Musurgia universalis A. Kircher, Roma 1650 |
|
|
|
|
Platón explica en el Libro Sexto de su República que hay cuatro niveles de conocimiento. El primero es la percepción interna de nuestras propias imaginaciones. El segundo las opiniones que basamos en la evidencia de los sentidos. El tercero es el conocimiento más exacto obtenido mediante el pensamiento racional. Y el cuarto, al que más tarde los griegos dieron el nombre de gnosis, es el conocimiento directo de la realidad espiritual, que trae consigo una certeza aún más allá de la razón. Cualquiera puede experimentar los cuatro tipos de conocimiento instantáneamente, aunque no muy provechosamente, preguntándose: "¿Existo?". Es tan obvio, un hecho tan íntimo, que a uno nunca se le ocurre cuestionarlo. El conocimiento que se da en la gnosis es así. Otro clásico ejemplo es la respuesta que Carl Jung, el gran gnóstico del siglo XX, le dio a un entrevistador de televisión de la BBC, quien le preguntó si creía en Dios. "Yo no creo; sé". ¡Si solamente todos pudiéramos tener la gnosis y conocer la naturaleza de las cosas directamente sin enredarnos con las opiniones y argüir falazmente! Parece algo injusto que esto se nos niegue, ya que está evidentemente dentro de la capacidad humana. Hay ejemplos, que se acepta son escasos, de personas completamente corrientes que de repente han sido permanentemente expuestas a la dimensión gnóstica. Me vienen a la memoria Douglas Harding (autor de On having no Head) y John Wren-Levis (autor de The 9:15 to Nirvana). Mientras ellos describen la experiencia siguen viviendo sus vidas y tratando con los mismos problemas como el resto de nosotros (las relaciones humanas, el dinero, la enfermedad, etc.), pero contra un fondo de serena y perfecta certeza de que toda la vida es una representación y que ellos son uno con el Ejecutante. Reflexionando en su súbita y no planeada apertura a la dimensión gnóstica, Wren-Levis especulaba que hace mucho tiempo, todas las personas estaban en este estado, y que es nuestra herencia humana natural. Verdaderamente esto es un estímulo para la especulación sobre el linaje humano. Tal vez el gran cerebro del hombre de Neandertal -más grande que el mío y el suyo- sirvió para maneras de conocer que se le escapan a uno totalmente. Tal como está, sólo estamos usando una fracción de nuestro cerebro. A lo mejor, el resto de él guarda el potencial de conocimiento que trasciende los sentidos y el lenguaje y es, por esto, incomunicable e inimaginable para quienes carecen de él. Pero esto es para argumentar desde lo físico a lo metafísico, en tanto que la mayoría de las autoridades de la gnosis van en dirección opuesta, culpando al cuerpo físico por la frustración de nuestra capacidad espiritual. Las primeras quejas sobre este tema remontan a Platón, influenciado por la escuela Orfica, la cual había creado la frase: "el cuerpo es una tumba para el alma." Platón parecía culpar al cuerpo por nuestra ignorante situación, y recomendaba la filosofía como el medio para separarnos de él. El sumo ideal filosófico sería entonces el ascenso hermético del alma a través de las esferas cósmicas, como se ha descrito en el primer ensayo de esta serie, el cual desembaraza al alma de todas las malas tendencias que ha adquirido al haber caído dentro de la materia. Al final del ascenso, que puede ser realizado por la iniciación y no tan sólo después de la muerte, el alma purificada recupera su estado prístino y entra en el reino de los dioses. Pero aún entonces, existe la posibilidad de que el ciclo se vuelva a realizar, ya que el alma siente una inexplicable lujuria por el cuerpo, y no puede resistir sumergirse dentro de él si se presenta la oportunidad. Durante los primeros siglos después de Cristo, cuando se estaban escribiendo los tratados Herméticos y los Neoplatónicos reavivaban las enseñanzas de Platón, cierto número de escuelas y sectas aparecieron bajo el estandarte de la Gnosis. Preferían construir sus mitologías sobre bases judías y cristianas antes que paganas, y todas compartían la finalidad de recuperar el verdadero conocimiento y asegurar así la salvación. Una mayoría de estas escuelas compartían asimismo una cosmología que, más que cualquiera otra cosa, caracteriza lo que llegó a llamarse Gnosticismo. El gnosticismo atribuye la existencia del mundo material a un miembro Malo e inferior de la jerarquía celeste, llamado el Demiurgo. Ese fue originalmente el nombre que Platón le diera al dios que ha construido el mundo físico, como un delegado del Uno supremo. Para Platón y su escuela, el mundo y los cuerpos hechos de su materia no son malos, por el contrario muy bellos; sólo que están en lo más bajo de la escalera cósmica que el filósofo aspira ascender. Para el gnosticismo, por el contrario, el mundo es un catastrófico error hecho por un dios menor y malévolo que piensa que él es lo supremo y trata despóticamente a una hueste de almas atrapadas en cuerpos. La postura de Platón era jerárquica; la del gnosticismo dualista. Surgiendo dentro del contexto de una cristiandad incómoda con sus