El 50 12 deja en la plaza de Dante, donde el gran vate recibe a los buscadores de la Verdad, una mano en alto saludando y con la otra sosteniendo un libro, que bien pudiera ser La Divina Comedia. El poeta describió en esta obra todo el recorrido del alma por los estados del Ser hasta su reintegración al Paraíso celeste, y desde aquí insta, con rostro riguroso, al nacimiento del maestro interno que cada uno porta dentro de sí. ¡Loados sean los Dantes de todas las épocas, que permeables a la Ciencia Sagrada y la Vía Simbólica, las han ido actualizando hasta hoy, donde aún hay manos que las re-escriben y vigorizan! 13 El Libro de la Vida es el gran iniciador en los misterios del cielo y de la tierra, de la vida, la muerte y la inmortalidad; y el guía del camino es la doctrina, hilo áureo de la tradición, que a veces es voz, y otras, palabra escrita.
Todos los dioses viven en la montaña cósmica que resigue el cantor renacentista, todos circulan libremente por este peñón cada vez más conquistado, todos vibran en el interior del ser humano que los invoca.
A Ceres y Neptuno se les dedican plazas y fuentes en la isla; Baco y macho cabrío presiden la entrada de Laribal; Hermes se esconde en el lateral del Palacio Nacional, Atenea recibe a las puertas del Instituto Cartográfico…, y expandiendo en el aire sus influencias, crean y recrean la sinfonía grabada en el alma del universo. ¿Y dónde evocar a Saturno, el rey de la Edad de Oro?
Hoy la cancela está abierta, es sábado, día consagrado a este dios, jornada del Jubileo; las campanas que repican al punto del mediodía así lo indican.
Cualquier descripción se queda corta ante la belleza de este vergel donde todo está donde debe estar, sin esfuerzo. El árbol, la piedra, la laguna, la escultura, el aire perfumado, el cielo diáfano, y la luz blanca, muy blanca. Un exacto ejercicio de geometría: conjunción de diseño divino y mano de diestro artesano.
El edificio del palacete Albéniz –antigua residencia real y luego museo de la música–, se alza en lo alto de un terreno llano, y en suave pendiente hacia las cuatro direcciones del espacio se definen ámbitos diferenciados y a la vez integrados en una unidad.
La zona de las fuentes y cascadas, con cuatro niveles destacados, cual los mundos o planos de la cosmogonía, con estatuas de Náyades y otras Ninfas 14 bañándose aquí y allá en sus aguas matriciales. El templete circular de ocho columnas abierto a todas bandas con una bailarina en el centro que bien se diría es aspirada hacia la salida del cosmos. Los dos estanques entre magnolios, hoy con las aguas discurriendo por la escalinata, y los traviesos niños montando gran alboroto. La columnata semicircular que rodea el anfiteatro, con las gradas y el escenario al aire libre, cubiertas sólo por el cielo azul celeste; y los rostros socarrones de los Sátiros 15 asomando en los alrededores de los sótanos del palacete. Luego el bosque espeso de juncos y bambúes donde la luz se opaca y un grupo de jóvenes juega a "la gallina ciega", cerca de la fuente que brota en la hondonada; y la arboleda de olivos, laureles y acacias 16 sobre un verde prado recién regado y con los parterres repletos de plantas en flor, pensamientos y ciclámenes, con la estatua de una "aguadora" rociándolas.
En síntesis, la imagen de una eterna primavera, donde todas las tensiones se equilibran y se expande el Esplendor y la Belleza con indefinidos tonos, geometrizando. Una representación del Paraíso celeste, ámbito puro y no contaminado por nada, diáfano. Una región del pensamiento donde el tiempo se torna insignificante y el espacio evanescente. Cronos devorando el devenir, reciclándolo y simultáneamente abriendo la pequeña puerta a lo eterno. Un mundo otro muy real liberado de los límites formales e informales, paradigma de la transformación alquímica, que invita a viajar por las comarcas del Pensamiento desnudo, del Ser en sí mismo, conjunción de la Inteligencia y la Sabiduría en su Principio. Y al mismo tiempo, la veraz intuición de que todo es un gran espejismo, la ilusión cósmica como trampolín a lo supracósmico. Más allá, sólo Silencio.
