EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ COMO
SOPORTE RITUAL
ALICIA WIECHERS
I

Ya que nuestro propósito es el de rendir homenaje a René Guénon, no tanto a su persona individual sino a lo que su vida representa dentro de la Tradición, es de nuestro interés situar esta obra: El Simbolismo de la Cruz, sí en el marco de su vida, como representativa de la última etapa (1912-1951) durante la cual el autor, alcanzó la realización efectiva de lo que este símbolo representa; pero más importante será situar su vida, dentro del marco de la Tradición. 

No es casual que René Guénon haya empezado a escribir sobre este tema1 poco después de haber entrado en contacto con el Islam (1909) y haber sido iniciado en el sufismo2 o aspecto esotérico del Islam en 1912 por su maestro el Sheikh Elish el Kébir3 (a quien el libro está dedicado), y puesto así en contacto con la cadena de transmisión de la Tradición Unánime o Primordial. Cadena que en ese tiempo había encontrado desde el nacimiento del profeta Mahoma, dentro de la doctrina esotérica del Islam, las condiciones históricas y a algunos de los hombres que podían ser Polos magnéticos o dirigentes universales para esa época.4 

Esta reflexión responde a la aseveración que el mismo autor hace en esta obra, acerca de que "no hay nada en el orden de la manifestación, que no sea símbolo de una realidad de orden superior o Metafísico, sin la cual estaría vacío de todo significado". 

Este libro tiene sentido porque es la manifestación externa de un desarrollo realizado por el propio autor, es decir: el desarrollo de las posibilidades del Hombre Universal que la cruz de tres dimensiones simboliza. 

El texto puede considerarse en sí mismo un símbolo, es decir, el soporte ritual donde "la geometría de las ideas está como escondida bajo el resplandor de las formas." Resplandor que guía a aquél lector que siga las "huellas" dejadas por René Guénon. 

Como todo ritual, la obra comienza con una orientación hacia el Principio Trascendente o sentido Metafísico del simbolismo de la cruz, del que se derivan los múltiples sentidos que se le han dado a través de todos los tiempos y formas tradicionales y que no son sino las diversas manifestaciones de este sentido Primordial, herencia de la Tradición Unánime. 

Después, y con el rigor intelectual que caracteriza a Guénon, se establece la diferencia entre hombre individual y Hombre Universal, ya que el ser humano no puede ser vislumbrado como ser individual, (como un todo cerrado y suficiente) si se le considera desde el punto de vista metafísico. El individuo -dice Guénon- no es sino un estado particular de la manifestación del ser. Este ser es el Sí mismo, el Principio Trascendente del que el yo individual no es sino una forma transitoria sujeta a las condiciones espacio-temporales y al movimiento. El Sí Mismo o principio Trascendente y Permanente del Ser, no puede individualizarse porque es eterno e inmutable, y cualquier particularización le haría otro que sí mismo. 

El Sí Mismo no es sin embargo, opuesto a la materia ya que lo verdaderamente metafísico está más allá de toda oposición. Por lo tanto, -continúa el autor- si el Hombre Universal es el Principio de toda Manifestación, el hombre individual deberá ser de algún modo y en su orden, la resultante o su llegada. Es por ello que todas las tradiciones concuerdan en considerarlo como formado por la síntesis de todos los reinos de la Naturaleza. Concretamente en el relato bíblico, Adán es creado el séptimo día de la creación, y aquí se aplica la ley de la analogía, que para que sea verdadera, deberá ser aplicada en dos sentidos inversos. Esta ley de analogía es el significado del Sello de Salomón formado por dos triángulos invertidos uno respecto del otro y cuyo centro o punto es el número siete que sintetiza la expansión del Verbo hacia las seis direcciones del espacio: derecha - izquierda, adelante - atrás, arriba - abajo, direcciones que indican la inmanencia Divina en el seno del mundo.5 

Una vez establecidas, primero la diferencia y luego la analogía entre hombre individual y Hombre Universal, Guénon efectúa una segunda condición del rito que es la de concentración en el centro del corazón, para partir de ahí hacia la descripción misma del significado metafísico de la cruz, mediante las siguientes ideas: 

