SYMBOLOS
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RENE GUENON: Polémica con A. Frank-Duquesne
Las siguientes son reseñas de René Guénon publicadas en 1949 en la revista francesa Etudes Traditionnelles que manifiestan la polémica que sostuvo con un redactor de otra publicación, Etudes Carmelitaines, y son un ejemplo de la reacción de un personaje "integrista" católico. Fueron reproducidas en su libro póstumo Comptes Rendus, Ed. Traditionnelles, París 1982. Págs. 193 a 213, 215 a 219.
 
Los "Etudes Carmelitaines" han publicado, en el curso del año 1948, un número especial sobre Satán; se trata de un volumen grueso que comprende exactamente 666 páginas, número que, en esta ocasión, parece haber sido elegido expresamente. En él hay cosas que proceden de puntos de vista muy diversos y que son de un interés bastante desigual; cuando se trata de consideraciones puramente teológicas, naturalmente no hay nada que volver a decir, empero, en los artículos cuyo carácter es sobre todo histórico o exegético, se siente muy a menudo una influencia demasiado marcada por ciertas ideas modernas. Hay sin embargo uno en el que hemos encontrado reflexiones muy justas sobre el materialismo de hecho que impide a tantos de nuestros contemporáneos, incluso entre aquellos que se dicen "creyentes" , pensar seriamente en la existencia de las cosas invisibles, y acerca de "la impresión de molestia y de desagrado que causa la idea de la existencia del Diablo al común de los hombres de hoy día" , de donde viene una tendencia cada vez más pronunciada a "minimizar" esta cuestión o incluso a ignorarla completamente; y lo que es verdaderamente curioso, es que el autor de este artículo no es un religioso sino un profesor de la Sorbona.  

Un estudio sobre El adversario del Dios bueno en los [pueblos] primitivos contiene referencias bastante interesantes, aunque la clasificación de las civilizaciones llamadas "primitivas" que allí se adopta nos parece suscitar buen número de reservas. En todo caso, lo que no podemos sino aprobar, es la manera en que ahí se denuncian las confusiones a las cuales da lugar con frecuencia el uso, o mejor dicho el abuso, del nombre de "diablo", el cual, correspondiendo a una noción bien determinada, no podrá, incluso cuando se trate realmente de entidades maléficas, ser aplicado indistintamente en todos los casos. Desafortunadamente, no es seguro que todos los colaboradores de la revista estén ellos mismos a salvo de estas confusiones. ¡Los textos que se han puesto a algunas ilustraciones nos hacen temer incluso que algunos de entre ellos hayan llegado al punto de compartir el error grosero de viajeros mal informados e incomprensivos que toman por "diablos" a las divinidades "terribles" del Mahayana! 

Señalemos también otro estudio, El Príncipe de las Tinieblas en su reino, que contiene la traducción de curiosos textos maniqueos; nos parece que sería interesante examinarlos desde el punto de vista de su simbolismo, lo que apenas ha hecho el autor; están, por otra parte, muy lejos de ser claros y se tiene la impresión de que estos fragmentos no nos han llegado sino en un estado muy defectuoso e incluso más bien desordenado; en el fondo: ¿Se sabrá alguna vez qué fue exactamente el Maniqueísmo?  

Pasaremos de largo sobre aquello que se relaciona con "diablerías" diversas, procesos de brujería, casos de posesión y de pseudo posesión; mencionaremos sólo, a título de curiosidad, la reproducción de algunos documentos inéditos referentes al abad Boullan, seguida de un doble estudio grafológico y psiquiátrico. Mas, a propósito de siquiatría, ¿qué decir del lugar que se ha creído deber hacer, por otro lado, al psicoanálisis, a tal punto que se llega incluso a hablar (queremos creer al menos que esto no es sino en un sentido figurado) de un "psicoanálisis del diablo"? He ahí una infiltración más del espíritu moderno que nos parece particularmente inquietante; y, cuando se asocia al advenimiento de esta psiquiatría sospechosa "el desarrollo del espíritu crítico", con una intención visiblemente benevolente, eso tampoco es algo que nos tranquilice... En cuanto a los artículos que se refieren al arte y a la literatura, dan, en su conjunto, una impresión más bien confusa, y muchas de las consideraciones que contienen no se apegan a la verdadera cuestión del satanismo sino de un modo bastante desviado. Algo que nos ha llamado la atención es que, a propósito de la acción de Satán en el mundo actual, no se haya hablado apenas más que de Hitler y el nacional socialismo; habría habido, sin embargo, mucho que decir sobre la influencia de la contra iniciación y sus agentes directos o indirectos; pero, a este respecto, encontramos solamente, en una nota de la redacción, algunas líneas consagradas incidentalmente al siniestro "mago negro" Aleister Crowley, cuya muerte se anunció hacia el fin de 1947; es realmente muy poco...  