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Musas, música, museo… Ellas son las diosas de la auténtica comunicación, la que enfila a otros parámetros y engarza las sutiles consonancias, y también disonancias, de todas las esferas planetarias. No estos pequeños aparatos que manipulan los miles de ejecutivos que hoy han invadido los pabellones de la avenida Mª Cristina a raíz del congreso mundial de telefonía móvil; son multitud, con sus impecables trajes oscuros y camisa blanca –la corbata optativa–, y la cinta rosa al cuello con la prestigiosa tarjeta de acreditación. ¡Así atan el mundo a lo múltiple y disperso, los grandes comunicadores de la incomunicación!
Más, mucho más poderosa y real es la comunión con las ideas invisibles. Las nueve hijas de Mnemosine son las inspiradoras, las que tienden al artista las escalas que remontan a otros mundos, los aspiran y conducen por parajes ordenados, ritmados y jerarquizados; y luego los retornan fecundados de unos tonos y colores que devolverán con maestría en sus versos y poemas, pinturas, esculturas, construcciones, diseños, jardines, músicas, y en cualquier gesto arquetípico que imite al del Demiurgo.
El Arte 17 es una puerta abierta al extenso mar del alma, y el puente que la religa a su principio; una forma de ver y oír, percibir y pensar, o sea ser, presidida por la analogía y la magia de la concatenación; el rito por el que la Memoria se actualiza y el universo se regenera.
Y el artista, habitante de la isla, es un teúrgo, un ensamblador cósmico y diestro navegante de las procelosas aguas –y a veces calmas–, de la psiquis. Un paciente alquimista que se sabe sujeto y objeto de la transmutación, conocedor de la rueda de los elementos y de los procesos de disolución y coagulación. Un diestro jardinero del vergel interno que ama su oficio y lo cultiva con ardor. Un obstetra que pariéndose a sí mismo coadyuva al reverdecer del universo. Y un amante de las ideas que cobran vida en sus invocaciones, así como un loco de amor que se deja raptar por el furor poético inspirado por las Musas, y también atravesar por las saetas de otros dioses, como las de Baco, promotor de los misterios de la iniciación. Luego las de Apolo, revelador del Esplendor y la Belleza, adivino que devela todas las facetas de la deidad; y por fin las flechas de Afrodita, diosa del Amor y de la unión suprema. En el centro nodal del ser, Eros es la argamasa del alzado cósmico y con el auxilio de Cupido, penetra corazones que aceptan sin condiciones el sacrificio inherente a la deificación.
En la montaña cósmica se oyen los susurros inaudibles de las Musas por todos sus rincones, y se dice que también se las encuentra en su morada, el Museo. Aquí, en la isla, hay varios, 18 arcas repletas de símbolos, que sólo la visión profana y dual los considera almacenes de reliquias del pasado.
El vestíbulo del MNAC distribuye como un tronco sus ramajes, y ofrece recorridos varios por sus salas, a esta hora muy vacías, apenas unos cuantos turistas con audífonos focalizando la atención, ora en un cuadro luego en el otro, analizando, comparando, diseccionando o juzgando, aplicando aquella forma de mirar y de pensar en la que hemos sido entrenados. Pero el isleño ha despertado y encarna una visión mucho más suelta y espontánea, directa, intuitiva y unitiva, y se pasea por las estancias en las que espejo tras espejo va reconociendo todas las facetas de sí mismo: la de ángel y demonio; la de rey, mendigo o caballero; dios o mortal; dragón o serafín; vivo o muerto y también resucitado.
Se diría que la historia se congela en esa piedra, mármol o cristal; en la arcilla, lienzo, bronce, o cualquier otro material. Pero esos cuerpos aparentemente inertes cobran vida e insuflan su poder evocador si contemplador y contemplado se unifican en la contemplación; si se vivifica la energía de la que son depositarios y emisores, en el acto de conocer. Y así uno se identifica ora con la lanza o la vasija, con la cruz, la columna o capitel, la joya o la lápida, el retablo, el libro o la escultura.19
Un museo no narra la historia del hombre y su devenir, que también, sino el ser del mundo y del hombre en lo Eterno.
Y además, la obra de arte es mucho más que su apariencia: las invisibles proporciones subyacentes, las relaciones numéricas, el equilibrio de fuerzas, la jerarquía y su despliegue; y las ideas previas a cualesquiera de las formaciones sutiles, los arquetipos universales; y remontando todavía más, la Inteligencia y Sabiduría que concibe, diseña y proyecta todas las posibilidades supraformales. Y, en fin, el punto virtual e invisible que es origen y destino de cualquier manifestación.
