SYMBOLOS

Revista internacional de
Arte - Cultura - Gnosis

UNA HIPÓTESIS SOBRE LAS COLUMNAS
DE HÉRCULES Y SU VERDADERA
LOCALIZACIÓN*

FELICE VINCI


Sumario: En este artículo, cuyo propósito es identificar la verdadera ubicación de las míticas Columnas de Hércules, se verifica, en primer lugar, que en las obras de Plutarco y Platón hay referencias correctas a un continente más allá del océano Atlántico. Plutarco menciona un “gran continente” que rodea el océano Atlántico así como las islas que se encuentran en la ruta que conduce a él; después trata de un antiguo asentamiento de europeos, llamados “griegos continentales”, en la región canadiense del golfo de San Lorenzo, cuya latitud indica con asombrosa precisión. Pero ya unos siglos antes, Platón, además de declararse seguro de la existencia de un continente más allá del Atlántico, había mencionado las islas a lo largo de la ruta que lleva a él, especificando también que el puerto desde el que zarpaban los antiguos navegantes se caracterizaba por una “bocana estrecha” y las Columnas de Hércules. Al contrastar estos datos con los resultados de un estudio reciente sobre el megalitismo europeo, que defiende la transferencia del concepto megalítico a través de rutas marítimas que emanaban del noroeste de Francia y apoya la existencia de una tecnología marítima y una navegación avanzadas en la época megalítica, se deduce que este puerto puede identificarse con el golfo de Morbihan, considerado por los académicos como un punto focal del Neolítico europeo a mediados del V milenio a. C. Es precisamente aquí, cerca de su “estrecha entrada”, donde se encuentran todavía los restos de una alineación extraordinaria de diecinueve menhires gigantes: ¡aquí están las Columnas de Hércules! Por otra parte, parece emerger la memoria de antiguos asentamientos europeos en el lado americano del Atlántico Norte (que quizás también estaban vinculados a la extracción de cobre de las antiguas minas de Isle Royale, la isla más grande del lago Superior) de diversas pistas, como por ejemplo la persistencia de mitos y leyendas comparables a los del Viejo Mundo y los rasgos caucásicos de algunos nativos americanos, que parecen corroborar la idea de antiguos contactos entre uno y otro lado del Atlántico.

Palabras clave: Hércules, Pilares de Hércules, Morbihan, Menhir Er Grah, Wendat, Mandan, Isle Royale, Saguenay.

Introducción

En uno de sus diálogos, De Facie quae in Orbe Lunae Apparet, el escritor griego Plutarco (ca. 45-125 d. C.) afirma sorprendentemente que en el océano Atlántico “una isla, Ogigia, se encuentra lejos en el mar, a cinco días de navegación de Britania en dirección al ocaso. Más allá hay otras tres islas tan distantes de ella como éstas lo están entre sí”, y después “está el gran continente que rodea el gran mar”.1 Un poco más adelante, Plutarco también dice que en esos lugares el sol desaparece menos de una hora por noche durante el verano, dejando “una ligera oscuridad crepuscular”.2 Llama la atención que estas afirmaciones correspondan a la realidad geográfica del Atlántico, que el continente americano bordea desde el extremo norte hasta casi el extremo sur, y que esas cuatro islas se encuentren realmente sobre la ruta que usaron los vikingos para navegar hasta Norteamérica durante el Período Cálido Medieval.3 Ogigia se puede identificar con Nólsoy,4 una isla del archipiélago de las Feroe, y las otras tres con Islandia, Groenlandia y Terranova. Se encuentran en una latitud alta, y ello coincide con la brevedad de las noches de verano.

Pero aún más sorprendente es lo que Plutarco afirma justo después: “En la costa del continente, los griegos habitan alrededor de un golfo no menor que el Meotis y cuya desembocadura se encuentra en el mismo paralelo que la boca del mar Caspio. Estas personas se consideran y se llaman a sí mismas continentales”.5 Esta indicación nos permite identificar inmediatamente el golfo donde vivían aquellos “griegos continentales”: la boca del mar Caspio es el delta del Volga, situado a 47° de latitud, al igual que el estrecho de Cabot, por donde el golfo de San Lorenzo se abre al océano Atlántico. También aquí, Plutarco demuestra un sorprendente conocimiento geográfico, lo que confirma la fiabilidad de sus afirmaciones.6

