III
Orfeo
Se suele recordar dos cosas acerca de Orfeo: que fue un
músico y que descendió al Submundo en busca de su esposa
Eurídice. Su historia es el mito arquetípico del poder de
la música. Con la lira, obsequio de Apolo, Orfeo podía conmover
todo en la creación, desde piedras, árboles y bestias hasta
seres humanos, demónicos y divinos. Armado tan sólo con sus
cantos, subyugó a los guardianes del Hades y persuadió a
Plutón y Perséfone de que le permitieran llevar de retorno
a Eurídice.
Orfeo fue un príncipe de Tracia, la tierra al norte
de Grecia. Su madre fué Calíope, la Musa de la poesía
épica. Algunos dicen que su padre fue Apolo, y ciertamente Orfeo
está bajo la tutela de este dios. A Apolo se le relacionaba también
con el norte, ya sea porque venía de "Hiperbórea" o porque
visitó esa lejana tierra después de su nacimiento en la isla
de Delos. ¿Dónde estaba esta Hiperbórea? Como se decía
que tenía un templo circular dedicado al sol, algunos la han identificado
con Bretaña y a este Templo con Stonehenge, un monumento más
antiguo que cualquiera de Grecia.
Stonehenge y el pueblo que lo construyó eran Apolíneos
en el sentido de que estaban dedicados al sol, a la astronomía,
las matemáticas y la música. Las inspiradas investigaciones
de John Michell y Jean Richer han descubierto una red de lugares Apolíneos
alineados geométricamente, a lo largo de todo el camino desde Bretaña
hasta el Mar Egeo. Además, Michell le ha seguido la pista al mito
de los "coros perpetuos" mantenidos en santuarios antiguos con el propósito
de lo que él llama "encantar el paisaje". Emerge el panorama de
una elevada y ordenada civilización europea en el tercer milenio
a. C., de la cual los arqueólogos no conocen casi nada.
Ese encantamiento del paisaje es exactamente lo que se
dice Orfeo hacía con su música, lanzando un benigno hechizo
sobre la naturaleza y trayendo la paz a los hombres. Como parte de su misión,
reformó el culto de Dionisio (Baco) y trató de persuadir
a sus seguidores de que abandonaran sus sacrificios sangrientos. En lugar
de las orgías dionisíacas, Orfeo fundó los primeros
Misterios de Grecia. El propósito de estos, hasta donde podemos
decir, fue transmitir algún tipo de conocimiento directo que ayudase
a enfrentar la perspectiva de la muerte.
El viaje de Orfeo al Submundo en busca de Eurídice
ha de ser entendido dentro del contexto de los Misterios. En las primeras
versiones de este mito, Orfeo tuvo éxito restituyendo a Eurídice
a la vida. Sólo más tarde el episodio fue adornado por los
poetas para que terminara trágicamente pues, en el último
momento, Orfeo desobedeció la prohibición de mirar a su esposa
antes de haber alcanzado la superficie de la tierra y la perdió
de nuevo para siempre. Orfeo, fue originalmente un psicopompos con
el poder de rescatar almas de la gris condición, semejante al sueño,
que en tiempos arcaicos se creía era el inevitable destino de los
muertos. El encuentro de Ulises con los espectros de su madre y de los
héroes griegos (Odisea, libro XI) es un ejemplo primario
de esto. Los iniciados en los Misterios recibían la seguridad de
que ése no sería su destino y de que, como Eurídice,
serían salvados del desconsolador reino de Plutón. Esta fue
la primera vez que se instruyó en suelo griego acerca de la inmortalidad
del alma, iniciándose una tradición que Pitágoras,
Sócrates y Platón acrecentarían cada uno a su manera.
La mayoría de lo que conocemos del Orfismo deriva
de mucho después de estos filósofos. Bajo el Imperio Romano,
alrededor de la época del Cristianismo temprano, hubo un fuerte
resurgimiento del Orfismo como religión de Misterios. Los Himnos
Orficos, una serie de encantamientos mágicos dirigidos a varios
dioses y démones, datan de este renacimiento. Lejos de descartar
la adoración a Dionisio, el Orfismo hizo de él el verdadero
centro de su doctrina. Uno de los mitos de Dionisio relata que siendo un
niño, fue capturado por los Titanes (los rivales de los Dioses)
quienes lo desmembraron y se lo comieron. Afortunadamente, Zeus fue capaz
de salvar el corazón de su hijo. Se lo tragó él mismo
y, a su debido tiempo, dió a Dionisio un segundo nacimiento. Los
Titanes fueron vencidos y de sus restos surgieron seres humanos. Consecuentemente,
cada ser humano contiene un pequeño fragmento de Dionisio.
