SYMBOLOS
Revista internacional de 
Arte - Cultura - Gnosis
 
 
 RENE GUENON
PSICOLOGIA

Capítulo I
OBJETO DE LA PSICOLOGIA
(de los manuscritos originales)

Distinción entre los fenómenos psicológicos y los fenómenos físicos y fisiológicos

Cuando se habla de psicología, puede tratarse de dos cosas completamente diferentes que es indispensable distinguir ante todo: por una parte, la psicología metafísica, es decir el conocimiento del alma contemplada en sí misma, en su verdadera naturaleza, y por otra parte, la psicología llamada positiva o mejor experimental, que es únicamente el estudio de los problemas mentales, y que, por consiguiente, debe ser considerada como una ciencia de hechos del mismo modo que las ciencias físicas y fisiológicas; ahora no tenemos que ocuparnos más que de esta última.

El término psicología se empleó por primera vez en el siglo XVI, por Goclenius de Marbourg. La psicología experimental es incluso de origen más reciente todavía; su constitución como ciencia distinta no data sino de finales del siglo XVII, y su verdadero fundador ha sido John Locke. No habría que deducir de esto que las cuestiones que trata esta psicología fueran completamente ignoradas por los antiguos, sino únicamente que no les interesaban especialmente, de manera que no las han contemplado sino incidentalmente en cierta manera, y sin sentir la necesidad de reunirlas en un cuerpo de doctrina netamente definido.

La primera pregunta que se plantea en psicología es ésta: ¿hay fenómenos psicológicos originales o, en otras palabras, los fenómenos que constituyen el objeto de la psicología son verdaderamente distintos de los que estudian las otras ciencias? Si esto no fuera así, la psicología, en lugar de ser una ciencia independiente, debería reducirse a no ser sino una parte o rama de alguna otra ciencia, de la fisiología por ejemplo; y hemos visto, en efecto, que Auguste Comte, especialmente, quería hacerla entrar en parte en la fisiología y en parte en la sociología. Es pues necesario, para darse cuenta de lo que debe ser la psicología, y también para saber si debe haber verdaderamente una psicología, resolver ante todo esta pregunta preliminar.

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Supongamos primero que los fenómenos que no son psicológicos existen tales como parecen ser según la noción que de ellos nos hacemos comúnmente y espontáneamente, independientemente de toda elaboración científica. Vamos a mostrar que, si esto es así, y si estos fenómenos poseen verdaderamente los caracteres que les atribuye la experiencia inmediata, existen frente a ellos otros fenómenos que son esencialmente diferentes de estos, y que son los fenómenos psicológicos. La pregunta se plantea de ordinario de esta manera: ¿hay fenómenos psicológicos distintos de los fenómenos fisiológicos? En efecto, se ha emitido la hipótesis de que lo psicológico no sería más que un doble o, como se dice a veces, un epifenómeno de lo fisiológico. Sin embargo, hay que señalar que los fenómenos fisiológicos tienen todos los caracteres generales de los fenómenos físicos, y que se presentan a la observación con las mismas apariencias que estos. Como consecuencia, la pregunta de la distinción de los fenómenos psicológicos y de los fenómenos fisiológicos debe ampliarse, e interesa hacerla entrar en esta otra: ¿se reduce el fenómeno psicológico al fenómeno físico? Por otra parte, si se admite que el fenómeno psicológico difiere del fenómeno físico en el sentido ordinario de esta palabra, es decir que lo que pasa en los seres vivos no se reduce a un conjunto de simples reacciones físico-químicas, se admite ya implícitamente, por esto mismo, que existe lo psicológico, sin lo cual semejante diferencia sería inexplicable, y, por consiguiente, que la psicología tiene un objeto independiente, original y real.