En ese mismo capítulo de De Facie, Plutarco menciona también el “mar de Cronos” (nombre que los antiguos griegos daban al Atlántico Norte) y los “pueblos de Cronos”. Dado que, según la mitología griega, el dios Cronos había sido el señor de la feliz Edad de Oro antes de ser destronado por Zeus, se puede asumir razonablemente que los “pueblos de Cronos” son el último recuerdo de la civilización megalítica, que floreció durante el Óptimo Climático Holoceno (OCH), también llamado “Óptimo Climático Atlántico”,7 que garantizó un clima excepcionalmente templado8 en muchas partes del mundo. Al finalizar éste, el extremo norte quedó cubierto por una densa capa de escarcha y hielo, lo que dificultó gradualmente la ruta septentrional entre las dos orillas opuestas del Atlántico. De hecho, la civilización megalítica –que nació en Europa en el quinto milenio a. C. durante el Óptimo Climático, como veremos en breve– es mucho más antigua que la egipcia. Esto corresponde a una noticia de Diodoro Sículo, según la cual Osiris, el dios egipcio a quien define como el “hijo mayor de Cronos”, viajó por todo el mundo hasta llegar a “aquellos que se inclinan ante el Polo”.9 Esto parece evocar recuerdos muy antiguos que quizás se remonten a un período muy remoto del Egipto predinástico, cuando el Óptimo Climático del Holoceno hizo habitables incluso las regiones situadas en latitudes muy altas.

Plutarco también nos cuenta que hubo varias oleadas de colonización: “Posteriormente se mezclaron con los pueblos de Cronos aquellos que llegaron en la comitiva de Heracles y que fueron abandonados por él; y estos últimos, por así decirlo, reavivaron con un fuego fuerte y vivo la llama helénica que se estaba extinguiendo vencida por la lengua, las leyes y las costumbres de los bárbaros”.10 De las brumas de una prehistoria remota, correspondiente a la mítica Edad de Oro del dios Cronos, emerge una historia extraordinariamente viva y realista.

En este punto, es natural preguntarse cómo logró obtener esta información Plutarco. Él mismo menciona a un extranjero que pasó mucho tiempo en Cartago; sin embargo, es posible que ciertas noticias llegaran desde el mundo celta a Roma a raíz de las expediciones militares que los romanos realizaron en Britania por aquel entonces, posteriormente a la conquista de las Galias por César en el siglo anterior. De hecho, se podría suponer que Plutarco también se refiere a la tradición oral de los druidas (la culta clase sacerdotal de los celtas) cuando al comienzo de su relato, centrándose en Ogigia y su ubicación en el Atlántico Norte, escribe: “Los bárbaros cuentan...”. Por otro lado, Tácito, casi de la misma edad que Plutarco, cita a Odiseo –cuya estrecha relación con la isla de Ogigia es bien conocida–11 en clave nórdica: “Algunos creen que incluso Odiseo, en sus largas y legendarias andanzas, llegó a este océano y desembarcó en tierras de Germania”.12 Esta mención de un “Odiseo nórdico” por parte de Tácito (cuyo suegro, Julio Agrícola, fue gobernador de la Britania romana por espacio de siete años a partir del 77 d. C.), encaja a la perfección con el discurso de Plutarco sobre la ubicación de Ogigia en el Atlántico Norte, lo que corrobora la idea de que ambos se están refiriendo a una tradición muy antigua redescubierta tras la reciente expansión de los romanos hacia el norte de Europa.

El hecho de que Tácito también mencione a un Hércules nórdico,13 cuando afirma que los pueblos germánicos lo tenían en alta estima, también encaja perfectamente con esta imagen. Por otro lado, unos siglos antes, el poeta griego Píndaro también había mencionado los contactos de Heracles con los hiperbóreos.14 De hecho, la figura de Heracles no se limita en absoluto al mundo griego, hasta el punto de ser identificada por los propios griegos con el dios fenicio Melqart.15 Esto confirma su dimensión “internacional”, con seguridad debido a su antigüedad (como también lo indica la mitología romana, en la que Hércules aparece como protagonista de leyendas que se refieren a una época anterior a la fundación de Roma).

Las Columnas de Hércules

Volvamos ahora al continente situado más allá del Atlántico, en el que Plutarco informa sorprendentemente de la presencia de Heracles. Varios siglos antes de Plutarco, Platón también había hecho una referencia precisa a aquél y a las islas que se encuentran a lo largo de la ruta que lleva a él: “Pues el océano era navegable en aquel entonces, ya que frente a la desembocadura que los griegos llamáis, como decís, ‘las Columnas de Heracles’, se extendía una isla mayor que Libia y Asia juntas, y era posible para los viajeros de aquella época cruzar desde ella a las demás islas, y desde éstas a todo el continente frente a ellas, el cual abarca a este océano real. Pues todo lo que hay aquí, dentro de la desembocadura de la que hablamos, es evidentemente un puerto con una bocana estrecha; pero lo que está más allá es un océano real, y la tierra que lo rodea puede llamarse con toda justicia, en el sentido más completo y verdadero, un continente”.16

