Gabinete alquímico, 1721
C. F. von Sabor, Practica naturae vera, 1721
 
ANALES DEL COLEGIO INVISIBLE
JOSCELYN GODWIN
III
Orfeo

Se suele recordar dos cosas acerca de Orfeo: que fue un músico y que descendió al Submundo en busca de su esposa Eurídice. Su historia es el mito arquetípico del poder de la música. Con la lira, obsequio de Apolo, Orfeo podía conmover todo en la creación, desde piedras, árboles y bestias hasta seres humanos, demónicos y divinos. Armado tan sólo con sus cantos, subyugó a los guardianes del Hades y persuadió a Plutón y Perséfone de que le permitieran llevar de retorno a Eurídice.  

Orfeo fue un príncipe de Tracia, la tierra al norte de Grecia. Su madre fué Calíope, la Musa de la poesía épica. Algunos dicen que su padre fue Apolo, y ciertamente Orfeo está bajo la tutela de este dios. A Apolo se le relacionaba también con el norte, ya sea porque venía de "Hiperbórea" o porque visitó esa lejana tierra después de su nacimiento en la isla de Delos. ¿Dónde estaba esta Hiperbórea? Como se decía que tenía un templo circular dedicado al sol, algunos la han identificado con Bretaña y a este Templo con Stonehenge, un monumento más antiguo que cualquiera de Grecia. 

Stonehenge y el pueblo que lo construyó eran Apolíneos en el sentido de que estaban dedicados al sol, a la astronomía, las matemáticas y la música. Las inspiradas investigaciones de John Michell y Jean Richer han descubierto una red de lugares Apolíneos alineados geométricamente, a lo largo de todo el camino desde Bretaña hasta el Mar Egeo. Además, Michell le ha seguido la pista al mito de los "coros perpetuos" mantenidos en santuarios antiguos con el propósito de lo que él llama "encantar el paisaje". Emerge el panorama de una elevada y ordenada civilización europea en el tercer milenio a. C., de la cual los arqueólogos no conocen casi nada. 

Ese encantamiento del paisaje es exactamente lo que se dice Orfeo hacía con su música, lanzando un benigno hechizo sobre la naturaleza y trayendo la paz a los hombres. Como parte de su misión, reformó el culto de Dionisio (Baco) y trató de persuadir a sus seguidores de que abandonaran sus sacrificios sangrientos. En lugar de las orgías dionisíacas, Orfeo fundó los primeros Misterios de Grecia. El propósito de estos, hasta donde podemos decir, fue transmitir algún tipo de conocimiento directo que ayudase a enfrentar la perspectiva de la muerte. 

El viaje de Orfeo al Submundo en busca de Eurídice ha de ser entendido dentro del contexto de los Misterios. En las primeras versiones de este mito, Orfeo tuvo éxito restituyendo a Eurídice a la vida. Sólo más tarde el episodio fue adornado por los poetas para que terminara trágicamente pues, en el último momento, Orfeo desobedeció la prohibición de mirar a su esposa antes de haber alcanzado la superficie de la tierra y la perdió de nuevo para siempre. Orfeo, fue originalmente un psicopompos con el poder de rescatar almas de la gris condición, semejante al sueño, que en tiempos arcaicos se creía era el inevitable destino de los muertos. El encuentro de Ulises con los espectros de su madre y de los héroes griegos (Odisea, libro XI) es un ejemplo primario de esto. Los iniciados en los Misterios recibían la seguridad de que ése no sería su destino y de que, como Eurídice, serían salvados del desconsolador reino de Plutón. Esta fue la primera vez que se instruyó en suelo griego acerca de la inmortalidad del alma, iniciándose una tradición que Pitágoras, Sócrates y Platón acrecentarían cada uno a su manera. 

La mayoría de lo que conocemos del Orfismo deriva de mucho después de estos filósofos. Bajo el Imperio Romano, alrededor de la época del Cristianismo temprano, hubo un fuerte resurgimiento del Orfismo como religión de Misterios. Los Himnos Orficos, una serie de encantamientos mágicos dirigidos a varios dioses y démones, datan de este renacimiento. Lejos de descartar la adoración a Dionisio, el Orfismo hizo de él el verdadero centro de su doctrina. Uno de los mitos de Dionisio relata que siendo un niño, fue capturado por los Titanes (los rivales de los Dioses) quienes lo desmembraron y se lo comieron. Afortunadamente, Zeus fue capaz de salvar el corazón de su hijo. Se lo tragó él mismo y, a su debido tiempo, dió a Dionisio un segundo nacimiento. Los Titanes fueron vencidos y de sus restos surgieron seres humanos. Consecuentemente, cada ser humano contiene un pequeño fragmento de Dionisio. 

