EL MITO GRIEGO 
Los mitos y entre ellos el mito griego, refieren la manifestación del cosmos a partir de los Principios constitutivos del Ser. "En To Pan", Uno el Todo, de quien es manifestación. Principios activo y pasivo o masculino y femenino, de cuya compenetración surgen los mitos de la Creación, que es simbolizada originalmente por Eros, el Amor, punto de partida de toda la producción universal según la cosmogonía órfica, o de las diez mil cosas en el sentido que le da el Taoísmo. 

Amor que se manifiesta en lo simultáneo y presente, entretejido de tiempo y espacio expresados a través de una Geografía e Historia Sagradas. 

Cosmos que deviene en un tiempo cíclico, apareciendo alternativamente como lucha antagónica y complementaria entre las fuerzas que signan la dualidad arriba-abajo, derecha-izquierda y delante-atrás, en un esferoide de tres dimensiones para el mundo humano, que ocupa en el cosmos la posición central, reproduciéndole fielmente, reflejándole y a la vez con-teniéndolo en potencia, como la gota de agua contiene al mismo Océano. 

Correspondencia que hace comprensible que lo relatado en el mito se refiera tanto al cosmos como al hombre, de modo que la piel de éste es como el reflejo del Gran Cosmos tatuado en ella, perpetuándose vivo en generación o nacimiento y en regeneración o muerte. 

Considerado el hombre, en su esfera individual, limitada al tiempo cíclico y a la materia corporal, representa un papel determinado en éste Gran Drama o Acción Cósmica, que adquiere todo su sentido en una consciencia de actor que se recuerda profundamente mientras desempeña el papel de su personaje, memorizado como hicieron las almas antes de encarnar y entrar en escena (Mito de Er de Panfilia: Platón en República). 

Actor protagonista, que conoce de memoria el guión del Autor del Drama griego o acción tragicómica en llanto y risa y que escenifica ante un espectador que aprendía el mito de la génesis y devenir del cosmos, ritualizándolo en la liberación de sus emociones, catárticamente en un ámbito sacralizado y teatral, donde cada historia completa en sí misma, simbolizaba en lo profundo a la Unidad, atravesando el día y la noche cósmicas y al hombre como luz y oscuridad. Memoria y olvido del Sí-Mismo, hombre-cosmos a la vez. 

En la Teogonía, Hesíodo relata la generación divina, desde los titanes hasta los dioses y nos habla de la generación y degeneración humanas en Los Trabajos y los Días a través de sus edades de oro, plata, bronce y hierro y de la aparición de una cuarta Raza, también de bronce, pero más noble y generosa, pues la engendraron los dioses en madres mortales. Raza que peleó gloriosamente contra sus indignos descendientes, convirtiéndose en heroica yendo a habitar en los Campos Elíseos. 

Cuarta Raza de los Reyes guerreros de la época micénica, cuna de héroes como Perseo, fundador de Micenas, cuya noble casa debía gobernar Herakles. 

Cuarta Raza heroica, fruto del amor entre un Dios y una mujer mortal como fueron Perseo, hijo de Zeus, que como lluvia de oro fecundó a Dánae, madre de aquél. Héroes simbolizados por su propio nombre: Herakles, a la gloria de Hera y también fuerte en la ira; Cadmo, del Este; Perseo el Destructor; Jasón, Curador; Agamenón el muy resuelto; Orestes, montañés; Ulises, herido en el muslo; Edipo, pié hinchado; Orfeo, de la orilla del río... En otras tradiciones como la caldea, Gilgamesh; en la celta Cuchulain, y en la hindú Arjuna. 

Héroes, hijos de Eros o el amor entre Zeus y una mortal, cuya vida consiste en el sacrificio de su herencia carnal, deseosa de los frutos de la acción, pasiones a combatir por medio de "armas" transmutadoras, proporcionadas por Atenea, la sabiduría, inspiradora de las Artes y Ciencias a Prometeo, quien las trae del cielo para el hombre que ha construido de arcilla y agua. 