Por lo tanto, también Platón, al igual que Plutarco, menciona a Heracles en relación con el Atlántico, el continente de ultramar y las islas que se encontraban a lo largo de la ruta, “pues el océano era navegable en aquel entonces”. Sin embargo, lo más llamativo de este pasaje son los tres adverbios consecutivos17 con los que Platón, que vivió en el siglo IV a. C., anuncia con gran énfasis la existencia real de un continente más allá del océano desconocido por aquel entonces. En este sentido, Enrico Turolla, uno de los estudiosos del griego más eminentes del siglo XX, sostiene, al comentar este pasaje, que “Platón es portador de una voz que viene de más lejos. Él la recibió, la dispuso, no la inventó; de hecho, la conservó fielmente, como sin duda demuestra la referencia al continente más allá del mar”.18

Además, este pasaje de Platón contradice la ubicación tradicional de las Columnas de Hércules en el estrecho de Gibraltar. En efecto, éste no solo no es un puerto sino que mide 14 km de ancho, lo que no tiene nada que ver con las indicaciones del autor. En cuanto a la gran isla en la ruta hacia el continente de ultramar, hemos demostrado en otra obra que sus características (que Platón aborda en sus diálogos Timeo y Critias) corresponden a las de Groenlandia,19 obviamente en una época en la que el clima, más cálido que el actual, hacía navegable el océano Ártico (con la salvedad de que los vikingos, que colonizaron la parte sur de Groenlandia durante el Período Cálido Medieval, también la encontraron habitable y fueron de hecho quienes la denominaron con este nombre). En síntesis, los pasajes que acabamos de leer parecen subrayar con claridad la verosimilitud de antiguos viajes transatlánticos que utilizaban islas intermedias ubicadas a una latitud elevada –presumiblemente en la era megalítica, cuando el clima era más favorable que el actual– y cuyo punto de partida, como Platón insiste en señalar, era un puerto cuyas características eran su “bocana estrecha” y las Columnas de Hércules.

Para localizar ese puerto en la costa europea del Atlántico, conviene examinar algunos pasajes de un artículo reciente sobre el megalitismo europeo: “Durante miles de años, las sociedades prehistóricas construyeron una arquitectura funeraria monumental y erigieron menhires en las regiones costeras de Europa (4500-2500 años calibrados a. C.). (…) El resultado que se presenta aquí, basado en análisis de 2.410 dataciones de radiocarbono y cronologías de alta precisión para yacimientos megalíticos y contextos relacionados, sugiere una movilidad marítima e intercambio intercultural. Abogamos por la transferencia del concepto megalítico a través de rutas marítimas que partían del noroeste de Francia, y por una tecnología marítima y una navegación avanzadas en la era megalítica. (…) Los resultados de radiocarbono sugieren que las tumbas megalíticas surgieron en un intervalo de tiempo de 200 a 300 años en la segunda mitad del quinto milenio a. C. en el noroeste de Francia, el Mediterráneo y la costa atlántica de la Península Ibérica. El noroeste de Francia es, hasta ahora, la única región megalítica de Europa que exhibe una secuencia monumental premegalítica y estructuras de transición a los megalitos, lo que sugiere que el norte de Francia fue la región de origen del fenómeno megalítico. (…) Los movimientos megalíticos debieron ser poderosos para extenderse con tanta rapidez en sus diferentes fases, y las habilidades, conocimientos y tecnología marítima de estas sociedades debieron estar mucho más desarrollados de lo que se presumía hasta ahora.

Esto impulsa una reevaluación de los horizontes megalíticos e invita a la apertura de un nuevo debate científico sobre la movilidad y la organización marítima de las sociedades neolíticas, la naturaleza de estas interacciones a lo largo del tiempo y el auge de la navegación”.20

Aquí quisiéramos destacar la afirmación: “Abogamos por la transferencia del concepto megalítico a través de las rutas marítimas que partían del noroeste de Francia, y por una tecnología marítima y una navegación avanzadas en la era megalítica”. La navegación, por lo tanto, fue clave para la difusión del megalitismo, favorecida por el Óptimo Climático del Holoceno, que garantizó un clima excepcionalmente suave en muchas partes del mundo. De hecho, no es casualidad que el resumen de este artículo concluya con una frase que subraya la importancia de este factor para la expansión de los megalitos: “Un modelo de difusión marítima es la explicación más plausible de su expansión”. En cuanto al “noroeste de Francia”, se refiere a las piedras de Carnac, uno de los mayores complejos megalíticos del mundo, compuesto por unos tres mil monolitos repartidos por la campiña bretona; fue aquí de hecho, como acabamos de ver, donde se originó el megalitismo europeo: “El noroeste de Francia es, hasta ahora, la única región megalítica de Europa que exhibe una secuencia monumental premegalítica y estructuras de transición a los megalitos, lo que sugiere que el norte de Francia fue la región de origen del fenómeno megalítico”.21