Es fácil reconocer en este mito la doctrina, familiar
ahora aunque de ninguna manera común en esa época, de que
cada persona no es sólo un compuesto de cuerpo y alma, sino que
también posee una chispa de absoluta divinidad. Las religiones que
mantienen esta doctrina apuntan a buscar, revivir y eventualmente actualizar
esa chispa, ya sea en vida o después de la muerte. Efectivizar esto
-"hacerlo realidad"- es volverse uno mismo un dios, por lo tanto inmortal.
Esta es la última promesa de los Misterios. Para los no iniciados,
sólo hay la perspectiva del Hades, un lugar no de tormento excepto
para los muy malvados, pero no de placer, tampoco, aún para los
mejores de los hombres. Eventualmente el alma ahí se debilita y
muere, liberando a la chispa divina para reencarnar en otro cuerpo y alma.
El iniciado supuestamente está libre de esta rueda
de nacimiento y muerte, y capacitado para proseguir a un destino más
glorioso entre los dioses. Los iniciados Orficos no eran enterrados con
ollas de alimentos y enseres, como recordatorios, sino quemados y enterrados
con hojas de oro, inscritas en griego. Estas llevaban oraciones e instrucciones
de lo que se debía decir y hacer al despertar después de
la muerte. Se debía evitar a toda costa beber del Lago de Leteo
(el olvido), y en lugar de ello doblar a la derecha, hacia el Lago de Mnemosina
(la memoria), y dirigirse a sus guardianes con estas hermosas palabras:
"Soy el hijo de la Tierra y del estrellado Cielo. Esto
también vosotros lo sabéis. Me hallo desecado por la sed
y estoy pereciendo. Venid, dadme inmediatamente la fresca agua que mana
del Lago de la Memoria".
O, al encontrarse con los que gobiernan el Hades, había
que decir: "¡Vengo puro de entre los puros, Reina del Submundo, Eucles,
Euboleus, y todos los otros dioses! Pues yo también reclamo ser
de vuestra raza."
En época romana, la figura del mismo Orfeo se había
vuelto trágica. No sólo perdió a Eurídice por
segunda vez, sino que él mismo sufrió una muerte cruel. Se
dice que regresó a su Tracia nativa para intentar reformar a sus
habitantes, pero cayó en desgracia a causa de las Ménades,
mujeres seguidoras de los ritos no regenerados de Dionisio. Gritando para
silenciar sus mágicos cantos, lo descuartizaron miembro por miembro.
Pero su cabeza flotó hacia el mar y se guareció en una roca
de las isla de Lesbos, donde continuó cantando. Él mismo
fue absorbido por su padre Apolo, y su lira fue exaltada a las estrellas
como la constelación de Lira.
Con esta versión de su mito, Orfeo ocupó
su lugar entre los otros salvadores sufrientes cuyos cultos eran populares
en la Roma cosmopolita: Dionisio, Atis, Adonis, Hércules, Osiris
y Jesús de Nazareth. Estos seres divinos ofrecían una relación
personal con sus devotos que mucha gente encontró más satisfactoria
que los distantes dioses olímpicos. Lo que estaba implicado es que
así como ellos mismos habían sufrido, muerto y regresado
a su cielo nativo, así harían sus seguidores.
Algunos de los primeros cristianos consideraron a Orfeo
como una especie de santo pagano, hasta confundir su imagen con la de Jesús.
Los dos salvadores eran semidioses de ascendencia real que buscaron remodelar
una religión existente en bien de la humanidad. Ambos descendieron
al Hades para rescatar a seres queridos de la muerte eterna. Sus religiones
enseñaban la inmortalidad potencial del alma, dependiendo de las
acciones de cada uno en la vida. Ambos sufrieron muertes trágicas
como sacrificio en aras de la religión que intentaban reformar:
Orfeo, como la víctima desmembrada de la orgía dionisíaca;
Jesús, en la imagen del Cordero degollado para la cena Pascual.
Sus relaciones con la religión de origen fueron extremamente ambiguas.
Jesús, aunque reconocía al dios judío Yahvéh
como su padre celestial, fue considerado por los teólogos conservadores
como que había muerto para apaciguar la ira de Yahvéh contra
la humanidad. Orfeo fue asesinado por los sectarios de Dionisio, en un
remedo de la muerte de éste.
