SYMBOLOS
Revista internacional de 
Arte - Cultura - Gnosis
 

ASPECTOS SIMBÓLICOS
DE LA MÁSCARA REAL DE 1764.
UN LEGADO DE LOS GREMIOS Y COLEGIOS DE ARTISTAS DE BARCELONA.
2 ª Parte
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MIREIA VALLS

2. El legado de los Gremios y Colegios de Artistas de Barcelona.
Las calles Boters, Flassaders, Espaseria, Argenteria, Mirallers, Sombrerers, Traginers, Abaixadors, Vigatans, Corders, Carders, Assaonadors, Cotoners, Corretger, Semolers, Civader, Blanqueria, Agullers, Candelers, Escudellers, etc., etc., son la huella en el nomenclator callejero del centro de Barcelona de su pasado gremial. De hecho esta ciudad que en sus orígenes romanos ya fue un pequeño centro comercial y artesanal, muy vinculado también a la actividad agrícola de la campiña que la rodeaba, afianzó durante la Edad Media este carácter relacionado con el trabajo manual en todas sus expresiones, desde las más rudas hasta las más delicadas y refinadas. Tan es así que podríamos decir que la organización gremial es la que ha marcado la idiosincrasia de la ciudad durante centurias, complementada por la actividad mercantil y de intercambio que le ha venido dada por su ubicación geográfica, análoga a la de otras ciudades del Mediterráeo. Como testimonio de este cultivo de las artes o artesanías y del gran desarrollo que alcanzaron en Barcelona aportamos unos textos escritos por Antonio de Capmany en su voluminosa obra Memorias Históricas. Sobre la Marina, Comercio y Artes de la ciudad de Barcelona (1779):

Desde los años 1301 hasta los de 1325 se encuentran los nombres de trece oficios más, agregados a los diez y nueve que compusieron el Gran Consejo en su primera institución; y son los siguientes: candeleros de cera, boticarios, silleros, pintores, plateros, carniceros, roperos, caxeros, candeleros de sebo, tintoreros de fustenes, guanteros, guadamacileros, texedores de fustanes. Desde el referido año al de 1395, se leen los nombres de trece oficios más de nueva agregación en el Consistorio municipal, y son los cuchilleros, vayneros, barberos, panaderos, espaderos, lanzeros, texedores de mantas, tapiceros, alfareros, carpinteros de ribera, calafates, canteros, carpinteros de muebles. Según lo contenido en estas listas, consta Barcelona en el siglo XIV quarenta y cinco gremios autorizados de artífices.
Desde el año 1433 hasta el 1500 se agregaron dos: sastreros y vidrieros; y desde esta última época hasta la de 1584 se aumentaron diez y seis oficios, que fueron: esparteros, ropavejeros, ebanistas, boneteros, manguiteros, pescadores, albañiles, calceteros, merceros, claveteros, dagueros, loseros, cerrajeros, batihojas, galoneros, cordoneros. Así es que, rebaxando los ballesteros y corazeros que debieron de quedar sin uso, contaba Barcelona a fines del siglo XVI sesenta y quatro cuerpos gremiales de artes, a los que fueron agregados en el siguiente los terciopeleros, bordadores, texedores de velos, gorreteros, caldereros, carderos, estañeros y corderos de vihuela, que componían hasta el número de setenta y dos oficios con formal matrícula.
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Y en un capítulo de la misma obra titulado “Utilidad de los gremios de artes” se destaca a estas agrupaciones como las depositarias de los profundos conocimientos de distintas disciplinas que se conservaron, actualizaron y transmitieron de generación en generación:

Los gremios en Barcelona, aun quando no se hubiesen considerado como una institución necesaria para arreglar la primitiva forma de su gobierno municipal, deberían siempre ser reputados por el establecimiento importantísimo, así para la conservación de las artes como para la estimación de los mismos artesanos. Primeramente los gremios, según lo ha mostrado la experiencia de cinco siglos continuados, han hecho un bien incomparable en Barcelona, sólo con conservar como en depósitos inmortales el amor, tradición y memoria a las artes. Ellos han formado otros tantos puntos de reunión, digámoslo así, baxo cuyas vanderas se refugiaron algunas veces las reliquias de la industria para repararse, rehacerse y sostenerse hasta nuestros tiempos, a pesar de las pestes, guerras, facciones y otras funestas calamidades que agotan a los hombres. Si Barcelona, que ha padecido tantos azotes físicos y políticos, hubiese tenido sus artífices dispersos, sin comunidad, interés ni relación entre sí, toda su inteligencia, economía y actividad hubieran seguramente desaparecido, como sucede a los castores perseguidos del cazador quando llegan a desunirse.
El bello óleo de Pere Pau Muntanya sobre la Junta de Comercio sintetiza plásticamente las ideas que acabamos de evocar. En él aparece la diosa Minerva –en el centro portando la lanza y el escudo de la Ciudad Condal– junto a Mercurio, deidades ambas, como se sabe, vinculadas con la transmisión de las Artes y las Ciencias, o sea con el Conocimiento en toda su amplitud, que es entregado a los habitantes de la ciudad para culturizarlos. La Minerva y el Mercurio de los romanos, que son la Atenea y el Hermes de los griegos, patrocinan todas estas enseñanzas depositadas en el corazón de los Gremios y los Colegios de artistas desde tiempo inmemorial.

 

Pere Pau Muntanya, La Junta de Comerç protectora del Port de Barcelona, Casa de la Llotja de Mar, Barcelona.

 

M. González y Sugrañes, investigador del pasado gremial de Barcelona y sus orígenes, nos aporta estas interesantes consideraciones al respecto:
No es secreto para nadie que el origen de las corporaciones gremiales de la Edad Media arranca del mundo antiguo.
Según la opinión más generalista, eran hijas de las asociaciones griegas, denominadas etairias y eranos, y de las romanas, conocidas por sodalitas y collegia. Por lo tanto, como no nacieron en nuestra tierra, su organización, más o menos perfecta, sin duda debieron importarla a Cataluña los colonizadores de Grecia y Roma y repobladores venidos de otros paises donde ya estaban establecidos o conocidos sus fundamentos.
¿Cuándo tuvo lugar?
Se desconoce. No obstante, los primeros elementos de vida de los oficios los encontramos en el Privilegio de Pau i Treva firmado en Barcelona por el Rey Pedro II de Aragón el 6 de los idus de junio del año 1200, el cual, entre los oficios de artesanos que constituyó bajo su salvaguarda real, designa a los Peleteros, a los Sastres, a los Tejedores y a todos los menestrales, y en el Bando del Alcalde de la ciudad (año 1255) señalando barrios propios a los Tintoreros y fabricantes de algodón.
Los que tenían cuerpo y matrícula formal, por mandato del rey Jaime I (24 de enero de 1257), obtuvieron representación en el sabio Consejo de Ciento.
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Efectivamente, hay que buscar en la antigua Roma el modelo de este legado que a su vez era heredero de civilizaciones anteriores. Los Collegia Fabrorum fueron fundados por el mítico Numa, rey de Roma importantísimo a quien se atribuye la reforma del calendario, el establecimiento de todo el ordenamiento religioso y cultual de la nueva civilización basado en el conocimiento de la Cosmogonía, así como de los ritos sagrados y el culto a las deidades; él hizo construir un templo dedicado a Jano y otro a Vesta, y promovió, inspirado por la ninfa Egeria con la cual se citaba en secreto en un bosque sagrado, el Colegio sacerdotal y el orden que imperaba en las familias. Según Plutarco, Numa Pompilio fue el primer rey que organizó una corporación de artesanos. Instituyó ocho clases: flautistas, orífices, carpinteros, tintoreros, zapateros, curtidores, broncistas y alfareros. Francisco Ariza, en un artículo en el que glosa los orígenes y simbólica de la Masonería, o sea, la organización iniciática occidental que ha pervivido hasta la actualidad tomando como soporte el arte de la construcción, nos explica acerca de los Collegia Fabrorum:

En gran medida, esas técnicas los masones operativos las habían heredado directamente de los Collegia Fabrorum romanos, es decir, de las agrupaciones de constructores y artesanos cuyos orígenes se remontaban al legendario rey Numa. Al igual que ocurrió con la Masonería, los Collegia Fabrorum también recogieron la herencia simbólica de tradiciones desaparecidas, la más notable de las cuales fue la tradición Etrusca, cuya cosmología pasó al Imperio Romano por el conducto de esos colegios. Es interesante resaltar que los Collegia Fabrorum veneraban muy especialmente al dios Jano Bifronte, llamado así porque poseía dos rostros, uno que miraba a la izquierda (a Occidente, el lado de la oscuridad), y otro a la derecha (a Oriente, el lado de la luz), abarcando de esta manera el mundo entero. Si bien el simbolismo perteneciente a esta divinidad romana es bastante complejo, no obstante se sabe con seguridad que estaba relacionada con los misterios iniciáticos, concretamente con los ritos de "pasaje" o de "tránsito". En la Masonería operativa medieval esos mismos atributos pasaron a formar parte de los dos San Juan, cuyo nombre es idéntico al de Jano. Mas, a través de los Collegia romanos, la Masonería recibió (entre otras fuentes de procedencia diversa) la cosmología de los pitagóricos, basada, como ya se ha mencionado, en las correspondencias simbólicas de los números y la geometría, ciencias y artes sagradas que precisamente tienen en la arquitectura sus aplicaciones más perfectas.11
Empero, sabemos por la pervivencia del Compañerazgo en Francia, –el cual reunió durante siglos bajo el patronazgo de Santiago Apóstol a muchos de los oficios tomados como soporte para la Iniciación–, que esta herencia no solamente la recibieron e incorporaron los franc-masones, sino muchas otras artesanías, y ya fuese que se trabajase sobre la piedra, la madera, el barro, los metales, los derivados vegetales y animales, etc., el artesano encontraba y reconocía en su labor manual un apoyo ritual para conocerse a sí mismo y conocer las leyes arquetípicas que regulan tanto el micro como el macrocosmos, con lo que la aprehensión de la Cosmogonía le daba la oportunidad de coadyuvar al gesto creativo del Supremo Arquitecto. Las artes del número, o sea, la aritmética, la geometría, la música y la astronomía, complementadas con las de la palabra, unidas a la ciencia de las transmutaciones (alquimia) y el dominio de los métodos y técnicas de cada oficio, procuraban a los aprendices, compañeros y maestros los soportes imprescindibles para ir penetrando las claves de un universo significativo, y reproducirlo a través de su gesto, siendo el resultado de su trabajo una obra útil y a la vez bella, modelada con ciencia y arte y cuya contemplación podía devolver tanto al ejecutor como al contemplador al origen de aquella plasmación o coagulación; o sea, que el artista o artesano tenía la oportunidad de vivenciar en su alma esas mismas operaciones que estaba realizando sobre la materia, de manera que la iba moldeando en conformidad con el mundo de las ideas, es decir que se iba divinizando, hasta hacerse plenamente una con el Espíritu.
La actividad manual, pues, estaba completamente ligada a la espiritual, cosa que siempre ha sido así, en todos los tiempos y culturas de la tierra, y es solamente el anómalo mundo moderno el que con su materialismo creciente, cientifismo, racionalismo y mecanización ha roto la concepción sagrada y metafísica del Mundo y del hombre como mediador entre el cielo y la tierra.
Así, el encuentro y estudio de la Máscara Real de 1764 nos ha dado la oportunidad de constatar que muchas de las asociaciones gremiales de Barcelona estaban sustentadas e inspiradas en ese orden arquetípico al que acabamos de referirnos, y que las cuestiones organizativas, las funciones, los derechos y los deberes de los afiliados a los gremios derivaban de los mismos principios universales; en este sentido, hemos observado muchas similitudes entre los estatutos y reglamentos masónicos y los de los distintos oficios que aquí se desempeñaron.