Ya disponemos de toda la información necesaria para localizar el puerto con la “bocana estrecha” del que habla Platón. Efectivamente, hay un accidente geográfico en la zona de Bretaña que da al océano Atlántico que se corresponde exactamente con las indicaciones del autor: se trata del golfo de Morbihan, un mar interior –cuyo nombre bretón, Mor Bihan, significa “mar pequeño”– que se extiende a lo largo de unos 20 kilómetros y que a través de un paso estrecho entre Locmariaquer y Port-Navalo, de menos de 1 km de anchura, se abre a la bahía de Quiberon, es decir a la parte occidental del Mor Braz, el “gran mar” por el que se entra al Atlántico.

El golfo de Morbihan, con su entrada estrecha, se corresponde muy bien con la descripción que Platón hace del puerto desde el que partían los barcos con rumbo al continente americano en tiempos prehistóricos. Además, es “un punto focal del Neolítico europeo a mediados del quinto milenio a. C.”.22 Este fue también el punto de llegada de la primera travesía a nado del Atlántico, completada en 1998 por Benoît Lecomte desde Massachusetts, lo que confirma que su elección es completamente natural para cruzar el Atlántico Norte. En síntesis, estos datos nos están dando razones excelentes para suponer que el puerto “de bocana estrecha” que menciona Platón se puede identificar con este golfo bretón. Si ahora encontrásemos algo identificable con las Columnas de Hércules en la zona, la hipótesis se transformaría en casi una certeza.

La zona alrededor del golfo de Morbihan presenta una extraordinaria variedad de monumentos megalíticos de todo tipo: dólmenes, grandes túmulos con cámaras subterráneas, círculos de piedras y menhires, incluso algunos de gran tamaño. Además, cerca de la “bocana estrecha” del golfo, en Locmariaquer, yace en el suelo el “Menhir Roto de Er Grah”, llamado así porque está roto en cuatro pedazos.23 Es el bloque de piedra transportado y erigido por habitantes neolíticos más grande que se conoce (20 metros de alto por 3 metros de ancho y aproximadamente 300 toneladas de peso). Además, lo que hace que el Menhir Roto sea extremadamente interesante para nosotros no es sólo su tamaño excepcional, que lo hace único entre los menhires europeos, sino también que los resultados de las excavaciones arqueológicas demuestran que no estaba aislado; bien al contrario, fue el primero y más grande de una alineación de diecinueve menhires, alineados uno tras otro, de los cuales los arqueólogos han identificado los pozos que una vez albergaron sus bases.

En resumen, cerca de la “bocana estrecha” del Morbihan, en medio del complejo megalítico europeo más grande y antiguo, se alzaba en aquella época remota una extraordinaria hilera de menhires, rectos y alineados, comenzando desde la base del Menhir de Er Grah. ¡Aquí están las Columnas de Hércules (Hērakleous stēlai en griego) mencionadas por Platón! Se alzaban majestuosas cerca de la estrecha entrada del Mor Bihan, el “mar pequeño”, como si despidieran a los marineros que partían, los que las veían pasar desde sus barcos una tras otra antes de adentrarse en la bahía de Quiberon y luego en el inmenso océano, rumbo al continente mencionado por Platón y Plutarco.

La majestuosidad de esta gigantesca alineación nos lleva a creer que fue erigida muy probablemente en memoria de un personaje excepcional. Sería sugerente plantear la hipótesis de que era el propio Heracles, quien, como acabamos de ver, fue el protagonista de una expedición al continente de ultramar según Plutarco. También observamos que el nombre bretón del Menhir Roto, Men ar Hroëc’h (piedra de Hroëc’h), parece comparable glotológicamente con el nombre de Heracles (lo que quizás podría significar que el nombre original de la primera de las columnas era “piedra de Heracles”, y no “piedra del Hada” como se traduce actualmente). En este punto, incluso podríamos aventurarnos a plantear la hipótesis de que los dieciocho menhires tras el Menhir Roto eran el recuerdo de los compañeros de Heracles en aquella expedición, a los que, como ya hemos visto, Plutarco hace una referencia explícita cuando dice que “reavivaron con un fuego fuerte y vivo la llama helénica”.24 Por cierto, una posible confirmación de la relación entre los hombres y las piedras se encuentra en un campo de menhires a pocos kilómetros de Morbihan, donde hay 1.029 piedras divididas en diez alineaciones, llamado “Kermario” (Casa de los Muertos). Esta relación se encuentra en la mitología griega, según la cual, tras el diluvio, los dos únicos supervivientes, Deucalión y Pirra, reconstituyeron la raza humana lanzando piedras tras ellos que se transformaron en hombres y mujeres. ¿Y qué hay que decir de los menhires encontrados en Cerdeña, llamados pedras fittas (piedras clavadas en el suelo), algunos de los cuales exhiben símbolos fálicos mientras que otros muestran senos? Probablemente fueron erigidos en memoria de personas, hombres y mujeres, y fueron los predecesores de las piedras conmemorativas de épocas posteriores, hasta la actualidad.