Los fenómenos físicos se dan en el espacio y en el tiempo, y se les contempla como si no fueran conscientes en grado alguno, es decir como si no existieran por sí mismos. O bien estos fenómenos son yuxtapuestos y formados de partes yuxtapuestas en el espacio, como es el caso del color y el volumen, o bien están al menos referidos indirectamente a la extensión, como el sonido, el calor, la electricidad; incluso en este último caso, son explicables por el movimiento, que supone esencialmente a la vez el tiempo y el espacio. El carácter fundamental de los fenómenos físicos es el carácter espacial, y es de este carácter que derivan todos los otros, ya que es precisamente porque son fenómenos espaciales por lo que los fenómenos físicos son localizables, y también son mensurables cuantitativamente.

Por el contrario, los fenómenos psicológicos no se dan en el espacio y no tienen extensión; las mismas sensaciones de la vista no pueden, en tanto que sensaciones, ser llamadas extensas, y es evidente, por ejemplo, que, cuando uno se representa una serie de espectáculos, esta serie no forma una longitud. Por lo demás, aun cuando los fenómenos psicológicos se parecen a ciertos fenómenos fisiológicos, les corresponden o parecen resultar de ellos, difieren de éstos esencialmente: los fenómenos fisiológicos consisten únicamente en movimientos de órganos, mientras que no existe nada análogo en cuanto a los fenómenos psicológicos. Como consecuencia, los primeros pueden, como todos los demás fenómenos físicos, ser localizados, es decir situados en el espacio, mientras que los segundos no pueden serlo; no se puede localizar a lo sumo sino ciertas condiciones fisiológicas de algunos fenómenos psicológicos, y no estos mismos fenómenos. Estos, al no tener carácter espacial, no son mensurables en sí mismos, ya que no se puede medir directamente más que lo extenso; para lo que no es extenso, no es posible una medida sino indirectamente, mediante una representación espacial, (este es, en particular, el caso del tiempo, que se mide por medio del movimiento); pero, incluso para lo que es [objeto] de tal medida indirecta, se puede medir así la duración de los hechos psicológicos, no estos mismos hechos.

Los hechos psicológicos, en efecto, están o parecen estar en el tiempo, y este carácter temporal es común a éstos y a los hechos físicos; pero la ausencia de carácter espacial basta para señalar entre unos y otros una diferencia de naturaleza. Sin duda, los fenómenos psicológicos, sea por su contenido, sea sobre todo por sus concomitancias (acción del medio exterior y reacciones orgánicas), corresponden muy a menudo, si no siempre, a fenómenos físicos; pero unos y otros no difieren por ello menos profundamente: son heterogéneos en su naturaleza y hasta en sus correspondencias.

Hemos dicho que los fenómenos psicológicos no son mensurables; y debemos mantenerlo a pesar de las tentativas de los psico-físicos; los resultados a los que estos han llegado, y sobre los que volveremos más adelante, no podrían prevalecer contra esta afirmación. Si se dice, por ejemplo, que la sensación crece como el logaritmo de la excitación, está claro, incluso sin entrar en las reservas que convendría hacer en cuanto al rigor de esta ley cuya apariencia matemática es muy ilusoria, que los números de los que nos servimos para evaluar cuantitativamente la sensación no son en realidad más que simples números ordinales que expresan la sucesión de las diferencias sentidas a medida que crece la excitación exterior.

Por otra parte, cuando se habla de intensidad en psicología, no se toma esta palabra en su verdadero sentido cuantitativo, y lo que se llama diferencia de intensidad no es en el fondo sino complejidad desigual y pura diferencia cualitativa. Cuanto más se consideran los fenómenos psicológicos, más se ve que difieren de los demás hechos, y que, como consecuencia, deben de tener leyes especiales; más se constata directamente también, por otra parte, la existencia de leyes especiales, lo cual muestra además que hay que habérselas con hechos que constituyen una clase verdaderamente distinta e irreductible.