Si esto se pretende consumir, la indigestión puede ser brutal, pero si se va bebiendo como vino añejo, la cálida embriaguez afina los velos de la conciencia y el todo vuelve a manifestarse bajo los múltiples ropajes cromáticos nacidos de un blanco procedente del negro más negro de los negros.
Parece que hoy no cierran el Museo, porque en su sala oval se prepara un gran evento, la cena de despedida de los incomunicados.
Para evitar la marabunta, hay una escalera lateral en el exterior que desciende por una zona de matorrales y árboles descuidados, llena de escombros, harapos e incluso mantas y colchones. Algunos viven por este arrabal medio perdido, algunos que se apartaron o fueron apartados del mundo. Los tildados de perdedores.
Y los amantes de Sophia, los auténticos artistas ¿cuál es su lugar en el mundo? Este rasante y literal, bien poco les interesa, y los otros mundos que ellos habitan y cantan son despreciados por la mayoría; por eso no se los estima, más bien se los difama, traiciona y rechaza, cual si fueran lobos pestilentes. Pero sus guaridas subterráneas conectan secretamente con los pasadizos que llegan al centro del mundo, al Agartha.
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Los hijos de la luz tienen una marca invisible en la frente, como la de esos cofrades romanos, los Lupercos, que el día de San Valentín desfilaban desnudos alrededor del Palatino con una piel de cabra 20 en las manos con la que azotaban a las mujeres, fecundándolas. Antes, un sacerdote les había hecho la señal con la sangre de ese animal inmolado (también un perro 21 era sacrificado), que luego borraba con lana impregnada en leche. El rito se desarrollaba en el santuario de Fauno Luperco, en la vertiente noroeste del Palatino. Rito de invocación de la Luz, asimilada a la Sabiduría y a uno de sus emisarios, el dios del rayo diamantino y del trueno, Júpiter, el Zeus griego, dos de las culturas, la griega y la romana, que igualmente poblaron estas tierras insulares, civilizándolas.
El ladrido de un perro despierta en esta mañana de sol radiante. Para ascender a la ladera noroeste del monte de Jove o Júpiter –deidad que se dice era adorada en Montjuïc– puede también accederse desde las bulliciosas calles de Sants hasta unas callejuelas que marcan otra de las líneas invisibles del dominio mágico-teúrgico, frontera aquí con nombres de flor: 22 loto, jazmín y dalia; parajes de tiempo detenido, que como pompas de jabón se elevan al infinito, y al estallar, retornan a tierra firme, al amplio y señorial paseo del Marqués de Comillas. Un lugar singular se construyó en esta avenida en 1929, con motivo de la Exposición Universal: el "Pueblo Español".
El visitante es recibido por la "Casa del Sol", lo que evoca aquella utopía Renacentista de Campanella, 23 la Ciudad del Sol, que reproduce una urbe cósmica ubicada en una isla en la que acontece toda la teofanía, y donde sus habitantes laboran con el soporte de las Artes Liberales, y viven bajo el influjo y armonía de las órbitas planetarias y el movimiento zodiacal, o sea, regidos por las leyes cósmicas que conocen y estudian todo el tiempo. Uno de sus ámbitos concéntricos está signado por Júpiter, deus pater, númen dador de la vida, luego de la luz de la Verdad, cuyo homólogo en el inframundo es Vulcano, el forjador del fuego interno, conocido en Grecia como Hefesto, el deforme hijo de Hera engendrado sin mediación de unión amorosa, como Caín, el vástago de Eva concebido por el influjo directo del Angel de la Luz. En la crátera de Hefesto se fraguan los rayos 24 de Zeus, las flechas de Apolo y Artemisa, 25 las armas de los héroes; lanzas, saetas y espadas con las que todos los isleños libran la guerra vertical en pos del Conocimiento.
La extraña conjunción de este recinto, con los caserones más representativos de distintas ciudades y pueblos de España, alberga talleres de numerosos artesanos, conocedores de oficios que se apoyan en las Artes del número, la proporción y la geometría, 26 así como en la transmutación operada en la rueda de los cuatro elementos por intermediación de los tres principios universales. 27
Un sonido metálico y rítmico salido de uno de esos recintos llama, atrae. 28 Dentro, un enorme horno con un fuego cristalino preside toda la estancia, y alrededor, varios hombres diestros soplan y manufacturan vidrio. ¡La fragua de Vulcano!
