ALGUNOS RECUERDOS SOBRE RENE GUENON 
Y ETUDES TRADITIONNELLES (5)
("Documento confidencial inédito")
Desde 1936, yo mantenía con L. Charbonneau-Lassay unas relaciones que se hicieron más estrechas a partir de septiembre de 1938, época en la que, con Tamos, pasé un tiempo en Loudun. 

En agosto de 1939, F. Schuon, quien tenía entonces entre sus fieles a un judío inglés muy rico que se había pasado al islam, John Lévy, emprendió con éste y otro inglés un viaje a la India. Se detuvieron durante cierto tiempo en el Cairo en donde J. Lévy compró para Guénon la casa en la que éste vivía con su familia y de la que hasta entonces sólo era arrendatario. Después nuestros viajeros retomaron el barco y desembarcaron el 23 de septiembre en Bombay donde se enteraron de la declaración de guerra. Inmediatamente el Sr. Schuon fue invitado a incorporarse a Francia. y a su regimiento. Tras 48 horas pasadas en tierra hindú, Schuon volvía a tomar el barco en sentido inverso. John Lévy y el otro inglés siguieron en la India donde más tarde encontrarían un guru del que se convirtieron en discípulos, abandonando el Islam, claro, y también a Guénon quien, según su gurú, no había comprendido nada del Vêdanta, lo cual John Lévy explicó en una obra en inglés. que más tarde René Allar se daría el gusto de traducir al francés. Luego, varios discípulos de Schuon, entre ellos un moqaddem, se incorporarían a este pequeño grupo. 

Schuon, movilizado en el este de Francia, formaba parte de uno de los regimientos que, empujados por las tropas alemanas, se refugiaron en Suiza en donde fueron internados. Gracias a unos amigos suizos influyentes, Schuon pudo salir del campo y reanudar una existencia normal con sus discípulos. 

Vâlsan, que había seguido en la Francia ocupada pudo, como miembro del cuerpo diplomático rumano, es decir de un país al principio neutral, y luego aliado de Alemania, hacer un corto viaje a Suiza, y se encontró con que se le confería la función de moqaddem para Francia. Pudo igualmente, por medio de la valija diplomática, intercambiar cartas con Guénon durante todo el tiempo de la ocupación. Fue en una de esas cartas donde Guénon expresaba nuevamente de manera apremiante su deseo de verme entrar en el Islam. Hacia el final de la guerra, Guénon había hecho llegar a Vâlsan el manuscrito de El reino de la cantidad y un poder para tratar con los editores. 

Desde la normalización de las relaciones postales, Guénon me pidió que hiciese reaparecer E. T. tan pronto como fuera posible –lo cual tuvo lugar en octubre de 1945, con el mismo equipo que inmediatamente antes de la guerra, con excepción de Préau quien se alejaba cada vez más para interesarse en Heidegger y Kierkegaard. Nunca volvimos a tener el mismo número de suscriptores que antes de la guerra. Esto en gran parte, se debía a la actividad de la misión Ramakrishna que, bajo la dirección de Swami Siddheswârananda, había desviado a muchos de los antiguos "guenonianos" hacia un hinduismo bastante fantasioso ya que comunicaba el mantra de Ramakrishna a personas totalmente extrañas al ritual hindú, a católicos, protestantes, masones e incluso a gente sin ningún vínculo tradicional. Pero las preocupaciones más graves para Guénon no llegaron de ahí. 

En ese final de 1945, Guénon seguía considerando que la tarîqah de Schuon constituía el único remate de su obra. Personalmente, lo más que yo quería admitir, entonces, es que constituía uno de los posibles desenlaces y era válida solamente para algunos, no la solución para todos los individuos cualificados que Occidente todavía podía contener en su seno. Algunas observaciones que le hice en ese sentido fueron muy mal recibidas. Con toda evidencia, la postura de Vâlsan respondía mucho más a sus perspectivas. 

Todavía no había transcurrido un año cuando Guénon se vio conducido a revisar su punto de vista y alimentar esperanzas en otra dirección: se trataba de la constitución de la Logia "La Gran Tríada" del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, fundada para acoger a individualidades que se adhirieran sin reserva a la obra de Guénon y estuvieran deseosas de trabajar en la restitución de una Masonería íntegramente tradicional. Yo no tenía ningún deseo de participar en esta empresa pero Guénon consideraba que no podía escurrirme pues pensaba que podía verse en ello una iniciativa occidental que él había esperado en vano hasta entonces. Añadía, no sin malicia, que aún menos podía zafarme, cuando esta iniciativa me daba la razón, puesto que permitía entrever otro posible resultado de su obra. ¿Es necesario decir que no era en la Masonería en lo que yo había pensado anteriormente? Sea como fuere, emprendí la operación con ayuda de dos guenonianos: Roger Maridort y Marcel Maugy (Denys Roman). 