En lo que debe detenerse nuestra atención principalmente, es en un extenso estudio (tan extenso que pareciera que se ha querido hacer de él la parte principal de este volumen) titulado Reflexiones sobre Satán al margen de la tradición judeocristiana, cuyo autor, el Sr. Albert Frank-Duquesne, es al mismo tiempo uno de los colaboradores de Cahiers du Symbolisme Chrétien de los que hemos hablado recientemente (nº de septiembre de 1948), y es precisamente él quien nos ha atribuido gratuitamente una actitud que está en "las antípodas del espíritu cristiano". Aún aquí, al tiempo que nos dirige algunos elogios un poco equívocos y, si se puede decir, "de doble filo", ha sentido él la necesidad de emprenderla contra nosotros a propósito de lo que hemos dicho sobre el simbolismo "ambivalente" de la serpiente, sobre el que hace penosos esfuerzos para negar el aspecto benéfico; pareciera que jamás ha escuchado hablar de la serpiente tomada como símbolo de Cristo, ni de la anfisbena que, en el simbolismo cristiano antiguo, reunía ambos aspectos opuestos; ¡que lástima que el lamentable accidente acontecido a la edición del Bestiario de L. Charbonneau-Lassay nos impida (esperamos que momentáneamente) enviárselo! Su trabajo, de un modo general, es por otro lado muy erudito (ha querido incluso incluir en él demasiadas cosas, entre las cuales reconocemos con gusto que las hay excelentes, como por ejemplo la puesta en claro de la cuestión de los "espíritus puros"), pero se trata de una erudición que quizá no es siempre perfectamente cierta, lo que a decir verdad no puede reprocharse con demasiada severidad a alguien que se declara él mismo "autodidacta casi total"... Empero, ha debido leer muchas obras ocultistas y probablemente frecuentado también ciertos ambientes de la misma categoría, cometiendo la equivocación de aceptar confiadamente todas las informaciones más o menos bizarras que ha podido recabar. Es así que atribuye a los "Rosacruces" algunas teorías que son simplemente las de algunos pseudo-rosacruces modernos del género de Steiner o de Max Heindel, lo que no es seguramente la misma cosa; igualmente, no duda en calificar, en repetidas ocasiones, de "tradiciones iniciáticas" fantasías ocultistas y teosofistas que no tienen seguramente nada de tradicional ni de iniciático; parece haberse fascinado especialmente por los "Señores de la Llama" de la Sra. Blavatsky y, para colmo de desgracias, ¡hasta llega en uno de estos casos a referirse a los "Polares" y su fantasmagórica Asia Misteriosa! Debemos ser breves, pero no podemos sin embargo dispensarnos de citar aún, en el mismo orden de ideas, otro ejemplo completamente típico: asegura, fiándose en alguien de quien creemos más caritativo no revelar el nombre, aunque él lo escribe con todas sus letras, haber conocido "el caso de dos víctimas del Agartha, fulminadas a distancia después de ser advertidas"; ¿qué extraña idea se hacen pues estas gentes del Agartha, y no lo confundirán con esas "parodias" de lo más sospechosas que uno ve surgir de cuando en cuando y en las cuales la charlatanería se complica a menudo con cosas mucho peores y además peligrosas? Al leer historias como esas, que no les hacen sino muy bien el juego a los "falsificadores" de todo tipo, pues éstos no pueden desear nada mejor que ver admitidas así sus pretensiones sin fundamento, ¡se creería uno casi vuelto a los buenos tiempos de la difunta R.I.S.S.! Uno puede preguntarse por otro lado si hay ahí tanto espíritu "naïf" como a primera vista parecería, o si todo ello no es más bien parte integrante de esas nuevas confusiones que se trata de diseminar a propósito del esoterismo y que hemos denunciado en estos últimos tiempos (y nuestros lectores podrán ahora comprender aún mejor las razones que hemos tenido para hacerlo). Lo que es aún más singular que todo lo demás, y también más claramente significativo bajo el mismo punto de vista, es la forma en que el autor ataca a Metatron, que él pretende haber sido "sustituido" a Memra y al que quiere oponerlo declarando que "hay que elegir" entre los dos, como si no se tratara de dos principios completamente diferentes y que incluso no se sitúan al mismo nivel; hay ahí todo un párrafo que habría que examinar casi palabra por palabra si tuviéramos el tiempo de hacerlo, pues es ciertamente el que "esclarece" más completamente las intenciones que se ocultan bajo todo ello. La traducción de Sâr ha ôlam por "Príncipe de este mundo" es una verdadera enormidad, contra la que hemos tenido buen cuidado de poner expresamente en guardia, y el Sr. Frank-Duquesne no puede evidentemente ignorarlo, pues, algunas líneas más adelante, cita El Rey del Mundo; pero precisamente esta cita se acompaña de una enumeración heteróclita de "sectas secretas", que termina con una mención de "afiliados del Agartha", (es decididamente una obsesión) de la que bien quisiéramos saber a qué o quién puede referirse en realidad... De ningún modo podemos admitir estas asimilaciones e insinuaciones más que tendenciosas, ni dejarlas pasar sin protestar enérgicamente; no es entre Memra y Metatrón sino entre el esoterismo y sus falsificaciones, más o menos groseras, que hay "que elegir"; sabemos bien que el Sr. Frank-Duquesne y sus colaboradores eludirán siempre toda explicación clara diciendo que "mencionar y citar no es sinónimo de aprobar y admitir", lo que los dispensa (al menos así lo creen ellos) de dejar ver el fondo de su pensamiento; pero todas las personas de buena fe que conocen nuestra obra ¡no necesitarán seguramente de más precisiones para saber a qué atenerse ante semejantes procedimientos! 

