SYMBOLOS

Revista internacional de
Arte - Cultura - Gnosis

RENÉ GUÉNON Y LA CÁBALA

MARC GARCÍA

En esta ocasión, debemos precisar aún otro punto que se vincula estrechamente a estas consideraciones: es que todo conocimiento exclusivamente ‘libresco’ no tiene nada en común con el conocimiento iniciático, considerado incluso en su estado simplemente teórico.1

Peter Paul Rubens. El encuentro de Abraham y Melquisedec
Óleo sobre tabla, ca. 1626. Museum of Fine Arts, Houston
En la Koré Kosmou –también conocida como La Hija (o Pupila) del Mundo–, Isis explica a Horus cómo Hermes ascendió a los cielos:
En esto, Hermes se disponía a remontar hacia los astros para escoltar a los dioses sus primos. Sin embargo dejaba por sucesores a Tat, a la vez su hijo y el heredero de estas enseñanzas, luego, poco después, a Asclepios el Imuthés, según los designios de Ptah-Hefaistos, y a otros aún, a todos aquellos que, por la voluntad de la Providencia reina de todas las cosas, debían realizar una búsqueda exacta y concienzuda de la doctrina celeste. Hermes pues, estaba a punto de decir en su defensa, ante el espacio circundante, que ni siquiera había entregado la doctrina íntegra a su hijo, en vista de la edad todavía muy temprana de éste, cuando, habiéndose levantado el día, siendo que, con sus ojos que todo lo ven, contemplaba el Oriente, percibió algo indistinto, y, a medida que lo examinaba, lentamente, al fin, le vino la decisión precisa de depositar los símbolos sagrados de los elementos cósmicos cerca de los objetos secretos de Osiris, y después, tras haber realizado además una plegaria y pronunciado tales y cuales palabras, ascendió al cielo.
Pero no conviene, niño mío, que deje este relato incompleto: es necesario que refiera todo lo que dijo Hermes en el momento de depositar los libros. Él, pues, habló así: “Oh libros sagrados que fuisteis escritos por mis manos imperecederas, vosotros sobre los que, habiéndoos ungido con el elixir de inmortalidad, tengo todo poder, permaneced imputrescibles e incorruptibles, a través de los tiempos de todos los ciclos, sin que os vea u os descubra ninguno de aquellos que habrán de recorrer las planicies de esta tierra, hasta el día en que el cielo envejecido dé a luz a organismos dignos de vosotros, aquéllos que el Creador ha llamado Almas”.2

Los libros de Hermes y las obras en que los maestros herméticos de todos los tiempos han vertido sus vivencias espirituales y sus enseñanzas conforman un corpus mediante el cual la tradición revelada por el dios ha llegado viva y actuante hasta este fin de ciclo. De la operatividad de estos intermediarios da cuenta Federico González en un pasaje de su obra Hermetismo y Masonería:

De hecho, para los hermetistas el libro es un transmisor directo de conocimientos, que se aúnan en una doctrina, la cual es absolutamente transformadora ya que tomando conciencia de nosotros mismos conocemos también nuestro ser en el mundo, es decir los secretos de la cosmogonía en virtud de las leyes de la analogía que establecen las correspondencias entre macro y microcosmos. La intermediación de este conocimiento del Sí, siempre es por la mediación simbólica de un tercer elemento, capaz de conectar dos proposiciones y realizar el milagro de la triunidad del Ser, tanto del hombre como del mundo, puesto que sabemos que la cosmogonía es el Ser (ontología) del Universo,3

la cual también se revela a través de los símbolos y los libros venerados de otras tradiciones de la humanidad, que aunque diversas en su apariencia, expresan una misma y única Cosmogonía Perenne. Por esta unanimidad, los iniciados de cualquier tradición pueden acceder al conocimiento cabal de la doctrina de otras formas tradicionales a través del estudio de sus textos y la meditación en sus símbolos, efectivizarla ‘no librescamente’ en su interior y difundirla fehacientemente. Precisamente esto es lo que hizo René Guénon con la Cábala y su simbólica;4 sus enseñanzas sobre el esoterismo de la tradición hebrea constituyen la columna vertebral de este trabajo.5

La Cábala y sus orígenes

Guénon explica en el capítulo “Qabbalah” de la obra póstuma Formas Tradicionales y Ciclos Cósmicos:

El término de qabbalah, en hebreo, no significa otra cosa que “tradición”, en el sentido más general (...).
La raíz QBL, en hebreo y en árabe, significa esencialmente la relación de dos cosas que están colocadas una frente a otra; de ahí provienen todos los diversos sentidos de las palabras que se derivan de ella, como, por ejemplo, los de encuentro y aún de oposición. De esta relación resulta también la idea de un paso de uno a otro de los dos términos en presencia, de donde ideas como las de recibir, acoger y aceptar, expresadas en ambas lenguas por el verbo qabal; y de ahí deriva directamente qabbalah, es decir, propiamente “lo que es recibido” o transmitido (en latín traditium) de uno a otro.6

Siendo una palabra de origen hebreo, la Cábala designa especialmente al esoterismo de la tradición judía. Ésta, como toda tradición verdadera, “se vincula a los orígenes y procede de la Tradición primordial”, habiendo sido transmitida de manera regular e ininterrumpida desde su revelación según el propio nombre de “tradición” indica. Esta transmisión

constituye la “cadena” (shelsheleth en hebreo, sisilah en árabe) que une el presente al pasado y que ha de continuarse del presente al futuro: es la “cadena de la tradición” (shelsheleth haqabbalah), o la “cadena iniciática” de que hemos tenido ocasión de hablar recientemente, y es también la determinación de una “dirección” (volvemos a encontrar aquí el doble sentido del árabe qiblah) lo que, a través de la sucesión de los tiempos, orienta al ciclo hacia su fin y une éste con su origen, y que, extendiéndose incluso más allá de estos dos puntos extremos a causa de que su fuente principial es intemporal y “no humana”, lo vincula armónicamente con los demás ciclos, concurriendo a formar con éstos una “cadena” más vasta, la que ciertas tradiciones orientales llaman “cadena de los mundos”, en la que se integra progresivamente todo el orden de la manifestación universal.7

Guénon destaca la importancia que tiene la ciencia de los números tanto en la Cábala como en el Pitagorismo, pero niega de plano que de este hecho –que nada tiene de extraño entre formas tradicionales derivadas en última instancia de un mismo tronco– se pueda inferir que la Cábala derive de aquél o bien del neoplatonismo, hipótesis muy en boga en medios académicos de la época del autor.8 Por otra parte, éste afirma categóricamente que suponer una filiación común del Pitagorismo y la Cábala respecto a la antigua tradición egipcia es “una teoría de la que mucho se ha abusado”, y que

en lo que concierne al Judaísmo, nos es imposible, pese a ciertas aserciones fantasiosas, descubrir en él la menor relación con todo lo que de la tradición egipcia puede conocerse9 (nos referimos a la forma, que es lo único que hay que considerar en esto, puesto que, por lo demás, el fondo es idéntico necesariamente en todas las tradiciones); sin duda habría lazos más reales con la tradición caldea, ya sea por derivación o por simple afinidad, y en la medida en que es posible captar algo de estas tradiciones extinguidas desde hace tantos siglos.10

Si Abram/Abraham, hombre justo de la ciudad de Ur, es el símbolo del vínculo entre la incipiente tradición hebrea y la caldea,11 su encuentro con Melquisedec significa el entroncamiento de aquélla con la gran Tradición Unánime:

He aquí primeramente el texto del pasaje bíblico del que estamos hablando: “Y Melki-Tsedeq, rey de Salem, hizo traer pan y vino; pues era sacerdote del Dios Altísimo (El Élion). Y bendijo a Abram diciendo: Bendito Abram del Dios Altísimo, dueño de cielos y tierra; y bendito sea el Dios Altísimo, que ha puesto a tus enemigos en tus manos. Y Abram le dio el diezmo de todo cuanto había tomado” (...).
Melki-Tsedeq es presentado como alguien superior a Abraham, puesto que lo bendice, y “no cabe duda de que el menor es bendecido por el mayor”; además, por su parte, Abraham reconoce esta superioridad, ya que le concede el diezmo, lo cual es señal de su dependencia. Se produce aquí una verdadera “investidura”, casi en el sentido feudal de la expresión, pero con la diferencia de que se trata de una investidura espiritual; y podemos añadir que aquí se encuentra el punto de contacto de la tradición hebraica con la magna tradición primordial. Esa “bendición” a la que se refiere consiste de manera propiamente dicha en la comunicación de cierta “influencia espiritual”, de la cual Abraham participará de ahí en adelante (...)12

y que éste transmitirá a sus sucesores junto con el conocimiento de los misterios del Ser y del No Ser, o mejor dicho, de lo que de ellos puede ser conocido. Una transmisión que siempre va a estar en jaque por quien, según la tradición cabalística, penetra en el Pardés para “cortar las raíces de las plantas” y hacer imposible “toda comunicación efectiva con el Principio”...13, 14