Existen diferencias particularmente notables entre los modos de percepción de los dos tipos de fenómenos de los que se trata: los fenómenos físicos son conocidos por medio de los sentidos, mientras que los fenómenos psicológicos no pueden serlo de la misma manera, al estar desprovistos de toda cualidad sensible, y ello por lo mismo que no tienen carácter espacial, ya que todo lo que cae bajo los sentidos está situado forzosamente a la vez en el tiempo y en el espacio. Es pues necesario que los hechos psicológicos sean conocidos de otra manera, y lo son en efecto, más directamente incluso que los hechos exteriores, por la consciencia que es inseparable de ellos y de la cual ellos son igualmente inseparables; pero, por otro lado, mientras que los fenómenos físicos son objetos de percepción para todos los seres dotados del poder de sentir, los fenómenos psicológicos son incomunicables. En realidad, nadie puede nunca percibir otros fenómenos psicológicos que los que ocurren en él mismo; las diferentes consciencias individuales pueden, es verdad, traducírselos unas a otras mediante signos sensibles, pero esto no es sino una transmisión indirecta, y la necesidad de este intermediario sensible entre dos consciencias que, aun comunicando entre ellas, permanecen sin embargo cerradas una a otra, acusa también la diferencia de naturaleza que existe entre los fenómenos de consciencia y los fenómenos sensibles. Sin embargo, hay hechos llamados "comunicación de pensamiento", que parecen, si no suprimir totalmente esta última diferencia, al menos atenuar su alcance; pero, en muchos casos, ha lugar a preguntarse si estos hechos han sido correctamente interpretados, y si no subsiste todavía un intermediario sensible, solamente menos aparente que en las condiciones ordinarias: lo que tendería a mostrarlo, es que las experiencias hechas en este sentido no se consiguen generalmente cuando se trata de transmitir pensamientos de orden intelectual elevado. Si con todo, fuera de este caso, hay otros en los que se produce una comunicación realmente directa, estos son hechos que se pueden contemplar como excepcionales, y que requieren por otra parte condiciones que los ponen totalmente fuera del dominio al cual la psicología clásica está obligada a limitar sus investigaciones.

En lo que concierne más especialmente a la diferencia entre los fenómenos psicológicos y los fenómenos fisiológicos, podemos aún añadir que el paralelismo que se contempla habitualmente entre estos dos órdenes de fenómenos no se produce siempre: así, se han constatado casos de parálisis fisiológica no acompañada de parálisis psíquica. De manera general, cuanto más elevado es el orden de las operaciones mentales, tanto más independientes son éstas de las condiciones fisiológicas, y, por otra parte, hay más ejemplos de influencia de lo psicológico sobre lo fisiológico que de la influencia inversa de lo fisiológico sobre lo psicológico; los diferentes órdenes de hechos psicológicos están muy desigualmente ligados a lo fisiológico, y los hechos intelectuales lo están mucho menos que los hechos emotivos. En fin, ciertas leyes psicológicas no tienen ningún equivalente fisiológico; y todo esto prueba, no solamente que lo psicológico es distinto de lo fisiológico, sino también que es independiente de ello, que no deriva de ello y que no es una resultante de ello.

Tomando la cuestión como lo hemos hecho hasta aquí, distinguimos pues dos series de fenómenos, los fenómenos psicológicos y los fenómenos físicos, series entre las cuales puede haber correspondencias, pero que no por eso son paralelas, y que muestran la independencia y la originalidad hasta en la manera en la que actúan una sobre otra. Tal es la conclusión a la que llegamos de esta manera, conclusión que se puede formular así: si hay verdaderamente fenómenos físicos y fisiológicos tales como los toma la experiencia vulgar, hay frente a ellos, diferentes de ellos por su naturaleza y por sus leyes, otros fenómenos, que son los fenómenos psicológicos; como consecuencia, existe un lugar, junto a la física y a la fisiología, para la psicología, ya que esta ciencia tiene entonces un objeto real, verdaderamente distinto de los de las otras ciencias.
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Si contemplamos ahora el fenómeno físico (haciendo entrar en él al fenómeno fisiológico) en su concepción científica, no es posible tampoco confundirlo con el psicológico.