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A consecuencia de la reseña que hicimos en el número de enero-febrero de 1949 sobre el volumen acerca de Satán en Études Carmelitaines, recibimos del Sr. Frank-Duquesne una carta de ocho grandes páginas mecanografiadas, que no es de principio a fin sino un tejido de injurias de una inconcebible grosería. Es un documento "psicológico" poco ordinario y de los más edificantes; también nos lamentamos vivamente de no poder reproducirlo íntegramente, primero a causa de su excesiva extensión, después porque ciertos pasajes traen a cuento a terceros que son totalmente extraños a este asunto, y por último porque hay otros que contienen términos demasiado vulgares como para que sea posible hacerlos figurar en una publicación que se respete. Sin embargo daremos al menos, comentándolos como conviene, suficientes extractos para que nuestros lectores puedan hacerse una idea justa de la extraña mentalidad de este personaje; ¡seguramente quedarán tan estupefactos como nosotros mismos, de que una gran revista católica haya podido solicitar los servicios de un colaborador semejante!  

He aquí, para comenzar, el inicio de este documento, del que respetamos escrupulosamente el estilo e incluso la puntuación: "La cortesía... tradicional me obliga a agradecerle. De haberme iniciado, a la idiosincrasia y a las dimensiones intelectuales del Sr. René Guénon. A falta de una tribuna yo no trato mis pequeños asuntos personales en las revistas en las que colaboro: a cada quien sus procedimientos, me permito pagarle con la misma moneda gracias a la presente, seguro, por otra parte, de que no verá mal alguno en que envíe copia a una cincuentena de amigos". De modo que, según este señor, las cuestiones de orden doctrinal, pues únicamente de esto se trataba para nosotros, son "nuestros pequeños asuntos personales"; cada quien es así llevado naturalmente a atribuir a los otros sus propias "dimensiones", para hablar como él. En cuanto a la publicidad que quiere dar a su elucubración, no solamente no vemos en ello ningún mal sino que lo estimamos completamente insuficiente para que pueda hacerse juzgar como lo amerita en los ambientes en los que ha logrado introducirse y, como se ve, nos toca también por nuestra parte contribuir a ello.  