orígenes judaicos, el gnosticismo ofrecía la solución más radical al problema, asignándole al dios hebreo Jahvé el papel del malévolo Demiurgo. Si Jahvé no había creado en realidad el mundo físico (y las escuelas gnósticas difieren en este detalle), él y sus malvados arcontes lo habían tenido no obstante en sus garras por miles de años, alimentados por la devoción de su pueblo escogido y sus sacrificios de animales. Todo esto había confirmado su ilusión, o la ilusión que le convenía mantener en sus seguidores: que él mismo era el Dios Único, Señor del Universo y hacedor de todas las cosas. Entonces, continúa el mito gnóstico, vino Jesús, enviado como emisario del Verdadero Dios para revocar la ley sin sentido de Jahvé y para enseñarle a las almas escogidas la manera de escapar. Y el camino no era a través del amor, o la moralidad, sino sólo a través de la gnosis: el conocimiento directo, que el Demiurgo se ha cuidado en mantener reprimido en nosotros, pero que aún puede ser inflamado por la chispa de divinidad que yace enterrada en cada uno. No hay ninguna necesidad intrínseca de vincular la doctrina del conocimiento redentor con una visión dualista del mundo. La posibilidad de la gnosis existe también en el Platonismo, el Hermetismo, y en la Kabbalah, el Sufismo, el Hinduismo, y el Budismo, ninguno de los cuales tiene una teología dualista. Es sencillamente porque algunas de las principales sectas gnósticas eran dualistas, que su nombre, derivado de la "gnosis", se ha vuelto una etiqueta para esta particular doctrina del Demiurgo. A la caída del Imperio Romano en el siglo V después de Cristo, estos dos aspectos principales de la filosofía gnóstica continuaron floreciendo en el Medio Oriente, aunque ya no unidos como lo habían estado en el gnosticismo clásico. La enseñanza esotérica como camino de conocimiento salvífico continuó en Persia, donde la tradición nativa Zoroástrica dio la bienvenida a los últimos neoplatónicos. Los teósofos zoroástricos ya habían desarrollado un complejo sistema de ángeles, mundos y estados del alma en el que estas cosas eran conocidas. También tenían una personificación del mal, Ahrimán, pero éste, indudablemente, no era el creador del mundo, solamente su corruptor. Cuanto más alto se vaya en la teosofía Zoroástrica, más apartado se está del dualismo gnóstico. Era arriesgado mantener esta escuela iniciática y mística frente a la invasión islámica y la conversión de Persia. Sin embargo, se hizo una adaptación con las enseñanzas coránicas que permitió que sobreviviera una tradición teosófica islámica por muchos siglos y produjera una incomparable riqueza de escritos inspirados, coloridas visiones angélicas y boletines detallados del mundo inmaterial que es el objeto de la gnosis. Durante la Edad Media en Europa, la luz de la sabiduría ardía brillantemente en Persia. El dualismo gnóstico, por otro lado, había florecido en el maniqueísmo, fundado por el judeo-cristiano Mani cerca de Babilonia en el siglo III después de Cristo. En la teología de Mani, el dios Malo no es un descarriado que está por debajo del Uno, sino una alta potencia por su propio derecho y el eterno rival del Dios Bueno. Tenemos nuestros espíritus del Dios Bueno, pero nuestros cuerpos del Malo. Jesús y los demás profetas han venido a ofrecernos la gnosis salvadora que libera nuestros espíritus del cautiverio, para que podamos volver a unirnos al Bueno y abandonar al Malo al mundo muerto que ha creado. El Maniqueísmo sobrevivió durante la Edad Media en el cercano Oriente y en Europa oriental, donde adoptó nuevos nombres y formas y periódicamente emergió para irritar a las iglesias establecidas. Los Bogomiles ("amados de Dios") de Tracia o Bulgaria fueron uno de esos vástagos, registrado históricamente por primera vez en el siglo X. Su teología echaba la culpa de los males del mundo al hijo primogénito de Dios, llamado Satanael, quien se rebeló en contra de su padre, y luego bajó a la tierra con sus ángeles rebeldes y sedujo a Eva: su hijo fue Caín. A su debido tiempo, Satanael persuadió a los judíos de que él era el Dios Supremo, y le dio a Moisés una ley de su propio ingenio. Jesús fue un emisario del Dios Supremo, que después de su resurrección tomó el sitio desocupado de Satanael en el cielo. Los Bogomiles negaban la mayor parte de los dogmas de la Iglesia y detestaban sus prácticas, llevando una vida ascética y ética. Como muchas sectas heréticas, se consideraban los únicos creyentes verdaderos, o para ser exactos, los únicos que no habían sido engañados por el Malo. Los Bogomiles ilustran un síndrome común a grupos esotéricos así como a sectas más exotéricas: una convicción de que ellos tienen un conocimiento más profundo o más verdadero que las Iglesias establecidas, y que por eso se distinguen de la engañada masa de la humanidad. Sin embargo, a juzgar por las definiciones de Platón sobre los niveles de conocimiento, el de ellos fue solamente una pseudo-gnosis, basada tanto en la opinión y la política como cualquier otro dogma religioso. Las historias de la Cristiandad y el