Es fácil reconocer en este mito la doctrina, familiar ahora aunque de ninguna manera común en esa época, de que cada persona no es sólo un compuesto de cuerpo y alma, sino que también posee una chispa de absoluta divinidad. Las religiones que mantienen esta doctrina apuntan a buscar, revivir y eventualmente actualizar esa chispa, ya sea en vida o después de la muerte. Efectivizar esto -"hacerlo realidad"- es volverse uno mismo un dios, por lo tanto inmortal. Esta es la última promesa de los Misterios. Para los no iniciados, sólo hay la perspectiva del Hades, un lugar no de tormento excepto para los muy malvados, pero no de placer, tampoco, aún para los mejores de los hombres. Eventualmente el alma ahí se debilita y muere, liberando a la chispa divina para reencarnar en otro cuerpo y alma. 

El iniciado supuestamente está libre de esta rueda de nacimiento y muerte, y capacitado para proseguir a un destino más glorioso entre los dioses. Los iniciados Orficos no eran enterrados con ollas de alimentos y enseres, como recordatorios, sino quemados y enterrados con hojas de oro, inscritas en griego. Estas llevaban oraciones e instrucciones de lo que se debía decir y hacer al despertar después de la muerte. Se debía evitar a toda costa beber del Lago de Leteo (el olvido), y en lugar de ello doblar a la derecha, hacia el Lago de Mnemosina (la memoria), y dirigirse a sus guardianes con estas hermosas palabras: 

"Soy el hijo de la Tierra y del estrellado Cielo. Esto también vosotros lo sabéis. Me hallo desecado por la sed y estoy pereciendo. Venid, dadme inmediatamente la fresca agua que mana del Lago de la Memoria". 

O, al encontrarse con los que gobiernan el Hades, había que decir: "¡Vengo puro de entre los puros, Reina del Submundo, Eucles, Euboleus, y todos los otros dioses! Pues yo también reclamo ser de vuestra raza." 

En época romana, la figura del mismo Orfeo se había vuelto trágica. No sólo perdió a Eurídice por segunda vez, sino que él mismo sufrió una muerte cruel. Se dice que regresó a su Tracia nativa para intentar reformar a sus habitantes, pero cayó en desgracia a causa de las Ménades, mujeres seguidoras de los ritos no regenerados de Dionisio. Gritando para silenciar sus mágicos cantos, lo descuartizaron miembro por miembro. Pero su cabeza flotó hacia el mar y se guareció en una roca de las isla de Lesbos, donde continuó cantando. Él mismo fue absorbido por su padre Apolo, y su lira fue exaltada a las estrellas como la constelación de Lira. 

Con esta versión de su mito, Orfeo ocupó su lugar entre los otros salvadores sufrientes cuyos cultos eran populares en la Roma cosmopolita: Dionisio, Atis, Adonis, Hércules, Osiris y Jesús de Nazareth. Estos seres divinos ofrecían una relación personal con sus devotos que mucha gente encontró más satisfactoria que los distantes dioses olímpicos. Lo que estaba implicado es que así como ellos mismos habían sufrido, muerto y regresado a su cielo nativo, así harían sus seguidores. 

Algunos de los primeros cristianos consideraron a Orfeo como una especie de santo pagano, hasta confundir su imagen con la de Jesús. Los dos salvadores eran semidioses de ascendencia real que buscaron remodelar una religión existente en bien de la humanidad. Ambos descendieron al Hades para rescatar a seres queridos de la muerte eterna. Sus religiones enseñaban la inmortalidad potencial del alma, dependiendo de las acciones de cada uno en la vida. Ambos sufrieron muertes trágicas como sacrificio en aras de la religión que intentaban reformar: Orfeo, como la víctima desmembrada de la orgía dionisíaca; Jesús, en la imagen del Cordero degollado para la cena Pascual. Sus relaciones con la religión de origen fueron extremamente ambiguas. Jesús, aunque reconocía al dios judío Yahvéh como su padre celestial, fue considerado por los teólogos conservadores como que había muerto para apaciguar la ira de Yahvéh contra la humanidad. Orfeo fue asesinado por los sectarios de Dionisio, en un remedo de la muerte de éste. 