Por principio de cuentas, se burla de nuestra "clarividencia" (cosa a la cual pretendemos tanto menos cuanto que la vemos como no siendo generalmente sino el signo de un estado de desequilibrio psíquico), ya que, asegura él, el número de 666 páginas no ha sido "querido expresamente", al menos por la dirección y los redactores de la revista, quienes se han "quedado estúpidos" ante ello; en su lugar, si así fuera, nos habría inquietado fuertemente el hacer tal constatación, y como parece desprenderse de las explicaciones que siguen que este bello resultado fue debido sobre todo a alargamientos sucesivos y en alguna medida involuntarios del artículo del Sr. F.-D., nos habríamos preguntado a qué influencias singulares pudiera él servir inconscientemente de vehículo... Después de haber llegado hasta a tratarnos de "profano", lo que es verdaderamente el colmo, añade esta frase: "Cuando se presume de Gran Copto, señor, hay que evitar dar la impresión de que se hace de payaso". Con seguridad, nosotros no tenemos la menor semejanza con Cagliostro, sea bajo el punto de vista que fuese, y no podrá caerse en mayor falsedad; en cuanto a lo de "hacer de payaso" , no podemos hacer nada mejor que devolver a nuestro cálido contradictor ese mismo cumplido, ¡que muy bien le conviene! Pretende que nos hemos quejado "de que a los 'fenómenos' del satanismo contemporáneo se les haya reservado tan poco espacio", cuando nosotros hemos dicho, al contrario, simplemente: "Pasaremos de largo sobre aquello que se relaciona con 'diablerías' diversas", porque ello carece de interés desde nuestro punto de vista, y de aquello que nos hemos quejado en realidad es de que no se haya dicho casi nada de la acción actual de la contra iniciación, lo que no tiene nada en común con fantasmagorías cualesquiera; ¡he ahí como es que ciertas gentes saben leer! Enseguida nos reprocha de "manejar con nuestra habitual soberbia el plural mayestático", en lo que coincide de modo muy divertido con el Sr. Paul le Cour; ignora sin duda que el empleo del "nosotros" es, para cualquiera que escriba, una simple regla de "savoir vivre"; es cierto que esto ya no está más de moda en el occidente actual, y en lo que concierne especialmente al Sr. F.-D., es evidente que la más elemental educación le es totalmente extraña... Pero continuemos nuestra cita: "Si usted no estuviera sujeto por el famoso secreto parecido a la vaselina, de la que los tabiques de los autobuses ingleses proclaman que es "good for all uses", usted diría cosas, pero unas cosas..." ¡Cuando se sabe lo que hemos escrito en varias ocasiones sobre ciertos pretendidos "secretos " y sobre el abuso que de ello hacen los ocultistas de toda categoría, esto se vuelve decididamente cada vez más cómico! Pasemos a algo que puede parecer un poco más serio, pues se trata de un intento por justificarse de habernos imputado una actitud "en las antípodas del espíritu cristiano"; la razón que se da es verdaderamente admirable: "Después de la justa y saludable expulsión de los gnósticos, luego del rechazo en las tinieblas exteriores de los Paulicianos, Bogomiles, Cátaros y Patarinos, el "Orbis terrarum" cristiano ha dado a conocer claramente que vomita el esoterismo y el determinismo de sus recetas deificantes. Pues bien, usted se sitúa, que yo sepa, en la huella o las filas del gnosticismo". Es verdaderamente una lástima para el "conocimiento" del Sr. F.-D. que se entere de que el gnosticismo bajo sus múltiples formas (que nunca fue el producto del esoterismo puro, sino al contrario, de una cierta confusión entre el esoterismo y el exoterismo, de ahí su carácter "herético") no nos interesa en lo más mínimo, y que, "indudablemente", todo aquello que podemos conocer nos ha venido de fuentes que no tienen la más mínima relación con él. En el mismo párrafo encontramos una frase arrojada incidentalmente y que nos deja perplejos: "Yo lo 'sigo' desde del tiempo en que usted era uno de los Oriónidas de la calle de Roma (al menos ocasionalmente)"; debemos confesar que no logramos comprender de qué se trata, pero, cualquier cosa que ello pueda querer decir, como es en todo caso imposible que hayamos estado aquí o allá sin saberlo, no dudamos en oponer a ello nuestro más formal desmentido. Lo que no tiene apenas más valor, en cuanto a veracidad, es que este señor nos atribuya "salidas glacialmente rabiosas"; le lanzamos el reto de indicar una sola en todos nuestros libros y en todos nuestros artículos sin excepción; ¡es él quien, en realidad, rezuma rabia al punto de casi ahogarse! Pero continuemos todavía, pues esto va a volverse muy instructivo: "Si usted representa, frente a la "pseudo-iniciación" y a la "contra-iniciación", la "iniciación" verdadera, ésta, a su vez, representa a mis ojos de creyente la forma más sutil, la más deiforme (como el mono es antropoide), la más peligrosa de contra-religión". De este modo, y eso es lo más importante para nosotros, el Sr. F.-D. se sitúa abiertamente entre los peores enemigos de todo esoterismo y de toda iniciación; la situación es pues perfectamente clara ahora a este respecto, al menos en lo que le concierne, y se comprenderá que, aunque no hayamos logrado sino obtener estas precisiones, nunca será demasiado felicitarnos por tal resultado. He aquí ahora una consecuencia imprevista de esta actitud: "No teniendo, como católico, ninguna razón para adoptar su clasificación de las agrupaciones esotéricas antes que cualquier otra, y no teniendo por meta sino revelar someramente, a un público totalmente ignorante de estas cosas, aquello que han podido pretender los innumerables ambientes que se atribuyen la iniciación, era completamente natural "meter a todos en el mismo saco". Eso es como decir que un católico, según la concepción del Sr. F.-D., tiene el derecho e incluso el deber, si él así lo considera, de confundir, a sabiendas, sin ningún cuidado por la veracidad, el esoterismo y la iniciación auténticos con sus múltiples falsificaciones; ¡como muestra de buena fe, seguramente no se puede encontrar nada mejor! Llegamos a una historia que después de la alusión a los enigmáticos "Oriónidas", acabará de mostrar lo que valen las comidillas recopiladas a diestro y siniestro por el Sr. F.-D.: "Donde usted se sobrepasa verdaderamente, es cuando escribe: 'Para colmo de desgracia (retenga bien esta palabra 'desgracia', Guénon: ella le va a recaer sobre la nariz dentro un instante), él (ese soy yo) llega incluso a referirse (sic) a los 'Polares' y su fantasmagórica Asia Misteriosa'. Pero ¿quién ha hecho el prefacio de Asia Misteriosa? Un cierto René Guénon. ¿Quién ha 'lanzado' los Polares?' (Debemos aquí suprimir muchos nombres propios para evitar las rectificaciones posibles.) '... y el Sr. René Guénon, que no desdeñó engancharse para hacer andar la pequeña mecánica a 'luz astral'. ¡Sí, usted, Gran Epopto, es quien se ha interesado en ese juguete 'psíquico', por el cual yo no me habría molestado! Es más tarde, en febrero de 1931, que usted se enredó con sus Polares". El final de la línea es demasiado infecto, en el sentido más estricto de esta palabra, como para que nos sea posible transcribirla; pero lo que precede exige una aclaración, y ello ciertamente no nos causa el más mínimo embarazo. Asia Misteriosa ha aparecido con tres prefacios, de los cuales ninguno es nuestro; es cierto que habíamos escrito uno, que no contenía, por otro lado, sino generalidades, tan poco comprometedoras como era posible, pero no lo habíamos hecho más que para permitirnos esperar, sin forzar nada, el resultado de una cierta verificación a la cual teníamos que proceder, sin que por otra parte hubiéramos tenido que poner en marcha nosotros mismos para ello ninguna "mecánica" (como tampoco "molestarnos", pues se nos había venido a buscar a nuestra propia casa, y es por ello que la simple honestidad nos obligaba a controlar la cosa seriamente antes de pronunciarnos definitivamente en un sentido u otro); habiendo sido negativo ese resultado, retiramos pura y simplemente el dicho prefacio, con prohibición expresa de hacerlo figurar en el volumen, donde es bien fácil para cualquiera asegurarse que en efecto no se encuentra. Eso sucedía, no en febrero de 1931, sino durante el verano de 1929 (y es por demás al final de ese mismo año que apareció Asia Misteriosa); y desde 1927 estábamos tan poco dispuestos a "lanzar" los Polares que nos negamos formalmente a toda participación en sus "trabajos", no habiendo tenido jamás el más mínimo gusto por los melindres de la "magia ceremonial", que entonces acababa de aparecer repentinamente como debiendo constituir su parte principal. Como parece imposible que alguien llevara la inconsciencia hasta afirmar, refiriéndose a nosotros mismos, hechos que nos concernieran y cuya falsedad conociese, hay que concluir de ello que no tenemos sino demasiada razón en reprochar al Sr. F.-D. el acoger ciegamente todo aquello que se le cuenta, al menos cuando eso puede servir a su tesis; y podemos asimismo devolverle una de las amables frases que ha tenido la audacia de dirigirnos: "En cuanto a 'andar'..., indudablemente, sí, usted 'anda', y a menudo."  