Conocía a Roger Maridort desde el comienzo de la guerra. Este, dos años mayor que yo, conocía la obra de Guénon desde 1928. Sin embargo, no había conocido a Guénon y sólo le había escrito, de forma episódica por lo demás, después de que éste se instalara en Egipto. Maridort, de familia muy acomodada, había llegado alrededor de los 20 años, a la muerte de su padre, a poseer una pequeña fortuna que había gastado rápidamente y una participación con su hermano mayor en una concesión forestal en Gabón. Todavía era estudiante cuando un compañero mayor que él le prestó un libro de Guénon; desde entonces se había dedicado simultáneamente al estudio de Guénon y a una vida algo desordenada que sin duda no era incompatible con una investigación teórica, pero que ciertamente excluía la esperanza de cualquier realización. 

Favoreciendo las circunstancias un retorno a sí mismo y ayudándole a ello dificultades financieras, como también la edad, Maridort decidió relacionarse conmigo y considerar alguna iniciación. Católico de nacimiento, su modo de vida le había alejado de los sacramentos y su situación privada no le permitía reanudar una práctica cristiana integral. El Islam le pareció la única solución, aunque, como la mayor parte de los occidentales, se hizo muchas ilusiones sobre la pretendida tolerancia de la moral islámica en ciertos terrenos. Sea como fuere, y teniendo en cuenta tanto las circunstancias como el impedimento que constituía su situación privada de cara a un retorno al Catolicismo, acepté instruirle y recibirle en el Islam. Cuando pienso que Maridort es el único que entró en el Islam por mi intermedio, me invade una suave hilaridad perfectamente fuera de lugar en estas graves materias, lo reconozco, pero alguna excusa tengo, ¿no es cierto? 

Muy pronto, Maridort, quien se mostraba, hay que decirlo, muy ferviente musulmán, quiso recibir la barakah. Le presenté pues a Vâlsan quien se negó, dando como motivo que el postulante se encontraba en infracción con la moral islámica y no parecía decidido a regularizar su situación (tengo que precisar aquí que la infracción en cuestión, por condenable que fuera desde el punto de vista cristiano e islámico, no tenía nada que ver con ninguna "perversión"). Maridort naturalmente quedó muy afectado por este rechazo; sin pasar por la "vía jerárquica", sometí su caso a Schuon cuando las relaciones con éste, que seguía en Suiza, se restablecieron, y la respuesta fue la misma: que el postulante regularice su situación privada, y ya se verá. 

Cuando se constituyó la Logia "La Gran Tríada", Maridort me pidió que lo presentara, siendo la iniciación masónica compatible (Guénon dixit) con el exoterismo islámico. Guénon, con quien mantuvo correspondencia continua desde que esto fue posible, y a quien ayudó en toda la posibilidad de sus medios, le animó vivamente. 

Durante la ocupación, en una fecha que no podría precisar, me relacioné con un soltero algunos años mayor que yo, llamado Marcel Maugy. Guenoniano ferviente, se había interesado por la Masonería desde que Guénon afirmó su carácter iniciático. Conociendo bien el inglés y el italiano, había acumulado una prodigiosa documentación masónica en ambas lenguas, sin hablar, claro está, de la literatura francesa sobre el tema. Pero quince años más tarde, ¡todavía no se había decidido a solicitar su iniciación! Pienso que esta abstención se debía a una timidez muy acentuada en este solterón casi quincuagenario. En el momento en que supo que yo había solicitado entrar en la Gran Logia de Francia, me pidió que lo presentase, lo que se llevó a cabo y no constituyó ninguna dificultad. A mí no me molestaba entrar en esa casa en compañía de algunas caras conocidas. 

Para Maridort, las cosas no fueron tan bien. En el interrogatorio bajo venda, no agradó. No sé exactamente qué es lo que pudo haber dicho que disgustó a los Hermanos (fue incapaz de recordar nada a la mañana siguiente), pero el Venerable me hizo saber que Maridort quedaba pospuesto. No le quedaba otra cosa que llorar sobre su bella alfombra de oraciones. Felizmente para él, este bravo de Reyor estaba allí, y declaró al Venerable que o bien entraba en la Gr.·. L.·. con sus dos pupilos o no entraría en absoluto. Cedieron y Maridort en el colmo de la alegría recibió por fin la iniciación ¡Uf! 