Islam están plagadas de cadáveres mutilados de heréticos iluminados. Entre estos, y a juzgar por la atención que se les presta hoy día, están especialmente los Cátaros del norte de Italia y sur de Francia, quienes sufrieron genocidio en las Cruzadas Albigenses y otras persecuciones del siglo XIII. Nunca se estableció claramente si consideraban al Malo que creó el mundo como igual, o como dependiente del Dios Verdadero. Pero, indudablemente creían que la Iglesia Romana, con su fortuna y abusos anticristianos, pertenecía al campo del Demiurgo. Los Cátaros eran dualistas gnósticos, pero sin el concepto de la gnosis como vía de salvación. En su lugar practicaban una imposición de manos sacramental. Aspiraban a una vida sin sexo, vegetariana, a fin de negarle al Demiurgo cualquier cosa relacionada con la reproducción física y el nacimiento en este mundo de la materia. Pero, comprendiendo que no todo el mundo es capaz de un ascetismo, permitieron un cuerpo exotérico para "creyentes" más mundanos aparte de los "verdaderos cristianos" esotéricos. Los Cátaros también tenían sus obispos y clero y mantenían a la mayor parte de la región del Languedoc (Provenza) bajo su influencia. Hasta la cruzada dispuesta contra ellos por el Papa y los mercenarios del Rey de Francia, el suyo fue uno de los rincones más civilizados y artísticos de Europa. Tal vez es meramente el temperamento el que decide si uno divide el universo de sus experiencias en superior e inferior, o en bueno y malo. El dualismo gnóstico en sus muchas formas indudablemente atrae a aquéllos que están buscando en dónde echar la culpa por un mundo imperfecto. Y si esta puede echársele a aquello que algún otro considera como lo más sagrado, está la emoción adicional de insultarle y degradarle. No hay espacio aquí para un análisis de los grupos modernos que llevan la etiqueta de gnósticos; pero podría empezarse por dividirlos entre aquéllos inspirados principalmente por la búsqueda de una gnosis espiritual, y aquéllos que están centrados en el dualismo y la rebelión contra la Iglesia, vista como una extensión del poder del Demiurgo. Dicho esto, la trama de ciencia-ficción del gnosticismo no debe descartarse ligeramente. Hay científicos hoy en día que creen y aún esperan que la raza humana eventualmente tendrá bajo su control otros planetas y explotará su medio ambiente, junto con cualquier forma de vida que pueda encontrarse allí, para beneficio humano. Dennos un millón de años más y tal vez nos volvamos nosotros mismos un Mal Demiurgo, esclavizando a los habitantes de un desafortunado sistema planetario, quizá incluso sin su conocimiento. En una era de manipulaciones genéticas, ya no es frívolo pensar si es que quizá nuestra propia tierra, y nuestros cuerpos, pueden haber sufrido alguna intervención semejante por parte de seres más listos que nosotros. La mitología y literatura esotéricas contienen muchas sugerencias de este tipo, aunque mentes poco sutiles como la de Erick von Däniken y sus millones de lectores hayan arrastrado el tema hasta ese nivel tan bajo de "dioses del espacio exterior", aislándolo así de un discurso inteligente. Pienso que ya es tiempo de desempolvar la mitología gnóstica y reconsiderarla con una disposición de ánimo imparcial. Hay dos cuestiones que deben considerarse. La primera es la epistemológica: ¿tiene el ser humano un potencial para la gnosis, y si es así, como lo reconocemos? Obviamente no podemos creerle a cualquiera que va por ahí afirmando poseer un conocimiento superior. Sospecho que la respuesta a esta cuestión puede residir puramente en el dominio subjetivo: que la persona que lo tiene, lo sabe; pero que es incomunicable y tal vez incluso inservible para cualquier otra. Para citar el ejemplo del comienzo de este artículo: puedo saber que yo existo, ¡pero eso no prueba que usted sí!. La segunda cuestión es aquella histórica de si la raza humana podría haber sufrido interferencias del exterior en un pasado lejano. En vista del caso perdido que hacen los evolucionistas darwinianos a los orígenes de la humanidad, parece valioso colectar material referente a esta hipótesis. Como corolario a ello, uno podría incluir la teoría del egregor, mencionada en el artículo anterior sobre los Misterios Romanos. Esta es la teoría propuesta por algunos ocultistas: que existen conjuntos energéticos inmateriales que son sustentados por las creencias y emociones humanas y consecuentemente asumen una apariencia personal cuasi independiente. Los efectos poderosos de los egrégores sobre el comportamiento colectivo varían desde lo que el autor victoriano Charles Mackay llamaba: "Extraordinarias desilusiones populares y locura de las masas"* hasta completos movimientos religiosos, que se disuelven tan pronto como sus orígenes energéticos se cortan. Tal vez el Mal Demiurgo no sea más que eso. Traducción: L. H. |
Stolcius, Viridarium chymicum Francfort, 1624 |
NOTA | |
* | Ver el texto (inglés) que A. McLean ha puesto en su página web: http://www.levity.com/alchemy/mackay.html (n. d.). |
Estudios Generales |
Home Page |