La cosmogonía cabalística y el Árbol de la Vida

La cosmogonía es el vehículo simbólico por medio del cual el cabalista se abre a los misterios del Uno sin nombre. En el Sefer Yetsirah, libro sagrado que expresa la cosmogonía a través del simbolismo de las letras y los números, se dice:

Formó del Thohú (vacío) una cosa e hizo lo que es de lo que no era. Talló unas grandes columnas del éter inasequible. Reflexionó, y la Palabra (Memrá) produjo todo objeto y toda cosa por su Nombre Uno.15

Y en palabras de Guénon:

“La Luz (Aor) brotó del misterio del éter (Avir). El punto oculto se manifestó, es decir, la letra yod”.16 Esta letra representa jeroglíficamente el Principio y se dice que de ella se formaron todas las restantes letras del alfabeto hebreo, formación que, según el Sefer Yetsirah, simboliza la del mundo manifestado. También se dice que el punto primordial incomprensible, que es el Uno no manifestado, forma tres que representan el Comienzo, el Medio y el Fin, y que estos tres puntos reunidos constituyen la letra yod, que también es el Uno manifestado (o, más exactamente, afirmado en tanto que principio de la manifestación universal) o, dicho en lenguaje teológico, Dios haciéndose “Centro del Mundo” por medio de su Verbo. “Cuando la yod fue producida, dice el Sefer Yetsirah, lo que quedó de este misterio o del Avir (éter) oculto fue Aor (luz)”; en efecto, si quitamos la yod de la palabra Avir queda Aor.
A este respecto, M. Vulliaud cita el siguiente comentario de Moisés de León: “Después de recordar que el Santo, bendito sea, incognoscible, sólo puede ser captado a través de sus atributos (midot) por los que ha creado los mundos, empecemos por la exégesis de la primera palabra de la Torá: Bereshit. Respecto a este misterio, algunos autores antiguos nos han enseñado que está oculto en el grado supremo, el éter puro e impalpable. Este grado es la suma total de todos los espejos posteriores (es decir, exteriores con relación a este mismo grado). Estos proceden de él, por el misterio del punto, el cual, él mismo, es un grado oculto que emana del éter puro y misterioso. El primer grado, que está totalmente oculto (es decir, no manifestado), no puede ser captado. Asimismo, como el misterio del punto supremo, aunque esté profundamente escondido, puede ser captado por el misterio del Palacio interior”.17

Este Palacio interior o “Santo Palacio” es el “punto central y primordial” en el que el ser “está establecido en el infinito, borrado en el infinito”. En sí, “no se encuentra situado en ningún lugar, ya que es absolutamente independiente del espacio, no siendo éste más que el resultado de su expansión o desarrollo indefinido en todos los sentidos y, en consecuencia, procediendo por entero de él”.18 El texto de Moisés de León que Guénon recoge de Paul Vulliaud continúa así:

“El misterio de la Corona suprema (Keter, la primera de las diez Sefirot) corresponde al del puro e inalcanzable éter (Avir). Es él la causa de todas las causas y el origen de todos los orígenes. Es en este principio, origen invisible de todas las cosas, donde nace el ‘punto’ oculto del que todo procede. Por esto se dice en el Sefer Yetsirah: ‘Antes del Uno, ¿qué puedes contar?’. Es decir: antes de este punto, ¿qué puedes contar o comprender? Antes de este punto no había nada salvo Ain, o sea, el misterio del éter puro o incaptable, así denominado (con una simple negación) a causa de su incomprensibilidad.19 El comienzo comprensible de la existencia se encuentra en el misterio del ‘punto’ supremo.20 Y dado que este punto es el ‘comienzo’ de todas las cosas, se le denomina ‘Pensamiento’ (Mahasheba). El misterio del Pensamiento creativo corresponde al ‘punto’ oculto. Es en el Palacio interior donde el misterio unido al ‘punto’ puede ser comprendido, ya que el puro e inasequible éter permanece siempre misterioso. El ‘punto’ es el éter hecho palpable (por medio de la ‘concentración’, punto de partida de toda diferenciación) en el misterio del Palacio interior o Santo de los Santos.21 Todo, sin excepción, primero debe ser concebido en el Pensamiento. Y si alguien dijera: ‘Ved, hay algo nuevo en el mundo’, haced que se calle, ya que fue anteriormente concebido en el Pensamiento. El Santo Palacio interior emana del ‘punto’ oculto (por las líneas salidas de este punto siguiendo las seis direcciones del espacio). El Santo de los Santos, el quincuagésimo año (alusión al jubileo, que representa el retorno al estado primordial), también se denomina Voz que emana del Pensamiento. Por lo tanto, todos los seres y todas las causas emanan por la fuerza del ‘punto’ de arriba. Esto es todo por lo que se refiere a los misterios de las tres Sefirot supremas”.22
*