Algunas pistas sobre los antiguos asentamientos europeos en el continente americano

Volvamos ahora al Golfo de Morbihan, donde se encuentra la ciudad de Vannes, cuyo nombre deriva de los antiguos vénetos, quienes fueron derrotados por la flota de Julio César en el año 56 a. C. frente a Locmariaquer.25 Los vénetos eran excelentes marineros, “superiores a todos los demás en el arte y la práctica de la navegación”,26 y contaban con barcos formidables, capaces de resistir las tormentas del océano, que César describe con detalle.27 El enorme tamaño de estos barcos impresionó incluso a Plinio el Viejo –que sabía mucho de naves porque era comandante de una flota–, según el cual el emperador Claudio celebró su triunfo sobre los británicos “a bordo de un barco del tamaño de un palacio”.28 También es curioso que al otro lado del Atlántico, en Canadá, se encuentre el pueblo de los wendat (también llamados hurones), procedente de la provincia de Ontario; su territorio se denomina Wendake y está conectado al Atlántico por el río San Lorenzo. Su nombre recuerda al de los vénetos y, en algunas fotos antiguas, varios de ellos parecen tener una fisonomía que se podría definir como europea. En este punto, cabría preguntarse si los wendat eran descendientes de los vénetos prehistóricos, quienes, al igual que los griegos continentales mencionados por Plutarco, podrían haber cruzado el Atlántico desde Bretaña en dirección a las costas canadienses. Esto se podría verificar comparando su ADN con el de los actuales habitantes de Vannes.

Además, en Dakota del Norte, al oeste de los Grandes Lagos, se encuentra el territorio de los mandan, cuyas características físicas –piel y cabello claros, ojos azules o grises– han despertado el interés de exploradores y eruditos desde el siglo XVIII, al punto de que su lengua se comparó con el galés y una leyenda los hacía descendientes de Madoc, rey del país de Gales en el siglo XII.29 También es notable que durante su ceremonia más importante, llamada okipa, conmemoraran la salvación de su tribu de un diluvio primordial por la acción divina.30 Además, los mandan contaban con embarcaciones redondas características (compuestas por pieles de bisonte estiradas sobre un armazón de ramas de sauce y con un fondo plano) idénticas a los coracles, botes primitivos de las Islas Británicas muy extendidos en Escocia, Gales, el oeste de Inglaterra e Irlanda –donde se las llama curragh– que se cree que datan del Neolítico.31

También sorprende la figura de una especie de “Prometeo nativo americano” entre los catlo’ltq de la Columbia Británica, en la costa pacífica de Canadá, con unas características tales que dos académicos escribieron: “He aquí un mito griego que emerge repentinamente a plena luz entre las tribus indígenas americanas, preservado milagrosamente”.32 Además, algunas tribus nativas de América veían a la constelación Ursa Major –cuyo nombre en latín significa “osa mayor”– como un oso, aunque la forma de esta constelación no se asemeja a ningún animal. Esta extraña convergencia, reinterpretada también a la luz de las otras pistas citadas previamente, resulta reveladora y vendría a atestiguar antiguos contactos entre las culturas del Viejo y el Nuevo Mundo.

En este punto, tras haber verificado el conocimiento que Platón y Plutarco tenían del continente de ultramar, cabe preguntarse qué pudo haber impulsado a los antiguos navegantes europeos a aventurarse más allá del Atlántico. La respuesta podría estar relacionada con las antiguas minas de cobre de Isle Royale, la gran isla del Lago Superior, donde mucho antes de la llegada de los europeos, los nativos americanos extraían cobre golpeando la roca con martillo para obtener trozos de metal puro. Los arqueólogos han datado la antigüedad de varios yacimientos mineros en unos 5.700 años. Así, hace miles de años se extraían grandes cantidades de cobre de Isle Royale y de la vecina península de Keweenaw, y parece que aún circulan leyendas al respecto entre los habitantes de estos lugares.33 Esto ha generado un debate entre los arqueólogos, ya que no está claro a qué lugar de América fue a parar tal cantidad de cobre. En este sentido, los exámenes metalográficos de piezas de la Edad del Bronce europea para verificar el origen del metal podrían ayudar a resolver la cuestión.