No nos demoraremos, pues esto nunca acabaría, con sus protestas contra los "móviles secretos" que nosotros le habríamos atribuido, tanto más cuanto que, sea él mismo consciente o sea llevado en su ignorancia como muchos otros, eso no cambia nada en el fondo y no nos interesa en forma alguna. Sigue una disertación sobre Memra y Metatrón, mediante la cual cree él abatirnos bajo el peso de su erudición rabínica; podemos asegurarle que todas sus "autoridades" no nos impresionan en absoluto, no más que sus sutilezas gramaticales, y no nos impiden sostener que Sâr ha ôlam significa "Príncipe del Mundo" en sentido absoluto, es decir, de todo el conjunto de la manifestación universal, exactamente como la expresión similar Melek ha ôlam, que aparece con tanta frecuencia en las oraciones israelitas y que se dirige a Dios, no puede significar otra cosa que "Rey del Mundo" entendido en el mismo sentido; (...)  

Aún no hemos visto lo peor, y vamos a necesitar hacer todavía largas citas para la edificación de nuestros lectores, excusándonos siempre de tener que inflingirles tal fastidio: "No puedo, sin mentirme a mí mismo, sin traición hacia aquello que tengo como más querido, no tenerlo a usted como el más pérfido, el más peligroso enemigo de Jesucristo "difundido y transmitido" en su Iglesia. Irreconciliable, como la asíntota con la hipérbole. Tengo para mí que su Simbolismo de la Cruz, por todo aquello que calla, salvo una alusión furtiva y desdeñosa en la introducción, es un libro revulsivo y portador de una cierta garra". ¿Y la prosa "irritante" del Sr. F.-D., qué "garra" porta entonces? Viene luego una frase concerniente a un filósofo "neo-escolástico" cuya hostilidad respecto a nosotros nos es bien conocida, pero a quien esa frase atribuye, sobre un punto particular, una intención que, después de una verificación del texto íntegro, no nos parece sin embargo evidente en modo alguno. "Sería gravemente culpable si callo. "No veo qué le daría el derecho de escapar a la crítica -a menos que no fuera ya vuestro impagable 'tono' de 'ampulosidad' ontológica (luego de la opereta "Si yo fuera Rey", faltaría una: "Si yo fuera Papa"), ese 'tono' que recogen piadosamente sus discípulos en su cauda, y les confiere a todos el mismo estilo impersonal, diluido, de subalterno, sin vigor ni nada que 'cautive', ¡a tal punto que he podido redactar cosas 'a la manera de Guénon', que los conocedores han tomado por fragmentos auténticos de 'metafísica'! Usted es un hereje como aquéllos que la Iglesia ha conocido y combatido por millares en el curso de los siglos". Hemos de enseñar a este señor una cosa que sin embargo creíamos del todo evidente: es que nadie podría ser "hereje" dentro de una forma tradicional que no sea aquella a la que pertenece; hay ahí una situación de hecho que es necesario que él mismo y sus similares se resignen a aguantar. Además, henos aquí obligados aún a repetir, quizá por centésima vez, que no tenemos discípulos, que nunca los hemos tenido y que no los tendremos jamás; en cuanto a la cuestión de estilo, es sin duda un asunto de gusto, pero, si el Sr. F.-D. encuentra el suyo "cautivante", será probablemente el único de esta opinión; mas veamos un poco más lejos: "Yo lo acuso de derribar una puerta abierta y de cortar en el agua (¿pero por qué? ¡no es usted a pesar de todo animal hasta ese punto!) cuando usted me atribuye, igual que a mis míticos 'colaboradores' un falso espíritu 'naïf', la propagación de 'nuevas confusiones', 'intenciones ocultas' que usted hace el ademán de 'aclarar' (a la manera del bonachón que, con muchos remilgos, hiciera el gesto de descubrir la gibosidad de un jorobado). Usted habla de 'asimilaciones' y de 'insinuaciones más que tendenciosas': cuando usted me haya precisado cuáles, le responderé con toda la brutalidad requerida. Hasta el presente yo he llamado siempre gato al gato y a Guénon un enemigo de Cristo y de la Iglesia". Y todavía más: "Las 'explicaciones claras' son una lindeza formuladas por un personaje cuyo único método consiste en 'economizar' la verdad, ¡ya que la 'iniciación' implica el secreto!" Lo sostiene decididamente, como si no hubiéramos explicado jamás en qué consiste el verdadero secreto iniciático, el único que cuenta para nosotros. "Yo no 'dejaría ver el fondo de mi pensamiento', si le entiendo; quienquiera que me haya leído o escuchado debe preguntarse qué juego está usted jugando. 'Semejantes procedimientos', para hablar como usted, constituyen una confesión de rabia: es pesado ser desenmascarado, ¿eh?" Sí, es muy "pesado" en efecto, pero no para nosotros que jamás hemos portado "máscara" alguna (y sabemos muy bien lo que eso nos ha costado en nuestra vida), sino para el hombre vil del que nos ocupamos, pues a fin de cuentas, si nuestros señalamientos no hubieran tocado algo, ¿porqué se pone tan furioso que pierde toda noción de dignidad e incluso de simple decencia? "En fin, cuando usted me insta a 'elegir entre el esoterismo y sus falsificaciones', yo salto, riéndome con desdén, fuera de ese círculo de Popilio: ¡a otra cosa compadre! ¡Hipnotice pollos con su trozo de tiza: no a mí! 'Esoterismo' falsificado o grosero... es como si me conminara a elegir entre el Protestantismo verdadero, el de los Reformadores, y el de los 'liberales'. ¡Ni el uno ni el otro! ¡Ambos a la caldera!"  