La mayoría de las doctrinas tradicionales simbolizan la realización del Hombre Universal (en árabe El Insânul Kâmil) o el Adam Kadmon de la Cábala hebrea, o el Rey Wang de la tradición extremo oriental, o El Gran Arquitecto del Universo de las tradiciones occidentales, con un signo que es el mismo en todos lados y que aunque el hombre moderno piense que este signo nace a partir del Cristianismo, proviene de tiempos inmemoriales. Este signo es el de la Cruz y representa la manera como se llega a esta realización por la comunión perfecta de la totalidad de los estados del Ser en expansión integral en dos sentidos: el de la amplitud y el de la exaltación. O sea: el horizontal, en un nivel o grado de existencia determinada, y el vertical, es decir en la superposición jerárquica de la indefinitud de grados: individuales y supra individuales, universales manifiestos y no manifiestos. 

Esta comunión perfecta de los estados del Ser en el centro de la cruz tridimensional representada por el número siete, punto del que se despliegan las seis direcciones del espacio, es llamada también El Palacio Interior y estaba representada en la tradición hebrea por la parte más interna del Templo de Jerusalem, donde se manifestaba la "Shekinah", es decir la Presencia Divina. A este punto se le llama también: la voz que emana del pensamiento, El Verbo. Es Dios haciéndose centro del mundo por su Verbo.6 He aquí -dice el autor- el "pivote de la norma" que en casi todas las tradiciones se le da el nombre de Polo y que expresa la Voluntad del Cielo en el orden cósmico. 

En seguida, habiéndose colocado en el centro de la cruz tridimensional, Guénon describe el proceso de reintegración individual a partir del estado corporal. 

El hombre corporal que ha perdido el estado edénico (donde la complementariedad de lo universal [Adam] y lo individual [Eva] constituían juntos el nombre de Allah), al no estar situado en el centro de su ser individual (estado edénico), ve en las direcciones del espacio fuerzas que se oponen y luchan entre sí, porque la corporeidad es una cualidad de la extensión, sujeta al espacio y al tiempo y su resultante: el movimiento. No obstante, es a partir de este estado como base, que el individuo debe buscar la Verdad para alcanzar la individualidad integral, situación del Hombre Verdadero y recuperar así el estado Edénico. Recuperar la individualidad integral consiste en ubicarse en este punto central de la cruz horizontal o quintaesencia. 

Del mismo modo que el ser individual es un reflejo del Ser Universal, la cruz horizontal es un reflejo de la vertical, de manera que el eje Norte-Sur, jugará un papel de eje polar respecto del eje Este-Oeste. Representando la vertical siempre el principio masculino y la horizontal el femenino que deben encontrarse en equilibrio perfecto.7 

Es en el dominio de la acción, donde el individuo desarrolla las posibilidades del ser individual y donde se libran las batallas para hacer que cese el desorden de las oposiciones, y así restablecer el orden en la Unidad a través de los complementarios. 

Siendo la manifestación una serie de rupturas de equilibrio, la guerra llamada Guerra Santa es pues el proceso cósmico de la manifestación para la reintegración a la Unidad, es por eso que desde el punto de vista humano, la integración puede ser vista como una destrucción, aunque se trate de la destrucción del desequilibrio y de la división. 

El orden no aparece sino cuando uno se eleva por encima de la multiplicidad para considerar las cosas en la Unidad. En realidad la multiplicidad no es realmente destruida sino transformada, ya que lo que se veía como opuesto desde un punto de vista exterior y superficial, toma su lugar cuando se percibe a la luz de la Inteligencia Verdadera del Corazón. 