Se podría decir que la física y la química, tales como están actualmente constituidas, consisten esencialmente en estudiar los fenómenos sensibles haciendo abstracción de todos los elementos cualitativos que diferencian estos fenómenos entre sí, para substituir esto por la concepción única de los movimientos vibratorios u ondulatorios. Esto equivale a decir que los fenómenos físico-químicos están todos considerados como si no fueran, en el fondo, otra cosa más que fenómenos mecánicos; por supuesto, no tenemos que indagar aquí si una reducción semejante es legítima, y nos limitamos a constatar simplemente que responde, de hecho, al punto de vista en el que se sitúa la ciencia actual, sin plantearnos en modo alguno la cuestión del valor que conviene conceder a dicho punto de vista. Mediante la representación geométrica de funciones, aplicada al estudio de los movimientos, la mecánica, o al menos la cinemática, como lo indicaremos más completamente en otra parte, puede ser contemplada como si entrase dentro de la geometría en cuanto a su método, si no enteramente en cuanto a su objeto; hacemos esta salvedad porque, si bien el tiempo, considerado simplemente como una cantidad variable, es susceptible de una representación geométrica, no por ello deja de ser de naturaleza esencialmente diferente a la de las magnitudes geométricas o espaciales. La reducción llevada a cabo por la elaboración científica no se detiene en los elementos geométricos; en efecto, la geometría analítica, en uso desde Descartes, reemplaza las figuras por fórmulas algebraicas, y el álgebra no es en suma más que una parte de la lógica, la lógica de la cantidad, como lo hacen observar justamente, después de Leibnitz, los lógicos matemáticos contemporáneos.

De aquí, resulta que la ciencia tiende a eliminar de su objeto todo lo que aparece a la experiencia sensible inmediata como si constituyera su realidad misma, y que, para estudiarla, la reemplaza por elementos de orden puramente ideal. Haciendo esto, la ciencia aumenta en un sentido el dominio de la psicología, ya que los fenómenos considerados de esa manera no son en suma más que estados de consciencia, y el propio movimiento, en el cual se recogen todos los demás, no es sino lo análogo a una sensación ordinaria. Las leyes físicas no son sin duda leyes psicológicas, pero al menos son expresadas en términos psicológicos; y es fácil comprender que sea así, puesto que los fenómenos, cual sea su naturaleza, no tienen evidentemente existencia para nosotros sino en tanto que tomamos consciencia de ellos. Esta observación muestra al mismo tiempo el carácter relativo y simbólico de la explicación científica: explicar todos los fenómenos sensibles mediante el movimiento, es simplemente explicar las diferentes sensaciones por medio de una de ellas. Se ve pues fácilmente que cuanto más se desarrolla la ciencia en un cierto sentido, más sitio hace, al mismo tiempo, a la psicología, y, como consecuencia, más debe lógicamente renunciar a reducir lo psicológico a lo no-psicológico. Las ciencias otras que la psicología estudian el mundo exterior, considerado como un conjunto de fenómenos esencialmente inconscientes de sí; entre estos fenómenos, existen consciencias, cuya actividad consiste en operar análisis y síntesis, y que son el asiento de los sentimientos, de las voliciones, de los juicios, de los razonamientos, cosas todas que no tienen ninguna relación de semejanza con lo que es, por definición, el fenómeno físico. Existe pues, además del mundo físico, todo un mundo psicológico que le es irreductible; la ciencia física y la psicología, partiendo ambas de la sensación, van en cierta manera en sentido inverso una de otra.