Y fue así como comenzó esa aventura de "La Gran Tríada" que debía durar, para mí, tres años y medio (de julio de 1947 a enero 1951). Se hizo entrar, en este periodo, a una media docena de guenonianos a los cuales se sumó, mediante afiliación, otro admirador de Guénon que era masón desde 1936, el H.·. Bastien. Pero, a pesar de los compromisos adquiridos conmigo antes de la fundación, se introdujo en esta Logia, por iniciación o afiliación, a un número aún mayor de gente que no tenía ningún conocimiento de la obra de Guénon o que no mostraba más que simple curiosidad. 

Yo me había dado cuenta bastante rápidamente de que no era posible hacer un trabajo serio, ni siquiera puramente especulativo, en este medio, y confieso no haber comprendido nunca bien cómo Guénon había podido ilusionarse en ese sentido. Sin duda, las cartas demasiado optimistas de Maridort y Maugy le habían hecho creer en un cambio de atmósfera más acentuado de lo que en realidad era desde la época en que él mismo había frecuentado la G.·. L.·.. 

Yo, durante 3 años, había animado lo mejor que pude esta Logia y hasta había dado conferencias en Tenidas colectivas, y, a decir verdad, ya tenía bastante, pero Guénon se aferraba tanto más a esta empresa cuanto más equivocaciones experimentaba en otros lados. 

Debo volver, para que se comprenda, a Schuon y la tarîqah. 

El Schuon de postguerra se reveló con rapidez bastante distinto en ciertos aspectos del Schuon de los años 1934-1939, autoritario, es cierto, con una elevada idea de su función y quizá de su persona, pero respetuoso y dócil ante Guénon. A partir de 1946-1947, en ninguna ocasión dejó de afirmar su independencia total, de hacer resaltar que su "misión" no estaba unida a la de Guénon y que tenía una obra personal que cumplir. De buena gana daba a entender que Guénon había tenido un papel de "precursor" que ya estaba terminando y, en el entorno suizo de Schuon, a nadie le importaba decir que Guénon debería ya dejar de escribir. 

Se manifestaban signos aún más inquietantes; un joven musulmán, a su vuelta de Lausana, me decía que Schuon estaba a punto de cumplir la realización descendente; otro le escribía "mi divino Maestro" y aparentemente no recibía ninguna reprimenda. 

Hubo cosas todavía más graves. 

Antes de la guerra, Guénon se había carteado con un joven católico que, por otra parte, estaba en relación con Tamos. Este muchacho había decidido entrar en la orden benedictina y, después de la guerra, había vuelvo a contactar con Guénon y se había escrito con él sobre cuestiones doctrinales. En 1947, este religioso se encontraba en Roma en donde seguía unos estudios en una de las academias pontificales. 

En esa época, después de la publicación de su primer libro, De la unidad trascendente de las religiones, que contiene un capítulo sobre el esoterismo cristiano, Schuon buscaba contactos con católicos, con religiosos. Guénon comunicó a Schuon la dirección de nuestro amigo en Roma. Este pronto recibió una carta de dos discípulos de Schuon pidiéndole una cita que nuestro amigo no vio razón para rechazar. El día y hora previstos, se encontraron en los jardines de un convento romano. Tras un intercambio de consideraciones generales, los dos emisarios schuonianos intentaron saber algo de las relaciones del religioso con Tamos. Al no haber conseguido nada, se pusieron a cantar las alabanzas del Maestro, la atmósfera de alta espiritualidad que reinaba en la Zawiah de Lausana, donde sería muy deseable que un religioso como él llegara a saludar al Maestro. "¿No es altamente significativo, añadieron, que el hombre que hoy en día mejor comprende el Cristianismo lleve justamente el nombre de Jesús?" (efectivamente, el nombre musulmán de Schuon es Aissa –o Isa– es decir Jesús, como otros llevan el nombre de Mohamed, Moisés o Abraham). 

Por esta frase y su contexto, nuestro religioso comprendió que se estaba sugiriendo que Schuon podría ser muy bien una remanifestación del Cristo. Estupefacto ante esta perspectiva, tanto más siendo que no podía ignorar el sostén concedido a Schuon hasta entonces por Guénon, nuestro amigo pidió una licencia y tomó el primer tren a París, no sin haber recibido un viático de uno de sus superiores romanos a quien, en su emoción, contó la historia. Anoto al pasar que, prácticamente al mismo tiempo, Jacques Maritain, entonces embajador de Francia en la Santa Sede, se movía mucho para obtener la condena o por lo menos la inclusión en el Indice de la obra de Guénon. 

En París, nuestro amigo expuso los hechos ante algunos de sus superiores, se decidió que Tamos pondría al corriente a Guénon y que, por mi lado, yo escribiría a Schuon. 