Pensar, cómo el hombre individual, sujeto no sólo a la individualidad, que se extiende más allá del cuerpo físico, sino a un cuerpo que vive en las condiciones materiales, pueda de alguna manera "transformarse" (es decir, ir más allá de la forma humana) y convertirse en el Hombre Universal, nos obliga a identificarnos con la "chispa" divina que habita en el corazón de cada ser individual. Esta "chispa", que participa de la naturaleza, del Sí Mismo y que en su orden de manifestación representa lo más pequeño: tan solo un punto y una posibilidad, y que en otro orden es lo más grande, y comprende todas las posibilidades del Ser Universal. 

Ahora que la fase ritual de la reintegración ha sido descrita, el autor efectúa la descripción del pasaje a través del centro hacia la dimensión polar o eje vertical de la cruz tridimensional, diciendo que si la manifestación de cualquier plano horizontal, como el que representa la individualidad humana, depende de un punto central o "chispa" divina, este a su vez depende de la existencia de un punto único: punto de orientación en el zenith o Norte celeste, la estrella polar, o dimensión vertical. Así, el centro de la cruz horizontal, será la imagen de la inmutabilidad del eje vertical, el centro o quinta esencia donde se resuelven todas las oposiciones y donde se encuentra la Gran Paz del esoterismo islámico. El vacío que aquí se experimenta, es el desapego completo con respecto a todas las cosas manifestadas, transitorias y contingentes, el punto de salida de la manifestación cíclica; de la alternancia de la vida y de la muerte. 

El movimiento de un ciclo de existencia depende de este fulcro o punto Supremo, que sin participar en las vicisitudes cíclicas, gobierna el acontecer Universal. Y el rayo que une estos "dos" puntos (el Punto Supremo y su imagen) que no son sino uno solo, (ya que en la Unidad no existe la distancia), se llama (en el Taoísmo) la Voluntad del Cielo. Es la Voluntad del Cielo, la que a través del legislador de cada época llamado Polo, hace girar la rueda del devenir cósmico sin participar en este movimiento, y es a esta cruz en movimiento que corresponde la figura de la Swástica, considerada tradicionalmente como simbolismo del Polo. 

 
II
Una vez establecidos en los diez primeros capítulos, los principios metafísicos y lo que ellos significan a la luz de la doctrina de diversas formas tradicionales (Doctrina hindú del Vedanta, Doctrina del Islam, Doctrina extremo-oriental del Taoísmo, y doctrina hebrea de la Cábala, principalmente), y establecido el fulcro en la dimensión polar, el autor se dispone a la acción de desarrollar este significado metafísico mediante el estudio del simbolismo geométrico en una construcción que teje sobre la urdimbre de los principios trascendentes, la trama de lo inmanente que se revela gracias a la extensión.  

Con "el rigor abstracto y puro de los cristales"8 característico del arte del Islam, Guénon nos conduce desde una construcción rectilínea, hacia una construcción polar; desde un modelo estático hacia uno dinámico; desde una concepción plana o bidimensional característica de un solo estado del ser o un solo grado de existencia, hacia una concepción tridimensional representativa de la totalidad de los estados del ser o los grados de existencia universal. El desarrollo que se efectúa así a partir de un centro hacia todas las direcciones de la extensión, desemboca en una forma esférica o "esferoidal" (no cerrada), forma que los Pitagóricos consideraban la del andrógino por ser la menos diferenciada de todas. "Esta forma esférica, luminosa, indefinida y no cerrada, con sus alternativas de concentración y expansión simultáneas en el "eterno presente" es en el esoterismo islámico la forma del 'Hombre Universal' que Dios ordenó a los ángeles adorar".9 

Como la cruz no es sólo el símbolo del Hombre Universal sino también representa la manera como se llega a esta realización, esta presentación geométrica dinámica nos mueve en todas sus direcciones, realizando en el lector, un movimiento análogo al de la bendición. 