Una larga barra de metal se introduce en el athanor, del que se saca en el extremo una bola incandescente del material viscoso, que se desparramaría a no ser por la constante rotación del eje manejado con destreza por el artesano. Uno de los sudorosos oficiales, con la ayuda de unas tenazas, estira el vidrio por una punta sin dejar de girar, e invirtiendo el eje, el fluido se va trenzando en el aire; lo coloca acto seguido sobre una mesa, donde un molde en forma de "eses" le hace adoptar una silueta serpentina, pasando en unos instantes del rojo vivo al sólido transparente.
¡Las sierpes del caduceo hermético! Símbolo en el que el isleño, como alquimista que también es, se reconoce. Y tal como versa la Tabla de Esmeralda:
"Separa la Tierra del Fuego, y lo sutil de lo grueso, suavemente y con todo cuidado.
Asciende de la Tierra al Cielo, desciende de nuevo a la Tierra, y une los poderes de las cosas de arriba y de las de abajo.
De este modo poseerás la gloria del mundo entero y toda oscuridad se alejará de ti.
Esta es la fuerza de todas las fuerzas, pues vence todo lo que es sutil y penetra todo lo que es sólido.
De esta manera fue creado el mundo.
Por ello, se obrarán así aplicaciones prodigiosas, cuyos medios se hallan aquí establecidos". 29
Otro menestral de calva bruñida modela pequeñas esferas, remojando primero con agua el punto de contacto entre el vidrio y la barra. Conjunción de los opuestos. Un tercero con pañuelo en la cabeza graba e inscribe pequeñas piezas; y así hasta completar un cuadro de diez 30 obreros, que conversan entre ellos, sin detener la tarea ni un momento, bajo la atenta mirada del encargado que con impoluto traje de trabajo saborea un cigarrillo. Cada gesto es muy preciso: rotar, soplar, cortar, picar, grabar. Una obra recia y a la vez muy delicada, en la que el error puede costar muy caro: quemaduras dolorosas, profundas heridas y tentaciones de abandono, grandes trampas todas ellas que pretenden abortar el proceso de la Gran Obra. Mas el alquimista sabe que la materia prima siempre puede ser devuelta al fuego purificador, que funde o separa las escorias, y alumbra una nueva posibilidad de ser el sujeto y el objeto de la transmutación; y así grado tras grado, sin descuidar nunca el mantenimiento de la llama, se promueve la sutilización hasta la transformación final.
Por el camino del Polvorín que arranca un poco más allá del "Pueblo Español" se llega a la Zona Franca, y allí todos los nombres aluden a la minería y la metalurgia: la calle del fuego, del plomo, del estaño, del hierro, del mercurio. Metales vistos como los astros en las entrañas de la tierra, que llevados cada uno a su máxima purificación, se convierten en el más fino de los oros.
Después de mucho tiempo de sequía, parece que la tormenta se avecina.
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Cada día hay novedades en la isla como no podría ser de otra manera. Todo, de todo, y siempre renovado. Error pensar que cuantos más ámbitos se exploren más se la conoce. No es cuestión de cantidad, ni de acumulación. Cualquier comarca, en cualquier momento, es el universo completo y lo revela todo. Hoy, esa realidad, se proyecta en su aspecto olímpico. La montaña está repleta de espacios donde practicar el ejercicio al aire libre e igualmente en pabellones acondicionados a tal fin. El Estadio Olímpico, gimnasios, piscinas, pistas de atletismo, campos de fútbol, de rugby, de béisbol, de tenis, y hasta una hípica, un campo de aeromodelismo y otro de tiro al arco.
"Reflejos de Apolo. Deporte y Arqueología en el Mediterráneo antiguo", es el título de la nueva exposición temporal del Museo de Arqueología. El ejercicio físico entendido no como un culto exacerbado al cuerpo sino como un soporte para afinar el alma y entrenar al atleta en el arte de la caza o de la guerra, la sagrada, que consiste en el ataque y la defensa por los mundos verticales en pos de la conquista del Conocimiento. Nada que ver con las pequeñas luchas horizontales donde fuerzas opuestas se desafían e intentan imponerse aniquilando al contrincante.