 

Los dos San Juan, el Bautista y el Evangelista, son los patronos de la Masonería. En la imagen, estatua de San Juan Bautista, asimismo patrón del gremio de los “Assaonadors” (Sazonadores), en el edificio del s. XVII del susodicho gremio. c/Assaonadors, Barcelona.

 

Pero así como la Orden Masónica realizó una adaptación a los tiempos modernos para que pudiera pervivir su función iniciática –lo que se conoce como el paso de la Masonería Operativa a la Especulativa–, conservando y transmitiendo hasta nuestros días no solamente los documentos de carácter corporativo (Reglamentos, Estatutos, Derechos y Deberes) sino también los distintos rituales de iniciación y paso de grado, los catecismos correspondientes y las leyendas y mitos fundacionales de la Orden, además de la posibilidad de dramatizarlos en el interior de un templo que atesora toda la simbólica para hacer efectiva la Iniciación, en el caso de los otros oficios practicados en nuestro medio (alfareros, carpinteros, herreros, vidrieros, zapateros, caldereros, curtidores, tintoreros, tejedores, bordadoras, etc.) nada ha subsistido acerca de su carácter ritual e iniciático; a lo sumo, hemos hallado documentos fragmentarios que rescatan la faz más externa de sus actividades.12 Desde el momento en que fueron abolidas las asociaciones gremiales, cosa que aquí en España sucedió en el año 1836, nada quedó de aquel trasfondo simbólico e iniciático. Por eso nos parece tan significativo encontrarnos, ahora, con esta mascarada ejecutada por los Colegios de artistas y los artesanos agremiados poco antes de que aconteciera su total descomposición, pues de algún modo entrevemos en este libro un último esfuerzo por dejar testimonio de una herencia antiquísima, de los saberes que conservaban, del sentido simbólico de sus oficios, de los mitos inspiradores, de la destreza y maestría con que ejecutaban sus trabajos y del amor al conocimiento que subyacía en sus labores.
Veamos algunos ejemplos de lo que estamos explicando, de cómo a partir de la descripción de algunos aspectos exteriores se puede intuir ese trasfondo esencial, muy desdibujado si se quiere, pero aún presente:
El régimen y presidencia de cada asociación estaban encargados a ciertos individuos de la clase de maestros, con el título de prohombres y de cónsules, así como el cumplimiento de las restantes atenciones incumbía a los supervisores o examinadores, clavarios, síndicos y “oidores de cuentas”, etc.; el número, aparte de ser diferente en las diferentes comunidades, sufrió alteraciones con el curso de los tiempos, pues hay lugares donde leemos que eran dos, en otros tres, cuatro, etc. Los prohombres y los cónsules se extraían por sorteo de unas bolsas en las que se introducían las cédulas con los nombres de los candidatos: este acto se verificaba en el Ayuntamiento.
Las ordenanzas de los gremios comprendían las leyes políticas tocantes a las diferentes clases de aprendices, mozos, maestros y examinadores; a la elección de supervisores, clavarios y otros oficios; a las derramas de las cofradías y a la administración de fondos propios; a la naturaleza, exanción y aplicación de las multas, a las contravenciones de los estatutos, al orden y formalidad de las juntas, y finalmente a la parte técnica de los respectivos oficios. Fijaban la duración del aprendizaje, según la mayor o menor dificultad de ensayar y aprender el oficio, aunque nunca era superior a seis años ni inferior a tres. Concluido este terminio, el aprendiz debía hacer constar por certificación de maestro, que en nada había faltado a la escritura de contrato ajustada con sus padres o tutores.
A ningún maestro le era permitido recibir un aprendiz u oficial de otro taller, sin consentimiento del amo de éste, ni admitir a un mozo que tuviera empezada obra en otra tienda o taller. Ningún oficial podía trabajar por su cuenta ni pública ni clandestinamente, sino en casa de un maestro aprobado con taller público, ni era lícito a ningún agremiado trabajar en su oficio sino en su casa. Señalaban también la forma, el tiempo y regularidad de hacer los exámenes para evitar toda colusión, presentando los examinadores o supervisores un juramento previo de hacerlos bien y fielmente, sin dejarse llevar por el odio, amor o pasión. A aquel acto no podían asistir ni los maestros ni los parientes del examinado. Para abrir o mantener una tienda o taller de un oficio era indispensable haber aprobado este examen.
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El León alado, símbolo de San Marcos, patrón de los zapateros, uno de los más antiguos de la ciudad. Casa gremial de los zapateros, plaza sant Felip Neri.