Hubiéramos querido poder detenernos sobre esta "arrebatadora" manifestación de "caridad cristiana", ¡pero cómo! hay todavía un interminable post scriptum del que hemos de citar también algunos "extractos significativos": "Visiblemente, ¡usted no está cocido, sino roído, almidonado de suficiencia! Su tono pedante, de subalterno, regañón, amonestador, acabará por atraerle algún día los azotes de alguien más "empollado" que usted. ¡Confiese que ciertas partes de su artículo aparentan una edad pretenciosa! Como usted nunca se pone los guantes para hablar de los otros, he decidido que en el futuro no los usaré para ponerlo completamente al desnudo cuando la ocasión justifique ese gesto de mi parte. El pontificado Guénon se convierte a la larga en un camelo demasiado fúnebre. Sus aseveraciones pueden tener éxito con un público que no las va a ver de muy cerca. Conmigo, ¡ni hablar!" 

"Para nada le pido que reproduzca, ni siquiera en parte, mi respuesta en Etudes Traditionnelles. Primero, ... " (Aquí se sitúa un insulto gratuito dirigido a nuestro Director). "Luego, porque no podría usted resolverse a ello, incluso si dispusiera del espacio requerido (salvo para reproducir una u otra de mis frases, truncada, o desviada de su contexto y su sentido)" En esto, verá que se ha equivocado completamente y que no estamos ni atemorizados ni siquiera molestos por sus insultos; es cierto que podría todavía pretender que hemos "truncado" algunas de sus frases, ya que la necesidad de abreviar lo más posible (¡los E. T. jamás se han podido permitir tener 666 páginas!) nos ha hecho suprimir tal incidente que no añadía nada importante al sentido, o tal referencia que no tenía manifiestamente por finalidad más que hacer gala de erudición; pero continuemos: "En fin, porque no quiero llenar las columnas de su revista con una colaboración voluntaria. Me importa poco que sus lectores perciban al verdadero Guénon". ¡Creemos más bien, por nuestra parte, que ellos percibirán al verdadero F.-D.! "Lo único que cuenta a mis ojos, es que usted se juzgue a sí mismo (si es usted capaz, si no está usted petrificado por su certeza de infalibilidad). Entre nosotros dos, sosteniendo la mirada, yo le digo: Guénon, "my boy", es usted un farsante". Y nosotros, a este individuo que es ciertamente mucho más joven que nosotros y a quien no le basta una lengua para exhalar su rabia, le decimos francamente: ¡es usted un palurdo! "Si usted es verdaderamente un Jîvanmukta..." Henos aquí, otra vez, obligados a detenernos: ¿dónde hemos alguna vez emitido tal pretensión, y dónde hemos hecho incluso la más mínima alusión a aquello que podemos o no podemos ser, cosa que no compete más que a nosotros? "Si usted fuera verdaderamente un Jîvanmukta, no mentiría, no amañaría sus textos, no haría usted suposiciones dignas del abad Barbier o del bravo Delassus, usted se guardaría como de la peste de atribuir intenciones a sus adversarios, cuando nada las justifica. Sobre todo, estaría usted liberado de ese tono de niño precoz y primero de clase". Hay que estar de acuerdo en que la última frase se aplica maravillosamente a alguien que ha sobrepasado los sesenta... " Yo no hablo de la excesiva belleza espiritual que dejan percibir algunas de sus intervenciones contra la humildad, la caridad, la vía del amor teologal, la 'pasividad' mística, Usted es un hombre muy sabio, un espíritu poderoso, sutil, pero su carácter no es estimable. "You are not" 'auténtico'. Usted no suena verdadero. Y sus epígonos no alcanzan la altura de sus calcetines". ¿Qué importa nuestro carácter, que estimable o no (y del que nada puede saber él), no tiene en todo caso nada que ver con lo que escribimos y no podría ni aumentar o disminuir por poco que fuere su valor intrínseco? "Hay tan pocas cabezas pensantes en la hora actual, que me apena haberle escrito así. Mas, verdaderamente, su artículo de los E. T., que se podría tomar por un "como si" caricaturesco de Guénon, provocaba la burla o la azotaina. La segunda es más caritativa que la primera".  

