ASCESIS Y ASCETISMO
Cap. XIX de Initiation et Réalisation Spirituelle, editado originalmente en Etudes Traditionnelles, oct.-nov. 1947.
 
Hemos constatado en diversas ocasiones que algunos establecían entre los términos "ascética" y "mística" una comparación bien poco justificada; para disipar toda confusión a este respecto, basta con darse cuenta de que el término "ascesis" designa propiamente un esfuerzo metódico para alcanzar una cierta meta, y más particularmente una meta de orden espiritual ( 1 ), mientras que el misticismo, en razón de su carácter pasivo, implica más bien, como ya lo hemos dicho a menudo, la ausencia de cualquier método definido ( 2 ). Por otra parte, el término "ascética" ha tomado un sentido más restringido que el de "ascesis", porque es aplicado casi exclusivamente en el dominio religioso, y quizá es eso lo que explica hasta cierto punto la confusión de la que hablamos, pues va de suyo que todo lo que es "místico", en la acepción actual de esta palabra, pertenece también a ese mismo dominio; pero hay que guardarse bien de creer que, inversamente, todo lo que es de orden religioso esta por ello mismo más o menos estrechamente emparentado con el misticismo, lo cual es un extraño error cometido por ciertos modernos, y sobre todo, es bueno anotarlo, por aquéllos que son lo más abiertamente hostiles a toda religión. 

Hay otro término derivado de "ascesis", el de "ascetismo", que quizá aún se presta más a confusiones, porque ha sido netamente desviado de su sentido primitivo, a tal punto de que, en el lenguaje corriente, ha llegado a no ser ya apenas sino sinónimo de "austeridad". Ahora bien, es evidente que la mayor parte de los místicos se entregan a austeridades, a veces incluso excesivas, aunque no sean por lo demás los únicos, ya que este es un carácter bastante general de la "vida religiosa" tal como se la concibe en Occidente, en virtud de la muy extendida idea que atribuye al sufrimiento, y sobre todo al voluntario, un valor propio en sí mismo; es cierto también que, de una manera general, esa idea, que nada tiene en común con el sentido original de la ascesis y no es de ningún modo solidaria con ella, se halla acentuada todavía más particularmente entre los místicos, pero, repitámoslo, está lejos de pertenecerles exclusivamente ( 3 ). Por otro lado, -y es esto sin duda lo que permite comprender que el ascetismo haya adquirido comúnmente tal significado- es natural que toda ascesis, o toda regla de vida que apunte a un fin espiritual, revista a los ojos de los "mundanos" una apariencia de austeridad, incluso aunque no implique de ninguna manera la idea de sufrimiento, simplemente porque descarta o descuida forzosamente las cosas que ellos ven como las más importantes, cuando no incluso como enteramente esenciales, para la vida humana, y cuya búsqueda ocupa toda su existencia. 

Cuando se habla de ascetismo como se lo hace habitualmente, ello parece implicar aún otra cosa: lo que normalmente no debía ser sino un simple medio con carácter preparatorio es tomado demasiado a menudo por un verdadero fin; no creemos exagerar nada al decir que, para muchos espíritus religiosos, el ascetismo no tiende a la realización efectiva de estados espirituales, sino que tiene por único móvil la esperanza de una "salvación" que no será alcanzada sino en la "otra vida". No queremos insistir en ello excesivamente, pero parece claro que, en semejante caso, la desviación no esté ya solamente en el sentido del término, sino en la cosa misma que él designa; desviación, decimos, no ciertamente porque hubiera en el deseo de "salvación" algo más o menos ilegítimo, sino porque una verdadera ascesis debe proponerse unos resultados más directos y precisos. Tales resultados, cualquiera que sea por lo demás el grado hasta el que puedan llegar, son, en el propio orden exotérico y religioso, el verdadero propósito de la "ascética"; pero ¿cuántos son, al menos en nuestros días, los que sospechan que también pueden ser alcanzados por una vía activa, luego muy otra que la vía pasiva de los místicos? 

Como quiera que sea, el sentido de la propia palabra "ascesis", si no el de sus derivados, es lo suficientemente amplio para aplicarse en todos los órdenes y a todos los niveles: ya que se trata esencialmente de un conjunto metódico de esfuerzos tendiente a un desarrollo espiritual, se puede hablar muy bien, no sólo de una ascesis religiosa, sino también de una ascesis iniciática. Solamente hay que tener cuidado de subrayar que el objetivo de esta última no está sometido a ninguna de las restricciones que limitan necesariamente, y en cierto modo por definición misma, al de la ascesis religiosa, ya que el punto de vista exotérico al cual ésta se halla ligada se refiere exclusivamente al estado individual humano ( 4 ), mientras que el punto de vista iniciático comprende la realización de los estados supraindividuales, hasta el estado supremo e incondicionado inclusivamente ( 5 ). Además, va de suyo que los errores o las desviaciones concernientes a la ascesis que pueden producirse en el dominio religioso, no podrían hallarse en el dominio iniciático pues no dependen en definitiva más que de las limitaciones que son inherentes al punto de vista exotérico como tal; lo que decíamos hace poco del ascetismo, en particular, evidentemente sólo es explicable en razón del horizonte espiritual más o menos estrechamente limitado que es el de la generalidad de los exoteristas, y por consiguiente de los hombres "religiosos" en el sentido más ordinario de esta palabra. 