La importancia otorgada a la vida futura alentó
tanto a órficos como a cristianos a posponer sus placeres en ésta.
Ambos grupos anhelaban vivir una vida de castidad y abstinencia (los órficos
eran vegetarianos) que era bastante incongruente con la sociedad que los
rodeaba. También era causa de sorpresa que ambos practicaran la
amistad hacia los extraños, no solamente hacia gente de su misma
raza y credo, como griegos y judíos tendían a hacer. Pero
esta era una conclusión natural del principio de que cada persona
era en esencia divina. Consecuentemente, el Orfismo fue la primera religión
en Europa, y tal vez en todas partes, en predicar lo que creemos virtudes
"cristianas", en prometer una vida posterior cuya cualidad dependía
de su práctica, y en instituir misterios como un preámbulo
del futuro destino del alma.
Los órficos habían sido los primeros filósofos
de Grecia y los ancestros espirituales de las escuelas pitagórica
y platónica, renombradas por su ascetismo y su creencia en la inmortalidad
del alma. Ahora, en el resurgimiento Orfico, imprimieron sus principios
a la nueva religión. A través de una codificación
numérica de palabras claves y frases en el (Nuevo) Testamento griego,
la Cristiandad fué vinculada con la tradición Pitagórica,
en la cual la música y el número eran los primeros principios
del universo. Pero este conocimiento no era para consumo general: era esotérico.
El Orfismo fue la primera religión esotérica en dos aspectos:
primero, impuso el sello de los Misterios, de manera que las enseñanzas
impartidas en la iniciación no eran reveladas a extraños;
segundo, dió una interpretación más profunda, simbólica,
a mitos existentes tales como la Teogonía (genealogía de
los dioses Greco-Romanos). Desde entonces, los Misterios y el conocimiento
de significados ocultos en las escrituras han sido dos de las principales
marcas del esoterismo.
El impulso Orfico sobrevive hasta hoy, no tanto en la
religión sino en las artes, de las que Apolo es el patrón
tradicional y las Musas las inspiradoras. Estas "artes" eran originalmente
disciplinas más próximas en ciertos sentidos a lo que nosotros
llamamos ciencias: incluían historia y astronomía, además
de danza, música, poesía, y drama. Sus efectos eran calculados,
hasta en el sentido literal de estar gobernadas por las matemáticas.
Lo cual es obvio en el caso de la astronomía y la música.
Pero la poesía, también, se expresa controlada por el número
rítmico. La danza es movimiento rítmico y geométrico;
el drama y la historia regulan los recuerdos sueltos y los rumores sobre
eventos terrenos y divinos, y los transforman en lecciones morales y filosóficas.
Cualquiera que sea la condición de las artes hoy en día,
el papel de las Musas no era originalmente el de entretener a las personas
sino el de civilizarlas, utilizando técnicas deliberadas y altamente
desarrolladas basadas, en su mayor parte, en números. Esto nos devuelve
a las elaboradas matemáticas de Stonehenge y otros monumentos prehistóricos,
y a la visión de John Michell de una civilización conservada
en estado de gracia mediante el incansable cantar de una canción
mántica, su música regida por número y proporción.
Se dice que Orfeo, cantando acompañado de la lira
de Apolo, tenía el poder de conmover toda clase de cuerpo y alma.
Pudo forzar a separarse a las rocas que entrechocan, para que el barco
de los Argonautas pasara a salvo entre ellas; consiguió tocar los
propios corazones de los dioses. Piedras que han sido "movidas" y colocadas
en orden geométrico son la substancia tanto de Stonehenge como de
los templos griegos, monumentos que aún en su ruina imponen reverente
respeto y transmiten un sentido de sublime armonía. La música,
asimismo, aunque no consista en otra cosa que en aire vibrando de acuerdo
a leyes matemáticas, ha tenido siempre el inexplicable poder de
tocar el corazón y exaltar el espíritu. En una civilización
bien ordenada, las dos artes de la arquitectura y la música trabajan
unidas: la primera, en proporcionar armoniosos entornos para el cuerpo
y deleitar la vista; la segunda en deleitar el oído y producir armonía
en el alma.
