, en la medida que reconocemos que tienen algo que decirnos a cada uno de nosotros y son más, mucho más, que una simple alegoría que conmemora un hecho histórico.
Culmina la tercera velada de la Máscara Real, y con ella contemplamos el último grabado en el que aparece la sirena Parténope, la joven virgen frigia que había hecho votos de castidad; enamorada, no los quiere romper y se retira en medio de la campiña de la región de Campania, consagrándose a Dioniso por siempre más. Afrodita la acaba transformando en Sirena. También entra de nuevo en escena Ulises que nos viene a recordar las palabras que dirige a su tripulación, y que Dante así escribe en su Divina Comedia: – Pensad, pensad en vuestro origen. Vosotros no habéis nacido para vivir como brutos, sino para alcanzar virtud y conocimiento. Con esta corta arenga infundí en mis compañeros tal deseo de continuar el viaje que apenas los hubiera podido detener después. Y volviendo a la popa hacia el oriente, de nuestros remos hicimos alas para seguir tan desatendido viaje…7Así, pensando en nuestro origen e interesados solamente en realizar ese viaje espiritual, esa recuperación de un estado de la conciencia más allá de los mares del mundo intermediario, o del Alma del Mundo, nos subimos a la nave Argos, la negra nave que de ser beneficiada por la influencia de Neptuno, arribará a la tierra mítica que guarda el Vellocino de Oro. La Máscara Real concluye con el grabado de este navío al que se nos invita a subir, y a remar en dirección a una meta liberadora. Sabemos que las evocaciones sugeridas sobre los grabados de este libro pueden estar muy alejadas de las lecturas histórico-políticas-estéticas que se han hecho de esta Máscara Real, pero para nosotros esa es la grandeza del símbolo: su enseñanza no se enturbia, ni disminuye, ni desaparece por la estrechez de miras del observador. Es más, para aquél que se acerca totalmente permeable al potencial transmutador de la Vía Simbólica, puede ir descubriendo un discurso oculto, pero real, veraz, operativo y entroncado con una Sabiduría Perenne, que es la que alimenta todos los mitos evocados en los grabados; profundizar y meditar en el entramado que van tejiendo supone un rito altamente purificador. Estamos invitados, guiados por el soplo de Hermes… El vasto campo de la Cosmogonía se abre ante nosotros, rompiendo las barreras del tiempo y del espacio para conducirnos a un ámbito en el que todo es permanente actualidad. Seguirlo o no sólo depende de nuestra libre elección. |
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NOTAS | |
1 | Máscara Real executada por los Colegios y Gremios de la Ciudad de Barcelona para festejar el feliz arribo de nuestros Augustos Soberanos D. Carlos Trecero y Dª Mª Amalia de Saxonia, con el Real Príncipe e Infantes. Imprenta de Thomás Piferrer, Barcelona, 1764. A partir de ahora nos referiremos a esta obra como Máscara Real. |
2 | Op. cit |
3 | La segunda lámina corresponde a la ya mencionada de Hermes-Mercurio entregando la carta a los niños artistas. |
4 | Los entrecomillados corresponden a citas de la obra teatral Rapsodia, de Federico González Frías, y el primero de ellos a Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, del mismo autor y colaboradores. |
5 | Marc García, Mitos del Cielo de Verano. Blog "Astronomía Hermética" (http://astronomiahermetica.blogspot.com). |
6 | Máscara Real (ibid.). |
7 | Dante, La Divina Comedia. Canto XXVI. |
8 | Porfirio, Argonáuticas Órficas. Ed. Gredos, Madrid, 1987. |
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