Esta vez, ha sido incluso demasiado; se comprenderá que no nos rebajemos para responder unas acusaciones que verdaderamente no pueden alcanzarnos, y de las que todos aquellos que nos conocen (que no es ciertamente el caso de nuestro maleducado contradictor, sea lo que sea que el pueda pretender) no sabrán sino muy bien lo que conviene pensar; al escribir todas esas bellas cosas (y recordamos que no hemos podido reproducir los pasajes más indecentes de su diatriba), este personaje, como él mismo lo dice, en verdad se ha "juzgado a sí mismo". Aparte de la grosería del lenguaje que le es muy personal, el propósito de este supuesto apóstol de la "caridad cristiana", de lo que se jacta a cada instante, recuerda a la vez las disputas vociferantes de la sinagoga (no por nada es hijo de rabino) y las querellas ponzoñosas de los predicadores de "fraternidad universal" que uno encuentra en los ambientes neo-espiritualistas; ¡está realmente bien calificado para hablar de "belleza espiritual"! Hemos sido el blanco, luego de más de cuarenta años que ello dura, de muchos ataques de todo tipo, pero, hasta ahora, nunca habíamos constatado sino una sola vez tal explosión de odio verdaderamente "satánico" (es el caso señalarlo), y ello de parte de un siniestro individuo que, por una coincidencia al menos extraña, ¡se placía en hacer figurar en su firma el número 666! Lamentamos haber tenido que ocupar tan extensamente a nuestros lectores con un asunto tan despreciable, pero hacía buena falta para que sepan a qué atenerse en cuanto a lo que valen ciertas gentes que no podemos seguramente consentir en tratar como "adversarios" según ellos pretenden, pues eso sería hacerles demasiado honor; y terminaremos dirigiendo a este singular señor la expresión del profundo disgusto que sentimos en presencia de tal desbordamiento de ignominia, que no puede evidentemente manchar más que a su autor.  