También observamos que el nombre dado por los nativos a la Isla Real, Minong (o Menong), evoca en muchas lenguas europeas conceptos tales como “mina, minero”, términos que derivan del francés antiguo y que son probablemente de origen celta.34 Este sentido también se puede encontrar en el griego mnā, que indica una unidad de peso o una moneda y que puede estar relacionado a su vez con el hebreo maneh.35 En este caso cabe preguntarse si la convergencia entre el nombre amerindio Minong, dado a una isla caracterizada por una intensa actividad minera, y el que se da en Europa a las actividades mineras desde la antigüedad sólo se debe a la mera casualidad o si, por el contrario, este conjunto de indicios convergentes puede enmarcarse en una memoria común de las actividades mineras y el comercio entre las dos orillas opuestas del Atlántico, con la mediación de una palabra celta (o griega). Por otra parte, la principal desembocadura de los Grandes Lagos americanos es el río San Lorenzo, que los conecta con el océano Atlántico y desemboca directamente en el golfo donde, según Plutarco y sus precisas indicaciones, vivían los “griegos continentales”. En resumen, este comercio prehistórico de cobre desde Isle Royale hasta Europa, aunque hipotético, podría explicar la antigua presencia europea en el golfo de San Lorenzo así como la leyenda del mítico reino de Saguenay,36 de la que los primeros exploradores franceses de Canadá fueron informados por el jefe iroqués Donnacona. Éste les habló de un reino mítico, rico y suntuoso, de hombres rubios que exhibían oro y pieles en un lugar llamado Saguenay. Poco después, el explorador francés Jacques Cartier anunció el descubrimiento –que tuvo lugar en 1536– del río Saguenay, un afluente izquierdo del San Lorenzo, que según los hijos de Donnacona, era la ruta de acceso al reino de Saguenay; éste, sin embargo, nunca fue encontrado. En cuanto al sustantivo Saguenay, es casi idéntico al del río Sequana, el nombre antiguo del Sena (llamado Sēkouanos por Estrabón, Sēkoanas por Ptolomeo).

Este nombre también se encuentra en otros hidrónimos importantes del mundo celta, como el del Saona, que deriva de Sauconna, y el del Sikanos, un río a orillas del cual, según Tucídides, “los sicanos vivieron en Iberia”37 antes de trasladarse a Sicilia. Además, el Sequana dio nombre a los secuanos, una tribu gala mencionada por César y Estrabón. Este río era también una deidad sanadora a la que se dedicó un gran santuario celta, las Fontes Sequanae (las fuentes del Sena), más tarde utilizado por los romanos.38 Es razonable suponer, pues, que en esa lejana tierra que proporcionaba riqueza y bienestar y que gozaba de un clima excelente en el Neolítico, aquellos pueblos antiguos guardasen la memoria del nombre de su río y deidad protectora. Por otra parte, el recuerdo de aquel mundo perdido también es evocado por Séneca en la tragedia Medea: “Dentro de cierto número de años llegará un momento en que el océano abrirá las barreras del mundo y descubriremos una tierra inmensa; Tetis revelará un nuevo mundo y Tule ya no será la última de las tierras”.39

Por otro lado, en aquella época también las comunicaciones marítimas entre el océano Atlántico y el Pacífico eran más fáciles, ya que el clima, más cálido que el actual, hacía navegable el océano Ártico durante el verano. Esto explica la difusión a escala planetaria, no sólo de mitos, cuentos y leyendas comunes a todo el mundo, sino también de la civilización megalítica, cuyo último recuerdo se encuentra en el mito de la Atlántida narrado por Platón y las Columnas de Hércules. En ese relato, el gran filósofo habla de una civilización global prehistórica que se basaba en la navegación. Ya lo hemos mencionado en un artículo anterior, en el que verificamos la verosimilitud de la hipótesis –basada en numerosas pistas– de que los Campos Elíseos de la mitología clásica estuviesen ubicados en la llanura que domina la bahía de Hilo, en la isla de Hawái.40