Este es el ideal Orfico y Apolíneo, manifestado
en todas aquellas obras de arte que llamamos "clásicas". No son
exclusivas de Grecia, en ningún sentido. En la China antigua, por
ejemplo, una música hierática, acompañada de ceremonias
religiosas, fue reconocida como el mejor medio para procurar la paz en
el Imperio y el buen gobierno de sus ciudadanos. También México
cuenta con una versión del clasicismo apolíneo en la arquitectura
de los mayas, que, al igual que los círculos de piedra europeos,
estaba geométricamente planeada y cósmicamente orientada.
Occidente ha tenido fases clásicas en todas las artes cuando el
auge de un cierto estilo es alcanzado, y con él una imagen de diversidad
armónica tan tranquilizadora como el paso regular del sol a través
de las estaciones.
En la música occidental, las siete cuerdas de la
lira de Apolo resuenan como la escala diatónica (las notas blancas
del piano). Su manifestación más "clásica" no se halla
en Bach o Mozart, sino en el canto llano que sirvió a la Iglesia
Cristiana por mil quinientos años o más, antes de ser desplazado
por tipos más sofisticados de música y luego descartado totalmente.
La reciente popularidad del canto llano entre una generación que
nunca asistió a la iglesia puede ofender a los tradicionalistas
porque la música y su letra son apartadas de su contexto litúrgico.
Pero el resurgimiento del canto llano demuestra que el poder tranquilizador,
curativo y elevador del canto diatónico sin acompañamiento
es sentido por el alma intuitivamente, tal como fuera en tiempos de Orfeo.
El hecho de que se empleara por un tiempo en el culto cristiano y se le
dieran palabras en latín es un asunto secundario.
¿Afecta directamente la música y el arte
la cualidad de una civilización? Nadie puede decir con certeza si
esta premisa órfica es correcta, debido a que no ha sido puesta
en práctica en tiempos modernos. Los gobiernos totalitarios han
hecho una burla de la idea. Los nazis prohibieron la música atonal
porque era incomprensible para sus patrones culturales, y el jazz porque
era negro de origen. Los comunistas rusos prohibieron la música
atonal por la misma razón, y el rock 'n' roll porque estaba asociado
con la protesta y la influencia occidental. Estos fueron escasamente los
verdaderos motivos para controlar la música de un pueblo. Pero los
gobernadores en cuestión no eran filósofos-reyes, los únicos
de los que podría esperarse llevaran los intereses espirituales
de sus súbditos en el corazón, y tuvieran el conocimiento
de cómo llevarlos adelante.
Algunos de nuestros políticos parecen tener el
modelo del filósofo-rey en mente, al emprender un bien merecido
ataque contra ciertas formas de cultura comercial y música popular.
Aun si no son estas las causas de la decadencia moral, reflejan con exactitud
el estado espiritual de muchas personas. Cuando las artes son profanas
y sin propósito, y habitan en la fealdad y el vicio, se puede estar
seguro de que el alma de la nación no goza de buena salud. Si los
Orficos están en lo correcto, este es un asunto tan serio como la
malnutrición de los pobres en nuestra civilización. El panorama
es desolador para aquellas almas alimentadas solamente con la comida rápida
y los aditivos venenosos de la cultura popular. ¿Cómo será
para ellos entrar en el dominio del alma sin cantos que cantar, sin poesía
que encante a Plutón y Perséfone?
La solución Orfica, y la Cristiana, no es forzar
a las personas sino persuadirlas suavemente hacia un mejor camino. Esto
se puede ver en las acciones de sus fundadores, cuando intentaron reformar
las tradiciones Dionisíaca y Mosaica. También los fundadores
de América, que absorbieron los principios Orficos a través
de la Masonería, escogieron deliberadamente la libertad, no el rigor,
como escuela para sus ciudadanos. Con un optimismo que, en los días
buenos, todavía podemos compartir, permitían a cada persona
regular su propia vida, religiosa, estética y privada. El próximo
ensayo de esta serie, sobre la Tradición Platónica, considerará
la política contraria. Traducción:
L. H.; J. M. R.
I. C. von Vanderbeeg, Manuductio hermetico-philosophica
Hof 1739
|
Para ampliar la lectura:
The Hymns of Orpheus, Mutations
by R. C. Hogart, Grand Rapids, Phanes Press 1993.
John Michell, Twelve-Tribe
Nations and the Science of Enchanting the Landscape, íd. 1991.
David Fideler, Jesus Christ, Sun of God; Wheaton, Il USA, Quest
Books 1993 (Ver para este último reseña
en Libros). |