El término "ascesis", tal como lo entendemos aquí, es aquél que en las lenguas occidentales corresponde lo más exactamente al sánscrito tapas; es verdad que éste contiene una idea que el otro no expresa directamente, pero no por ello esta idea deja de entrar menos estrictamente en la noción que pueda darse de la ascesis. El sentido primero de tapas es en efecto el de "calor"; en el caso de que tratamos, este calor es evidentemente el de un fuego interior ( 6 ) que debe quemar lo que los cabalistas llamarían las "cortezas", es decir, en suma, destruir todo lo que, en el ser, es obstáculo para una realización espiritual; es ello pues, claramente, algo que caracteriza, del modo más general, a todo método preparatorio para esta realización, método que, desde este punto de vista puede ser considerado como constituyendo una "purificación" previa a la obtención de cualquier estado espiritual efectivo ( 7 ). 

Si tapas adquiere a menudo el sentido de esfuerzo penoso o doloroso, no es porque se le atribuya un valor o una importancia especial al sufrimiento como tal, ni porque se lo vea a éste aquí como algo más que un "accidente"; sucede que, por la misma naturaleza de las cosas, el desapego de las contingencias es siempre y a la fuerza algo penoso para el individuo, cuya propia existencia también pertenece al orden contingente. No hay en ello nada que sea asimilable a una "expiación" o a una "penitencia", ideas que juegan al contrario un gran papel en el ascetismo entendido en sentido vulgar, y que sin duda tienen su razón de ser en un cierto aspecto del punto de vista religioso, pero que manifiestamente no podrían hallar lugar en el dominio iniciático, ni por lo demás en las tradiciones que no están revestidas de una forma religiosa ( 8 ). 

En el fondo, podría decirse que toda verdadera ascesis es esencialmente un "sacrificio", y hemos tenido ocasión de ver en otra parte que, en todas las tradiciones, el sacrificio, bajo cualquier forma que se presente, constituye propiamente el acto ritual por excelencia, aquél en el cual se resumen en cierto modo todos los demás. Lo que así es gradualmente sacrificado en la ascesis ( 9 ) son todas las contingencias de las que el ser debe llegar a desprenderse como de otras tantas ataduras u obstáculos que le impiden elevarse a un estado superior ( 10 ); pero, si puede y debe sacrificar esas contingencias, es en tanto que éstas dependen de él y en cierto modo forman parte de él mismo a un título cualquiera ( 11 ). Como por otro lado la propia individualidad no es asimismo más que una contingencia, la ascesis, en su significación más completa y profunda, no es en definitiva otra cosa que el sacrificio del "yo" cumplido para realizar la conciencia del "Sí". ( * ) Traducción: José Manuel Río. 

  
NOTAS 

1     Quizá no sea inútil decir que el término "ascesis", que es de origen griego, no tiene relación etimológica alguna con el latín ascendere, pues hay quienes se dejan engañar a ese respecto por una similitud puramente fonética y enteramente accidental entre ambos términos; por otra parte, aún cuando la ascesis apunta a obtener una "ascensión" del ser hacia estados más o menos elevados, es evidente que el medio no debe ser confundido en ningún caso con el resultado. (R) 

2     Cf. Aperçus sur l'Initiation, pp. 12-13. (R) 

3     Cf. Aperçus sur l'lnitiation, pp. 177-178. (R) 

4     Por supuesto se trata aquí de la individualidad encarada en su integralidad, con todas las extensiones de las que es susceptible, sin lo cual la propia idea religiosa de la "salvación" no podría tener verdaderamente ningún sentido. (R) 

5     Apenas creemos útil recordar que es ésta precisamente la diferencia esencial entre la "salvación" y la "Liberación". No solamente los dos objetivos no son del mismo orden, sino que ni siquiera pertenecen a órdenes que, aunque diferentes, fueran todavía comparables entre sí, ya que no podría haber medida común alguna entre un estado condicionado cualquiera y el estado incondicionado. (R) 

6     La relación de este fuego interior con el "azufre" de los herméticos, que es concebido igualmente como un principio de naturaleza ígnea, es demasiado evidente para que haga falta algo más que indicarlo incidentalmente (Ver La Grande Triade, cap. XII). (R) 

7     Podrá relacionarse a esto con lo que hemos dicho acerca de la verdadera naturaleza de las pruebas iniciáticas (Aperçus sur l'lnitiation, cap. XXV). (R) 

8     En las traducciones de los orientalistas, frecuentemente se encuentran los términos "penitencia" y "penitente", que no corresponden de ninguna manera a aquello de lo que se trata en realidad, mientras que los de "ascesis" y "asceta" convendrían al contrario perfectamente en la mayor parte de los casos. (R) 

9     Decimos gradualmente porque se trata de un proceso metódico y, por otra parte, es fácil comprender que, salvo tal vez en algunos casos excepcionales, el desapego completo no puede operarse de un solo golpe. (R) 

10     Para este ser, puede decirse que esas contingencias son entonces destruidas como tales, es decir, en tanto que cosas manifestadas, porque verdaderamente no existen ya para él, aunque subsistan sin cambio para los demás seres; pero, por otra parte, esa aparente destrucción es en realidad una "transformación", pues va de suyo que, desde el punto de vista principial, nunca nada de lo que es podría ser destruido.(R) 

11     Puede también recordarse a este respecto el simbolismo de la "puerta estrecha", que no puede ser franqueada por aquél que, como los ricos de quienes trata en el Evangelio, no ha sabido despojarse de las contingencias, o que, "habiendo querido salvar su alma (es decir, el 'yo'), la pierde" porque no puede, en esas condiciones, unirse efectivamente al principio permanente e inmutable de su ser.(R) 

(*) En terminología más corriente y moderna lo que Guénon denomina "yo" es llamado "ego" y el "Sí" es equiparable al "Yo" (con mayúscula). Igualmente lo que R. G. llama "individualidad" puede sustituirse por "personalidad". (n. d.) (R) 

 
Robert Fludd, Utrisque Cosmi Maioris, 1617
 
René Guénon
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