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El sr. Frank-Duquesne, manifiestamente afrentado por que hayamos osado permitirnos responder a su inmundo documento, nos ha dirigido una nueva epístola llena de ira; nuestro primer movimiento ha sido el de tirarla al cesto pura y simplemente, pero, reflexionando, hemos considerado que eso sería verdaderamente una lástima para la documentación y la edificación de nuestros lectores. Ella comienza por informarnos que un "amigo parisino" le ha comunicado el nº de E. T. conteniendo nuestra respuesta, que ciertamente no escribimos con la intención de que permaneciera ignorada por él; y, luego de haber transcrito el "comentario" que acompañaba este envío añade: "Si yo le revelara el nombre del signatario, usted se caería de las nubes..." En esto está muy equivocado, pues, sin que él nos lo "revele", lo hemos adivinado inmediatamente; no fue muy difícil, y no había necesidad para ello de recurrir a la más mínima "clarividencia". En cuanto a la opinión de este "amigo parisino" (que quizá es lionés, pero poco importa), no nos impresiona para nada, pues ya hace mucho tiempo que sabemos a qué atenernos a su respecto; quien calificó hace mucho como "novelas" algunas de nuestras obras puede muy bien haber encontrado también que, en nuestra respuesta, "eludíamos toda justificación" (no vamos por lo demás a "justificarnos" delante de nadie, siendo absoluta nuestra independencia en todos respectos); se puede ser muy erudito y adolecer de juicio, y creemos incluso que esto no es extremadamente raro. Mucho queremos, sin embargo, dar satisfacción al "amigo parisino" sobre el punto que él menciona expresamente, pues eso se puede hacer fácilmente en unas cuantas palabras: nuestra actitud no puede ser necesariamente sino favorable a toda organización auténticamente tradicional, sea la que fuere, tanto de orden exotérico como de orden esotérico, por el sólo hecho de ser tradicional; como es incuestionable que la Iglesia posee ese carácter, se sigue inmediatamente que no podemos ser para ella que todo lo opuesto de un "enemigo"; eso es de una evidencia tal que ¡no habíamos jamás creído que pudiera haber alguna utilidad en escribirlo con todas sus letras! Pero veamos ahora lo que dice F.-D., él mismo: "¡Vaya, Guénon, y no peque más! Y diga con razón que no lo impone a todo el mundo. La lección bien valía la pena una epístola, sin duda.... En fin, si usted es capaz, pregúntese quién ha comenzado... Yo nunca ataco, siempre respondo". Como audacia, o como inconsciencia, es verdaderamente un poco fuerte: la cuestión de saber "quién ha comenzado" ni se plantea, ya que ignorábamos totalmente la existencia de este individuo antes de leer los artículos en los que ha sentido él necesidad de atacarnos; evidentemente está bien persuadido, en su inconcebible vanidad, que tiene derecho a decir de nosotros lo que quiera, pero que nosotros no tenemos el de responderle... En cuanto a querer "imponerlo" a quien quiera que sea, nada ha estado jamás más lejos de nuestro pensamiento: esto carecería por lo demás de objeto, pues, en toda nuestra obra, nos hemos siempre abstenido cuidadosamente de introducir la menor idea "personal", y además siempre nos hemos negado formalmente a tener "discípulos". Continuemos, pues lo que sigue es todavía más "instructivo", por lo menos en lo que concierne al estado mental del extraño personaje del que nos ocupamos: "Cuando usted pretende que 'me place hacer figurar en mi firma el número 666', usted miente, usted sabe que miente y usted miente deliberadamente. El público que lo lee no sabe nada de ello. Pero yo lo se, y usted lo sabe. Y me basta que usted lo sepa". Lo que nosotros sabemos perfectamente es que jamás mentimos; pero lo que no sabíamos hasta el momento, debemos confesarlo (y lo hacemos gustosamente, más cuanto que no tenemos pretensión alguna a la "psicología"), es que el furor pudiera hacer a alguien perder la cabeza y turbar su espíritu al punto de llevarlo a afirmar con tal impudicia, dirigiéndose a nosotros mismos, ¡que hemos escrito algo que en realidad nunca hemos escrito y ni siquiera pensado! Quienquiera que esté en su buen juicio no tendrá más que referirse al pasaje en el cual se encuentran efectivamente las palabras citadas para darse cuenta inmediatamente que éstas no se refieren en modo alguno a F.-D., sino más bien a otro "individuo siniestro"; precisaremos, para convencerlo de su error, que se trata de un sedicente príncipe camboyano que hizo hace mucho aparecer contra nosotros en el Bulletin des Polaires (¡verdaderamente qué pequeño es el mundo!) un odioso y grosero artículo, y que introducía a veces en su firma un símbolo del número 666 para hacerle la competencia al difunto Aleister Crowley. La comparación que hacíamos era solamente sobre el "tono" felizmente excepcional del ataque, y en cuanto a la "coincidencia" a la que aludíamos, ella consistía en aquello que es la incontinencia verbal de F.-D. que, según su propia confesión, tuvo por consecuencia la de llevar finalmente el número de páginas de Satán a 666; en verdad eso es también una "firma"... Aún hay algunas palabras que ameritan ser reproducidas : "Decir que yo le he hecho publicar una frase antisemita en los E. T. ¡A dónde ha llegado usted!" No comprendemos demasiado bien qué intención puede haber ahí: la frase en cuestión no puede ser más que aquella en la cual hablábamos de las "disputas vociferantes de la sinagoga"; esa es una simple constatación de hecho que está al alcance de cada quien, y que habríamos podido igualmente, si hubiéramos tenido la ocasión, expresar independientemente de la intervención de un F.-D. cualquiera; no hay ahí, además, nada específicamente "antisemita" (la política no nos interesa de ninguna forma ni en grado alguno), pero, incluso si así hubiera sido, no vemos en qué eso habría sido particularmente molesto para los E. T., que no tienen la menor adhesión judía. En fin, el personaje, que bien parece haber alcanzado la "glosolalia" (y se sabe que no son más que los santos los que presentan este curioso fenómeno), termina su carta con las palabras cave canem; por una vez, se juzga acertadamente a sí mismo, y se aplica una designación que le conviene admirablemente; ¡sólo que por desgracia, para atemorizarnos, se requiere algo muy distinto a los ladridos de un perro! Para retomar sus propias expresiones, el "asno pretencioso" que somos a sus ojos continuará, mientras viva, y sin pedirle permiso, "regañando" a quien a él convenga, y "dando la azotaina" (o el látigo) a todo "perro" que amenace morderlo, igual que a todo individuo malintencionado, necio o ignorante que se mezcle en cosas que no le conciernan. Entendemos que somos los únicos jueces de lo que hemos de decir o hacer en toda circunstancia y no tenemos cuenta que rendir a persona alguna; no teniendo nada en común con los occidentales modernos, ciertamente no tenemos que ser "sport", como él dice en su lenguaje grotesco; las razones por las que actuamos de tal o cual modo no conciernen sino a nosotros mismos, no son, además, de aquellas que pueden ser comprendidas por el "público", y no tienen ninguna relación con las convenciones en curso en el mundo profano en general y en el ambiente de las "gentes de letras" en particular. ¡Esperamos que el "amigo parisino" tenga la cortesía de encargarse de hacer llegar estas reflexiones "to whom it may concern"!  

Aprovecharemos esta ocasión para dirigir todos nuestros agradecimientos a los muy numerosos lectores que han tenido a bien, a propósito de este innoble asunto, expresarnos su simpatía y su indignación. Podemos asegurarles por lo demás que no hemos sido afectados por ello en modo alguno y que solamente hemos experimentado, tanto como ellos mismos, la más profunda repugnancia; ¡un tal personaje es demasiado pequeño y bajo para poder alcanzarnos, y sus inmundicias no nos salpican tampoco! 

Traducción: Jesús Cabral
 
"Las Muecas" del hombre moderno.
Louis-Léopold Boilly, 1823
 
René Guénon
No impresa
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