Schuon reconoció que la frase más arriba referida podría haberse pronunciado (lo que ya no estaba mal: ¡"El hombre que hoy en día mejor comprende el Cristianismo"!), pero que no tenía el alcance que se le había atribuido. Guénon tomó la cosa quizá aún peor, diciendo que reconocía en ello la malevolencia habitual de los católicos, que se había equivocado al confiar en un católico, etc.. Cuando le señalé indicios que tendían a justificar la interpretación del religioso, como la historia de la "realización descendente" y del "divino Maestro" e insistí sobre la desconfianza que semejantes historias podían hacer recaer sobre su obra dando así visos de justificación a una condena romana, no quiso ver en los hechos que le refería otra cosa que un exceso de celo juvenil en algunos discípulos de Schuon. En cuanto a la eventualidad de una inclusión en el Indice, no la temía en absoluto, bien al contrario: ésta sería una excelente publicidad para su obra. 

En esto, Schuon, a quien Guénon había otorgado un certificado de altos estudios cristianos (me escribió: "Schuon, quien conoce el Cristianismo mucho mejor que yo.") me hace entregar por mensajero especial un artículo titulado "Misterios crísticos" que había que incluir absolutamente sin falta en el siguiente Nº de E. T. que ya estaba en composición. Yo echo una ojeada al artículo y declaro que no lo publicaré sin la opinión de Guénon. Se me dice que no hay tiempo de enviarle el artículo a Guénon, pero que éste ya está al corriente de lo que se trata. Cedo y envío el artículo al impresor. 

En medio de todo esto, nuevo mensajero especial de Schuon que viene a anunciarme solemnemente que siendo Schuon el Maestro espiritual para todo Occidente, debo hacer saber a las organizaciones occidentales con las que pueda hallarme en relación, y especialmente a la "Gran Tríada", que deben someterse a la autoridad de dicho Maestro. Por lo que concierne a la susodicha "Gran Tríada", Schuon se reserva ver a todos sus miembros, quienes deberán presentarse en Lausana, así como designar al que habrá de ser el jefe de ellos (y así pues moqaddem de Schuon), esto sin tener en cuenta los grados de iniciación virtual que hayan recibido. Yo me limito a levantar acta del mensaje. 

Envío a Guénon el Nº de E. T. que contiene "Misterios crísticos", informándole respetuosamente de mi sorpresa. Ya se sabe cuál es la tesis sostenida por Schuon: los sacramentos tuvieron en el origen un carácter iniciático y lo han conservado; el bautismo es la iniciación a los pequeños misterios y la confirmación a los grandes misterios. Todos los cristianos son iniciados, pero no lo saben; les falta una enseñanza, un método y un Maestro (sobrentendido: yo, Schuon, estoy ahí para darles lo que les falta). 

Hago observar a Guénon que esta tesis tira por tierra una parte de su obra; que especialmente aquéllos de sus lectores que han entrado en la Masonería a causa de su obra tendrán la impresión de haber sido odiosamente engañados, ya que se les ha incitado a entrar en la Masonería para recibir una iniciación en los pequeños misterios cuando casi todos la poseían ya por su bautismo y que muchos, habiendo sido confirmados, estaban iniciados en los grandes misterios. Por añadidura, al incitarlos a entrar en la Masonería, se les ha privado de unos sacramentos que permiten la actualización de la iniciación cristiana que poseían. 

Por otra parte, informé a Guénon del "ultimátum" que se me había comunicado, añadiendo que ocurriera lo que ocurriese, yo no me haría cargo de un mensaje tan descabellado. En cuanto al artículo sobre los "Misterios crísticos", si Guénon se declaraba de acuerdo con su contenido, me vería en la obligación de dejar toda actividad en la revista y en la "Gran Tríada". 

Esta vez, Guénon explotó. En primer lugar, nunca había tenido noticia de la tesis del carácter iniciático actual de los sacramentos. Cierto, Schuon se había carteado con él sobre esta cuestión, pero jamás había hecho saber su intención de tomar postura en un artículo. Y Guénon se negaba a avalar esta tesis que, lo reconocía, arruinaba una parte de su obra. En lo referido al "ultimátum", esperaba, en efecto, que yo no lo tendría en cuenta para nada, y lo que se preveía con respecto a la "Gran Tríada" le parecía una señal inquietante de un total desconocimiento de las cosas del orden iniciático. De hecho, esto era perfectamente lógico por parte de Schuon: ¡ya no había que tomar en consideración la iniciación masónica desde el momento en que se admitía que todos los cristianos estaban iniciados! 

