RENE GUENON
SALVACION Y LIBERACION
Capítulo VIII de Initiation et Réalisation Spirituelle
 
Hemos constatado recientemente, no sin alguna extrañeza, que algunos de nuestros lectores tienen todavía alguna dificultad en comprender bien la diferencia esencial que existe entre la salvación y la Liberación; sin embargo, ya nos hemos explicado muchas veces sobre esta cuestión, que, por lo demás, no debería presentar en suma ninguna obscuridad para quienquiera que posee la noción de los estados múltiples del ser y, ante todo, la noción de la distinción fundamental del "mí mismo" y del "Sí mismo"1. Por consiguiente, es pues menester volver de nuevo a ello para disipar definitivamente toda equivocación posible y para no dejar lugar a ninguna objeción.

En las condiciones presentes de la humanidad terrestre, es evidente que la gran mayoría de los hombres no son capaces de ninguna manera de rebasar los límites de la condición individual, ya sea durante el curso de su vida, ya sea al salir de este mundo por la muerte corporal, que en sí misma no podría cambiar nada en el nivel espiritual en el que se encuentran en el momento en que sobreviene2. Desde que la cosa es así, el exoterismo, entendido en su acepción más amplia, es decir, la parte de toda tradición que se dirige indistintamente a todos, no puede proponerles más que una finalidad de orden puramente individual, puesto que toda otra sería enteramente inaccesible para la mayor parte de los adherentes de esa tradición, y es precisamente esta finalidad la que constituye la salvación. No hay que decir que hay mucho trecho desde ahí a la realización efectiva de un estado supraindividual, aunque todavía condicionado, sin hablar siquiera de la Liberación, que, siendo la obtención del estado supremo e incondicionado, ya no tiene verdaderamente ninguna medida común con un estado condicionado cualquiera que sea3. Agregaremos seguidamente que, si "el Paraíso es una prisión" para algunos, como lo hemos dicho precedentemente, es justamente porque el ser que se encuentra en el estado que representa, es decir, el que ha llegado a la salvación, está todavía encerrado, e incluso por una duración indefinida, en las limitaciones que definen la individualidad humana; esta condición no podría ser en efecto más que un estado de "privación" para aquellos que aspiran a liberarse de esas limitaciones y a quienes su grado de desarrollo espiritual les hace efectivamente capaces de ello desde su vida terrestre, aunque, naturalmente, los demás, desde que no tienen actualmente en sí mismos la posibilidad de ir más lejos, no puedan sentir en modo alguno esta "privación".

Uno podría plantearse entonces esta pregunta: si esta imperfección no existe menos en realidad, incluso si los seres que están en este estado no son conscientes de lo que tiene de imperfecto en relación a los estados superiores, ¿qué ventaja hay pues en mantenerles en él así indefinidamente, puesto que ese es el resultado en el que deben desembocar normalmente las observancias tradicionales del orden exotérico? La verdad es que hay una ventaja muy grande, ya que, permaneciendo fijados así en los prolongamientos del estado humano mientras este estado mismo subsista en la manifestación, lo que equivale a la perpetuidad o a la indefinidad temporal, estos seres no podrán pasar a ningún otro estado individual, lo que sin eso sería necesariamente la única posibilidad abierta ante ellos; pero, ¿por qué esta continuación del estado humano es, en este caso, una condición más favorable de lo que sería el paso a otro estado? Aquí es menester hacer intervenir la consideración de la posición central ocupada por el hombre en el grado de existencia al que pertenece, mientras que todos los demás seres no se encuentran en él más que en una situación más o menos periférica, donde su superioridad o su inferioridad específica, de los unos en relación a los otros, resulta directamente de su mayor o menor alejamiento del centro, en razón del cual participan en una medida diferente, pero siempre de una manera solo parcial, en las posibilidades que no pueden expresarse completamente mas que en el hombre y por el hombre. Ahora bien, cuando un ser debe pasar a otro estado individual, nada garantiza que tendrá en él una posición central, relativamente a las posibilidades de ese estado, como la que ocupaba en éste en tanto que hombre, e, incluso, hay al contrario una probabilidad incomparablemente mayor para que encuentre allí alguna de las innumerables condiciones periféricas comparables a lo que son en nuestro mundo las de los animales o incluso las de los vegetales; se puede comprender inmediatamente cuan gravemente desaventajado estaría, sobre todo bajo el punto de vista de las posibilidades de desarrollo espiritual, y eso incluso si ese nuevo estado, considerado en su conjunto, constituyera, como es normal suponerlo, un grado de existencia superior al nuestro. Por ello es por lo que algunos textos orientales dicen que "el nacimiento humano es difícil de obtener", lo que, bien entendido, se aplica igualmente a lo que se corresponde con él en todo otro estado individual; y esa es también la verdadera razón por la que las doctrinas exotéricas presentan como una eventualidad temible e incluso siniestra la "segunda muerte", es decir, la disolución de los elementos psíquicos por la cual el ser, dejando de pertenecer al estado humano, debe tomar nacimiento, necesaria e inmediatamente, en otro estado. La cosa sería muy diferente, y sería incluso en realidad todo lo contrario, si esta "segunda muerte" diera acceso a un estado supraindividual; pero esto no es ya de la jurisdicción del exoterismo, que no puede y no debe ocuparse más que de lo que se refiere al caso más general, mientras que los casos de excepción son precisamente lo que constituye la razón de ser del esoterismo. El hombre ordinario, que no puede alcanzar actualmente un estado supraindividual, podrá al menos, si obtiene la salvación, llegar a él al final del ciclo humano; escapará pues al peligro de que acabamos de hablar, y así no perderá el beneficio de su nacimiento humano, sino que le guardará al contrario a título definitivo, pues quien dice salvación dice por eso mismo conservación, y eso es lo que importa esencialmente en parecido caso, ya que es en eso, pero en eso solamente, en lo que la salvación puede ser considerada como acercando al ser a su destino último, o como constituyendo en un cierto sentido, y por impropia que sea una tal manera de hablar, un encaminamiento hacia la Liberación.