 

Se sabe además que cada gremio estaba vinculado a una cofradía o hermandad y desde el siglo XIII ya se tiene constancia de esa existencia. Era unánime en todas las cofradías el reconocimiento de un patronazgo sobrenatural, por ej. San Juan como patrón de los “assaonadors”, Sta. Mª Magdalena de los apotecarios, San Eloi de los plateros y orfebres, San Marcos de los zapateros, San Miguel Arcángel de los “revenedors” o vendedores al por menor, Ntra. Sra. de los Ángeles de los veleros, San Agustín de los blanqueadores, etc; todas ellas tenían como cometido participar en los actos y ritos religiosos, en las procesiones y festejos del santo patrón, así como brindar ayuda material y espiritual a sus afiliados, tanto en caso de enfermedad, orfandad o viudez así como asistencia en los entierros.
Se trataba no sólo de dar cobertura al cuerpo, sino también de proporcionar un soporte al alma, o sea, procurar el sustento material e intelectual para promover la formación de hombres libres, en el verdadero sentido de este término, por lo que el alcance de su trabajo tenía fines no solamente físicos sino metafísicos. Se comenzaba por la recepción del aprendiz a la que seguía un largo periodo de instrucción, tras el cual adquiría el grado de “fadrí” o compañero, en el que debía seguir con su formación hasta la obtención de la maestría. Todo ello apoyado por una estructura orgánica que tocaba todos los puntos de la vida del ser. Veamos, del libro anteriormente citado de M. González y Sugrañes, una serie de fragmentos ilustrativos:
Formaban parte de las citadas corporaciones, indistintamente, los maestros, los compañeros y los aprendices, así como las mujeres y los hijos de los cofrades, teniendo todos los mismos derechos y deberes.
(...)
Su organización tenía mucho parecido con la familia. Nacía, libre, espontánea, independiente, por la fuerza de la costumbre y por acuerdo de los trabajadores de un mismo arte u oficio.
Cada gremio tenía sus normas peculiares de gobierno. Su personalidad civil estaba bien definida, ya que no solo podían adquirir sino ejercitar las acciones personales, reales y posesorias que fuesen menester. De manera que todos o casi todos ellos contaban con patrimonio corporativo propio, consistente en bienes inmuebles representados por la casa gremial, fincas rústicas, censos y legados, procedentes de herencias testamentarias hechas por los mismos cófrades. (…)

 

Casa gremial de los Vendedores al por menor.
Plaza del Pi, Barcelona.

 