Pero no se trata solamente de un cambio de direcciones. El esfuerzo que nos demanda la lectura de estos diez segundos capítulos, forma parte de un ejercicio cuya importancia mencionaremos al hablar del método de la doctrina. Se trata de una verdadera "gimnasia" mental que nos obliga, después de una concentración en el presente, a imaginar, a partir de una descripción verbal, una representación visual dinámica detallada, de las posibilidades de manifestación del Ser Universal, efectuando un cambio continuo de puntos de vista simétricos;10 estas inversiones continúan a todo lo largo del texto a fin de desarrollar en el lector una agilidad (diferente a aquella de la mente profana puramente asociativa, estática y unidireccional), capaz de concebir formas dinámicas, complementariedades y paradojas que para la mente racional no serían más que absurdos opuestos. Agilidad de otro orden, llamada mente analógica por la que podemos imaginar lo que el corazón conoce de manera directa. Porque la imaginación es el reflejo de la Intuición del Corazón, o Inteligencia Pura. 

Usando el lenguaje matemático-geométrico, dominio del autor, este nos conduce a una situación de equilibrio o "unicidad", alimentando así el deseo del corazón, que es el de descubrir la inspiración sobre la que están tejidas estas "reflexiones", y que trasciende la ciencia mental, porque la Metafísica es la "ciencia del corazón". Esto, se aclara a menudo al final de cada capítulo: "El modelo estará siempre lejos de representar cabalmente su significado Metafísico, que es el primero y el más importante, ya que es el sentido Primordial, Universal e Infinito".11 

Toda vez establecida la universalidad de los Principios Metafísicos (en los diez primeros capítulos de esta obra) y su manifestación (en los capítulos del 11 al 20) mediante un desarrollo extensivo hacia todas las direcciones del espacio, constituyendo así la representación geométrica del vórtex esférico universal según el cual se realizan todas las cosas, y que la tradición extremo -oriental llama Tao o Vía Universal, el autor realiza (en los diez últimos capítulos), de alguna manera, el mismo camino en sentido inverso, tomando no ya la universalidad de los seres sino un solo ser en su totalidad. Este acercamiento desde el punto de vista microcósmico, permite determinar las posibilidades de realización que tiene un hombre individual y en la modalidad corporal, de efectuar esta transformación, en dos fases: primero hacia la individualidad integral (llamada por el esoterismo islámico Hombre Verdadero ), y después hacia la Perfección humana llamada Hombre Universal.  

Esto se hace posible sólo gracias al "Rayo Celeste" o eje vertical de la cruz tridimensional que une el Punto Supremo (punto del que depende la "chispa" o centro de cualquier plano horizontal) con su imagen (la "chispa misma") y que no son sino uno solo (ya que en la Unidad no existe la distancia). A este rayo se le denomina en el Taoísmo la Voluntad del Cielo, y constituye para un ser individual El Camino o La Vía. 

Si bien, esta realización sólo se hace efectiva en la totalización de los estados del ser, es decir en la ascensión vertical, se puede decir que se realiza ya virtualmente, en la integración del estado humano a su centro original, centro de la cruz horizontal (o estado edénico) que es el punto de comunicación directa con los otros estados. 

Esta primera integración, (hacia el estado edénico) presupone que la persona individual disponga virtualmente de una dimensión trascendente. Esta virtualidad de la Voluntad del Cielo está representada en la cruz horizontal por el eje Norte-Sur o eje solsticial que en la palabra del evangelio (según la cual el Verbo o la Voluntad del Cielo en acción es en relación a nosotros "el Camino, la Verdad y la Vida"), pertenece a la Verdad. Mientras que "el Camino" se refiere al Hombre Universal identificado con el Sí Mismo, "la Verdad" se refiere al hombre intelectual, y "la Vida" (representada en la cruz horizontal por el eje equinoccial) al hombre corporal.  

Si bien la Vida, representada por el eje equinoccial, (dirección según la cual se desarrolla cada modalidad de un ser individual), debe ser receptiva respecto de la Verdad que juega en la cruz horizontal un papel polar; cuando se toma toda la cruz horizontal en conjunto, esta jugará un papel receptivo con respecto a la Voluntad del Cielo o eje vertical de la cruz tridimensional. La vertical siempre representará el principio masculino activo o facultad actuante, y la horizontal el principio receptivo, femenino o facultad plástica. O lo que sería lo mismo: la esencia y la sustancia, que tienen que estar siempre en perfecto equilibrio. 