Desde luego, yo no podía quedarme con esta protesta de Guénon en una carta privada. El sabía ahora que se nos engañaba, debía extraer las consecuencias. Le respondí pues que yo estaba contento de recibir la confirmación de su posición sobre la cuestión de los sacramentos y que, a partir de este momento, la daría a conocer en mi entorno, pero que era indispensable una puntualización pública. Su primera reacción fue: "excelente idea, hazla pues". Me costó mucho hacerle admitir que sólo él tenía la autoridad necesaria como para ser oído, y le tomó mucho tiempo decidirse a ello. 

Mientras tanto, se hacían otros descubrimientos. Por una parte, Schuon se había puesto a dirigir a cristianos; por otra, practicaba una política de extrema tolerancia con respecto a sus discípulos musulmanes en relación con el cumplimiento de los ritos y las observancias como el ayuno de Ramadán, y finalmente introducía en los ejercicios de meditación que aconsejaba a sus discípulos elementos heterogéneos: por la mañana se meditaba sobre el Tao, por la noche en la Santa Virgen, etc.. Se llegaba a una especie de sincretismo bautizado como universalismo, en el que se disolvía poco a poco el carácter islámico del grupo. 

El grupo suizo mostraba cada vez más su desprecio por Guénon: los miembros habían dejado de suscribirse a los E. T.; se compraban, por el contrario, en gran cantidad, los Nºs que contenían artículos de Schuon. 

Vâlsan, que había manifestado durante largo tiempo una perfecta sumisión con respecto a Schuon, había acabado por asustarse de sus pretensiones; se esforzaba por mantener al grupo francés en una actitud de estricta observación de las obligaciones del exoterismo y se negaba a adoptar las innovaciones preconizadas por Lausana. Pedía a Guénon que interviniera. Este lo hizo sobre los principales puntos que se prestaban a objeción: pretensión de dirigir a no-musulmanes, minimización excesiva de las obligaciones de la Shariyah, mezcla de formas tradicionales. Esto fue mal recibido. Desde Lausana, donde Schuon guardaba silencio, tales o cuales discípulos respondían a Guénon de manera que comprendiese que se metía en lo que no le concernía, que Schuon tenía su propia "misión", de importancia universal, y que era muy lamentable que aquél que le había preparado los caminos no quisiera darse cuenta de que ahora debía borrarse. Lo más que podía hacerse por él, era ¡designarle como moqaddem de Schuon para Egipto! 

Fue entonces cuando Guénon decidió romper toda relación con Lausana y aconsejó a Vâlsan que se declarase independiente. Los miembros del grupo francés tuvieron entonces que escoger entre la obediencia a Schuon o a Vâlsan. Con apenas dos o tres excepciones, prefirieron permanecer con Vâlsan. Esta doble decisión inquietó a Schuon que veía prohibírsele E. T. y perdía casi todo el grupo francés. Intentó dar marcha atrás, trató de justificarse sobre ciertos puntos, de minimizar otros, finalmente atribuyó al celo intempestivo de sus discípulos ciertas tomas de postura, protestó de su respeto por Guénon. 

Presentó las suavizaciones aportadas a la Shariyah como indispensables para unos musulmanes que vivían en Occidente. A lo cual puede responderse que la observación de la shariyah era difícil pero no imposible en Occidente, sólo había que aceptar a postulantes situados en ciertas condiciones de existencia o que tuvieran el coraje de superar las dificultades. Negó, contra toda evidencia, haberse instituido director espiritual de cristianos y afirmó que todo se había limitado a unas conversaciones, lo cual sabíamos que era falso. Por fin, negó que pretendiera otra misión que la de dirigir su tarîqah; todo el resto se debía a iniciativas –que él no había sugerido ni aprobado– de ciertos foqara que habían malinterpretado algunas de sus afirmaciones. Había demasiados pasos dados por diferentes miembros como para que eso fuese verosímil. 

Finalmente, me envió a J. Cuttat, que era con quien yo tenía más amistad de entre los foqara suizos. Cuttat me suplicó durante dos horas que interviniera con respecto a Guénon para que éste consintiera recibir a Schuon que estaba dispuesto a partir para el Cairo a fin de explicarse cara a cara con Guénon. Se hacía recaer la responsabilidad de la ruptura sobre Vâlsan, quien habría inflado y deformado ciertas afirmaciones y empujado a Guénon a la ruptura para poder volverse él mismo independiente. Puede que Vâlsan no hubiese hecho nada para arreglar las cosas, pero se olvidaba el affaire romano y el "ultimátum" que se me había dirigido, circunstancias en las que Vâlsan no había tenido nada que ver. Se usó de todos los medios para que yo interviniese respecto a Guénon, entre ellos la adulación: yo era el único que tenía oportunidad de ser oído en el Cairo, etc.. Me negué a comprometerme a nada que fuese: yo transmitiría a Guénon la petición de audiencia, sin comentarios. La respuesta de éste fue, tal como esperaba, negativa: "Si Schuon viene aquí, escribió, no le recibiré". 