Guénon trata aspectos muy interesantes de la simbólica del Árbol de la Vida en el capítulo de El Simbolismo de la Cruz que lleva por título “El Árbol del Medio”, epígrafe que alude a los árboles que representan al Eje del Mundo en distintas tradiciones.23 “Este árbol se alza en el centro del mundo, o más bien de un mundo, es decir, en el del dominio en el que se desarrolla un estado de existencia, como el estado humano, que es el que se considera más a menudo en un caso semejante. En particular, dentro del simbolismo bíblico, es el ‘Árbol de la Vida’, plantado en medio del ‘Paraíso terrenal’, el que representa el centro de nuestro mundo (...)”.

Sobre éste, el autor recuerda que el Génesis alude a otro árbol “que juega un papel no menos importante e incluso, generalmente más conocido: el ‘Árbol de la Ciencia del bien y del mal’”.

Las relaciones existentes entre estos dos árboles son muy misteriosas: el relato bíblico, inmediatamente después de designar al “Árbol de la Vida” diciendo que se encuentra “en medio del jardín”, nombra al “Árbol de la Ciencia del bien y del mal”; más adelante, dice que este último también se encontraba “en medio del jardín”; y finalmente, Adán, después de comer el fruto del “Árbol de la Ciencia”, sólo tenía que “tender su mano” para coger también el fruto del “Árbol de la Vida”.24

La proximidad de los dos árboles indica que están estrechamente unidos en su simbolismo, a tal punto que “algunos árboles emblemáticos [del Medio] presentan rasgos que evocan tanto a uno como a otro”:

Tal como su nombre indica, la naturaleza del “Árbol de la Ciencia del bien y del mal” se caracteriza por su dualidad, ya que en esta designación encontramos dos términos que son, no ya complementarios, sino verdaderamente opuestos (...); no puede ocurrir lo mismo con el “Árbol de la Vida”, cuya función de “Eje del Mundo” implica, por el contrario, esencialmente, la unidad. Por lo tanto, cuando encontramos en un árbol emblemático una imagen de la dualidad, parece correcto ver en ello una alusión al “Árbol de la Ciencia”, mientras que desde otros puntos de vista, el símbolo considerado sería incontestablemente una representación del “Árbol de la Vida”.25

Estas dos facetas están especialmente claras en el modelo del Árbol de la Vida sefirótico de la Cábala, donde

la “columna de la derecha” y la “columna de la izquierda” ofrecen una imagen de la dualidad; pero entre las dos se encuentra la “columna del medio”, donde se equilibran las dos tendencias opuestas y donde se vuelve a encontrar la unidad verdadera del “Árbol de la Vida”.26

El símbolo de la ingesta del fruto del “Árbol de la Ciencia” que la serpiente ofrece a Eva –que es el mismo Adán en su faceta femenina y receptiva– expresa que la “caída” se produce por la adhesión a una visión dual de la existencia que aleja al ser humano del centro y lo aliena de su sí mismo. “Este centro se ha vuelto inaccesible para el hombre caído al haber perdido el ‘sentido de eternidad’, que es también el ‘sentido de la unidad’;27 volver al centro, por la restauración del ‘estado primordial’, y alcanzar el ‘Árbol de la Vida’, es recuperar ese ‘sentido de la eternidad’”. Es en el luz o “núcleo de inmortalidad” del hombre, ubicado simbólicamente en la base de su columna vertebral, donde se hallan “los elementos virtuales necesarios para la restauración del ser”, una energía motora análoga a la fuerza que la tradición hindú llama kundalini. Ésta