La jerarquía de los gremios estaba representada por los llamados Prohombres o Cónsules, Mayordomos o Limosneros, Clavarios, Síndicos, “Oidores de Cuentas”, Examinadores, etc., etc., libremente elegidos cada año en día determinado. La gestión de los últimos era más bien financiera y de vigilancia más que de otra cosa.
La confraternidad que entre el patrón y el trabajador existía, alcanzando singular poder, por espacio de algunos siglos, impidió cualquier huelga, disturbio, toda violencia. Y era natural que así sucediera, ya que el primero trataba con amor paternal al segundo, cosa rara en nuestros tiempos, dando lugar a que se establecieran corrientes de mútua consideración y respeto –vínculos de patriarcal hermandad– y resultase productivo el trabajo. Casi siempre el amo del taller, el compañero y el aprendiz, vivían una misma vida.
Semejantes actos de solidaridad, especie de fundamento que hacía de las diversas piedras del edificio un solo y mismo bloque, han desaparecido, por desgracia, bajo la acción del interés personal.
Transcurrido el tiempo fijado de aprendizaje en cada arte u oficio y salvado, con éxito, el correspondiente examen, al aprendiz se lo declaraba compañero, y por tanto era libre de escoger el maestro que mejor le pareciera, así como concertar el tiempo que estaría a su servivio, durante el cual ni podía abandonarlo para tomar otro, ni aquél despedirlo, a no ser por motivos muy graves que eran sometidos a la apreciación de los Jurados nombrados a tal efecto.
Para conseguir la maestría, no solo era necesario que los aspirantes demostrasen teóricamente en presencia de los examinadores de su Gremio que se encontraban capacitados para ejercerla, sino que se les obligaba a presentar algún objeto o trabajo de su arte ejecutado por ellos. Una vez admitidos como maestros y prestado el oportuno juramento de cumplir y preservar lo preceptuado por las Ordenanzas, se les autorizaba a establecerse, no permitiéndoles tener más de una tienda o taller.
(...)
Esta ascensión lenta, pero segura, además de proveer a la ciudad de hombres libres –ya que su independencia nada debía a la merced de nadie–, ofrecía al obrero desde entonces la perspectiva halagadora de poder llevar a término sus honrosos deseos, asegurando su porvenir. Muchos de ellos se casaban con hijas de maestros o con viudas de éstos, siendo continuadores del negocio al que se dedicaba la casa.
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Porteador en la puerta de la basílica medieval de Sta. Mª del Mar, Barcelona.

 

Quien esté interesado en la vía iniciática y la posibilidad de hacer efectivo este recorrido habrá podido constatar las muchas analogías entre lo que estamos evocando de los oficios –aunque sea desde una perspectiva externa– y el ordenamiento que ha pervivido dentro de la organización iniciática masónica, sobre todo lo referente al proceso gradual de conocimiento encarnado por los tres grados, a saber, aprendiz, compañero y maestro; también la idea de que los iniciados masones eran y son, al igual que lo eran los citados artesanos, hombres libres y de buenas costumbres, entregados al estudio y la meditación en las artes liberales que aplican sobre sí mismos y sobre la materia, en aras a la construcción externa e interna… Y también otras cuestiones relacionadas con el tiempo de aprendizaje, marcas de reconocimiento de las cofradías, exámenes o pruebas para acceder a grados más internos, etc.
He aquí otra muestra de las transposiciones que cabe hacer entre la Masonería y las actividades gremiales:
En algunos oficios, como cuchilleros, pelayres, alfareros, curtidores, manteros y otros, debían los fabricantes poner su señal o marca particular en todos los artefactos o piezas que concluían. Esta les era dada por los Cónsules del gremio el día de su aprobación y carta de examen, a fin de que se asegurase el crédito de las artes, y se conociese el progreso de los talleres; pero los hijos y las viudas podían heredar y continuar la marca de sus padres y maridos.15
En este sentido y a modo de ejemplo, aportamos una pequeña colección de imágenes de marcas de impresores de Barcelona que van desde el siglo XVI hasta el XVIII, en las que podemos apreciar la existencia de una simbólica muy vinculada al arte de la memoria y de la heráldica en que se condensan ideas-fuerza que de nuevo nos traen reminiscencias de la ciencia de las letras, los números, el simbolismo alquímico, el constructivo, etc., lo que da pie a que sigamos tejiendo analogías para efectivizar el poder contenido en estos símbolos.

 

 

También es interesante observar la consideración que se tenía de la mujer dentro de este régimen gremial:
Por algunos capítulos de ordenanzas se hecha de ver que las mugeres, en todo lo que era compatible con sus fuerzas y el decoro de su sexo, concurrían a fomentar la industria: principalmente en los texidos de lienzo, sastrería, bordado y otras faenas, pero sugetas siempre en la parte técnica al tenor de las ordenanzas de sus respectivos oficios. Aún hoy es muy general en Barcelona ver las mugeres ocupadas en los obradores y tiendas donde las faenas son compatibles con su sexo, especialmente en todas las que son preparaciones de las materias primeras. Como allí la educación de la casa del artesano ha sido común a la muger e hijas, nunca han perseverado ociosas, así ayudan en todos los trabajos floxos, fáciles y sedentarios, y de esta suerte una familia de menestral vive abundante con la universal aplicación de ambos sexos.16

 

Pintura con tejedoras de la seda, salón de actos de la sede del Gremio de Veleros, Sant Pere més Alt, 1, Barcelona.