Conclusión

Al principio de este artículo hemos visto que tanto Plutarco como Platón hablan del continente situado más allá del Atlántico, si bien sus puntos de vista son diferentes y, en cierto sentido, complementarios. Plutarco comienza a hablar este tema mencionando a Ogigia y a otras tres islas situadas a una latitud alta que corresponden a las islas intermedias citadas por Platón cuando éste expone la ruta hacia el continente de ultramar. Luego Plutarco describe el golfo canadiense de San Lorenzo, del cual afirma correctamente que se encuentra a la misma latitud que la desembocadura del Volga en el Caspio, y se centra en los griegos continentales que vivieron allí y que estuvieron vinculados a la figura de Cronos y, sobre todo, de Heracles. A su vez, Platón, cuya certeza absoluta sobre la existencia de un continente más allá del océano resulta sorprendente, trata del puerto de partida de la ruta transatlántica, caracterizado por su bocana estrecha y las Columnas de Hércules. En este punto, recurriendo a un estudio reciente sobre el megalitismo europeo cuyo autor defiende “la transferencia del concepto megalítico a través de rutas marítimas que partían del noroeste de Francia, y una tecnología marítima y navegación avanzadas en la era megalítica”,41 resulta natural identificar este puerto con el golfo de Morbihan, “un punto focal del Neolítico europeo a mediados del V milenio a. C.”42 cercano al yacimiento megalítico de Carnac. Esta identificación, a su vez, se confirma con la imponente alineación, próxima a la estrecha entrada del golfo, de diecinueve menhires en fila comenzando por el Menhir Roto de Er Grah, el mayor menhir de Europa. Son las Columnas de Hércules señaladas por Platón. Todo esto confirma también la fiabilidad de lo transmitido por Plutarco a través de su historia sobre los griegos continentales –sobre la cual no faltan confirmaciones provenientes de los propios nativos americanos–, la que con toda probabilidad representa el último testimonio, milagrosamente sobrevivido a los milenios, de los asentamientos prehistóricos de europeos en el continente americano durante el Óptimo Climático Prehistórico, época en la que la civilización megalítica alcanzó su apogeo. Sin embargo, estos temas requieren más estudios y nuevas perspectivas que en el futuro podrían arrojar más luz sobre la prehistoria de la humanidad.