Eran varias las competiciones de la antigua Grecia en las que los jóvenes atletas se batían. En Olimpia, las Olimpiadas, en honor a Zeus; en Delfos los juegos Pictios, en honor a Apolo; los Istmicos en Corinto, para honorar a Poseidón, y en Atenas los Panatenaicos para celebrar a Atenea. Hermes era siempre el patrón de los centros de formación –el gimnasio y la palestra–, y la transmisión de todas sus enseñanzas tenía un carácter verdaderamente iniciático, encaminado a la realización intelectual-espiritual del practicante. El joven postulante se sometía a duras pruebas, recibía instrucción con rigor y disciplina, todo ello en pos de identificar su verdadera dimensión universal y arquetípica. Se buscaba alumbrar al héroe que cada cual portaba dentro, encarnando en la propia piel las gestas de los héroes mitológicos, como Heracles, efectivizando de este modo su proceso de deificación. En la competición se ritualizaba de nuevo todo lo vivido, en loor de los dioses, y el atleta se libraba todo entero, llegando incluso a entregar su vida perentoria para conquistar la gloria de la Inmortalidad.
Las pruebas eran distintas según los lugares y tiempos e incluían tanto la carrera a pie de un estadio completo o dos (stadion y diaulos respectivamente), como la carrera larga denominada dolichos o la carrera de soldados con armadura, que era el hoplitodromos. Otras disciplinas eran el combate (lucha y boxeo), las pruebas ecuestres, y el pentatlón, que comprendía carrera, lucha, lanzamiento de disco, jabalina y salto de longitud.
Todo un nuevo referente para el ciudadano de la isla, que en su conquista olímpica, 31 debe ir conjugando el paso a paso con la carrera de fondo, sin desfallecer, batiéndose día a día con todas las potencias universales, que irá nombrando, conjugando y equilibrando, con valor e invocación continua a la Sabiduría, y con la profunda certeza de que es la influencia del rayo del Noûs o Intelecto el que lo aspirará a lo alto, haciéndolo nacer a realidades superiores. Poco confía el atleta en lo meramente humano –sólo en el gesto de la entrega sincera–, y la firme intención de mantenerse orientado hacia la diana. Luego, toda la labor, como la del arquero, es concentrarse en ese centro, ser uno con él, y dejar que la flecha tensada en el arco 32 se libere sin esfuerzo y lo penetre directamente.
Nada nuevo hay bajo el Sol. Los clientes distinguidos del hotel Miramar se tuestan en las terrazas de sus lujosas habitaciones; unos pocos metros ladera abajo, una mujer con bata roída sentada en el terruño de su miserable barraca se calienta igualmente bajo el mismo Sol; y saltando otro pequeño desnivel, las terrazas naturales de la ladera del monte se convierten en el parque colindante al paseo de Montjuïc; zona de recreo para niños y ancianos, paseadores de perros y tribus urbanas de adolescentes. Unas gitanas descalzas están tumbadas en la reseca hierba absorbiendo los mismos rayos, mientras su prole come bocadillos en los columpios oxidados. Pero más allá del astro rey, los dioses del Olimpo llaman a alistarse a las filas de los ejércitos celestes, para recorrer todos los campos de batalla invisibles, hasta alcanzar el corazón-diana de la ciudadela celeste.
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Hay que agarrar esas riendas invisibles que lo conducen a uno por los senderos de la Verdad. Con confianza y determinación. Y estar muy vigilante, pues es fácil salirse de la carretera y derivar por andurriales cenagosos. Guiarse por la Luz –como la emitida por el faro que hay en la ladera sureste del peñón– y ser ese haz luminoso y su principio.
Un poco más adelante, rodeando la cornisa, está el desvío para ir al camposanto de la ciudad, sin rótulo alguno que lo anuncie. "Todo lo que nace muere" y paradójicamente también se dice que "Todo está vivo, nada está muerto". El cementerio de Montjuïc invita a la meditación y al silencio, a la oración como canto permanente a los númenes, simbolizados por esos cientos de ángeles que recogen alabanzas y las elevan, descendiendo luego trayendo mensajes de otros lares. Huele a flor y a podredumbre. Se descompone lo perecedero y lo inmortal se libera de su cautiverio. Por eso también se lo llama, al cementerio, la Tierra de los Vivos.
Y siempre el símbolo como apoyo para remontarse a ese estado. Hay culturas que a la Tierra de los Vivos la denominan isla de los Bienaventurados o de los Antepasados míticos o el Oriente Eterno.
Un camino entre palmeras y buganvillas moradas acerca al "Fossar de la Pedrera". 33 Escaleras de piedras anchas e irregulares desembocan frente a una barrera de cipreses y columnas de piedra tallada. Otro umbral al que llamar, que se abre a un ámbito mucho más interno, se diría que al círculo de la conciencia más próximo al punto central inmutable.
