EL IBIS
La primera definición de “historia” que se encuentra en el diccionario de la Real Academia Española es: “Narración y exposición verdadera de los acontecimientos pasados y cosas memorables. En sentido absoluto se toma por la relación de los sucesos públicos y políticos de los pueblos; pero también se da este nombre a la de sucesos, hechos o manifestaciones de la actividad humana de cualquiera otra clase.” Y en “geografía” encontramos: “Ciencia que trata de la descripción de la tierra”. Moviéndose o cambiando ambas, historia y geografía, en el tiempo y el espacio.

El punto de partida en el que nos encontramos actualmente para recorrer esos movimientos es en Occidente y a finales del Kali-Yuga o Edad de Hierro. Cualquiera que esté al corriente de la teoría de los ciclos cósmicos reconocerá este lugar y época como un momento crítico para la humanidad: es la edad oscura caracterizada por una gran ignorancia intelectual y un interés exacerbado por el dominio material y práctico, el más limitado de todos. Se trata de un final de ciclo, donde las posibilidades materiales crecen a pasos agigantados y, paradójicamente, a todos nos sorprende lo ilimitadas que parecen. Pero, por desgracia, este progreso corre paralelo al “descenso” de la capacidad intelectual en el hombre, con lo que se pierde el acceso a otros niveles de conocimiento más elevados Es muy propio de estos tiempos que se de todo tipo de inversión.

En esta oscuridad intelectual se genera el hábito de dar preponderancia a la experimentación material en todos los dominios, de dedicarse a los hechos y atribuirles más valor que a las ideas, tergiversando irreversiblemente la realidad de las cosas. La historia de este mundo es primeramente la historia de las ideas que, cuando entran en movimiento, van dejando su huella en los hechos. Una narración o exposición de los hechos, por sí mismos, separados de su causa, da lugar a todo tipo de elucubraciones que al desviarse de la verdad, ya no entran en la definición de historia. Lo que hoy suelen narran los historiadores y otros estudiosos, llamados científicos, se ajusta más a otra de las definiciones de historia con la que quizá confundan su trabajo; es la sexta: “Fábula, cuento o narración inventada”. Con sus extravagancias van apagando los pocos puntos de luz que todavía quedan o quedaban en el mundo occidentalizado. Un ejemplo ilustrativo es la famosa teoría del “evolucionismo”, a la que se ha dado gran credibilidad.

Según el “evolucionismo“, la historia de los hombres pasa primeramente por la de los primates. Está basada, esta teoría, en el parecido físico y puramente material del hombre con el mono. Los estudios científicos sobre los cromosomas hablan de esta gran similitud física. A nadie se le escapa que es el de los simios, dentro del reino animal, el cuerpo que más se asemeja al de los humanos y puede que también este parecido vaya en aumento en otros aspectos.

Pero sorprende también la gran similitud cromosomática con animales bien diferentes como la mosca del vinagre.1 Podríamos entrar en comparaciones de otro tipo, es decir, menos materiales o físicas y buscar dentro del mismo reino animal cual es el que más se asemeja a nuestra inteligencia, y encontraríamos al perro o quizás al delfín, y siguiendo la línea del evolucionismo ¿podría decirse entonces que fuese la inteligencia de alguno de estos animales el origen de la nuestra? Hablando de la inteligencia, sabemos que el porcentaje en uso de nuestra capacidad intelectual, supuestamente la del hombre más evolucionado y por ello el más inteligente de todos los tiempos, no excede del 20 % siendo optimistas ¿Cómo se ha generado pues el 80 % restante si nunca se ha utilizado? Esta capacidad no podría estar ahí si nunca hubiese estado en uso, no puede haber “evolucionado” de algo inferior sin que nunca se realizara o utilizara; parece más bien que sea, lo que verdaderamente es, una potencia o capacidad mermada por desuso. El hombre ha ido perdiendo muchas de sus capacidades; el hombre actual no “asciende” de los monos sino que “desciende” de un hombre superior, del hombre primordial, que contaba con el 100 % de sus facultades intelectuales y, por tanto, muy superior al hombre de hoy; es con la caída de este hombre primordial, que vivía en el paraíso y al que todas las tradiciones hacen referencia, con la que empieza la historia del hombre contemporáneo.2 La idea de un desarrollo ascendente o “evolucionismo” es contraria a la ley natural, en la que es una imposibilidad que lo superior provenga de lo inferior porque no lo contiene en potencia. Para que cualquier cosa se manifieste, o venga a ser, es necesario que previamente se de su posibilidad de ser, es decir, sea en potencia.

Tomando en cuenta este tipo de teorías, el trabajo de adentrarse en la Historia, en la verdad de las ideas y de los hechos, es, para nosotros los occidentales o habitantes del mundo moderno, doble. El primero es de discernimiento, pasando por una limpieza de una serie de “historias” que se enseñan como ciertas y que curiosamente varían permanentemente, son incompletas o falsas, y lo que es peor, invertidas con respecto a la verdad, contra-tradicionales. Estamos ciertamente en el mundo de la inversión (en ambos sentidos de la palabra), y además debemos desprendernos también de otras historias propias que nos alejan igualmente de la verdadera Realidad. La segunda labor es la de aprender a reconocer los auténticos códigos en los que la Historia se inscribe. Este doble trabajo sólo es realizable bajo la luz del Conocimiento.