se representa bajo la figura de una serpiente enrollada sobre sí misma, en una región del organismo sutil que corresponde precisamente también al extremo inferior de la columna vertebral; ello sucede así al menos en el hombre común, aunque por el efecto de ciertas prácticas como las del hatha-yoga se despierta, se despliega y eleva a través de las “ruedas” (chakras) o “lotos” (kamalas) que responden a los diversos plexos, para alcanzar la región correspondiente al “tercer ojo”, es decir, el ojo frontal de Shiva. Este estadio representa la restitución del “estado primordial”, en el cual el hombre descubre el “sentido de la eternidad” y, gracias a ello, obtiene aquello que en otra parte hemos dado en llamar inmortalidad virtual. Hasta aquí, nos encontramos todavía dentro de un estado propiamente humano; en una fase ulterior, kundalini llega por último a alcanzar la cima de la cabeza. Esta fase final se relaciona con la conquista de los estados superiores del ser.28

Se dice que el Adán caído perdió el Graal, símbolo del corazón del mundo y de la tradición primordial, cuando fue expulsado del Pardés. Pero su tercer hijo, Seth, el Adán regenerado, “consiguió entrar de nuevo en el Paraíso terrenal y recobrar de esta manera el precioso vaso”, restableciendo de este modo la unión con el centro.29

Los intermediarios celestes

Quien alcanza el “punto central” y “permanece en él en unión indisoluble con el Principio, participando de su inmutabilidad e imitando su ‘actividad no actuante’” es “el sabio perfecto” del que habla la tradición taoísta, “aquél que ha llegado al máximo del vacío” y que por ello “estará fijado sólidamente en el reposo”.30

“La paz en el vacío, dice Lie Tse, es un estado indefinible; ni se coge ni se da, llega y se establece”. Esta “paz en el vacío” es la “Gran Paz” del esoterismo islámico, llamada en árabe Es-Sakinah, designación que la identifica a la Shekinah hebraica, es decir, a la “presencia divina” en el centro del ser, representado simbólicamente como el corazón en todas las direcciones.31

La Shekinah, la inmanencia divina o “presencia real” de la Divinidad,

se presenta bajo múltiples aspectos, entre los cuales destacarían principalmente dos, uno interior y el otro exterior; ahora bien, por otra parte dentro de la tradición cristiana existe una frase para designar de manera tan clara como sea posible estos dos aspectos: “Gloria in excelsis Deo, et in terra Pax hominibus bonae voluntatis”. Las palabras Gloria y Pax se refieren respectivamente al aspecto interior, con relación al Principio, y al aspecto exterior, con relación al mundo manifestado; y, si se consideran así tales expresiones, puede comprenderse de inmediato la razón por la cual son pronunciadas por los ángeles (malakim) en el momento de anunciar el nacimiento del “Dios con nosotros” o “en nosotros” (Emmanuel).32

El Tabernáculo, imagen del Pardés o centro de este mundo, “es denominado en hebreo miskan o ‘habitáculo de Dios’, palabra cuya raíz es la misma que la de la Shekinah”.33 En él habita este intermediario celeste, como también en el corazón de quien se abre a su presencia.

Guénon dice que la Shekinah es “la síntesis de las Sefirot”;

ahora bien, en el árbol sefirótico, la “columna de la derecha” representa el lado de la Misericordia, mientras que la “columna de la izquierda” es el lado del Rigor; por lo tanto, deberemos encontrar también ambos aspectos en la Shekinah, sin dejar de subrayar enseguida, con tal de relacionarlo con lo anterior, que al menos en cierta manera el Rigor se identifica con la justicia y la Misericordia con la paz. “Si el hombre peca y se aleja de la Shekinah, caerá bajo el poder de las potencias (Sârim) que dependen del Rigor”, y entonces la Shekinah es llamada la “mano del Rigor”, cosa que inmediatamente trae a la memoria el conocido símbolo de la “mano de la justicia”; pero, por el contrario, “si el hombre se acerca a la Shekinah se liberará”, siendo la Shekinah la “mano derecha” de Dios, es decir, que la “mano de la justicia” se transforma en “mano benefactora”. Aparecen aquí los dos misterios de la “Morada de la Justicia” (Beith-Din), lo que viene a ser también otra forma de referirse al centro espiritual supremo (...).34