Dentro, una cantera casi redonda, de piedra dorada, con plantas punzantes en sus laderas escarpadas protegiéndola, y en el ruedo, un manto de hierba salpicado de innumerables margaritas cubriendo toda la tierra: la matriz y sus indefinidas semillas.
En el este, mana de la roca un caño de agua cristalina, que se acumula en una piscina repleta de semillas, larvas y raíces: la Fuente de la Vida y la gestación del Cosmos con sus miríadas de seres.
Sobre el estanque, un puente cruza las aguas: la concatenación universal, la unión de todos los planos, y su transmisión a través de la Enseñanza.
Al sur una gruesa y vigorosa palmera, con el tronco envuelto por ramos de flores, y unas lápidas con inscripciones hebreas: la Cábala canta la cosmogonía.
En el flanco norte, pequeñas tallas funerarias a ras de suelo y un compás y una escuadra entrelazados con la letra "G" en el centro: otra rama de la tradición que transmite las verdades eternas.
Una segunda palmera a su vera: el Arbol de la Vida, modelo sintético del Universo, Fénix vegetal que renace de sus cenizas y vehicula la doctrina.
Al oeste, los pedruscos desechados por los constructores: la piedra angular que corona la obra.
La tercera palmera, invisible, es uno mismo, y la segunda y la primera, y la tumba, y la piedra, y el puente y la fuente.
En el centro de la crátera, el arquero es hierofante. Dispara a los cuatro vientos y al Cenit y Nadir. Completamente solo en el corazón del mundo, la hierogamia se realiza. Las aves volando en círculos concéntricos, ensimismamiento. Un estado inviolable e indestructible como el diamante. El Intelecto lo penetra, y aun siendo incomprensible, se experimenta. La Paz Profunda.
Y entonces la obra Alquímica vivida como una reconstrucción del adepto en lo universal 34 se invierte, y ya no prima el acento en el ascenso por las gradas de la conciencia, sino su constante conjunción con la proyección de los haces de la Unidad a través de los dioses y los hados que animan el alma del teúrgo, un simple mediador de los indefinidos matices de la Voz y de la Luz.
El árbol con las raíces arraigadas en la tierra y cuyas ramas se expanden hacia el cielo buscando la fuente y el origen primordial deja de verse así invertido, y se revela rotunda su verdadera faz: aquella que lo muestra plantado en el cielo y proyectando sus frutos hacia abajo. Uno y otro no son dos, como no son dos la Isla y el Océano que la envuelve. La Androginia en realidad es unidad.
Uno es la isla y la isla es todo, y el todo es uno.
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En esta senda tan a la intemperie, el calor de la taberna es cobijo transitorio para el peregrino que recorre la invisible geografía de la isla. Curioso el anagrama del mantel, un mandala circular floral, de piedra, con ocho puntos en las ocho direcciones del espacio en su círculo más externo, y luego otros dos círculos concéntricos emanados de un punto central bien destacado. Todo canta un mismo canto de innumerables maneras. Pero nunca el alma se contenta con las estaciones intermedias, y su esencia más osada es impelida sin devaneos hacia su verdadera patria, no ya cósmica, sino supracósmica.
Es de noche. Las dos columnas venecianas rematadas por una pirámide de cobre de base cuadrangular ofrecen la última visión de la ilusión.
Una avenida de luz se abre como un arco de circunferencia en la oscuridad. Fuentes blancas a lado y lado, cual las largas colas del velo de una novia, flanquean la aproximación a la cúspide; a un nivel superior, y sobre el eje que conecta con el centro, un gran surtidor de aguas policromadas va danzando al son de una música emanada de su seno, y adoptando indefinidas formas, geométricas y volumétricas. Y más arriba todavía, en el punto original desde el que se abre el arco, el gran palacio, radiante, cuya bóveda aparece coronada por rayos de luz blanca que se proyectan hacia el cielo. El negro reabsorbe en su seno toda la manifestación y a su vez la emana constantemente como Luz y Verbo.
El rostro manifestado de la Posibilidad Universal no deja de emitir símbolos visibles sobre su gran pantalla de proyección multidimensional. Y del otro lado, la faz inmanifestada, oscura y misteriosa permanece oculta. Pero desde la conciencia de no-dualidad lo inabarcable puede ser penetrado.
Cae el telón. |