En este fin de ciclo, donde todas las posibilidades deben necesariamente agotarse, es curioso observar cómo la materialización parece que llega a sus límites, ya que el progreso fluye hacia la virtualidad de la propia materia, y atontados por todos los avances tecnológicos, estamos incapacitándonos para salir de la ignorancia u oscuridad que se da fuera y dentro de nosotros, ignorancia que es fuente del sufrimiento en nuestro caminar. Es la vivencia de lo que conviene llamar nuestros estados inferiores o infiernos, semejantes al pececillo que cae al fondo y la corriente le arrastra; el pez, sin poder despegarse del fango, siente una gran desorientación y verdadera sensación de asfixia, y en su oscuridad se ensimisma en la desgracia. Está verdaderamente perdido. Pero la suerte del pececillo es que de manera milagrosa se le acerque un Ibis chapoteando las aguas y decida con su pico librarlo del fango y limpiarlo con las aguas claras y prístinas de la tradición, y si el pez es de su gusto, se lo comerá y echará a volar.

El acceso al conocimiento supone un punto de inflexión, una parada entre el descenso y el ascenso. Poco a poco, en la luz vemos que la lectura del Tiempo y el Espacio es toda otra, percibimos sin que nada cambie que todo es absolutamente diferente y vemos también que el recorrido que debemos realizar es el inverso, como un desandar el camino, y remontando la corriente llegar al Origen.

Historia Sagrada sólo hay una, ya que Verdad sólo hay una, es atemporal y se entiende y se recorre hacia lo alto, en vertical, hacia el Principio. La historia entendida dentro del tiempo es en cierta manera un reflejo lineal u horizontal de aquella, o también podría verse vertical ya que se refiere a un “pasado” que uno va recorriendo en un tiempo por venir o “futuro“ confluyendo en una vertical que se originaría en el “ahora”. Es como si la línea del tiempo se doblara por el instante del ahora y, pasado y futuro se superpusieran generando un continuo ahora, un eterno presente. El eterno presente que es como un punto de luz que contiene todos los tiempos pero los va iluminando, a nuestro parecer, de forma sucesiva.

Ocurre de igual manera con la Geografía Sagrada, en la quietud del no tiempo solo hay un aquí. Por lo tanto si estamos situados “Aquí” y “Ahora”, estaremos en ese punto luminoso y central en el que no hay dimensión ni tiempo que no esté contenido. Esta es la verdadera ubicación desde donde la lectura es completa y desde donde hay acceso a cualquier lugar o tiempo de la geografía y la historia.

Ya es mucho, en los tiempos oscuros que vivimos, saber que existe dicho centro y mucho más saber que es accesible. La llave que da acceso a la puerta del Conocimiento, es la llave que da acceso a los misterios o secretos del Ser. De todos es conocida la desconfianza generalizada que han causado las pseudo religiones, sectas, ocultismo, espiritismo…, todas estas mareas negras cada vez más abundantes se aprovechan del pequeño afán de saber que todavía resta en algunos individuos, son excentricidades que sumadas a la oscuridad de la que ya hemos hablado imposibilitan el acceso a la luz de la Tradición y, con ello, que el Conocimiento sea real para el hombre de occidente. Sin embargo, se dice “busca y encontrarás” y para el ser que busca de corazón siempre queda la esperanza del milagro del Ibis.

Podemos decir que es verdaderamente un milagro en nuestra ubicación, el haber topado con la estela de Federico González. A través de él, por su intermedio y por su obra, podemos encontrar los códigos Herméticos de acceso al Conocimiento, que son una llave auténtica. A medida que nos adentramos en su obra y en todo lo que en ella se propone, la Sabiduría nos va fecundando, ampliando nuestras miras hasta el Infinito. Se puede también resaltar en esta obra como se muestra y demuestra el cauce por donde ha ido corriendo la Tradición Hermética hasta llegar a nosotros salvaguardándonos de todo tipo de dudas que nos asaltan a los occidentales. Federico González es en nuestro tiempo y lugar, el Verbo por el cual se hace la Luz.

Los principios de Historia y Geografía sagradas surgen del maravilloso y misterioso gesto del Ser para conocer-Se a través de su manifestación, verdadero gesto de amor y belleza y desde donde se nos llama a participar, participación que no es otra cosa que un llamado al rito de realizar ese mismo gesto de Conocer, de conocer-Le, de conocer-Se. ¡Qué bello es Vivir! María Correa


NOTAS
1 Según un artículo publicado en el periódico La Vanguardia, esta similitud es superior al 90%.
2 Para una exposición más amplia de lo que simboliza “la caída” se recomienda el artículo de René Guénon titulado “El Demiurgo”. Hay traducción en SYMBOLOS nº 8.
   
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