 

Además, el compromiso de los gremios con la ciudad que los acogía era total. Tan es así que desde muy antiguo y durante siglos, aquellos conformaron también su propio ejército, participando en muchas contiendas bélicas, siempre apoyando y dando soporte a la población entera:

Y ¿qué diremos de los servicios prestados por aquellas viejas instituciones a la ciudad?
Constituidos en milicia ciudadana, cada vez que su defensa o el reposo público lo requería, cada oficio acudía amatente a ocupar el lugar que se le asignaba, guarnecidos y aparejados sus individuos con las ballestas o armas de que disponían y con el pendón o bandera si el Gremio tenía; e incluso en el caso extremo de verse alguna vez amenazada la integridad pátria por el peligro inminente de una invasión estrangera, bajo los pliegues de la bandera gloriosa de la ciudad, corrían con coraje hacia la raya de Cataluña a impedir el avance del enemigo. Componían una fuerza de diez mil hombres, tan valientes como honrados y austeros, con capitanes nombrados por ellos mismos. Nada cobraban por este servicio. El consejero jefe era su coronel. Por eso se la conocía generalmente como la Coronela.17

 

Fragmento de la bandera del gremio de cerrajeros y de herreros.
Barcelona, 1782.

 

Es mucho lo que queda por investigar acerca de este punto de vista simbólico e iniciático de la actividad gremial. Aquí solamente hemos podido apuntarlo y poner de relieve que su vertiente esotérica, siendo la esencial, es sin embargo la que ha permanecido más oculta y desconocida, aunque ya se sabe que los ritos iniciáticos siempre se han realizado de forma reservada, discreta, a cubierto de las miradas de los profanos; estamos convencidos que dicha realidad interior, espiritual-intelectual y operativa del oficio estuvo bien viva durante muchísimos años, siglos, pero con el avance de la desacralización creciente de la sociedad fue quedando cada vez más escondida, desvirtuándose, hasta caer en el olvido; lo que ha pervivido son algunos cabos sueltos que con esta Máscara Real hemos podido reunir y sacar a la luz.

 

Monfort, Alegoría del Colegio de Cordelles, Biblioteca de Catalunya.

 

