EL JUEGO DE LA CUCAÑA
En las fiestas de San Roque, patrón del barrio de la Catedral de Barcelona, así como en otras muchas fiestas tradicionales de los pueblos de Cataluña, los niños juegan a la cucaña. Esta suele consistir en un mástil enjabonado o untado con algún tipo de aceite, que se coloca en posición vertical u horizontal, y por el que se debe trepar o avanzar hasta el otro extremo, con el fin de alcanzar un premio atado a él. Una de las variantes de la cucaña se compone de un travesaño prismático, dispuesto horizontalmente, y de dos cruces de cuatro aspas cada una, contenidas en planos perpendiculares al eje del travesaño, y ubicadas una a cada extremo de él. El eje se apoya en dos soportes, uno a la derecha y otro a la izquierda, que mantienen suspendida la estructura a una cierta altura sobre el suelo. Las uniones entre el eje y los soportes están lubricadas, de manera que el travesaño de la cucaña gira fácilmente en torno a aquél. La estructura se completa con cuatro cabos de cuerda que unen, dos a dos, aspas opuestas de las cruces y se alinean paralelamente al travesaño. En este caso, se trata de recorrer la distancia que separa las dos cruces (unos tres metros) avanzando a horcajadas sobre el prisma horizontal. El practicante puede ayudarse, para progresar, de los cabos que quedan a uno y otro lado de su cuerpo. Con frecuencia, apenas recorridos unos palmos, el reparto desequilibrado del peso del cuerpo hace que la cucaña voltee de manera súbita sobre su eje. El practicante, cuando advierte el desequilibrio, se aferra instintivamente al travesaño; pero no puede evitar voltear con él, quedando invertido y debiendo abandonar su empeño. Algunos compañeros le ayudan a descender entonces, sosteniendo su cuerpo colgado. Pocos son los que logran salvar la distancia que separa las cruces manteniéndose sobre el travesaño. Lo consiguen aquéllos cuyo propósito está exento de ímpetu, y que reptan sobre el travesaño de manera recta y equilibrada, sin el más mínimo balanceo a uno u otro lado, manteniendo su cuerpo lo más cerca posible del eje. Algunos ejercitantes consiguen, incluso, recorrer el camino de vuelta hasta el origen. En este juego podemos ver, pues, una imagen simbólica de la vía que se nos invita permanentemente a recorrer. Se trata de un camino recto, que sólo se puede emprender abandonando la periferia centrífuga o "cuelgue" en el que el mundo moderno nos sitúa, y accediendo al eje, para avanzar o ascender por él. El encuentro con el eje se realiza en el punto central del plano correspondiente al grado de existencia del ser que se manifiesta a través de nuestra individualidad humana1. En este camino, el deseo no basta. El propósito debe ser recto y desapasionado. Cualquier desequilibrio, exceso o defecto puede conducir a la caída. No obstante, si ello ocurre, hay manos que se extienden hacia nosotros, ayudándonos a volver a la recta vía. La disposición geométrica de la estructura también es significativa. Las dos cruces adquieren tridimensionalidad por medio del eje que las une, y reflejan todas las direcciones del universo2. Sería inútil -y absurdo- pretender agotar las múltiples significaciones que se pueden advertir en este juego tradicional. El significado de un símbolo nunca es unívoco; la analogía entre el símbolo y lo simbolizado no se establece conforme a pautas reglamentadas. Más bien, es la luz intelectual, latente en la profundidad de nuestro ser, la que actúa y establece -si se lo permitimos- esas conexiones simbólicas que conducen a reconocer en nosotros mismos todo aquello que nos rodea. Marc García |
Notas | |
1 | Cfr. René Guénon, El simbolismo de la cruz, Ed. Obelisco, Barcelona 1987. |
2 | Es posible extender esta lectura cosmogónica del juego hasta su propia denominación. Si bien se admite comúnmente que "cucaña" deriva del vocablo francés "cocagne", del mismo significado, algunos autores afirman que este término puede proceder del occitano "coco" o "caco", que significa cáscara de huevo. En valón se denomina "cocogne" al huevo de Pascua (J. Corominas y J. A. Pascual, Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, Ed. Gredos, Barcelona 1980). |
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