La importancia otorgada a la vida futura alentó tanto a órficos como a cristianos a posponer sus placeres en ésta. Ambos grupos anhelaban vivir una vida de castidad y abstinencia (los órficos eran vegetarianos) que era bastante incongruente con la sociedad que los rodeaba. También era causa de sorpresa que ambos practicaran la amistad hacia los extraños, no solamente hacia gente de su misma raza y credo, como griegos y judíos tendían a hacer. Pero esta era una conclusión natural del principio de que cada persona era en esencia divina. Consecuentemente, el Orfismo fue la primera religión en Europa, y tal vez en todas partes, en predicar lo que creemos virtudes "cristianas", en prometer una vida posterior cuya cualidad dependía de su práctica, y en instituir misterios como un preámbulo del futuro destino del alma. 

Los órficos habían sido los primeros filósofos de Grecia y los ancestros espirituales de las escuelas pitagórica y platónica, renombradas por su ascetismo y su creencia en la inmortalidad del alma. Ahora, en el resurgimiento Orfico, imprimieron sus principios a la nueva religión. A través de una codificación numérica de palabras claves y frases en el (Nuevo) Testamento griego, la Cristiandad fué vinculada con la tradición Pitagórica, en la cual la música y el número eran los primeros principios del universo. Pero este conocimiento no era para consumo general: era esotérico. El Orfismo fue la primera religión esotérica en dos aspectos: primero, impuso el sello de los Misterios, de manera que las enseñanzas impartidas en la iniciación no eran reveladas a extraños; segundo, dió una interpretación más profunda, simbólica, a mitos existentes tales como la Teogonía (genealogía de los dioses Greco-Romanos). Desde entonces, los Misterios y el conocimiento de significados ocultos en las escrituras han sido dos de las principales marcas del esoterismo. 

El impulso Orfico sobrevive hasta hoy, no tanto en la religión sino en las artes, de las que Apolo es el patrón tradicional y las Musas las inspiradoras. Estas "artes" eran originalmente disciplinas más próximas en ciertos sentidos a lo que nosotros llamamos ciencias: incluían historia y astronomía, además de danza, música, poesía, y drama. Sus efectos eran calculados, hasta en el sentido literal de estar gobernadas por las matemáticas. Lo cual es obvio en el caso de la astronomía y la música. Pero la poesía, también, se expresa controlada por el número rítmico. La danza es movimiento rítmico y geométrico; el drama y la historia regulan los recuerdos sueltos y los rumores sobre eventos terrenos y divinos, y los transforman en lecciones morales y filosóficas. Cualquiera que sea la condición de las artes hoy en día, el papel de las Musas no era originalmente el de entretener a las personas sino el de civilizarlas, utilizando técnicas deliberadas y altamente desarrolladas basadas, en su mayor parte, en números. Esto nos devuelve a las elaboradas matemáticas de Stonehenge y otros monumentos prehistóricos, y a la visión de John Michell de una civilización conservada en estado de gracia mediante el incansable cantar de una canción mántica, su música regida por número y proporción. 

Se dice que Orfeo, cantando acompañado de la lira de Apolo, tenía el poder de conmover toda clase de cuerpo y alma. Pudo forzar a separarse a las rocas que entrechocan, para que el barco de los Argonautas pasara a salvo entre ellas; consiguió tocar los propios corazones de los dioses. Piedras que han sido "movidas" y colocadas en orden geométrico son la substancia tanto de Stonehenge como de los templos griegos, monumentos que aún en su ruina imponen reverente respeto y transmiten un sentido de sublime armonía. La música, asimismo, aunque no consista en otra cosa que en aire vibrando de acuerdo a leyes matemáticas, ha tenido siempre el inexplicable poder de tocar el corazón y exaltar el espíritu. En una civilización bien ordenada, las dos artes de la arquitectura y la música trabajan unidas: la primera, en proporcionar armoniosos entornos para el cuerpo y deleitar la vista; la segunda en deleitar el oído y producir armonía en el alma. 