Unos hechos de orden individual habían contribuido a herir a Guénon. Como no salía, había dado desde hacía tiempo una procura a un miembro de la tarîqah que vivía en el Cairo (un inglés, profesor en El-Azhar) para que retirara sus cartas en la lista de correos. Ahora bien, una torpeza de este personaje nos había proporcionado la prueba de que el correo de Guénon se leía antes de llegar a él. Sin duda, se leía únicamente en provecho de Schuon. Teniendo en cuenta que entre los pocos europeos que recibía Guénon había una mujer que pertenecía a los servicios de información franceses, ¡estaba ciertamente bien rodeado! 

Las decepciones experimentadas por el lado de la tarîqah no podían sino incitar a Guénon a dedicarse más a la tentativa masónica y, por esta razón, yo no me hubiera podido librar fácilmente, si Maugy no me hubiera brindado la ocasión, en parte involuntariamente. 

Maugy era gran admirador de la Masonería inglesa, lo que en el plano rituálico, puede justificarse. Ahora bien, había –y hay– en Francia, una Obediencia de la que algunos Talleres trabajan en el rito inglés, la G. L. N. F. (las demás logias de esta obediencia trabajan en el Rito Rectificado). Como di a entender anteriormente, si Maugy había entrado en la G. L., fue porque se presentó la ocasión. Ahora soñaba con la G. L. N. F. y había acabado por hacer que compartiera sus perspectivas un joven masón lionés de formación guenoniana que acababa de instalarse en París y de entrar en la "Gran Tríada", el H.·. Jean Granger (alias Jean Tourniac). Uno y otro, en correspondencia con Guénon, intentaban convencer a éste de que nuestro grupo emigrara a la G. L. N. F., uno de cuyos dignatarios de entonces, el H.·. Massiou, estaba también en relación con Guénon. Este último parecía bastante "fluctuante", temía la atmósfera tan inglesa de la G. L. N. F. con su conformismo y su moralismo poco propicio para unos trabajos intelectuales. Sin embargo, como estábamos todos de acuerdo en quejarnos del giro que habían tomado las cosas en la "Gran Tríada", me pidió que hiciera primero un intento para enderezar la situación aprovechando que iba a ocupar el estrado de Orador cuando el retorno a las actividades, en octubre de 1950. Si se constataba que no había nada que hacer, se consideraría la emigración a la G. L. N. F. 

Por mi parte, yo en absoluto tendía a quedarme en la G. L., donde estaba bien persuadido que nunca se haría un trabajo serio, pero era muy escéptico en cuanto a las posibilidades de hacer algo más en la G. L. N. F. En cualquier caso, al igual que no había entrado en la G. L. sino porque un dignatario de la Obediencia había venido a buscarme, estaba bien decidido a no entrar en la G. L. N. F. más que con las mismas condiciones. y tal vez ni así. Si el pequeño grupo de los "guenonianos" de la "Gran Tríada" se pasaba en conjunto a la G. L. N. F., me proponía decirle a Guénon: como va a haber un núcleo de guenonianos en esa Obediencia, y Maugy y Granger están mucho más "empollados" que yo en materia masónica, no veo en qué resulta necesaria mi presencia allí. De esto, claro está, yo no había dicho una palabra a nadie. 

Una circunstancia hizo que las cosas se precipitaran y tomaran otro giro que el previsto. Yo había preparado una perorata que era un balance de los 3 años y medio que había pasado en la "Gran Tríada", un balance de quiebra, un requisitorio también contra los fundadores y el Venerable que habían faltado a todos los compromisos adquiridos al principio. Normalmente yo debía exponer esto en 30 o 40 minutos, bien tranquilamente. En general no había, en la "Gran Tríada", ningún programa fijado previamente. Si no había postulantes que presentar, interrogatorios bajo venda o iniciación, el Venerable me pedía que hiciera una exposición. Yo contaba con eso para servir mi plato. Ese día –quiero decir el día que yo había previsto– el Venerable –que tenía antenas y quizá sospechaba alguna cosa– se puso a leernos un trabajo personal bastante largo sobre no sé ya qué. Pasaba el tiempo y yo empezaba a hervir. Terminada su plancha, el Venerable se vuelve hacia mí, que ocupaba el estrado de Orador, y me dice: "Pienso que podemos cerrar los trabajos". Yo respondí que tenía una comunicación que hacer. Me respondió que era tarde, a lo que respondí que no sería larga. Comencé pues a devanar mi texto a toda marcha ante una asistencia –y un Venerable– primero atontados, luego furiosos, salvo algunos que estaban en el secreto. Era duro, muy duro, y apenas ofrecía posibilidades de ser aceptado, pero si yo hubiera leído mi texto pausadamente sin duda no hubiera producido la misma impresión. Leído con rapidez, nerviosamente (¡era hora de ir a cenar!), con voz entrecortada que daba impresión de encolerizada, era una verdadera agresión. El resultado fue el que ya se sabe: furores desencadenados, comienzo de peleas en los pasillos entre pro y anti-reyorianos, luego la incoación de un proceso contra mí bajo el pretexto de que había faltado a la dignidad –o el honor, ya no lo sé– de la Logia y de la Orden. Habiéndome negado a presentarme al juicio o hacerme representar, fui irradiado. 