Trad. Marc García

NOTAS
* La versión original en inglés de este trabajo, remitido por su autor a SYMBOLOS, ha sido publicada en el vol. 9(3) de la Journal of Anthropological and Archeological Sciences, Nueva York, 2024.
1 Plutarco. De Facie 941a-b.
2 Plutarco. De Facie 941d.
3 El Período Cálido Medieval (MWP) duró aproximadamente desde el siglo IX hasta el XIII, cuando el casquete polar se retiró y los icebergs casi desaparecieron. Cf. M. Mann, Michael E. Mann, Zhihua Zhang, Scott Rutherford, Raymond S. Bradley et al. Global Signatures and Dynamical Origins of the Little Ice Age and Medieval Climate Anomaly. Science 326 (5957), 1256-1260, Washington DC, 2009.
4 F. Vinci. The Nordic Origins of the Iliad and Odyssey: an up-todate survey of the theory. Athens Journal of Mediterranean Studies 3(2), 163-186, Athens, 2017.
5 Plutarco. De Facie 941b-c. El Meotis es el actual mar de Azov (cuya extensión es menor que la del golfo de San Lorenzo, como afirma Plutarco).
6 El excelente conocimiento de la geografía en la época de Plutarco (siglo I d. C.) también queda atestiguado con su afirmación de que la distancia de la Luna a la Tierra es “cincuenta y seis veces mayor que el radio de la Tierra” (De Facie, 925d). En efecto, al multiplicar el radio medio de la Tierra (6.371 km) por 56, obtenemos una distancia Tierra-Luna de 356.776 km, mientras que la distancia real de la Luna a la Tierra es de 356.500 km en el perigeo.
7 M. Otte. La protohistoire, p. 11. De Boeck, Bruselas, 2008.
8 Por ejemplo, en Dicksonfjord, un fiordo afluente del Isfjorden en Spitsbergen, se encontró que hubo una temperatura promedio de +6 °C en comparación con la actual. Cf. L. Beierlein, O. Salvigsen, B. Schöne, A. Mackensen y T. Brey. The seasonal water temperature cycle in the Arctic Dicksonfjord (Svalbard) during the Holocene Climate Optimum derived from subfossil Arctica islandica shells. The Holocene 25 (8), 1197-1207, Los Ángeles, 2015.
9 Diodoro Sículo. Biblioteca histórica I, 27.
10 Plutarco. De Facie 941c.
11 Según Homero, Odiseo, tras sus aventuras después de la guerra de Troya, llegó a la isla de Ogigia (Odisea 12, 448), desde donde zarpó para alcanzar, tras un largo viaje hacia el este, la tierra de los feacios, quienes posteriormente lo acompañaron a Ítaca. Esta ubicación de Ogigia en el Atlántico Norte fue el punto de partida del estudio con el que reubicamos todo el mundo homérico en el norte de Europa, en una época anterior al descenso de los aqueos al Mediterráneo, resolviendo así tanto las innumerables inconsistencias geográficas como los problemas actuales de encuadre temporal de los poemas homéricos. Cf. F. Vinci. The Nordic Origins of the Iliad and Odyssey: an up-to-date survey of the theory. Athens Journal of Mediterranean Studies 3(2), 163-186, Atenas, 2017.
12 Tácito. Germania 3, 2. “Germania” es el nombre con el que el autor designaba el norte de Europa hasta el Báltico.
13 Tácito. Germania 34, 2. “Hércules” es el nombre latín del héroe mítico llamado “Heracles” en griego.
14 Píndaro. Olímpicas 3, 16.
15 P. Hitti. Lebanon In History from the Earliest Times to the Present, p. 118. Macmillan, Nueva York, 1957.
16 Platón. Timeo 24e-25a. Traducido por W.R.M. Lamb en Plato, vol. 9. Heinemann, Londres, 1925.
17 Estos son los tres adverbios griegos consecutivos elegantemente traducidos por Walter Lamb como “con toda justicia (...) en el sentido más completo y verdadero”: pantelôs (perfectamente), alēthôs (realmente), orthótata (con toda razón). Esto avala la certeza que tenía Platón acerca de la existencia de un continente más allá del océano.
18 E. Turolla. I Dialoghi di Platone, vol. 3, p. 142. Rizzoli, Milán, 1964.
19 F. Vinci. I Misteri della Civiltà Megalitica, pp. 170-176. LEG, Gorizia, 2020. La cuestión es larga y compleja; entre las muchas razones que sustentan esta identificación, aquí nos limitamos a observar que la peculiar morfología de Groenlandia se corresponde con la de la Atlántida, descrita por Platón como una isla muy grande con una vasta llanura central rodeada de montañas muy altas. Esto explica por qué los atlantes construyeron allí un sistema de enormes canales (Critias 118d): debían drenar el agua de deshielo durante el verano para evitar inundaciones desastrosas. La semejanza entre el perfil costero de Groenlandia y el mapa de la Atlántida de A. Kircher (c. 1669) también da que pensar.
20 B. Schulz Paulsson. Radiocarbon dates and Bayesian modeling support maritime diffusion model for megaliths in Europe. PNAS 116(9), 3460-3465, Washington DC, 2019.
21 Ibid.
22 S. Cassen, C. Rodríguez Rellán, R. F. Valcarce, V. Grimaud, Y. Pailler et al. Real and ideal European maritime transfers along the Atlantic coast during the Neolithic. Documenta Praehistorica 46(1), 308-325, Liubliana, 2019.
23 C. Le Roux, E. Gaumé, Y. Lecerf y J.-Y. Tinevez. Monuments mégalithiques à Locmariaquer (Morbihan): Le long tumulus d’Er Grah dans son environnement. CNRS, París, 2007.
24 Plutarco. De Facie 941c.
25 D. Cameron Watt. The Veneti: A Pre-Roman Atlantic Sea Power. Naval History Magazine, 3(2), 53-59, Washington DC, 1989.
26 César. La guerra de las Galias 3, 8.
27 César. La guerra de las Galias 3, 13.
28 Plinio. Historia Natural 3, 119.
29 W. Chafe. The Caddoan, Iroquoian, and Siouan languages 3(1), pp. 37-38. De Gruyter Mouton, La Haya, 1976.
30 E. Fenn. Encounters at the Heart of the World: A History of the Mandan People. Hill & Wang, Nueva York, 2014
31 J. Hornell. British Coracles and Irish Curragh: with a note on the Quffah of Iraq. Quaritch 12(175), 159, Londres, 1938.
32 G. de Santillana y H. von Dechend. Il mulino di Amleto, p. 368. Adelphi, Milano, 2003.
33 J. Griffin. Lake Superior copper and the Indians: miscellaneous studies of Great Lakes prehistory. University of Michigan, Ann Arbor, 1961.
34 Compárese el irlandés mein y el galés mwyn con “mineral”, “mina”. Ver Collins English Dictionary. Entrada “mine”. Harper Collins, Glasgow, 1998.
35 Lorenzo Rocci. Greek-Italian Dictionary Rocci. Entrada “mnâ”. Dante Alighieri, Roma, 1998.
36 J. E. King. The Glorious Kingdom of Saguenay. Canadian Historical Review 31(4), 390-400. University of Toronto Press, Toronto, 1950.
37 Tucídides 6, 2. El río Sikanos ha sido identificado como el Júcar, que desemboca en el golfo de Valencia cerca de la ciudad de Sueca. El golfo pertenece al territorio de los antiguos celtíberos.
38 J. MacKillop. A Dictionary of Celtic Mythology. Oxford University Press, Oxford, 2004.
39 Venient annis saecula seris,/ quibus Oceanus vincula rerum/ laxet et ingens pateat tellus/ Tethysque novos detegat orbes/ nec sit terris ultima Thule”. Séneca. Medea 375-379.
40 F. Vinci y A. Maiuri. Some Striking Indications that the Mythical Elysian Fields Were in Polynesia. Athens Journal of Mediterranean Studies 9(2), pp. 85-96, Atenas, 2023.
41 B. Schulz Paulsson, Radiocarbon dates and Bayesian modeling support maritime diffusion model for megaliths in Europe. PNAS 116(9), 3460-3465, Washington DC, 2019.
42 Ibid.

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