Raza de Héroes que asciende al Empíreo, formando parte de las constelaciones, en el mundo de los inmortales, una vez traspasadas las pruebas o dificultades figuradas como monstruos zoomórficos pertenecientes a mundos anteriores, resto de divinidades de culto abandonado por el hombre, representantes de fuerzas caóticas y revestidas por el ropaje mítico de aspecto descomunal y horrible en un circo zoodiacal o casa de animales. Reflejados en la corteza del alma heroica y también en su coraza defensora, como pasiones, que, una vez domeñadas y domesticadas por el esfuerzo, son fijadas como trofeo en las armas divinas, como ocurre en la Egida o escudo que Atenea dona a Perseo para vencer a la Medusa. Perseo, cuyo nombre significa Destructor, toma sobre sí el trabajo de decapitar a la más terrible de las Gorgonas, Medusa, monstruo alado de ojos deslumbrantes, grandes dientes, lengua saliente, garras afiladas y cabello de serpientes, cuya mirada terrorífica convertía a los hombres en piedras. Atenea muestra a Perseo las imágenes de las tres gorgonas en la ciudad de Dikterión, para que pudiese distinguir a Medusa de sus inmortales hermanas, advirtiéndole que no debía mirarla directamente, sino sólo su reflejo y regalándole un escudo brillantemente pulimentado. Perseo, por herencia divina, goza de la protección de los dioses que le hacen donación de las armas que le harán invencible. Hermes le entrega una hoz diamantina para que cortase la cabeza de Medusa. Además, Perseo necesitaba un par de sandalias aladas, un zurrón mágico para guardar la cabeza cortada y el yelmo negro de la invisibilidad, perteneciente a Hades, cosas que le dieron las ninfas del Estigia, sus guardadoras. 

Volando al país de los Hiperbóreos, encontró a las gorgonas dormidas entre formas erosionadas de hombres y animales petrificados por Medusa y aquí el héroe, caminando de espaldas, halló el reflejo de la Gorgona en la Egida de Atenea, y mientras Medusa se fijaba en el escudo, Atenea guió la mano de Perseo que cortó la cabeza con un sólo golpe de hoz, guardándola en la bolsa y huyendo bajo el yelmo de la invisibilidad. 

En su vuelo de retorno, divisó a Andrómeda, hija de Cefeo y Casiopea, encadenada a un acantilado de las costas de Filistia como sacrificio a un monstruo marino, al que Perseo también decapitó, cerniéndose sobre él desde el aire y engañándole por el reflejo que proyectó su sombra en el mar. Una vez liberada Andrómeda, el héroe ofrendó en sacrificio un becerro, una vaca y un toro a Hermes, Atenea y Zeus. 

El mito habla a los hombres que lo entienden y son sus receptores, de un rito actualizado a través de ellos mismos, "reflejamente", en encarnación de las fuerzas cósmicas que son el entretejido vivo del destino, que las Parcas, bordaban, hilaban y cortaban implacablemente, en una alternancia que el hombre dramatiza pasivamente mientras que el héroe lo hace activamente, en la memoria y sacrificio que le restaura al reino divino al que pertenece por ser hijo de Zeus. 

La oportunidad de efectivizar el rito simbolizado en el mito es cotidiana mientras dura el ciclo de una vida, donde el actor-héroe fluye con el personaje que representa en este drama cósmico sin olvidar quién es, a la vez que hace memoria decidida a olvidar lo que no es. 

El entendimiento y la conciencia del símbolo hacen que el mito se represente ritualmente, por medio de la gestualidad, en el despertar, abriendo los ojos, en el erguirse y ponerse en pie, en la purificación de su piel, en el ejercicio o arte gimnástico de desnudar su alma, saliendo a la ventura tras el objeto precioso de la Memoria, en la que trabaja y goza, para después inclinarse horizontal, soñar y sumirse en un dormir profundo que restablece la Paz en el corazón humano. 

Acción ritual que propicia la memoria de sí, a la luz de la enseñanza perenne inscrita en el libro del mundo, en cuyos ciclos diversos se reproduce la naturaleza humana, en las edades de su vida, estaciones del sol, faces de la luna y horas del día. 

Por todo ello, el mito griego consiste en la historia del hombre, para el hombre que entiende la profundidad del Símbolo, como reflejo del Gran Cosmos, hijos a su vez, ambos, del Principio que todo lo contiene. José María Dolcet 

 
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