El escándalo fue horroroso, especialmente cuando un miembro del Colegio de Ritos del G. O. asistía a la serenata. Se acabó la cuestión de que me pidieran entrar en la G. L. N. F. 

Finalmente, unos guenonianos de la "Gran Tríada", la mitad solamente, emigró a la G. L. N. F., los demás se quedaron en la G. L., al menos por el momento. Casi todos ellos abandonarían más tarde la Masonería por completo. 

Yo fui irradiado de la G. L. el 6 de enero de 1951. El 7 moría Guénon. La aventura obediencial, para mí, había terminado. 

Entre su iniciación masónica y la muerte de Guénon, la situación tradicional de Maridort había cambiado. Por indicación de un europeo musulmán que vivía en Marruecos, y con el acuerdo de Guénon, Maridort se había presentado en Mazagan, donde el Sheikh Mohammed-et-Tadili le había acogido favorablemente y le había dado la barakah. Después, durante una segunda estancia, el Sheikh le habría hecho moqaddem y autorizado a recibir europeos. Guénon, que era muy sensible a la entrega y veneración que le testimoniaba Maridort, y que había aprendido que no hay que poner todos los huevos en la misma canasta, había remitido a Maridort a varios de sus corresponsales del sur de Francia que deseaban entrar en el Islam, lo cual tendía a favorecer la formación de un 3er grupo de guenonianos islamizados. Pero sería sobre todo en Italia donde este grupo se desarrollaría: un joven italiano, Franco Musso (alias G. Ponte), que había venido a verme y había recibido de mí las informaciones habituales en cuanto a las posibilidades de iniciación, pidió entrar en el Islam. Lo envié a Maridort y como este muchacho había venido como emisario de un pequeño círculo de guenonianos de Turín y Génova, su decisión arrastró a los demás y fue también el punto de partida de un grupo italiano relativamente importante, lo que llevó a Maridort a instalarse en Italia. 

Estos tres grupos, Schuon, Vâlsan y Maridort, existen todavía. Los dos primeros, sin reunirse, se han aproximado; la mayor parte de las anomalías que se habían producido en el grupo Schuon se han eliminado. No hay relaciones entre Vâlsan y Maridort. 

En cuanto a lo masónico, los guenonianos de la G. L. N. F. siguieron todos, menos uno, en la rama "ortodoxa" en el momento del cisma, es decir en Neuilly. La "Gran Tríada" ha perdido poco a poco sus miembros y ha quedado reducida a su esqueleto a base de dimisiones, decesos y cismas. 

Para intentar un trabajo más serio que el de las Obediencias, con autorización de Guénon, se había formado en 1949 una Logia extraobediencial que, tras la muerte de Guénon, continuó reuniendo durante algún tiempo a masones de la G. L. y de la G. L. N. F. Incluso se había admitido en ella a un Hermano de la Gran Logia Unida de Inglaterra. Pero una vez desaparecido Guénon, ya no había una autoridad capaz de mantener juntos a Hermanos de Obediencias, y lo que es más, de tradiciones e Iglesias diferentes. Y la Logia se disolvió. 

Tales son los resultados aparentes de la obra de Guénon, aquellos a los que había prodigado sus estímulos. 

Es cierto que la obra de Guénon ha tenido ecos en medios en los que él apenas soñaba. Al día siguiente de su muerte, habíamos pensado en un Nº especial de E. T. dedicado a él. La cosa era bastante conocida en general. Un día recibí una proposición inesperada: se me preguntó si aceptaríamos publicar en ese Nº especial un "homenaje" de un miembro del Sagrado Colegio que podría concedérsenos con dos condiciones. La primera era que el homenaje fuera publicado al comienzo del Nº, la segunda que nos comprometeríamos a que dicho Nº no contendría ningún artículo marcado por alguna hostilidad contra el Cristianismo en general y la Iglesia Romana en particular. Yo naturalmente di mi aceptación personal y obtuve el acuerdo de Chacornac. 