El hombre debe constantemente realizar la unidad en sí mismo. Unidad de pensamiento (entendido como Voluntad Divina reflejada en la Verdad), y unidad de acción (entendida como la recta intención en todas las acciones de su vida); y lo más difícil, unidad entre el pensamiento y la acción. En lo que se refiere a la acción, es la intención lo único que depende del hombre y que no es afectado por las contingencias exteriores. La unidad de la intención es la tendencia constante hacia el centro, (representada simbólicamente por la orientación ritual), designado en todas las tradiciones por el corazón. Estableciendo este centro, el ser es para sí mismo su propia ley, que es verdaderamente la Presencia Divina. Allí ve la unidad de todas las cosas y todas la cosas en la Unidad, en la simultaneidad del "Eterno Presente". 

"La confianza en la inspiración del momento es uno de los rasgos esenciales del místico"12 que en el estado espiritual supremo se manifiesta como el de una reacción perfecta ante cada una de las circunstancias de la vida. Es por ello que la práctica de la atención en el presente juega un papel muy importante en el buscador junto con la intención. 

Respecto a la actitud receptiva o "Perfección pasiva", necesaria para que la individualidad sea objeto de la fecundación o reflexión del Rayo Celeste, es necesaria la sumisión. Recordemos que el sentido propio de la palabra Islam, es la sumisión a la Voluntad Divina. Se dice que "la extinción del yo (llamada fanâ en la doctrina del Islam) es la medida de la capacidad de recibir",13 ya que en realidad la extinción no existe, porque la multiplicidad no es destruida sino transformada, al fundirse en la Unidad. 

Para explicar el efecto de esta reflexión Guénon dice: "La acción del "Rayo Celeste" no es efectiva más que si produce, por su reflexión sobre uno de estos planos (horizontales) una vibración que, propagándose y amplificándose en la totalidad del ser, ilumina su caos, cósmico o humano". "Esta iluminación armoniza el "caos" de las posibilidades (o polo substancial) pasándolas del estado potencial al actual"... "Esta conversión se efectúa en dos fases: la primera se opera en el plano mismo de la reflexión, mientras que la segunda imprime a la vibración reflejada una dirección ascensional" cuya "fuerza" está en relación directa con la "fuerza atractiva de la Divinidad".14 Esta influencia trascendente no se puede sentir en el interior de un solo estado tomado aisladamente porque no se sitúa ni en el tiempo ni en el espacio de un ciclo horizontal. 

A esta dimensión vertical, que identifica el centro del corazón con el Principio Trascendente, se refiere el último versículo del Verso de la Luz cuando dice: "Luz sobre luz, guíe él a quien desee".15 

Esta dirección no se puede situar en el tiempo ni en el espacio del plano horizontal individual y representa la octava dirección. A esta dirección se refiere Henry Corbin16 como ese punto suprasensible, lugar de origen y de retorno, sitio de la dimensión del más allá. Es por ello que no se revela sino en un modo determinado de Presencia. Este modo de Presencia es lo que caracteriza el modo de ser del Sufí. Sólo la marcha ascendente puede acercarnos a este Norte cósmico o Polo celeste. Es por ello que la espiritualidad islámica esta fascinada por la ascensión celeste del Profeta. Es el descubrimiento del mundo interior segregando él mismo su luz. Es la inteligencia primera o Intelecto Puro, el Arcángel Logos. 

A esta misma dimensión se refiere -dice Guénon- la primera sura del Corán llamada la "apertura" o la Victoriosa cuando habla del "Camino Recto", que es definido como "camino de aquellos sobre los que Tu derramas Tu Gracia, no de aquellos sobre los que está Tu cólera, ni de aquellos que están en el error". Refiriéndose, los primeros, a aquellos que estando conforme a la Voluntad del Cielo, colaboran con el "plan divino"; los segundos son los que no obedecen la ley sino contra su voluntad; y los terceros a la inmensa mayoría de los hombres que, retenidos por la multiplicidad van errantes en los ciclos de la manifestación, como la serpiente enroscada en el "árbol de enmedio" del Paraíso. 

