El Dr. Ashley Montagu,
en Isis nº 96, p. 364, distingue dos explicaciones de la existencia
pasada y presente de las criaturas vivas de diferentes especies, a saber,
(1º) como Gradación, donde asume una creación especial
de especies inmutables, y (2º) como Evolución, donde asume
la emergencia de las especies en toda su variedad y mutabilidad por la
operación gradual de causas inherentes en las especies y en su entorno.
No dice, y no puede pretender que estas dos explicaciones son incompatibles;
pero el lector probablemente asumirá que la doctrina de una creación
«en el comienzo» y la del desarrollo gradual de especies nuevas
son realmente proposiciones irreconciliables.
Sin duda, las dos proposiciones son incompatibles y la
narrativa mítica ha de ser interpretada históricamente. Sin
embargo, el mitólogo serio es bien consciente de que interpretar
el mito como una historia real es equivocar el género; y que un
mito sólo puede llamarse «verdadero» cuando se abstraen
el tiempo y el lugar.1
El objeto de la presente nota es señalar que si se comprende la
doctrina de la creación especial como la han interpretado generalmente
los filósofos cristianos y otros, entonces la Gradación y
la Evolución no son alternativas irreconciliables, sino sólo
maneras diferentes, respectivamente ideal e histórica, formal y
figurativa, algebraica y aritmética, de describir una y la misma
cosa.
En estas filosofías se da por supuesta la causalidad;
nada acontece por azar. Lo imposible jamás acontece; lo que acontece
es siempre la realización de una posibilidad. Pero nosotros hemos
de tomar en cuenta dos órdenes de causas, a saber, (1º) una
Causa Primera, a la que son inherentes las posibilidades, y (2º) las
Causas Mediatas, por las que se proveen las condiciones en las que lo posible
deviene lo necesario. A la Causa Primera de la existencia de las cosas,
o, en otras palabras, a su posibilidad, a menudo se le llama «Dios»,
pero también «Ser», «Vida» o «Naturaleza»
(natura naturans). Esta Causa Primera, ya sea filosóficamente
«absoluta», o ya sea míticamente «personificada»,
es la causa directa del ser de las cosas, pero sólo indirectamente
de la manera de su ser. La manera de su ser (acordemente a la cual ellas
se distinguen como especies) es determinada por las Causas Mediatas, conocidas
o desconocidas, cuyo resultado es la producción de la especie o
individuo dado en un tiempo o lugar dado. La categoría de las Causas
Mediatas no excluye ninguna de las fuerzas, o tendencias, o accidentes
determinantes, sobre las que el evolucionista se apoya como explicaciones
de la serie observada; si difiere del filósofo en el hecho de que
ignora la Causa Primera, ello se debe a que no está examinando el
origen de la vida, sino sólo su variedad. En otras palabras, si
por «en el comienzo» nosotros comprendemos una operación
completada en un momento dado, es decir, en el comienzo del tiempo mismo,
entonces, por supuesto, la Gradación y la Evolución serán
conceptos incompatibles. En cuanto a este «comienzo», por supuesto,
debe comprenderse que (como dice San Agustín) la pregunta, «¿Qué
estaba haciendo Dios antes de crear el mundo?», carece de
significado; o para decir lo mismo en otras palabras, debe comprenderse
que una sucesión de aconteceres en el eterno ahora, (cuya
experiencia empírica es imposible) es tan inconcebible como la noción
de una locomoción en lo Infinito. Lo que nuestros filósofos
comprenden en realidad por «en el comienzo» es una prioridad
lógica, y no una prioridad temporal. Así, como dice el Maestro
Eckhart, «como he dicho a menudo, Dios está creando la totalidad
del mundo ahora, en este instante» (ed. Pfeiffer, p. 206);
y Jacob Boehme, «se trata de un comienzo sempiterno» (Myst.
Pansophicum IV.9). Similarmente en el Ṛg
Veda: pues, como observa muy justamente el Profesor Keith, «Esta
creación no puede considerarse como un único acto definitivo;
más bien se considera como procediendo siempre» (Harvard
Oriental Series 18. CXXVI). Esto no significa que esta creación
no esté acabada in principio y ex tempore, sino que
es aprehendida por nosotros mismos como una secuencia temporal y como si
la causa y el efecto pudieran ser separados uno de otro por períodos
sensibles. «Ciertamente, en aquel tiempo todas las cosas tuvieron
lugar simultáneamente… pero en la narrativa se inscribió
necesariamente una secuencia debido a su subsecuente generación
unas de otras» (Filón, De Opif. Mundi 67) —de la misma
manera que se inscribe en la narrativa del evolucionista; lo que la Gradación
expresa sub specie aeternitatis, el Mito lo cuenta sub specie
aeviternitatis, y la Historia sub specie temporis. «A
lo que tiene su raíz en la naturaleza del Todo, [en el Mito] se
lo trata figurativamente como viniendo al ser por generación y creación:
así pues, la etapa y la secuencia se transfieren, por claridad de
exposición, a cosas cuyo ser y forma definidos son eternos»
(Plotino, Enéadas IV.8.4). «El comienzo, que es pensamiento,
viene a su fin en la acción; sabe que de tal manera estaba la construcción
del mundo en la eternidad» (Rūmī,
Mathnawī II.970). Y, finalmente
(para el propósito presente): «Nè prima nè poscia
procedette lo discorrer di Dio sopra quest'acque» (Dante, Paradiso
XXIX.20-1).
Así pues, los conceptos de un modelo o «mundo
inteligible», ideal y eterno, inextenso en el espacio y el tiempo,
y los de un «mundo sensible» y temporal, extenso en el espacio
y el tiempo como un eco, reflexión o imitación del otro,
no son alternativos sino correlativos. Cada uno implica el otro; la uniformidad
del mundo inteligible es en todo modo compatible con la multiformidad de
sus manifestaciones. Un conflicto real entre la ciencia y la religión
es inimaginable; los conflictos actuales son siempre entre científicos
ignorantes de filosofía religiosa y fundamentalistas religiosos
que mantienen que la verdad de su mito es histórica. Ninguno de
éstos puede ser realmente peligroso para alguien que es capaz de
pensar sobre más de un nivel de referencia; por otra parte, no tenemos
intención de sugerir que el Dr. Ashley Montagu cuadre en ninguna
de estas categorías. Traducción: Pedro Rodea |