No nos parece exagerado lo que apuntábamos más arriba, esto es, que con esta obra entregada a Carlos III, los Gremios y Colegios de artistas dejaron constancia de quiénes eran y de sus orígenes míticos, y que en vista de hacia dónde iban, decidieran acrisolar su herencia en una pequeña arca cuyas imágenes conformarían ese bello libro ilustrado que hemos tenido la fortuna de tener entre las manos, contemplar y gozar.
Difícilmente podríamos detenernos ahora en el estudio del nacimiento de los Colegios de artistas, que arranca de mediados del siglo XV y que significó la escisión de algunas actividades artesanales vinculadas a los gremios y su “elevación” a categoría artística (tal el caso de los pintores, que crearon por ejemplo el Colegio de Pintores de Barcelona al que perteneció Tramulles, el dibujante de la Máscara Real). Todo ello requeriría de una nueva investigación que dejamos para otra oportunidad, pero queremos dejar sentado que estos Colegios, en las celebraciones del evento histórico de la llegada del rey, trabajaron codo con codo con los Gremios demostrando su origen común y unos mismos fines.
Hay algo que queremos apuntar como colofón. Si bien a partir de 1836 se produjo la total desintegración de la sociedad gremial, los artistas siguieron viviendo y trabajando, aunque cada vez más asfixiados por la presión de una industria mecanizada que alteró sus vidas, desde lo más profundo a lo más externo, dando paso a este descarnado mundo moderno en que reina la producción en serie, la técnica y la robótica. Mas como aquellos diestros artesanos no desaparecieron de la noche a la mañana, debe haber un período que va desde mediados del siglo XIX hasta al menos principios del XX en el que de un modo u otro habrían seguido con sus labores y ocupaciones, ante lo cual nos podemos preguntar: ¿dónde habrá quedado constancia de sus últimos trabajos?
Aunque no hayamos encontrado estudios historiográficos al respecto, una simple mirada por los edificios del Ensanche de Barcelona, o sea por la nueva ciudad que se construyó justo en ese período siguiendo las directrices del plan de Ildefonso Cerdá (que por cierto era masón), reclama nuestra atención sobre la maestría de los acabados arquitectónicos y ornamentales de la inmensa mayoría de los edificios. No pasan desapercibidos los diestros trabajos de las forjas de los balcones, casi piezas únicas, así como de otros acabados metálicos tipo emplomados, picaportes, cerraduras, etc.; la carpintería delicada y perfectamente acabada de puertas, ventanas, ventanales y techos con distintos tipos de maderas nobles; los motivos cerámicos en baldosas, tejas y otros elementos constructivos con las más atractivas composiciones florales y geométricas; los vitrales emplomados con multicolores murales y filigranas que adornan grandes balcones o tribunas, así como las finas pinturas al fresco de techos de porterías y viviendas, la escultura en piedra de fachadas con motivos mitológicos, vegetales y animales, y las molduras capaces de dar a las construcciones las más versátiles formas, sin olvidar la calidad aportada por los suelos de mármol, de cerámicas hidráulicas o terrazos a veces formando mosaicos geométricos y florales; y ello sin adentrarnos en el interior de los grandes departamentos, cuyos acabados realizados en todas las especialidades que estamos mencionando eran generalizados, y el gusto por lo refinado y la calidad de las materias primas elegidas estaba extendido por doquier. Esto nos hace suponer que aquí trabajaron muchos hombres y mujeres que dominaban perfectamente un amplio abanico de oficios, al menos todos los vinculados con la construcción. Por lo que vemos en el Ensanche barcelonés otra herencia silenciosa, y por cierto muy bella, de unas artes y unos artistas que antes de desaparecer nos dejaron el fruto de sus conocimientos labrados en el entramado urbano de la ciudad moderna, la que ahora restaura enorgullecida estas edificaciones sin preguntarse siquiera qué se esconde en todas esas construcciones y manufacturas.
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*   *
NOTAS
9 Antonio de Capmany, Memorias Históricas. Sobre la Marina, Comercio y Artes de la ciudad de Barcelona, 1779. Reedición anotada por Félix Escalas, Cámara Oficial de Comercio y Navegación de Barcelona, 1961.
10

M. González y Sugrañes, Contribució a la Historia dels antichs Gremis dels Arts i Oficis de Barcelona. Estampa d'Henrich y Companyia, Barcelona, 1915, pág. XX-XXI.

11

Francisco Ariza, La Simbólica de la Franc-Masonería. Revista SYMBOLOS telemática (http://symbolos.com).

12

Como curiosidad, además de las obras de investigación que citamos, queremos mencionar la existencia de una obra teatral anónima del siglo XVIII, escrita en catalán de la época, titulada Examen d'un mestre sabater, en la que se escenifican las preguntas que se le formulaban a un "fadrí" para adquirir la maestría. Este tipo de teatro, denominado "de sala y alcoba", se popularizó mucho durante la segunda mitad del siglo XVIII; se dice que aristócratas, burgueses y menestrales organizaban estas representaciones en palacios, mansiones, salas de baile, almacenes o fábricas. Las obras tenían un carácter satírico, exento de reminiscencias religiosas y mucho más ligero que el teatro erudito de la Ilustración.

13

Víctor Balaguer, Els Carrers de Barcelona, citando a Pi i Arimón que a su vez recoge datos de Capmany.

14

M. González y Sugrañes, op. cit.

15 A. de Capmany, op. cit.
16 Ibid.
17 M. González y Sugrañes, ibid.
 
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