Pero, ¿cómo se hace posible este pasaje hacia la dimensión vertical? 

Desde el punto de vista cíclico (explicado en la representación geométrica mediante la espiral plana, al referirse a un solo estado y a la hélice al referirse al pasaje entre dos estados) existe siempre una continuidad que no permite sentir la fuerza atractiva de la Divinidad, ya que esta influencia trascendente está sólo presente en el pasaje, o elemento por el cual un ciclo escapa al dominio del mismo participando de una discontinuidad. Discontinuidad que sólo se refleja en el nacimiento y la muerte, o se hace evidente desde el punto de vista del eje o centro. Puesto que este centro es la causa o principio del desarrollo de ese ciclo y por lo mismo está fuera de las condiciones espacio temporales que le pertenecen. 

En la continuidad cíclica, existe sin embargo, en el "paso de hélice" una distancia infinitesimal donde se refleja la "fuerza atractiva de la Divinidad". Esto explica por qué aun "los extraviados" colaboran con el plan divino sin saberlo, porque si bien es cierto que desde el interior de su estado no se siente la fuerza atractiva de la Divinidad, esta influencia trascendente está presente siempre y en cada momento y se hace más evidente en los momentos de pasaje cuando un ciclo escapa al dominio del mismo para caer en el dominio del siguiente. A este pasaje entre dos ciclos consecutivos se le da el nombre de "nacimiento o muerte" según se le vea desde el punto de vista de un ciclo anterior o posterior.Y a ellos están sujetos "los extraviados" o aquellos seres que estando dentro de la evolución universal no hicieron efectiva la posibilidad, para un ser individual, de escapar de la rueda de los ciclos elevando su espíritu por el eje vertical al haber encontrado el Camino. Pero como este pasaje participa de algún modo en la "discontinuidad" que existe entre dos estados del ser, es de cualquier manera un momento de conciencia en que un ser puede ser atraído por el Principio Trascendente mismo que está presente en el nacimiento (principio), en el medio o vida (centro del corazón) y en la muerte (fin). 

Ya que la "discontinuidad" en la que se hace consciente "la fuerza atractiva de la Divinidad" sólo se hace evidente en el pasaje de un ciclo hacia su centro, sólo el hombre que ha atravesado ciertas fases preliminares puede llegar a este momento preciso en el que se opera la "transformación" o reabsorción en la Unidad y obtener la liberación "en vida". Es cierto también, que debido a esta discontinuidad este proceso no es "gradual" y supone la desaparición de todo un orden de cosas, por lo que se experimenta como una muerte, hacia una resurrección en el universo espiritual concreto o cuerpo de resurrección al que se refiere el platonismo neozoroastriano de Sohravardi y que designa como Tierra Celeste. Es la Jerusalem Celeste de la tradición hebrea, el mundo de los atributos Divinos. 

Al final de esta lectura, donde el ser se ha manifestado de manera triple, en un trayecto que parte de la Unidad para regresar a ella después de haber copulado con su reflejo, Guénon ha desarrollado ritualmente, mediante una triple bendición, la ontología de la zarza ardiente que fue objeto del capítulo XVII y donde se explica la proposición en la que el Ser es a la vez sujeto y atributo, y donde la cópula entre el sujeto y el atributo es el Verbo (Ser) en acción: Eheieh asher Eheieh, "el Ser es el Ser". 

Si el Hombre Universal que la Cruz simboliza es el mediador, idéntico al Verbo, la cópula, el pasaje mismo que relaciona al Principio con la manifestación, es también quien une sus dos naturalezas, divina y humana por lo que toda manifestación de un ser, en cualquier estado que se encuentre, tiene la posibilidad de hacerse centro en relación al ser total, porque lo es al menos virtualmente y debe hacer de esta virtualidad una realidad actual. Es la conciencia de esta identidad del ser -concluye Guénon- que permanece a través de todas sus modificaciones y que se manifiesta como "Rayo Celeste" la que constituye verdaderamente para nuestro ser individual la "sensación de la eternidad". 