En caso de que la ciencia admitiese fenómenos fisiológicos que no se redujeran a fenómenos físico-químicos, los psicológicos tampoco podrían reducirse a estos fenómenos fisiológicos. En efecto, aunque el pensamiento deba en gran medida adaptarse a las condiciones de la vida orgánica, es también una perpetua reacción con respecto a esas condiciones; es una reacción sobre la vida de algo superior a la vida, y tiene fines esencialmente diferentes de aquellos a los que tiende la vida. Por otra parte, no se ve cómo sería posible distinguir lo vivo de lo no vivo, si no se reconociera ya aquí algo de psicológico.
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Podemos ir aún más lejos, ya que el fenómeno psicológico es percibido, como hemos dicho ya, más directamente que los fenómenos exteriores; es un dato más inmediato que éstos, los cuales, para ser percibidos, es decir para entrar en el dominio de la consciencia, necesariamente deben revestir, también, un carácter psicológico; e incluso no es sino en virtud de ello que su existencia en tanto que fenómenos es concebible, significando la misma palabra "fenómeno", según la expresión de Berkeley, aquello de lo que el esse est percipi. Así, no solamente el fenómeno psicológico no puede ser un doble del fenómeno físico, sino que es más bien este último el que, en tanto que fenómeno, y cual sea por otra parte la realidad exterior a la que corresponda, podría ser considerado lógicamente como un doble del fenómeno psicológico.

Por otra parte, si se considera la alucinación en comparación con la percepción normal, se ve que, cuando una simple imagen mental adquiere un grado de fuerza y de vivacidad igual al de las sensaciones medias, y sobre todo cuando se vincula lógicamente con las imágenes circundantes, deviene casi imposible distinguirla de la verdadera sensación. La sentencia de Taine, diciendo que la percepción exterior no es más que una "alucinación verdadera", no tiene sin duda mucho sentido, puesto que la propia alucinación tiene precisamente por definición el ser una percepción falsa, de manera que suponerla verdadera equivale a decir que no es una alucinación. Unicamente, lo que hay que retener, es que el hecho de referir nuestras sensaciones a una causa exterior puede, en ciertos casos, no ser la consecuencia de una ilusión, mientras que lo que no puede en ningún caso ser ilusorio, es el hecho de que experimentamos sensaciones, es decir el hecho psicológico, corresponda aquí o no a una realidad física actualmente presente.

Así, la pregunta que planteábamos al comienzo se halla en cierta manera invertida, y podríamos ahora preguntarnos si existen verdaderamente otros fenómenos que los fenómenos psicológicos. No ha lugar pues en modo alguno a dudar de la legitimidad de la psicología, puesto que esta ciencia tiene verdaderamente un objeto distinto, original y real. Por otra parte, una concepción semejante no tiene nada que pueda ofender a las exigencias legítimas de las otras ciencias, ya que, aunque el fenómeno exterior no fuese más que un doble del fenómeno psicológico (y no hemos llegado a decir que no sea más que esto), no seguiría siendo menos cierto que las teorías hechas por la ciencia a propósito de él son coherentes, permiten previsiones que se realizan, y en fin coordinan y resumen exactamente la experiencia del sujeto, lo cual constituye una justificación plenamente suficiente desde el doble punto de vista de la lógica y de la práctica.

Luego, supuesto que haya fenómenos físicos, ya sean tales como los toma la experiencia común, ya sean como los contempla el docto, el fenómeno psicológico no puede surgir de ellos, no puede ser ni un producto ni una transformación de los mismos. Hay pues que construir la psicología sin sojuzgar a las ciencias físicas, y, aun haciendo una parte en ella, en la medida en que la experiencia lo permita, a la explicación que pueden suministrar los datos de estas ciencias, debemos siempre recordar que, en el fondo, sólo lo psicológico puede explicar verdaderamente lo psicológico, y que un fenómeno psicológico, incluso aun cuando esté condicionado por uno físico o fisiológico, no puede nunca ser realmente el efecto de estos últimos en el sentido propio de la palabra.
 
 
Traducción: Miguel Angel Aguirre
 
Capítulo II
METODO DE LA PSICOLOGIA
 
Presentación
René Guénon
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