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CARTA EDITORIAL Nº 66 |
Las “buenas intenciones” del Humanismo renacentista y sus apéndices racionalistas, cientifistas y materialistas han conducido al panorama actual donde, no encontrando ya un sentido a su vida de tanto mirar hacia afuera y hacia abajo, el ser humano se ha lanzado a una carrera simbiótica con la máquina para intentar compensar sus supuestas deficiencias y pretender “mejorar”, ser más inteligente, más eficiente y casi un inmortal acreditando en las posibilidades salvíficas de datos y células acumulados dentro de máquinas y laboratorios de los que en breve ha de salir, supuestamente, una “nueva especie transhumana”. Demasiados errores para ser despejados en dos páginas, y más cuando se observa que apenas nadie se detiene a pensar ni a interrogarse acerca de todos estos signos terminales de nuestra civilización y no interesa para nada escuchar lo que nunca se ha cansado de transmitir la ciencia sagrada de todos los pueblos. Ahogados por las preocupaciones, la casa, el dinero, el orden que se rompe a todos los niveles (social, político, familiar, económico), el desequilibrio abismal entre ricos y pobres, la agonía de una naturaleza que ya no puede regenerarse, etc., etc., esta humanidad, que ha perdido totalmente el rumbo, camina inexorablemente hacia el cumplimiento de su destino, que no es otro que el de cerrar el presente ciclo cósmico. Pero aún se puede elegir entre ser meros instrumentos inconscientes o perversamente aliados de las fuerzas disolutivas que campan a sus anchas en los gobiernos, empresas, asociaciones, unidades familiares, etc., o bien aceptar que a uno le toca encarnar otro papel en esta función. Y no nos estamos refiriendo al del bueno de la película sino al de ese personaje andrógino que media entre el cielo y la tierra, aunando lo inferior, grosero e infrahumano con lo meramente humano y lo suprahumano: el hombre deificado que se ha hecho uno con el dios encarnado, o sea el Hombre Universal. El interesado puede acudir a las cientos de páginas de la revista SYMBOLOS y su anillo telemático referidas a estas ideas vinculadas con el proceso de la Iniciación, un camino arduo que muy pocos transitan hoy en día porque lo desconocen o porque, habiéndolo conocido, sus miedos, autocomplacencias o egos enmascarados tras una psiqué cada vez más podrida les impiden abrirse a otras posibilidades de orden superior, más que humanas, y no nos estamos refiriendo solamente a las universales, sino a las metafísicas. Para el cabalista el centro de su vida es la Iniciación, que cumple básicamente en su soledad, aunque pueda compartir viaje con otros adeptos adheridos al eje del Árbol de la Vida en el que meditan a diario, tanto antaño como ahora mismo. Los círculos en los que se ha recibido la Cábala siempre han sido minoritarios, no porque su mensaje sea privativo de este o ese grupo exclusivo, sino por la naturaleza de sus enseñanzas que muy pocos están dispuestos a recibir, y aún menos a someterse a la completa transmutación que implica pasar de la teoría a la práctica alquímica en el jardín del alma, proceso que inevitablemente trae aparejado el derrumbe de una falsa identidad forjada a base de insistir en lo particular y alimentar los egos, tanto los buenos como los malos, dejándose vencer por ellos, en lugar de arremeter contra tanta tontería e insistir en la paciente y perseverante labor de escrutar los misteriosos senderos que unen las 10 sefiroth entre sí, deviniendo así un Árbol de Luz. El viaje es muy largo; no consiste en un estudio erudito y memorístico que se aprende en una maratón cabalística y te va a solucionar de un golpe la vida en tus instancias más pasajeras, sino de una carrera de fondo que implica un “entrenamiento” diario con el lenguaje simbólico y la penetración de la letra viva. Para el cabalista siempre hay un más allá que cada vez está más acá, en el interior de sí mismo, en su corazón. Aquí enlaza con la cadena de unión, shelshelet, que pende de un punto fuera del tiempo. Aquí se recibe el influjo de la shefa, también la luz del intelecto y las aguas primordiales que regenerarán al iniciado, haciéndolo renacer tras cada muerte a un ámbito superior más cercano a la fuente primordial. Aquí en el corazón, que late y danza acompasado al ritmo cuaternario de todo lo creado, se sacrifican los egos para acoger el embrión de un ser universalizado. Todos los trabajos de los colaboradores de la revista van en esa dirección; son el fruto de la recepción y aceptación de un mensaje vivo regenerador que va abriendo pasos estrechos hacia estados más amplios y universales de la conciencia. Cada artículo, nota o reseña, galería de imágenes, libro, audio o video es el reflejo de ese encuentro con el Misterio en la copa del corazón. Y así los entregamos, con alegría y agradecimiento. Son muchas las novedades que merecen ser degustadas lentamente, leídas con calma y concentración. Además de lo inédito de los textos, destacamos las entregas en audios alojadas en la plataforma ivoox, donde a parte de añadir más contenidos en los ya existentes, se han generado tres nuevos programas: “Danzas circulares. Un vehículo hacia la Unidad”, “El juego mágico de la Memoria” y una primera entrega con 48 poemas teatralizados de la obra de Federico González “En el vientre de la ballena”, todo ello un anticipo de los muchos festejos que justo iniciaremos en este solsticio de verano para recordar que, aunque el 9 de noviembre se cumplirán 10 años del paso de Federico al Oriente Eterno, su obra jamás morirá. Todos aquellos que de veras la han recibido y aceptado, saben de su operatividad. |
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