Por lo que se refiere al proceso efectivo de desarrollo que permite al ser llegar a esta "transformación", Guénon no tiene la intención de hablar en este libro cuyo carácter es puramente doctrinal. El insistir incansablemente sobre la doctrina -aspecto que muchos le han criticado a Guénon- tiene un gran valor, según los grandes sufís, porque es una manera de poner al discípulo virtualmente en el Eterno Presente, cuando no puede hacerlo de modo actual, y así mantener vivos en su corazón la imagen de su búsqueda, y su deseo de alcanzar la Unidad; y que de hacerlo así, llegará el momento que por simpatía encuentre la "situación" que le permita entrar en contacto con el eje vertical, el Camino y la Gracia. 

 
NOTAS
1 Cuando escribe en la revista La Gnose (de la que él fue fundador) algunos artículos que serían la base de este libro publicado en 1931 y de El Hombre y su devenir según el Vêdânta.
2 El término sufismo no es usado para designar ninguna forma tradicional, ya que se le da el nombre de sufí a un hombre que ha alcanzado la realización de sus posibilidades como ser humano y que por lo mismo ha trascendido la forma.
3 Que a su vez se había "nutrido" de la intelectualidad del más grande de los maestros espirituales: Muhyi-din Ibn Arabi nacido en Murcia en 1165, y que es uno de los pocos iniciados directamente por la persona de El-Khidr-Elías (maestro invisible de aquellos que han alcanzado la Liberación).
4 Un Polo es la presencia viva y actual de la Tradición Primordial para cada época, su intérprete autorizado.
5 Ellas son también las seis fases del tiempo, que en la doctrina Hindú de los ciclos cósmicos, se les da el nombre de manvántaras y que se completan con una séptima fase de llegada a la manifestación y de nueva salida hacia el Origen, para recorrer otras seis fases de regreso, más una séptima que es el mismo origen o centro.
6 No es una casualidad que la encarnación del Verbo se termine con el sacrificio de la cruz, y esta se convierta en el símbolo de la doctrina Cristiana, siendo el hecho histórico el símbolo de una verdad metafísica: la manifestación del Logos eterno.
7 Siendo siempre los desequilibrios solamente fases de un proceso cíclico que tiene lugar en el movimiento y que alcanza en el centro de la cruz, la vuelta al origen o equilibrio total representado por el punto central que es independiente de las vicisitudes cíclicas y que reina por su inmovilidad, imagen misma de la inmovilidad del Principio.
8 Esta expansión explica la "Unidad en la pluralidad y la pluralidad en la Unidad" ya que cualquier punto de esta esfera puede ser el origen o resultado del cruce de tres ejes de coordenadas. Basta establecer el eje vertical para determinar los otros dos.
9 Se conoce que los hemisferios cerebrales izquierdo y derecho son el órgano que procesa la realidad de dos modos diferentes, verbal y visual respectivamente, y que a su vez cada uno comprende modelos diferentes de representación: el derecho las simetrías radiales y el izquierdo las simetrías rectilíneas o bilaterales. Asimismo el lado izquierdo concibe mejor las formas bidimensionales, mientras que el derecho, es más hábil para concebir la tridimensionalidad. Se sabe también que el uso de ambos hemisferios promueve mediante el movimiento alternado el equilibrio necesario para hacer un cambio de nivel de conciencia.
10 René Guénon, Le Symbolisme de la Croix. Editions Véga. Paris.
11 Ibid, p. 156.
12 René Guénon, Le Symbolisme de la Croix. Editions Véga. Paris.
13 Corán, Sura XXIV: 35.
14 Henry Corbin, L'Homme de Lumière dans le soufisme Iranien. Editions Présence. France.
15 Corán, Sura I: 5, 6, 7.
16 La zarza ardiente es la forma en la que se manifiesta Dios a Moisés en el Sinaí. Moisés le pregunta cual es su Nombre y Dios le responde "Eheieh asher Eheieh".
 
 
 
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