La Cábala se refiere a un paredro de la Shekinah que tiene “nombres idénticos a los suyos” y que “muestra por consiguiente tantos aspectos diferentes como la misma Shekinah; su nombre es Metatrón, un nombre numéricamente equivalente al de Shaddai, el ‘Todopoderoso’ (que, suele decirse, es el nombre del Dios de Abraham)”.35

La etimología de la palabra Metatrón resulta bastante insegura; entre las distintas hipótesis que han sido elaboradas con referencia a su etimología, una de las más interesantes es la que la hace derivar del caldeo Mitra, es decir, “lluvia”, cuya raíz muestra también cierta relación con “luz”.36 (...) A este propósito, hemos de señalar que en la doctrina hebrea se habla de cierto “rocío de luz” que emana del “árbol de la vida” y gracias al cual se produce la resurrección de los muertos, así como de una “efusión de rocío” que representa la transmisión a todos los mundos de las influencias espirituales, cosa que recuerda especialmente el simbolismo alquímico y rosicruciano.37

La palabra Metatrón

“(...) comporta todas las acepciones posibles de guardián, de Señor, de enviado, de mediador”; se trata del “autor de las teofanías en el mundo sensible”; es “el Ángel del Rostro”, y también el “Príncipe del Mundo” (Sâr ha-olam), comprendiéndose en virtud de esta última denominación que no estamos en absoluto alejados del asunto que nos ocupa.38

Metatrón, como la Shekinah, aúna los aspectos de la clemencia y de la justicia, y está estrechamente relacionado con el Rey del Mundo, el Manú o legislador universal del manvántara en tanto que “polo terrestre” que refleja el “polo celeste” que aquél representa,39 así como con el arcángel Mikael, del cual se dice que es “la gloria de la Shekinah”. Metatrón

no es solamente el “Gran Sacerdote” (Kohen ha-gadol), sino también el “Gran Príncipe” (Sâr ha-gadol) y el “jefe de los ejércitos celestes”, es decir, que en él se encuentra el principio del poder real al igual que el poder sacerdotal o pontifical, al cual corresponde propiamente la función de “mediador”. De la misma manera sería necesario destacar que melek, “rey”, y maleak, “ángel” o “enviado”, no son en realidad más que dos formas de una sola y única palabra; además malaki, “mi enviado” (es decir, el enviado de Dios o “el ángel dentro del cual está Dios”, Maleak ha-Elohim), resulta ser anagrama de Mikael.40

Pero así como todas las Sefirot tienen su lado oscuro, las qelippot o qliphot, sus cáscaras o cortezas, “al lado del rostro luminoso” de Metatrón “existe una cara oscura y ésta es representada por Samael, al cual se le conoce igualmente por el nombre de Sâr haolam”. Es el “Princeps hujus mundi” del que se habla en el Evangelio;

y sus relaciones con Metatrón, del que es como la sombra, justifican el empleo de la misma denominación [Sâr ha-olam] en un doble sentido, a la vez que permiten comprender por qué el número apocalíptico 666, el “número de la Bestia”, resulta ser también un número solar. Por lo demás, según san Hipólito, “el Mesías y el Anticristo adoptan ambos por emblema el león”, que también es símbolo solar; y la misma observación cabría hacerse en el caso de la serpiente y en el de muchos otros símbolos. Desde el punto de vista cabalista, es también de las dos caras opuestas de Metatrón de lo que se trata aquí.41

Conclusión

Con esta cita llegamos al final de nuestro recorrido por las enseñanzas que René Guénon expuso acerca de la Cábala en su obra escrita. Creemos haber hablado, si no de la totalidad, sí de los aspectos más esenciales de su magisterio en este terreno. Guénon no hizo una exposición amplia y abundantemente documentada de la Cábala pero tocó aspectos nucleares, y otros bastante desconocidos, del esoterismo de la tradición hebrea, la cosmogonía cabalística y su simbólica, forjando un legado que ha iluminado a muchos hombres y mujeres deseosos de encontrar la Verdad y fundirse con ella en un abrazo eterno. Nos permitirá el lector que concluyamos este estudio con unas líneas que escribimos hace más de veinte años, pues vienen al pelo como colofón de este viaje de la mano de la obra del autor francés:

Cualquier aspecto que Guénon aborda en sus escritos, por contingente, concreto e incluso anecdótico que parezca, surge de la consideración previa de su entronque y correspondencia con el Principio Supremo inmanifestado de todas las cosas, idéntico al Ser y al Sí Mismo, y del No-Ser absolutamente indeterminado que engloba a éste. Sólo hay un tema [la Metafísica] en la obra de Guénon, y todo sobre lo que escribe merece su atención en tanto que es una consecuencia del Principio en el ámbito de lo manifestado. Guénon recuerda constantemente a los navegantes por el mar de lo concreto que no hay otro norte que el Principio, y que no hay más viaje verdadero que el que conduce a la plena conciencia de la Suprema Identidad que anida simbólicamente en el corazón de cada cual. Todo lo demás son regatas o paseítos de mañana soleada que en verdad no llevan a ningún lugar.42
NOTAS
1 René Guénon. Apercepciones sobre la Iniciación.
2 Fragmento de la Koré Kosmou extraído de Federico González, Hermetismo y Masonería. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2016.
3 Op. cit.
4 Armando Asti Vera, en un estudio preliminar incluido en la versión de Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada publicada por Eudeba (Buenos Aires, 1988), explica que Guénon debió estar vinculado en su juventud a una organización iniciática oriental a través de la cual recibió “los elementos necesarios para la elaboración de su síntesis tradicional” de las doctrinas hindúes y taoístas. También es conocido que recibió una iniciación masónica y que más tarde se vinculó a la tradición islámica. En cuanto a su conocimiento de la Cábala, a decir por las citas que acompañan a los libros y artículos en que trata de ella, pensamos que se nutrió principalmente del estudio de la Biblia, el Sefer Yetsirah, el Zohar y la obra contemporánea La Kabbale juive, de Paul Vulliaud.
5 Guénon trató de la Cábala y su simbolismo extensamente en dos de las obras que publicó en vida, El Rey del Mundo (1927) y El simbolismo de la cruz (1931). Además, las compilaciones póstumas Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, Formas Tradicionales y Ciclos Cósmicos, y más recientemente, Sobre la Cábala y el esoterismo judío recogen un buen número de artículos que el autor escribió sobre distintos aspectos de la Cábala en varias revistas de estudios tradicionales.
6 René Guénon. Formas Tradicionales y Ciclos Cósmicos. Ed. Obelisco, Barcelona, 1984. Este texto también ha sido publicado en la compilación de artículos del autor francés Sobre la Cábala y el esoterismo judío. Ed. Sanz y Torres, Madrid, 2023.
7 Op. cit.
8 Lo cual no excluye que algunos autores cabalistas igualmente penetrados del Pitagorismo y del neoplatonismo hayan empleado ciertos elementos de estas tradiciones en la difusión de la Cábala en su medio, algo que, por cierto, facilitó su propagación en el Occidente renacentista y propició la gestación de la Cábala cristiana. Ver Federico González y Mireia Valls, Presencia viva de la Cábala. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2006. Y de los mismos autores: Presencia viva de la Cábala II. La Cábala Cristiana. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013.
9 Pese a lo rotundo de la aseveración del autor –que matiza en lo que sigue–, es innegable el papel que Moisés, hijo adoptivo de la hermana del faraón e iniciado en los misterios de Isis y Osiris, jugó como puente entre ambas tradiciones en un fin de ciclo de la tradición egipcia que vino a coincidir con la eclosión de la tradición de Abraham, Isaac y Jacob.
10 Ibid.
11 Tradición que, como la hebrea, estaría relacionada con la “corriente tradicional venida de la ‘isla perdida de Occidente’”, una procedencia que los propios nombres de “hebreos” y “árabes” sugiere. Guénon explica en otro lugar que a la raíz de “formas tan diversas como Hiber, iber o eber, y también ereb por transposición de las letras, se la encuentra designando a la vez la región del invierno, es decir, el Norte y la región de la tarde, o del sol poniente, es decir, Occidente, y a los pueblos que habitan una y otra región” (ibid).
12 René Guénon. El Rey del Mundo. Ed. Paidós, Barcelona, 2003.