Por lo demás, es menester tener buen cuidado de no dejarse inducir a error por algunas similitudes de expresión aparentes, ya que los mismos términos pueden recibir varias acepciones y ser aplicados a niveles muy diferentes, según se trate del dominio exotérico o del dominio esotérico. Es así como, cuando los místicos hablan de "unión con Dios", lo que entienden con eso no es ciertamente asimilable de ninguna manera al Yoga; y esta precisión es particularmente importante, porque algunos estarían quizás tentados de decir: ¿cómo podría haber para un ser una finalidad más alta que la unión a Dios? Todo depende del sentido en el que se tome la palabra "unión"; en realidad, los místicos, como todos los demás exoteristas, jamás se han preocupado de nada que no sea la salvación, aunque lo que los mismos tienen en vista sea, si se quiere, una modalidad superior de la salvación, ya que sería inconcebible que no hubiera también una jerarquía entre los seres "salvados". En todo caso, puesto que la unión mística deja subsistir la individualidad como tal, no puede ser más que una unión completamente exterior y relativa, y es bien evidente que los místicos jamás han concebido ni siquiera la posibilidad de la Identidad Suprema; los místicos se detienen en la "visión", y toda la extensión de los mundos angélicos les separa todavía de la Liberación.
Traducción: Pedro Rodea
 
NOTAS
1 Otra constatación que, a decir verdad, es mucho menos sorprendente para nós, es la incomprensión obstinada de los orientalistas a este respecto como a tantos otros; hemos visto en estos últimos tiempos un ejemplo de ello bastante curioso: en una reseña de El Hombre y su devenir según el VŚdânta, uno de ellos, señalando con un mal humor no disimulado las críticas que hemos formulado a la atención de sus cofrades, menciona como una cosa particularmente chocante lo que hemos dicho de la "confusión que se comete constantemente entre la salvación y la Liberación", y parece indignado de que hayamos reprochado a tal indianista haber "traducido Moksha por salvación de un cabo al otro de sus obras, sin parecer sospechar siquiera la simple posibilidad de una inexactitud en esta asimilación"; ¡Evidentemente, es completamente inconcebible para él que Moksha pueda ser otra cosa que la salvación! Aparte de eso, lo que es verdaderamente cómico, es que el autor de esta reseña "deplora" que no hayamos adoptado la transcripción orientalista, cuando es que hemos indicado allí expresamente las razones de ello, y también que no hayamos dado una bibliografía de obras orientalistas, como si éstos debieran ser "autoridades" para nós, y como si, bajo el punto de vista en el cual nos colocamos, no tuviéramos el derecho de ignorarlos pura y simplemente; tales precisiones dan la justa medida de la comprensión de algunas gentes.
2 Muchas gentes parecen imaginarse que el solo hecho de la muerte puede bastar para dar a un hombre cualidades intelectuales o espirituales que en modo alguno poseía en vida; eso es una extraña ilusión, y ni siquiera vemos qué razones podrían invocarse para darle la menor apariencia de justificación.
3 Precisaremos incidentemente que, si hemos tomado el hábito de escribir "salvación" con minúscula y "Liberación" con mayúscula, es, del mismo modo que cuando escribimos "mí mismo" y "Sí mismo", para marcar claramente que uno es de orden individual y el otro de orden transcendente; esta precisión tiene por cometido evitar que nadie nos quiera atribuir intenciones que en modo alguno son las nuestras, como la de depreciar de alguna manera la salvación, mientras que se trata únicamente de situarla tan exactamente como es posible en el lugar que le pertenece de hecho en la realidad total.

René Guénon
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