No obstante, en el intervalo, algunos consejeros del prelado –se trataba del Cardenal-Arzobispo de Nápoles, fallecido algunos años después– le llamaron la atención sobre los posibles inconvenientes de semejante posicionamiento público. El interesado resolvió abrirse a la más alta instancia. Pío XII declaró que, por su parte, no veía ningún inconveniente a la iniciativa del Cardenal, pero observó que, por otra parte, no podría oponerse entonces a que otros prelados del mismo rango, especialmente en Francia, tomaran públicamente una posición opuesta; que una oposición así, entre miembros del Sacro Colegio, en tal circunstancia, no podría ser sino lamentable, y que le parecía inevitable que esta oposición se manifestase. Así fue como no tuvimos un homenaje cardenalicio. 

La muerte de Guénon, precedida por la ruptura con el grupo Suizo, colocaba a E. T. en una situación difícil por falta de colaboradores. Fue entonces cuando logré, a partir de 1953, la participación de un grupo católico. Tuve, entre otras, la colaboración de un religioso para la traducción de Eckhart sobre el Evangelio de San Juan. Este religioso era, en ese entonces, uno de los secretarios de otro miembro del Sagrado Colegio, todo esto mientras aún vivía el anterior, cardenal de Curia, quien fue puesto al corriente de este trabajo y de la revista en que se publicaría y que no puso ninguna objeción. Si no se le dio curso a esta traducción no fue por alguna prohibición, sino por la partida a una misión del religioso en cuestión, que fue encargado especialmente de unas investigaciones sobre la liturgia, y en particular la música, de la Iglesia malabar. 

Los trabajos sobre el Cristianismo y la Cábala publicados a partir de entonces en E. T. son el fruto de la colaboración de católicos laicos, y sacerdotes seglares o religiosos, unos y otros vinculados a la obra doctrinal de Guénon. 

En las hojas que preceden, he podido dar la impresión de una actitud sobre todo crítica en relación con Guénon. No quisiera que hubiera la sombra de un malentendido en este sentido. Luego de 40 años de familiaridad con su obra, todavía me parece única, irreemplazable y, de hecho, indispensable para un hombre de hoy deseoso de conocimiento. Mi acuerdo es total con la obra doctrinal no solamente en el orden metafísico, sino en el orden cosmológico, y en el de las técnicas iniciáticas. Los únicos puntos de desacuerdo –y seguramente graves– se refieren a lo que, en su obra, toca al estado actual del Cristianismo. Ya me he explicado lo suficiente sobre ello públicamente como para dispensarme de insistir aquí nuevamente. 

En cambio, me parece cierto que el hombre, cuando buscó resultados prácticos a su obra, se equivocó torpemente con los medios y con los hombres. 

Respecto a los medios, no daré más que un ejemplo: ¿cómo podía restaurarse una Masonería tradicional fuera del soporte exotérico normal de esta forma de iniciación? ¿Cómo podía esperarse llevar a un trabajo serio, ya fuera a una Logia obediencial cuya mayoría de miembros estaban fuera de todo exoterismo, o a una "Logia salvaje" de la cual ciertos miembros eran musulmanes, otros católicos incompletos o fraudulentos (entiendo por esto aquéllos que recibían los sacramentos sin haber confesado su calidad de masón) y uno calvinista? 

Me parece inútil insistir sobre sus errores con respecto a los hombres cuyas actividades ha fomentado y "cubierto". Estimo pues que nadie tiene que prevalerse de una autoridad cualquiera por el solo hecho de haber disfrutado, aunque sea hasta la muerte de Guénon, de la confianza de éste, de haber sido escogido, aprobado y reconocido por él para el ejercicio de tal o cual función. 

Un defecto bastante común a los "guenonianos" y contra el que quisiera poner en guardia, es la tendencia a creerse los "últimos de los Mohicanos", a considerar que ya no hay otra cosa tradicional en el mundo o, en todo caso, en el mundo occidental, que tal o cual grupo, o por lo menos que los grupos formados directa o indirectamente bajo la inspiración de Guénon. Es algo ridículo que ha contribuido no poco a menoscabar la influencia de su obra. Se puede estar seguro de que a despecho del desorden generalizado y de la degeneración de las religiones y las iniciaciones, siguen habiendo tanto taoístas como hindúes, musulmanes, cabalistas, esoteristas cristianos religiosos o laicos e incluso masones "auténticos" que no han tenido ninguna relación directa con Guénon. Traducción: Vicens Bruguera

 
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