13 La Haguigá explica que fue el rabino Aher quien penetró en el Pardés para destruir las plantas del Paraíso. Aher significa literalmente “el Otro”, y es un nombre que pega perfectamente a quien decide instalarse de por vida en la dualidad irreconciliable, renunciando a su auténtica identidad como ser humano y autoexiliándose del centro. Y ojo, porque uno mismo puede ser ese traidor.
14 René Guénon. Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada. Ed. Eudeba, Buenos Aires, 1988.
15 Cita extraída de René Guénon, El Simbolismo de la Cruz. Ed. Obelisco, Barcelona, 1984. En cuanto a las “grandes columnas” talladas, el autor escribe en una nota a pie de página que “se trata de las ‘columnas’ del árbol sefirótico: columnas del centro, de la derecha y de la izquierda”.
16 Cita de La Kabbale juive, de Paul Vulliaud.
17 René Guénon. El Simbolismo de la Cruz, op. cit.
18 Ibid.
19 Guénon añade en nota: “Corresponde al Cero metafísico, o al ‘No Ser’ de la tradición extremo oriental, simbolizado por el ‘vacío’”.
20 Acota el autor francés: “O sea, en el Ser, principio de la Existencia, que es lo mismo que la manifestación universal, así como la unidad es el principio y el comienzo de todos los números”.
21 Y en nota de nuestro autor: “El ‘Santo de los Santos’ estaba representado por la parte más interior del Templo de Jerusalén, constituía el Tabernáculo (mishkan) donde se manifestaba la Shekinah, es decir, ‘la presencia divina’”.
22 Ibid.
23 Por ejemplo, el árbol de las manzanas de oro del jardín de las Hespérides o el árbol Yggdrasil de la tradición nórdica.
24 Ibid.
25 Ibid.
26 Ibid.
27 El bloqueo por los querubines del camino de acceso al Paraíso simboliza la imposibilidad del retorno al centro para quien ha perdido este “sentido de la unidad”.
28 René Guénon. El Rey del Mundo, op. cit.
29 El nombre de Seth “es expresión de la idea de fundamento y estabilidad, por lo cual sugiere de algún modo la restauración del orden primordial destruido por causa de la caída del hombre”. Ibid.
30 Añade el autor: “El ‘vacío’ del que aquí se trata es el desapego completo respecto a todas las cosas manifestadas, transitorias y contingentes, desapego por el que el ser escapa a las vicisitudes del ‘curso de las formas’, a la alternancia de los estados de ‘vida’ y ‘muerte’, de ‘condensación’ y ‘disipación’, pasando de la circunferencia de la ‘rueda cósmica’ a su centro, que él mismo es designado como ‘vacío (no manifestado) que une los rayos y hace de ellos una rueda’”.
31 René Guénon. El Simbolismo de la Cruz, ibid.
32 René Guénon. El Rey del Mundo, ibid.
33 Mishkan es un sinónimo de Beith-El, la “casa de Dios”, el nombre que Jacob dio al lugar en el que se le apareció la deidad en sueños y del que dijo “¡Qué temible es este lugar! ¡Esto no es otra cosa sino la casa de Dios y la puerta del cielo!” (Gn 28, 17). Guénon hace la siguiente precisión acerca de este pasaje: “Lo que quedaría por destacar es que el nombre de Beith-El no se aplica solamente al lugar, sino a la misma piedra [que Jacob levanta en él]: ‘Y esta piedra, que yo he erigido a manera de pilar, será la casa de Dios’. Es por tanto esta piedra lo que habrá propiamente de ser el ‘habitáculo divino’ (mishkan), según la denominación que le será dada con posterioridad al Tabernáculo, es decir, el trono de la Shekinah (...)”. Ibid.
34 Ibid.
35 La suma de los valores numéricos de las letras que componen uno y otro nombre es 314.
36 En el capítulo “La luz y la lluvia” de Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, Guénon trata extensamente de una y otra como símbolos de los influjos celestes relacionados con el Sol, simbólica que concuerda con el carácter “solar” de Metatrón y su vinculación con la séfira Tifereth.
37 Ibid.
38 Ibid.
39 Tal “proyección” es especialmente clara en el caso de Moisés, al que la tradición islámica considera el “Polo” (El-Kutb) de su época y quien, según la Cábala, fue instruido por Metatrón en el Sinaí.
40 Ibid.
41 Ibid.
42 Marc García. Errores y manipulaciones en torno a la obra de René Guénon. Revista SYMBOLOS nº 23-24, Barcelona, 2002.
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