Este es el ideal Orfico y Apolíneo, manifestado en todas aquellas obras de arte que llamamos "clásicas". No son exclusivas de Grecia, en ningún sentido. En la China antigua, por ejemplo, una música hierática, acompañada de ceremonias religiosas, fue reconocida como el mejor medio para procurar la paz en el Imperio y el buen gobierno de sus ciudadanos. También México cuenta con una versión del clasicismo apolíneo en la arquitectura de los mayas, que, al igual que los círculos de piedra europeos, estaba geométricamente planeada y cósmicamente orientada. Occidente ha tenido fases clásicas en todas las artes cuando el auge de un cierto estilo es alcanzado, y con él una imagen de diversidad armónica tan tranquilizadora como el paso regular del sol a través de las estaciones. 

En la música occidental, las siete cuerdas de la lira de Apolo resuenan como la escala diatónica (las notas blancas del piano). Su manifestación más "clásica" no se halla en Bach o Mozart, sino en el canto llano que sirvió a la Iglesia Cristiana por mil quinientos años o más, antes de ser desplazado por tipos más sofisticados de música y luego descartado totalmente. La reciente popularidad del canto llano entre una generación que nunca asistió a la iglesia puede ofender a los tradicionalistas porque la música y su letra son apartadas de su contexto litúrgico. Pero el resurgimiento del canto llano demuestra que el poder tranquilizador, curativo y elevador del canto diatónico sin acompañamiento es sentido por el alma intuitivamente, tal como fuera en tiempos de Orfeo. El hecho de que se empleara por un tiempo en el culto cristiano y se le dieran palabras en latín es un asunto secundario. 

¿Afecta directamente la música y el arte la cualidad de una civilización? Nadie puede decir con certeza si esta premisa órfica es correcta, debido a que no ha sido puesta en práctica en tiempos modernos. Los gobiernos totalitarios han hecho una burla de la idea. Los nazis prohibieron la música atonal porque era incomprensible para sus patrones culturales, y el jazz porque era negro de origen. Los comunistas rusos prohibieron la música atonal por la misma razón, y el rock 'n' roll porque estaba asociado con la protesta y la influencia occidental. Estos fueron escasamente los verdaderos motivos para controlar la música de un pueblo. Pero los gobernadores en cuestión no eran filósofos-reyes, los únicos de los que podría esperarse llevaran los intereses espirituales de sus súbditos en el corazón, y tuvieran el conocimiento de cómo llevarlos adelante. 

Algunos de nuestros políticos parecen tener el modelo del filósofo-rey en mente, al emprender un bien merecido ataque contra ciertas formas de cultura comercial y música popular. Aun si no son estas las causas de la decadencia moral, reflejan con exactitud el estado espiritual de muchas personas. Cuando las artes son profanas y sin propósito, y habitan en la fealdad y el vicio, se puede estar seguro de que el alma de la nación no goza de buena salud. Si los Orficos están en lo correcto, este es un asunto tan serio como la malnutrición de los pobres en nuestra civilización. El panorama es desolador para aquellas almas alimentadas solamente con la comida rápida y los aditivos venenosos de la cultura popular. ¿Cómo será para ellos entrar en el dominio del alma sin cantos que cantar, sin poesía que encante a Plutón y Perséfone? 

La solución Orfica, y la Cristiana, no es forzar a las personas sino persuadirlas suavemente hacia un mejor camino. Esto se puede ver en las acciones de sus fundadores, cuando intentaron reformar las tradiciones Dionisíaca y Mosaica. También los fundadores de América, que absorbieron los principios Orficos a través de la Masonería, escogieron deliberadamente la libertad, no el rigor, como escuela para sus ciudadanos. Con un optimismo que, en los días buenos, todavía podemos compartir, permitían a cada persona regular su propia vida, religiosa, estética y privada. El próximo ensayo de esta serie, sobre la Tradición Platónica, considerará la política contraria. Traducción: L. H.; J. M. R.  

Marcurio, el Sol y los planetas alquímicos, 1739
I. C. von Vanderbeeg, Manuductio hermetico-philosophica
Hof 1739

Para ampliar la lectura:  

The Hymns of Orpheus, Mutations by R. C. Hogart, Grand Rapids, Phanes Press 1993.
John Michell, Twelve-Tribe Nations and the Science of Enchanting the Landscape, íd. 1991.
David Fideler, Jesus Christ, Sun of God; Wheaton, Il USA, Quest Books 1993 (Ver para este último reseña en Libros).
 

 
 
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